Páginas Amigas

martes, 31 de diciembre de 2013

Eso no se dice



-         ¡Dámelo,  hija de puta!

Ese no era mi hijo ¿verdad?

¿Dónde había aprendido a hablar así?  Yo tenía mucho cuidado con lo que veía en la tele y censuraba todo lo que tuviera tacos o palabras malsonantes. ¡Tenía ocho años, por el amor de Dios!

La mujer le cruzó la cara. No puedo negar que Damon se lo había buscado, pero no me gustó que un tercero reprendiera a mi hijo. Además, fue demasiado fuerte. Damon perdió el equilibrio, empezó a llorar, y corrió hacia mí, tocándose la mejilla.

-         ¿Qué ha hecho? – pregunté, con indignación.

-         Le he dado un bofetón a su hijo – respondió ella con total tranquilidad. – Para que aprenda a no insultar a las personas mayores.

-         Su padre soy yo.

-         ¿Si? Pues haga su trabajo. – me espetó. Se dio media vuelta, agarró a su hija, y se fue.

Damon  lloró cada vez con más fuerza, como si yo estuviera sordo. Estaba exagerando, pero eso era propio de él. Le cogí en brazos y le miré la cara. Tenía la mejilla bastante colorada. Me debatí entre consolarle o regañarle. Pensé que una cosa antes que la otra. Le di un beso y saqué un pañuelo para que se sonara.

-         Eso no se dice.

-         ¡Me quitó el balón!

-         Porque no era tuyo. Era de la niña y ya se tenían que ir. Nosotros también nos vamos. Coge tus juguetes que cuando lleguemos a casa tú y yo vamos a hablar seriamente.

Damon hizo todo el camino a casa llorando. No sé bien si era por el tortazo que se había llevado o por la “conversación” que íbamos a tener, o porque yo no le cogía en brazos… Pero él pesaba demasiado para que pudiera cargarle todo el camino desde el parque a casa. Además no quería que lo viera como una recompensa, encima de lo que había hecho.

Al llegar a casa me sorprendió al no salir corriendo a refugiarse en su habitación o en cualquier otro lado.  Se quedó quieto mientras le quitaba el abrigo y me observó mientras me quitaba el mío. Yo le miré también, en silencio.

-         Ve al sofá – le dije, pero él negó con la cabeza. – Al sofá – repetí.

Me sostuvo la mirada unos segundos y luego se fue. Se sentó a esperarme sin balancear las piernas en el asiento como era su costumbre. No supe decir si estaba enfadado o simplemente a la expectativa. Me siguió con la mirada mientras me acercaba a él

-         Eso que has dicho no lo puedes repetir nunca. Es un insulto muy malo, y no se lo puedes decir a una mujer, ni a nadie. Seguro que ni sabes lo que significa.

-         ¡Sí sé lo que significa!

-         ¿Sí? Pues a ver, dímelo. – le reté, y se quedó callado. Tal como sospechaba, es algo que decía por imitación. Lo habría oído en algún lado pero no sabía lo que quería decir. Caminé hacia la estantería de la sala de estar y cogí un libro muy gordo. Un diccionario. Luego abrí un cajón y saqué unas hojas. – Vas a copiar la palabra “puta” y su significado hasta rellenar estos dos folios. Y cuando lo hagas vas a venir aquí y te voy a dar unos azotes….

-         ¡No, papiiii!

-         No he terminado, Damon. Te voy a dar unos azotes y luego espero oír una disculpa.

-         ¡Me disculpo ahora! ¡Lo siento, papi, de verdad!

-         Ya. Lo que sientes es que te vaya a castigar. Vamos, ponte a copiar. No porque tardes más vamos a dejar de hacerlo.

Le di el diccionario, abriéndolo por la página correcta y él se fue a la mesa, aunque empezó a llorar en bajito. Decidí ignorarlo porque si me ablandaba empezaría a llorar más fuerte hasta conseguir que no le castigara. Se puso a copiar y creo que dos folios eran realmente mucho para él. Cuando llevaba uno mordió el lápiz  y miró al infinito, distraído.

-         Damon, quiero verte escribiendo.

Volvió a mirar el papel y suspiró. Tardó un poco más de lo que ya habría previsto, pero hizo los dos folios y me los trajo.  Eché un vistazo a su letra aún grande y poco definida. Quería pasar sólo por encima, pero vi algo que llamó mi atención: unas palabras escritas al margen, que no formaban parte de las repeticiones. “Lo siento mucho”, decía.

Le miré fijamente. Me agaché, y le di un beso y un abrazo.

-         Ha sido un buen intento, pero aún te voy a dar unos azotes.

-         ¿Me va a doler?

-         Se supone que duela, hijo – respondí, mientras le desabrochaba el pantalón. – Tiene que hacerte pensar dos veces antes de volver a hacer algo que sabes que está mal. Si tú te portas mal, entonces yo te castigo.

Damon no dijo nada más y dejó que le bajara el pantalón y el calzoncillo. Le tumbé encima de mis rodillas y me aseguré de que no se cayera.

PLAS PLAS PLAS  Aghs PLAS PLAS Au
PLAS PLAS ¡Ay! PLAS PLAS PLAS ¡Seré bueno!
PLAS ¡Aii! PLAS PLAS ¡Papi, seré buenoooo! PLAS PLAS

Dejé la mano quieta sobre él notando el calor que desprendía. Damon siempre tardaba en querer levantarse, como si quisiera asegurarse de que yo no iba a estar enfadado cuando lo hiciera. Aquella vez le levanté yo, y le coloqué la ropa. Él me miró sin decir nada, con las lágrimas cayendo de sus ojos. Me eché para atrás en el sofá y levanté los brazos, haciendo un hueco perfecto para que él encajara en él. No tardó ni dos segundos en saltar como un tigre y colocarse, recostándose en mí como si yo fuera parte del sillón.

-         ¡Papi, eres de mi talla! – me dijo, y ante una frase así, me tuve que reír. Le ladeé, le atrapé con los brazos, y le di un beso.


- Y tú eres mi prisionero. 

2 comentarios:

  1. Que yo la mato ... creo que mis instintos homicida esta floreciendo jejeje pero que se cree venir a pegarle gruuuuuuu que minimo la empujo y la mechoneo

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  2. ¡Qué mujer loca, abofetear a un niño en la cara! ¡Y su padre no está enojado porque ella abofeteó a su hijo, sino porque era demasiado fuerte! ¿Y cómo puede todavía castigarlo después de tal cosa?

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