Páginas Amigas

viernes, 14 de febrero de 2014

Capítulo 26: Doce veces ¿afortunado?



Capítulo 26: Doce veces ¿afortunado?

La inercia de mis pasos apresurados me llevó al cuarto de papá,  y una vez allí me tumbé en su cama. Escondí la cabeza en la almohada reparando en que olía a la extraña espuma de cabello que usaba Aidan para que no se le encresparan los rizos. Llevaba años usando la misma. Lo sé porque de pequeño yo me echaba de esa crema, a pesar de que mis rizos son diferentes, son raciales. Además siempre he llevado el pelo corto y en definitiva no necesitaba espuma alguna, pero lo hacía porque era la crema de papá.

No quería pensar en nada, pero claro, mi mente no me iba a conceder esa tregua. Reviví una y otra vez lo que acababa de pasar. Papá había colgado a Agustina y me había quitado el móvil, así que no podía volver a llamarla. Genial, simplemente genial. Ella iba a pensar que yo era un maleducado, seguramente se iba a picar conmigo, y por añadidura me quedaba sin saber qué pasaba con Fred. Ah, y mi padre estaba enfadado conmigo.  Sírvame un día de mierda. Con guarnición de culpa, por favor. Y no se olvide de la ración doble de sueño.

Tal vez había sido el sueño lo que me había hecho hablar más de la cuenta. A veces yo era muy mordaz en mis pensamientos, y muy quejica… pero intentaba que se quedaran ahí, en mi cerebro. En aquella ocasión los había sacado fuera, como si algo me hubiera impedido estar calladito (el sueño, seguramente, o tal vez, las ganas de hablar con mi no-novia). Había sido un completo idiota.  ¿A qué había venido la escena de “nunca tienes tiempo para mí”? Fue sumamente infantil y fuera de lugar… aunque una parte de mí me gritaba que era cierto, y que había hecho bien en quejarme, en vez de guardármelo dentro. A veces, secretamente, envidiaba a Kurt porque él pasaba mucho tiempo con Aidan, en sus piernas mientras papá trabajaba o dormido encima de él como si fuera su cama personal. Luego entendía que no era culpa de Kurt, pero de alguien tenía que ser. Alguien tenía que ser el responsable de que todo lo que yo hacía nunca fuera suficiente. Como si para mí hubiese reglas diferentes. Como si estuvieran “las cosas que no podía hacer Ted” y “las cosas que no podían hacer los demás”.  ¿Qué había hecho yo para tener que pelear por una aprobación que los demás ya tenían de partida?

Claro que yo sabía perfectamente lo que había hecho. Desde bien chiquito, yo sabía la mancha que pesaba sobre mí. La mancha por la cual no debía permitirme ningún fallo.  Yo no era más que un error, un error de cálculo que al nacer se había llevado a su madre por delante. Mi padre me abandonó, mis abuelos… prefería no pensar en eso… y él único que estuvo dispuesto a cuidar de mí fue Aidan. Así que yo le debía algo más que un “vete de mi cuarto” y un “déjame en paz”.

Probablemente papá no tardaría en venir para decirme que no podía hablarle así. Me castigaría, y todo quedaría solucionado para él, pero no para mí. Por más que lo intentaba, yo era incapaz de ser tan buen hijo como él se merecía. Tenía una deuda con él, varias, en realidad, y por más años que viviera nunca terminaría de pagarla. Con arrebatos como los de hacía un momento no hacía más que sumar cosas que compensarle.

- Aidan´s POV -

De alguna manera supe que Ted estaría en mi cuarto. Tampoco tenía muchos otros lugares a los que ir cuando estaba huyendo del suyo. Entré con cautela, sin saber qué esperar. Lo lógico sería que hubiera estado enfadado conmigo, y a lo mejor tenía una bonita retahíla de insultos que dedicarme. Claro que eso hubiera sido más propio de Alejandro…

Lo que era característico de Ted era aprovechar para flagelarse un poco, culpándose por todo lo que se pudiera culpar e incluso más. Y aquella vez no fue diferente.

-         Lo siento, papá – susurró, en cuanto notó que entraba. Tuvo que oírme, dado que no pudo verme por la forma en la que estaba tumbado.

-         ¿El qué sientes? – pregunté, sentándome a su lado, y comenzando a frotar su nuca.

-         Lo que te he dicho.

-         ¿Sientes haberme dicho la verdad? No fue una manera muy delicada, pero sí es así como te sientes, hiciste bien en decírmelo y no tienes que lamentarlo. Aunque quiero que aclaremos un par de cosas.

Escuché un sonido extraño. Como no podía ver su cara no supe bien qué fue, pero parecía un chasquido de fastidio. Creo que malinterpretó mis palabras.

-         ¿Puedes esperar un segundo? Antes quiero disculparme bien…

-         Ted, ya te he dicho que no tienes que disculparte. De hecho, el que viene a disculparse soy yo.

En ese momento se dio la vuelta y me miró lleno de sorpresa.

-         ¿Ah, sí?

-         Sí. Por muchas cosas. En primer lugar, por lo que acaba de pasar. Debería haber esperado a que terminaras la llamada en vez de interrumpirte. Y en segundo lugar, por hacerte sentir que sólo hablo contigo para pedirte cosas y castigarte. Entiendo por qué lo has dicho, pero quiero que sepas que no es así. Hoy debería haber hablado contigo de todo lo que ha pasado en las últimas horas, pero no se trata de que te deje de lado por tus hermanos. Es que a veces no doy abasto, hijo, y es muy fácil retrasar las cosas con el que nunca se queja ni da problemas. No he debido aprovecharme de tu paciencia, porque algún día haré que la pierdas. Pero yo te quiero mucho, mi niño, eres una de las personas más importantes en mi vida y no quiero que lo dudes ni por un segundo.

-         No lo dudo, papá. Y por eso siento haber sido maleducado contigo.

-         Yo fui maleducado al interrumpirte. – repliqué, y le di un beso - ¿Con quién hablabas?

-         Con… Agus. – respondió, algo cortado.

-         Oh.

-         ¡Y la verdad es que podías haber dejado que al menos me despidiera! – protestó, enfurruñándose de una manera teatral y algo mimosa.

-         Tienes toda la razón. Lo siento. ¿Me das un abrazo?

-         ¡No!

-         ¿No?

-         Quiero seguir enfadado un poco más.  – respondió, dejando claro por el tono y las palabras que en realidad no lo estaba.

-         Es justo y me lo merezco, pero enfádate un poco más hacia la izquierda, que no quepo. – le dije, y a su pesar Ted sonrió y luego me miró molesto por haberle hecho sonreír cuando quería mantenerse en su pose de enojo. Se movió un poco y me eché a su lado, volviendo a acariciar su nuca.

-         No volveré a hablarte así –me aseguró.

-         Ah, yo no apostaría por ello. En  algún lugar bajo todas tus sonrisas tú tienes mi carácter, cariño, y eso significa algo muy malo para mí si te hago enfadar.

-         ¡No lo haré! – prometió – Lo siento mucho.

-         Ted, deja de disculparte, por favor. Eres una persona, y como tal tienes derecho a enfadarte cuando alguien es injusto contigo.

-         Pero no tengo derecho a enfadarme contigo – susurró. Me quedé pensativo y dejé la mano quieta. Luego comencé a acariciarle otra vez antes de responderle.

- ¿Eso crees? Así que, si yo me equivoco, ¿tú no puedes molestarte?

Él negó con la cabeza.

– Sin embargo, cuando Alejandro hace algo que te molesta, sí te enfadas con él…. Tienes un modo muy peculiar de enfadarte, pero te enfadas… ¿Por qué con él sí, y conmigo no? – insistí.

-         Porque…porque… ya sabes, a todos los efectos eres mi padre…

-         Y eso implica que, aunque estés enfadado, debes tratarme con respeto, pero en realidad eso también debo hacerlo yo contigo.  No se trata de quién es el padre y quién es el hijo, sino de que los dos nos queremos y no debemos hacernos daño. La verdad, hijo, me sienta peor cuando me dices “señor” que lo que has hecho antes. Así que, si estás molesto conmigo, puedes decírmelo, y más si yo he hecho algo mal, como es el caso ahora. Siempre hago las cosas mal contigo, en realidad, permitiendo que hagas cosas que me corresponde hacer a mí.

-         Tú no puedes con todo…

-         Ese es mi problema, no el tuyo. Tú eres mi hijo, y no deberías hacer otra cosa más que divertirte y dejar que te mime – dije, poniendo un tono infantil y haciéndole unas pocas cosquillas.  Él sonrió suavemente y se acurrucó mirándome directamente a los ojos.

-         No me importa echarte una mano. Sabes que me gusta.

-         Y eso es sólo una prueba más de la magnífica persona que tengo por hijo. Lamento haber interrumpido tu conversación ¿vale?

Él asintió y dejó que le acariciara la mejilla. Saqué su móvil de mi bolsillo y se lo di.

-         ¿Me  lo devuelves?

-         No debería habértelo quitado.

Ted no dijo nada. Se guardó el teléfono y entonces me sonrió más.

-         ¿Para qué fuiste a mi cuarto? – preguntó, y yo me sentí algo incómodo.

-         Eh… esto… pues verás…. El caso  es que sí era para pedirte algo – susurré. Mierda. Si es que normal que él se hubiera picado. Me pasaba todo el día pidiéndole ayuda…  Ted, sin embargo, siguió sonriendo.

-         ¿El qué? – insistió con amabilidad. Había una alta probabilidad de que Ted fuera extraterrestre, y por eso fuera tan… servicial, humilde, y en definitiva, bueno.

-         Puede esperar. Antes tengo muchas cosas que hablar contigo.

Él se movió, quedando cruzado sobre la cama,  y puso sus manos debajo de su barbilla, imitando aposta a Kurt cuando veía la tele tumbado en el suelo, como queriendo decir “tienes toda mi atención”. ¿Se estaba proponiendo ser tierno?

-         Tu dirás.

– Supongo que… lo más importante… es saber si estás bien – comencé, algo inseguro.

-         Genial. ¿Por qué no iba a estarlo?

-         No sé: porque te han amenazado con un cuchillo, porque no has dormido nada…- dejé caer, con algo de sarcasmo.

-         Lo importante es que Alejandro está bien.  Aunque molaría tener más espacio en el cuarto, cuando desapareció esta noche caí en la cuenta de lo aburrida que sería mi vida sin él.

Sonreí un poco, pero entendí que sólo estaba intentando distraerme para que dejáramos de hablar de él y de lo que había pasado.

-         Debiste haberme contado que te molestaban en el colegio.

-         No fue nada importante… hasta hoy.

-         Si vuelve a pasar, quiero saberlo ¿entendido? – insistí, y Ted asintió, algo cohibido porque yo hubiera empleado ese tono firme. Para suavizarlo le acaricié. – Si tu vida sería aburrida sin Alejandro, mi vida no tendría sentido si a alguno de vosotros os pasa algo.

-         No es como si Jack fuera capaz de clavarme el cuchillo, papá… Es un bocazas, nada más….

-         En el despacho del director, parecía muy capaz de descuartizaros a Mike y a ti.

-         Me fui del baile con su novia. Si ya me odiaba antes, ahora tengo que ser su peor enemigo.

-         De eso también quería hablar. Al final, conseguiste a la chica – dije, y sonreí. Él pareció avergonzado, pero al mismo tiempo muy contento.

– No “la conseguí”…pero sí creo que le gusto. – admitió, escondiendo un poco la cara.

-         Eso es estupendo, Ted. Así que, ¿te dio tiempo a hablar con ella a pesar de que tuviste que ir con Alejandro?

-         Sí… la llevé a su casa porque el idiota de Jack no parecía muy dispuesto.

-         Hiciste bien.  Te portaste como un caballero.

-         ¡Papá! – protestó, algo avergonzado.

-         ¿Qué dije? Es la verdad. También fuiste un buen hermano, pero eso no me sorprende en absoluto – comenté, y suspiré – Siento que tuvieras que irte antes de tiempo.

-         No me importó…

-         Sí, sí lo hizo. Estabas con la chica que te gusta, y lo dejaste para estar con tu hermano. Estoy muy orgulloso de ti ¿sabes?

Creo que Ted aumentó tres tallas al escuchar aquello. Mmm…. Tal vez debería decírselo más a menudo.

-         También hiciste el desayuno y me ayudaste con todos, te preocupaste por Hannah y ni siquiera tengo palabras para decir lo que has hecho con Harry. – continué.

-         Nada de eso son cosas que me tengas que agradecer – respondió, incómodo. ¿Qué problema tenía con que le felicitaran?

-         A mí me parece que sí.  Especialmente lo de Harry. Yo… no actué del todo bien, pero tú no le dejaste sólo e hiciste que se sintiera mejor.

-         No debiste decirle que te decepcionó – me reprochó.

-         No, no debí. – admití. Ya me había disculpado por eso, pero seguía sabiéndome mal.

-         Bueno, hace un momento cuando entrasteis en mi habitación parecía estar bien – dijo, como para animarme.

-         Hablé con él.

Puso una mueca.

-         ¿Por “hablar” debo entender algo más que un simple intercambio de impresiones?

-         Se pasó con Madie, Ted…

-         Lo sé…- reconoció, y suspiró – Al menos sé que está vivo. Pero no me gusta que le castigues – protestó, y me hizo cierta gracia que lo dijera.

-         Ni a mí tampoco, créeme.  Además, tu hermano es más dulce de lo que parece, porque…- me interrumpí al verle bostezar - ¿Te estás durmiendo?

-         No…

-         Mmm… - pasé la mano extendida por su cabeza, sin llegar a tocarle – Bip. Bip. Bip bip bip. Mi detector de mentiras dice que sí. Antes no pudiste dormir nada. Será mejor que te deje descansar.

-         Claro, lo dices ahora, porque te interesa – se quejó, en tono de broma, pero me dio curiosidad.

-         ¿Qué quieres decir?

-         Aún no hemos hablado de “mi premio”. Que crea que no me lo merezco no implica que se me haya olvidado lo que dijiste. ¿Una radio para mi coche?

Me reí, y le besé en la frente. Le estaba costando mantener los ojos abiertos.

-         Un equipo de sonido nuevecito. Iba a regalártelo cuando cumpliste diecisiete –confesé. No lo hice porque no me alcanzó el dinero. Tampoco es que en ese momento me sobrara, después de la llegada de Michael y demás, pero confiaba en que el nuevo libro trajera nuevos ingresos. Ted sonrió e iba a responder algo, pero puse un dedo en sus labios para impedírselo – Si no te duermes a lo mejor cambio de idea. – dije, y le di otro beso mientras le arropaba. – Te despertaré para cenar.

-         Bueno…

Juraría que cuando salí del cuarto ya estaba dormido. Mi pequeño niño grande parecía mucho más pequeño entonces, tumbado en medio de mi enorme cama.


– Harry´s POV

“75… menos 50…más 100…¡Ay no, voy a tener que trabajar mucho para pagar el monopatín y las entradas! ¡Será mejor que no la tome con ninguno más de mis hermanos, porque como tenga que compensar a los diez… once… que tengo, me arruino antes de llegar a la mayoría de edad!”  pensé.

No reírse, que tenía un gran problema. Yo había sido “demasiado eficiente” en mis primeros días en el jardín del señor  Morrinson y a lo sumo me quedaba trabajo para otra semana más. Cobraba quince dólares al día.  Tenía cincuenta, y necesitaba ciento setenta y cinco, es decir, ciento veinticinco más. Eso hacía más de una semana de trabajo y no sé si podía prolongar tanto mi tiempo en el jardín del vecino. ¡Cómo no me inventara nuevas plantas! Además, papá no me dejaría volver al menos en una semana y las entradas para el Justin ese volarían como el algodón de azúcar en una feria…¡A lo mejor para cuando reuniera el dinero ya no quedaban!

Frustrado, y aprovechando que Madie se había ido a…a… ¿a dónde había ido? En fin, me dijo algo, pero no la escuché, así que yo fui a buscar a papá. Le encontré justo cuando salía de su cuarto, y me hizo un signo de silencio, como si alguien estuviera durmiendo dentro. Deduje que se trataba de Ted. Había sido un completo idiota con él, pero ya debían de haber arreglado las cosas. Esperé a que se alejara un poco y luego le abordé.

– Papá… - empecé, y me quedé ahí, porque no sabía cómo continuar.

-         ¿Sí?

-         No, nada…

Se me quedó mirando con curiosidad, y entonces me acarició la mejilla. Hacía eso con frecuencia, y yo nunca sabía por qué, pero me hacía sentir bien. Era como si estuviera pensando cosas bonitas sobre mí, y lo tradujese en ese gesto.

-         ¿Qué ocurre cariño? – preguntó, pero realmente no dejó que respondiera - ¿Es por lo que te dije antes?  Lo siento mucho, campeón. Ya te dije que no es cierto ¿vale? Yo estoy muy orgulloso de ti.

-         No es eso, papá… - respondí, algo ruborizado. ¿Sería verdad? ¿Cómo podía estar orgulloso de mí? Aunque algo me decía que no mentía… Papá no solía mentir, de todas formas… Solo mentía sobre él, sobre su pasado o sobre su estado de ánimo, como si no pudiera permitirse demostrar cuándo sufría.

-         ¿Entonces? ¿Es porque te he castigado? Ya está todo bien ¿bueno? – dijo, y me abrazó. - Debería haberme quedado un poco más contigo. Me gustó mucho el detalle que has tenido con Madie, campeón, y aunque aún no sé si va a poder hacerse… o mejor dicho cómo va a hacerse porque si la digo que no, no me lo perdonará en la vida… te honra mucho buscar siempre la manera de compensar tus errores.

La temperatura de mis mejillas debía de ser mayor que la del desierto del Sahara. De pronto me sentí muy feliz. Si fuéramos cachorros como decía Michael, hubiera empezado a menear el rabo.

-         De eso… de eso precisamente quería hablarte. Quiero… quiero hacer un trato contigo.

-         ¿Un trato? – preguntó papá con curiosidad, separándose un poco.

– Ahá… Es importante.

Puso entonces lo que yo llamaba su “cara de negocios” y sacó una libreta imaginaria para tomar nota.  Entendí que no se estaba burlando, simplemente era un payaso sin remedio.

-         Usted dirá. – dijo, sonando divertido.

-         Sé que…aún… aún estoy sin paga…

-         Efectivamente.

-         Ya pues… pues… me preguntaba si… si me podías hacer un adelanto y…. y yo te lo devuelvo.

Papá se hizo el interesante. Sé que sabía por qué se lo pedía. Lo sé…. Pero aún así tenía que hacerse de rogar, sino no se quedaba a gusto ¬¬

-         ¿Un adelanto? ¿Para qué? – preguntó, fingiendo no entender.

-         Para… para poderle comprar las entradas a Madie… Si no a lo mejor se agotan y… Sé que me metí yo sólo en esto pero ella no tiene la culpa ¿no? Y pues…

-         Está bien, campeón. – me cortó, y sonrió.

-         ¿Tenemos un trato?

-         Claro que tenemos un trato. – dijo, y me abrazó. - Pero te daré sólo setenta y cinco.

-         ¿Por qué? – pregunté, triste. Con eso no me alcanzaba.

-         Veinticinco que te faltan para el monopatín de Zach. Cincuenta para la entrada de Madie. La entrada de Barie no te la adelanto, porque la voy a pagar yo.

-         Pero papá, dije que…

-         Me da igual lo que dijeras. Ella es mi hija, y yo le pagaré la entrada si quiero. También pagaré la de Ted si al final las acompaña él o…¡agh! ¡Ya veré cómo rayos lo hago! En qué líos me metes, enano. Sabes que ahora no puedo decirla que no ¿verdad?

Le sonreí, poniendo la cara más inocente de la que fui capaz.

-          ¡Gracias! Te lo devuelvo en cuanto cobre… aunque sin intereses ¿eh?

-         Ya te daré yo intereses, granuja descarado… - se rió, y me dio un beso en la cabeza. – Te quiero, canijo. – susurró, y me acarició la espalda sólo con la punta de sus dedos, de tal forma que casi me hacía cosquillas.

Definitivamente, me gustaba mucho más cuando hacía eso que cuando era su mano entera la que me demostraba “cuánto me quería”, y lo hacía específicamente sobre una zona de mi cuerpo, que por cierto,  ya había dejado de dolerme.

-         Yo… también te quiero… papá. – respondí. ¿Por qué de pronto tenía ganas de llorar? No lo hice, pero sí noté que respiraba extraño, como si me hubieran sacado todo el aire de golpe, o acabara de correr una maratón. Sentía un peso enorme apretándome el pecho. Un viejo conocido. La culpa. – Necesi- Necesito que me lo digas más a menudo…. Cuando me levanto, cuando meto la pata, cuando me acuesto…. Yo… necesi-necesito que me lo digas a todas horas.

Joder. Lo había dicho ¿verdad? Lo había dicho en voz alta. Bueno, de perdidos al río. Escondí la cabeza en su pecho, contento de que él fuera tan alto, y le apreté con fuerza, aunque de pronto sentí que él me apretaba a mí con muchísima más.


-         Aidan´s POV –


Como torturar a un hombre con una sola frase. Capítulo uno. “Papá, necesito que me digas que me quieres más a menudo”.

-         Te quiero, te quiero, te quiero.  Te lo diré todas las veces que haga falta. Te lo diré hasta quedarme sin saliva – barboté, y le abracé como creo que nunca he abrazado a nadie. Había sucedido. En algún momento yo me había vuelto un cabronazo como Andrew, que hacía creer a sus hijos que no eran amados.

-         Papá…mis costillas…respirar… - farfulló él, con serias dificultades. Entendí que estaba apretando demasiado, y aflojé un poco. Me miró con unos ojos indefensos que me hicieron plantearme si estaba abrazando a Harry o a Zach. De pronto los gemelos me parecieron más gemelos que nunca.

-         Te quiero – repetí. – Yo… pensé que estaba claro… Estoy…. Estoy bastante seguro de que te lo digo casi todos los días… es más, todos los días, cuando te doy un beso al acostarte…

-         Lo haces – respondió, y me sonrió, pero fue una sonrisa triste. – Es sólo que tengo miedo a que dejes de decirlo.

Y ya está. ¿Cómo se supone que debía sentirme después de eso? Le sujeté la cara con ambas manos.

-         Nunca, óyeme bien, NUNCA has de temer tal cosa. Pase lo que pase, de lo único de lo que siempre podrás estar seguro es de que yo te quiero con toda mi alma.

-         Yo… sólo te tengo a ti. No tengo tíos, ni abuelos…ni madre… sólo a ti. No puedo permitirme que tú también me dejes de lado.

Creo que gemí, y sino, quise hacerlo, porque algo dentro de mí agonizaba.

-         Ni muerto te dejaré de lado. – respondí, con firmeza. Harry iba a decir algo, pero no le dejé. - No, escúchame. Me convertiré en fantasma y te vigilaré las veinticuatro horas del día, pero de mí no vas a librarte ni aunque me atropelle un tren ¿estamos?

Harry sonrió, asintió, y volvió a apoyar su cabeza en mi pecho.

-         Tenía miedo porque las malas personas suelen quedarse solas.

-         Que suerte, entonces, que tú no lo seas – repliqué, entendiendo por fin donde estaba el problema. Harry se sentía muy culpable, y eso sí era en parte culpa mía, valga la redundancia. – Tienes un gran corazón, hijo, te lo he dicho muchas veces. Ningún error tonto va a cambiar eso.

-         Pero muchos errores tontos tal vez sí.

-         No. Muchos errores tontos te llevarán a que te duela mucho el trasero. Nada más.

Harry se ruborizó visiblemente.

-         Jo – protestó, y tuve que reírme. Le di un beso.

-         Te quiero – volví a decir – Y ahora te lo recordaré cada vez que te vea por el pasillo. Es más, te llamaré por teléfono cuando salgas para decírtelo. Lo gritaré al dejarte en el colegio, me da igual que tus amigos lo oigan.

-         Ni se te ocurra. – advirtió, como si hubiera sugerido un crimen atroz.

-         Haré un cartel con tu foto y lo colgaré por toda la ciudad, poniendo “éste es mi hijo, y le quiero” – continué – Y hasta pondré anuncios en el periódico.

Harry me golpeó en el brazo creo que con fuerza pero apenas lo sentí, y yo me reí. Le acaricié el pelo con cariño. Aún tenía rasgos infantiles en el rostro, aunque empezaba a afilársele la barbilla y a perder parte de esa redondez propia de los niños pequeños.

-         En un rato iremos a hablar con el señor Morrinson ¿bueno? ¿Hiciste los deberes?

-         ¡Sí! ¡Pero no viniste a verlo!

-         Bueno, no hace falta, me fío de ti, cariño. Dame un momento ¿sí? Voy a ver que todo esté bien con tus hermanos.

Fui a ver qué estaban haciendo los demás porque lo cierto es que para ser tantos todo estaba muy silencioso. Me encontré con algo extraño. Al pie de las escaleras, sentados, estaban Barie, Madie, Alejandro, Zach, Cole, y Dylan.  Era raro porque estaban quietos, en silencio, cortando el paso.

-         ¿Me he perdido algo?

-         ¡Hum! – respondió Cole, aunque no sé si se puede considerar una respuesta. Los demás me miraron como si acabara de cancelar la Navidad.  Pillé entonces que el malo del asunto era yo, y que aquello, de alguna forma, era por mí.

-         ¿Qué hice?

-         ¿Y aún lo preguntas? – saltó Zach.

-         Pues… sí….

-         ¡Castigaste a Harry! – protestó Madie.

-         ¡Castigaste a Ted! – acusó Cole.

-         ¡Castigaste a Hannah! – añadió Barie.

-         ¡Y me castigaste a mí! – se quejó Alejandro, aunque nadie pareció secundarle. Zach de hecho le miró como diciendo “bueno, tú no te quejes, que te lo merecías”.

-         Vale, vale, ya lo entiendo. Así que soy muy malo, ¿no? – pregunté.

-         ¡Sí! – respondieron  todos, salvo Dylan. Usarle para hacer bulto era un golpe bajo. ¡Ni que fueran pocos! Oh, pero yo tenía mis recursos.

-         ¿Así que ya no estás enfadada con Harry, Bárbara?  - pregunté, haciéndome el inocente.

-         ¿Bromeas? ¡Madie dice que nos va a comprar las entradas para ver a Justin! ¡Él es el mejor y tú el peor por castigarle!

-         ¿Y quién crees que tiene que dejarte ir al concierto? – contraataqué.

Barie abrió la boquita como un pez. Tocada y hundida. Se puso de pie y me dio un abrazo.

-         Papi, pero si yo te quiero mucho. – ronroneó.

-         Mocosa interesada – susurré, y la di un beso. Ninguno de ellos parecía realmente enfadado, y se me hacía muy tierno que se la jugaran unos por otros. – Si salís de la escalera esta noche vemos una peli. – dije, y con eso Dylan, Zach, y Cole se levantaron.

-         ¿Estáis de broma? ¡Pero si vemos una peli casi todos los días! – protestó Alejandro, al ver que sus filas se quedaban sin soldados.

-         ¿La idea fue tuya? – pregunté, intentando aguantar la risa.

-         ¡No, fue mía! – dijo Madie. - ¡Y al menos yo voy a seguir defendiendo a Ted, no como estos cobardes zalameros!

Los demás agacharon la cabeza, algo avergonzados.

-         Pero si a Ted no tienes que defenderle, princesa. Ni le regañé. Está tranquilamente durmiendo en mi cuarto.

Madie me miró para ver si decía la verdad y luego ella también se puso de pie.

-         Bueno, en ese caso, yo también quiero ver una peli.

Sonreí, y la abracé también a ella. Luego examiné su brazo, donde empezaba a tener una mancha morada.

-         ¿Cómo van tus golpes?

-         ¡Bah! ¡Me va peor cuando juego al fútbol con los chicos! – respondió, haciéndose la valiente, pero probablemente en parte fuera cierto. La di un beso.

-         Voy un momento con Harry a casa del vecino. Ted está durmiendo. Michael aún no ha vuelto. ¿Puedo confiar en que os portéis bien, o voy a tener que cruzar la calle corriendo al ver algún incendio?

-         Eh, ¿para qué estoy yo? – protestó Alejandro.

-         Tú eres el que más me preocupa – bromeé, y le revolví el pelo. – Haced caso a Alejandro en todo ¿bueno?

-         ¡Sí!

-         Volveré enseguida. ¿Habéis visto a los enanos?

-         Están haciendo algo que es “muy secreto” en el cuarto de Kurt – explicó Zach, rodando los ojos.

-         Échales un ojo ¿vale? – le dije a Alejandro, y él teatralizó como si se sacara un ojo. Me reí. - ¡Payaso!

A veces Alejandro se parecía mucho a mí.. Momento… ¿eso era bueno? Decidí que sí, y fui a buscar a Harry. Fuimos a hablar con el vecino, pero antes de poder decir nada se empeñó en que entráramos a tomar una taza de chocolate.

-         Gracias, señor Morrinson, pero tengo a mis chicos solos y…

-         Sólo una, papá ¿sí? – suplicó Harry, con esos ojitos traidores, manipuladores, odiosos y… adorables. Suspiré.

-         Está bien.

Harry sonrió, y me dio un abrazo, lo que me demostró que estaba mimoso porque no solía dejar que lo abrazara en público, al contrario que Zach. Entró en la casa detrás del vecino y su agilidad para desplazarse delató que ya había estado ahí muchas veces. Yo sólo recordaba haber entrado un par de ellas. La casa del señor Morrinson era… bien, era la de un hombre mayor que vivía sólo. Tuvo dos hijos, pero los dos murieron jóvenes, sin que el menor cumpliera veinte años. Su mujer murió antes de que yo comprara la casa de al lado, diecisiete años atrás.  Costaba entender cómo un hombre que había sufrido tanto podía ser tan amable. Siempre había sido bueno con mis hijos, siempre…

Nos quedamos un rato en su casa, explicándole que Harry no volvería en una semana, y el anciano fue comprensivo, leyendo entre líneas que el motivo era que yo no se lo permitía. Sin embargo, resultó que como si fuera un abuelo consentidor, se puso de su parte.   En un momento en el que mi hijo se fue al baño, el hombre dejó su taza  y me miró fijamente.

-         No seas duro con él, Aidan. – me dijo. Para ese hombre yo nunca había sido el “señor Whitemore” y eso era estupendo. Me trataba con familiaridad a la vez que con cierto respeto, aunque a veces me hacía sentir como si fuera un chiquillo de la edad de mis hijos, justo como en ese instante, en el que sus ojos medio ciegos parecían taladrar los míos. – Sé por qué quiere el dinero, él me lo dijo, y eso demuestra que es un buen muchacho, dispuesto a asumir sus errores.

-         Lo-lo sé, señor Morrinson, y estoy muy orgulloso de él por eso.

-         Eso es estupendo, porque de otra forma no merecerías ser su hermano mayor.

Glup. ¡Jo! ¿Por qué me sentía como si me estuvieran echando la bronca?

-         Padre. Soy su padre. Quiero a ese chico como si fuera hijo mío, usted lo sabe…

-         Como hermano o como padre, da igual, espero que sepas la suerte que tienes.

-         Lo sé. Soy doce veces afortunado – respondí, algo ruborizado, y él sonrió. Recordé entonces que la vida le había robado los hijos a aquél hombre, así que se entendía por qué me decía que yo tenía suerte.

-         Le he cogido mucho cariño a ese muchacho – me confesó, pensativo – Quizá por qué me recuerda a mí, muchos años atrás, cuando tenía su edad…

-         No tantos…

-         No pretendas restarme años, que sé muy bien los que tengo.  Pero también fui joven, y también tuve un gemelo, ¿lo sabías?

-         No. – respondí, con algo de sorpresa.

-         Nos pasábamos la vida peleándonos, pero no soportábamos estar enfadados de verdad. Creo que tus chicos podrán sentirse identificados con eso…

Sonreí un poco.

-         Así que ya me le estás tratando bien – prosiguió en su defensa, pero pude ver que hablaba medio en broma. – Soy el padrino de cuatro de tus hijos, pero actuaré como si fuera el de todos ellos.

Me sentí muy agradecido, más allá de las palabras.  Mis amigos se contaban con los dedos de las manos, y tenía muchos hijos. El señor Morrinson era el padrino de Kurt, Hannah, Dylan y Cole. Y en ese momento sentí que había sido una buena elección.

- Pues en ese caso, tengo que informarle de que tiene un nuevo ahijado. – le dije.

Harry volvió del baño, y entre los dos le hablamos de Michael. Me sentía bien hablando de él con más personas,  y de alguna forma supe que de necesitarlo podía pedirle algún consejo a ese hombre… Y algo me decía que lo iba a necesitar.

Cuando volvimos a casa ya anochecía. Había sido una tarde intensa y aún no se terminaba. Alejandro pareció aliviado de que volviera, pero no había pasado nada en mi ausencia. Ted seguía durmiendo y… Michael no había vuelto. Yo me preocupé un poco por eso. Hacía veinte minutos que debería haber llegado. Pero me dije que algo le habría retrasado… más trabajo, presentaciones….No quise ponerme paranoico. No le había dicho “estáte aquí a tal hora”, precisamente pensando que la cosa se podía alargar. Al fin y al cabo los horarios de un trabajo no siempre son exactos. Sólo recé porque no se hubiera perdido.

Los más mayores estaban viendo la tele pero no había ni rastro de los pequeños, así que fui a buscarles para ver qué hacían. Escuché risitas y pasitos apresurados en cuanto me oyeron llamarles. Sonreí y entré al cuarto de Kurt, pero a primera vista no vi a nadie. La cama de Dylan, sin embargo, tenía varios bultos extraños.

- Mmm, como no hay nadie, supongo que no pasa nada si me tumbo en ésta cama tan blandita – dije, más alto de lo que era necesario. Más risas, a duras penas contendidas. La manta vibró un poco.

Me acerqué a la cama y vi asomarse un piececito tamaño Alice.

-         Oh. ¿La cama se está riendo? Nah, serán imaginaciones mías… - seguí, en el mismo tono, y me tumbé con cuidado para no hacerles daño. Las risas sonaron entonces bien alto, y al levantar la ropa vi a Kurt, Hannah y Alice. Había creído que también estaba Dylan, pero por lo visto no.  - ¡Pero mira quien hay aquí!

-         ¡Papi! – saludó Kurt. - ¡Tienes que ver lo que hemos hecho!

-         ¿Qué habéis hecho, bebé? – pregunté, levantándome y poniendo a los tres cerquita de mí. Alice directamente tomó posesión de mis piernas, que consideraba suyas por derecho.

-         Es una “sopiesa” – dijo Alice, llevándose el dedo a los labios en señal de secreto.

-         Oh. ¿Y me la vais a enseñar?

-         Si eres bueno sí – respondió Hannah.

-         Ya veo. ¿Y qué tengo que hacer para ser bueno? – pregunté.

Los tres se miraron como buscando una respuesta, indicando que no lo habían pensando. Hannah le susurró algo al oído a Kurt, y éste sonrió ampliamente.

-         ¡Avióoooon! – pidió, dando botecitos. Sonreí y le agarré a él con un brazo y a Hannah con el otro, y les sostuve en el aire dando vueltas. Luego les dejé y cogí a Alice, para hacer lo mismo, pero ella se colgó de mi cuello. Kurt y Hannah no tardaron en agarrarse de mis piernas, y así me vi realmente incapacitado para moverme.

Escuché el timbre y pensé que podía ser Michael. Yo quería ir a buscarle en coche, pero él dijo que prefería volverse sólo y así iba  aprendiendo a moverse por allí.

“Nota mental: darle llaves de casa. “


-         Venga, renacuajos, soltadme que tengo que ir a abrir.

-         Ya abre Ted – rebatió Kurt.

-         Está durmiendo.

-         Pues Alejandro – dijo Hannah.

-         Entonces, ¿no quieres ir a abrir a Michael?

Fue decir ese nombre y que la enana saliera como un rayo.  Era difícil no reírse ante tanto entusiasmo.


-         Hannah´s POV –

“Michael Michael Michael Michael Michael Michael Michael Michael Michael.”

Bajé corriendo las escaleras, aunque a papá no le gustara que corriéramos dentro de casa…. Pero es que  Michael estaba abajo. Pensaba saltar a su cuello nada más verle. Al principio me daba vergüenza pero nunca me había rechazado así que ya sabía que podía saltar, que él siempre me cogería en brazos. A él no parecía pesarle nada, y no como a Ted, que aunque fingía no cansarse me soltaba enseguida.

Tenía muchas cosas que contarle. Le tenía que enseñar el dibujo que había hecho en el cole, y le tenía que contar lo de la alergia, y que papá era muy malo…

Sí, Michael estaba abajo…pero estaba tan serio que se me quitaron las ganas de saltar hacia él. Alejandro le miraba raro y se había apartado, pero yo me acerqué despacito. Ugh, ¿por qué olía tan feo?

-         ¡Michael! – saludé.

-         Quita, enana. – me dijo, sin siquiera mirarme. Buh…¡qué malo!

-         ¿Qué te ha pasado en la mano? – le preguntó Alejandro.

-         ¡Que le estampé un puñetazo a un gilipollas de quince años que preguntaba demasiado! – respondió.

-         Alaaaa. Has dicho un taco. ¡Se lo voy a decir a papá! – le grité.  No era ser acusica, es que él estaba siendo malo. Papá siempre dice que cuando se entra en casa se dan dos besos, y no dos gritos.

-         “Se lo voy a decir a papá” – se burló él, poniendo una voz tonta. ¿Me estaba imitando? ¡Yo no sonaba así para nada! - ¿A ti hay alguien que te aguante,  niña idiota?

¿Por qué estaba tan enfadado? ¿Por qué era malo conmigo? ¿Por qué me miraba así? ¿Por qué me decía cosas feas? Empecé a llorar y salí corriendo, pero Alejandro me agarró de la camiseta y me cogió en brazos.

-         ¿Qué coño te pasa, imbécil? – dijo Alejandro. ¡Papá les iba a dar a los dos en el culito por decir palabrotas!

-         ¡Déjame en paz, joder!

-         ¡Pídele disculpas a la niña! – exigió Alejandro.

-         ¡Hay muchos niños aquí, por si no lo has visto! Todos igual de pesados… Iros a al mierda un rato y dejarme tranquilo – gruñó Michael, y se dejó caer en el sofá. 

Alejandro me daba botecitos suavemente y me acariciaba la espalda, pero yo no podía dejar de llorar porque me habían cambiado a mi príncipe. Ahora era el malo del cuento.

- Aidan´s POV -

Bajé más despacio que Hannah porque aún tenía dos lapas de las que deshacerme. Kurt no se despegó de mí hasta que le hice cosquillas, y Alice me exigió un beso.  Aún sonreía al llegar al salón, pero la sonrisa murió al escuchar la última respuesta de Michael y ver llorar a mi princesa en brazos de su hermano.

-         ¿Qué rayos pasa contigo? – le pregunté a Michael.

-         ¡QUE ESTOY BORRACHO! – me gritó, mientras me hacía el saludo a la bandera, es decir, me sacaba el dedo corazón en un gesto grosero e innecesario.

Me acerqué un poco. No, no parecía borracho, aunque sí debía haber bebido o quizá se había bañado en alcohol, porque olía toda la habitación. Pero él parecía sobrio. Sobrio y enfadado.

-         ¿Qué ha pasado? ¿Y el trabajo en la policía?

-         Ya he sido su mascota y luego me han soltado – me gruñó, aún tumbado en el sofá, y tapándose la cara con un brazo.

-         ¿Cuánto has bebido? ¿Y dónde? ¿Con quién? ¿Por qué?

-         ¿Qué es esto? ¿Un puto interrogatorio? Pensé que esos se acabaron al salir de la cárcel.

-         Michael mírame, y háblame cómo es debido.

-         ¡CHÚPAME ESTA! – replicó, tocándose la entrepierna con una mano. 

Su otro brazo seguía tapando su rostro.  Lo agarré bruscamente para que me mirara, a punto de perder la paciencia. De hecho ya la había perdido, y la verdad es que no sé cómo no había aún un cadáver en la habitación. El mío o el suyo, eso ya no estaba tan claro.

-         No sé dónde te has creído que estás, pero…- empecé, y me callé al ver su mano. La tenía inflamada y a todas luces se veía que necesitaba hielo. Dios, tenía que dolerle horrores. Se la rocé con suavidad y la apartó rápidamente, con un siseó. - ¿Duele mucho?

-         ¡No, hace cosquillas! – replicó con sarcasmo - ¿Tú que crees, cretino? ¡Me han dado con un martillo!

-         ¿QUÉ? ¿Quién? ¿Cómo?  - pregunté, bastante nervioso, y agarré su brazo con cuidado de no tocar la mano para examinarle bien.  Tal vez tuviera algo roto. Lo que estaba claro es que necesitaba un médico.  –  Levántate. Vamos al hospital.

-         ¡Y una mierda! ¡Yo ahí no vuelvo!

Para ese momento todos mis hijos nos observaban, incluso Ted, que aparecía somnoliento por la escalera, quizá despierto por los gritos.

-         Michael, tiene que verte un médico. Tienes la mano…

-         ¡Sé cómo la tengo, es mía, lumbreras!

-         ¡No sé que narices te pasa pero puedes tener la mano rota así que deja de hacer el tonto!

-         ¡Lo único que estoy haciendo es escucharte a ti, muermazo!

-         Pues escúchame en el coche, y vamos a que te vean…

-         Te he dicho que no – espetó, y enfatizó con un golpe en el sofá y el consiguiente grito de dolor, porque lo hizo con la mano mala.

-         ¡Joder, Michael! ¡Vas a hacerte daño!

-         ¿Y a ti qué coño te importa? – gritó, y se volvió a golpear. ¿Pretendía dañarse más? ¿Habíamos perdido la cabeza o qué?

-         ¡Para!

-         ¡Olvídame!

-         Papi… - me llamó Kurt, tirando de mi pantalón.

-         Espera un segundo, hijo… - respondí, intentando no ser brusco con él, que no tenía culpa de nada.

-         Ala, vete a hacer de padre  y deja de tocar los cojones – dijo Michael. Cerré los ojos. Conté hasta diez.

-         Te vas calmando a la de ya. No sé qué narices te pasa pero no puedes hablarme así. Vamos a que te curen esa mano y quiero que me cuentes todo.

-         HACE MUCHO, MUCHO TIEMPO, EN UNA GALAXIA MUY, MUY LEJANA… - empezó Michael, a voz en grito, recreando el principio de La Guerra de las Galaxias. Y encima movía la mano como un poseso, como si fuera incapaz de sentir el dolor…

-         ¡MICHAEL!

-         ¿Qué? ¿No me has pedido que te lo cuente todo? 

“Respira hondo, Aidan, respira hondo. Tiene mal la mano. Es evidente que le ha pasado algo. Asesinar es delito. Tú respira hondo, y no mates a nadie” me dije.

       Papi… - insistió Kurt. Me di la vuelta para mirarle. Parecía algo congestionado, como si él también estuviera a punto de llorar al igual que Hannah. Me sentí mal por no haber consolado a mi niña, aunque Alejandro parecía estar haciendo un buen trabajo.  En ese momento estaba totalmente desbordado. Yo también quería llorar y llamar a mi padre, en el supuesto de que eso último hubiera servido para algo.

Me agaché junto a Kurt e intenté parecer tranquilo por él. El instinto de no preocuparle me daba fuerzas.

-         ¿Qué pasa, campeón?

-         Faltan muchos, papi… - lloriqueó.

-         ¿Muchos qué, bebé?

Kurt sacó entonces algo de su espalda. Era un dibujo hecho a base de macarrones y pegamento, con una casita y un sol. Era muy tierno, aunque al sol le faltaban varios rayos y se veía sólo la señal del pegamento. Entendí que aquella era la sorpresa de la que me habían hablado. Lo que mis peques habían estado haciendo aquella tarde. Owwww.

       Es precioso, cielo. ¿Qué ocurre, se han caído algunos?

       Sí, papi, y no sé dónde están…

       Bueno, no pasa nada, cariño. Me gusta mucho. Muchísimas gracias. Gracias, peques…

No tuve tiempo de decir más, porque me interrumpieron.


-         Ted´s POV -


“No te levantes, Ted, que estás muy a gusto aquí” dijo mi pereza, y yo estuve de acuerdo. La cama de papá era blanda, cómoda y grande. Entreabrí los ojos y pude ver una mancha roja en el suelo. Al principio no supe lo que era y casi creí que era sangre. Luego recordé lo que había pasado hacía varios días y sonreí pensando en los enanos y en su peculiar forma de redecorar el cuarto de mi padre.

Entonces me llegó un grito de “¡que estoy borracho!” desde el piso de abajo.  ¿Había escuchado bien? Me levanté lentamente y bajé, escuchando cosas que no entendía del todo pero comprendiendo que pasaba algo.

Cuando llegué a abajo todos estaban allí, y algo pasaba con Michael, aunque al principio no entendía muy bien qué. Rayos, no entendía nada. Yo seguía un poco zombie, con la mente en las almohadas. ¿Y si me volvía a la cama? Me enteré entonces de que Michael tenía la mano mal, y como papá parecía muy ocupado discutiendo con él, fui a la cocina a por hielo. Me crucé con Dylan y  pensé que los gritos no le hacían bien, así que le llevé conmigo a la cocina. El enano estaba muy callado y tenía algo en la mano, tal vez sus canicas. Se quedó a mi lado como una sombra mientras yo sacaba el hielo, y me estremecí al escuchar los gritos de la habitación de al lado. Miré a Dylan para ver si se había alterado y entonces me di cuenta de que estaba rojo.

-         ¿Dylan?

Muy rojo. No podía respirar. Se llevó las manos a la garganta y se movía de forma extraña.

-         ¿Dylan, qué pasa?

Me tiré a su lado y recorrí todo su cuerpo, desesperado. Me enseñó la mano, como si quisiera que viera lo que había en ella. No eran sus canicas. Eran ¿macarrones?

-         ¿Te has tragado uno? – pregunté, pero no necesitaba respuesta - ¡Dylan! ¡Dylan, por Dios, respira!

¿¡Cómo hacía que mi hermano volviera a respirar!?

Eso no podía estar pasando. Era una pesadilla. Una puñetera pesadilla. Yo no podía reaccionar. Mi hermano se ahogaba delante de mí y yo era incapaz de moverme. Cerró los ojos, intentó toser y no pudo, se iba poniendo morado… se cayó al suelo.

Creo que ese fue el momento en el que grité, de pura impotencia, rabia, dolor e histerismo. Papá entró entonces en la cocina  gritando algo, pero yo al principio oía sólo un eco sin sentido. Me pasé la mano por la cara y me di  cuenta de que estaba llorando.

Muchas imágenes aparecieron ante mis ojos, pero la que se quedó grabada en mi retina fue una que había tenido lugar hacía ocho años. Papá me enseñó un bulto pequeño que sorprendentemente no lloraba. Mi experiencia con el resto de mis hermanos me había enseñado que los bebés lloran mucho, pero Dylan era un bebé anormalmente silencioso, primer síntoma de su enfermedad. Puse un dedo en su mejilla y me pareció que sus pequeños ojitos me miraban, y sabían quién era yo.

Si le pasaba algo a Dy, a mi hermanito, a mi enano especial, yo sería el idiota infeliz más inútil del mundo, al menos durante los diez segundos que tardara en cortarme las venas.


-         Aidan´s POV –

Me olvidé de Kurt y de Michael por un segundo, porque el grito que escuché no anunciaba nada bueno. Fui a la cocina lo más rápido que pude. Ted estaba en el suelo, sosteniendo a Dylan, y al principio esa escena no tenía sentido. Mi cerebro no podía asimilar más problemas. Ya había tenido suficiente.

-         ¿Qué le pasa? – pregunté, pero creo que Ted no me escuchaba. Me acerqué a ellos,  sujeté a Dylan y seguí insistiéndole a Ted, hasta que al final fue capaz de entenderme.

-         ¡No respira! Se trago… se tragó…

No pudo terminar la frase,  pero entendí que algo obstruía la garganta de mi pequeño.  Superado por la situación, saqué el teléfono móvil, pero alguien me dio un manotazo para que lo soltara.

-         Para cuando vengan se habrá ahogado – dijo Michael, detrás de mí. Sacó a Dylan de entre mis brazos y le puso entre los suyos pero no para abrazarle, sino para hacerle maniobra de Heimlich. - ¡Es muy pequeño, joder! – le oí mascullar, y entonces tumbó a Dylan en el suelo.

Le puso boca arriba, apoyó las manos encima de su ombligo, y empujó, varias veces. Observé esto sin poder moverme, impotente como nunca. En pocos segundos escuché a Dylan toser y enseguida se puso a llorar. Por primera vez desde que era un bebé muy pequeño, Dylan lloró con lágrimas.

Le abracé, poniendo una mano detrás de su cabeza y levantándole en el aire, mientras él recuperaba la respiración.

- Mi niño…bebé…. Estás bien… estás bien…Dios mío. Dylan, te quiero tanto.

-         Si tiene autismo deberías tenerle vigilado constantemente – me reprendió Michael (porque fue un regaño en toda regla). Le respondí con un sollozo y entonces noté como Ted nos abrazaba a mí y a Dylan a la vez.  – Por Dios, panda de maricones… - dijo Michael, exasperado.

Unos segundos después yo me repuse un poco. Sequé las lágrimas con el dorso de mi mano, y limpié también las de Dylan y las de Ted.

-         Le has salvado la vida – le dije a Michael. – Nunca terminaré de darte las gracias.

Gruñó como toda respuesta y se alejó de ahí, pero me di cuenta que se tocaba la mano con mucho dolor. Joder, las compresiones que le había hecho a Dylan tenían que haberle hecho más daño todavía.

Ted besó la cabeza de su hermano y yo hice lo mismo.

-         Qué susto nos has dado… - decía Ted – No lo hagas nunca más, ¿me oyes? Nunca más.

No quería separarme de mi niño, pero no podía dejar a Michael así.

-         Quédate con él – le pedí a Ted, y fui tras mi hijo más reciente, mayor, y complicado.

Todos estaban en la puerta de la cocina, alarmados, pero Michael había logrado ir al salón. Acaricié la cabeza de Barie al pasar.

-         Michael…

-         Ahora sí puedes llamar al médico, y ver si le he roto una costilla o si se ha dañado la garganta – dijo con la voz algo tomada. Me di cuenta de que estaba a punto de llorar, creo que de dolor.

-         Pediré también que te mire la mano.

-         Está bien. No está rota. La puedo mover.

-         Por favor, Michael. Deja que te cuide un poco. – supliqué. Me acerqué poco a poco a él, y dejó que le abrazara. No parecía muy acostumbrado a los abrazos de consuelo, pero enseguida se relajó. Al poco sentí que me devolvía el gesto.

-         Siento lo que te he dicho…

-         No, eso lo sentirás luego – le respondí, y escuché un gemido. Decidí que no era momento de regañarle, y le acaricié la cabeza.

Tomé su muñeca con cuidado. Algo en sus ojos brillantes me recordó a Kurt, y quizá por eso le hablé con infantilismo.

-         Pobre manita. Habrá que mimarla mucho.

Michael me miró con más curiosidad que reticencias cuando le di un beso suave en el dorso.

-         ¿A qué ya está mejor? – pregunté, en tono mimoso.

-         No, me sigue doliendo. – respondió, como si fuera evidente. Creo que no sabía muy bien cómo ponerse mimoso. Sonreí un poco y le di un beso.


-         Alejandro´s POV –



Papá llamó a urgencias y contó lo que había pasado con Dylan. Enviaron a un paramédico para verificar que evolucionaba favorablemente y el tipo ese ya de paso  le echó un vistazo a la mano de Michael. Le dio una pomada especial y dijo que se pusiera un pañuelo para restringir movimientos, pero no la tenía rota. Aunque tenía uno de los nudillos muy inflamado, y le recetó una pastilla.

Mientras papá hablaba con el hombre ese, Ted no se despegaba un segundo de Dylan. El resto de mis hermanos se centraron en que Michael era un héroe aunque se había portado como un idiota, pero Ted se centraba en Dylan, y de una forma que no me parecía sana. 

Mi hermano mayor era un imbécil, eso yo lo había descubierto desde bien pequeño, pero a veces su imbecilidad alcanzaba cotas muy altas. Me senté a su lado, observé un momento a Dylan sentado encima de él, y le di un puñetazo en el hombro a Ted.

-         Quita esa cara de lelo. – le dije. Era mi forma de animarle, y lo cierto es que Ted esbozó algo parecido a una sonrisa.

-         Es mi cara.

-         Bueno sí, pero estás más ido que de costumbre. Dylan está bien.

Como reacción a mis palabras, Ted le abrazó más, como si fuera un peluche y no un niño. Dylan se dejó hacer. Había pasado por los brazos de todos y finalmente se había quedado en los de Ted, porque él  no parecía capaz de soltarle.

-         No hice nada. Se ahogaba delante de mí, y yo no hice nada – balbuceó Ted, balanceándose un poco con mi hermanito.

-         Jolín, ¿y cómo ibas a saber qué hacer? El milagro es que Michael lo supiera.

-         No hice nada – repitió Ted, y vi como los ojos se le llenaban de lágrimas.

“Ugh. Ver a mi hermano mayor llorar. Paso.”

Ted no solía llorar delante de mí, al menos desde que los dos éramos pequeños.  Estuve a punto de levantarme e irme pero en algún lugar yo tenía mi corazoncito, así que le volví  a dar un puñetazo amistosos en el hombro.

-         No me seas gay. Papá y tú ya habéis llorado bastante antes.

Pero por lo visto Ted no había llorado lo suficiente. Observé incómodo cómo se dejaba vencer por el llanto, y Dylan se giró para mirarle. Tocó sus lágrimas y se las llevó a la boca, como para ver si sabían saladas.

-         Ted-no-se-llora – le dijo, como si fuera una sola palabra, sin apenas pausas. Ted se recompuso un poco.

-         Tienes razón, peque. No se llora.

Papá vino entonces, tras despedirse del médico, y cogió a Dylan en brazos. Acarició a Ted en la mejilla, muy suavemente.

-         ¿Estás bien?

Ted no dijo nada, pero yo negué con la cabeza, para que él lo viera. Papá tiró de él para que se pusiera de pie, y le abrazó mientras sostenía a Dylan con el otro brazo.

-         Ted-no-se-llora. Papi-no-se-llora – protestó Dylan. Creo que el enano no entendía nada. Al final, apoyó la cabeza en el hombro de papá y le dejó llorar, sin decirle nada.


-         Aidan´s POV –

Como tuvo que contárselo al paramédico, al final me enteré de lo que le había pasado a Michael en la mano. Por lo visto había sido al entrar en la casa de un delincuente al que la policía estaba persiguiendo. El tipo se había defendido con lo que tenía a mano, y el resultado fue que a Michael le dieron un martillazo.

-         ¿Te han llevado a detener a un criminal en tu primer día? – pregunté con furiosa incredulidad. Policías de mierda…

-         No estaba planeado, fue un imprevisto… - dijo él.

Intenté ver si me estaba mintiendo, pero me miró a los ojos mientras me lo decía de una forma en la que tenía que creerle o pensar que era un mentirosos de la leche. No descarté del todo lo segundo, pero en verdad en ese momento la causa del golpe no importaba tanto como el que se curara.

Él médico me dio algunas instrucciones, felicitó a Michael por la estupenda  intervención y luego se fue.  Yo volví con mi niño y noté que Ted estaba tan afectado como yo. Los dos abrazamos a Dylan como si fuera el último clavo que nos sostenía en tierra. Experimenté mucha culpabilidad, por no pasar más tiempo con mi niño. Dylan necesitaba que yo estuviera más pendiente de él.

Para ser sinceros, estaba a punto de perder la cabeza.  Nunca me he tenido por una persona muy equilibrada: no podía subir a un ascensor, tenía pesadillas como un niño pequeño, me ponía tenso si la gente me tocaba…. Pero sin duda, los últimos acontecimientos iban a acabar con mi cordura o con mi salud, o con las dos cosas. Lloré mucho aquella noche, y hasta cierto punto creo que me hizo bien.

El primero en recomponerse fue Ted.

-         Bueno, huele fuerte aquí, y creo que más de uno necesita una ducha. Sobretodo los que se bañaron en alcohol – dijo, y esa fue su primera alusión a Michael desde que éste había llegado.

Poco a poco fueron yéndose a la ducha; se nos había hecho muy tarde. Cole me recordó lo de la película, pero le dije que teníamos que dejarlo para otro día.

-         Michael, yo te ayudo – le dije – Con esa mano no puedes descalzarte ni pincharte.

Sin dejarle protestar, subí con él al baño. Preparé la jeringuilla con la insulina y me senté en la taza del váter con él delante, vuelto de espaldas. Se estremeció cuando le bajé un poco la ropa, lo suficiente para poder pincharle. Le noté demasiado tenso como para meter la aguja.

-         Bueno, ¿vas a decirme por qué hueles como si te hubieras bañado en champán? – le pregunté.

-         No te importa – me gruñó. Tras pensarlo un segundo bajé su pantalón y sus interiores un poco más y le solté una palmada suave, casi como si fuera para que relajara los músculos.

-         ¿Decías?

-         Qué te jodan.

Le di dos palmadas más, ésta vez más fuertes.

PLAS PLAS

-         ¡Auch! ¡Para, gilipollas!

-         No, para tú. Eso era un aviso muy clarito de que no me puedes dar esa clase de respuestas. Aún no se me olvida lo que me dijiste antes, pero si te soy sincero lo que más me repatea es que hayas bebido. ¿Es que no aprendiste nada de Alejandro ayer? ¿No sabes lo mucho que el alcohol me disgusta? Parece que quieras provocarme a propósito.

-         No todo gira entorno a ti, egocéntrico. – bufó, y se subió la ropa para marcharse.

-         Michael, aún no te puse la insulina ni te has duchado.

-         Muérete – respondió, rabioso, y se frotó un poco donde le había pegado.

-         Pica ¿verdad? Pues hay más de donde han venido esas y que sepas que te las mereces muchísimo, pero estoy dispuesto a arreglar las cosas de otra manera. Ahora ven aquí, estáte quieto, y deja que te pinche.

-         Pincha a tu puta madre.

-         Michael, ya en el hospital te dije que no mencionaras la palabra con p. Da la casualidad de que mi madre sí era eso que has dicho, pero no me apetece que se lo llamen así que no te lo quiero volver a escuchar. Te lo repito de nuevo, y no me gusta repetir las cosas: ven aquí que te tengo que inyectar.

-         ¿Por qué no “inyectas” otra cosa? Consíguete un buen coño y moja un rato, a ver si así se te cambia el carácter.

Me pasé la mano por la cara mientras resoplaba. Dejé la jeringuilla en una bandejita y suspiré.

-         Está bien. Tú lo has querido. – dije, y me levanté. Le agarré por un brazo y le ladeé.

-         ¿Qué? No, no, ¡para! ¡No te aproveches de que tengo la mano mal!

No supe si enfadarme o reírme ante ese comentario. ¿Era un truco barato para dar pena? ¿En plan “no me castigues, que estoy lesionado”?

-         No me aprovecho. A tu mano no le voy a hacer nada. – respondí con tranquilidad.

PLAS PLAS PLAS

-         ¡Ay! No puedes hacer eso, ¿vale? No soy un puto crío. Tengo dieciocho años y…

-         Y yo treinta y siete.  Cumplo el seis de Noviembre, por cierto, así que en muy poquito tendré treinta y ocho. – repliqué.

PLAS PLAS

No le estaba dando nada fuerte, y creo que eso hacía que se pusiera más rabioso que otra cosa.

-         ¡No puedes pegarme! ¡No puedes! – protestó, y como le tenía de pie, agarrado del brazo bueno, y no podía ir a muchos sitios, de tanto moverse acabó pegado contra mí. Mágicamente, su rabia desapareció. - ¡No te va a servir de nada!

-         No es a mí a quien tiene que servirle, sino a ti. ¿Sabes cuantas veces me has faltado al respeto? Además has bebido. Tus hermanos estarían llorando a estas alturas.

-         ¿Mis hermanos? – me preguntó, relajado porque había entendido que de momento no iba a seguir.

-         Eso he dicho. Tienes once ¿lo olvidaste?

Sonrió un poco.

-         ¿Y por qué yo no estoy llorando?

-         Porque me volví un blando, o quizá porque hoy ya castigué a mucha gente y te tocó el gordo. – repliqué – No desperdicies tu oportunidad y compórtate. ¿Vas a hablar conmigo y dejar que te medique?

-         Bueno… no es como si tuviera otra opción…

-         No, no la tienes – respondí, contento de que entendiera. Me volví a sentar en el váter y cogí la jeringuilla. Le hice darse la vuelta y fui a bajar su ropa pero no me dejó. Entendí que estaba dudando sobre cuáles eran exactamente mis intenciones. – Pincharte. Sólo eso. De todas formas, pocas veces te castigaré sin ropa. Te diría que nunca, pero últimamente esas costumbres están cambiando.

-         Si crees que voy a dejar que me veas desnudo entonces es que tienes…- empezó, lleno de ira.

-         Piensa bien cómo vas a terminar la frase. – advertí. Resopló.

-         ¡No puedes hacer eso! ¡Simplemente no puedes! ¡Ni desnudo ni vestido!

Le ignoré, y le puse la inyección. Me parecía increíble que ni se inmutara por el pinchazo de la aguja, pero supuse que ya estaría acostumbrado. 

-         Ahora vamos a hablar – le dije.

-         Sí, eso, vamos a hablar. – se colocó la ropa y se dio la vuelta. – Todo esto de jugar a los padres y a los hijos está muy bien, pero no vas a pegarme. No tengo cinco años y no…

-         ¿No qué? ¿No eres mi hijo? ¿No haces nada para merecer un castigo? Porque tal como lo dices es como si yo repartiera azotes como caramelos.

-         ¡Ay! ¡No digas esa palabra, jobar! ¡No lo digas no lo hagas y no lo pienses! ¿No te enteras que no puedes?

-         Pues por lo que he visto sí que he podido.

-         ¡Pero no es justo! ¿Se supone que tengo que aceptar que me pegues y ya? ¿Hasta cuándo?

-         Hasta que me demuestres que no es necesario. Mira, Ted está muy cerca.

-         ¡No es necesario, eso ya te lo digo yo! – me gritó, frustrado. Respiro hondo. – Vale, no te estoy diciendo que todo lo que haga sea muy…. Inteligente… pero hay otras formas ¿no?  ¿Qué pasó con el típico “castigado sin salir”?

-         Si vuelves a llegar tarde por irte por ahí a beber ten por seguro que estarás sin salir una buena temporada.

-         ¡Grr! ¡No hay quien hable contigo, Aidan!

-         Estamos hablando.

-         No, tú lo estás diciendo todo. ¡Dame carta blanca, jobar!

-         ¿A qué te refieres?

-         Soy un adulto. Me comporte o no como uno soy un adulto. Un hombre de dieciocho años. Así que…exijo ser tratado como uno.

-         ¿Exiges? – inquirí, alzando una ceja.

-         ¿Lo pido?  - preguntó, algo inseguro. - ¡Aidan, por favor, escúchame!

-         Te estoy escuchando. Pides ser tratado como un adulto. ¿Y eso que significa exactamente?

-         Significa que… que tus manos se queden bien lejos.

Aunque su expresión, casi un puchero, me daba ganas de reír, no lo hice y lo pensé en serio. ¡Que luego no dijera que no se podía hablar conmigo! Pasaron los segundos y yo no dije nada. Tras dos minutos, a Michael se le comía la impaciencia.

-         De acuerdo – respondí.

-         ¿Qué? – preguntó con incredulidad.

-         He dicho que de acuerdo.

-         ¿Cuál es la trampa? – replicó. ¿Tan bien me conocía ya?

-         La trampa es… que mis manos se quedaran bien lejos, si tú te mantienes bien lejos de los delitos y las cosas peligrosas. Tengo una gran imaginación: estoy seguro de que encontraré muchas formas de conseguir que aprendas que no se insulta ni se desobedece, pero si pones tu vida en peligro o haces algo que pueda llevarte de nuevo a la cárcel, entonces me dará igual todo: acabarás en mis rodillas así seas un adulto o un niño de pañales.

Puso una mueca, pero creo que entendió que era lo mejor que podía conseguir.

-         Eso es… más razonable.

-         Me alegra que lo apruebes, aunque me hubiera dado igual si no.

-         No lo apruebo, eres un sádico perturbado, pero no planeo nada peligroso por el momento.

-         Ni delitos – le recordé. Él asintió.

-         Ahora vete, que me voy a desnudar. – me dijo.

-         No tan rápido, señor adulto. Beber antes de los veintiuno es ilegal en éste estado.

-         ¡Pero no puedo acabar en la cárcel por eso! – protestó, horrorizado.

-         Si es ilegal, es un delito. – respondí, y tuve que contener la risa al ver la cara que puso. Si hubiera tenido una cámara le hacía una foto y luego se la enseñaba a Ted, porque era igual a la cara que ponía él cuando su coche se quedaba sin gasolina.

Sorprendente y gratamente Michael se acercó a mí, resignado y pacífico, aunque con una cara de pena digna de ser vista. Le agarré de la mano buena y… le di un abrazo.

-         En realidad sí que debería zurrarte – le dije. – Beber siendo diabético es peligroso.

-         No pasa nada por una cerveza…

-         ¿Eso fue lo que tomaste? Y luego te echaste el resto de la destilaría por encima, claro. Toda tu ropa apesta a alcohol.

-         Eso… fue algo curioso…y muy interesante…¿Qué tal si te lo cuento otro día?

-         Prueba a hacerlo en las dos semanas que vas a estar castigado. No irás a más sitios aparte del trabajo.

-         Tampoco es que tenga muchos sitios a los que salir…- susurró. Suspiré.

-         ¿Quieres ser un poco listo y estarte calladito? La verdad, casi parece que quieras que cambie de opinión.

-         ¡No! Buff, dos semanas sin salir es algo horrible.

-         Ya, claro. – le di un beso. – Anda, dúchate. Y luego me cuentas lo que ha pasado, ¿entendido? TODO lo que ha pasado.

Él suspiró.

-         No vas a dejarlo correr ¿verdad?


- Nop.

6 comentarios:

  1. Waaaoo Ted y Harry me enamoraron mas.... amarlos es poco. Pobre Aidan, su peor castigo es sentir lo que sus hijos sufren en silencio.

    En cuanto a Michael, si Aidan sigue permitiendo que este le falte el respeto de esa forma delante de sus otros hijos, los demás copiaran al ver que no hay consecuencias para el. No me la creo que no haya echo nada.... si asusto e hizo sentir mal a la enana, claro que salvo a Dylan... pero insisto que Aidan se arrepentira de no cortar la cosa desde el inicio.
    Pareciera que Michael no la esta pasando bien en el trabajo o quiere poner aprueba a Aidan...
    Deseando saber mas...y saber de Fred....

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  2. Bueno Aidan vuelve al redil jajajajajaj

    un abrazo Dream, quiero saber que hizo Michel, mientras tanto no dire nada de nada jjj

    FELIZ DIA DEL AMOR AMISTAD Y DEMAS

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  3. Me encanto el capítulo... pobre Aidan que si siguen así me lo matan de un buen susto quiero saber que paso en el trabajo para saber a quien debo matar

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  4. Oh cielos! pobre peque mas bien lo socorrieron lo dejaste muy inetresante no podía parar cuando empece a leer y cuando llego el final del capi me quede con muchas ganas de saber que paso en le dia de Michael.

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  5. los sustos que le dan a aidan, pobre, le va a dar algo.... no para me impresiona que no haya perdido la cabeza aun jajajaja...... y michael que boquita... wooouuuu.... jajajaj

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  6. Casi muero del susto con Dylan pobre peque :( y el susto de todos
    Gracias a Michael que lo calmo
    El club de defensa de hermanos me encanto aunque pobre Alejandro se tuvo que defender solito hacha
    Me encanto el capitulo :3
    Toda esta familia es genial aunque a este paso si Aidan no se toma tecitos de tila para los nervios se nos va enfermar baja
    Y Michael a mm yo quiero saber que paso con el en el trabajo
    Actualiza pronto si? Xfis?
    Saludos

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