Páginas Amigas

domingo, 1 de diciembre de 2013

Ted, el hermano mayor.




Capítulo 15: Ted, el hermano mayor.

Michael quería ser uno de nosotros. Sabiendo que íbamos a estar ahí, que ya no iba a estar sólo, salir de la cárcel le parecía la mejor de sus opciones, cuando antes no lo había tenido claro. Se había sincerado con nosotros, con aquél “quiero ver qué se siente cuando te quieren” y eso que me daba a mí que no era muy de sincerarse. Papá iba a pagar su fianza, y en definitiva todo iba a ser perfecto. Entonces, ¿por qué yo no estaba contento?

Puede que se debiera al miedo. Que una persona pase a formar parte de tu familia así porque sí puede implicar que muchas cosas vayan mal. También puede que fuera porque me había imaginado las cosas de forma diferente, como si en cuestión de segundos fuera a conocer todos los detalles de la vida de Michael. Pero, siendo sinceros, el motivo mayor de mi desazón era el hecho de saber que Michael pasaría unos días más en la cárcel antes de venir a casa.

¿Cómo es una cárcel? Más allá de las películas, yo no tenía ni idea. Sabía que varían de un país a otro, e incluso de un estado a otro. En Texas, donde estaba el padre de Michael, son de lo peorcito, o eso dicen. Nosotros éramos de Oakland, California, y no tenía la menor idea de cómo eran allí. Pero las cárceles nunca son un buen lugar ¿no? Horarios restringidos. Posesiones restringidas. Actividades restringidas. Salidas restringidísimas. Tampoco creía que la compañía fuera excelente.

Desde el momento en el que le abracé, no dejé de pensar en que no debería haberle soltado. Tendríamos que haberle sacado del hospital y haberlo llevado con nosotros. Como fuera. Pero claro, racionalmente no podíamos actuar así.  En lugar de eso, estuvimos un rato más con él, aunque no mucho, porque vinieron a echarnos antes de que alguien acabara metiéndose en un lío porque todos nosotros estuviéramos en la habitación de un preso.

Separarme de él fue difícil. Quizá no estuviéramos aún demasiado unidos emocionalmente, pero por eso mismo quería estar con él durante horas, hasta saber hasta el más mínimo detalle. Además habíamos dicho algunas cosas que me habían llegado... él no me culpaba por lo de nuestra madre. Eso me llenó de paz. Me había dado tanto miedo que lo hiciera que no había sabido cómo expresarlo.

Ya en mi propia habitación, me revisaron por última vez y dijeron que podía irme a casa y que volviera en cuatro o cinco días para que me quitaran los puntos.

-         Nada de sobreesfuerzos, Ted. Tienes que descansar y no olvides tomarte los medicamentos – dijo el doctor, mientras terminaba de meter mis cosas en una mochila. Papá me la quitó de las manos y lo hizo él, como si yo fuera inválido o algo así.

-         Su habitación está en el piso de arriba. ¿Puede subir escaleras? – preguntó papá.

-         Sí. Lo que no puede es hacer el bestia. Nada de correr, ni de levantar peso.

Aidan asintió, y yo suspiré. Yo sabía cómo iba a traducir él esas  frases. Cuando todos habíamos oído que yo sólo tenía que tener un poco de cuidado, él habría entendido “no hagas nada, quédate en la cama todo el día, no te levantes ni para comer”. Aunque puede parecer un plan genial, y algo que todos hemos deseado alguna vez, los últimos días me habían demostrado que podía ser más aburrido que relajante. Un día de no hacer nada está bien. Más se hace insoportable. Sobretodo para alguien como yo, que no paraba quieto.

Cuando salimos del hospital inconscientemente busqué el coche, cualquiera de los dos o quizá ambos. Papá debió de darse cuenta porque se frotó el pelo, pensativo.

-         Quizá debería traer el coche…. No creo que te convenga andar…

-         Pues yo creo que es justo lo que me conviene. ¿Qué se tarda, veinte minutos? Es un paseo. Llevo días encerrado en una habitación. Puedo andar, quiero hacerlo, y no vas a impedirlo. – declaré, con firmeza.

-         ¡Bueno, bueno! ¡Qué carácter!

-         De quién lo habré sacado… - me defendí.

-         De mí no será. – replicó papá, sonriendo un poco. Creo que se reía de mí. – Está bien. Iremos andando entonces. De todas formas quiero parar en una tienda que hay de camino…

Libertad. Luz del sol. Disfruté como un enano, como si en vez de caminar por la calle estuviéramos haciendo algo mucho más insólito y divertido. Yo que normalmente era muy casero, quería estar en la calle como para siempre.  Creo que aún tenía un poco de adrenalina dentro de mí, como parte de la excitación de haber conocido a Michael. ¿Qué dirían todos al saber que tenía otro hermano? Pensé en mis amigos, y así me acordé de Fred y Mike y me pregunté cómo reaccionaría él, que lo sabía todo  sobre mi familia. 

-         Verás cuando le diga mañana a Mike que tengo un hermano que se llama como él – pensé en voz alta.

-         ¿Vendrá a verte? – preguntó papá.

-         No, le veré en clase.

-         Ted, mañana no vas a ir a clase. – dijo Aidan, como quien dice algo obvio.

-         ¿Qué?

-         Acabas de salir del hospital. Aun tienes los puntos. NO vas a ir a clase. Te quedarás en casa.

-         Pero… ya he faltado mucho…

-         No me vengas con esas. Normalmente te alegrarías si te digo que no vas a ir al colegio. Tú salud importa más.

Mascullé por lo bajo cosas que ni yo mismo entendía, frustrado, pero aceptándolo porque sabía ver el punto de razón de mi padre, y porque además discutir no iba a servir de nada.

-         Pues le diré a Mike y Fred que vengan – repliqué, y no sé por qué sonó como una amenaza. Papá me miró como preguntando “¿y eso tiene que hacerme cambiar de opinión?”.

-         Me parece bien. Avísame con tiempo si se quedan a dormir.

Seguimos andando sin más incidentes, pero yo me planteé la necesidad de que Alejandro me enseñara a llevarle la contraria a Aidan, porque empezaba a pensar que siempre me ganaba muy fácil. Aunque supongo que tenía que ser así. El padre era él.

Antes de llegar a casa, tal como había dicho, papá entró en una tienda de alimentación. Le pregunté si necesitaba ayuda, pero no quiso que entrara así que esperé fuera con el resto de mis hermanos.  Aproveché para hablar con ellos, porque era tan buen momento como cualquier otro.

-         Así que… ¿qué os ha parecido Michael? – pregunté, y obtuve una avalancha de respuestas de la que apenas saqué nada en claro. Me reí. El entusiasmo era algo bueno. Poco a poco, dejaron de hablar todos a la vez y fue más fácil entenderles.

-         ¡Parece mayor! – declaró Kurt.

-         Es por la barba – opinó Barie. En realidad barba lo que se dice “barba” Michael no tenía. Era más como una sombra, como si llevara días sin afeitarse pero no fuera parte de su apariencia habitual. Pero sí, tal vez eso le hiciera parecer algo mayor.

-         Pues a mí me ha parecido más joven – dijo Madie – Si papá no hubiera dicho que tiene 18 años le hubiera echado la edad de Alejandro. Y por su forma de hablar, incluso menos. Es…es muy como una chica. Tú no hablas así.

-         Bueno, cada uno habla como Dios le da a entender… - respondí, sin saber si lo de Madie había sido una crítica o un comentario. - ¿Te refieres a que es sensible? Tampoco hemos tenido mucho tiempo para hablar con él, y conocerle.

-         Si yo no he dicho que sea algo malo. Ojalá sea gay. Así tendría un hermano mayor con gusto para la ropa – replicó Madie, y me quedó claro que me estaba tomando el pelo. Qué graciosilla  ¬¬ ¿Qué tenía de malo mi forma de vestir? Vaqueros y camiseta. La moda universal, vamos a ver.

Sólo entonces me di cuenta que acababa de llamar a Michael “hermano mayor” y sonreí. Madelaine era un poco peculiar para expresar sus emociones, y a veces había que raspar mucho para entender lo que quería decirte. Había usado esa broma para responder a mi pregunta. Michael le había parecido alguien a quien podía ver como un hermano mayor.

-         Siento defraudarte, pero creo que no lo es. – respondí, como si nada. – Creo que va a ser tan ligón y mujeriego como Alejandro.

-         ¿Sí? Pues que se ponga a la cola. – dijo Alejandro. – Las chicas de esta ciudad tienen mi nombre.

-         Eso ha sonado tan machista que no sé ni por dónde empezar – protestó Madie.

-         ¿Por qué? Si no he dicho más que la verdad. Las mujeres me adoran, lo que pasa es que tú aún eres una niña y no entiendes de eso.

Yo di un paso exagerado hacia atrás, como el presentador de un combate de boxeo que se quita del ring antes de que empiecen los golpes. Pobre Alejandro. Tenía las de perder. Todos sonreímos: ese tipo de escenas eran muy divertidas. Nadie estaba enfadado de verdad y Madie tenía la habilidad de dejar a “sus rivales” por los suelos con sólo unas pocas palabras. Nadie se sentía ofendido porque todos sabíamos que estaban de broma. Era algo así como un concurso de ingenio, y lo irónico es que Alejandro, que era el de los comentarios ingeniosos cuando se trataba de replicarle a papá, era un pésimo jugador.

-         Pasas tanto tiempo frente al espejo que has empezado a tener visiones. Has debido de creerte que eres guapo.

-         Lo soy, microbio, lo soy. Pregunta a las de tu curso y verás que todas están loquitas por mí.

-         Mejor no las pregunto, y así sigues haciéndote ilusiones.

-         Ooowww – exclamó Zach, indicando que Madie iba ganando, y que ese “golpe” había estado cerca de ser definitivo.

-         Entonces es que no tienen gusto.

-         El mismo que tengo yo. – respondió Madie, sonriendo, saboreando su victoria.

Quizás debería haberlo visto venir: esa línea sutil en la que las bromas dejan de serlo. Cuando alguien hace un chiste que no es bien recibido. Eso llegó con la siguiente respuesta de Alejandro.

-         Yo no tengo la culpa de que a ti te vayan las mujeres.

Zas. Si aquello hubiera sido un combate de verdad, eso hubiera sido una patada descalificatoria. Juego sucio. Pensé que Madelaine iba a tirarse al cuello de Alejandro, lo cual solía ser su primera reacción en cualquier pelea, pero no tuvo tiempo porque Barie se la adelantó, saliendo en defensa de su hermana del alma.

Tardé un poquito en intentar separarles, pensando que Alejandro se lo merecía. Ya llevaba dos: aún estaba pendiente la que le había soltado a papá en el hospital. Aun así, no quería que Barie se hiciera daño, así que intervine. No pude impedir que Alejandro se llevara un arañazo en toda la mejilla. Tres uñas dejaron un pequeño rastro, uno de ellos sangraba un poco.

-         ¡Repite eso si tienes cojones, cabrón! – gritó Madie, a pesar de todo ayudándome a sujetar a Barie para que no se lanzara a por Alejandro. El grito fue bastante fuerte, y las pocas personas que no nos estaban mirando todavía, lo hicieron. Segundos después papá salió de la tienda, sin bolsas ni nada, atraído por el grito seguramente.

-         ¿Quién de las dos ha dicho eso? – exigió, mirando a Barie y a Madie. Seguramente había identificado la voz como la de una chica, pero no debía de estar seguro de a cuál de las dos pertenecía, por la distancia. No sé ni por qué lo dudaba: Barie rara vez decía tacos.

Madie soltó a Bárbara y dio un paso adelante, con la cabeza gacha, como asumiendo que era niña muerta.

- Yo.

-         Hablaremos en casa, Madelaine pero sabes que no puedes utilizar esas palabras. Ese lenguaje barriobajero y soez no te pega para nada.

No, si lo peor es que sí que la pegaba… Pero todos entendimos lo que papá quería decir: era una niña de doce años, de voz dulce y sonrisa angelical. Impactaba un poco escucharla decir ciertas cosas.

-         Pero…- empezó Madie.

-         He dicho en casa. Allí me lo contarás todo. Me explicaréis también qué le ha pasado a la mejilla de Alejandro.

-         Pero papá, es que…

Tomé la muñeca de Madie y la apreté un poco, para que se callara.  Papá había dicho que en casa. Insistir no era una buena estrategia.

-         Madelaine, ahora no. Tengo que entrar a pagar la compra. ¿Me puedo fiar de que no os matéis mientras tanto?

Madie asintió, con los hombros caídos y una postura que delataba su enorme tristeza. La envolví con el brazo derecho, apretándola contra mí, mientras papá volvía a entrar.

-         Esa boquita tuya te perderá algún día, princesa. – susurré.

-         Algún día no. Hoy. – gimoteó.

-         Vamos, no seas tan dramática. Eres su favorita ¿recuerdas? Tú estás inmunizada, canija  – traté de animar.

-         Papá no tiene favoritos.

Yo medité sobre eso. Era cierto que papá sabía ver algo diferente en cada uno, y la verdad es que aunque a veces creía que Kurt o Alice eran sus favoritos, a veces pareciera que fueran Madie, Barie o Zach.  Quizá realmente no tuviera preferidos.

-         Tal vez no, pero sabes que es incapaz de enfadarse contigo. Y seguro que entiende lo que ha pasado.

-         Pero yo no voy a chivarme de Alejandro…

-         Pues deberías. Y no lo digo sólo por salvar tu pellejo, sino porque algunas personas tendrían que aprender a pensar antes de hablar – dije, mirando directamente a los ojos de Alejandro. Él esquivo mi mirada y se apartó un poco de los demás, apoyándose contra la pared.

-         Has dicho una palabra fea – acusó Kurt, señalando a Madie.

-         Sí, enano, y más vale que vosotros no la digáis nunca –  avisé, mirando a Hannah, Alice y Kurt.

-         ¿O qué? – me retó Alice. Yo abrí la boca, sin saber qué decir, sorprendido por esa respuesta, pero pensé con rapidez.

-          O no sólo papá, sino que yo también os haré pampam.

Fue el turno de Alice para abrir la boca, pero ella lo hizo con asombro e indignación a partes iguales.

-         ¡No puedes!

-         Yo no lo haría por si acaso – aconsejó Barie.

-         Buen consejo. – dije yo, y di el tema por zanjado, pero entonces Alice debió de pensar que tenía que comprobar si eso era cierto, y yo podía castigarla.

-         “Carbón” – gritó. Los más mayores se rieron al ver que lo pronunciaba mal. Yo también quise reírme, pero no lo hice. La miré muy serio y ella me gritó, como con más enfado - ¡Carbón!

En ese momento volvió a salir papá.

-         ¿Carbón? – preguntó, sin entender.

-         Es lo que le van a traer a Alice por Navidad éste año – dije yo.

Para mi hermanita, aún con la inocencia de los niños pequeños que creen en seres mágicos que les traen regalos, eso fue un golpe bajo. Se le inundaron los ojos y se abrazó a mi pierna, gimoteando.

-         ¡Seré buena!

-         ¿Seguro?

-         ¡Sí!

-         En tal caso seguro que Santa te trae algún regalo.

Papá me miró sin entender nada, pero sacudió la cabeza al ver que la enana volvía a sonreír. Levantó la bolsa con lo que había comprado y me la dio. Fue mi turno de no comprender.

-         ¿Qué es esto? – pregunté, y miré a ver. Había bollos, tabletas de chocolate, palmeras de chocolate, barritas de chocolate y creo que todo lo que se vendía en ese momento con alto contenido en cacao. Solté una carcajada y miré a papá, sin poder creer que hubiera cumplido al pie de la letra lo de “cuando estés curado te compraré todo el chocolate que quieras”.

-         Lo prometido es deuda. – respondió, sonriendo.

-         ¿Quieres que me echen del equipo de natación? ¡Si me como todo esto no cabré en la piscina!

-         En realidad, deberías ir poco a poco. No creo que te convenga comer demasiado aún.

-         No te preocupes. Sé de diez personas que pueden ayudarme a comerme todo esto – comenté, y miré a mis hermanos.

-         Bueno, si no hay más remedio – respondió Kurt, como si me estuviera haciendo un gran favor, mientras sus ojos brillaban de deseo. ¡Tendrá morro el enano éste!

Papá sonrió y luego sacó un kleenex, y caminó hacia Alejandro. Le limpió la sangre de la mejilla. Eran arañazos pequeños, pero llamativos por estar en medio de la cara.

-         ¿Nos vamos a casa? – preguntó papá, como diciendo “ya es hora ¿no?”

-         ¡Siii! – respondieron todos.

-         No – susurró Madie, y si papá la escuchó la ignoró por completo.


- Aidan´s POV –

Entrar en casa fue diferente para cada uno. En general la mayoría salieron corriendo hacia sus cuartos o el salón, como si tuvieran la urgencia de apagar un fuego. Cole, en cambio, entró medio arrastrándose, simbólicamente hablando, porque su alegría se había perdido por el camino. Ted lo hizo despacito, casi como si tuviera miedo de que algo hubiera cambiado en la casa mientras él estaba fuera. Y Madie, Barie, y Alejandro no querían entrar. 

-         ¿Se está bien ahí fuera? – dije, desde el quicio de la puerta.

-         Papá, no estés enfadado – dijo Madie. Sonó como Hannah, lo cual no era muy propio de ella.

-         ¿Me ves enfadado? – pregunté.

-         No lo sé.

-         Bueno, no lo estoy. – dije, y vi que los tres suspiraban a la vez. No sabía qué había pasado exactamente, pero Alejandro tenía la mejilla arañada, a Barie la estaban sujetando cuando salí y Madie había desplegado un vocabulario más propio de un macarra que de una niña. Entraron en casa y vi que se relajaron demasiado, así que añadí – Eso no quiere decir que no estéis en un lío, pero primero tengo que saber qué es lo que ha pasado. ¿Por qué no…? – empecé, pero fui interrumpido.

-         La culpa es mía – dijo Alejandro – Te basta con saber eso. Haz de padre, castígame, y deja tu conciencia tranquila.

Le había dicho la verdad a Madie: no estaba enfadado, demasiado contento por la buena acogida de Michael y por tener a Ted en casa de nuevo. No me gustaba que pelearan entre ellos, pero no me iba a enfadar por algo que al fin y al cabo era normal entre hermanos, y más cuando son tantos. Sin embargo, las palabras de Alejandro sí me encendieron. Aún recordaba lo que me había dicho en el hospital, y escocía.

-         No voy a hacer de padre. SOY TU PADRE. Te guste o no.

-         Lo que sea – dijo Alejandro, y suspiró. Con eso supe que aquella segunda vez no había pretendido herirme. Sólo estaba fastidiado, y deseando acabar con aquello, como si fuera un mero trámite para seguir con su vida.

-         ¿Por qué dices que es culpa tuya? – pregunté, más tranquilo. – Tal como lo veo, eres tú el que se ha llevado la peor parte – dije, señalando los arañazos. - ¿Quién le hizo eso?

-         Yo, papi – susurró Barie. Parecía un conejito asustado. Es increíble la capacidad que tenían mis hijos para aparentar tres años cuando les interesaba.

-         ¿Y me vas a decir por qué o es demasiado pedir?

Barie iba a responderme, pero Madie la tapó la boca.

-         Ella no tiene culpa de nada. – dijo.

-         Ella sabe hablar por sí misma – repliqué.

Miré a Barie, para que respondiera pero Madie la miró también pidiéndole silencio con la mirada. ¿Por qué no quería que me lo contara? Alejandro resopló y fue a hablar él, pero Madie también le silenció a él con ojos suplicantes.

-         Nos peleamos, sólo eso. – dijo Madie. – Barie sólo  intervino para defenderme.

-         Esa no es toda la verdad – adiviné.

-         Sí lo es. Nos peleamos, está mal, fue mi culpa, así que castígame y deja que Barie se vaya.

-         ¿Me estás pidiendo que te castigue? – pregunté con incredulidad - ¿Y sin decirme por qué?

La miré a los ojos. Madie era mi chica fuerte – demasiado fuerte, a veces –  pero no era buena mintiendo. Podría no saber cuál era el problema, pero sabía que había un problema. Mantuve mis ojos fijos en ella durante varios segundos, buscando que se sincerara, pero ella resistía sin desviar la mirada.

-         Esto es absurdo. La llamé lesbiana ¿vale? – dijo Alejandro. - Mi enorme bocaza siempre hablando de más. La llamé eso y Bárbara se lanzó a por mí. Madie me gritó, y eso fue lo que viste.

Observé a Madie y su expresión horrorizada me hizo ver que eso es lo que había pasado. Sus ojos temblaban como si estuviera a punto de llorar.

-         ¿Eso es lo que no querías que supiera? ¿Qué te llamó lesbiana? – pregunté, y ella asintió. Fruncí el ceño. - ¿Por qué? ¿Querías protegerle?

-         S-sí – respondió, y supe que me mentía. Que no era sólo por eso.

-         Supongo que no quería que tú te enteraras de que le van las mujeres. – dijo Alejandro, y Madie cerró los ojos con fuerza y se echó a llorar.

En ese momento me paralicé, sin saber qué hacer por unos segundos. Para empezar, mi niña tenía doce años. Tal vez ya no fuera una niña, yo no era idiota. Sabía que en el siglo XXI con doce años uno ya piensa en novios y en novias y algunos incluso tienen relaciones. Me pareciera bien o me pareciera mal (y me parecía mal) era un hecho objetivo. Aunque creo que Madie y Barie eran un poco más inocentes que la media, seguramente sus conversaciones estaban llenas de suspiros y de “¿has visto qué ojos?”. Es más, pensé, con horror, que tal vez ya habían dado su primer beso. De ser así, yo me lo había perdido. Del de Ted me enteré. De hecho, se enteró todo el barrio porque lo iba contando por ahí en cualquier ocasión. Él lo hizo con once años. Tal vez Madie ya hubiera tenido ese primer beso tierno, inolvidable, torpe, e inexperto. Quizá fuera el momento de hablar con ella sobre hombres, sobre mujeres, o sobre lo que fuera. Pero era MI niña, así que me incomodaba tener con ella ese tipo de conversaciones y admitir que ya tenía edad para entender si le gustaban los hombres o las mujeres. No sabía qué decir, pero suspiré y puse mi cerebro a funcionar.

-         Eso no sería ningún problema. – respondí, con cuidado. Pensé mucho mis palabras antes de decirlas – Reconozco que me pillaría por sorpresa y que no es algo que entienda del todo, pero si alguno de vosotros es… bueno….homosexual… no sería un problema. Creo. Pero sé que Madie no lo es.

Entonces, ella dejó de llorar de inmediato.

-         ¿Lo sabes? – preguntó, esperanzada.

-         Claro. Todo tu cuarto refleja que tengo que preocuparme mucho si Justin Bieber viene algún día a Oakland. ¿Cómo es eso que decías, Barie? Va a ser tu novio y el de Madie: como sois hermanas le vais a compartir – reproduje, y  sonreí, al recordar a una Barie de diez años declarando al viento su amor por esa joven estrella del pop. Pero le había dado aún más fuerte a Madie, hasta un punto que yo a veces no consideraba sano. De hecho, le pedía a Ted que controlara las fotos que subía de él a las redes sociales, con miedo de que fuera algo demasiado subido de tono.

En fin, el caso era que estaba bastante seguro de que a Madie le gustaban los chicos. Y por lo visto, por su rostro aliviado, no me equivoqué.

-         Tenía miedo – confesó, y esas dos palabras fueron como dos puñaladas.

¿Mi hija tenía miedo de mi reacción al creer que ella era lesbiana? Reconozco que mi forma de pensar puede ser… bueno, anticuada. Mi padre era demasiado liberal y  tal vez yo huí hacia el polo opuesto. Había cosas en las que se me podía considerar tolerante o intransigente, pero también practicaba eso del vive y deja vivir. Nunca, que yo supiera, había hecho ningún mal comentario hacia los homosexuales. Tal vez alguna vez hubiera dicho en voz alta que me incomodaba ver a dos hombres besarse, pero jamás lo había dicho delante de mis hijos. Además “incomodar” no es algo malo. También me ponía nervioso si un chico y una chica se daban el lote delante de mí, sintiéndome ignorado. Jolín, ¡uno de los amigos de Ted era gay, y yo no tenía ningún problema con eso! Así que, ¿de dónde había sacado Madie motivos para tener miedo de mi reacción?

La abracé y la acaricié el pelo. Su suave melena pelirroja, más rizada que de costumbre aquél día, la asemejaba un poco con un felino. Mi pequeña leona.

-         ¿Tenías miedo? – susurré - ¿De qué?

-         De que tú también creyeras que me gustan las chicas.

Oh. Falsa alarma. No era el miedo que yo había pensado.

-         ¿Yo también? – indagué.

-         Mucha gente lo piensa. No sólo Alejandro. Me molesta mucho. Sólo porque me guste llevar pantalones y haga cosas de chicos no quiere decir que sea marimacho, ni lesbiana, ni poco femenina.

-         Claro que no, princesa.

Cualquiera que la conociera un poco vería que de hecho podía llegar a ser bastante femenina. Faldas cortísimas, maquillaje, mi tarjeta de crédito resentida por toda la ropa que la compraba… ¡Tenía todos los clichés del género femenino, e incluso alguno más!

-         Por eso insulté a Alejandro – admitió, mirando de reojo al aludido, que esperaba algunos metros más allá, con Barie.

-         Ah. Sí. La próxima vez que hables así, te lavaré la boca con jabón – advertí.

-         ¿En serio? – preguntó, entre extrañada y temerosa, intentando imaginar cómo sabría.

-         Yo no intentaría comprobarlo. Y ahora princesita vete a tu cuarto, que tengo que hablar con tus hermanos.

Ella se giró, obediente, pero me miró antes de subir las escaleras.

-         ¿Cómo de malo? – preguntó.

-         ¿Eh?

-         ¿Cómo de malo va a ser…mmm…lo que tú sabes?

Sonreí un poco al verla tan avergonzada.

-         No he dicho que vaya a hacer “lo que yo sé”. Pero creo que vas a estar sin dinero una laaaarga temporada, porque tienes que meter quince dólares en el tarro.

Madie resopló, e iba a protestar, pero luego asimiló que ese iba a ser su único castigo y debió de parecerle que era más prudente no insistir y que se lo cambiara. Dedicó una mirada de ánimo para su hermana y desapareció escaleras arriba.

-         Barie, tú vete también. Yo voy en seguida. – dije, tras pensar unos segundos en cómo iba a proceder.

Bárbara se me quedó mirando, sin moverse, insegura más que desafiante. ¿Cómo podían ser tan mayores para ciertos temas, y tan indefensos, tan niños, para otros? Creo que eso es lo complejo de la adolescencia. Lo que más nos cuesta entender a los adultos y en lo que más nos equivocamos. Hay que acertar y adivinar cuando tienes delante a una mujercita, y cuando a una niña. En ese momento Barie era una niña. Le acaricié la cara y la di un beso.

-         Ve – susurré.

Como despertando de algún hechizo, Barie se marchó, y yo me quedé a solas con Alejandro.

-         Ten mucho cuidado con lo que le dices a tus hermanos, si no quieres verme enfadado de verdad.

Fue lo primero que le dije, y tal vez soné como Batman o algo así, porque se acojonó.

-         Yo… no quería… quiero decir… suponía que iba a molestarla un poco pero no pretendía hacerla daño.

-         ¿De verdad creías que tu hermana es lesbiana?

-         No sé…es que… ni siquiera tiene edad para eso ¿no? – dijo, muy nervioso, y alejándose de mí casi imperceptiblemente. ¿Acaso pensaba salir corriendo?

-         Mira, en eso estamos de acuerdo. Si por mi fuera nunca tendría edad para eso. Lamentablemente en esto poco tengo que decir y me temo que tu hermana va a seguir creciendo, queramos o no. Pero ni a una niña, ni a una mujer, se le dicen ciertas cosas.

-         Yo… no lo dije como un insulto… Quiero decir que yo…sólo decía que…no pretendía… - balbuceó, y al final suspiró, rindiéndose al no encontrar las palabras adecuadas – Lo siento.

-         Está bien. Entonces vete. – le espeté. Lo que iba a hacer tal vez fuera un poco cruel por mi parte, pero pretendía hacerle reaccionar.

-         ¿Qué? ¿Y ya está?

-         Si fueras mi hijo ahora te castigaría, pero por lo visto no soy tu padre ¿verdad?

Mis palabras le golpearon como un mazo. Por poco me rindo en ese momento y corro a abrazarle, pero aún no era el momento.

-         Lo siento – repitió, con intensidad.

-         No me importa que lo sientas, Alejandro. No puedes ser así. No puedes atacarme en los puntos débiles porque te diga que no te puedes hacer un piercing. Si de verdad sientes que no soy tu padre entonces no me llames papá.

Como a cámara lenta, los ojos de Alejandro se humedecieron.

-         ¿Y cómo voy a llamarte entonces? Si eres el único padre que conozco. – gimoteó, y entonces empezó a llorar. Segundos después le abracé.

-         Eso  era lo que quería oír. – susurré, y le froté la espalda con cariño para que se calmara, pero acababa de abrir una puerta de emociones y por lo visto no se podía cerrar tan fácilmente. Alejandro dejó salir todo lo que sentía en forma de llanto, y no debía de ser nada bonito para que llorara así.

-         Sólo sé hacer daño a la gente. Tú no eres sólo mi padre y mi hermano… eres más que eso…tú elegiste serlo. Lo eliges de nuevo cada día y siempre intentas hacer lo mejor para todos, a pesar de que es imposible que algo nos guste a los once a la vez. Cuando dices que no a algo siempre intentas decir que sí a otra cosa. Cuando tengo miedo o estoy triste te da igual lo que haya hecho justo antes… lo dejas todo y me abrazas. Siempre mides tus palabras cuando estás enfadado para no hacerme daño, y respiras hondo antes de responderme, a pesar de que yo no lo hago. Cuando me castigas lo pasas tú peor que yo.  Eres mejor padre que el de cualquiera de mis amigos y me quieres más de lo que les quieren a ellos. Y yo también, aunque no lo parezca. Te quiero mucho, te quiero demasiado, aunque no me creas.

Parpadeé, con la guardia totalmente baja. No estaba preparado para esas palabras. No las esperaba de él. Ni siquiera de Zach, que era más emocional, o de Ted, que solía ser muy reflexivo. Le di un beso en la frente y no deshice el abrazo.

-         Te creo, Alejandro, claro que te creo. Sé que me quieres, porque es sólo una mínima parte de lo que te quiero yo a ti y eso ya significa que tienes que quererme mucho. Aunque a veces cometeré errores, todo lo que haga será pensando en lo que es mejor para ti. A veces seré el malo que diga que no, pero nunca tienes que olvidarte que cuando haga eso será porque te quiero. Y no te preocupes: quieras o no, siempre seré tu padre porque tú siempre serás mi hijo.– terminé, y sonreí, viendo cómo él sonreía también un poquito. Se calmó enseguida, pero aún no me soltó, así que decidí seguir hablando – No es cierto que sólo sepas hacer daño, hijo. De hecho eso es lo que peor se te da y siempre se te dará mal por más que te entrenes. La gente como tú no puede ser mala ni aunque lo intente. Por dentro eres lo más dulce que hay en éste mundo. Sólo hay que derretirte un poco para llegar a verlo.

Alejandro respiró hondo, como con paz, y me apretó en lo que interpreté como un gesto de agradecimiento. Estuvimos así durante un rato, hasta que yo empecé a sentirme algo incómodo. Intenté no ser brusco al separarnos, pero de verdad que no soportaba sentirme atrapado.

-         ¿Estás intentando dilatar las cosas? – le dije, con una media sonrisa. – Aún tenemos algo que hablar tú y yo ¿recuerdas? No debiste decirle eso a tu hermanita.

-         A ella sólo le has hecho meter dinero en el tarro… - me recordó, a ver si colaba.

-         Ella es una chica con suerte – respondí, y muy rápido, antes de que pudiera reaccionar, le di tres palmadas.

PLAS PLAS PLAS

Alejandro me miró con algo que estaba a medio camino de ser un ceño fruncido y un puchero. La verdad es que tenía un algo en el rostro, cierto aire a lo Peter Pan, que le hacía muy expresivo.

-         No es justo. – protestó.

-         ¿Tienes quince dólares acaso? – le pregunté, y negó con la cabeza.

-         Entonces sí que es justo. Además ella te insultó porque tú la provocaste primero. Mala suerte: tienes el único padre del mundo al que sí le importa quién ha empezado. Pero no se lo digas a Zach o me quedaré sin argumentos con él.

-         Tramposo.

-         Y a mucha honra. Anda, ven aquí, quejica.

-         ¿Para qué? – preguntó con desconfianza.

-         Porque eres mi hijo, y yo a mis hijos les doy un abrazo después de castigarles. Aunque sea un castigo pequeñito, da igual. El abrazo siempre es grande.

Alejandro sonrió, de esa forma suya tan particular en la que enseñaba los dientes, y que le hacía parecer más joven, y le daba un aire travieso.


-         Barie´s POV –

Papá no debía medir el tiempo igual que yo.  Para él “en seguida” debía de tener otro significado porque tardó mucho en venir. Y no es que yo quisiera que viniera, pero ya que iba a hacerlo igual, al menos que no me hiciera esperar, o me iba a quedar sin estómago. No le estaba esperando en mi cuarto, porque no quería hablar con Madie. No quería hablar con nadie, hasta que no hubiera hablado con papá. Por eso, le esperé en el suyo.

No me arrepentía de haber arañado a Alejandro. Lo siento, pero no. Se lo merecía. Él había arañado a Madie de otra forma. Una que no dejaba marcas visibles, pero dolía igual o incluso más.

Nadie conocía a mi hermana mejor que yo. Ella, por alguna razón, siempre tenía que ser fuerte. Nadie podía saber nunca que sufría, y por qué sufría. Pero yo no necesitaba que me lo contara. Éramos las dos mitades de un espejo, juntas desde pequeñas, amigas además de hermanas. Por eso yo sabía que la dolía que insinuaran que se parecía un chico. No es que la molestara o la sentara mal: es que la dolía. Quizás porque ella debía pensar que de parecía. No lo sé. En la escala de esas cosas que odiaba, el puesto más alto lo  ocupaba el que la llamaran lesbiana. Hacía cosa de dos años ella ni siquiera sabía lo que significaba esa palabra, hasta que se lo llamaron por primera vez. Entonces empezó a ponerse faldas, y vestidos, y cosas que normalmente no la gustaban mucho. Intenté decirle que fuera ella misma, sin importar lo que pensaran los demás, pero no me escuchó. Siempre la ha importado lo que piensen los demás. En eso, creo, nos parecemos mucho.

Aunque Alejandro fuera idiota, tampoco me gustaba pensar que en ese momento le estaban castigando. Él no podía saber hasta qué punto era un tema delicado. Sabía que le molestaba, claro, como el resto de mis hermanos, pero como tienen menos capacidad emocional que una cucharilla de café, no alcanzaban a entender que era un tema tabú no apto para bromear.

Dejé de preocuparme por Alejandro cuando escuché que papá subía las escaleras. Sus pasos eran inconfundibles porque era el único que no subía corriendo. Además, arrastraba un poco los pies. A la gente le molestaba ese sonido. A mí no, porque me recordaba a él.

-         ¿Barie? – le oí llamarme, desde lejos.

-         ¡Aquí! – respondí.

Guiado por la dirección de mi voz, vino a su cuarto y me miró desde la puerta.

-         ¿Qué haces aquí?

-         Esperarte.

-         Eso ya lo veo.

Se sentó a mi lado en su cama. ¿Por qué tenía esa manía de sentarse al lado? ¿Por qué no se quedaba de pie, o me dejaba a mí de pie, o se ponía en frente? ¿Por qué al lado? Hacía que me diera vergüenza mirarle, que me sintiera pequeña… que me sintiera vulnerable.

-         ¿Sabes princesa? Creo que tú eres la que menos culpa tiene en ésta historia, y sin embargo la que peor ha hecho las cosas – comenzó, y como parecía que no había terminado, no le interrumpí. – Sé que sólo querías defender a tu hermana y eso está bien, pero también es tu hermano al que has arañado. Le has hecho sangre y podrías haberle hecho mucho daño.

Yo abrí la boca para rebatírselo, pero luego lo pensé bien. Si le hubiera añado más cerca del ojo… me dio grima sólo de pensarlo. Vale, irse a las manos nunca era la solución. Eso era más propio de Madie que de mí, y yo solía decirle que se controlara, pero es que casi pude ver cómo el corazón de mi hermana se rompía en mil pedacitos al escuchar lo que Alejandro la dijo. Supuse que podría haber elegido otra forma de defenderla y así se lo dije a papá:

-         Se lo merecía, pero yo debería haber sabido controlarme. No lo volveré a hacer.

-         Me alegro de que lo entiendas, pero voy a asegurarme de que cumplas esa promesa.

Lo que ocurrió después no os interesa para nada, panda de cotillas. Así que mejor no lo cuento.

-         Aidan´s POV –

Al tener once hijos, raro era el día en el que no tenía que castigar a uno o a varios, como si se animaran entre ellos para hacer cosas peligrosas, prohibidas o simplemente cosas que no podían hacerse. Pero a veces solía bastar con un regaño. Sé que si yo hubiera estado presente durante la pelea, hubiera bastado una advertencia para que Bárbara no la emprendiera con su hermano, porque ella siempre me obedecía. Pero no había estado.

No llevaba la cuenta de las veces en la que les castigaba, pero sí sabía que sólo había sido duro con Ted una vez, que nunca lo había sido con  Cole, y que a Barie la había castigado menos de diez veces a lo largo de su vida. De pequeña le había dado alguna palmada de advertencia, pero con “castigo” me refería a algo más fuerte. Me refería a verla llorar… a hacerla llorar, y con motivos, y no por vulnerabilidad infantil. Yo no estaba preparado para eso. Era mi princesa, sonriente, regordeta, preciosa, inocente, frágil… Alejandro había tenido razón: cuando les castigaba yo lo pasaba peor que ellos.

Por eso, y porque me parecía injusto ser menos suave con ella que lo que lo había sido con sus hermanos, fui muy rápido y nada duro aquella vez tampoco. En cuanto terminé de hablar la moví para que de estar sentada a mi lado pasara a estar tumbada sobre mí, y la di sólo seis azotes.

PLAS PLAS PLAS   Aii   PLAS PLAS PLAS

No había sido ni siquiera una palmada por cada año de su vida,  y aun así ella se puso a llorar, como si estuvieran dispuestos entre todos a romperme el corazón ese día. La incorporé y la puse de pie frente a mí, haciendo que me mirara. Barie tenía una forma de llorar que tenía que estar prohibida por alguna ley de la constitución. No era ruidoso en lo absoluto, pero ponía una cara de pena que me hacía sentir un monstruo.

-         Si alguno de tus hermanos se pelea con otro, intentas separarlos o me lo dices a mí pero no entras tú también a la pelea. Aunque sea Madie y estéis pegadas con pegamento y todo el que le haga algo sea malvado porque es tu super hermana – terminé, con algo de humor e infantilismo al final, buscando que sonriera, pero no lo conseguí ni de cerca. Me abrazó y creo que se secó las lágrimas en mi camiseta.

-         Ya soy mayor para que hagas esto – protestó.

-         No te culpo por intentarlo, pero eso nunca les ha servido a tus hermanos mayores – respondí, y la di un beso. – Además, creo que especialmente contigo sí que es efectivo.

Alguna vez la desesperación me había llevado a preguntarme si tenía sentido castigar a Alejandro. Me daba la sensación de que casi empeoraba con el tiempo aunque luego hacía cosas como lo de hace un momento y me demostraba que era un buen chico, más sensible de lo que parecía.

Pero con Barie siempre había visto que las pocas veces en las que la castigaba servía de mucho. Cada niño es un mundo, y tiene una manera de reaccionar. Los años me habían enseñado a escuchar las reacciones de cada uno, para ver qué era lo más idóneo. Con Madie muchas veces era peor dejarla sin dinero que darle unos azotes. Con Zach a veces con que viera que estaba enfadado era todo un mundo para él. Con Ted los típicos castigos de “sin salir”, “sin ordenador” o “sin teléfono” solían funcionar bastante bien, y a veces ni eso porque el chico era bastante reflexivo. Con Cole, lo ideal era algo que le costara algún esfuerzo. Véase que si tardaba demasiado en hacer algo y se retrasaba, luego hacía una tarea extra, como poner la mesa él sólo. Él ni siquiera lo consideraba un castigo. Lo veía como algo lógico que pasaba si era impuntual, y por eso intentaba evitarlo.

El castigo no es “yo me pongo histérico, pierdo los papeles y hago lo primero que me sale para que el niño pare de hacer el tonto”. O al menos, si es así, no tienen ningún sentido y tampoco es efectivo. El castigo es una consecuencia que viene detrás de una actitud inadecuada para que un niño (o adolescente, me da igual) pueda aprender y autocontrolarse. Corregir la actitud del niño para que no vuelva a hacer aquello por lo que ha sido castigado es lo que esperan todos los padres cuando aplican un castigo a sus hijos. Y ahí ya cada uno se busca las maneras de conseguirlo.

Pero claro, no iba a decirle todo eso a mi hija, porque la aburriría, tal vez no lo entendiera, y seguramente se empeñaría en que ella ya debía ser tratada como una adulta, sin consecuencias para sus acciones. Ojalá ser adulto significara eso. La vida me habría ido mucho mejor. Mis malas decisiones no habrían tenido malas consecuencias.

Barie se levantó, como para irse, pero yo llamé su atención.

-         Ey. ¿También eres mayor para que tu padre te mime un poco?

Vino hacia mi corriendo y se tiró encima, haciendo que me cayera sobre la cama. Sonreí, y la besé en la frente.

-         ¿Lo ves? Esto está mejor – me dijo, con picardía en los ojos y en la sonrisa.

Se quedó conmigo un rato, como cuando tenía la edad de Hannah y se venía a jugar a mi cuarto, porque, según decía, “mi cama era mucho más mejor para jugar”. Al poco llamaron a la puerta.

-         Adelante – dijimos los dos a la vez, y entró Ted, llevando a Dylan de la mano. – Ven Dylan – le llamé, queriendo incluirle porque además a él esos momentos juguetones y mimosos le venían bien, para hacerle más sociable.

Sin embargo Ted negó con la cabeza, y no le dejó venir.

-         Ha desarmado dos sillas del comedor – me dijo.

-         ¿Por qué has hecho eso? – le pregunté e intenté forzar un contacto visual que era muy difícil conseguir con él.

-         Quería los tornillos – me explicó, como si fuera la cosa más lógica del mundo.  Ted y yo nos miramos un segundo y luego me reí.

-         ¿Ahora eres mecánico? Papá te comprará tornillos. O mejor: un Mecano. Pero las sillas no se desarman, enano. Ármalo de nuevo ¿vale?

-         Ármalo de nuevo – repitió.

-         Eso es.

-         Ven Dy, que yo te ayudo – dijo Barie, levantándose de la cama y tomándole de la mano. Observé cómo se iban con una sonrisa y Ted sonrió también.

-         Gracias por no enfadarte.

-         ¿Qué sentido tendría? Además, las sillas quedarán mejor que antes. Ese niño es un manitas, te lo digo en serio.

-         Se entiende mejor con las cosas que con las personas – dijo él, y luego se puso serio. – Siento no haber detenido la pelea de Alejandro con las chicas.

-         Tú no tienes la culpa de lo que hagan tus hermanos, Ted.

-         Sí la tengo. Soy su hermano mayor.

-         Exacto. No eres responsable de ellos.

-         Te das cuenta de lo irónico que es que tú me digas eso ¿verdad? – me dijo Ted, y tuve que darle la razón en eso. Le dediqué una media sonrisa y noté que quería decirme algo más, así que esperé. – Cuando venga Michael…

-         ¿Sí? – animé, al ver que no continuaba.

-         Cuando él venga ya no seré el hermano mayor.

-         Supongo que técnicamente no. – concordé, y me fijé en su expresión sombría. - ¿Qué te preocupa?      

-         Siempre… siempre he sido el mayor. Es mi papel en ésta casa. No sé actuar de otra manera.

-         Es que no tienes que actuar de otra manera. – dije, un poco extrañado. - ¿Temes que Michael te sustituya? ¿Es eso? 

-         Supongo…. Sé que es una tontería, pero…

-         Lo es. Porque además no creo que él tenga mucha práctica como hermano mayor. – le dije, y Ted sonrió un poquito. Me acerqué a él y le miré a los ojos – Yo voy a seguir necesitando ayuda con ésta manada, y con tus habilidades de chófer a tiempo parcial, y Alice va a seguir tratándote como si fueras su segundo padre, y Cole te va a mirar como si estuvieras hecho de oro…

-         Por cierto ¿qué le pasa al enano? Le noto triste. Pensé que ya se había arreglado lo de su colegio.

-         ¿Lo ves? No puedes evitar actuar como hermano mayor. – le dije, y luego me puse algo serio – Me gusta que te preocupes por tus hermanos, Ted, pero no quiero que cargues con responsabilidades que no son tuyas. Quiero que empieces a actuar más como un adolescente normal… pero no tiene nada que ver con Michael ¿entendido?

Él asintió, y luego sonrió con astucia.

-         ¿Significa eso que puedo salir por ahí de noche y tomar alcohol? – preguntó sagazmente.

-         Si quieres estar castigado hasta los cuarenta… - le respondí. Él sonrió, pero luego volvió a ponerse serio otra vez.

-         Hay una cosa de… gente de mi edad…que sí me gustaría hacer – comentó.

-         Tu dirás – respondí, con precaución. No tenía ni idea de por dónde iba a salirme.

-         Hay una fiesta en el colegio, una especie de baile…con fines benéficos, o algo así. No quería ir porque no tenía con quién, pero Fred y Mike me han mandado un mensaje diciendo que van y…tal vez podemos ir como tres solteros.

-         Pues ve. ¿Cuál es el problema? No será mañana ¿no? Porque si es así, lo siento pero tienes que recupe…

-         No, es dentro de una semana. – me interrumpió - Es el mismo día que la fiesta de John. Alejandro dice que vas a dejarle ir. Supongo que tendré que llevarle en coche y quedarme allí con él…

-         Tu hermano puede coger el autobús. Y espero que sea capaz de no meterse en líos él sólo en aquella fiesta. ¿Lo ves? A eso me refería justamente, Ted: no está bien que tú renuncies a pasarlo bien por tus hermanos.

-         Tú renunciaste a más que eso por nosotros. – me dijo, con solemnidad. A veces me preguntaba si Ted tenía diecisiete años o veintisiete.

-         Esa fue mi decisión. Y fue diferente. Y yo no lo llamaría renunciar. A cambio he ganado once…no, doce hijos maravillosos. Será mejor que me acostumbre al nuevo número.

-         Entonces, ¿puedo ir a esa fiesta?

-         ¿Es en el instituto?

-         Sip.

-         ¿Habrá profesores?

-         Supongo, como en el baile de graduación.

-         ¿Hasta qué hora dura?

-         De nueve a doce. Pero volveré antes, para estar aquí a mi hora…

-         ¿Necesitas esmoquin?

-         Con un traje normal bastará, digo yo. No sé muy bien cuál es la diferencia…. Pero no creo que haya que ir demasiado formal.

-         Diviértete – le dije, indicando que por mí no había problema. Por alguna razón sentí que le hacía mucha ilusión. En mi época de estudiante esa clase de eventos no llamaba mucho mi atención, pero supongo que él, de tanto verlo en series y películas, quería ver cómo era en la vida real.

Se fue mientras escribía algo en su móvil, así que supuse que estaba diciéndole a sus amigos que podía ir. Le frené antes de que desapareciera del todo.

-         No estés paseando por ahí. Deberías estar en la cama. No, nada de rodarme los ojos. Ya oíste al médico.

-         Papá, no estoy cansado…

-         ¿Quieres que cambie de opinión con esa fiesta? A la cama. Yo voy en un rato a verte.

Ted resopló, pero marchó dispuesto a hacerme caso. Entonces, escuché que alguien me llamaba a gritos desesperados.

-         Kurt´s POV -




Cuando fui a buscar a papá Madie me dijo que estaba hablando con Bárbara. Hannah pensaba que la estaba castigando por arañar a Alejandro. Yo sabía que no debía interrumpir, así que busqué algo que hacer en mi cuarto, pero Dylan no estaba y me aburría. Hannah se vino conmigo, aburrida también.

Vimos algo en la cama de Dylan. Parecían tornillos. ¿Qué hacían allí?  Me mordí el labio. Papá siempre decía que no cogiera cosas que no eran mía, si no me las dejaban primero.

-         Ese tornillo es claramente una pista – dijo Hannah.

-         ¿Una pista de qué?

-         Elemental, querido Kurt. Está claro que algún malo se lo dejó aquí después de cometer sus….mmm… sus maldades.

Ah. Entendí que estábamos jugando a los detectives, cómo en los dibujos de la tele. Papá decía que era Sherlock Holmes, un personaje muy importante de un libro como los que escribía él, pero mejor. 

-         Entonces esto es la escena del crimen.

-         Ahá – dijo Hannah – Hay que recoger las pruebas.

Mi hermana cogió una bolsita y empezó a guardar ahí los tornillos. Entonces, escuchamos voces y a ella sólo le dio tiempo a poner la bolsa tras su espalda. Dylan entró en la habitación, acompañado de Barie.
-         Mira qué no saber dónde pusiste los tornillos… - decía Barie. – Así, ¿cómo querías arreglarlo?

-         Si sé, sí sé. Estaban ahí – señaló, apuntando a la cama, donde habían estado los tornillos.

-         Enanos, ¿habéis visto unos tornillos? Pequeños y negros, como de éste tamaño.

Me puse pálido. Yo sabía que no deberíamos haberlos cogido.  Si esos tornillos eran de Dylan y papá se enteraba me pondría en la esquina como cuando jugué con el móvil de Ted. ¡Y estar en la esquina era muy aburrido!  Miré a Hannah, que debería de estar pensando más o menos lo mismo que yo.

-         No – mentí. Y sentí que así lo empeoraba. Hannah me miró mal. Yo la pedí ayuda con la mirada. Barie mientras tanto se agachó y miró bajo la cama.

-         Tal vez se hayan caído... – dijo Bárbara, mientras metía la mano y buscaba a tientas. Hannah metió la bolsa con los tornillos por dentro de sus pantalones mientras Barie no miraba, pero eso no serviría de mucho. En seguida se daría cuenta de que no estaban y de que los tornillos no tenían patas.

-         Me lo he tragado – dije. Fue lo primero que se me ocurrió. Barie se levantó tan rápido que se golpeó en la cabeza con el hierro de la cama. Se frotó mientras se agachaba a mi lado y me zarandeaba un poco.

-         ¿Qué has dicho?

-         Me lo he tragado – repetí, pero me sentí muy mal, porque parecía asustada, porque se había golpeado, y porque no sabía cómo arreglar aquello. Los ojos se me llenaron de lágrimas, y creo que Barie se pensó que era porque me dolía la tripa.

-         ¡Dios mío! ¡PAPÁ! ¡PAPÁ! Kurt, por Dios, pero ¿qué has hecho? ¡PAPÁAA!

Papá vino enseguida, corriendo. Ted vino detrás.

-         ¿Qué ocurre? ¿Por qué gritas así? – preguntó papá.

-         Papá, los tornillos. Dice que se lo ha tragado…Dylan dice que estaban aquí, y no están…

Papá me miró, apartó a Barie y ocupó su lugar. A esas alturas yo estaba llorando a mares, sin entender cómo me había metido yo solito en una mentira tan gorda.

-         ¡Kurt! – exclamó papá. Estaba nervioso. Movía las manos por mis brazos, por mi tripa, por mi cara, sin saber dónde tocarme. – Ya eres grande para tragarte cosas pequeñas… Sabes que no se comen cosas del suelo. Lo sabes desde los dos años.

-         No estaban en el suelo. Estaban en la cama. L-Lo …snif… lo siento…

Yo me disculpé por la mentira, pero él no lo entendió así.

-         Ssh, cariño, tranquilo. ¿Te duele la tripa? Ted, llama a urgencias. Ay, bebé, la que has armado… Te pondrás bien ¿vale? ¿Por qué  se lo habrá tragado? A partir de los tres años ya no se hacen estas cosas…Ay Dios ¿y si se le clava en el estómago y lo perfora o algo? Ted, ve a llamar, ¡deprisa!

Papá hablaba a medias conmigo y a medias con Ted, pero como lo dijo delante de mí, lo escuché todo. Él tenía razón: desde los tres años  e incluso antes yo sabía perfectamente lo que podía llevarme a la boca y lo que no. Nunca se me ocurriría tragarme un tornillo. No era tonto….Y tampoco un mentiroso.

-         ¡No! Papá no llames a nadie. No…snif… no me lo tragué.

-         ¿Qué?

-         No me lo tragué.  – repetí.

-         Te hemos mentido – admitió Hannah, que empezó a llorar también.

Durante unos segundos papá sólo me miró, sin decir nada. Luego me empujó bruscamente de forma que quedé apoyado sobre la rodilla que tenía en el suelo y me dio seis azotes muy fuertes.

PLAS   ¡Ayy! PLAS ¡Aau! PLAS ¡Papi! PLAS PLAS  ¡Perdóoon! PLAS ¡Aii!

Me dolió mucho y algo me decía que papá no había terminado. Efectivamente sentí como tiraba de mi pantalón para bajármelo mientras me sujetaba con una mano. Lloré todo lo fuerte que pude, porque él estaba muy enfadado conmigo.

-         ¿Sabes el susto que me has dado? No PLAS vuelvas PLAS a hacerme esto PLAS  en tu vida.

- ¡Ay! ¡Papito, lo siento! PLAS ¡Papiii!    PLAS ¡Aiii!  PLAS  ¡Nooo!

Conseguí soltarme y corrí a meterme debajo de mi cama. Cuando lo pensé bien supe que así no ganaría nada porque papá me sacaría de ahí en seguida, pero me equivoqué. No sentí que nada tirara de mí, así que asomé un poquito la cabeza por debajo de la cama, y lo que vi me dolió más que todos los azotes que me había dado. Papá estaba llorando. Ted le abrazaba, pero esa imagen estaba al revés. Papá nos consolaba a nosotros y no al contrario.

-         ¡Papi!


-         Aidan´s POV –

Acababa de darle a Kurt la azotaina más grande de toda su vida, y aun así sentía que me había quedado corto. La angustia que había sentido… ese frío en el pecho que aún no se me pasaba, al pensar que mi hijo se había tragado una punta de dos centímetros de hierro oxidado…

Él salió corriendo a meterse debajo de su cama. Yo no aguanté más y me senté en el suelo, tapándome la cara con las manos, y sollozando. Sentí que alguien me tocaba los hombros y adiviné que era Ted. Se puso de rodillas frente a mí y me abrazó. Yo sabía que aquello estaba mal. Que mi hijo no debía consolarme a mí y  que no debía derrumbarme delante de él de esa manera. Pero no pude evitarlo. El miedo que había sentido era demasiado fuerte.

Entonces escuché la voz de Kurt, y le miré. Tenía los pantalones medio caídos, la cara roja y estaba llorando. Sus ojos húmedos me miraban muy apenados y corrió hacia mí hasta chocarse con mi costado. Restregó su cara por mi brazo y lloró gritando un poco.

-         ¡Papi! – repitió.

Su llanto hizo que yo me sobrepusiera al mío. Le levanté la barbilla y le obligué a mirarme.

-         ¿Por qué lo has hecho? – le pregunté. Tenía que preguntarlo, porque no lo entendía.

-         Eran… eran pistas… - balbuceó – Para ….snif…atrapar a los malos.

Ya no pude entenderle nada más, porque los sollozos no le dejaban hablar. Le coloqué el pantalón  y le puse delante de mí. Miré a mi alrededor. Ted nos miraba, preocupados. Barie estaba en una esquina, impactada e inmóvil, con Hannah pegada a ella. La peque lloraba también. Dylan no estaba por ningún lado. Debía de haberse ido.

-         Nunca vuelvas a hacerlo. – le dije a Kurt.

-         No…snif… no papi….snif….nunca.

Suspiré. Le senté en mis piernas, pero él protestó un poco.

-         ¡Me duele! – dijo, haciendo pucherito. Le senté con más cuidado, casi acunándole en mis brazos. – Lo siento. Yo…no sniff…no quería que ….snif…. que te enfadaras por que había cogido los tornillos. ¡Bwwwa! ¡Lo siento!

-         Shhh, bebé, ya está, ya está. Papá ya te ha perdonado.

-         Agsf…yo…snif…no quería ponerte triste.

Le di besitos cortos, buscando que se calmara, pero no hacía muchos progresos. Ted “me lo quitó” y le cogió en brazos.
-         Ted, tu cicatriz…

-         Cállate – dijo, mientras se lo colocaba bien, enredando los brazos de Kurt en su cuello. Me quedé a cuadros por esa respuesta pero fui incapaz de decir nada. Observé  cómo mi hijo mayor tenía más éxito consolando a mi pequeño.

-         Sssh. Ya, enano, ya. Esta vez sí te han puesto el culito como un tomate ¿eh? Vamos. Sólo han sido doce palmaditas.

-         Muy….snif… muy fuertes. – protestó mi niño, y me hizo sentir mal.

-         Un poquito. Pero por que tú esta vez has sido muy muy travieso. Aquí todos te queremos mucho y nos hemos asustado.

-         Yo….snif… no quería.

-         Sssh. Ya, ya. ¿No has oído a papá? Estás perdonado, enano. Anda, deja de llorar. Si dejas de llorar te doy un poco del chocolate que me ha comprado papá.

Kurt intentó calmarse con todas sus fuerzas y lo cierto es que ya lloraba un poco menos. Entonces, Hannah  se acercó a mí y se acurrucó donde había tenido a Kurt segundos antes.

-         Era un juego…. Fue sin querer.

-         ¿Qué clase de juego es ese en el que hay que mentir a papá?

Hannah bajó la mirada, metió las manos en su pantalón y me dio una bolsita. La abrí, y vi los tornillos. Se los di a Barie, que los tomó sin decir nada. Le di un beso a Hannah, me puse de pie, y acaricié a Kurt, que se apretó más a Ted como si yo hubiera intentado separarle. Ese gesto me dolió un poquito.

-         Voy a buscar a Dylan – dije, y salí para ver a dónde había ido.

 Me costó un poco encontrarle, porque estaba en el piso de abajo, junto a la silla que había desarmado, que tenía las patas  separadas del resto del mueble. Estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas.

-         Estás aquí. ¿Qué haces?

Dylan no respondió. Ni siquiera me miró. Siguió mirando la silla. Entonces, de pronto, empezó a golpearla con todas sus fuerzas, una y otra vez. Creo que se hizo daño en la mano.

-         ¡Eh, eh, eh! – exclamé. Avancé hacia él y le agarré de las muñecas, para que parara. - ¿Qué ocurre?

Al verse apresado por las manos, Dylan la emprendió a patadas con la silla. Yo no sabía qué hacer. Esa reacción me extrañaba. Ted bajó entonces por las escaleras, con Kurt en brazos, que ya no lloraba en absoluto. Le dejó en el suelo y se acercó a nosotros, curioso y sin decir nada. Observó por un rato como Dylan golpeaba la silla una y otra vez, y luego asintió, como si Dylan hubiera dicho algo.

-         Tienes razón, Dylan. Todo es culpa de la silla.

Dylan le miró, y pareció calmarse.

-         Kurt está bien. ¿Lo ves? – siguió diciendo Ted.

Pensé que Dylan sonreiría, o abrazaría a su hermano con alivio, pero en vez de eso caminó fríamente y pasó a su lado sin decir nada.

-         Bueno, al menos sabemos que no tienen ningún problema para expresar su ira. Sin duda, hay que trabajar un poco más en la forma de expresar su alivio – comentó Ted, mientras le veía irse. Me alegré de que él pudiera ver el lado divertido de aquello, porque para mí no lo tenía. Era incapaz de entender a uno de mis hijos y otro casi me provoca un infarto.

Después de algunos minutos, Ted empezó a sentirse cansado y ni siquiera tuve que decirle que se fuera a la cama, porque se fue él sólo.  Yo le seguí, dispuesto a quedarme con él haciéndole compañía.

-         ¿Vas a querer cenar? – pregunté, al ver que se estaba quedando dormido. Él negó con la cabeza. Le acaricié el pelo, contento de tenerle allí en casa  para poder hacerlo, y no en el hospital. – Has dejado muy claro que tu papel es el de hermano mayor, Teddy – susurré, sin saber si  me oía o ya se había dormido. Probablemente se hubiera dormido, porque si no habría protestado porque le llamara Teddy. -  Y uno realmente bueno.

Lo poco que quedaba de tarde transcurrió, gracias a Dios, sin más incidentes. Cole y Kurt estaban tristes, Zach seguía sin hablar a Harry y Alejandro estaba algo más cariñoso que de costumbre, pero decidí que tenían derecho a estar tristes o de mal humor si querían, y que lidiaría poco a poco con las emociones de cada uno. Presionar nunca era buena idea.

Durante la cena conseguí que Kurt abandonara un poco su aureola de tristeza, a base de mimos y demostraciones de afecto. Terminó por comer encima de mí en vez de en su sitio y yo, con tal de que  volviera a ser mi renacuajo sonriente, no puse objeciones

Después de la cena fui acostando a cada uno. Fui por último al cuarto de Ted y les pedí a Cole y Alejandro que le dejaran descansar. Por fin en mi cuarto me metí en mi propia cama. Escuché unos pasitos y pensé que era Kurt, que venía a dormir conmigo, pero nadie entró en mi cuarto. Curioso, seguí escuchando, pero nada. Entonces, oí susurros de alguien que no controlaba bien su volumen de voz, un niño pequeño. Risitas. Más susurros.

Me levanté, y busqué la fuente del sonido. Lo encontré en el cuarto de Hannah y Alice. Kurt estaba en la cama de su melliza, tras haberse colado furtivamente. Al verme, se hizo una bolita y  se tapó con la manta, como una avestruz que esconde la cabeza bajo tierra y cree que así sus predadores no la ven. La verdad es que así Kurt estaba muy gracioso. Intenté aguantar la risa y le vi asomarse, como para comprobar si seguía ahí o me había ido.

-         Hola – susurró.

-         ¿Cómo qué hola?

-         ¿Adiós? – preguntó, y se mordió el labio. Esa vez no pude evitarlo, y sonreí.

-         ¿Qué haces fuera de tu cama? Ahora es hora de dormir.

Kurt se siguió mordiendo el labio y no me respondió.

-         ¿Me vas a dar en el culito? –preguntó al final.

Fingí que me lo pensaba.

-         Mmm. Estás fuera de tu cama y despierto después de  tu hora de dormir. Eso son por lo menos… por lo menos tres azotes. Pero como es muy tarde vamos a dejarlo en un beso.

Me acerqué a él, le di un beso, y luego otro a Hannah, y los dos sonrieron. Entonces se miraron, me miraron a mi otra vez, y me pregunté quién iba a ser el primero en decirlo.

-         ¿Podemos dormir en tu cama?

Al final, lo dijeron los dos a la vez.





4 comentarios:

  1. Que crueldad con mi pobre Alejandrito, peor no puedo decir que no se lo merecía... me gusto mucho lo que se dijeron después y mas que haya estado mimosito toda la tarde, por fi por fi por fi no mandes preso a Mike que le den ese mes en modalidad de arresto domiciliario total, si es un crio, no debe estar en ese lugar tan feo

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  2. ¡Hermoso!!
    Es imposible aburrirse con esta historia,en verdad que encanta!
    Añoro el próximo capítulo !!
    ¡Gracias y espero que hasta pronto!!

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  3. me puso trite el nene y dice que no pierde la cordura por una travesura y se puso como un demonio azotando el pequeñin hasta hacerlo emter bajo la cama, pido paitubulo para Aidan ajajajaj pero si lo llevan como que no tendre con quien divertime mañana no ve?

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  4. Al pobre de Aidan me lo van a matar de susto y de dolor. Alejandro me sorprendio gratamente con la conversacion con su padre. Y bueno que decir de Ted.... definitivamente como hace falta en casa.... BUenissiiiimoooo como siempre

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