Páginas Amigas

lunes, 9 de diciembre de 2013

Capítulo 18: Tito

Capítulo 18: Tito

N.A.: Si alguien es diabético como Michael, éste capítulo puede requerir que aumente su dosis de insulina, porque creo que provoca sobre dosis de azúcar xDD

***



Al final sí iba a poder ir a la fiesta. Yo no solía tener planes de esos, ni siquiera salía mucho comparado con otros chicos de mi edad. Generalmente no me importaba, porque prefería estar en casa, con mis hermanos, pero quizá por eso no poder ir al único plan que realmente me apetecía en mucho tiempo me sentó muy mal. Es decir, claro que  Aidan tenía derecho a castigarme pero eso fue un golpe bajo… Esa fiesta era realmente importante para mí... Agustina era realmente importante para mí. Y en una noche podían pasar muchas cosas…

No estaba enfadado con papá, porque la culpa había sido mía y lo había hecho con conocimiento de causa. Pero creo que se me notó lo contrariado y dolido que me sentía, y él quiso hablar conmigo… Porque Aidan era así. Si tú le dejabas, Aidan podía estar hablando contigo durante horas, hasta asegurarse de que entendías cada medida que él tomaba. Yo lo entendía bastante bien. Entendía que si Alejandro se hubiera ido de casa sin permiso, como ya había hecho cientos de veces, papá le hubiera dado una zurra. En cambio si yo hacía lo mismo recibía un castigo mucho peor…

Creo que para papá no era peor. Creo que él pensaba que estaba siendo menos duro al dejarme sin ir a la fiesta, y por eso al final decidió cambiarme el castigo, al notar que yo no lo veía así. Aquella vez me costó mucho no llorar. No porque me hubiera pegado más fuerte que otras veces…de hecho, creo que fue más flojo, quizá porque papá me veía como una especie de inválido desde la operación… sino porque estaba frustrado… Lleno de rabia por querer estar enfadado con él, y no poder… Es malo eso de tener conciencia. No puedes echar la culpa a los demás por tus cagadas. Hubiera sido mucho más sencillo aguantar esa  paliza pensando que papá era idiota, o injusto, pero en el fondo yo sabía que no tenía derecho a picarme con él…

Minutos después de que todo hubiera pasado le escuché jugar con mis hermanos, y ahí sí quise llorar de verdad. ¿Ellos sabrían…? Yo no había hecho ningún ruido, y papá había cerrado la puerta, pero generalmente en casa todos nos enterábamos cuando castigaban a alguno de nosotros. Si se enteraba Alejandro no me importaba. A lo mejor tenía que aguantar alguna broma acerca de ser un niño al que aún dan palmaditas, pero sabía encajarlo. Sin embargo, que lo supieran mis hermanos pequeños era más… vergonzoso. ¿Con qué cara iba a decirle a Alice “no te subas ahí si no quieres que papá te castigue”? Si ya me costaba que los enanos me hicieran caso, me sería mucho más difícil si me veían como un niño más…. Pero es que yo era un niño más, o al menos así pensaba papá….

Yo solía actuar como si esos castigos no me importaran, pero lo hacían.  Me hacían pensar mucho. Demasiado.  Suspiré y dejé de darle vueltas a la cabeza. Papá no estaba enfadado. Yo iba a ir a la fiesta. Ya había sido castigado… y perdonado. Tema zanjado. Aquello de alguna forma me sirvió para recordar que estaba en el mismo barco que mis hermanos. Que era su contramaestre, pero no su capitán. Y creo que eso era en parte lo que mi padre quería enseñarme…

Me metí en Facebook desde el móvil y vi que tenía un montón de mensajes de compañeros preguntando por mí. Sonreí. Lo mejor de ser popular era que todos sabían sobre ti en todo momento, aunque también era lo peor. La verdad, yo no sabía por qué estaba tan bien considerado socialmente… Era el capitán del equipo de natación, no del de fútbol. Salía bastante poco, y casi nunca a los planes comúnmente considerados “guays”. Era friki, y sobretodo me rodeaba de gente más friki todavía, como Fred. En fin. Ni buscaba ni quería popularidad, pero a veces era bueno disfrutar de ella. Puse en mi estado que al día siguiente volvería a clase y a los pocos minutos tenía varios “me gusta” y algún que otro comentario. Mike me envió un privado, en el que me contaba un chiste malo que a pesar de todo me hizo reír y busqué una manera ingeniosa de responderle.

No todas mis interacciones en las redes sociales eran positivas. Los había que eran “más populares que yo”,  y no sé si me consideraban una amenaza o qué, pero parecían disfrutar metiéndose conmigo. Recibí algunos mensajes de doble filo y con algo de doble sentido. Cosas como “qué bien que ya no estés en el hospital”, que en realidad venían a significar “¿por qué no te quedaste más tiempo?”. Pasé de ellos…Pero había uno del que no podía pasar. La única rivalidad verdadera que yo tenía, la única excepción a  mi idea de llevarme bien con todo el mundo, era Jake. El novio de Agustina.  Ese chico me odiaba realmente mucho, y en algunos aspectos era mutuo, aunque en mi caso era por celos, y en el suyo no estaba seguro. ¿Qué le había hecho yo para ganarme su enemistad?

Pensar en Jake me hizo poner los pies en la tierra. Vale, iba a ira la fiesta, ¿y con eso qué? Seguramente ni iba a poder acercarme a Agustina y si conseguía hacerlo, más me valía no  pasarme de listo, o Jake me redecoraría la cara a base de puñetazos. Además, yo no era del tipo que se mete con gente que ya está emparejada. Jake y Agustina llevaban cerca de un año saliendo y yo llevaba mucho sin pensar en ella. La culpa la tenía Mike y su estúpida insistencia para que fuera a la fiesta porque “Agustina iba a estar allí”. Había reavivado viejos pensamientos. Nunca tengas un mejor amigo que te conoce como si tuviera tu sangre. Son un coñazo.

La voz potente de papá anunció que era la hora de ducharse. Como había estado sólo en casa, yo me había duchado por la mañana, con calma y teniendo cuidado con la cicatriz. Así que me quedé en mi cuarto, hablando con la gente un poco más. Luego salí para ver si papá necesitaba ayuda con alguien, recuperando un poco la vieja rutina en la que yo le ayudaba con los más pequeños. Estaba en el baño con Kurt, fregando el suelo porque lo había puesto todo perdido de agua, cuando Alice entró llorando y casi escurriéndose por el suelo mojado.

-         Eh, eh, pitufa. ¿Qué pasa? No puedes entrar así. Tu hermano podría haber estado desnudo.

Sus ojos llorosos me demostraron lo poco que eso la importaba. Dejé la fregona y la tomé en brazos. Me di cuenta de que no eran lloriqueos mimosos o de rabia por alguna pelea tonta con los demás. Estaba llorando de verdad, y me dio penita. La llevé a mi cuarto y me senté en la cama con ella encima, tratando de que se calmara.

- A ver, a ver. ¿Por qué está tan triste una princesita como tú?

-         Porque…snif… porque….snif… papá me quiere hacer pampam – lloriqueó - ¡No le dejes! ¡No le dejes!

Se abrazó a mí con fuerza, como si yo fuera su salvador. Cosita tierna y manipuladora… En ese momento, yo habría acabado con cualquiera que la hiciera llorar así… pero no era cualquiera, sino papá.

-         ¿Y qué has hecho para que papá te haga pampam? ¿Mmm?


-         Aidan´s POV –


Había que repasar la diferencia entre “ducharse” y “montar una piscina en casa”. Creo que alguno de mis hijos aún no entendía bien el concepto.

-         Ups – dijo Kurt, cuando me vio de pie en la puerta, mirando su pequeño estropicio.

-         Ups. – respondí, y le hice cosquillas, para que  quitara esa cara de asustado. - Hay que tener más cuidado ¿eh?

Ted se ofreció a recoger el agua y yo mientras tanto  fui a buscar a Alice para meterla en la ducha. No la encontraba por ningún lado y pensé que tal vez estaba jugando a esconderse. Está bien, podía jugar un rato.

La enana no aparecía, sin embargo, y no era cuestión de que se hiciera tarde. Éramos muchos en casa y sólo dos baños.

-         Alice, ahora ya no es momento de jugar – grité, pensando que, estuviera donde estuviera, me oiría – Vamos pitufa, a la ducha.

Me detuve a escuchar, por si oía sus pasitos ligeros salir de algún escondite, pero había demasiado ruido para escuchar nada. El único lugar en el que no había mirado era en mi cuarto. Tuve un  mal presentimiento cuando me dirigí hacia allí, que se vio confirmado nada más entré…

Las copias impresas de mi última novela, las cuales tenía que enviar a diversos periódicos y a otros lugares, estaban esparcidas por el suelo, y manchadas de una vistosa pintura roja, que casi parecía sangre. La autora del delito estaba sentada terminando su obra, con las manos rojas apoyadas en la moqueta, dejando su huella allí también.

-         Oh oh. – dijo al verme.

-         ¿Oh oh? ¿No te he dicho muchas veces que aquí no se juega, y que los papeles de papá no se tocan? Mira cómo te has puesto. Mira cómo has puesto la moqueta. A saber si esa mancha va a salir – regañé, frustrado. La moqueta de mi cuarto era un pequeño capricho. Me gustaba estar descalzo en mi habitación y ese material era ideal para eso, pero las manchas salían con mucha dificultad.  – Y si papá te llama como he estado haciendo los últimos diez minutos, tienes que responder.

Alice puso un puchero y se quedó allí sentada, con carita triste, como si quisiera recordarme con su aspecto vulnerable que era mi bebé consentido. Mi instinto sobreprotector me recordó que yo no tenía permitido enfadarme con ella, pero mi silenciado y realmente pequeño lado estricto me dijo que yo le había dicho mil veces que no podía hacer lo que había hecho y que ya en alguna ocasión la había dado alguna palmada por eso. Y nunca había llegado al extremo de ponerlo todo perdido de esa forma.

No. Aquella vez mi pequeña se había ganado un buen castigo, y creo que ella lo sabía. La llevé al baño para limpiarle las manos y luego hice que me mirara, intentando ignorar el temblor de su labio y el brillo de sus ojos. La hablé de una forma que esperaba que sus pocos años la permitieran entender.

-         Esos papeles son importantes para mí. Te he pedido muchas veces que no los toques. ¿Acaso estropeo yo tus muñecas? – le pregunté, y ella negó con la cabeza, mirando al suelo con carita arrepentida.

Me llevaba muchas horas, muchos días y en definitiva meses escribir una novela, y aunque la tenía  guardada en el ordenador, imprimirla de nuevo se traducía en más tiempo y más dinero, porque ni la tinta ni el papel son gratis. 

-         Sabes que en el cuarto de papá no se juega. Lo sabes muy bien y aun así lo has hecho. Eso se llama desobedecer. ¿Crees que está bien desobedecer a papá?

Ella me miró en vez de responder  y supe que estaba a un microsegundo de echarse a llorar.

-         No está nada bien, y por eso papá te va a castigar. Te voy a dar unos azotes y luego vas a ayudarme a recoger la que has armado en mi habitación.

Alice empezó a llorar entonces, y yo me debatí entre castigarla de una vez y no alargar aquello, o consolarla primero para castigarla después. Ella aprovechó mi momento de duda para salir corriendo, y yo suspiré. Nadie dijo que fuera fácil. Me tomó unos segundos descubrir que  había huido a los brazos protectores de Ted, y les vi entrar en su cuarto.  Iba a entrar en la habitación de mi hijo, pero me dio lástima verla llorar así. Permanecí al lado de la puerta, escuchando y observando sin ser visto con cierta curiosidad.

-         No…snif… no he hecho nada – decía mi pequeña. Ted la apretó con fuerza y de una forma muy cariñosa. Era bonito verles así.

-         Seguro que algo es hecho, pitufa, o papá no querría castigarte.

-         Pero ha sido sin quereeeer.

-         ¿Sin querer? ¿Y qué ha sido, mmm? ¿Te has peleado con Hannah? ¿Has dicho alguna palabra fea?

-         No….snif… He hecho más bonitos los papeles aburridos de papá.

Vaya respuestas daba mi enana. ¡Así yo también me pondría de su parte, jolines!

-         ¿Los papeles de papá? ¿Has jugado con sus papeles? – preguntó Ted.

-         Los pinté un poquito…

Creo que mi hijo supo entender que con “poquito” se estaba refiriendo a “mucho”. Y que con “bonitos” en realidad quería decir “completamente inservibles”. Ted la acarició el pelo y se separó un poquito para mirarla a la cara.

-         Princesita, ya sabes que no puedes hacer eso.

-         ¡Pero no quiero pampam!

-         Ya sé que no, pero es lo que pasa cuando desobedecemos a papá ¿verdad?

Alice se apretó contra él y lloró con más fuerza. Ted la dio un beso, y luego jugueteó con su manita, como si se la mordiera, hasta que dejó de llorar. La enana se calmó, pero siguió mirándole con tristeza.

-         Te contaré un secreto, pero no se lo puedes decir a nadie – dijo Ted, y Alice le miró con toda su atención. – Papá también me ha hecho pampam a mí, hace un ratito.

Me sorprendió que se lo contara, porque sabía que Ted quería dar una imagen “adulta” ante sus hermanos pequeños, pero sin duda más sorprendida estuvo la pitufa, que abrió los labios como si no se lo pudiera creer.

-         ¿Por qué?

-         Porque yo también le he desobedecido.

-         ¿Pintaste en sus papeles?

Ted sonrió, y yo también, desde mi escondite.

-         Algo así.

-         Pero… a ti… a ti no puede…

-         ¿No puede castigarme? Bueno, el debe de pensar que sí, y al final es lo que importa ¿no? – dijo Ted, y luego suspiró. – Sí que puede, princesita. También es mi papá. 

-         ¿Lloraste mucho? – preguntó Alice.

-         No. Pero sí me puse muy triste.

Empecé a escuchar aún con más atención, y con el corazón casi fuera del pecho, sabiendo que no debería estar oyendo esa conversación, pero con la fuerte necesidad de hacerlo.

-         ¿Te dolió?

-         Un poquito. Pero después papá me perdonó, y me dio un beso y un abrazo.  ¿Verdad que te sientes bien cuando papá hace eso?

Alice menguó su llanto un poco y se frotó los ojos mientras asentía.

-         Pero no quiero que me haga pampam. – protestó, poniendo un puchero.

Ted sonrió.

-         Nadie quiere, princesa, de eso se trata. Si no quieres que papá te castigue, entonces tendrás que portarte bien.

-         ¡Lo haré! Seré muy buena, de verdad…

-         Eso es genial, Alice, y seguro que a papá le gustará oírlo, pero tenías que haber sido buena hoy también. 


Alice frunció el ceño, demostrando su disconformidad, pero Ted no se dio por vencido. 

-         ¿Por qué no vas con papá, mm? Seguro que se está preguntando dónde estás.

- ¡Sólo si le dices que no lo haga!

-         Pero, ¿de dónde sacas tantas palabras, enana? Tienes más argumentos que un político. Princesa, aunque quisiera, yo no podría impedir que papá te de en el culito. Como mucho podría pedírselo, pero la decisión es suya, porque él es el papá aquí.

-         ¡No vale! ¡Me esconderé y no saldré nunca!

-         Renacuaja, la que estás armando por una tontería. Papá no es tan malo.

-         Si lo es, porque te ha hecho pampam a ti y tú eres muy bueno.

-         Yo no soy bueno, princesita, y papá no es malo. Aunque no me creas, él se pone muy triste cuando te tiene que castigar y es por eso que no quiere que te portes mal. Es el mejor papá del mundo. Es la persona a la que más quiero, Alice, y sé que tú también, que no puedes engañarme.

-         ¿La persona a la que más quieres? – preguntó Alice, con una mezcla de curiosidad, y tristeza celosa.

-         Después de a ti, claro – respondió Ted, sonriendo un poco. Luego se puso serio. – Todos vosotros sois las personas a las que más quiero, pero papá es papá. Él es… muy especial para mí.

-         ¿Por qué?

Eso, ¿por qué? Me sumé a la curiosidad de mi hija, sintiendo mucha emoción por las palabras de Ted.  Él pareció pensar mucho su respuesta.

-         Cuando yo tenía tu edad papá tenía tres trabajos. Cuando salía del cole me llevaba a la cafetería donde trabajaba y me pedía que me quedara quieto, dibujando y comiendo galletas. Yo le veía trabajar y le notaba muy cansado. Tres trabajos son muchos para una persona, Alice, y él ganaba muy poquito en cada uno de ellos. En la  cafetería había una terraza, y los clientes tenían que meter dentro los vasos que sacaran fuera, pero casi ninguno lo hacía, y papá tenía que hacer eso también, aunque no era su trabajo. Un día quise ayudarle y recogí una taza de una mesa, pero fui torpe y se me cayó muy cerca de una señora mayor, que empezó a gritarme. Cuando salimos de allí, y yo estaba llorando, papá me dijo que no tenía por qué sentirme mal. Que a esa señora no se le había caído porque no lo estaba llevando. Que los platos sólo se les rompen a quien los carga o los friega. Los que se quedan sentados nunca rompen nada. Me dijo que yo nunca tenía que ser de los que me quedaba sentado. Que era preferible que rompiera muchas cosas, a que nunca lo intentara. Despidieron a papá ese día, princesita. Su jefa le gritó, y le regañó por mi culpa, pero papá no se enfadó conmigo. Me felicitó, porque yo había tenido buena intención. Él estaba muy cansado, y todos nos ponemos de mal humor cuando estamos cansados. Pero a mí nunca me trató mal. Poco después vino Alejandro, y después vinieron los gemelos. Con tantos hijos papá ya no pudo seguir trabajando, porque no tenía a nadie que pudiera cuidar de dos bebés, y dos niños pequeños todos los días, ni tenía dinero para una niñera. Ya había empezado a escribir, pero aún no ganaba mucho dinero.  Yo he visto a papá quedarse sin comer alguna vez, princesita. ¿Te imaginas lo que es eso? Con lo tragón que es papá… Yo le he visto dejar de comer para que Alejandro, Zach Harry y yo pudiéramos hacerlo. Para pagar los pañales, que son muy caros. Un día, en una tienda, papá pagó algo con monedas muy pequeñas, contando cada céntimo porque tenía el dinero muy justo, y unos chicos que eran algo mayores que yo se burlaron de él. Yo me enfadé y por poco me peleo, pero papá dijo que no debía ofenderme por cosas que eran verdad. Que éramos pobres, y no había nada de deshonroso en ello. Que era más deshonroso insultar a alguien por ser pobre, que  contar detenidamente el dinero que habías ganado con esfuerzo.  Entonces las cosas empezaron a ir muy bien, y papá ganó mucho dinero. Ya podía pagar a una niñera, e incluso a dos, pero no lo hizo salvo en ocasiones de emergencia. Era él quien nos cuidaba. Jugaba con nosotros, como hace ahora y nunca nos dejaba solos. Nunca le ha gustado que otras personas se ocuparan de nosotros, creo que porque de niño su papá no estaba mucho con él. De todas estas cosas aprendí mucho, y ni siquiera sé si papá era consciente de que me las enseñaba. Simplemente aprendí lo que era una buena persona al ver cómo él lo era. – explicó Ted. A esas alturas de su discurso, Alice estaba medio dormida, con los ojos casi cerrados. No sé si la pequeña lo entendió todo, pero Ted no dejó de hablar. Yo estaba llorando como un idiota, y él me estaba mirando fijamente, porque hacía un buen rato que sabía que yo estaba ahí.  - Él me enseñó a amar y respetar a las personas, porque amor y respeto es lo único que he recibido de él.  Él es el que me abraza cuando estoy triste, y me abraza también cuando está triste él, como si yo fuera algo valioso que le da sentido a su vida. Él me enseñó a mirar con los ojos del corazón, para distinguir el bien del mal. Él ha creado una familia bajo las normas de una vida feliz y llena de amor, y la ha creado a partir del esfuerzo y muchos sacrificios. Él ha renunciado a una vida para darnos once, y nunca nos lo ha echado en cara, porque ha convertido su vida en la nuestra. Él es feliz mientras nosotros lo seamos.  Eso, Alice, es lo que hace que papá sea tan especial.


En esos momentos me sentí un llorica, pero tampoco hice nada por retener mis lágrimas. Aquello fue lo más jodidamente bonito que he escuchado en la vida y como era incapaz de expresar mi agradecimiento en palabras, lo hice entrando y dándole el abrazo más fuerte que le he dado nunca a nadie.

-         Papá… papá… mi cicatriz.  – gruñó Ted.

Eso era lo único que podía hacerme soltarle en un momento como ese. Aflojé, y me limpié las lágrimas, algo avergonzado.

-         Ted…

-         ¿No te han dicho nunca que no se escucha detrás de las puertas? Puedes oír algo que no te guste… - me regañó, teatralmente.

-         Oh, pero eso me ha gustado. Me ha gustado mucho. Ted, te juro que nadie te quiere tanto como yo en estos momentos. Eres… eres tan…. Tú sí que eres especial, hijo.

La pitufa se había espabilado cuando yo puse a Ted de pie para abrazarle, y ahora nos miraba algo cohibida. Yo iba a incluirla en el abrazo pero ella no me dejó.

-         Siento haber estropeado tus papeles, papi. Si me castigas, ¿luego me darás un beso?

-         Mejor te lo doy ahora, y después, bebé. – susurré, y la besé en la frente.

-         ¡Ay! ¡Pinchas!

Sonreí un poco. Yo no tenía barba exactamente, sino más bien un rastrojo de unos cuantos días. Ese era mi look habitual aunque a veces me afeitaba. 

Yo no me sentía en ese momento con ánimos de castigar a nadie. Ted me había golpeado el corazón de una forma inhumana y definitiva. Si eso fuera un combate de boxeo, ese golpe me habría dejado k.o. Las trastadas de mi enana dejaron de tener importancia ante esto, pero ella estaba allí de pie, esperando que realmente la castigara. Las palabras de Ted parecían haberla dado coraje. Me agaché junto a ella, hincando una rodilla en el suelo y la miré fijamente.

-         ¿Por qué te va a castigar papá, Alice?

-         Por desob… desobe…esa palabra rara que repites mucho.

-         Esa palabra rara que significa que no has hecho caso a papá. – dije yo, intentando reprimir una sonrisa. No supe si de verdad no sabía pronunciar la palabra, o lo hacía para aparentar ser más pequeña. Uno de los recursos favoritos de Madie hacía algunos años era hablar mal aposta, sabiendo que eso la hacía más vulnerable y podía jugar a su favor. Y algo me decía que Alice era tan lista como para usar también ese recurso. - ¿En qué no me has hecho caso?

-         No se puede jugar en tu habitación, ni tocar tus papeles. – respondió, poniendo un puchero.

-         Eso es – concordé, y la apoyé suavemente sobre mi cadera, con movimientos lentos. Si yo hacía movimientos lentos, ellos no intentaban soltarse. Era algo que había aprendido con el tiempo. Se asustaban menos. Levanté la mano derecha, y la dejé caer sobre su vestido con una fuerza proporcional a su edad y tamaño.

PLAS PLAS PLAS

Alice se quedó muy quieta pegada a mí sin soltarse. Creo que estaba esperando que yo continuara.

-         Ya está, cariño. – susurré, e intenté separarla para agarrarla mejor y darle un abrazo, pero no me dejó. - ¿Vas a llorar? – la pregunté. Ella dijo que no con la cabeza, y vi que realmente estaba luchando para no hacerlo, con la cabeza escondida en mi cuerpo. Finalmente se separó, y me miró con sus ojos brillantes.

-         No ha dolido – me confesó.

-         Ah, entonces ¿lo repetimos? – sugerí, de broma, y ella negó fervientemente con la cabeza. La abracé, y me la colgué al cuello, poniéndome de pie con ella. Ted la hizo un cariño en el pelo.

-         ¿Ves como no era para tanto, enana? – la dijo, sonriendo.

En realidad, en mi plan inicial iba a ser un poco más duro pero… ¿esa idea de que tenía que ser más severo? Si, ya, mejor lo dejamos para otra vida. Estaba claro que no lo estaba haciendo tan mal, porque Ted era… era simplemente demasiado bueno.

-         Voy a limpiar tu cuarto – dijo Alice, y yo la dejé en el suelo.

-         Yo voy enseguida, cielo. – respondí, para que se fuera adelantando. Cuando salió, yo miré a Ted fijamente. Creo que le hice sentir incómodo.

-         Si me viene otra vez llorando porque vas a castigarla la encubriré aunque haya cometido el mayor de los delitos – me advirtió. – Es demasiado adorable para que la castiguen.

-         Tú sí que eres adorable – le dije e intenté abrazarle otra vez, pero no se dejó.

-         Ay, papá, por Dios, háztelo mirar. ¿Quieres que te regale un peluche para que le estrujes a él en vez de a mí?

-         No puedes dar un discurso como ese y pretender que no te abrace – protesté.

-         ¿Lo ves? Por eso no suelo decir esas cosas en voz alta – me dijo, pero luego sonrió y me dio un abrazo. - ¿Significa esto que estoy perdonado del todo?

-         ¿Perdonado? ¿Por qué?

-         Por ir al hospital sin tu permiso.

-         Ted, no me gustó que lo hicieras, pero estabas perdonado desde el mismo momento en el que dejaste esa nota demostrando lo mucho que Michael te importa.

Ted me sonrió, como orgulloso de su capacidad para hacer que mis enfados duraran dos segundos.

-         ¿De verdad crees que soy una buena persona y que he hecho todo eso que le has dicho a la enana? – le pregunté.

-         ¿De verdad lo dudas?

-         Yo… lo único que hago es cuidar de vosotros.

-         Lo dices como si fuera poco. – me respondió.

Mientras iba a mi cuarto, con Alice, aún le estaba dando vueltas a sus palabras. Yo sabía que un padre podía querer a un hijo, porque daría la vida por los míos. Pero no había estado seguro de que un hijo pudiera querer a un padre con la misma intensidad. De niño yo quería a mi padre, pero había demasiadas heridas entre nosotros como para que fuera un amor sano y verdadero. La forma en la que Ted había hablado y la forma en la que me miraba me desvelaban un amor que no debía ser mucho menos intenso del que yo sentía por él.

Alice había puesto los papeles en un montoncito, y yo fui al ordenador y le di a imprimir otra vez, diciéndole adiós a medio paquetes de folios. La enana se movía con teatralidad, como si quisiera demostrarme lo bien que sabía recoger. Era muy mona. Cogió el bote de pintura, lo cerró…y se la escurrió de las manos.  Una espesa pintura se extendió por la moqueta, y supe que eso ya no saldría nunca. A Alice le tembló el labio, y al segundo siguiente se puso a llorar, con mucha fuerza, medio gritando. Me acerqué para cogerla en brazos, pero salió corriendo.

-         ¡Alice! ¡Mi vida, ven aquí!

Ella me miró entre lágrimas, se frotó los ojos y no se acercó, pero se quedó quieta. La agarré por la cintura y la sujeté con un brazo, mientras le limpiaba las lágrimas con la otra mano.

-         No pasa nada, mi amor, ha sido un accidente.

-         P-p-pero…

La di un beso, y aunque no podía hablar yo supe lo que me quería decir.

-         Antes no me he enfadado porque mancharas o estropearas mis cosas, bebé, sino porque lo hicieras intencionadamente, cuando te he dicho muchas veces que no lo hagas. Ahora estabas recogiendo y se te ha caído. Son cosas que pasan. Estabas haciendo una cosa buena y eso es lo que a papá le importa. No querías que se te cayera. Esto sí que ha sido sin querer de verdad, y no hay que llorar por eso.

Me miró sin tenerlas todas consigo y con un puchero.

-         Se ha “estopeado”  tu suelo. – dijo, y renovó sus sollozos. 

-         Qué va. ¿Bromeas? Pero si así está mucho mejor. Es más, sólo voy a pasar un papel para secarlo, pero pienso dejarlo así, de color rojo, para acordarme siempre de mi princesa.

¿Qué más daba dejarla o quitarla? Total, quitar la moqueta costaba lo suyo y aunque el rojo desentonaba un poco con el gris del resto del sueño, iba a demostrarle a mi niña que hasta una mancha era bonita si la había hecho ella.

-         Se va a quedar así, para que pueda mirarlo todas las noches, y así cuando no vengas a dormir conmigo me seguiré acordando de ti.

Me soné muy tonto diciendo eso, aunque sintiera cada palabra,  pero pareció bastar para animarla. Dejó de llorar, y me miró primero con sorpresa, y luego con una sonrisa. Apoyó la cabeza en mi hombro y yo la acuné un poco, sabiendo que eso la gustaba.

-         El otro papá si se “había enfadado” – susurró.

Me quedé congelado y detuve el balanceo.

-         ¿Andrew se habría enfadado? ¿Es eso lo que quieres decir?

Alice asintió. Yo sabía que era cierto. A Andrew le molestaba mi torpeza, y a decir verdad yo había sido un niño muy torpe. Quizá era tan torpe porque cuando cogía cosas tenía miedo de que se me cayeran y se enfadaba. Me gritaba y me insultaba, aunque yo no siempre sabía qué significaba lo que me llamaba.

-         ¿Te acuerdas de él?

-         No – gimoteó, mimosa, pero supe que ese “no” era un sí. Cuando Alice llegó a casa, aparte de ser más pequeña, no era como entonces. Era mucho menos abierta, se extrañaba por mis abrazos y me tenía algo de miedo, a mí y a Alejandro, porque nos parecemos a Andrew. Luego dejó de tenernos miedo, pero aún no sonreía. Echaba de menos a Andrew, y le buscaba por las noches. Él le generaba sentimientos enfrentados, confundiendo su pequeña cabecita entre el cariño y el miedo. Y luego pareció olvidarlo, aunque yo sé que no lo hizo.

-         ¿Tú sabes quién es él?

-         Papá.

-         ¿Y sabes quién soy yo?

-         Papá.

-         ¿Y qué más?

-         Tito. – respondió. Así es como ella decía hermano. Ted era su “tito”, Alejandro era su “tito”, Zach era su “tito”, y Harry, y Cole, y Dylan, y Kurt y yo también era su tito. Barie, Madie y Hannah eran sus “titas”. En realidad yo era sólo papá, nunca me llamaba tito, pero ella sabía que lo era. Y sabía que Andrew no era su tito. Me planteé enseñarla que tampoco era papá, pero no quise mentirla. Al principio me presenté a ella como su hermano, porque además era así como me conocía aunque nunca hubiéramos vivido juntos, pero ella vio que todos los demás me llamaban papá y terminó llamándome así también. En ese momento la expliqué las rarezas de nuestra familia. Había dedicado muchas horas a explicárselo, con fotos y conceptos sencillos, y ella finalmente pareció entenderlo, aunque a veces yo no estaba muy seguro.

-         Pues recuerda que tu tito nunca se va a enfadar porque se te caigan las cosas o porque te caigas tú. – la dije, y apoyé mis labios en su frente. – Nunca me voy a enfadar contigo.

Sabía que era una promesa que no podría mantener, pero me juré a mí mismo que jamás expresaría mi enfado de una forma parecida a como la hacía Andrew. Jamás dejaría de hablarla, o de hacerla caso o de jugar con ella, ni la gritaría, ni la insultaría. Y sobraba decir que me moriría antes de encerrarla en un armario, pero sorprendentemente y por lo que la sonsaqué a mi niña cuando vino a casa, Andrew nunca la había metido en un armario a ella. Tal vez porque aún era demasiado pequeña cuando se vino conmigo.

Hacía mucho que no la escuchaba decir “tito”. Era una palabra que me daba mucha ternura, y que a veces me definía mejor que otra. Ya que no era ni un hermano ni un padre, tal vez pudiera ser un “tito”.

-         Ted es mi tito – dijo Alice, como si me hubiera leído el pensamiento. – Tú eres papá.

-         ¿Soy tu papá? – pregunté, en tono mimoso, y la hice cosquillas con la nariz.

-         Papá, papá, papá. – repitió, riendo, y luego puso su mano en mi mejilla, y la pasó por gran parte de mi cara. – Papi, pinchas. – volvió a decir, y yo me reí con ella. Vale, vale, captaba la indirecta. Tocaba afeitarse.


-         Kurt´s POV –

Después de la ducha, donde por lo visto mojé mucho el suelo, papá estuvo todo el rato con Alice. Ya había estado mucho con ella, yo también quería jugar con él. Quise entrar a su cuarto, pero escuchamos a Alice llorar y Ted me dijo que no pasara.

-         ¿Por qué no? ¿Por qué llora Alice?

-         No lo sé, peque, pero me parece que es entre ella y papá ¿no crees?

-         ¡Pero yo quiero hablar con él!

-         ¿Necesitas algo? Si quieres, yo puedo ayudarte a hacer la mochila de mañana.

-         ¡No! ¡Quiero a papá! – protesté. Ted no era papá. A veces me valía pero yo en ese momento no quería nada en concreto, sólo quería estar con papá.

-         Espérate un poco, enano. No creo que tarde mucho. Vamos a esperarle ¿de acuerdo?

No, no estaba de acuerdo para nada. Me crucé de brazos y le miré enfadado, y él encima va y se ríe. Me agarró la mano y tiró de mí para separarme de la puerta de papá. Ted era muy fuerte para mí, ¡no era justo!

-         ¡No! ¡Malooo! ¡Suelta!

-         Kurt, no tires así, que te vas a hacer daño. Deja a papá y a Alice tranquilos. Cuando tú estás triste quieres que él te mime ¿no?

-         ¡Yo ya soy mayor para que me mime! – protesté. En realidad no. En realidad era lo que más me gustaba en el mundo, pero mis amigos del cole no decían cosas como esas, porque eran palabras de bebé…¡y yo no lo era! Bueno… sólo era el bebé de papá, ¡y por eso quería que abriera la puerta!

-         ¿Seguro? – preguntó Ted.

A veces creo que él y papá podían leer el pensamiento. Siempre sabían cómo me sentía y cuando estaba planeando alguna travesura. Aunque en ese momento Ted no parecía entender que tenía que dejarme ir con papá.  Le miré mal.

-         A mi me parece que más bien lo que pasa es justamente que necesitas mimos – siguió diciendo Ted. Para entonces ya me había arrastrado hasta mi cuarto, donde Dylan estaba esperando a que papá le buscara para ir a la ducha.  - ¿Qué dices, Dylan? ¿Le mimamos?

Dylan no dijo nada. Tampoco parecía habernos visto. Dylan era muy raro. No era como los demás, pero yo ya estaba acostumbrado a él. En ese momento tenía algo en la mano, unas canicas, y las estaba frotando una contra otra como hacía a veces.  Ted se acercó a él y trató de que las dejara, y se puso a hablarle y a intentar que se concentrara y así empezó a hacerle caso a él y no a mí. ¡Papá estaba con Alice y Ted con Dylan!  ¿Y yo qué?

-         ¡Teeed! – le llamé. Él me miró un segundo, pero entonces Dylan le dio un manotazo. Genial, si yo hacía eso papá me castigaba, pero si lo hacía Dylan no pasaba nada. La intuición y el tiempo juntos me decían que Dy no se comportaba como los demás, y que no se le aplicaban las mismas reglas, pero a veces no me parecía justo.  En ese momento, en el que Ted le prestó toda su atención a raíz de ese manotazo, no me pareció justo para nada.

-         ¿Qué pasa, Dy? – preguntó, y Dylan le pegó otra vez.  - ¡Eh! ¿Por qué me pegas? Si yo no te he hecho nada.

Dylan sonrió, como si pegar a Ted fuera divertido.

-         Eso no se hace, Dy. Me puedes hacer daño. ¿Quieres hacerme daño? – preguntó Ted.

Dylan negó con la cabeza y Ted sonrió, como si Dy hubiera hecho algo extraordinario.  ¡Vaya cosa! ¡Si sólo había dicho que no con la cabeza! Entonces, Dylan se puso de puntillas, se acercó a Ted, y le dio un beso. Y Ted abrió los ojos como si hubiese descubierto un castillo de chocolate.

-         ¡Chicos! – llamó, y alguno de mis hermanos vinieron corriendo. Entraron Barie, Zach, y Alejandro.  - ¡Dylan me ha dado un beso! ¡Él sólo, porque ha querido!

¡Jesús! ¡Ni que hubiera hecho algo tan difícil! ¡Yo también sabía dar besos!  Todos mis hermanos se pusieron a su alrededor, y empezaron a sonreírle.

-         ¿Me das un beso a mi también, Dy? – preguntó Barie.

¡Eso ya era el colmo! ¿Y yo que estaba, ahí pintado? No me habían dedicado ni una triste mirada.  A Dylan no le gustaba que le agobiara la gente, así que se alejó de ellos, y entonces vino hacia mí. Yo no quería ni verle, todos le querían a él más que a mí. Le di un empujón, por roba hermanos. Dylan se cayó al suelo y se quedó sentado, parpadeando, sin hacer nada. Sin defender, ni llorar, ni ponerse de pie.

-         ¡No sé por qué todos te quieren tanto si no sabes hacer nada! ¡Yo soy más pequeño y ya me sé atar solito los cordones!  - le grité.

-         ¡Kurt! –  me dijo Ted, mirándome enfadado. Levantó a Dylan y le miró, buscando heridas. No le había dado tan fuerte, a ver.

-         Kurt, cuando papá se entere de esto se va a enfadar mucho contigo – me dijo Alejandro – Eso que has hecho está muy feo, y encima a Dylan… Hoy vas a dormir calentito, enano. ¿Es que quieres acabar así todos los días?

Miré a Alejandro con indignación. Ahora yo si existía ¿no? Para regañarme todos se daban cuenta de que yo estaba ahí. No me gustó ni un pelo lo que me dijo. No quería que papá se enfadara ni que me diera en el culito, ninguna de las dos cosas. Corrí hacia Ted, sabiendo que él me defendería, y le diría a Alejandro que era malo, pero…

-         No, Kurt. Alejandro tiene razón. Has sido muy malo con Dylan y tienes que pedirle perdón.

-         ¡No le voy a pedir perdón, es tontoooo! – grité.

-         Bueno, alguien se ha ganado unos buenos azotes – dijo Alejandro.

-         ¡Si me castiga a mí también tiene que castigarle a él! – grité, señalando a Dylan.

-         ¿Por qué? Él no ha hecho nada – dijo Alejandro.

-         ¡No! ¡Lo que pasa es que papá a él nunca le castiga! – protesté. Que lo sabía yo. A él nunca le daban en el culito.

Todos eran malos. Papá se iba a enfadar conmigo y con Dylan no y Alejandro tenía razón: me castigaban todos los días y yo no quería.  ¡Yo sólo había querido que papá jugara conmigo! ¿Por qué nadie lo entendía? ¿Es que querían más a Alice o a Dylan que a mí? Se me llenaron los ojos de lágrimas y me fui a llorar junto a Copo. Copo no era mi peluche. Y no me gustaba. Para nada. Era de Hannah, pero a veces lo dejaba en mi cama y yo se lo cuidaba. Pero, aunque no fuera mío porque era un peluche de niña, era muy blandito. Así que le abracé. ¡Seguro que Copo no prefería a Dylan! ¡Hum!

-         Déjale, ya se le pasará – dijo Alejandro, porque Ted venía hacia mí. Él no le escuchó, y se sentó en mi cama, y me puso encima.

- Papá no castiga a Dylan, tienes razón. Para empezar él suele portarse bien. Y luego hay cosas que no entiende, o que le cuestan mucho. Le cuesta mucho mirar a los ojos, prestar atención, y seguir instrucciones. A veces le cuesta mucho hablar, y otras en cambio no se calla.  Aprendió a hablar a los cuatro años, y tú en cambio a los dos ya cotorreabas por ahí diciendo mi nombre a todas horas. Él no va a nuestro colegio porque necesita una profesora que le explique las cosas más despacio, porque para él es más difícil. Él sólo … es diferente. Igual que hay niños altos, y niños bajos. Niños con gafas, y niños sin gafas. Niños rubios, y niños morenos. Niños como tú, con la piel blanca, y como yo, con la piel negra. Pues también hay niños como Dylan. Él no entiende el mundo como lo entendemos tú y yo. Por eso es muy importante cuando hace algo que no ha hecho nunca, como darnos un beso porque sí, sin que se lo pidamos varias veces.  Es como cuando tú aprendiste a montar en bici, campeón. ¿A que papá nos lo dijo a todos, y  te felicitó muchas veces? Pues con Dylan hay que hacer lo mismo. Así es como él aprende, poco a poco. Por eso papá no le castiga. Por eso en su lado de la habitación hay fotos con cosas importantes, que le explican lo que vamos a hacer cada día y que toca hacer en cada momento. Ahora mismo está la foto de la ducha ¿lo ves? Porque es la hora de ducharse.  Y tienes razón, hay muchas cosas que no sabe hacer, pero eso no quiere decir que no sepa hacer nada. Él, por ejemplo, sabe perdonar, y sabe que a los hermanos se les trata bien. Dime ¿tú también lo sabes?

Miré a Ted con atención. Él ya no parecía enfadado conmigo. Yo sabía todo lo que me había dicho, más o menos. Papá me lo había explicado alguna vez, y me había leído cuentos sobre el autismo, que por lo visto era el nombre de lo que le pasaba a Dylan. Y como compartía habitación con él, me daba cuenta de que casi todo lo que decía ese libro era verdad. Sabía que a Dylan algunas cosas le costaban más… y por eso… por eso yo tenía que ser bueno con él… y no lo había sido… Empecé a llorar con más fuerza.

Ted me abrazó y me acarició la espalda como hacía papá, y dejó que llorara hasta que me sentí capaz de dejar de hacerlo.  Pero cuando lo hice, vi que Dylan estaba a nuestro lado y empecé a llorar otra vez. Entonces Ted me soltó, e hizo que abrazara a Dylan. Y  Dylan se dejó, aunque no solía hacerlo.

-         Lo-lo siento, Dy – lloré, y le miré a los ojos. Dylan no me respondió. ¿Eso quería decir que no me perdonaba? Miré a Ted con miedo. ¿Y si no me perdonaba?

-         Dylan, ¿le perdonas?

Dylan le miró a él, pero tampoco dijo nada.

-         ¿Le perdonas, Dylan?

Finalmente, mi hermano asintió, y yo me sentí más tranquilo.

-         No es verdad que seas tonto. Eres mi hermano mucho más mejor – le dije, y entonces le vi sonreír. Dylan era mayor que yo pero… a veces era como si fuera más pequeño. No era como Cole… sino más bien como Alice. Con los hermanos pequeños siempre hay que tener más paciencia. Y siempre es un logro todo lo que hacen, aunque tú ya sepas hacerlo. Es mejor unirse a los demás y aplaudirles, que enfadarse porque se les anime.

Una vez me quedó claro que mi hermano me odiaba, empecé a pensar en lo que diría papá al enterarse. Volví a abrazar a Ted. Para sentirse protegido era mejor abrazar a Ted que a Dylan.

-         Papi me va a pegaaaaar – le dije. Él me acarició el pelo, y me hizo sentir más relajado, pero entonces…

-         Y no es como que no te lo merezcas – dijo Alejandro.

-         Ey, déjale. No le regañes ahora. – me defendió Ted. Yo me giré y miré a Alejandro, para ver si estaba muy enfadado.

-         Ugh… bueno… Si es que cuando llora así… Está bien. Anda que siempre estás metido en líos, enano. – dijo Alejandro.

-         Mira quien fue a hablar – dijeron Zach, Barie y Ted a la vez. Yo sonreí un poquito, y tiré del pantalón de Alejandro.

-         ¿Papá me va a castigar?

-         Me temo que sí, renacuajo. A no ser que no se lo digamos… - dijo Alejandro.

-         Pero yo se lo tengo que decir – respondí.

-         Pues si siempre haces eso te vas a llevar muchos castigos…


-         Alejandro, no le enseñes mal. Siempre es mejor que él solito se lo diga a papá a que se entere de otra forma.

-         Pero si tú mantienes el pico cerrado papá no tiene por qué enterarse, y Kurt se libra de una buena. Empujar a Dylan y meterse con él no es algo que solucione con un par de palmaditas, y lo sabes.  – dijo Alejandro.

Yo empecé a llorar de nuevo, porque había entendido eso perfectamente. Papá se iba a enfadar mucho conmigo. Salí corriendo y fui a la habitación de papá y abrí la puerta… Estaba jugando con Alice, y al ver sonreír a mi hermana me dieron más ganas de llorar. Yo lo único que había querido es que papá me abrazara así, justo como estaba haciendo con ella.

-         ¿Qué tienes, campeón? – preguntó papá, cariñoso, al verme. Corrí hacia él y le agarré de la pierna, pero había algo rojo en el suelo y al pisarlo fui dejando huellas en toda su habitación.  Pensé que papá se enfadaría pero en lugar de eso se rió, y le guiñó el ojo a Alice – Kurt también quiere que me acuerde de él, y de la huella de su zapato. No llores, cariño. ¿Te gusta la nueva decoración de mi cuarto?

Miré el suelo. Estaba todo manchado de rojo, pero a él no parecía importarle. Mis huellas dejaban un rastro desde la entrada hasta él, que estaba sentado en la cama. Casi parecía un caminito marcado, como un dibujo que indicara donde tenías que poner los pies para ir a la cama de papá.

-         Papiiii

-         Dime.

-         He sido malo con Dylan – confesé y a partir de ese momento no pude decir nada más, y me apoyé en él, llorando. Noté una mano que me tocaba el pelo, pero no era grande como la de papá. Era una mano pequeñita… La mano de Alice.

-         No llores – me dijo mi hermanita.

-         Es que he sido muy malo.

Papá me cogió en brazos, y me sentó en su pierna izquierda, mientras tenía a Alice sentada en su pierna derecha.

-         ¿Cómo es eso? Tú no eres malo, peque.

-         Sí. Le-le he empujado y….snif…me he metido con él.

-         ¿Y por qué has hecho eso?

Me escocían los ojos con más lágrimas que caían y caían, sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo.

-         Porque todos le querían a él más que a mí, y tú a Alice…y…. y…

Papá me levantó, y pensé que me iba a pegar, pero en lugar de eso me dio un beso en la frente.

-         Yo quiero mucho a Alice, igual que te quiero  mucho a ti. Y todos quieren mucho a Dylan, pero también te quieren mucho a ti.

-         Pero… pero… yo quería estar contigo….

Papá me dio otro beso, y me abrazó.

-         ¿Le has pedido perdón a Dylan? – me preguntó, y yo asentí.  Entonces sentí antes que escuché una palmada. Un solitario “plas” que me dolió un poquito, pero que era menos de lo que me esperaba. – Eso es para que no te olvides de lo mucho que papá te quiere. ¿Lo sabes ya, o tengo que darte más?

Negué efusivamente con la cabeza,  y él se rió. Dejó a Alice en la cama un momento y sacó un pañuelo. Me limpió la nariz con él.

-         Ale, sin llorar. Alice, dile por qué no puede llorar.

Mire a mi hermanita, que puro carita de estar pensándolo. Entonces se tiró a por mí, y casi me tira, pero papá nos sujetó. Me plantó uno de sus besos babosos en toda la mejilla.


- ¡Porque es mi tito! 

3 comentarios:

  1. No se como es posible que se puedan amar mas a tus niños todos ellos pero con cada nueva entrega lo consigues...

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  2. :3 amo tu historia y a Aidan y a ted y bueno a todos en si :D
    Jeje que bien que aidan ya se dio cuenta que ni en otra vida podría ser mas severo jeje
    Simplemente genial y hermoso el capitulo

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  3. Dream... te cuento que hasta enferma te inspiras... amiga... buenisimo... te quedo el capi, mi favorito es Alejandro....pero TED me ha robado el corazon.

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