Dean siempre fue un buen soldado, salvo ésta vez que dejó a su hermano
durmiendo para ir a jugar un segundo, el problema fue que una espiga atacó a
Samy. Por suerte su padre lo salvó, pero él ya no sonreía. Sí, John fue duro en
sus palabras, pero nada como lo era el mismo Dean. Samy jugaba feliz y Dean sentado
en un rincón en su autocastigo. John no podía verlo sufrir… Tomó a su hijo de
la mano, le azotó bien fuerte el trasero, nada comparado con lo que
acostumbraba a hacer, pero sí lo suficiente para borrar la culpa y volver a sonreír.
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