Páginas Amigas

miércoles, 2 de octubre de 2013

Capítulo 5: La nota del almuerzo



Hay una cosa que siempre he llevado mal: el aburrimiento. Cuando era más pequeño me metía en líos únicamente cuando estaba aburrido y pensaba en algo “divertido” (y generalmente peligroso o destructivo) que hacer. En ese sentido creo que me parecía a Kurt.  A medida que fui creciendo, la compañía de tantos hermanos hizo que apenas tuviera tiempo de aburrirme, sobre todo cuando Aidan me encargaba que les entretuviera o cuidara de ellos. Pero, aquella primera noche en aquél hospital, el aburrimiento volvía a mí como un viejo conocido.
No tenía nada (pero literalmente NADA) que hacer. Pensé en lo distinto que sería todo de estar en casa. Cenaríamos todos juntos y luego Aidan subiría a acostar a los peques. Y yo me colaría en la habitación de Alice y Hannah, a leerles un cuento. Y luego se colaría Aidan, a hacer lo mismo, y al final las pequeñas se dormirían encantadas porque nos tenían a los dos a su merced.  En la habitación de Kurt y Dylan, los dos estarían dando saltos sobre la cama. Aidan fingiría enfadarse aunque nadie le creería, les metería en la cama esperando junto a ellos hasta que se durmieran, y yo observaría desde la puerta. Un  rato después nos mandaría a la cama a todos los demás, y todos empezarían a protestar, menos Cole, que se quedaba leyendo en la cama hasta que papá entraba a apagarnos la luz, y a darnos un beso.
En cambio allí mi única compañía era el ronquido de tipo de la habitación de al lado, y mi único beso de buenas noches era el suave tacto de la sábana.  Al final, Aidan no había ido a dormir conmigo.
Supuse que ser el mayor  me quitaba el derecho  de que  me mimara y me leyera un cuento a mí también, o al menos el equivalente acorde con mi edad.  Aunque fuera temprano, ya iba a quedarme dormido de puro aburrimiento cuando la puerta de mi habitación se abrió, vertiendo un poco de luz en mi oscura habitación, y en mi solitaria noche.

-         Alejandro´s POV –

Me esperaba muchas cosas de papá, pero no que fuera un capullo. Había dejado a Ted sólo en el hospital. Desde que nos fuimos después de comer con él, no le había visitado. Cinco. Cinco horas le había dejado sólo en aquella cárcel esterilizada. Tan sólo le había llamado un par de veces para dejar tranquila su conciencia. ¿Y él se llamaba padre? 

No hacía falta que me dijera que fuera a dormir con él, porque iba a hacerlo de todos modos. Si hubierais visto la cara de ilusión total de Ted cuando entré en su cuarto hubierais querido decirle cuatro cosas al estúpido de mi padre.

-         Ey – le saludé.
-         ¿Qué haces aquí? ¿Te has vuelto a escapar?
-         Qué va. El idiota quiere que duerma contigo. Es parte de mi castigo.
Aunque yo sabía que eso en verdad no era parte del castigo, pero bueno.
-         ¿El idiota? ¿Te refieres a papá?
-         ¿A quién sino?
Ted me miró como intentando sondearme.
-         Te ha zurrado ¿no? Te ha zurrado y estás enfadado con él.
-         Estoy enfadado con él porque te ha dejado aquí sólo. Es un irresponsable y un…
-         …un hombre soltero con demasiados hijos, que no puede multiplicarse. Estuvo conmigo durante la operación y te ha enviado a ti para que no esté sólo. No puede hacer más. Seguro que él tampoco lo está pasando demasiado bien.
-         ¡Me la suda! ¡Es un imbécil! ¡Tanto hablar sobre cuidar bien de los niños y él es el primero que abandona a sus hijos!
-         Basta, Alejandro. No voy a dejar que hables así de él. Y más te vale no decírselo a la cara, porque le destrozarías.  No me ha abandonado. Me ha llamado dos veces esta tarde y ha estado aquí por la mañana, y en la hora de comer.
-         Sólo porque venía a buscarme a mí.
-         Ahí lo tienes: tú te escapas, y él viene a buscarte. Eso no me suena a padre abandonador.
-         Sólo vino a por mí para darme una paliza.
-         Eso no te lo crees ni tú – me replicó, y vi que le estaba enfadando. Yo no quería discutir con él, así que le miré con cara de cachorro apaleado y exploté mi lado de hermano pequeño.
-         Fue muy duro – me quejé, y noté cómo se ablandaba. Me miró con un poco de preocupación.
-         ¿Te llevó a su cuarto? – me preguntó.
Negué con la cabeza.
-         Pero dio igual. Dolió mucho – le aseguré.
-         ¿Fue sin pantalón? – siguió preguntando, y yo no respondí. – Alejandroooo.
-         No – confesé, a regañadientes.
-         Entonces no creo que fuera muy duro. Más bien creo que fue demasiado blando porque yo te hubiera matado con mis propias manos sólo por saltar por la ventana.
-         ¡Que no salté, qué perra os ha dado con eso!
-         Fue una tontería. Y tienes suerte de que él se lo tomara tan bien. Seguramente se sentía culpable, pensando que te fuiste por su culpa.
-         Es que me fui por su culpa. Me habló y me miró de una forma que…
-         ¿Fue su culpa que tú la pifiaras? – me interrumpió – Porque según creo hoy nadie fue al colegio, y tú tenías un examen.
-         Él aún no sabe eso. No  ha caído en que tenía examen.
-         Eres el chico con más potra que conozco, así que no sé de qué te estás quejando. Faltaste a clase, hiciste que tus hermanos faltaran, te escapaste de casa, y saltaste por la ventana. Y puede que pasara algo más que yo no sepa.
-         Hannah y Kurt casi cortan el cable de la televisión, porque yo no estaba pendiente de ellos.
-         ¡Joder, Alejandro! ¿Y papá sólo te zurró por escaparte? ¿Es que no te das cuenta que a mí me habría matado?
-         ¿De verdad? – pregunté con curiosidad.
-         Aidan siempre es más exigente conmigo – me respondió. Tras pensarlo un momento llegué a la conclusión de que tal vez tuviera razón. – Y aun así a mí no me da por pensar por eso que está más orgulloso de ti que de mí – me recriminó, recordándome mi visita anterior. Me dio un poco de vergüenza por haberme mostrado tan vulnerable ante él.
-         Eso ya está superado – respondí, en voz baja.
-         Me alegro.
Nos quedamos en silencio durante un rato y fui yo quien lo rompí.
-         ¿Por qué crees que es más duro contigo?
-         No es que sea más duro. Es que tiene que poder estar seguro de que los niños están a salvo conmigo. No me exige más de lo que es necesario. Es lo que quería que entendieras. Tú tienes la suerte de no tener esa responsabilidad.
Me di cuenta de que Ted tenía razón en eso, que de hecho tenía razón en todo, pero me daba rabia reconocerlo.
-         Aun así sí que me matará cuando sepa lo del examen – repliqué, y Ted tuvo que darme la razón.
Me tumbé en el sofá de su habitación, que debía de estar diseñado para que la gente durmiera en él porque era muy cómodo, y a pesar de ser aún pronto le dejé dormir, porque debía de necesitarlo. Yo tampoco tardé demasiado en cerrar los ojos.

-         Aidan´s POV –

Para el momento en el que logré acostar a todos, yo mismo estaba reventado. Miré el reloj: eran las once de la noche. Alejandro tendría que llevar ya un par de horas en el hospital. ¿Qué cara habría puesto Ted, al verle entrar? Mi hijo mayor tendía un poco al melodrama, y seguro que se sentía sólo y abandonado hasta que vio llegar a su hermano, dispuesto a dormir con él.

Me había costado un poco que el hospital accediera a que Alejandro pasara la noche allí, al ser tanto Ted como él menores de edad. Tuve una acalorada discusión por teléfono con un encargado, y  al final, no sé cómo conseguí el permiso. Me aseguré de que Alejandro quisiera ir, porque no era capaz de obligarle si no quería, pero me resultó difícil saber lo que deseaba dado que no me dirigía la palabra.

Lo del melodrama debía de ser cosa de  familia, porque yo me sentí un cabronazo que abandonaba a su hijo. Yo tendría que haber estado con Ted todo el día, sin despegarme un segundo de su cama. Pero, ¿cómo hacía eso sin desatender a los demás? No tenía con quién dejarles. Mi lista de amigos se reducía a dos personas cuando se trataba de empaquetarles a  diez niños y uno de ellos estaba de viaje. Matt ya me había ayudado cuando Alejandro se escapó y había tenido que irse a ocuparse de su propia familia, así que él tampoco podía. Decidí que necesitaba con urgencia contratar a una cuidadora. El problema es que nunca me duraban demasiado, porque tanto niño les superaba.

Al principio me había parecido una buena idea hacer que Alejandro durmiera con Ted: en los hospitales se permite un acompañante para dormir con el paciente, y mi hijo agradecería la compañía. Alejandro me huía, así que le gustaría la idea de pasar la noche fuera de casa. Parecía un buen plan. Pero, ya en frío, mientras me ponía el pijama, no podía evitar pensar que había sido un error. Que tendría que haber estado con Alejandro aunque él no quisiera, y más después de los miedos que me había confesado, acerca de mi supuesta decepción hacia él. Tendría que haberme quedado a su lado, demostrándole que aunque le hubiera castigado seguía confiando en él.

¿Seguía confiando en él? Esa era una buena pregunta. Había descubierto que ese día se había saltado un examen. Era evidente que  había sido algo planeado, y se había quedado en casa con toda la intención de no hacer la prueba, o sino cuando estaba hablando con él antes del castigo me hubiera dicho algo así como “me perdí el examen de hoy”. Y tal vez yo no me habría enfadado. Pero ocultármelo así, al igual que había pretendido ocultarme que ninguno había ido a clase, era algo que me molestaba mucho.  Seguramente Alejandro no había estudiado para aquella prueba, y había usado el caos del día como la excusa perfecta para no tener que hacerla.

Independientemente de que yo confiara en él o no, era evidente que él no confiaba en mí. No confiaba en mí para decirme lo que había hecho mal, como en cambio sí hacía Kurt, ni confiaba en mí para tenerme por un hombre de palabra. Le había advertido que no quería ni un solo suspenso más, y que si no le veía estudiar iba a zurrarle, y no debía de haberme tomado en serio porque seguía sin abrir los libros. O tal vez me había tomado demasiado en serio, y por eso habría preferido saltarse el examen a suspenderlo. Con Alejandro todo era muy complicado. Mezclaba emociones verdaderas, como su miedo por no ser tan bueno como su hermano, con su caradura innata, como la que había demostrado al pasar del examen. Aún tenía que pensar bien lo que iba a hacer al respecto, pero no quería castigarle más aquél día, y por eso no le había dicho que le había descubierto.  Se me ocurrió entonces una idea, y fui un momento a mi escritorio a sacar papel  y  boli para escribir una nota, la de su almuerzo del día siguiente, que iba a mostrar un mensaje “especial”. Duro, creo, pero a la vez cariñoso. Porque había decidido que eso era lo que necesitaba Alejandro: que le pusiera en su lugar pero que le diera mucho, mucho cariño.

¡Y encima Alejandro no me hablaba! ¡Era YO el que tenía que estar enfadado con él! Aunque no creo que me ignorara por enfado. Simplemente, no quería mi compañía después de un castigo, y yo lo respetaba. Pero si supiera lo mucho que le quería no se mostraría tan frío conmigo.

A lo mejor  mi hijo necesitaba simplemente que le demostrara mi confianza, esa de la que no estaba muy seguro.  Puede que no confiara en él como estudiante, pero sí en él como hermano mayor, y empecé a maquinar algo para demostrárselo, al día siguiente. Definitivamente tenía un montón de planes para Alejandro, aunque intuía que por desgracia la mayoría no le iban a gustar.

¿Cómo podía Alejandro dudar de su importancia en aquella familia si yo estaba ahí pensando en él, en vez de en Ted, que era al que habían operado? Eso me llevó de nuevo a auto insultarme por no estar en el hospital con mi hijo. Y todo era un bucle, del que no podía salir, hasta que escuché unos pasitos que se deslizaron hasta mi habitación.

Kurt y Hannah aparecieron en mi puerta. Yo estaba sentado en mi cama, y ellos me miraron con una timidez adorable. Les brillaban los ojos cuando me miraron con una intensidad que me pilló por sorpresa.

-         Papá, aunque hayamos sido malos, ¿podemos dormir contigo? – preguntó Kurt.

Yo había estado muy preocupado toda la tarde, por Ted, porque aunque estuviera bien un padre no pude evitar preocuparse por su hijo cuando estaba en el hospital, y por eso a lo mejor no había estado tan atento como de costumbre con mis niños. Kurt y Hannah debieron de interpretarlo como que seguía enfadado por su aventura con las tijeras de aquél mediodía.

-         Claro  que sí, renacuajos. Siempre podéis dormir conmigo. – respondí, derretido como la mantequilla en la sartén. Abrí la cama y les arropé cuando se metieron en ella. Me hice un hueco a la derecha de Hannah y le acaricié el pelito, de un rubio oscuro precioso.
-         Sentimos haber sido malos – me dijo ella.
-         No habéis sido malos, preciosa. Sólo traviesos, pero hay travesuras y travesuras, y la de hoy no la podéis repetir. – dije, y la di un beso – Pero ya hemos hablado de eso y sé que me vais a hacer caso, así que no hay por qué pensar más en ello. Ahora a descansar, que mañana hay que ir al cole, y si os portáis bien, iremos a visitar a Ted.
-         Papi, ¿Ted está muy malito?  - preguntó Kurt.
-         No, cariño. Ya no, porque los médicos le han curado. Pero tiene que descansar, para ponerse bueno del todo.
-         No me gusta que esté en el hospital.
-         Ni a mí tampoco. – respondí.
-         Tiene que sentirse muy solito – dijo Hannah.
-         Le haré un dibujo – sugirió Kurt.
-         Le encantará – sonreí, y le apreté contra mí. Creo que me gustaba más a mí dormir con ellos que a ellos dormir conmigo.  Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, no tuve pesadillas con armarios que se hacían más, y más pequeños, y no me faltó el aire al despertar.
Mis hijos eran mi talismán para los malos recuerdos.

-         Alejandro´s POV –
Mi idea había sido llegar a casa, ducharme, cambiarme, e ir a clase sin cruzarme con papá a poder ser, pero aquello era demasiado pedir. Cuando llegué a casa después de pasar la noche en el hospital, el baño estaba ocupado. Como no estaba Ted para poner orden, y Aidan estaba sobrepasado, los turnos habían muerto y allí nadie los respetaba. El desayuno estaba a medio hacer, y en definitiva, cuando entré en casa y  observé a mi familia “desde fuera”, sin estar dentro del caos por una vez, me di cuenta de que teníamos un grave problema de organización.
Ya que no podía usar el baño, me puse a preparar los almuerzos, recordando lo de que había dicho Ted de “hacer que funcione”. Si él podía hacerlo, yo podía hacerlo. Como un trabajador en cadena, fui montando sándwiches y estaba a punto de terminar cuando vino Aidan.
-         ¡Alejandro! ¿Cuándo has vuelto?
-         Hace un rato. Abrí con las llaves, en vez de llamar, y tú parecías muy ocupado así que…
-         ¿Así que pasaste de saludar? – me reprochó. – Ven aquí.
Yo suspiré. El caso es que siempre hacía algo mal y me la cargaba. Pero cuando me acerqué a él, me abrazó con mucho cariño.
-         Gracias por preparar el almuerzo. – me dijo, y luego me soltó. – Y buenos días.
 Me miró con una sonrisa, y por primera vez experimenté lo que tanto anhelaba. La sensación de que mi padre estaba orgulloso de mí, y yo me lo merecía.
-         Buenos días. – respondí, sin poder evitar sonreír de vuelta.
-         ¿Qué tal has dormido? ¿Cómo está tu hermano? ¿Ha pasado buena noche?
-         Ted ha dormido mejor que yo y está estupendamente. ¿Vas a ir a verle?
-         Quiero pasar la mañana con él. He pensado que después de clase tú y tus hermanos podrías venir al hospital. Sólo si te atreves a llevar a todos a la vez…
-         ¿En serio?
No lo pude evitar: me sentí pletórico. Era la oportunidad que esperaba. Papá confiaba en mí, y me estaba pidiendo que recogiera a mis hermanos del colegio.
-         Es una petición, no una orden, así que si no quieres…
-         Claro que quiero. Ahí estaremos, papá – le dije, y salí corriendo, lleno de energía y deseoso de contárselo a los demás.
-         …¡esta tarde quiero hablar contigo! – le oí gritar, pero yo ya había subido las escaleras. De no haber estado tan contento, tal vez hubiera percibido el peligro que esa frase entrañaba para mí.



-         Ted´s POV –
No dormir sólo fue genial. Entendía que Aidan no hubiera querido dejar a Alejandro con los peques, sobre todo teniendo en cuenta el humor del que vino mi hermano aquella noche, aunque luego pareció entender que el único con motivos para estar enfadado era papá. Así que su solución me pareció perfecta.
Lo que ya no fue tan genial fue el momento de despertarme. Alejandro madrugó para pasar por casa e ir a clase, ya que sabía que no colaría por segundo día consecutivo. Y yo me quedé a solas con las enfermeras, que no me dejaban en paz, venga a entrar y salir de mi habitación. Intenté ir al baño, pero la cicatriz me dolía horrores. Me negaba a pedir ayuda a una de aquellas desconocidas, así que decidí aguantarme hasta que viniera Aidan.
Por suerte, Aidan vino nada más dejar a todos en el colegio. Supe que su mañana no había sido fácil porque tenía aspecto de estar muy cansado, y recién empezaba el día. Es el efecto que causan nueve torbellinos de energías inagotables. Yo no había estado para ayudarle, y Aidan tenía que hacer sus tareas y las mías. Le acompañaba en el sentimiento.
Le puse ojitos para que me comprara algo de chocolate en la máquina que había en el pasillo, y accedió. Yo me lo comí, encontrándolo mucho mejor que el zumo sin azúcar y las galletas para diabéticos (no lo eran, pero por el sabor lo parecían) que me habían servido en el desayuno. Pero, a la media hora, empecé a devolver.
-         Pero hombre ¿has comido chocolate? – preguntó una de las enfermeras, viendo el envoltorio en la mesilla - ¿No te hemos dicho que por unos días debías tener cuidado con lo que comías?
-         ¡Pero es que lo que me dan aquí no se puede llamar comida! ¡Prefiero devolver que morir de asco!
La enfermera rodó los ojos, y se llevó la palangana en la que había vomitado, mirando reprobatoriamente a Aidan por haber dejado que comiera chocolate. Aidan me miró mucho peor cuando la enfermera se marchó. Me miro de una forma que hacía que me alegrara mucho de estar tumbado en la camilla, donde mi trasero no estaba al alcance de su mano. Tragué saliva.
-         ¿Sabías que no debías comer chocolate y me hiciste comprarlo? – preguntó, y no esperó respuesta porque era obvio – Tienes suerte de estar enfermo o ahora mismo estarías recibiendo una zurra por irresponsable con tu propia salud.
-         Si no estuviera enfermo no me habría sentado mal, así que no tendrías motivos para castigarme – contraataqué.

Aidan sonrió, contra su voluntad, pero en un milisegundo se puso serio de nuevo.

-         No es un juego. Se trata de tu salud.
-         No ha pasado nada…
-         Has devuelto. Se te podían haber abierto los puntos.
-         Pues me los vuelven a cerrar, ya ves tú que cosa.
-         Theodore, no tientes tu suerte.
-         Es que tú no has probado la comida que hacen aquí. Eso sabe fatal.
-         Ah, sí, gracias por recordármelo. No ha estado bien lo que le has dicho a la enfermera. Cuando venga de nuevo quiero que te disculpes.
-         Pero…
-         Sin peros, Theodore.
-         De verdad, papá, desde que has venido no has hecho otra cosa que darme el coñazo.
-         Es mi trabajo. Y el tuyo el de hablar apropiadamente.
Le miré mal, pero en el fondo aquello se sentía como estar en casa. De hecho, se sentía como cuando era más pequeño, y Aidan era más pesado y estaba todo el rato diciéndome lo que tenía que hacer. La  enfermera vino con un vaso que tenía un líquido verde, y yo pedí disculpas por haber protestado por la comida. Ella sonrió y dijo que todos lo hacían y yo me fijé en que era muy bonita. Pero tendría unos diez años más que yo, y esos podían llegar a ser demasiados. Lástima.
Papá me distrajo de mis pensamientos hormonados al coger el vaso con el medicamento e inclinarlo para que lo bebiera.
-         Sabes que no soy un bebé, y que puedo beberlo sólo ¿verdad?
-         Y tú sabes que soy tu padre y voy a cuidarte por más que protestes ¿verdad?
-         Y luego Alejandro te acusa de abandonador…¡ojalá me abandonaras un poquito ahora! – dije, de broma, porque hasta cierto punto me gustaba la sobreprotección. Aidan era sobreprotector, pero conmigo solía comedirse bastante.
A las doce tuvo que irse un momento a la editorial, a firmar unos papeles de una novela que le  iban a publicar en unos días, pero en una hora estaba de vuelta, y me traía un libro, el portátil, y mi mp4.
-         ¿Cómo te encuentras? – me preguntó.
-         Bien.
-         ¿Bien “bien” o bien “puedo soportarlo”?
-         No me duele nada. La cicatriz me molesta un poco, pero si no me muevo estoy bien. ¿Por qué?
-         Había pensado en traer a tus hermanos esta tarde.
-         ¡Sí! – dije de inmediato. Quería ver a los peques. Me moría de ganas, como si hiciera semanas que no les veía, en vez de sólo un día.
-         Está bien. Entonces más te vale que te comas todo lo que te traiga la enfermera.
-         Papá…que no soy un niño…
-         En tu carnet de identidad no pone lo mismo.
-         Diecisiete años. NO soy un niño.
-         Oh, ¿eres un hombre adulto, entonces?
-         ¿Qué tienes contra la palabra adolescente? – pregunté, indicando que había un término medio.
-         Ted, tú nunca has sido un adolescente.- me dijo, y creo que era una especie de halago, como si me estuviera llamando maduro, o algo así. Le sonreí, y en ese momento vino la enfermera con una bandeja de comida. Ya me había aprendido el nombre de alguna de ellas, así que decidí que era el momento de sobreexplotar que era “el niño” de la planta. Puse una cara que había aprendido de Kurt, y la miré con mis ojos  oscuros y manipuladores.
-         Martha, mi padre quiere que me coma todo pero aún no tengo mucho hambre porque me siento hinchado y adolorido. ¿A que tú lo entiendes? ¿A qué no pasa nada si me como sólo un plato?
-         Claro que no, cariño – dijo la mujer, con una sonrisa compasiva, y miró mal a papá. Se fue chasqueando la lengua y murmurando cosas sobre padres descerebrados.
La mirada de Aidan cuando estuvimos a solas me hizo creer que tal vez estaba estirando demasiado mi suerte.
-         No estás ni hinchado ni adolorido – me dijo.
-         Y voy a seguir así ¿verdad? – pregunté, con una intención oculta en la pregunta que a papá no le pasó desapercibida.
-         Tú sabrás.  – respondió, pero sonrió, lo que me hizo ver que en verdad no estaba enfadado. Yo sonreí de vuelta y Aidan rodó los ojos. – Un crío, eso es lo que eres.  Y, aunque ha sido un buen intento, yo no soy la enfermera. Así que ya te lo estás comiendo todo, o les prohíbo a tus hermanos que vengan a verte.
-         ¡No serás capaz! – me horroricé.
-         No, no lo soy. Pero no te aproveches de eso y come, anda, que tienes que ponerte fuete.
Me incorporé un poco para acercarme la bandeja y cogí la cuchara. Puré y filete de ternera. Bueno, podía ser peor, aunque cuando probé el puré me costó imaginarlo.
-         Tendrás que ir a casa ¿no? – le pregunté a Aidan. Los enanos llegarían en una hora, o así. Había estado bien tener a papá para mí toda la mañana, pero mi suerte se estaba acabando.
-         No – respondió Aidan, y sonrió.
-         ¿Cómo que no? ¿Y los enanos? – pregunté, pero no obtuve respuesta.

-         Aidan´s POV –
Le había dicho a Alejandro que después del colegio trajera a todos al hospital. Era una forma de dar una sorpresa a Ted, y de demostrarle a Alejandro que confiaba en él, para recoger a todos sus hermanos e ir con ellos al hospital. No podía negar que estaba un poco intranquilo por la idea, pero yo era de los que, una vez tomaba una decisión, no se echaban atrás.  Además ya le había dicho a Ted que no me iría, así que de nada valía arrepentirse. Alejandro cuidaría de ellos. No pasaría nada. No tenía por qué pasar ¿verdad?
“Ay, madre.”
Por suerte, Ted no me daba mucho espacio para pensar en ellos y ponerme nervioso. Tenía el día “infantil”, y yo tenía que estar encima de él para que comiera. Creo que en realidad disfrutaba de eso, y que una parte de él lo hacía a propósito.
-         Vamos, Ted, que se enfría…
-         Es que no me gusta…
-         …Es que no me importa – respondí, imitando su tono quejumbroso, y Ted me sacó la lengua.
-         Eres malvado. Deberías compadecerte de mí y comprarme algo rico.
-         Sí ya, para que lo vomites, como el chocolate.
-         ¿Ves como eres malo? Me he recuerdas que he devuelto justo cuando tengo que comerme este puré que parece vómito.
-         Ted, no te pases. No puede estar tan malo.
-         ¿Lo quieres probar? – me retó, y aunque fuera por curiosidad, lo hice. Vale, estaba malo. Tan malo que yo no me lo comería, pero el paciente no era yo.
-         Aunque no sea el mayor manjar del mundo, tienes que comer. Y sabes que vas a comértelo igual, así que no sé por qué te esfuerzas tanto.
-         Porque es divertido ver hasta dónde puedo pincharte – me respondió, con una de sus sonrisas contagiosas. – Es divertido ser como Alejandro por un rato.
-         Querrás decir como Kurt.
-         No, he dicho bien. Alejandro puede ser más niño que Kurt, si se lo propone.
-         Pues le pediré a Kurt que te explique lo que le pasa a los niños que hacen berrinches con la comida, porque parece que tú ya lo has olvidado.
Ted puso un puchero sobreactuado, y los dos nos reímos.

Estuvimos viendo la tele por una hora y quién sabe por qué a mí me dio por pensar que la última vez que había pasado tanto tiempo a solas con Ted era cuando él tenía cuatro años. Llevaba toda la mañana con él, y creo que ambos disfrutábamos de la compañía de otro.  A mí me gustaba particularmente tener la oportunidad de cuidar de él…. A veces me daba la sensación de que Ted no me veía como un padre. Aunque solía decirme “papá”, era el que más a menudo me llamaba Aidan, y en casa muchas veces éramos él y yo intentando controlar al resto, por lo que casi parecíamos socios. A pesar de eso, Ted me respetaba y me obedecía, pero no es eso lo único que quería de él. Quería que sintiera que si le pasaba algo, “papá” estaría ahí para arreglarlo. Quería que de vez en cuanto se permitiera ser “pequeño”, y por eso disfruté mucho de su infantilismo intencionado.

Pero nuestro flashback a su infancia se terminó cuando un bullicio en el pasillo precedió la entrada de Alejandro con todos los demás.

-         Alejandros´s POV -
Pasé cada minuto de cada clase pensando en que tenía que ir a por mis hermanos, y recorrer con ellos veinte minutos de camino a pie. Iba a llevar a Alice y a Kurt de la mano, le pediría a Zach que agarrara a Hannah y a los demás que no se separaban de mí. No iba a cometer ni un solo error.
“Vamos, Alejandro. Pareces un crío idiota, no es para que estés tan ilusionado” me dije. Pero sí que estaba ilusionado. Tal y como Ted había dicho, durante unos días él iba a estar en el banquillo, y yo pensaba ocupar su lugar siendo un digno sucesor. Iba a parecerme a él lo máximo posible.
Con lo que no había contado era con que me iban a repetir el examen. A esas alturas, todos se habían enterado de que a mi hermano le habían operado, y nadie me dijo nada por faltar, entendiendo la situación. Pero por eso mismo el profesor se ofreció (sin darme en realidad opción a decir que no) a repetirme el examen al que había faltado. Y yo no tenía ni idea, así que resolví sólo un ejercicio que me sonaba de clase. Con eso me daba para un dos, como mucho.
Mi optimismo murió con aquél examen. Jamás sería como Ted. Él sacaba buenas notas, o al menos, mejores que las mías. Pasé el resto del día algo deprimido. Apenas probé los bocadillos de mi almuerzo, ni leí la nota que papá había dejado para mí, como hacía siempre. A la salida, me abordaron Fred y Mike, amigos de Ted, y me preguntaron por él. Les dije que justo iba a recoger a mis  hermanos para ir a verle al hospital.
-         ¿Podemos ir con vosotros? – preguntó Mike.
-         ¿A ver a Ted? – dije yo, aunque era obvio. Luego me encogí de hombros, incapaz de mostrar alegría, porque había jodido la magnífica oportunidad que me había dado mi padre. Porque después de aquél fiasco de examen nunca más volvería a estar orgulloso de mí.  – Se alegrará de veros. – musité, solamente.
Con la ayuda de Fred y Mike el camino hacia el hospital sólo fue un paseo, a pesar de llevar a nueve niños conmigo. Observé con discreción a los dos chicos. Físicamente no podían ser más distintos a Ted (rubios, de piel clara…) pero en cuestión de personalidad se parecían mucho. Envidiaba un poco a Ted por tener amigos tan buenos. Los míos no me irían a ver al hospital, estaba bastante seguro.
Cuando llegamos al hospital Ted parecía gratamente sorprendido. Alice se soltó de mi mano y corrió hasta él. Hubiera saltado sobre la cama de Ted si papá no se lo hubiera impedido.
-         Alto, princesita, Ted aún está malito, así que tienes que tener cuidado ¿vale? Fred, Mike, muchas gracias por venir.
Mike sonrió. Era el que más confianza tenía con la familia, porque era amigo de Ted desde muy niños.
-         Apendicitis, claro. Yo creo que sólo es una excusa para estar en la cama y que te vengan a ver – se burló, mientras chocaba la mano con Ted a modo de saludo.
-         Me pillaste – dijo Ted, y se rió. Luego se llevó la mano al costado, como si le doliera, y nos quedamos sin saber si era por la risa o el choque de manos.
-         ¿Qué tal el cole, chicos? – preguntó papá, y los enanos empezaron a hablar todos al mismo tiempo.  De alguna forma papá logró enterarse de lo que le contaban y sonrió.
Yo observé cómo les cogía en brazos, les abrazaba, les revolvía el pelo, y sentí que ese hombre afable era mi padre. Que en sus gestos se veía lo mucho que quería a mis hermanos (y supongo que también a mí) y que por eso debía ser sincero con él.  Fue uno de estos momentos en los que piensas que lo único que te queda es la sinceridad.
-         Papá, ¿puedo hablar contigo un momento?
Papá me miró a los ojos, y pareció entender la urgencia de mi petición.
-         Claro – respondió, y salimos al pasillo, dejando a Fred, Mike, y a toda la tropa volviendo medio loco a Ted.
Una vez fuera yo no sabía cómo empezar. Creo que papá se había dado cuenta de que yo no había hablado de mi día, e intuía más o menos que no iba a darle buenas noticias, pero debo reconocer que no dijo nada. Simplemente me dio mi tiempo, hasta que yo encontré las palabras.
-         Sabes que ayer no fui a clase.
-         Sí – respondió, al ver que yo no continuaba, y animándome a seguir.
-         Es cierto que en parte fue por verme sobrepasado por la idea de llevar a todos a clase, porque se nos hizo muy tarde, pero ya has visto que hoy he vuelto con ellos.
-         ¿Fue por pereza, entonces?
-         Tal vez… Pero hubo algo más. No es…no es que te mintiera en todo. Fui mayoritariamente sincero. De verdad sentía cierta inseguridad de no ser tan bueno como Ted, pero es probable que cualquier otro día lo hubiera intentado, aunque fuera un total desastre. Pero…ayer ni lo intenté porque…tenía un examen de mates.
-         Lo sé – dijo papá, tras unos segundos de silencio y creo que mi boca se abrió hasta tocar el suelo.
-         ¿Lo sabes?
-         Sí. Lo vi en el calendario.
-         Ah. – musité, sin saber qué decir. No me esperaba para nada que él ya lo supiera. ¿Por qué no me había matado entonces? Pareció adivinar lo que me estaba preguntando.
-         Ayer ya fue un día pésimo por sí sólo. Estaba esperando hasta estar seguro de no estrangularte.
Glup.
-         ¿Y ahora me vas a estrangular?
-         No – respondió papá, y lo cierto es que no parecía enfadado. - ¿Por qué me lo estás contando?
-         Pues… verás…. Es que hoy me repitieron el examen y yo ni me lo había mirado, así que…
-         Así que ha sido catastrófico – terminó él por mí.
Yo quería decir algo así como “hombre, tanto como eso no”, pero lo cierto es que iba a sacar un cero o un dos sobre diez, así que sí, había sido catastrófico.  Asentí, y agaché la cabeza.
-         ¿Qué nota vas a sacar?
-         ¿Qué?
-         Que qué nota crees que vas a sacar.
Mierda. No esperaba aquella pregunta. La nota más baja que había llevado a casa era un tres, y su reacción no fue buena.  ¿Qué haría al enterarse de que ahora me iba a ir peor?
-         Alejandro, estoy esperando.
Me parece que estaba pendiente de tomar una decisión, y dependiendo de mi respuesta elegiría una cosa u otra. Yo asumí que mi trasero estaba condenado, y decidí tirarme a la piscina con una bola de plomo atada en los pies.
-         Un dos… o un cero.
-         ¿¡Un cero!? – casi gritó. Creo que no se esperaba algo tan malo.
-         S-sí. Sé que… sé que es una nota muy baja, pero…
-         ¿Muy baja? Alejandro, si sacas un cero será la nota más baja posible. Querrá decir que prácticamente dejaste el examen en blanco, que no estudiaste nada, que ni abriste el libro, que no prestaste atención en clase….¡que no hiciste ni el huevo!
Ese tipo de expresiones no le pegaban a Aidan. Lo peor es que tenía razón, y en ese momento ni siquiera se me ocurrían excusas que ponerle, tal vez porque no quería poner excusas, y me proponía enfrentar aquello “como un hombre”.
Del “Alejandro hombre” iba a quedar bastante poco cuando Aidan terminara de hablar…
-         Obviemos que ayer te callaste como un cobarde tus verdaderos motivos para fumarte las clases, porque ahora has tenido la valentía que ayer te faltó para decírmelo. ¿Qué te dije que pasaría si volvías a suspender, aunque sólo fuera un examen? – me  preguntó, y ante mis reticencias a responder, insistió - ¿Qué te dije?
-         Que me darías un castigo que no iba a olvidar ni a los cuarenta. – susurré.
Así, con esas palabras lo dijo, el muy salvaje.
-         Eso no me deja muchas opciones sobre qué hacer ahora ¿verdad? Estabas avisado. – me dijo, y tal como lo dijo casi parecía que yo le estaba obligando a castigarme.
-         ¿Qué vas a hacer? – pregunté, a pesar de que era obvio. Iba a batir el record de quién recibe más castigos en un mes, y eso que el último record también lo tenía yo (en realidad Kurt me ganaba, pero yo no comparaba mis grandes cagadas con sus travesuras de niño). Lo único que quería saber era si iba a ser en ese mismo momento, o iba a tener la gentileza de dejarme estar en el hospital con el resto un rato más. Pero me sorprendió cuando vi que tardaba en responder.
-         ¿Sabes? Cuando  haces algo pequeño y te dejo sin salir, sin paga o sin televisión, se supone que es porque eso tiene que hacerte reflexionar sobre lo que ha hecho que te quedes sin ese privilegio. Cuando te doy unos azotes busco eso mismo, pero con mayor urgencia, y busco también darte un buen motivo para que no lo repitas. Sé que lo segundo te impacta más, pero en realidad puedo ser mucho más duro con lo primero. E hijo, la verdad es que ya no sé qué hacer para que empieces a estudiar, y ya que estamos, para que dejes de mentirme, aunque sea a base de ocultarme cosas y no con mentiras directas. Nunca he querido ser cruel con vosotros y espero que no lo veas así, pero ya que tú no cumples con lo que se espera de ti, los demás no cumpliremos contigo. Quiero enseñarte el valor del trabajo, así que durante una semana no lavaré tu ropa, no la plancharé, no te coseré lo que se rompa, no te haré la comida y no fregaré el plato que utilices. Si quieres algo de todo eso, tendrás que hacerlo tú. No quiero que pienses que lo hago por estar enfadado contigo, o porque te quiera menos, porque no es el caso. Quiero que aprendas a entender la importancia de cumplir con las obligaciones. Eso puedes verlo como un castigo, pero es más bien una lección que quiero enseñarte, para el futuro. Sin embargo las acciones tienen consecuencias, y las tuyas van a tenerlas. Quiero  que entres a despedirte y luego vayas a casa, y cuando llegues allí tendremos una conversación de las que te impactan. Lo siento, hijo, pero sí, voy a pegarte. No quiero que se convierta en una costumbre y odiaría tener que hacerlo todos los días, pero lo haré cuando crea que te lo mereces. Y ésta vez, te lo mereces. Hasta que levantes esa nota no podrás salir, y eso incluye las salidas familiares de los sábados, y todos los días te preguntaré un tema de los que te entraban en el examen. Si no te lo sabes te mandaré tareas extras en la casa, como limpiar los baños o pasar la aspiradora y empezaré a quitarte otros privilegios como el ordenador, el teléfono o la televisión. Y Alejandro, por favor, por favor no veas esto como una amenaza, pero si suspendes en la evaluación seré mucho más duro contigo.
Mientras mi padre hablaba no pude  decir nada. Lo que estaba escuchando me dejaba sin respiración. Su tono de voz, cansado a la vez que firme,  me dejaba sin respiración. Había pensado que mi castigo iba a ser lo de siempre. Lo de estar sin salir me lo podía esperar, y la zurra la daba por supuesta. Pero había más, mucho más.
En aquél  momento, sólo podía pensar en que mi padre iba a dejar de hacer cosas por mí. Iba a estar sólo, por una semana, haciendo mi propia comida y lavando mi propia ropa. No era por el trabajo en sí, sino por lo que simbolizaba. Estaba tan harto de mí que no se iba a ocupar más de atenderme.   Creo que él sabía que me iba a doler, y por eso lo hacía. Tenía razón, podía ser más duro con esa clase de castigos que simplemente al pegarme, pero sí que había sido cruel.  Los ojos se me llenaron de lágrimas de pura  rabia, pero me esforcé por no derramarlas.
Como si quisiera burlarse de mí, papá me abrazó.
-         No llores – me dijo. – No lo he hecho para que llores. No quiero que pienses que como he sido tan duro contigo hubieras hecho mejor en no decírmelo. Estoy muy orgulloso de ti por hacerlo y por eso tu castigo no incluye el cumpleaños de John ¿de acuerdo? Para ir a su cumpleaños sí podrás salir. Tómalo como tu recompensa por ser sincero.
John era uno de mis amigos, y cumplía años en un par de semanas. Iba a hacer un macrofiestón como el de todos los años, y papá nunca me dejaba ir porque duraba toda la noche y sospechaba que había alcohol. Aquél año ni se lo había pedido, pero él sólo se había acordado y me estaba dando permiso. Pero en ese momento no le podía estar agradecido. Me había hundido moralmente al decirme que no sabía lo que era esforzarme, iba a pegarme, e iba a estar castigado hasta que levantara la nota. Todo lo que podía pensar es que papá se había pasado mucho. Claro que yo al ritmo que iba podía repetir el curso, y él se había propuesto impedir eso a toda costa.
Decidí disfrutar de su abrazo ya que me lo estaba dando, pero me sentía muy mal y creo que él se dio cuenta.
-         Hay otra cosa que te quiero decir y es que hoy lo has hecho muy muy bien. Has traído a tus hermanos y aunque puede parecer algo sencillo, es todo un logro cuando son tantos. Pasear por la calle con nuestro pequeño ejército asusta un poco y tú lo hiciste sin problemas. Ahora estoy seguro de que puedo dejarte con ellos cuando venga a ver a Ted. Y por eso sé que, cuando te lo propones, puedes poner tu empeño y tu esfuerzo en algo.
En ese punto gimoteé un poco.
-         ¿Pero por qué me darás de lado?
-         No voy a darte de lado. Necesitas aprender algo de responsabilidad y es mi deber lograr que lo hagas. Sé que es algo que nunca vas a olvidar, y es precisamente lo que te dije que pasaría si volvías a suspender.
-         ¿Y por qué tienes que ser tan fiel a tu palabra? – protesté con una risa llorosa. Para impedir que me pusiera a llorar, papá me dio un beso.
-         Vamos, ve a despedirte de tu hermano. – me dijo, y yo me separé de él, para entrar de nuevo al cuarto de Ted. – Y Alejandro…sé que no has leído la nota del almuerzo de hoy…así que hazlo, por favor.
Le miré con extrañeza, pero no dije nada. ¿Cómo sabía que no lo había leído? La tenía en el bolsillo, así que cuando entré en la habitación la saqué, y la leí mientras los pequeños seguían revolucionando y armando bulla.


Alejandro:

Cuando tengas un trabajo tu obligación será hacerlo lo mejor posible para conseguir dinero con el que mantenerte a ti, y a tu familia. Ahora que estás estudiando tu obligación es hacerlo lo mejor posible para poder desempeñar con éxito ese trabajo.

No lo haces lo mejor posible. Dejas todo para el último momento, y suspendes examen tras examen, pero lo de saltarte uno es nuevo. ¿Piensas que me enfadaré porque no me lo has dicho, y yo pago tu colegio? No, hijo. Me enfadaré porque te estás perjudicando a ti mismo y a tu futuro.

Sé que sólo necesitas un empujoncito. Yo te lo voy a dar. Es más, probablemente sea un empujonazo, pero lo haré porque te quiero mucho. Tanto, que lo que más me duele en todo esto es que  hayas olvidado tan fácilmente la promesa que te hice, sobre lo que haría si no estudiabas. Porque ahora la tendré que cumplir.

Yo siempre voy a quererte, y siempre te voy a mirar como si hubieras descubierto América, que es como dices que miro a Ted. Nunca olvides que te quiero por dos, porque te quiero como un padre y como un hermano. Por más duro que sea contigo, será así como te quiera.  Y no hay nada que puedas hacer para evitar eso. Porque hace diecisiete años decidí que sería tu padre, Alejandro, y nunca fui tan feliz como cuando viniste a vivir conmigo.

Te quiere,
Aidan.

 Arrugué la nota y salí de ahí sin despedirme de Ted, y de nadie. Corrí, casi chocándome con papá en el pasillo y le abracé. Papá había sabido que no había leído su nota porque en ella me confesaba que ya sabía lo del examen, y aun así me seguía queriendo. Me quería tanto  que se esmeraba por dejarlo claro aun cuando me decía que iba a castigarme. Y nadie podía quedarse indiferente cuando alguien te decía eso.

-         Yo también te quiero y lo siento mucho.
-         Eres un buen chico, Alejandro. Sólo un poco vago, pero con un gran corazón. Aunque a veces intentes hacerme creer lo contrario.
-         ¿No me vas a decir que me perdonas? – pregunté, porque sus palabras no habían venido a significar exactamente eso.
-         No es a mí a quien haces daño con tus calificaciones, hijo, sino a ti mismo. Eres tú quién se tiene que perdonar  - me dijo, y me dio un beso. Luego suspiró. – Vamos a casa.
Ese “vamos a casa” escondía algo más. Algo que ya me había dicho que pasaría. Al ritmo al que iba conseguiría una paliza diaria. Y entonces empecé a preocuparme por eso, y no sólo por el resto del castigo. Papá era un poco pesado con eso de las notas y sabía que estaba harto de las mías, así que me preguntaba hasta qué punto era malo lo que me esperaba. La experiencia propia y la ajena me hicieron temer un castigo de los que papá nunca me daba. Es decir, de los de mearte encima.
-         ¿No podemos saltarnos esa parte? – pregunté, con mi mejor mirada de súplica.
-         Me temo que no.

-         Aidan´s POV  -

Se me hacía muy difícil seguir adelante con lo que había decidido, porque había sido Alejandro el que había venido a mí a contarme la verdad. Me sentía muy orgulloso de él por eso, pero a la vez me daba rabia: era un chico con tantas cualidades… y su irresponsabilidad enmascaraba todas.

Entré un segundo a decirle a Ted que tenía que irme, pero sabía que le dejaba bien acompañado. Era imposible que se sintiera sólo con todos sus hermanos, y sus amigos. Les dije que volvería a buscarles en un rato, y que se portaran bien.

Volví  a casa con Alejandro. No habló durante todo el camino, pero yo tampoco esperaba que lo hiciera. Ninguno de los dos quería estar en aquella situación, y mucho menos tan pronto. No hacía ni veinticuatro horas que le había zurrado.

Fuimos directamente a mi cuarto. Yo estaba buscando en mi interior una excusa para no hacerlo. “El chico ha sido sincero” me dije “Lo de estar una semana sin cumplir con lo que normalmente haces para él y para todos  parece haberle impactado mucho. Tal vez sea suficiente. Tal vez de verdad sirva para que entienda que no puede seguir así….”

Casi había conseguido convencerme, pero mi hijo no había sacado ni un cuatro, ni un tres. Me había dicho que lo más que podía sacar era un dos, y que era probable que sacara un cero. Había intentado saltarse el examen porque sabía que iba a suspenderlo. Quería evitar que volviera a huir de sus problemas, y aquél no era momento de ser permisivo, porque él sabía perfectamente que no podía hacerlo, y estaba más que avisado de lo que pasaría si suspendía. Así que cuando entré en mi habitación estaba decidido.

Nos sentamos en mi cama. Todo estaba muy silencioso, porque en casa no había nadie más.

-         Hay una cosa que no entiendo – le dije. – Eres inteligente. Sabías que, si no estudiabas y suspendías, tarde o temprano yo iba a enterarme. Ya fuera al preguntarte por la nota del examen, o cuando me dieras las notas definitivas, yo lo sabría. Y tú sabías cómo iba a reaccionar. Así que ¿por qué no estudiaste?
Alejandro se encogió de hombros.
-         Supongo que no soy tan inteligente como crees.
-         Esa respuesta no me vale. Por infravalorarte no vas a conseguir nada. Eres inteligente. Mucho.
-         Pues entonces supongo que simplemente me engañé ¿vale? Me dije que aprobaría sin estudiar, o que no sería tan malo si suspendía…o todas esas cosas que te dices para no abrir el libro y seguir a lo tuyo.
-         Pues ahora ya sabes que esas cosas no funcionan. Ponte de pie, y acabemos con esto. Quítate los pantalones.
Me miró como si le hubiera pedido algo muy difícil, pero lo hizo. Se puso de pie y se quitó los zapatos. Esquivó cuidadosamente mi mirada mientras se quitaba los pantalones, y se le cayeron de la mano cuando fue a dejarlos sobre la silla. Gracias a eso me di cuenta de que Alejandro estaba muy nervioso. Me fijé en la mancha de sus axilas: estaba sudando a pesar de que no hacía calor. Cuando se acercó a mí le cogí de las manos. El intentó soltarse, porque así es cómo agarraba a Alice cuando quería que me prestara atención y debió de parecerle algo muy infantil.  
-         Ahora no tienes que estar nervioso – le dije. – Ya has suspendido el examen, ya sé lo que ha pasado y ya te he dicho lo que vamos a hacer para remediarlo.
Alejandro no dijo nada, pero vi que los ojos le brillaban y que empezaba a llorar, sin hacer un solo ruido, sino sólo con lágrimas. Me dio mucha lástima, y pensé que a lo mejor es lo que él estaba pretendiendo.
-         Voy a castigarte hijo. Ya lo sabes, así que asúmelo ¿de acuerdo?
No me respondió, pero siguió llorando. ¿Era normal que un  chico de quince años llorara cuando aún no le había ni tocado? Ni siquiera le había gritado, y me había esforzado por que comprendiera lo mucho que le quería. Caray, prácticamente había hecho todo lo que estaba en mi mano para que aceptara y entendiera aquél castigo. De acuerdo con que el reticente a llorar siempre había sido Ted, pero Alejandro tampoco era un llorica. De hecho, era muy machito, y muy criticón de otros chicos a los que consideraba “nenazas” por llorar al caerse en un entrenamiento de fútbol. Y sin embargo estaba ahí, llorando, cuando había estado en aquella situación muchas otras veces. A veces empezaba a llorar antes de que le castigara, pero aquella vez era diferente… parecía que lloraba de puro miedo, y yo no creía que mis acciones le hubieran hecho ver que estaba enfadado, como para que se asustara así.
-         ¿Qué ocurre?
Por alguna razón, el hecho de que se lo preguntara provocó que empezara a sollozar, de forma intensa. Durante unos segundos Alejandro volvió a ser el niño pequeño que había sido, así que le traté como entonces y le abracé de forma protectora…de esa forma especial que decía “el monstruo de debajo de la cama no puede hacerte nada mientras yo esté aquí”.
-         ¿Lloras porque te voy a castigar? – susurré, aunque me parecía evidente. Alejandro intentó decir algo, pero se ahogaba, así que me estiré hasta llegar a mi mesilla y cogí un kleenex, y se lo ofrecí para que se sonara. Lo hizo, y respiró hondo, y pareció calmarse un poco.
-         Eric Croley copió el otro día en un examen. Le pillaron y le pusieron un 0. No sé si les dijo a sus padres que había copiado o simplemente les enseñó el suspenso, pero al día siguiente no vino a clase. Y cuando lo hizo todos se dieron cuenta de que no se podía sentar. Greg dice que le dieron una paliza con un cinturón y no sé qué más, pero que le había visto en el vestuario, y tenía heridas.
Escuché el relato de mi hijo lamentándolo mucho por el pobre Eric Croley. Iba a decir algo, hasta que de pronto comprendí por qué me hijo me estaba contando aquello.
-         ¿Tienes miedo de que yo te haga lo mismo a ti? – pregunté, peleándome con las palabras porque me costaba hasta decirlo. Abrí mucho los ojos y buqué el momento en el que podía haberle hecho creer a mi hijo que era una bestia. Tal vez se hubiera tomado alguna de mis amenazas medio en broma demasiado en serio. Jamás diría algo así con los pequeños, pero creía que Alejandro ya entendía que cuando insinuaba que iba a matarle en realidad no lo estaba diciendo en serio. Y aun así nunca le decía “te voy a matar”, así, con esas palabras. Y tampoco creía haber dicho “voy a pegarte hasta que toda tu clase se dé cuenta al ver tus heridas”.
-         Llevas mucho tiempo pidiéndome que estudie más… - respondió él, lo cual me sonó a afirmación.
¿Qué cojones…?
-         Alejandro, escúchame bien, porque lo que voy a decir va muy en serio. Si alguna vez te causo heridas o moratones quiero que cojas a tus hermanos y os vayáis a vivir con Andrew, porque estaréis mejor con él que conmigo.
-         Papá, ¿pero qué dices…?
-         No es una broma, Alejandro. Nunca, nada de lo que hagas, merecerá que yo me sobrepase contigo, ¿entiendes?
Alejandro asintió, y pareció mucho más tranquilo. Se mostró avergonzado por haber llorado así.
-         ¿Y me vas a pegar con un cinturón? – preguntó después. Yo nunca lo había hecho y su repentino interés me hizo ver que había conseguido que calara en él la idea de que lo de suspender examen tras examen era algo grave. Esa parte me gustaba, pero odiaba verle tan angustiado.
-         Hoy no, y probablemente nunca. Vamos, ven aquí, y deja de estar tan asustado. No te va a gustar, pero creo que esa es la idea – le dije, y tiré un poco de él para tumbarle en mis rodillas.  Le di unos segundos para que se colocara bien, y comencé, sabiendo que los dos necesitábamos acabar ya con aquello.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS uffff PLAS PLAS PLAS
Alejandro se movía mucho y me hacía algo de daño, pero lo que me hizo parar por un momento fue el notar que se estaba mordiendo el labio.
-         Si quieres llorar, o quejarte, hazlo. – le dije. – Pero no te muerdas el labio.
Volví a colocarle, intentando sujetarle mejor, y proseguí.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Aaafss PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS Gmm PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Oww PLAS
Me di cuenta de que seguía mordiéndose el labio. Hacía mucho que no hacía eso. Una vez se hizo sangre. Le había prometido que no le iba a hacer heridas y pensaba cumplir esa promesa, aunque tuviera que defenderle de sí mismo.
-         Alejandro, como te hagas sangre te juro que te bajo los boxers.
-         ¡No! – exclamó horrorizado y para hacerlo tuvo que soltarse el labio así que yo aproveché para terminar con rapidez. No le di tiempo a morderse el labio de nuevo, así que ésta vez se quejó después de cada palmada, que fue fuerte y contundente.
PLAS   Auu PLAS   Ow  PLAS  Aah PLAS  Ssh   PLAS  ¡Aow!
Decidí terminar ahí e intenté que se levantara, pero él no quiso. Había cogido una de mis almohadas y la abrazaba, creo que intentando no llorar, aunque  sin demasiado éxito. No sollozaba, pero tenía la cara húmeda y brillante.
Le acaricié la espalda y las piernas, y le di una palmadita cariñosa.
-         Vamos, arriba.
Alejando negó con la cabeza, y se abrazó a mi almohada con más fuerza.
-         ¿No te quieres levantar? ¿Estás seguro de que quieres quedarte sobre mis rodillas? ¿Y si me entran tentaciones? – bromeé, y volví  a darle otra palmadita suave, más una caricia que otra cosa. Pero Alejandro no reaccionó a mi broma ni riéndose ni enfadándose, sino siguiendo exactamente igual, lloroso, buscando una forma de fusionarse con mi almohada.
-         Está bien, no te levantes si no quieres – le dije con cariño, y me levanté yo, con cuidado, dejándole tumbado sobre mi cama.
Me tendí a su lado, y le hice mimos, hasta que le oí respirar tan pausadamente que pensé que estaba a punto de dormirse. Quería asegurarme de hablar con él antes de que se durmiera.
-         ¿Crees que he sigo injusto? – le pregunté y negó con la cabeza. - Hay una cosa que me gustaría aclarar. Las consecuencias siempre son equitativas a tu metedura de pata, y lo de ayer, al escaparte por la ventana, fue más grave que tu flojera al estudiar. Pero lo de ayer fue una advertencia, y esto ha sido un castigo. Por eso he sido más duro, no porque esté enfadado, porque no lo estoy ¿de acuerdo?
Alejandro movió la cabeza en algo que parecía un asentimiento.
-         Venga, grandullón. No es para que llores así.
Tampoco había sido tan fuerte, jo. Alejandro era capaz de no llorar en un castigo de los que hacían que hasta me doliera la mano y de ahogarse en lágrimas en uno mucho más suave. Yo tenía que irme con Ted y mis otros hermanos, pero no quería dejarle así.
-         No aprobaré – me dijo. – No aprobaré, y tú te enfadarás más.
Bajé la cabeza para darle un beso, aliviado por saber lo que le tenía en ese estado.
-         Si estudias no me enfadaré, y tampoco habrá castigo. Esto no va por números, Alejandro, sino por esfuerzo.
-         Eso dices ahora.
-         No: esto te lo prometo. Si hubieras estudiado para éste examen y te hubiera salido mal, lo más que habría hecho es consolarte, y ayudarte en lo que pudiera. Y es lo que haré si estudias y te va mal, pero eso es prácticamente imposible porque eres muy inteligente, y yo voy a preguntarte todas las noches, ya te lo dije.
Alejandro ladeó la cabeza, y me miró (¡por fin!) y sus ojos estaban tranquilos.
-         ¿Te quedas conmigo? – me preguntó.
Probablemente esa era la primera vez que me pedía aquello después de que le castigara. Yo abrí la boca sin saber qué decir, muy asombrado por esa reacción atípica, y maldije mi mala suerte. ¿Tenía que pedírmelo justo ESE día?
-         Tus hermanos… - musité, indeciso. No podía dejarles mucho rato sólo en el hospital. Tenía que traerles a casa. Estaba pensando cómo hacerlo cuando Alejandro se giró bruscamente y se dio la espalda.
-         Está bien, vete – me dijo, rabioso. - ¡Fuera!
Ignorando el hecho de que me estaba echando de mi propio cuarto, le obligué a mirarme.
-         Yo me tengo que ir, pero tú puedes venir conmigo, y así me ayudas a separarles de la cama de Ted. Será mejor que vayas acostumbrándote a lidiar con tus hermanos ya que ésta noche soy yo el que va a dormir con Ted, y necesito a alguien responsable que se quede aquí con los enanos.
Alejandro abrió tanto la boca que pensé que se desencajaba la mandíbula, y luego, poco a poco, sonrió.
-         ¿Lo dices en serio?
-         Nunca bromeo acerca de condenar a uno de mis hijos a quedarse calvo a los quince años. No te lo tomes como si fuera una buena noticia. ¿Me has oído bien? Te vas a quedar con tus nueve hermanos pequeños, sólo, una noche entera. – lo dije como si fuera algo horrible, pero él siguió sonriendo, y yo también.

Encontré en mi tranquilidad no fingida la respuesta a mis dudas de  la noche anterior: sí, confiaba en Alejandro, y sí, por fin se lo estaba demostrando. Y sí, eso parecía ser justo lo que necesitaba. Eso, que le pusieran en su sitio, y mucho, mucho cariño. 

3 comentarios:

  1. este chico es un buen padre mira que tantos chicos a su cargo y aun así los trata con amor , paciencia y cariño se preocupa por todos es un sol de padre muy linda historia. Andrea

    ResponderBorrar
  2. por fin conclui de leerte chica de los sueños....

    me ha gustado muchisimo este capitulo, por fin reafirma la confianza en su hijo y eso es bueno, aun cuando seequivoquem quien nace sabiendo?

    actualiza pronto
    pero por favo rno te olides de mis otrso niños Arturo ylos pilluelos y mis demonios clonados, los adoro, y la version pitufita de Cris y su hermanito

    un abrazo

    Marambra

    ResponderBorrar