Páginas Amigas

lunes, 24 de febrero de 2014

CAPÍTULO 27: HÉROE ENTRE LAS SOMBRAS



CAPÍTULO 27: HÉROE ENTRE LAS SOMBRAS


En mi cuarto no cabía nadie más, en serio. En mi cama (la de abajo en la litera recién adquirida) estábamos Dylan, Cole y yo. En la de Michael, justo encima de nosotros, estaban Madie y Barie. En frente, en la cama de Alejandro, estaban Zach y el propio Alejandro, y arriba, en la litera de Cole, estaban Kurt, Hannah y Alice. Harry estaba en uno de los baños, y Michael estaba con papá en el otro.

Nueve personas en una habitación tan pequeña incumplían alguna norma de sanidad, seguro. Generalmente ese era el momento del día en el que cada uno estaba en su cuarto con el móvil, mientras esperábamos nuestro turno para la ducha. La presencia de todos en mi habitación era una anomalía en nuestra rutina, y esa anomalía se debía sin ninguna duda a Dylan. Nadie parecía querer perderle de vista, y yo el que menos.

Nunca más iba a separarme de Dylan. Nunca, nunca, nunca más. No iba a dejarle sólo ni un segundo, y me iba a ocupar de que jamás volviera a ocurrirle nada malo. ¿Quién iba a decirme que un puñetero macarrón crudo podría haberse convertido en el arma homicida  culpable de acabar con mi hermanito? Dylan no solía llevarse cosas a la boca. Le gustaban las piezas pequeñas. Le gustaban los legos, las canicas, y los tornillos o cualquier otra cosa que pudiera usar para armar y desarmar objetos. Y le dejábamos hacerlo precisamente porque  era capaz de entender que no podía tragárselos. Autista o no, Dylan tenía ya ocho años. No sé lo que le llevó a coger los macarrones del dibujo de  los enanos, pero sabía que no serviría de nada preguntárselo.

Dylan era más listo de lo que la gente se pensaba. Creo que incluso alguno de mis hermanos le infravaloraba, no por maldad, sino por exceso de sobreprotección. Hubo una  época en la que a Barie le dio por recoger los juguetes que Dy dejaba tirados por ahí. Él era perfectamente capaz de hacerlo sólo, y si lo hacías en su lugar acabaría por acostumbrarse. Había muchas cosas que él podía hacer. Podía vestirse sólo, aunque a veces no le diera la gana (y esto era una prueba más de que su autismo era relativamente leve, porque generalmente no pueden). Podía manejar aparatos tecnológicos mejor que yo, que era el  más friki de la casa. Podía leer libros complicados de matemáticas y entenderlos. Aunque el autismo no era una enfermedad curable, y él nunca tendría facilidad para las relaciones sociales, el psiquiatra decía que cuando fuera mayor seguramente sería capaz de llevar una vida normal.

Precisamente por ser tan listo a veces se aprovechaba de lo que le pasaba. Él no sabía que tenía autismo, pero sí debía de notar que en ocasiones se le trataba de forma especial. Estoy seguro de que a veces no respondía porque no quería responder. Que entendía la pregunta, que te prestaba atención, que no estaba distraído. Simplemente le venía mejor no responderte. Eso pasó todas las veces que Zach le preguntó por qué había comido los macarrones. Dylan se quedaba en silencio, como si estuviera ausente, y era difícil saber si en verdad lo estaba o si sencillamente estaba pasando de Zach. Eso fue lo que me hizo replantearme lo que había pasado.

Macarrones crudos con restos de pegamento. Hasta Alice sabía que eso no se comía. Dylan me había acompañado a la cocina tan tranquilo, y de pronto se llevó uno de esos a la boca. Tuvo que ser difícil para su pequeña garganta tragarse eso, tuvo que costarle. Su instinto tuvo que decirle “ey, escúpelo”. Pero no lo hizo… Tal vez mi hermano no fuera tan inteligente. Me deprimí mucho por pensar así, pero no podía pensar de otra manera. Dylan era incapaz de desarrollar su sentido común. Era duro darse cuenta de eso. 

Mi hermanito parecía consciente de que había corrido peligro, porque estaba inusualmente receptivo al contacto físico, pero no estaba excesivamente asustado o preocupado. Le miraba ahí tumbado, observando los dibujos de mis sábanas, y me preguntaba en qué estaría pensando. Lo más frustrante de vivir con alguien como Dylan es que te sientes culpable si te enfadas con él, y tampoco hubiera sido justo, así que me comí mi rabia y la transformé en agradecimiento por el hecho de que él estuviera bien. No le estaba agradecido solamente a Dios, sino también a Michael. Sobre todo a Michael. Si mi hermano era un peligro para sí mismo, iba a necesitar muchos ángeles de la guardia…

… Aunque fueran ángeles palabroteros y mal hablados que insultaban a mi padre y hacían llorar a mi hermana. Me habían contado lo que había pasado, y me costaba creer que Michael hubiera dicho todo eso. En los días que llevaba con nosotros había sido bastante correcto. Me había ayudado varias veces a hacer cosas de la casa, aunque sí es cierto que rehuía estar a solas con los enanos, como si le asustara un poco el contacto con los niños. A Hannah era imposible rehuirla, sin embargo, y yo había llegado a pensar que le gustaba ser el objeto de la admiración de mi hermanita.

Con el que objetivamente tenía buena relación era con Aidan. No había firmado aún los papeles de la adopción, sin embargo, y por eso yo me preguntaba si Michael le veía como un padre o como un hermano. Le había oído darle consejos, y papá no le mandaba acostarse… papá no le mandaba nada, en realidad. Trataba a Michael como un adulto, supongo que porque lo era, y la única vez que le había regañado había sido con lo de Cole. Tal vez la relación que estaban desarrollando no era de padre-hijo, sino de hermanos. Eso explicaría por qué papá estaba en el baño poniéndole la insulina en vez de en su cuarto castigándole.

No es que quisiera que le castigara. Bueno, una parte de mí sí. La parte que decía “con mi familia, no”. Pero Michael, al fin y al cabo, también era mi familia. Podía perdonarle por hacer llorar a Hannah. Yo lo había hecho alguna vez también. Todos somos humanos. Sin embargo, no me era tan fácil pasar por alto todo lo que le había dicho a papá, según Alejandro y lo que yo mismo había escuchado. Tampoco podía dejar de pensar en lo que había pasado meses atrás, cuando yo le hablé mal a Aidan aunque no llegué ni a la quinta parte de lo que había hecho Michael.

Unos siete meses atrás, yo aún tenía dieciséis años. Había quedado con Mike y Fred y habíamos ido al cine, pero la película acabó veinte minutos después de lo que ponía en la página web. Cuando salí del cine estaba de mal humor. Papá iba a enfadarse conmigo por llegar tarde y no era mi culpa. Retrasé el momento de volver a casa todo lo que pude porque había tenido una buena parte y algo me decía que cuando llegara a casa se iba a acabar. No fue muy sensato retrasar la vuelta…. Tendría que haber vuelto lo más deprisa posible, y haberle explicado a papá lo que había pasado. Seguramente ni se hubiera enfadado. Pero en ese momento no lo vi así, y convertí los veinte minutos en cuarenta y cinco. A la novena llamada perdida sentí que si no respondía al teléfono papá me mataría, y que si lo hacía empezaría a gritarme, así que al final reuní valor para volver a casa.

Aidan estaba enfadado, claro. Una vez abrió la puerta y vio que yo me encontraba bien me dijo que subiera a mi cuarto, que teníamos que hablar. Pero yo sabía lo que significaba ese “hablar”. Era del tipo de conversación en la que uno está tumbado, y sólo “habla” la otra persona, de una manera demasiado elocuente. Me sentí un estúpido por haberme ganado un castigo de una manera tan tonta, y me llené de rabia. En realidad estaba furioso conmigo mismo, pero lo pagué con papá. Como no tenia mucha práctica en dar respuestas estilo Alejandro, hablé con algo de torpeza, pero la intención era la misma:

-         No quiero subir a mi cuarto. Quiero ver el campeonato de natación que echan hoy por la tele – le dije. Papá me miró con algo de sorpresa.

-         Pues no vas a verlo. Da igual si quieres o no. Te dije a las once y has vuelto casi una hora después. Estaba muy asustado porque no respondías a mis llamadas. Temí que te hubiera pasado algo. Voy a asegurarme de que nunca más me asustes así. – respondió, con cierta sequedad, pero con la voz algo tomada. En ese instante fui consciente de lo mucho que le había preocupado, y me sentí fatal. Dolía demasiado pensar que había hecho que mi padre se asustara, así que decidí echarle la culpa a él. No sé qué se apoderó de mí para torcer las cosas al punto de pensar que él era un exagerado. Que yo ya no era pequeño y podía volver cuando se me antojara.

-         He dicho que no voy a subir a mi cuarto. Buena suerte para subirme por las escaleras. – le reté. El asombro de papá demostraba lo poco acostumbrado que estaba a que yo le llevara la contraria. Me agarró del brazo, con firmeza.

-         No te preocupes por eso, que también puedo zurrarte en el salón, delante de todos tus hermanos. – me soltó, y pocas veces he estado tan avergonzado. Primero porque dejó de lado los eufemismos para decir a las claras que me iba a pegar, y segundo porque sólo de imaginar que me castigaba frente a mis hermanos me moría.

-         Tú inténtalo, soplapollas. – espeté. El tiempo se detuvo durante unos segundos. En ese tiempo recuperé la sensatez, y fui consciente de lo que había dicho. Papá también lo asimiló, y juro que nunca le he visto tan enfadado conmigo. Me apretó el brazo y noté que tiraba de mí, y pensé que iba a cumplir su amenaza, y a llevarme al salón para castigarme frente a todos.

-         No, papá, no, lo siento… Lo siento…

-         ¿Ya has recordado que soy tu padre?  A mí no puedes hablarme así. – me dijo, y ya estábamos en el salón. Intenté soltarme, nervioso. Entonces me dio tres azotes, allí mismo, justo delante de Cole. Me quise morir. – Sube a mi cuarto ahora mismo.

Volé escaleras arriba, por supuesto. Quería llorar de rabia, de humillación, de…de… de lo tonto que había sido. Papá tardó un poco en subir, y yo ya estaba histérico. Había dicho “su” cuarto, y no el mío. Nunca me había castigado ahí. Yo asociaba ese lugar con mimos, juegos, y risas. Creo que eso fue lo más duro de todo. No ya el castigo en sí mismo, sino el que lo hiciera allí. Cuando entró yo estaba haciendo grandes esfuerzos por no llorar.

- ¿Qué fue eso? – exigió saber - ¿Crees que puedes venir a la hora que te de la gana y luego hablarme así?

No respondí porque no podía hacerlo. Y entonces papá pronunció las peores palabras. Las que más duelen:

-         ¿Te parece que eso es un buen ejemplo para tus hermanos?

Yo tenía una regla. Nunca lloraba antes de un castigo, y si podía evitarlo tampoco lo hacía durante ni después. Para empezar, tenía dieciséis años. No dolía tanto como para llorar como un bebé. No quería que papá me tuviera por un llorica. Pero además mi filosofía era que si la cagaba al menos tenía que ser capaz de aguantar las consecuencias.

Ese día rompí la regla. Las lágrimas empezaron a caerme desde aquél momento, y papá pareció darse cuenta porque dejó de regañarme. Se sentó en su cama, y me miró bastante serio.

-         Quítate los pantalones.

Reprimí un sollozo y lo hice, despacio. Hacía mucho que no me pegaba sin pantalones. Como dos años o cosa así. Sabía que estaba metido en una buena y que era mejor no decir nada. Me sentía tan horriblemente mal… Me acerqué a él y entonces me dio un abrazo. Ahí fue cuando empecé a sollozar. Me acarició la espalda.

- Déjame adivinar. ¿Lo sientes? – preguntó, casi sonriendo. Yo asentí, porque no podía hablar. – Sé que lo sientes, Ted, pero no puedes hablarme así. No puedes insultarme. No puedes ignorar mis llamadas. Y no puedes llegar después de la hora que hemos acordado. 

Volví a asentir y le agarré fuerte mientras intentaba dejar de llorar.

-         ¿Me vas a castigar? – le pregunté, intentando no pensar en lo infantil que sonaba al preguntarlo.

-         Me temo que sí, Ted. Sé que lo sientes mucho, pero también sabías a qué hora tenías que estar y cómo tenías que hablarme. Te olvidaste de eso y yo voy a intentar que no vuelva a pasar.

Cerré los ojos con fuerza, respiré hondo y traté de calmarme. Papá deshizo el abrazo despacito y me tumbó encima de sus piernas con suavidad y lentitud, como esforzándose por no hacer movimientos bruscos. Volvió a acariciarme la espalda antes de empezar.

-         ¿Cómo me llamaste, Ted? – me preguntó.

Eso era nuevo. No había preguntas cuando estaba en sus rodillas. Me mordí el labio, incapaz de repetirlo.

-         Theodore. ¿Cómo me llamaste?

-         Soplapollas – susurré.

-         No vuelvas a insultarme – me advirtió.

-         No, señor – balbuceé. Ya tenía ganas de llorar de nuevo.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

Aquello dolió un poco…tal vez un poco bastante, porque no eran las palmaditas que normalmente me daba sobre el pantalón. Pero aguanté sin quejarme.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

Traté de pensar en otra cosa porque estaba al borde del llanto y algo me decía que si empezaba a llorar no iba a parar fácilmente.  Pero pensar en otra cosa no fue buena idea, porque comencé a sentirme realmente mal. Había insultado a papá… Me vino a la mente un recuerdo de cuando yo era muy pequeño… tenía que tener tres años y papá trabajaba limpiando coches. Unos idiotas le insultaron y se burlaron de él, y papá les ignoraba. Uno de ellos dijo algo así como “no tienes sangre…. Tu hijo te va a perder el respeto, imbécil. Mírate…. Un trabajo de mierda y ni siquiera te defiendes cuando te insultan. Un día él también te insultará”. 

Luego me enteré de que papá conocía a esos chicos. Debían ser excompañeros del colegio, o algo así. Se burlaban de él porque tenía tres trabajos y ninguno de ellos era “digno” al juicio de esos tipejos. No sé por qué me vino eso a la mente, pero en ese momento quise gritar “no es cierto, papá, no es cierto”. Pero sí lo era. Yo le había insultado.

Ahí fue cuando empecé a llorar de nuevo.

-         Si te doy un horario es para que lo cumplas. Si algo va a hacer que te retrases, me llamas. – dijo papá, devolviéndome al presente.

PLAS PLAS PLAS Uff  PLAS PLAS PLAS Afgs PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS Ay PLAS PLAS Au PLAS  PLAS PLAS PLAS Aii PLAS PLAS

Había intentado no quejarme, pero no tenía autodominio, y aquello empezaba a doler de verdad. Era el castigo más fuerte que papá me había dado nunca. Nunca me había dado tantos cuando era sin pantalón. Madre mía…¿cómo era posible que Alejandro fuera tan cafre si papá luego le castigaba así?

PLAS PLAS Ay… Papi…. PLAS PLAS PLAS Owww

A la mierda todo. No  me contuve en absoluto. Lloré con todas mis fuerzas, sin darme cuenta de que papá ya no me estaba castigando. Noté su mano en  mi espalda pero no podía dejar de llorar.

-         Vamos Ted, ya pasó. Anda, ven, dame un abrazo – pidió, pero yo no me levanté. Cada vez lloraba más y creo que papá llegó a preocuparse. – Cariño, vamos…

Tiró de mí y me incorporó. Me colocó el pantalón con delicadeza y luego me sujetó la cara. Me dio un beso y me abrazó fuerte. Me hizo mimitos en cada milímetro de mí que le pillaba cerca.

-         Ya no llores…

Lloré durante más de una hora. No podía parar. Papá se quedó conmigo y se sintió culpable. Pensó que había sido demasiado duro conmigo, pero yo no lloraba por el castigo. Había dolido, pero no era tan horrible. Lloraba porque me sentía terriblemente mal, y porque creía que papá iba a estar decepcionado de mí. Aidan no paró hasta que me convenció de lo contrario.

Aunque yo me lo merecí, fue el castigo más grande que me he llevado e hice y dije mucho menos que Michael. ¿Él lo sentía si quiera? ¿Estaba arrepentido? ¿Sentía haber hablado a mi padre de esa manera?

-         ¡Ted, Ted! – llamó Alice. Creo que me había dicho algo y no la escuché.

-         Dime, pitufa.

-         ¿Qué significa esto? – preguntó, y se sujetó con la mano izquierda los deditos de la mano derecha, salvo el dedo corazón. – Michael le enseñó este dedo a papá.

Gruñí.

-         Eso es una cosa muy fea, peque. Debiste ver mal, porque si Michael hubiera hecho eso de verdad, papá le habría dado pampam.

“O eso hubiera sido lo justo….” pensé, con algo de resentimiento.

Alice escondió la mano enseguida, temiendo que alguien pudiera regañarla por enseñar ese dedo. En ese preciso momento entró Michael, y pareció sorprendido de ver a todo el mundo en nuestro cuarto. Se había vestido en el baño y venía secándose el pelo. Buscó un sitio donde sentarse y sólo vio una de las sillas del escritorio, así que se dirigió allí. Me di cuenta de que los murmullos de mis hermanos cesaron con su llegada, y la habitación se sumió en el silencio.

-         ¿Sigues enfadado conmigo? – preguntó Hannah, con un puchero, hablando la primera.

Michael  la miró algo desconcertado, como si no supiera a que se refería. Luego pareció entender o recordar, y suspiró. Ese hubiera sido un momento genial para disculparse, pero no lo hizo. La tristeza de Hannah aumentó visiblemente, tomando aquél silencio por una respuesta afirmativa. Sorbió por la nariz como si estuviera conteniendo un sollozo. No soporté esa carita desolada.

-         Michael, explícala que no estás enfadado con ella. Tuviste un mal día, te dolía la mano y por eso la hablaste mal. – le dije.

-         No estoy enfadado contigo. Tuve un mal día, me dolía la mano, y por eso te hablé mal – dijo Michael, reproduciendo mis palabras. El hecho de que usara la misma frase que yo, le restó sinceridad a su pobre intento de disculpa. ¿Pretendía hacerse el gracioso? ¿Se estaba burlando acaso?

A Hannah, sin embargo, pareció bastarle. Se deslizó con habilidad por los barrotes de la litera para bajarse de la cama y acercarse a Michael con timidez.

-         ¿De verdad no estás enfadado? – preguntó, con los ojos brillantes. Michael pareció conmoverse por esa mirada.

-         No, piltrafilla, qué va. Tú no me hiciste nada.

Hannah sonrió ampliamente y se aventuró más, hasta sentarse en las piernas de Michael con un poco de ayuda de éste.

-         ¿Piltrafilla? – preguntó, extrañada por el apelativo.

-         Piltrafilla, pegatina, lapa, babosita… ¿cuál te gusta más? – preguntó Michael.

-         ¡Ninguno! ¡Hannah, me llamo Hannah! O en todo caso princesita. – respondió, muy digna ella.

-         Oh, ya veo. Eres una enana con caché. – dijo Michael y le hizo cosquillas en el costado con la mano sana. Hannah soltó una risita y con eso todo pareció quedar arreglado. A mí me hubiera gustado que Michael se disculpara un poco mejor, pero por algún lado había que empezar.

Alice se acercó a Michael también y llamó su atención con un toquecito en la pierna.

-         ¿Le hiciste esto a papá? – preguntó, enseñando el dedo corazón.

Michael se puso notablemente incómodo. Fue evidente que no sabía qué responder. No podía negarlo, puesto que había tenido testigos, pero tampoco podía responder que sí y quedarse tan pancho, como si no fuera algo malo.

-         Eh…. Yo…. tal vez. – balbuceó. Sin duda aún no estaba acostumbrado a las preguntas directas e ingenuas de mi hermanita. Yo sabía qué venía a continuación. Alice le diría algo así como “¿y papá te hizo pampam?” y aunque una parte de mí creía que Michael se merecía pasar un poco de vergüenza decidí ayudarle y cogí en brazos a la enana.

-         Pero está muy muy mal y no va a volver a hacerlo, ¿verdad Michael? – pregunté, y el aludido negó con la cabeza, bastante avergonzado. ¡Ja! ¡Estar avergonzado era lo mínimo después de las que había soltado!

Controlar la indiscreción de los pequeños era sencillo y hasta divertido, pero yo no tenía ninguna influencia sobre Alejandro:

-         Te sobraste ¿eh? Pero mucho. – le dijo a Michael, mirándole muy serio.

-         Bueno, ya está, déjalo, Alejandro. Le ha salvado la vida a Dylan. – traté de defender.

-         ¿Y con eso qué? ¿Olvidamos todo lo que dijo? ¿Es que acaso lo ha olvidado papá? Porque tú sabes tan bien cómo yo que no es justo

-         No habléis de mí como si no estuviera – protestó Michael.

-         Dejemos el tema, ¿de acuerdo? – quise zanjar – Y gracias otra vez por salvar a Dy.

-         Sí, gracias por eso y por echar toda tu mierda encima de mi padre que no te había hecho nada. – espetó Alejandro.

El hecho de que dijera “mi padre” de alguna forma excluía a Michael y me pareció algo cruel, porque además dudaba que Alejandro lo hubiera dicho sólo por despiste.

-         ¿Desde cuándo tú eres el defensor de las buenas formas? – intervino Zach, poniendo en voz alta mis pensamientos.

-         ¡Yo nunca llego a tanto porque antes papá ya me hubiera matado mil veces! – protestó él. Y tenía razón.

-         No fue para tanto –replicó Michael.

-         ¿Qué no fue…? ¡Hiciste llorar a mi hermana! Eso no te lo perdono, ¿te enteras?

-         Alejandro, él es tu hermano también – le recordé, porque era la segunda vez que le excluía con sus palabras. Papá nos había advertido que tuviéramos cuidado con eso.

-         No, Ted, es el tuyo.

-         ¡Alejandro!

-         ¿Alejandro qué? ¿Me lo vas  a negar? Es TU hermano, y además de eso un capullo.

-         ¡Le salvó la vida a Dylan! ¿Por qué te quedas sólo con lo malo?

-         ¿Y por qué te quedas tú sólo con lo bueno?

Sin darnos cuenta habíamos elevado un poco la voz. Debimos de llamar la atención de papá.

-         Eh, eh, ¿qué pasa aquí? – preguntó, asomándose a la habitación. Y entonces todos empezamos a hablar a la vez.

-         ¡Michael es malo!

-         Alejandro tiene razón,  es un…

-         Pero ayudó a Dylan.

-         ¿Por qué te habló así?

-         ¿Qué tiene contra Hannah?

-         Alejandro dice que no es nuestro hermano…

-         ¡Bueno, vale, no me estoy enterando de nada! – cortó Aidan. Después de un día como aquél, andaba escaso de paciencia. – Uno de los baños está libre, así que venga, a ducharse.

-         Papá, ¿por qué es malo que Michael haga así? – insistió Alice, enseñando de nuevo el maldito dedo corazón. Resoplé.

-         Alice, te dije que no hicieras eso.

-         ¡Pero quiero saber por qué!

Papá se agachó junto a ella y la agarró con cariño.

-         Tú sabes que cuando movemos así la mano significa hola ¿verdad? – preguntó papá, saludando con la palma. Alice asintió, muy atenta – Pues cuando enseñamos ese dedo significa una cosa muy fea.

-         ¿Peor que tonto?

-         Mucho peor, pitufa.

-         ¿Y por qué lo “ha hacido” Michael? – quiso saber la enana. Papá suspiró, y puso una mirada que venía a decir “eso quisiera saber yo también” pero no dijo nada.

-         Venga, todo el mundo a su cuarto, a por las chanclas y las cosas para el baño. – dijo papá, y todos se fueron, salvo Dylan, al que papá retuvo en un abrazo antes de dejarle salir.

En mi cuarto nos quedamos papá y los cuatro legítimos inquilinos. Papá iba a irse también, pero Alejandro se lo impidió.

-         ¿De verdad no le vas a decir nada?

-         Ya he hablado con él lo que tenía que hablar – replicó Aidan.

Alejandro bufó, y salió del cuarto farfullando algo así como “es que tendrías que haber hecho algo más que hablar”. Papá suspiró y se fue, con aspecto de estar muy cansado. Cole subió a su litera y se tumbó, mientras esperaba su turno para el baño, y Michael y yo nos quedamos de pie el uno frente al otro por unos segundos.

-         ¿Qué rayos le pasa? – dijo Michael al final, refiriéndose a Alejandro.

-         Yo estaba a punto de preguntarte lo mismo a ti. En el fondo creo que Alejandro tiene razón ¿sabes?

Por algún motivo mis palabras parecieron impactarle y hasta hacerle algo de daño.

-         Es normal que te pongas de su parte. Él lleva siendo tu hermano más tiempo que yo – murmuró.

-         No digas idioteces que no voy por ahí. Cuando tengas razón te apoyaré, y cuando no, no. Pero no juegues la carta de “claro, es que a mí me conoces menos” porque no te pega. – me defendí, y luego suspiré. – No estoy seguro de que lo entiendas, Michael. Sé que tu vida ha sido diferente a la nuestra y que no estás…que no estás acostumbrado a tener un padre, porque en definitiva eso es lo que Aidan es para ti, tanto si quieres como sino. Dudo mucho que a cualquier padre del mundo se le pueda hablar como tú le hablaste a él, pero es que además Aidan es quien menos se lo merece. Todos le queremos mucho, y sé que tú también, aunque te cortas la lengua antes de decírselo. A veces a Alejandro se le va la pinza cuando se cabrea con él, y a mí también en alguna ocasión, pero tú le atacaste gratuitamente, sin que él te dijera nada. Pagaste tu enfado con él y con Hannah, en vez de apoyarte en nosotros y contarnos cuál es el problema.

-         ¿Y con eso qué me quieres decir? – protestó, algo tocado por mis palabras.

-         Que la familia, y más una tan numerosa como esta, es para apoyarse y ayudarse en cualquier problema, no para usarla de puching ball emocional.

-         Lo que tú digas.

-         No, Michael, no es “lo que yo diga”. Es así. No pretendo hacerte sentir mal con esto, pero Aidan decidió ayudarte cuando no tenía por qué hacerlo. Has podido comprobar que nosotros once ya le tenemos bastante ocupadito. Él decidió que vinieras aquí, aun sabiendo que alguien se podría oponer, que algo podría salir mal, que a ti te costaría adaptarte, que tendría que pagar mucho dinero (uno que no nos sobra, por cierto) y que tu llegada daría mucho que hablar en la prensa, pudiendo repercutir en su imagen. Pero a papá su imagen le importa tres pimientos. Todo le importa tres pimientos, salvo nosotros. Así que, lo mínimo que un hombre como él puede esperar, es un poco de respecto, sino de afecto. Él prefiere tu afecto a tu respeto, pero desde luego un buen primer paso sería si no le mandas a la mierda cuando sólo pretende ocuparse de que te curen la mano.

Tuve la satisfacción, si es que puede llamarse así porque en ese momento no me supo a triunfo, de ver como Michael bajaba la mirada.

-         A él no ha parecido importarle tanto… - murmuró.

-         No deberías abusar de que tenga una paciencia de oro, un día de mierda y la necesidad de hacer que te sientas bien en todo momento. Me gusta ser sincero, Michael, y sinceramente te digo que de haber sido cualquier otro se habría llevado una de las buenas.

-         Lo sé… Él me lo dijo…

-         ¿Por qué reaccionaste así? ¿Qué fue lo que pasó? Y no me digas que nada, porque eso no se ve como “nada” – advertí, señalando su mano. Michael se quedó en silencio, así que seguí preguntando - ¿Por qué olías a alcohol?

-         Estuve en un bar. – respondió, y no parecía que fuera a contar nada más, pero entonces levantó los ojos hasta que se encontraron con los míos – Hubo una pelea y terminé bañado en cerveza.

-         ¿Fue ahí donde te hiciste lo de la mano?

-         No, eso fue en una redada con la policía, ya lo he dicho…

-         Bueno, ¿y esa redada fue en un bar?

-         No.

-         Y entonces, ¿qué hacías tú en un bar? – insistí.

-         ¿Qué pasa, es que no puedo? ¿Tengo que pedirte permiso a ti o algo así?  - replicó. Que se pusiera a la defensiva me indicó que ocultaba algo.

-         Michael, sólo estaba preguntando…

-         Bueno, pues no preguntes tanto.

-         No me lo digas a mí si no quieres, pero a papá tendrás que decírselo.

-         ¿A Aidan? Le diré lo que yo quiera.

-         No. Le dirás la verdad. Toda.

-         ¿O sino qué? – contraatacó, ligeramente amenazante. Me alejé de él un par de pasos y meneé la cabeza.

-         Aún no lo entiendes, ¿verdad? No se trata de que vaya a hacerte algo si no lo haces. Se trata de que es lo que debes hacer. Tienes que hablar con Aidan, contarle lo que pasó, y dejarle claro que lamentas cómo le hablaste. Tienes que hacerlo porque él te quiere.


-         MICHAEL´S POV. ONCE HORAS ANTES –


A pesar de que uno de los momentos más extraños de mi vida fue cuando Aidan me castigó como si fuera un mocoso de pañales, ese día deseé mil veces cambiar de lugar con Alejandro. Seguramente, y por lo que Ted me había estado diciendo la noche anterior, Aidan le iba a dar una gran paliza, pero yo con gusto recibiría diez como esa en lugar de estar ahí delante, frente a la oficina de policía.

“¿Por qué no arranca el coche?” me pregunté. Aidan seguía estacionado a poca distancia, como si estuviera dispuesto a quedarse ahí hasta verme entrar. Aidan era tan raro…

-         ¿Te parece normal llamarle papá? – le había preguntado esa noche a Ted, entre otras muchas cosas. Me contó gran parte de su vida, aunque seguro que aún me quedaba bastante por descubrir de él y de los demás.

-         Lo raro sería llamarle de otra manera – respondió él.

Ojalá yo hubiera podido hacer lo mismo. Ojalá hubiera podido decirle “papá” a Aidan, tal y como él había insinuado en su coche… Él quería que firmara los papeles de adopción, y le llamara papá. Pero no era tan sencillo.

Sabiendo que si me demoraba le haría sospechar, entré en la comisaría. No sé cuál es el procedimiento habitual para recibir a una persona que va a conmutar su condena trabajando con la policía. No lo sé, no lo supe, y nunca lo sabré, porque cuando yo entré no había ningún policía esperando para recibirme. Sólo estaba Greyson. Lo de señor mejor lo dejamos para alguien que se merezca tal llamamiento. Y lo de “oficial”, para alguien que no sea un capullo.

-         Llegas tarde. – me dijo.

-         Cuanto lo siento – respondí, en el tono más sarcástico que pude poner. Greyson gruñó. Ese era su verdadero nombre, pero yo le conocía por el de “Pistola”.

-         Tengo trabajo para ti. – anunció y me llevó aparte. Observé en un vistazo a todos los trabajadores de la oficina.

-         Sólo por curiosidad. ¿Estos panolis de aquí saben la basura que eres o les tienes a todos engañados como a Thony?

Thony era el único madero legal que había conocido.

-         Yo no he engañado a nadie, muchacho. Siempre has sabido con quién estabas tratando.

-         Acordamos que no le pedirías dinero a Aidan.

-         Tenía deudas que saldar.

Me mordí el labio. No era bueno cabrear a “Pistola”. Tenía ese apodo precisamente porque le acompañaba una fama de gatillo fácil. Y no sólo el gatillo. Recordé mi conversación con él días atrás, en el hospital, cuando quise echarme atrás y le dije que se buscara a otra persona para estafar a Aidan. “Pistola” no podía buscarse a otra persona. Ted sólo tenía un hermano mayor, y daba la casualidad de que él tenía a ese hermano mayor agarrado por las pelotas, así que yo era el pringado idóneo. No le gustó ni un pelo que le hiciera frente y me arreó un puñetazo. Esa fue una de las primeras mentiras directas que tuve que decirle a Aidan.

-         Te dije que ya no quería seguir en esto… - protesté, inútilmente.

-         Y yo te demostré que no es algo de lo que te puedas salir. Te quiero justo donde estás, y mientras te camelas a ese tipo seguirás haciendo tus trabajos habituales para mí ¿estamos?

Ni siquiera esperó a que asintiera. No podía darle otra respuesta. Nunca había podido, pero entonces podía mucho menos, porque aquél cretino me había amenazado con cargarse a Ted si no le complacía. Maldije el día en el que descubrió que tenía un hermano.

Me tendió una carpeta. La abrí, y vi la foto de un tío con aspecto de millonario.

- Tu objetivo – me dijo.

-         Sabes que nada de delitos de sangre – le recordé.

-         Cómo lo hagas es tu problema. Lo que yo quiero es que me traigas el diamante que ese tipo tiene expuesto en su sala de estar.  Esta tarde se celebra una subasta de esta preciosidad en su casa. Tienes toda la mañana para pensar en un modo de colarte y traérmelo.

-         ¿Estás loco? – espeté - ¿Sabes cuántas cámaras, guardias, y sistemas de seguridad habrá protegiendo esta cosa?

-         Una gran oportunidad para demostrar tu talento.

-         ¡Soy estafador, no mago! ¡Ni siquiera sé desactivar alarmas!

-         Tienes seis horas para aprender – me dijo, mirando su reloj.

Supe que tenía que conseguirlo. No sabía cómo mierdas iba a hacerlo, pero tenía que conseguir ese diamante si no quería que volvieran a envenenar a Ted.

¿Cuántas apendicitis podía tener una persona? ¿Cuántas veces puedes sobornar a un médico para que mienta a un paciente y a su familia? ¿Cuántas veces lograría proteger a Ted, y mantenerle alejado de la verdad?

¿Cuántos tipos de venenos existen? ¿Lo de Ted de veras había sido una apendicitis, o era como Greyson decía, un aviso para mí? ¿De verdad había envenenado a un chico inocente de 17 años y sobornado a un médico sólo para darme una lección, o mi hermano se había enfermado de forma natural? ¿Sabría la verdad alguna vez?

¿Importaba acaso? Había un arma metafórica (y tal vez no tan metafórica) apuntando a la cabeza de Ted, y yo no iba a dejar que apretaran el gatillo.

Me empollé todo el material que “Pistola” me había proporcionado y averigüé el nombre de la compañía que había instalado la alarma en casa de la víctima. A partir de ahí investigué un poco hasta conseguir descifrar cómo desactivar el complejo sistema de seguridad.

Quise escapar, como la última vez, pero entonces Ted acabó en el hospital. ¿Quién sabe lo que pasaría si lo hacía de nuevo? Tal vez le matarían… o a Aidan….

Tendría que haberle dicho papá. Tal vez lo de hoy salga mal y me encierren de nuevo, y nunca más vuelva a verle. Tendría que haberle dicho papá. “

Escapar de la cárcel es sencillo, al menos en un sentido intencional. Todo el mundo QUIERE salir de la cárcel.  Pero, ¿cómo te escapas de la vida de tus sueños? ¿En qué mundo era yo capaz de armar la maleta y desaparecer de la familia que me había acogido como uno más? En especial si al hacerlo sentía que les estaba poniendo en peligro.

Colarme en la casa en la que estaba el diamante fue pan comido. Me hice pasar por un pujador. Años atrás “Pistola” me había enseñado a mentir, a timar, a estafar…. Y el alumno había superado al maestro. La gente creía lo que yo quería que creyeran. Falsifiqué una entrada y nadie puso pegas ni me dio el alto.

Dar con el diamante fue sencillo también, porque estaba bien visible, expuesto en el centro de un gran salón. Los camareros sirvieron los cócteles. El dueño de la joya pronunció un discurso. El reloj dio las seis de la tarde. La función estaba a punto de comenzar.

Me deslicé al lado de una planta y saqué un mechero. En un movimiento imperceptible, le prendí fuego y me alejé de allí.

-         ¡Fuego, fuego! – gritó alguien al poco rato, en cuanto la llama se extendió y se hizo visible. Aprovechando la confusión, hice lo mismo con unas cortinas. Allí prendió más rápido, consumiendo la tela con rapidez.

La estancia se desalojó. Tenía unos cinco minutos hasta que vinieran los bomberos.  Procedí con rapidez, y me acerqué a la vitrina. Tremendo pedrusco. Servía para estimular la codicia de cualquiera. Pensé en lo que podría hacer con esa cosa.  Pero por desgracia a mí sólo me valía para dárselo a Greyson y tenerle contento. Pensé en la ironía del asunto. Aidan pensaba que estaba colaborando con la policía, reformándome a manos de un buen hombre, y resulta que estaba cometiendo uno de mis mayores delitos.





Forzar la vitrina fue bastante complicado, porque tuve que desactivar el sistema de seguridad, pero finalmente lo conseguí.  Ya casi lo tenía cuando escuché voces. Me tapé la cara con una bufanda justo cuando el dueño de la joya entraba, llevando consigo a dos guardias.

-         …les digo que esto no es más que la burda triquiñuela de un…¡alto! ¡A por él! ¡Lo dije, dije que el incendio era una distracción!

Mierda. Cogí el diamante y salí corriendo, dando esquinazo a los guardias, pero el tipo trajeado aquél cogió un martillo de la pared, del siglo no sé cuántos, perteneciente a no sé quién,  y lo blandió contra mí. ¿Pretendía estampármelo en la cabeza? ¡Qué bestia! Forcejeé para salir e intenté quitarle esa cosa, llevándome un buen martillazo en la mano. De lo que más tarde le contaría a Aidan, ese sería el único detalle verdadero.

Grité un poco, comprobé que no tenía la mano rota, y escapé. Me reuní con Greyson, le di el maldito diamante, y como siempre que cumplía uno de sus encargos, pasó a tratarme como un rey, hasta la próxima, claro. Me palmeó la espalda con energía y me bañó en champán, porque la cosa esa estaba valorada en cinco millones de dólares. Me pregunté cuáles son las deudas de un hombre para necesitar tanto dinero.
Antes de dejarme irme, me habló del encargo del día siguiente, y recién ahí comprendí que aquellos tres meses iban a ser delitos tras delitos. No es como si no lo hubiera sabido, pero no era lo mismo antes de conocer a Aidan, y después. Una parte de mí sabía que él se sentiría muy decepcionado si descubría que yo seguía siendo un delincuente.

Asqueado, incapaz de volver a casa en esos momentos, me metí en un bar, dispuesto a emborracharme, pero eso no era bueno para mi salud, con la diabetes. Me conformé con una cerveza, y mientras me la tomaba no podía evitar pensar en cómo había acabado así. Tenía doce años cuando conocí a “Pistola”, y él me metió en aquél mundo, convirtiéndose en mi maestro, en mi secuestrador, e irónicamente en mi carcelero, porque su tapadera de policía le permitió meterme en la cárcel cuando me empecé a rebelar. Jamás me hubiera atrapado. Dijera lo que dijera, fardara lo que fardara entre sus colegas, yo era demasiado bueno. Jamás me hubiera atrapado de no ser él mismo el que estaba detrás de mis delitos. Y entonces yo sería libre.

- Eh, chico….chico…. deberías ir a que te vieran esa mano – me aconsejó el barman.

-         Y usted debería mantener las narices en sus putos asuntos.


***


N.A.:  Este capítulo va para mucha gente…para  quienes cumplen años éste mes, en especial a Lady, y para la gente de Venezuela, héroes entre las sombras en éste mundo de locos.

8 comentarios:

  1. Waooooo Dream muchas gracias por la dedicatoria... aun recuperandome de la historia pobre Michael, como se libera de esto...Dios en la que esta metida la familia... con el corazon en la mano

    ResponderBorrar
  2. Hola Dream ... regularmente no comento en muchas de las historias, pero hoy no me pude resistir, sigo tu historia desde que comenzaste y me gusta mucho, pobre Michael, desde ya odio al pistola, ojala le pase algo horriblee, mira que aprovecharse asi de un niño...!!!

    Love Ly

    ResponderBorrar
  3. Muchas Gracias al fin comprendo cosas, y quiero decirte que ya estoy preparando mi defensa porque elimine al pistola COMO LE HACE ESTO A MI MICHAELITO
    no se vale si es un niño tan bueno que el cuente a Aidan y que el pistola termien en la cárcel y Micheal libre como corresponde

    ResponderBorrar
  4. ¡Increíble!!
    Me encantó el como se va dando la historia!!!
    Uuuuuuhhhhh,que nerviooooos!!!
    Maaaaassss!! por fis!!
    Shelly

    ResponderBorrar
  5. :O eso explica muchas cosas y actitudes en Michael
    Mm 77' tonto pistola me dan ganas de ahhh... guardare mis planes malvados haha
    Si se llega a enterar aidan... ya quiero ver (leer jeje) la que se va armar
    Me encanta la historia :D

    ResponderBorrar
  6. Pobre Michael ahora se porque se comporta así pero cuanto le va a durar el secretito y que hará Aidan cuando se enteré waa esto se pone muy interesante

    ResponderBorrar
  7. De seguro lo va a apoyar y hará que pague ese desgraciado de pistola, para luego llevar sano y salvo a michel a casa y darle la zurra de su vida, espero que ahora si le deje bien claro que es parte de la familia y debe confiar en Aidan su papa, eres genial, felicidades.

    ResponderBorrar
  8. Estoy impresionada con tu imaginación, Dream!!! Es tan interesante tu historia!! Y tú eres una maravilla de escritora!!!

    Camila

    ResponderBorrar