Páginas Amigas

sábado, 14 de diciembre de 2013

Capítulo 19: Quiéreme cuando menos te merezco, porque es cuando más te necesito




Capítulo 19: Quiéreme cuando menos te merezco, porque es cuando más te necesito


Ted, te he dicho que no es necesario que…- empezó papá, intentando quitarme la batidora de las manos.

Y yo te he dicho que voy a hacerlo igual, así que no sé por qué no te rindes.

Estábamos en la cocina. Papá se había demorado un poco con los peques, y luego había tenido que ocuparse de Dylan. A él no podías cambiarle sus rutinas. No podías decirle “Hoy te ayuda Ted ¿vale?”. Las reglas eran que papá le ayudaba en la ducha, le ponía el pijama y le daba sus medicinas. Mi hermano tomaba una buena colección de pastillas: Abilify, que reduce los síntomas de irritabilidad en los niños con autismo, aunque a mi juicio Dylan no era especialmente irritable. Ritalin, que es un medicamento estimulante para niños con déficit de atención. Ese lo tomaba Kurt también, porque era hiperactivo. El Prozac o fluoxetina, que en teoría ayuda con la disminución del comportamiento repetitivo, y a mejorar el contacto visual y social. A papá no le gustaba demasiado tanta medicación, pero según los profesionales era lo mejor para Dy.   Si un solo día papá dejaba de ducharle, o de vestirle, o de darle alguna de sus medicinas, Dylan se descontrolaba y sufría una crisis. No le valía con que le hiciera yo. Tenía que ser papá.  Así que como él estaba ocupado con Dylan, yo bajé a terminar de hacer la cena. En ese momento me estaba peleando con lo que en un futuro iba a ser una salsa de almendras. Papá ya estaba libre e intentaba reemplazarme.

Hijo, si mañana vas a ir a clase deberías descansar un poco. Eso puedo terminar de hacerlo yo.

Y también puedes sentarte cinco minutos a ver la tele mientras yo termino.

Ted…

Además, quiero comer algo DECENTE, así que será mejor que cocine yo – chinché. En realidad papá no cocinaba mal. A veces hacía experimentos culinarios algo raros pero por regla general todo era bastante comible.

Si quieres comer algo decente entonces no deberías dejar que se te quemen las patatas…

¡Ostras! – exclamé, y apagué el fuego - ¡Si es que me distraes!

Claro, ahora será mi culpa. En fin, gracias, Ted.  Vigila que tus hermanos no entren mientras está el fuego encendido ¿eh?

Descuida. Entonces ¿te vas a sentar? – pregunté, sin podérmelo creer. Ver a papá sentado sin hacer nada era….en fin, como que imposible.

Voy a mirar el e-mail. Pero sí, técnicamente lo voy a hacer sentado.

Le eché una mirada llena de veneno. ¿Tanto le costaba DESCANSAR?

“Ejem, ejem. Lo mismo que a ti…” respondió una voz en mi cabeza. La silencié dando un manotazo al aire.

Diles a los de la editorial que….

- No espero un correo del editor, sino de John, mi abogado.

Oh. ¿Sobre… la adopción de Michael?

Sip.

Tenía un montón de preguntas que hacerle a papá. Al día siguiente le darían el alta a Michael y entonces ¿qué? ¿Se vendría ese mismo día con nosotros? No habíamos hablado del tema. Papá ni siquiera le había dado la noticia a los demás. ¿A qué esperaba? ¿A que Michael se presentara, con maletas y todo, frente a nuestra puerta? Y, de todas formas, ¿qué iba a pasar con Michael? Es decir ¿dónde iba a dormir? ¿Cómo le íbamos a encajar en…en nuestro día a día? ¡No se trataba de un invitado que viniera de visita! Era, definitivamente, algo que necesitaba ser hablado. Por que…¿ y si algo salía mal?

Quería decirle todo eso, y mucho más, pero no tuve ocasión porque papá ya había salido de la cocina. Gruñí y me puse a escurrir las patatas.

Aidan´s POV –


Normalmente le hubiera insistido más a Ted para que dejara de hacer cosas que me correspondía hacer a mí, pero ya había demorado demasiado lo indemorable. Realmente tenía que ver ese correo.

John Miller no era sólo mi abogado, sino ya casi un amigo, porque me había ayudado con el tema de la tutoría de todos mis hermanos. En la bandeja de entrada del e-mail, tal como esperaba, tenía un mensaje suyo. Me llamó la atención el asunto, porque no era ningún título rimbombante u oficial, sino un simple “Asesoramiento y consejos”, que me indicó que no iba a andarse con formalismos.

Aidan:

He estado pensando en lo que tratamos ésta mañana. Como te dije, no hay ningún problema en que el chico viva contigo, pero adoptarle no es tan sencillo. Tú ya tienes herederos, y no guardas ningún vínculo biológico con él. Por suerte para ti, el estado de Oklahoma sí permite la adopción de adultos aún sin relación de parentesco, pero me gustaría que te lo pensaras.

Como tu abogado, es mi obligación adjuntarte los documentos de adopción. Como tu amigo, me siento en el deber de avisarte de que una vez esos papeles tengan tu firma y la del interesado, será algo irrevocable. En términos legales Michael Donahow será tu heredero, y en tu testamento actual legas los derechos de autor de todas tus obras a tu hijo mayor…. ¿De verdad quieres dejárselos a Michael? Aún no le conoces.

El siguiente punto que quería tratar era el asunto de la Responsabilidad Civil de Michael. De nuevo, como tu abogado, te adjunto un documento en el que se explica el proceso a seguir para depositar los veinticinco mil dólares en una cuenta del estado. Como tu amigo, te imploro que recapacites. Es mucho dinero y por lo que me has dicho ese chico es un estafador profesional.

Por último, respecto al trato que te mencionó el oficial, me he estado informando y sé que técnicamente no es viable. Las leyes no permiten un trato como ese y menos en tan poco tiempo. Para hacerlo posible, ese oficial tuyo se está aprovechando de un vacío legal y tendrá que conseguir firmas de algunos peces gordos. Le he estado investigando y no creo que un policía de su categoría tenga tantas influencias, así que sospecho que va a falsificar algunos documentos. Como tu abogado, mi consejo es que no te mezcles en esos asuntos, por si tengo razón y se trata de algo ilegal. Como tu amigo, te animo a que aceptes el trato, o mejor dicho a que no te opongas a que Michael lo acepte. Es realmente bastante bueno, y en lo que a ti respecta, no sabes nada de ninguna falsificación. Sé que va en contra de tu ética, pero también sé que estás dispuesto a cualquier cosa por aquellos a los que consideras “tu familia” y por alguna razón has incluido a ese chico en el pack.

Ten cuidado, por favor. No me gustaría que se aprovechen de ti.

Atentamente,

John.


Cuando terminé de leer aquello, me embargaron muchas emociones. Enfado. Preocupación. Agradecimiento. Era bueno tener un abogado que te hablara con franqueza, pero demasiada nunca es buena. No me gustaba lo que insinuaba sobre Michael en su mensaje. Abrí los archivos adjuntos antes de responderle y los imprimí. Luego respiré hondo, y redacté una réplica.

John:

Son ya muchos los años en los que he sido tu cliente y por eso puedo apreciar que realmente todo éste asunto te preocupa.

Si lo que estás insinuando es que las intenciones de Michael son hacerse con una fortuna, ha elegido al escritor equivocado para estafar, porque mis derechos de autor no valen tanto. De todas maneras, el plan inicial era legárselos a Ted y aún puedo hacer eso cambiando el testamento en cualquier momento, para lo cual ya te avisaré.

Es cierto que Michael es un ladrón y un estafador, y agradezco tu preocupación, pero dentro de muy poco va a ser mi hijo, así que no hagas acusaciones en falso. Nada de esto es algo que él haya planeado. No se trata de ninguna conspiración para dejarme en banca rota.

Acepto tus recomendaciones como abogado y declino tus consejos como amigo en lo que respecta a la adopción y el dinero. En cuanto al trato con la policía, me has dejado intranquilo. ¿Falsificar documentos? El oficial Greyson me pareció un hombre decente…

No has respondido a una de las preguntas que le dejé planteadas a tu ayudante. ¿Realmente es posible que mañana mismo se venga a casa? ¿No es demasiado pronto?

Atentamente,

Aidan.

Empecé a leer los documentos que John me había enviado y fui rellenándolos. Había una copia de los papeles de adopción para Michael, que tenían que ser rellenados y firmados por él. Aún no había terminado cuando recibí un nuevo mensaje de John:

No confundas decencia con burocracia.  Tal vez las intenciones del oficial escondan algo más que mero altruismo y caridad hacia el muchacho, pero tal vez no. Tal vez haga todo esto porque de verdad se preocupa por él, y si es así, falsificar documentos es sólo un mal menor. Aunque, eso sí, un mal menor por el cual puede perder el trabajo y ganarse una multa, si es que no su propia entrada en prisión. Por eso, como digo, o es un gran hombre al que le tienes que estar muy agradecido, o es ALGUIEN MÁS de quien debes tener cuidado.

Espero que hayas notado el énfasis en “alguien más”, porque sigo insistiendo en que debes vigilar a Michael con cuatro ojos, ya que estás dispuesto a dejarle entrar en tu familia.


Siguiendo la norma general no, no es posible que mañana esté en tu casa. Ese es uno de los motivos para decir que alguno documentos serán falsificados. De todas formas está claro que el oficial está dispuesto a saltarse los plazos y además supongo que es algo que él ya había empezado a tramitar por su cuenta. ¿Acaso te preocupa que sea tan pronto? ¿Lo has pensado mejor, gracias a Dios, y te estás echando atrás?

Resoplé ante la insistencia de John y escribí sólo una frase como respuesta, toda en mayúsculas, para dejarlo claro.

NO ME ESTOY ECHANDO ATRÁS.

Después, cerré el correo y respiré hondo. Intenté organizar mi cabeza pero con ese pitido en mis oídos era imposible… ¿Por qué me pitaban? Tal vez por sobrecarga de información. O por la abalancha de decisiones que iba a tener que tomar en los próximos tiempos… Con lo indeciso que yo era.

Apoyé la frente en la palma de mis manos y me puse a pensar a toda velocidad. Escuché que me llamaban desde abajo. Suspiré. Ya sabía lo que tenía que hacer.

Cuando bajé las escaleras los más pequeños correteaban por el salón mientras Ted, Alejandro y Madie ponían la mesa. Fruncí el ceño. No les tocaba a ellos. Pero en fin, eso podía esperar.

Chicos, al sofá – anuncié, con volumen suficiente para que lo escucharan todos.

Me miraron y empezaron a murmurar, mientras se encaminaban al sofá.

¿Qué pasará?

Está muy serio…

¿Alguien está metido en problemas?

Enano, tú al suelo, que no cabemos todos en el sofá.

Alejandro, déjale que se siente…

Harry, no habrás vuelto a coger dinero ajeno ¿eh? – dijo Zach, y eso valió para molestarme. Harry había pensado una forma de compensarle, una que exigía mucho sacrificio por su parte, y Zach le seguía lanzando pullas como esa.  De acuerdo con que Zach no tenía ni idea de los planes de Harry pero eso no era excusa.

De ser así  no sería asunto tuyo, Zachary. – le dije.

Sí que lo sería porque…

No, no lo sería, y quiero que dejes de molestar a tu hermano.

Es él quien me molesta a mí.

Ahora no te ha hecho nada. Y no me repliques más. Sólo siéntate y escucha, por favor.

¿Por qué tengo que escucharte si tú no me escuchas a mí? – me espetó. Le eché una mirada que venía a decir “¿Ves la línea? Porque estás cerca de cruzarla”. Zach bajó la cabeza y ya no discutió más, pero no me pasó desapercibida la forma en la que evitó pasar cerca de mí, por si acaso.

Cuando todo el mundo estuvo sentado mirándome, suspiré.

No quiero que me interrumpáis ¿de acuerdo? – dije, y recibí varios asentimientos silenciosos – Mañana le dan el alta a Michael. Y ha habido algunos cambios en los planes. No va a ir a la cárcel. Va a venir directamente a vivir aquí, con nosotros. Y…

¿Qué? – exclamó Cole. Se puso de pie y todo, y parecía sorprendido, pero no de la manera positiva.

¿Mañana? – preguntó Harry. Él parecía sólo sorprendido.

¿No es demasiado pronto? – preguntó Barie.

¿Estás loco? – dijo Alejandro.

No, no estoy loco, y gracias por no interrumpirme – dije con sarcasmo. – Las cosas se han dado así. El tema legal se había complicado, pero Michael va a trabajar para la policía durante tres meses y a cambio será libre. Aún habrá cargos en su ficha policial y tendrá que presentarse semanalmente a firmar pero…

¿Entonces es verdad? ¿Viene mañana? – volvió a interrumpirme Alejandro, pero no me miraba a mí sino a Ted, que asintió. Fue como si necesitara su confirmación.

PERO, será libre. – continué, antes de que hubiera más interrupciones. - Y eso implica muchas cosas. Para empezar, creo que lo mejor será que mañana ninguno vaya al colegio.

¡Síiii!

¡Genial!

No puedes estar hablando en serio.

¿De verdad?

¡Jo!

Uno espera que una noticia semejante sea bien recibida, pero no lo fue entre todos mis hijos. Al que peor le sentó fue a Ted, porque yo ya le había dicho que iría… En el fondo yo no había creído que las cosas pudieran suceder tan rápido. No había terminado de asimilar que al día siguiente seríamos uno más, convencido de que esas cosas llevaban más tiempo. Pero John me lo había confirmado.

- Mañana será un día especial y hay muchas cosas que hacer…   Ted, en realidad creo que tú eres el que más motivo tiene para no ir a clase. El resto podrían ir pero…

Pero será mejor que nos quedemos, papá – dijo Harry rápidamente.

Sí, como tú dices, hay muchas cosas que hacer – apoyó Madie.

Sonreí un poco. Qué cara más dura.

Iba a empezar a plantearles algunas cosas de logística, como dónde iba a dormir Michael, pero no tuve ocasión.

¿Aún tienes que adoptarle? – preguntó Cole. - ¿Aún tienes que adoptarle para que no vaya a la cárcel?

Le miré fijamente, buscando adivinar qué le había llevado a hacer esa pregunta.

No. Ya no “tengo” que hacerlo, pero aún quiero. Ted también. Esa es otra cosa que teníamos que hablar…

Suena como si ya hubiera una decisión tomada – replicó Cole. ¿Por qué sonaba tan enfadado?

Bueno…. Yo ya  tomé mi decisión… Ahora quiero escuchar la vuestra. Por eso he dicho que teníamos que hablarlo…

¿Qué hay que hablar? – intervino Zach -  Le dijimos a Michael que formaba parte de nuestra familia ¿no?  Se lo dijimos en el hospital. No sé vosotros, pero yo no digo eso para luego echarme atrás.

Le sonreí, y sentí alivio cuando vi que los demás asentían, mostrando su conformidad. La excepción fue Cole, que se limitó a resoplar.

¿Cole? ¿No estás de acuerdo?

No…yo…bah, no importa – dijo, pero de una forma en la que sí parecía que importase.

¿Qué ocurre, hijo?

Es demasiado pronto.

Sí, eso es verdad – coincidí – Por eso tenemos que resolver cuanto antes algunas cuestiones logísticas.

¿Logistiqué? – preguntó Hannah

Que tenemos que ver dónde va a dormir, y qué cosas va a necesitar que no tenga y otra serie de problemas  – traduje, para que todos me pudieran entender. – Ted, supongo que querrás que duerma contigo pero… Meter otra cama en vuestra habitación es imposible. La más grande es la de Kurt y Dylan…

¿Y una litera? – sugirió Ted, con timidez y entusiasmo a partes iguales. Yo sólo quería tantearle para ver si de verdad quería dormir con Michael. La litera es algo en lo que yo ya había pensado. Al principio intenté ver si era posible un cuarto para ellos solos, pero ciertamente andábamos cortos de espacio.

Joder, tío, no cabemos siendo tres y tú quieres que seamos cuatro – protestó Alejandro.

Pero apenas se notará…. Yo duermo en una cama normal. Compramos una litera, y listo.

¿Y hasta que la compremos? ¿Dónde va a dormir? ¿En el suelo? – objetó Alejandro. Bien visto.

Puede compartir cama conmigo por unos días – dijo Ted. Le ponía tantas ganas… Era tierno verle así, jugando al tetris para encajarlo todo con tal de que Michael estuviera en su habitación.  – O… o sino, en vez de literas… Cole puede dormir con Kurt y Dylan y Michael en su cama…

En ese momento Cole dio un manotazo al sofá y miró a Ted de una forma que… me dio escalofríos.

¡Nooooo! – gritó.   Caminó hacia Ted y le miró con ira y lágrimas en los ojos. Ted estaba tan sorprendido como yo. Entonces, Cole le empujó contra el respaldo del sofá.

¡Cole! ¿Cuál es el problema? – pregunté, demasiado sorprendido para estar enfadado.

Enano, ¿qué pasa? – dijo Ted, intentando sujetar las manos de Cole, pues él le empujaba una y otra vez. No le hacía daño porque Ted estaba sentado. Sólo intentaba descargar una rabia cuyo origen yo no entendía del todo.

¿No quieres que Michael duerma con vosotros?

¡Cállate, cállate, cállate! – me gritó, y entonces dirigió su enfado hacia mí. Cole se secaba las lágrimas que no podía evitar derramar, pero hasta éste gesto, casi siempre tierno, fue agresivo aquella vez. - ¡Todo es culpa tuya!

Cole, no me chilles. ¿El qué es culpa mía?

Cole miró hacia todos lados, como si estuviera atrapado y entonces vio algo en la mesilla del salón. Caminó hacia allí y cogió una de los coches de juguete de Kurt… y me lo tiró a la cara, lleno de ira. Solté un gemido de dolor, porque no fui lo bastante rápido para esquivar el impacto y me acertó en la frente…Me froté hasta que se pasó el escozor… Y en ese momento yo me enfurecí también y seguramente le miré con una rabia parecida a la que él dirigía hacia mí.

¿Pero qué rayos te pasa? Vete a tu cuarto. ¡AHORA!

¡Mejor te vas tú! ¡Os vais todos! – gritó Cole y empezó a tirar todo lo que veía a su paso. Volcó la mesa, asustando mucho a Hannah que se fue corriendo a los brazos de Ted. Cole se fue de la habitación, rumbo a la cocina.

¡NO ENTRES AHÍ! – le grité, entre enfadado por su actitud y que no me hiciera caso, y algo asustado porque en la cocina había cosas peligrosas. Le seguí.

Se encajonó a sí mismo, sin embargo, porque en el centro de la cocina había una mesa-encimera. Me imaginé corriendo alrededor de ella para perseguirle y supe que tenía que evitar aquello. Mi hijo no tenía que huir de mí. Suspiré, e intenté calmarme. Respiré hondo, para liberar mi ira. Cerré los ojos, y conté hasta diez. Cuando los abrí, Cole tenía el cuenco con la salsa que Ted había estado preparando en las manos y supe lo que iba a hacer antes de que lo hiciera… me tiró la salsa encima. Estaba muy fría. Manchó toda mi cara y mi camiseta. Fue como esas escenas de las películas, en las que el tiempo parece detenerse por unos segundos mientras todos miran con la boca abierta al tipo al que han manchado. Me pasé la mano por los ojos, para limpiarme un poco.

Tienes exactamente tres segundos para desaparecer de mi vista – susurré.

Inmediatamente después de decir aquello, me arrepentí. Yo era el adulto allí. Debía mantener la calma, y no enfadarme. Pero ¿quién no se enfada cuando le  gritan, le tiran cosas y le empapan de salsa? Aunque yo tuviera mis motivos para enfadarme con él, decir algo como eso no era propio de mí. Nunca les daba a entender que estaba tan enfadado como para no querer verlos, o como para que fuera mejor para ellos estar lejos de mí. Esa era una frase que a mí me habían dicho muchas veces… aunque en contestos diferentes…. Pero yo sabía lo mal que a uno le hacía sentir.

Pensé que Cole estaría asustado por mi especie de amenaza. No debí de equivocarme mucho porque se había sentado en el suelo, apoyando la espalda en la pared, y llorando. Le observé durante un rato. Verle encogido y desecho en sollozos me ayudó a ser más amable. Me acerqué a él, despacio.

¿Qué ha sido eso, mm? ¿A qué ha venido? – pregunté, y me agaché para intentar tocarle el hombro, pero ese debió de ser un movimiento equivocado porque él levantó la cabeza y me miró con ira. Se puso de pie rápidamente y me dio un manotazo en la mano, para que no le tocara. Volvió a salir corriendo, y chocó de lleno con Ted, que estaba en la puerta, mirando con impotencia el pequeño espectáculo.

Ted intentó sujetar a su hermano.

¡Cole! ¿Cole, qué pasa? ¿Has visto lo que le has hecho a papá?

¡Déjame, suéltame, idiota!

Pero Ted le mantuvo bien agarrado. Yo me acerqué a ellos y cogí a Cole por la cintura, sujetándole a la vez que cargándole.

Papá, tranquilízate… - me pidió Ted.

Yo estaba tranquilo, más o menos. El histérico era Cole, que empezó a patalear para que le soltara. Aunque yo tenía más fuerza que él, vi que si seguíamos luchando así iba a terminar por hacerle daño.

Ted, llévale a mi cuarto, a que se calme – le pedí. Yo cogí papel de cocina e intenté limpiarme la cara, aunque seguramente acabara por darme una ducha antes de dormir porque tenía salsa hasta en el pelo.

Ted cogió a su hermano  y le arrastró fuera de allí.

Ted – llamé, antes de que desapareciera de mi vista. – No le cierres con llave.

Mi cuarto no era un armario, pero yo no era capaz de encerrar a mis hijos. Ted asintió, sin hacer comentarios ni preguntas e intentó calmar a Cole, que no estaba por la labor de hacerle caso. Entonces escuché a Ted gemir, y supe que Cole le había dado en el costado. Y esa fue la gota que colmó mi vaso. Aunque pensaba tener una charla mucho más larga con él cuando los dos estuviéramos más calmados, agarré a Cole y le di tres fuertes azotes que sonaron mucho así que tuvieron que doler más.

PLAS PLAS PLAS

Te vas a poner en esa esquina,  vas a respirar hondo, y estarás allí hasta que yo te diga.  – ordené y le giré, poniéndole mirando a la pared justo donde los dos lados se juntaban.

Me quedé mirándole fijamente a ver si se giraba, pero se quedó tal como le puse, quieto, sin moverse. Casi parecía una estatua, hasta que de pronto le temblaron los hombros. Y entonces empezó a sollozar, con renovadas energías, y se llevó las manos atrás para frotarse donde le había pegado.

Escuchar ese sonido, viéndole temblar de esa manera, hizo que mi resolución se tambalease, pero con una máscara falsa de frialdad le ignoré y me centré en Ted. Le miré a ver si se le habían abierto los puntos, pero todo indicaba que no.

Vamos a cenar – le dije a Ted, y también al público que observaba desde la puerta.

Fue una cena para olvidar. Realmente no sé si se puede llamar cenar a lo que hicimos esa noche, porque nadie parecía tener hambre. Se escuchaba llorar a Cole desde el salón y todos me miraban como si yo fuera un monstruo. Claro, YO era el malo. Cole me gritaba y me agredía sin saber por qué, pero el malo era yo. Mi hijo de diez años  - no de cuatro, ni de seis- tenía una rabieta violenta  e injustificada, y yo era malo por dejarle mirando a la pared.  Pues entonces sería un monstruo después de la “conversación” que iba a tener con él… Suspiré. Estaba muy cansado. No había dormido bien (más bien, no había dormido) y tenía muchas preocupaciones en mente.

Papá,  por favor…

Resoplé.

¿Por favor qué, Ted?

Déjale venir a cenar.

No creo que sea lo mejor ahora mismo – respondí, pausadamente.

Ya lleva ahí más de diez minutos… - intervino Alejandro, intercediendo también.

En realidad lleva cinco. – respondí. Estaba contando cada maldito segundo.

Se hizo el silencio, y eso permitió escuchar mejor el llanto de Cole, que era medio de rabia, medio de tristeza, y medio fingido, para llamar mi atención. Lo estaba consiguiendo. De nuevo las miradas acusadoras.

Voy a traerle aquí – decidió Alejandro.

No, no vas a hacer eso – respondí, pero Alejandro se levantó – Ya tengo que castigarle a él. No te añadas a la lista.

Alejandro me miró con furia, pero luego se rindió. No obstante, no se volvió a sentar.

No tengo hambre – dijo, y se fue escaleras arriba. Uno a uno todos mis hijos se fueron escaleras arriba y me dejaron sólo con Ted, que también se quedó. ¿Qué era eso? ¿Una especie de motín?

Genial. Venga. ¡Todos en mi contra! ¡Es justo lo que necesito! Siento que nadie vaya a probar tu cena, Ted.

En realidad yo tampoco tengo hambre, papá – respondió él, cabizbajo. Suspiré.

¿Y crees que yo sí?  Tengo restos de salsa en el pelo y en la camiseta. Me ha insultado, gritado y golpeado. Y aun así tengo que hacer un esfuerzo enorme por no correr a la cocina y sacarle de la esquina.

¿Y por qué no lo haces?

Necesito que se calme antes. Estar sólo le hace bien.  Cada vez que tú y yo hemos intentado acercarnos a él, sólo le hemos puesto más furioso.

¿Qué le pasará? – preguntó Ted – Esto es raro en él… Es…como esas cosas que salen en la TV, ese programa de Supernanny en el que los niños son salvajes hasta que llega la psicóloga…

Yo no supe qué responderle, y Ted no añadió nada más. Nuestros platos permanecieron intactos. No comimos nada, pero seguimos allí. Me quedé sentado esperando que Cole dejara de llorar, pero cuando parecía que iba a parar empezaba de nuevo. Me sentía mal, porque en parte ese llanto era de tristeza y mi instinto era consolarle aunque él siguiera rabioso.

¿Cole? – llamé, pero al escuchar mi voz lloró con más ganas, con enfado, y supe que aún no estaba lo bastante calmado.

 Fui al baño, me lavé el pelo, me cambié de camiseta, y cuando bajé Cole ya no lloraba.  Entonces fui a la cocina.

Mírame – le dije a Cole, y él se giró. No había ya más ira en sus ojos. Dejarle tranquilo pareció haber funcionado. Pero no me sentí más tranquilo por ello, porque había en él una pena inmensa… y también algo de miedo.

Reconocí esa mirada. Era la que yo tenía cuando vaciaba alguna de las botellas de Andrew por el lavabo. Esa que pones cuando sabes que tu padre está cabreado, y te preguntas hasta qué punto, aunque una parte de ti ya lo sabe.

Eso me confirmó que debía posponer nuestra conversación hasta el día siguiente. Los dos estábamos cansados, era su hora de dormir y yo aún tenía que ducharme. Y él estaba demasiado asustado.

Sube a tu cuarto, ponte el pijama, y métete en la cama. Mañana hablaremos de lo que has hecho.

Cole me miró con ojos brillantes y no hizo la menor intención de salir por la puerta.

Papá…

No quiero oír ni una palabra. Ya has dicho y hecho demasiado.

Lo siento, papá. No estés enfadado conmigo, por favor…

Cole derramó algunas lágrimas y se las limpió con la manga para que yo no las viera. Aquella vez no hubo agresividad en el gesto, sino sólo ternura, de tal manera que pareció más infantil. Recordé que Cole no soportaba acostarse sin haber hecho las paces. Era algo supersticioso con eso de dormirse estando enfadado. No dormía tranquilo y lo pasaba muy mal. A mí tampoco me gustaba, aunque me parecía peor acabar el día con un castigo…

Voy a ver si los peques necesitan algo – gritó Ted, desde el salón, y supe que nos había oído, y que era su forma medianamente sutil de darnos algo de intimidad, como una indirecta de “arregla las cosas con él, ahora”.   Alejandro bajó en ese momento y escuché como Ted le empujaba escaleras arriba, hablando en voz demasiado alta como si estuviera en un teatro – Y tú será mejor que vayas al baño, Alejandro, que luego vas a  mear en mitad de la noche y me despiertas.

Pero ¿qué dices? Si yo duermo del tirón…- dijo Alejandro y luego escuché un quejido, como si se hubiera llevado un pellizco o un pisotón. Pareció pillarlo entonces. – Sí, sí, será mejor que vaya, que he bebido demasiada agua…

Los dos desaparecieron escaleras arriba, y yo sonreí un poco. Sabía que nos dejarían solos, impidiendo que nadie bajara y nos interrumpiera. Cole pareció entender también de que iba el pequeño teatro de sus hermanos pero pareció más aliviado que ansioso ante el hecho de que fuera a castigarle en ese momento.

Fui con él al salón y me senté en el sofá. Le puse de pie delante de mí y pensé bien cuáles tenían que ser mis primeras palabras. Antes de regañarle, necesitaba saber por qué tenía que hacerlo. Necesitaba saber sus motivos, porque estaba claro que lo de hacía un rato había sido una rabieta. Si para mí todas las rabietas eran comprensibles porque había que reconocer los sentimientos de los niños como válidos y también sus frustraciones, con más motivo lo era aquella, porque Cole ya no era tan pequeño. Cuando Alice, Kurt o Hannah se ponían a gritar y a patalear en un berrinche, yo entendía que les costaba manifestar su enfado de otra manera. Los niños también sienten y no hay nada malo porque sientan. Sólo hay que enseñarles a expresar esos sentimientos. Pero Cole ya tenía recursos para expresarse, al menos más que sus hermanos, y si había tenido esa reacción era porque tenía que haber alguna clase de sentimiento que lo desbordaba. Uno que lo llenaba de dolor, y provocaba su rabia.  Mi objetivo era averiguar cuál era.

Todo esto ha empezado cuando hablábamos de dónde va a dormir Michael. ¿Por eso te has enfadado? ¿No quieres que venga?

Cole se mordió el labio antes de responder.

Ted le va a dar mi cama. Yo ya sabía que cuando viniera Michael, Ted ya no querría estar conmigo, pero no creí que se olvidara de mí tan rápido.

Mientras hablaba, nuevas lágrimas le surcaron las mejillas, y yo se las limpié.

¿Me estás diciendo que todo esto ha sido por un ataque de celos? – pregunté, con algo de incredulidad.

Cole no respondió, pero yo tampoco necesitaba su confirmación. Me dio mucha ternura verle tan preocupado por la posibilidad de que “el nuevo hermano de Ted” le sustituyera. Le besé en la frente.

Ted no duerme con Kurt, y aun así él es su hermano. Sugerir un cambio en las habitaciones, no implica borrarte de ningún sitio, ni que te quiera menos. Es más lógico que Michael duerma con Alejandro y con Ted, porque son de edades parecidas, pero si tú quieres no lo hacemos. Ted sólo estaba dando ideas, porque necesita que todo esto salga bien. Si Michael duerme en su cama unos días, o en la tuya, no te está sustituyendo. Las personas no son sustituibles, y los hermanos menos. Créeme cuando te digo que eres muy importante para Ted. Y para mí también. No creo que haga falta que lo diga, pero que Michael venga no implica ningún cambio entre tú y yo, ¿estamos, campeón? Ni entre tú y Ted. Sumamos un factor a la ecuación, no lo quitamos. – le dije, y le miré fijamente a ver si me había entendido.

¿Qué es una ecuación? – preguntó Cole, tras unos segundos de silencio, pareciendo mucho más aliviado, como si esas palabras fueran lo que necesitaba oír. Le di otro beso y le acaricié el pelo. Él suspiró. – Yo… sólo… no quiero que él se olvide de mí.

No lo hará, Cole, te lo prometo. Pero es importante que entiendas algo, hijo. Te dije que si algo te preocupaba lo hablaras conmigo. Esa es la solución para los problemas: hablarlos. Si no te atrevías a decírselo a Ted, podrías habérmelo contado a mí y yo te habría dicho esto mismo. Ted te quiere. Nunca tienes que temer lo contrario.

Cole asintió, y supe que mis palabras habían calmado sus inquietudes, al menos en parte.

Tampoco tienes que temer que yo deje de quererte o que no sea capaz de entenderte cuando tengas pensamientos de éste tipo.

Cole volvió a asentir, pero ahí le vi dudar un poco. Una parte de mí quería dejarlo pasar. Pensé que eran impresiones mías e iba a empezar a regañarle, pero realmente quería que tuviera las cosas claras antes de empezar a ser el malo de la película. Ese brillo de duda en sus ojos me llamó la atención y pensé que haría mal en ignorarlo por precipitarme.

¿No me crees? ¿No crees que sea capaz de entenderte?

No es eso. Sé que me has entendido.

¿Entonces?

Los ojos de Cole me sondearon el alma cuando chocaron…no, cuando se fusionaron… con los míos.

¿Me seguirás queriendo después de cómo te he tratado? ¿Me perdonarás?

Jadeé por la intensidad de su voz y en su mirada. Pareció de pronto mucho más mayor. Tardé segundos en recuperarme de esa pregunta y sacudí la cabeza.

Por supuesto que sí. Te quiero más que nunca, Cole, porque es ahora cuando más lo necesitas. Nunca, óyeme bien, nunca harás algo tan malo como para que no te perdone.

Cole lagrimeó y me dio un abrazo. Eso era lo que se escondía detrás de su rabia. Miedo.

Le tuve abrazado por un rato y le escuché volver a sollozar. Jesús, ¿cómo podía una persona llorar tanto por miedos totalmente infundados?  ¿Cómo podía Cole ser tan inseguro, y pensar que la gente le iba a dejar de querer en cuanto viniera alguien “a sustituirle”?

En cuanto se calmó, le separé un poquito.

Sé que ha habido gente que ha sido mala contigo. Que en vez de hablar te han tratado mal y te han hecho daño. Pero no es eso lo que yo te he enseñado. Aquí nadie te trata mal y no nos merecemos que tú nos trates mal a nosotros sólo porque estés asustado.

Cole no dijo nada. Intuía el punto hacia el que yo estaba llevando la conversación. Odiaba hablarle con dureza después de un momento así, pero era necesario.

Lo que has hecho hoy no puedes volver a repetirlo. ¿Entiendes por qué estoy enfadado contigo?

Al escuchar esa pregunta Cole se encogió.

Yo… yo… - balbuceó, y se tiró a mi cuello. - ¡Papi, perdón!

Cariño, sabes que te perdono, pero respóndeme – le dije, separándole con cuidado para no herir sus sentimientos, pero con firmeza para que no eludiera la pregunta.

Estás enfadado porque me he portado muy mal – gimoteó, y supe que no iba a darme otra respuesta así que decidí matizar por él.

Has  asustado a tus hermanos, me has hecho daño, me has faltado al respeto, me has desobedecido y has hecho daño a Ted. O lo que es lo mismo, te has puesto a gritar, a tirarme cosas y a forcejear.

¿Le he hecho daño a Ted? – preguntó, con tristeza y preocupación.

En el costado. Y seguramente también le has hecho daño por dentro, como a mí.

Creo que cole estaba tan cansado de llorar que ya no podía hacerlo, así que soltó un sollozo extraño, como si él fuera el que realmente tuviera daño por dentro. Conmovido, le di un beso en la frente convencido de que ya no me quedaba nada más por explicar.

Te voy a dar unos azotes, y voy a ser mucho más duro que otras veces, pero espero no tener que volver a castigarte en mucho tiempo. – le dije, y antes de darle tiempo a pensar, asimilar las palabras, y asustarse, le bajé el pantalón del pijama.

Le tumbé encima de mí y él no se resistió físicamente, pero empezó a suplicar.

No, papi, por favor.

Probablemente, una de las cosas más difíciles que un padre tiene que hacer en ocasiones, es negarse a las súplicas de sus hijos.

Voy a hacerte una pregunta, Cole.  ¿Tú me quieres?

S-sí.

Pues yo también, y por eso mismo no voy a dejar que te comportes como lo has hecho. – le dije, le acomodé bien, y comencé.


PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS  AAY PLAS PLAS PLAS PLAS Oww PLAS  Papiiii
PLAS PLAS  Auu PLAS PLAS PLAS Ifsg

Había empezado a quejarse muy pronto, pero en honor a la verdad tengo que decir que en ese momento debía de quedarle muy poco autodominio, que yo no estaba siendo suave, y que hasta el momento eso era lo máximo que yo le había pegado alguna vez: quince azotes sin pantalón.

PLAS PLAS PLAS No... no lo haré más, de verdad.  PLAS PLAS PLAS Aiii PLAS PLAS PLAS PLAS Bwaaaa PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Para, papi, para…

Lo siento hijo, pero aún no – le dije, rompiendo mi regla de no hablar durante un castigo y de no responder a sus propuestas, muchas veces incoherentes. Lo hice para que no se sintiera ignorado, pero para que supiera qué esperar.


PLAS PLAS PLAS Asngs  PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

En esos últimos se limitó a llorar. Dejé mi mano quieta sobre  su calzoncillo y casi pude sentir el calor. Acaricié la parte alta de sus muslos, que estaba considerablemente roja.

Pa…pi…to…- lloriqueó Cole. Sin duda, escucharle llorar así era mi castigo por haber osado ser tan duro con mi pequeño.

Le levanté y él pasó sus brazos alrededor de mi cuerpo, para apoyar la cabeza en mi pecho y llorar sobre él. Le froté la espalda y empecé a hacerle dibujitos en ella con el dedo. Cuando se dio cuenta se empezó a relajar, y a llorar un poco menos, y de pronto estaba en silencio mientras intentaba adivinar lo que quería decir la extraña combinación de letras y números que mi índice dibujaba sobre su camiseta.

Te… quiero…mucho – susurró, cuando el mensaje estuvo completo. Levantó la cabeza, se separó un poquito y me miró, sonriendo, no sé si por el mensaje o por haber sabido recomponerlo.

Gracias hijo, yo también – respondí, de broma, como si las palabras fueran suyas y no la reproducción de mi mensaje. Le di un beso y le volví  a abrazar. – Te quiero.

Me puse de pie, y le cogí en brazos. Subí con él así las escaleras, aunque me costó bastante porque aunque Cole era pequeño para sus diez años, treinta y dos kilos eran treinta y dos kilos. Me reí de mí mismo al pensar que cuando tenía sólo a Ted uno de mis trabajos era el de descargar sacos de ochenta kilos. Claro que entonces, además de ser más joven, lo hacía sin ningún cuidado, tirando el saco de cualquier manera, y aquella vez maniobraba con mucha lentitud y cariño, porque el “saquito” de treinta y dos kilos que llevaba conmigo era una de mis posesiones más preciadas.

Ya en el piso de arriba pasamos de largo su habitación y Cole se extrañó.

¿A dónde vamos? – preguntó, desde el hueco de mi cuello.

A mi cama, por supuesto. Hoy vas a dormir ahí.

¿Por qué?

Porque sí. Es parte de tu castigo – le dije, pero sin estar nada enfadado.

Él se rió y se dejó llevar. Cuando llegamos a mi cuarto le dejé en la cama y le tapé bien.

¿A dónde vas? – protestó.

A por tus pantalones.

Oh.

No dijo nada más, y juraría que se ruborizó un poco. Bajé al salón a coger su ropa y al volver me detuve un momento en el cuarto de Ted. Me había entretenido mucho con Cole, pero tendría que haber supuesto que Alejandro y Ted no estaban dormidos. Es más, dudaba que alguno de mis hijos lo estuviera. Al ver la forma en la que Ted me miraba tuve una idea.

¿Por qué no vienes conmigo?

¿Eh?

Cole tiene la absurda idea de que cuando venga Michael ya no vas a necesitar que sea tu hermano.

¿Qué?

Ya le he quitado esa tontería de la cabeza, pero me gustaría que se lo demostraras.

Antes de poder terminar la frase, Ted se había puesto de pie. Vino conmigo a mi habitación y sorprendimos a Cole frotándose un poco donde le había pegado. Ted me miró mal y fue con él.

Ey, enano.

¡Ted! Siento haberte empujado… y haberte hecho daño en la cicatriz.

No pasa nada. ¿Hoy duermes con papá?

Cole asintió, sin nada de vergüenza, mimoso como nunca.

¡Y contigo! – dijo.

¿Cómo? – preguntó Ted.

¡Te quedas aquí! – exclamó Cole. Desde luego, no fue una pregunta. Ted me miró y yo me reí, por su expresión desconcertada. Aquello no había sido cosa mía, pero me parecía genial. Más que genial. A Cole le gustaría dormir con Ted… y lo cierto es que hacía muchos años que Ted se creía mayor para venir a mi cama.  Sería la excusa perfecta.

Enano…yo…

Tú te quedas – intervine. – Igual que él está castigado a dormir aquí conmigo, tú también, por decir que Michael duerma en la cama de Cole. No vamos a hacer eso ¿verdad que no?

Cole negó con la cabeza, dejando que le infantilizara un poco, y agarró un brazo de Ted, para que no se fuera.  Resignado, Ted se metió en la cama sin dejar de mirarme como si estuviera loco.  Cole se abrazó a él muy contento por haber ganado tan fácil y yo me senté a su lado, observándoles lleno de ternura. Acaricié el pelo de Cole mientras Ted me miraba fijamente.

Supongo que volvemos al plan de la litera. – me dijo - Pero, hasta que tengamos una nos falta una cama…Tal vez, el sofá…

Te estás olvidando de que ésta cama tiene dos metros de ancho. Nadie se va a morir por dormir conmigo un par de noches.

No, desde luego que no, si los enanos duermen aquí todos los días…

Como invocados por las palabras de Ted, los rostros de Kurt y Alice aparecieron detrás de mi puerta. Kurt hizo circulitos con el pie. Estallé en carcajadas y le indiqué que se acercara. No necesitó más invitación para lanzarse sobre el colchón. Alice se acercó a pasitos cortos, y así tuve conmigo a todos los que habían llorado aquella tarde, como si mi cama fuera el lugar al que había que acudir después de llorar. Bueno, a mí me gustaba el plan.

Ve a llamar a Hannah, pitufa – le dije a Alice antes de que se metiera. – Apuesto algo a que está despierta y no quiero que luego nadie me acuse de dejarla dormir solita.

Dicho y hecho. Observé a mis cinco hijos  tumbados en la cama. Destacaba Ted, por ser mucho más grande y el único que quedó despierto después de algunos minutos.

Vale, esto….¿y yo dónde dormía?


Ted´s POV –

Aunque la cama de papá era “king size” (creo que  la compró tan grande sabiendo que iba a tener “visitantes” habituales) los dos metros de ancho se quedaron estrechos para tanta gente. Así que nos pusimos contrapeados.  A pesar de que al principio me sentía extraño por estar allí, no podía negar que me encantaba. Siempre he sido de esas personas a las que les gusta compartir la cama. De niño lo hacía con un montón de peluches o con mi padre. De más mayor  la compartía sólo ocasionalmente, con Cole.  Me gustaría ser más como Zach en ese sentido. Él seguía teniendo peluches, y no le daba vergüenza. Decía que no eran sólo para niños y chicas.  Claro que él tenía trece años y yo diecisiete… No tenía edad para dormir con nada ni con nadie, excepto tal vez con mi novia aún inexistente.  De haber estado sólo con papá, me hubiera sentido muy avergonzado y directamente no lo habría hecho. Pero al estar allí varios de mis hermanos, todos en piña, podía engañarme a mí mismo diciendo que lo hacía por Cole.

Cole… Los cables se le habían cruzado al enano esa noche. Le tiró un coche de juguete a papá… Le echó salsa por encima…Llegué a tener miedo por la reacción de Aidan, miedo de verdad, porque él también era un hombre y  por tanto tenía su genio. Afortunadamente, papá no se dejó llevar por la ira.  Escuchar llorar a mi hermano fue duro, y fue peor dejarles solos sabiendo que papá le castigaría, pero de otra forma Cole no hubiera dormido en toda la noche. Intuía que mi hermano se había llevado una de las grandes, y aunque no podía negar que se lo merecía, saber por qué había sido todo hizo que se me hiciera un nudo en el estómago. Cole tenía miedo de ser reemplazado por Michael. No eran celos por la atención de papá… sino por la mía. Pero ¿por qué rayos había pensado que me iba a olvidar de él? Tal vez yo había sido un poco insensible al sugerir que Cole podía dormir con Kurt y Dylan… Lamentaba que las cosas se hubieran aclarado de la forma “dura”, pero Cole no parecía especialmente triste por la paliza recibida. Claro que ¿cómo iba a estar triste si papá no dejaba de hacerle cosquillas en la nuca? Cole sonreía en sueños y papá sonreía al verle. Asumámoslo, Cole era de los niños más mimados del planeta.

***

Al día siguiente tal como papá nos dijo nadie fue al colegio.  No teníamos ningún examen, y supongo que la llegada de un nuevo hermano es un acontecimiento lo suficientemente importante como para necesitar un día libre. Claro que yo llevaba una semana, pero en fin… No tenía sentido discutir con papá, y siendo sinceros estaba demasiado nervioso como para aguantar sentado toda una mañana.

Nos levantamos como en un día normal, muy pronto y papá hizo un reparto de tareas. Alejandro Cole y yo teníamos que hacer espacio en los armarios, paredes y cajones, para la ropa, posters y demás cosas que Michael quisiera tener. Eso fue algo complicado porque ciertamente estábamos un poco apretados allí.

A los demás papá les encargó organizar un “comité de bienvenida”. Esperaba que a Michael le gustaran los globos porque Kurt y Hannah consideraban que tenían que haber “muchos, muchos, muchos”.

Hacia el medio día,  yo sentía los nervios en el estómago. En mi cabeza tuvieron lugar muchas posibles conversaciones e ideas de futuro y lo cierto es que no me podía creer que aquello de verdad estuviera pasando.

Sorprendentemente, los demás estaban tan excitados como yo. Eso me hizo darme cuenta de algo que ya sabía: no iba a ser sólo “mi” hermano. Iba a ser el de todos. Ahora éramos trece. Trece hermanos, un padre, doce hijos, y diez historias. La historia de Alice. La historia de Kurt y Hannah, la historia de Dylan, la historia de Cole, la historia de Barie, la historia de Madie, la historia de Zach y Harry,, la historia de Alejandro, la mía, y ahora la de Michael.

2 comentarios:

  1. Ayyyy...mi Cole como le a tocado sufrir ultimamente... !Esito!!. Y el gemelito nada que perdona a su hermano...wuaooo que aun esta dolido. Pero el que mas sufre, es el pobre Aidan.. despues de esas palabras del abogado...pues yo me la pienso... y como si fuera poco..le dieron al pobre...hasta en la cedula...jajajaja. Genial ....

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  2. Dream, me ha gustado muchoy he sufrido con Cole, peroooo, a quepapa se le ocurre castigarlo, decir qeu ya era grande para manifstar con palabras su enojo, NO ME PARECIO JUSTO, niño es niño, miedo es miedo y el miedo a ser reemplazo es acoquinante, realmente acoquinante y quien no lo vive...... una mujer cuando esta de novia y tiene celos, un hijo porqeu deje de verte como un heroe .. todos tenemos celos y MIEDO A DEMOSTRARL
    PATIBULO PARA AIDAN, YO LO FUSILO INMEDIATAMNTE JJAJAJAJA

    UN ABRAZO

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