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jueves, 19 de septiembre de 2013

CUMPLEAÑOS


CAPÍTULO 4: CUMPLEAÑOS
***
Creo que todos los padres desean que sus hijos sean felices en el día de su cumpleaños. Sobre todo cuando son niños, y depende de uno hacer la fiesta. Esa sonrisa infantil ante la tontería más estúpida hace que a un padre no le importe recorrerse media ciudad para encontrar un sitio donde pongan el nombre de un niño en los globos. O pasarse toda una mañana colgando guirnaldas y otros adornos. O cocinar un pastel monstruoso que daría para alimentar a más personas de las que van a asistir a la fiesta. Todo eso es algo que yo hubiera hecho sin dudarlo por mi bebé en su tercer cumpleaños si Piper me hubiera dejado, porque lo hizo todo ella. Sabía que yo tenía demasiado encima, con la doble vida que llevaba, y ni siquiera me había dejado hacer las invitaciones. Eso fue lo que hizo que yo me ofreciera a ir al super con Wyatt en la mañana del cumpleaños de Chris: el deseo de ayudar a mi mujer, que estaba medio histérica por la fiesta que tendría lugar aquella tarde. De otro modo, jamás me habría ofrecido para tal misión. Al hacerlo, me sentí como el soldado que se ofrece voluntariamente a atravesar el primero un campo de minas.
Tengo que aclarar que, aunque mis dos bebés eran lo que más quería en éste mundo, y algún día iba a terminar por comérmelos si seguían siendo tan dulces y tiernos, había veces en la que demostraban una habilidad innata para recordarme que lo de ser medio ángeles se quedaba sólo en el nombre. Los días de super era una de esas veces: mis hijos parecían sufrir una transformación a diablillos. Al menos, aquella vez Chris se quedaba en casa, y me iba sólo con Wyatt, pero eso no me consolaba demasiado. Yo siempre evitaba llevarme a alguno cuando iba a comprar y antes de salir de casa ya me estaba arrepintiendo de haberme ofrecido. Sobre todo porque me dolía mogollón la cabeza, y Wyatt no dejaba de parlotear, pero eso no era culpa suya. Era un niño, al fin y al cabo.
- … y yo no sabía que "finde" era fin de semana – decía mi niño - ¿Por qué la gente hace más cortas las palabras?
- Pues…no lo sé, cariño. Tal vez para tardar menos.
- ¿Y por qué se dice "finde" y no "finse" o…o cualquier otra cosa?
Yo suspiré. Así llevábamos cinco minutos. Piper quería que Wyatt hiciera cosas de niño normal, así que estábamos paseando tranquilamente por la calle, en vez de orbitar, lo que me habría ahorrado minutos de incesante conversación.
- Supongo que a alguien se le ocurriría decirlo así, y ya.
Wyatt se quedó en silencio un rato, pero noté que me miraba. Yo bajé la cabeza para que mis ojos se encontraran con los suyos y noté como mi niño me apretaba la mano.
- Papá, ¿te estoy aburriendo?
Aquella pregunta me descolocó. ¿Por qué mi bebé parecía de pronto mucho mayor? ¿De dónde se sacaba aquellas frases? ¿Y por qué me hizo sentir tan mal? Me di cuenta de que mi niño estaba alegre, hablando conmigo con animosidad, y yo estaba serio pensando en unos problemas que Wyatt aún no me había dado. Tal vez aquél día se portaba bien en la tienda. Llevaba una semana siendo un santo, prácticamente. Desde el incidente con el elefante no había tenido que volver a castigarle. Me agaché, hincando una rodilla en el suelo y me le puse en frente.
- No, cariño. Tú nunca me aburres. Perdona si he estado un poco distraído. A papá le duele la cabeza.
- Pero papá…¡tú nunca te pones malito! ¡Eres un luz blanca!
Sonreí un poco. Supongo que yo sí era, en algunos sentidos, el hombre invencible que todos los niños ven en sus padres cuando son pequeños.
- Tienes razón, Wyatt. No estoy resfriado. Lo que pasa es que los Ancianos me están llamando, y como no respondo, me duele la cabeza – le expliqué. Quizás ese era el verdadero motivo de mi negativo estado de ánimo. Todo lo demás había sido genial aquella mañana, desde el mismo momento en el que desperté al cumpleañero y recibí su sonrisa de bebé.
- ¿Y por qué no respondes? – preguntó Wyatt con interés.
- Porque hoy es el cumpleaños de tu hermano. Hoy voy a pasarme todo el día en la tierra.
- ¿Por eso voy a comprar contigo y no con mamá? ¡Nunca voy contigo!
Una nueva oleada de culpabilidad de apoderó de mí. Decidí que me llevaría a mis hijos a todas las tiendas a partir de entonces, sin importar los berrinches mágicos ni los berrinches normales que pudieran hacerme. Eran los primeros los que más me preocupaban: que Wyatt se pusiera a orbitar cosas o las hiciera desaparecer, o las quemara, o cualquier cosa…
- Por eso, bebé. Ahora vamos. Tenemos muchas cosas que comprar y quiero estar a tiempo de recibir a los amiguitos de tu hermano.
Piper, en representación de Chris que aún era muy pequeño, había invitado prácticamente a la totalidad de la clase de mi hijo. La casa se iba a llenar de niños y padres que iban a poner a prueba mis escasas dotes como relaciones públicas. Mi insociabilidad se debía principalmente al conflicto que me suponía mentir sobre mí mismo y mi vida. Cualquier cosa que me preguntaran solía terminar en "¿dónde trabajas?" y yo sabía que no podía responder "en el Cielo".
Cuando llegamos al supermercado cogimos un carro, y empecé a llenarlo con chucherías, refrescos, y demás guarrerías que horrorizarían a un buen nutricionista, pero que harían feliz a un niño. En concreto al mío, así que el exceso de calorías estaba bien para mí. Intenté que Wyatt no se aburriera, con pequeños juegos y encargos. Había visto demasiadas veces cómo algunos padres llevaban a sus hijos como si fueran muebles, tirado de ellos mientras se concentraban en la compra. El resultado solía ser que el niño se aburría soberanamente, y acababa por ponerse difícil. Así que intenté evitar eso.
- ¿Te agachas y coges esa bolsa de patatas? – le pedí. Podía hacerlo yo, pero Wyatt llegaba mejor por ser más bajito, y así le hacía sentir que me ayudaba. Mi niño lo hizo y me la dio – Gracias.
La táctica me funcionó durante los primeros cinco minutos. Después, Wyatt pareció darse cuenta de que todo lo que comprábamos eran patatas, chucherías y cosas que le encantaban, y le pareció que esperar a que saliéramos de la tienda para probar alguna suponía demasiado tiempo.
- Papi, ¿puedo coger una chuche?
- Ahora no, cielo. Después de que paguemos.
- ¡Pero yo la quiero ahora!
- No tardamos nada.
Wyatt frunció su ceño. Yo conocía esa mirada, así que alejé el carro prudencialmente de él, y no le quité el ojo de encima, porque si me distraía seguro que se hacía con alguna de las bolsas que aún estaban sin pagar.
- ¡Sólo una! – me pidió, al cabo del rato. Yo casi me había olvidado.
- ¿Una qué?
- Una gominola.
- En seguida, cariño. Sólo me falta comprar las medialunas, los bollos y los sándwiches.
Aquello debió de sonar como una lista muy larga para un niño de cinco años, porque Wyatt se subió en la base del carrito e intentó coger una bolsa.
- No, Wyatt – le dije y le bajé del carro – Y no te subas ahí, que puedes caerte.
Me di la vuelta un momento para coger unos bollos que estaban en el estante de arriba, y al girarme de nuevo vi a Wyatt intentando hacerse con una chuchería otra vez. Se lo impedí, y le miré seriamente.
- Pórtate bien.
Seguimos avanzando por los pasillos, y me paró una señora para pedirme que le bajara una frasquito que estaba muy alto. Wyatt, deseoso de ayudar, estuvo a punto de orbitarlo, pero una mirada mía bastó para disuadirle. Me estiré y cogí el frasco para la anciana mujer, y cuando me volví a centrar en Wyatt, le vi con una bolsa en la mano. Suspiré.
- Deja eso, Wyatt.
Mi niño me miró, sin abrir la bolsa, pero sin dejarla tampoco. Se estaba planteando si obedecerme. Me molestaba un poco tener que repetirle tantas veces las cosas. A veces parecía que si no me enfadaba con él no me hacía caso, así que me puse un poco más serio.
- Wyatt estás muy cerca de acabar sobre las rodillas de papá, con el culete como un tomate – advertí.
Wyatt dejó la bolsa en el carro y me miró con cara de perfecto niño arrepentido. Yo me acerqué a él, y le di un beso.
- Muy bien, cielo. La próxima vez hazme caso sin que te tenga que regañar.
Pensé que eso iba a ser todo, pero entonces Wyatt se puso a toquetear los frascos de los estantes. Tuve miedo de que rompiera alguno. Más que por tener que pagarlo o por dar la cara con el dependiente, me preocupé porque se pudiera hacer daño con algún cristal.
- Cielo, no toques eso.
Wyatt pataleó, y me miró con unos ojos que reflejaban todo el genio que podía sentir.
- ¡No me dejas hacer nada! – protestó. Me di cuenta de que los últimos quince minutos me los había pasado diciéndole "no" a todo, y no me gustó, pero no podía dejar que comiera algo antes de pagarlo. Ya no tanto por los mínimos inconvenientes que eso me pudiera causar, como por el hecho de que tenía que aprender a ser paciente, a obedecerme, y a pagar las cosas antes de usarlas. Iba a intentar explicárselo de forma que lo pudiera entender, cuando le vi coger un frasco y sostenerlo en alto, amenazando con tirarlo al suelo.
- Wyatt, deja eso.
Ni caso. Mi bebé me miraba con desafío.
- Wyatt, si lo tiras te castigaré.
Mi niño se alejó un poco de mí, pero no soltó el frasco. Antes bien, empezó a llorar, de esa forma falsa y exigente en la que lo hacía cuando tenía una pataleta.
- Quiero coger una chuche. – me dijo. Yo aluciné. ¿Mi niño, mi bebé, me estaba chantajeando? ¿Podía un niño tan pequeño hacer eso? Bueno, "ese" sí podía. Pero yo no lo iba a permitir.
- No, Wyatt. La cogerás luego, y si sigues así no sólo te quedarás sin chuche sino que además te daré unos azotes. Así que se bueno, deja eso, y dale la manita a papá.
Estiré la mano para dársela y él, sin dejar de llorar, bajó la mano donde tenía el frasco y avanzó hacia mí. Pero de pronto se le escurrió el bote, que cayó al suelo y se hizo añicos. Yo suspiré. Alguien iría a limpiarlo. Era un supermercado muy grande, con servicio de limpieza. Me acerqué a Wyatt y le cogí la mano.
- Vamos al baño – le dije, y eché a andar, tirando un poco de él y olvidándome del carro.
Conocía aquél lugar bastante bien, y por eso sabía que los baños estaban justo al otro lado de la tienda. Esperaba que mi enfado se fuera esfumando en el largo camino que nos quedaba por delante. De pronto me fijé en la actitud de mi niño. Caminaba a mi lado sin protestar, sin decir nada. Le estuve mirando durante un rato y al final me detuve, y me agaché para mirarle.
- ¿Sabes por qué vamos al baño? – le pregunté, sin poder contenerme más. Ese comportamiento dócil y tranquilo me daba mala espina, y quería asegurarme de que mi niño entendía la situación.
- Sí. Me vas a pegar. – me respondió, mirando al suelo.
Vale, lo entendía perfectamente. Yo estaba un poco sorprendido. Wyatt no lloraba, pese a que segundos antes amenazaba con hacer un berrinche de los de "agárrate y no te menees"*. Tampoco tiraba de mi mano para soltarse, y ni siquiera parecía enfadado.
- ¿No me vas a decir que no lo haga? – le dije, y le levanté la barbilla. No me gustaba que mirara al suelo. Indicaba inseguridad, y no quería que se acostumbrara a hacerlo.
- Dijiste que si tiraba eso me ibas a castigar – recordó mi niño, lo que me hizo pensar que me había escuchado perfectamente y simplemente había pasado de obedecer. – Y yo lo tiré. Así que me vas a castigar.
Un razonamiento que de simple pasaba por inteligente. No cabía duda de que mi niño era especial. Al fin y al cabo, nadie espera que el ser mágico más poderoso que haya existido jamás en la Tierra sea tonto. Mi niño era muy listo y comprendía muy bien las cosas. Eso sólo me exasperaba un poco más, porque a veces parecía olvidarse de ese saber entender. Me dije que, al fin y al cabo, era un niño pequeño. Era normal que se portara como uno. Bebé mágico o no, seguía siendo mi bebé.
- Pero papi, no es justo – añadió después, en voz muy muy baja. Yo le miré con interés.
- ¿Por qué no es justo? – pregunté.
- No lo tiré "a porpósito". Se me cayó.
- A propósito o no, Wyatt, te dije varias veces que lo dejaras, y no me hiciste caso.
- Dijiste que no me castigarías por un accidente.
Yo abrí un poco la boca, y luego me mordí el labio. Sí, eso le había dicho, hacía solamente una semana. Claro que eso no era lo mismo: ese accidente no hubiera ocurrido si Wyatt me hubiera obedecido. Pero a la vez sabía que mi hijo tenía razón. Era un abogado defensor bastante bueno, y había defendido muy bien su causa. ¿Con qué fuerzas iba a darle una azotaina por dejar caer un frasco sin quererlo? De acuerdo, era por más cosas, pero mi niño no lo iba a entender así. Mi niño lo iba a entender como que yo faltaba a mi palabra, y era injusto, y castigaba su torpeza. Suspiré. De todos modos, yo odiaba castigarle, y la perspectiva de hacerlo en uno de aquellos baños me parecía aún peor. Le di un único azote sobre el pantalón.
- No quiero volver a oír nada de coger una chuche – le dije – Te vas a quedar a mi lado y te vas a portar bien. Sin hacer más berrinches ni tocar nada.
- Sí, papá – respondió Wyatt, con un hilo de voz.
Deshicimos lo andando para recuperar el carrito, y Wyatt tenía esa carita triste de "papá me ha regañado". Noté que lloraba un poco, en silencio. No había llegado a darle una azotaina, pero a él parecía darle igual, porque parecía el bebé más miserable del planeta. Aguante exactamente cinco segundos. Luego le cogí en brazos, y le senté en el asiento para niños del carro, mirándome de frente. Le di un beso en la cabeza.
- Comprar es aburrido ¿verdad? – le dije, y mi niño asintió, aún con esa carita de pena. – Papá intentará tener más paciencia, pero tú no puedes enfadarte porque no te deje coger una chuche.
- Es que… sino…luego son todas para Chris – lloriqueó él, haciendo pucheritos.
- Eso no es así, bebé. Es su cumple, pero las chuches son para todos. En especial para ti, que eres su hermano.
- ¿De verdad? – preguntó Wyatt, con luz en los ojos.
- De verdad. ¿Cómo iba a dejar que mi bebé se quedara sin chuches, sobre todo después de haberme ayudado a comprarlas?
Wyatt sonrió, toda su tristeza olvidada. Yo saqué un pañuelo y le limpié un poco la carita. Terminamos de comprar, y yo me quedé pensativo mientras guardaba las cosas en las bolsas, después de pagar. Me alegraba mucho de no haberle castigado, porque sin que me diera cuenta Wyatt había hecho una cosa muy buena aquél día: se había aburrido, se había enfadado, y aun así no había usado sus poderes. Podía haber cogido esa gominola "por arte de magia" pero no lo había hecho. Eso me hacía pensar que habría pretendido más llamar mi atención que conseguir la chuchería. Era fácil sentirse desplazado cuando tienes cinco años y es el cumpleaños de tu hermano pequeño. Me ocuparía de que Wyatt disfrutara también de aquél día.
Cuando volvíamos a casa noté que Wyatt aún estaba un poco triste. No era la primera vez que me fijaba en que mi niño llevaba especialmente mal que yo me enfadara con él. Eso me enternecía mucho y hacía que regañarle fuera algo reamente difícil para mí. Como digo, un día de esos me lo comía enterito.
- Mmm. Creo que hemos comprado demasiadas cosas – comenté buscando iniciar una conversación, pero Wyatt no dijo nada, así que fui un poco más directo. - ¿Tú que dices, Wyatt?
Él se encogió de hombros. Tal vez ni siquiera hubiera escuchado a pregunta.
- Sí, definitivamente esto es demasiada comida. Yo creo que si faltase una bolsa de patatas no pasaría nada….
Wyatt empezó a prestar más atención. Yo sonreí, y saqué una bolsita, para dársela.
- Será nuestro secreto ¿eh? No le digas a mamá que te la he dado antes de comer. – le dije y le guiñé un ojo. Wyatt me sonrió, y me dio un abrazo. Si ya lo digo yo, ese chico era todo ternura.
Para cuando llegamos a casa de las patatas sólo quedaban unas miguitas pegadas a los dedos de mis hijos. Cuando Piper nos abrió la puerta Wyatt me miró, y soltó una risita. Yo rodé los ojos. No sé si me gustaba o me disgustaba que fuera tan malo ocultando secretos. Piper me miró con la ceja levantada, sabiendo que habíamos (en plural) hecho alguna trastada.
- No preguntes – la dije – Pero no te enfades con el niño si no tiene hambre.
Pero Wyatt lo tenía. Ese niño siempre tenía hambre. Yo me asombraba de que pudiera caber tanta comida en un estómago tan pequeñito. Sabía además que aquella tarde, en la fiesta, Wyatt se llenaría de porquerías como si no hubiera comido en una semana.
Mis pronósticos se cumplieron a la perfección. Wyatt estuvo más atento a la comida que a los invitados, que al fin y al cabo eran más pequeños que él. Fue difícil decir si Chris se lo pasó bien. A uno le gusta pensar que sí, pero era un niño muy sonriente, y era difícil saber cuándo estaba contento y cuando "muy" contento.
Vinieron también las hermanas de Piper, claro. Y vinieron cargadas de regalos, al igual que el resto de invitados. Le regalaron muchas cosas. Phoebe me dijo que el suyo se lo daría cuando estuviéramos a solas, lo que me hizo pensar que se trataba de algo mágico. Chris se encontró lleno de coches de juguete, libros infantiles, películas, balones de fútbol…Creo que mi niño iba a ser incapaz de recordar todo lo que le habían regalado. Y, para frustración de las carteras de alguno de los presentes, a lo que más caso prestó fue al papel de burbujas de uno de los envoltorios. Yo me reí al ver cómo parecía feliz explotando las burbujas pero me puse algo triste al darme cuenta de que no estaba jugando con los demás niños. Siendo realistas, mis hijos no tenían amigos. Tal vez nunca los tendrían. Era el precio a pagar, como un estigma por pertenecer a una familia con secretos. Por ser raros. Chris no había hecho nada de magia en todo el rato, y eso era un progreso. No serían los primeros niños en salir corriendo al ver algo raro, que luego sus padres no creían cuando se lo contaban.
En un determinado momento, uno de los niños invitados se interesó en el papel de burbujas y se lo quiso quitar a Chris.
- ¡No, es mío! – protestó mi bebé.
El otro niño siguió tirando, y se puso a llorar.
- Bueno, te lo doy un ratito – cedió Chris, y lo soltó. El corazón se me llenó de orgullo al ver que mi bebé sabía compartir. Me senté con él, y le cogí las manitas.
- ¿Te lo estás pasando bien?
- ¡Sí!
- ¿Qué es lo que más te gusta? Aquí hay muchos niños, y globos, y…
- ¡La tarta de mamá! – respondió Chris, sin ninguna duda. Yo me reí. Piper cocinaba muy bien. Por algo había sido chef.
- Pues creo que aún queda un trozo…
- Es para Wyatt – dijo Chris.
- Pero él ya ha tomado.
- Es para Wyatt – repitió, y me fijé en la forma en la que Chris miraba a su hermano. Como si fuera un ídolo. Con ojos llenos de admiración. Yo le di un beso, algo emocionado. Nunca imaginé una vida como esa. Después de morir, no parecía posible que fuera a ser padre. Y jamás pensé que pudiera tener dos hijos tan maravillosos.
Más tarde de lo que mi cansancio hubiera querido, la fiesta terminó. Chris estaba medio dormido, así que le subí al piso de arriba, a su cama, mientras Piper despedía a la gente. Le arropé hasta debajo de la barbilla.
- Ya sé lo que tengo que hacer para que estés tan cansado que quieras irte a la cama sin protestar. Haré una fiesta de cumpleaños todos los días – bromeé.
- ¡Sí! – aplaudió Chris, y luego bostezó. – Papi, "quero" cuento.
Yo sonreí, y empecé a sacar alguno de sus libritos infantiles, pero ninguno era de su agrado. Escuché los pasitos de mi otro bebé, que se unió a nosotros. Llevaba a Bobby debajo del brazo, y algo me decía que él también quería un cuento, a pesar de que todavía no se había ido a dormir.
- Estoy eligiendo un cuento para Chris – comenté en tono casual, como invitándole.
- Esos se los sabe de memoria. Puedes leerle uno de los míos. – me sugirió. Me pareció una excelente idea. Le revolví el pelo, y fui al cuarto de Wyatt a por uno de sus cuentos.
Tenía una mano en la estantería cuando le escuché. Algo estaba pasando en el piso de abajo. Tenía suficiente experiencia para saber que se trataba de un demonio. Phoebe, Paige y Piper estarían luchando con él. Orbité a la habitación de Chris, con mis hijos, pero ya era tarde. Un demonio había entrado en la habitación. Intentaba llegar hasta mis hijos, pero Wyatt había activado su escudo alrededor de ambos. Bendito escudo.
Mis niños tenían miedo. Lo veía en sus ojos. Me lancé a por aquél ser, dispuesto a alejarle de mis pequeños, pero entonces hizo algo con su mano, y me quedé inmóvil, como atrapado por mil cadenas. No me podía mover. Sentí tanta rabia…Tuve tanto miedo por mis hijos…Wyatt era muy poderoso, Chris tampoco era débil, pero eran sólo niños. Eran mis bebés.
Wyatt me miró muy asustado. No era la primera vez que nos atacaba un demonio, pero creo que era la primera vez que uno me inmovilizaba delante de él. Miró a su osito, que estaba en el suelo. Siempre abrazaba al peluche cuando algo le asustaba o entristecía. Pero aquella vez el osito estaba lejos . Observé impotente como mi niño intentaba orbitar a Bobby, pero no podía hacerlo mientras tuviera el escudo activado. Tuve miedo de que quitara el escudo para coger a su peluche, pero mi bebé era listo y no hizo tal cosa. En ese momento me sentí muy orgulloso de él.
No fui el único en reparar en el interés de Wyatt por coger a Bobby. El demonio se fijó en dónde miraba mi hijo, y cogió el peluche de forma violenta.
- ¿Lo quieres? – preguntó, taladrando a mi bebé con la mirada. Wyatt asintió. – Baja el escudo y te lo daré.
Wyatt se le quedó mirando, pero no lo hizo.
- Baja el escudo – repitió el ser con agresividad. - ¡Hazlo! – gritó.
- ¡No! – respondió Wyatt, frunciendo su ceñito. Nunca me he alegrado tanto de que mi niño fuera cabezota. Pero el demonio no pareció igual de contento, y perdió la paciencia. Hizo que el peluche se desintegrara delante de los ojos de mi bebé, que lo miró horrorizado y empezó a llorar de una forma muy sonora.
- Ahora baja el escudo o lo siguiente que explotaré será a tu padre – dijo el demonio, y como para demostrarlo, estiró su mano hacia mí.
Wyatt lloraba desconsolado y yo solo suplicaba al viento que no bajara el escudo. Era preferible que el demonio acabara conmigo a que lo hiciera con ellos. Además, no sé si mi hijo lo sabía, pero ese ser en realidad no podía matarme. Me haría estallar en cientos de órbitas que luego se volverían a recomponer. Era el mismo poder de Piper, y ella me había hecho estallar cientos de veces cuando empezábamos a conocernos.
La carita de Wyatt me hizo ver que no lo sabía. Me miró muy asustado, sin saber qué hacer. Yo solía ser el que le ayudaba en esas situaciones, el que le decía lo que debía hacer y lo que no. Estaba perdido. Sus ojos llenos de lágrimas me pedían ayuda. Intenté hablar, pero no podía. Intenté soltarme, pero los músculos no me respondían. El demonio agitó el brazo, como si fuera a cumplir su amenaza…y de pronto estalló en llamas. Vi cómo se incineraba ante mis ojos, y quedé libre de mi prisión invisible. El demonio había muerto.
Miré a Wyatt, que seguía llorando, pero algo en su expresión me hizo ver que había sido él. Mi niño de cinco años se había cargado a un demonio con el poder de su mente. Nota mental: no enfadar a Wyatt hasta ese extremo en la vida. Corrí hacia él y le abrace. Wyatt bajó el escudo para mí y se dejó abrazar. Yo le solté un momento únicamente para incluir a su hermano en el agarre. Chris también lloraba, y creo que yo lloré también. Le di un beso a Wyatt en la cabeza. Había salvado su vida, la de su hermano, y la mía.
- Bobby no está – lloriqueó mi bebé. Yo me volví a encender. Había que ser cruel para "asesinar" al juguete de un niño de esa forma.
- Ya, cariño. Shhh.
Evité decir aquello de "papá te comprará otro peluche" porque mi niño me respondería que él no quería otro. Que quería a Bobby. Le abracé con fuerza, y en seguida vino Piper. Había miedo en sus ojos. Yo sabía que acababa de librar una lucha peligrosa, y aun así se había asustado más por nuestros hijos. Se unió al abrazo y yo la conté lo que había pasado. Ella me describió su propia lucha.
- Nada más irse todos escuché un ruido. Pensé que quizá se había quedado algún invitado, pero entonces aparecieron. Eran cuatro. Paige dice que eran demonios de nivel alto, y lo cierto es que nos dieron algunos problemas. Con Phoebe en su estado, no queríamos exponerla a un ataque directo así que éramos prácticamente dos. Al ver que tú no venías sólo pude pensar que uno de ellos había subido aquí…con mis bebés…
- Shhh. Están bien. Ellos están bien. Ya pasó todo – la consolé, al ver que sus ojos se llenaban de lágrimas.
Ella asintió, y se serenó. Era fuerte. Cogió a Wyatt en brazos y le zarandeó suavemente.
- ¿Derrotaste tú sólo al demonio malo?
Wyatt, aún lloroso, asintió. Piper le dio un beso, y luego se acercó a Chris y le dio otro. Mi pobre bebé no había tenido un buen cumpleaños. Al menos esas criaturas habían tenido la "gentileza" de atacar después de que se fueran los invitados. Nos llevó un tiempo, después de lo que había pasado, pero hicimos que Chris se metiera en la cama y se durmiera. Hacer lo mismo con Wyatt fue más difícil. Aún estaba muy triste por lo de Bobby, y muy asustado por lo que había pasado. Él era más consciente que su hermanito del peligro que habían corrido. Además se mostró reacio a acercarse a mí pero enseguida supe por qué: había tenido un "accidente" y se había orinado encima. Le acaricié la cabeza con cariño.
- No pasa nada, cielo. Vamos a cambiarte ¿de acuerdo? Te pondremos otro pijama.
Estiré la mano para que la agarrara, pero Wyatt estaba reacio a salir de la habitación de Chris y dejarle sólo y parecía un poco en shock. Intenté sonar tranquilo y animado para él. Hacer como que todo estaba bien, ocultando mi miedo por no saber quiénes estaban tras mis hijos. – Tengo una idea. ¿Quieres una camiseta de papá, en vez de un pijama?
- ¡Leo! – protestó Piper, pero yo la ignoré, y Wyatt también, porque me miró con curiosidad y luego asintió. Le sonreí y fui a por una camiseta. Era tan larga para él que le hacía las veces de pijama, llegándole hasta más allá de las rodillas.
- Fíjate que mayor, si ya usa una camiseta de papá – bromeé, y así conseguí una pequeña sonrisita. Le llevamos a su cama y después Piper, Phoebe, Paige y yo fuimos a consultar el Libro de las Sombras, para buscar a los que nos habían atacado. Porque era posible que vinieran más. Siempre venían más, hasta completar el trabajo o morir en el intento.
Creímos encontrar a los responsables, por medio de un tatuaje que Paige creía haber visto en uno de ellos. Pertenecían a una secta demoníaca cuya razón de ser era raptar niños poderosos y criarlos como uno de los suyos. Yo no iba a dejar que eso pasara. Las hermanas tampoco. Se pusieron a trabajar en una poción para derrotarles, y en ese momento escuché unos pasitos que subían al desván. Wyatt entró de forma atolondrada y fue directamente hacia mí.
- No estabas en tu cuarto, papi.
- Enseguida bajo, bebé. Tú vuelve a la cama.
- Pero no quiero estar solito. ¿Puedo quedarme aquí?
Piper y yo intercambiamos una mirada de consulta. Wyatt había visto miles de veces cómo hacían una poción. Formaba parte de su vida desde bebé. Allí estaba seguro mientras estuviéramos todos nosotros y al día siguiente no había colegio, así que la hora de acostarse tampoco era un problema.
- Está bien, cariño, pero tienes que estarte en el sofá quietecito con papá, mientras mamá y las tías hacen la poción.
Me senté y me puse a mi bebé encima mientras las hermanas trabajaban. De vez en cuando las daba algún consejo, cuando surgía algún tema en el que podía ayudar. Pero al final, todo se fue quedando en silencio. Y yo, que estaba realmente cansado, me fui quedando dormido…
Desperté al sentir que el peso de mis piernas había desaparecido. Me asusté, pero Wyatt estaba frente a mí, cerca del caldero con la poción. Piper y las demás debían de haber salido un momento, y mi niño había aprovechado para acercarse. Estaba a punto de meter la mano…
- Wyatt, eso no se toca. Ven aquí. – le dije, y le atrapé entre mis brazos. – No se toca ¿me oyes? Puede hacerte daño.
Mi niño asintió, y se volvió a acomodar en mi regazo. Yo me relajé un poco, y le hice caricias en la espalda y en el pelo. Poco a poco, Wyatt se quedó dormido. Iba a bajarle a su cuarto, pero Piper me llamó en ese momento. Dejé a Wyatt tumbadito sobre el sofá, y fui a ver qué querían. Estaban en la cocina, reuniendo algunos ingredientes que necesitaban para terminar la poción y creando un plan de ataque. Querían ir directamente a por ellos, en el inframundo al día siguiente. Yo me opuse totalmente, y como de costumbre, fui totalmente ignorado. Esperaba, aunque en realidad sin muchas esperanzas, poder hacerlas cambiar de opinión en las próximas horas. Frustrado por ser un consejero cuyos consejos no eran escuchados, subí con mi bebé para llevarlo a su cama, pero me encontré con una desagradable sorpresa al ver que estaba de pie, junto al caldero de nuevo, con la mano metida. Por reflejo orbité el caldero lejos de él, antes de que tocara la pócima que contenía. Wyatt me miró y se dio cuenta de que le había pillado con las manos en la masa, o más bien, en la poción.
Se alejó de mí. Yo me acerqué, y él se alejó más. Luego orbitó a su cuarto y yo le seguí. Puso esa cara de "necesito a Bobby", que tan bien conocía, pero Bobby sólo era un montón de cenizas.
- Wyatt, no huyas de mí – le dije, y me senté en su cama. – Tienes que aprender algo muy importante, hijo. Cuando papá te dice algo tienes que obedecerle, como ésta mañana en el supermercado, o ahora con la poción.
- ¿Me vas a pegar? – preguntó, con un puchero. Me obligué a apartar la mirada, para no dejarme derretir.
- Sí – respondí con sinceridad – Te advertí que no podías tocar las pociones. Te regañé un poco cuando no me hiciste caso, así que ya sabías perfectamente que no lo podías hacer. Es muy peligroso, podías haberte quemado o haberte pasado algo, y yo me habría puesto muy triste. Ya estoy triste, en realidad, porque ahora te tengo que castigar, y no quiero. Pero voy a hacerlo.
Mi niño no dijo nada, pero de pronto orbitó, y se apareció en mis piernas, tumbado boca abajo sobre mis rodillas. El corazón se me subió a la garganta ante un gesto tan… dócil. Como si mi pequeño supiera que había hecho mal, y merecía un castigo. Sólo llevaba mi camiseta larga y yo se la levanté un poquito. Luego le bajé los calzoncillos. Y me sentí realmente mal, porque mi niño no decía nada. Se limitaba a estar muy quieto. Yo no sabía si era porque tenía miedo, o por qué, pero no me gustaba en absoluto. Le acaricié la espalda y por fin, Wyatt habló:
- Yo tampoco quiero que me castigues – me dijo, y no pude evitar sonreír un poco.
- Lo sé, cariño. Intenta recordarlo para la próxima vez y no hagas lo que sabes que no puedes hacer.
Levanté la mano, y le di la primera palmada.
SWAT
- No se mete la mano en las pociones.
SWAT
- Tampoco se tocan si no hay alguien mayor contigo.
SWAT
- Y no se hace algo que papá te ha prohibido.
SWAT SWAT SWAT
Me detuve y reparé en que Wyatt no estaba llorando. Eso aligeró un poco el enorme peso de mi corazón aunque yo sabía que al menos un poquito le había tenido que doler. Volví a acariciarle la espalda, y le bajé la camiseta. Luego le incorporé, y le subí la ropa interior. Le acaricié la mejilla y sostuve la mirada de sus ojitos tristes. De pronto, me abrazó con mucha fuerza.
- ¿Recuerdas lo que te ha dicho papá?
- No se tocan las pociones.
- Muy bien. – empecé, pero mi bebé no había terminado.
- No me marcho a llorar sólo después de un castigo. Papá me consuela y está conmigo hasta que me sienta mejor. – dijo, parafraseando mis palabras de hacía unos días. Yo me sorprendí porque lo recordara. Supe que mi niño tenía que haber estado pensando en eso. De alguna forma mis palabras le habían marcado, y yo me alegraba de que supiera que podía contar conmigo. Eran unas palabras que hacía bien en recordar.
- Sí, eso también lo dije, y es verdad. – le aseguré, y le di un beso. En realidad, seguía sin llorar, pero yo no iba a soltarle hasta que él quisiera hacerlo.
- Lo siento, papi – me susurró y agarró mi camisa con sus manitas.
- Lo sé, bebé. Tienes que hacer más caso a papá ¿vale, cariño? Sobre todo cuando hay magia de por medio. Ya que tienes tan buena memoria, te recordaré otra cosa que también te dije: quiero evitar que te pase nada malo, y que te hagas daño.
- ¿De verdad te habrías puesto triste si me hubiera quemado?
- ¿Cómo lo dudas? Me habría puesto muy, muy triste, corazón. Es por eso que te he castigado.
- Yo no quería ponerte triste – susurró él, y yo le di un beso. Mi cosita pequeña.
- Bueno, ya está. No te ha pasado nada, y tú vas a obedecer a papá para que no te pueda pasar ¿verdad? – pregunté, y esperé a que asintiera – Entonces todo bien. Me parece que es hora de que cierto niñito se meta en la cama. Ya ha habido suficiente magia por hoy.
Le metí entre las sábanas y le arropé bien, manitas incluidas. Le acaricié el rostro, bendiciendo a las estrellas por el precioso regalo que eran mis hijos.
- Papi – me dijo, mirándome con sus grandes ojos llenos de curiosidad.
- Dime.
- ¿Por qué soy tan fuerte?
La pregunta me pilló desprevenido.
- ¿Qué quieres decir?
- Mi magia. ¿Por qué es tan fuerte? ¿Por qué hago cosas como...
- …como derrotar demonios malos tú sólo? Porque eres un niño muy especial, mi amor. Eres mi hijo.
- Aparte de eso.
- No, cariño. Precisamente por eso. Eres hijo mío y de mamá, y has heredado un gran poder. Algún día, cuando seas mayor, lo entenderás.
Y entonces me lo explicará a mí, porque la verdad es que yo no lo entendía. No entendía que un niño tan pequeño tuviera una carga tan grande. Wyatt era en muchos sentidos, todopoderoso. Y eso implicaba también que muchos demonios iban a codiciarle. Sobre él recaía una gran responsabilidad, y yo cada vez estaba más convencido por la idea de Piper de que llevara una vida lo más normal posible. Una vida en la que los demonios no vinieran a estropear los cumpleaños.


3 comentarios:

  1. CASSY:aaaaaaaaaaaayyyyyyyyyyy no se a quien adoro mas si a Wyatt o a Chris????

    Creo que a quien adoro mas es a tí por escribir de ellos, "Inspiración" debe ser tu segundo nombre porque todas tus historias son una joya literaria, espero que nunca, nunca, nunca, nunca, pero nunccccccccccccaaaaaaaaa....dejes de escribir!!

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  2. DreamGirl, qué placer es leerte, la verdad que me encantas desde la primera palabra!!! Pero creo que tienes algo personal contra Wyatt, jejeje... nahhh mentira!!!!

    Está impresionantemente tierna ésta historia, me gusta muchísimo!!! Y como dijo anteriormente Cassy, tus escritos son simplemente una joya, que tan gentilmente nos regalas!!! =D
    Actualiza prontito, por favor!!!

    Camila

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