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jueves, 22 de mayo de 2014

CAPÍTULO 34: SUPLANTACIÓN

CAPÍTULO 34: SUPLANTACIÓN


Durante la hora de Geografía no podía dejar de pensar una y otra vez en lo que había pasado aquella mañana. Eran ganas de torturarme yo sólo. Puede que mi mente vagara hacia allí involuntariamente porque aquella clase era más aburrida que una enciclopedia o tal vez es que yo tenía un pequeño masoquista dentro de mí. No lo sé, pero por un motivo o por otro me pasé cuarenta y cinco minutos reproduciendo en mi cabeza dos de los momentos más vergonzosos de mi vida.

Cuando entré a mi cuarto y vi a mi hermano mayor, y lo que es peor a mi hermano pequeño leyendo la pantalla del ordenador, me quise morir. Por alguna estúpida razón había creído que Michael no era capaz de hacerlo. Que sólo me estaba molestando, por chincharme un rato, pero que respetaría mi espacio vital igual que yo respetaba el suyo.

Es evidente que me equivoqué, y por ese error los dos habían leído algo que no quería que nadie leyera. Lo cierto es que muchas veces, mientras escribía, me preocupaba la posibilidad de que alguien me descubriera. El riesgo que implicaba hacer aquello en un ordenador compartido era agobiante… y al mismo tiempo me gustaba. 

A lo mejor es que estaba perdiendo la cabeza. Nunca me he considerado muy cuerdo, de todas formas. Mentalmente, hice un listado de “confesiones de Ted”.

Punto 1. Me gustaba escribir.
Punto 2. Las cosas que escribía no eran del tipo de las que encuentras en la sección infantil.
Punto 3. Me moría si alguien se enteraba y al mismo tiempo quería que alguien me leyera.
Punto 4. Todo eso de “escribir en secreto” le daba cierto morbo al asunto.

Y el punto cinco… No, el punto cinco no podía formularlo, ni siquiera en mi cabeza. El punto cinco tenía que ver con Aidan, y con el hecho de que Andrew fuera un enfermo adicto al sexo. Me daba miedo lo que pudiera pensar de mí al saber lo que escribía. No quería ver asco o rechazo en sus ojos. Él me aseguraba que no se iba a enfadar, y tal vez fuera cierto, pero nunca volvería a mirarme de la misma forma.

A veces me daban ataques de culpabilidad… Tal vez por eso lo hacía en secreto. No por lo que mis hermanos fueran a pensar, que por lo visto lo tomaron como algo muy guay, sino por lo que yo fuera a pensar de mí mismo.

Cuando leyeron aquello, fue como si desnudaran una parte muy importante de mi forma de ser. Como si cogieran un cachito de mi personalidad, lo sacaran de su escondite y lo expusieran a la vista de todos. La vergüenza que pasé fue peor que la podría pasar al quedarme en calzoncillos frente a toda la case, porque eso es algo que le puede pasar a todo el mundo. A todo el mundo se le pueden caer los pantalones. Era algo relativamente natural, que hace gracia, y si sabes tomártelo bien tú también te puedes acabar riendo. Como todas las torpezas físicas, uno en principio no tiene culpa. Te podrá sentar mejor o peor que se rían de ti, y tal vez podrías tener más cuidado, pero la vergüenza que sientes al caerte o al quedar expuesto físicamente no es comparable a la que sientes cuando lo que exponen son tus emociones. Cuando lo que exponen es algo que tú has hecho, y pertenece a tu intimidad. Uno sí tiene culpa de las palabras que escribe, y de los cuadros que pinta, y de las canciones que escucha, y de los libros que lee. Ese es el motivo de que la gente esconda sus gustos. Son elecciones que hacemos. Elecciones por las que nos juzgan.

Yo no quería ser juzgado por ese pequeño documento en mi pen drive.

En ese momento, podría haberle partido la cara a Michael. Me refiero a que hubiera sido perfectamente capaz de hacerlo,  porque quería partirme la mía pero por las leyes de la física no podía darme un puñetazo a mí mismo. Así que me hubiera sido muy fácil descargar la rabia contra él, dado que había sido el que había violado mi intimidad. Podría haberle culpado de eso, para mitigar mi propio sentimiento de culpabilidad.

Pero no lo hice. El único hermano con el que me había pegado alguna vez era Alejandro, y me arrepentía de todas y cada una de esas ocasiones. En algún momento de mi vida pasé a ser capaz de respirar hondo y tragarme las ganas de romper cráneos. Yo solía ser el que paraba las peleas, no el que las empezaba.

Cuando empujé a Michael, mi idea  era dejarlo en eso, sin llegar a nada más. Fue un pequeño ataque de frustración y no me esperaba para nada que él se tirara encima de mí. En ese momento tuve una especie de flash forward por el cual casi adiviné todo lo que iba a pasar. O tal vez fue el “flash” de mi cabeza estampándose contra el suelo, aun no lo tengo claro.  Tal vez el golpe me mató algunas neuronas, y por eso le solté aquella burrada a Michael… Los dos nos dijimos un par de cosas que escocieron bastante.

Lo que nunca hubiera imaginado es que papá iba a pegarme delante de Cole. Ese fue el segundo momento vergonzoso y lo único que pude hacer al respecto fue tratar de no echarme a llorar delante de él. Siempre me había costado retener las lágrimas de rabia y vergüenza.

Por más que mi cerebro insistiera en hurgar bien en la herida, nada de lo que había pasado podía deshacerse. Sólo quería terminar bien el día, arreglarme con Michael y sobrevivir a aquél Viernes en el que papá iba a volver muy tarde.  Nunca había necesitado tanto que él no se fuera como aquél día. Él había logrado hacerme sentir bien con cosquillas, besos y tonterías. Había hecho que olvidara la vergüenza… pero cuando se fue, a la vergüenza la sustituyó esa horrible sensación en el pecho.

Será porque no tuve ocasión de hablar con Michael, y no sé si está realmente enfadado” me dije. “O tal vez… tal vez es porque… no me gusta tener secretos con Aidan….”

Vale, Ted, como aquí no están ni Alejandro ni Michael, te lo tienes que decir tú mismo: santurrón.”

-         Aidan´s POV –
Un pequeño insecto negro correteaba por el salpicadero de mi coche. Su cuerpo era ovalado y tenía unas minúsculas antenas sobre la cabeza. Nunca he sabido cómo se llaman esos bichos, pero siempre me he referido a ellos como “cocos”.  Le observé como hipnotizado hasta que alguna irregularidad en el terreno por el que caminaba hizo que se diera la vuelta, y quedara boca arriba agitando sus patitas con desesperación, buscando ponerse derecho de nuevo. Le observé unos segundos. La experiencia me decía que si ese tipo de insectos no encontraba la forma de girarse en menos de un minuto se morían.  Sentí una especie de compasión hacia una criatura más pequeña, algo parecido a lo que debe sentir Dios con nosotros, así que decidí ayudarle y le empujé un poco, haciendo que volviera a apoyar las patas. Asustado, el insecto salió volando y escapó por la ventanilla, ligeramente entre abierta.
Yo no estaba atascado agonizando boca arriba, pero me estaba asfixiando igual y en mi caso ningún dedo mágico vino a ayudarme. Llevaba quince minutos con el coche aparcado frente a esa carpintería, y aún no me había atrevido a soltar el volante.
Por desgracia, los seres humanos somos más complejos de lo que parecemos. Por norma general tendemos a pensar que si una persona golpea a otra, eso está mal. Dependiendo del tipo de golpe nos enfadamos con ese alguien, le golpeamos de vuelta, o le denunciamos. Ninguno de esos supuestos debería darse entre un padre y un hijo.
Pensé unos segundos en lo que había pasado aquella mañana. A ojos de un extraño, técnicamente yo había golpeado a dos de mis hijos. Yo no podía verlo así, porque sabía que no les había hecho daño de verdad, y que se trataba de cosas diferentes. Había castigado a Ted y a Michael, nada más. No había sido violento, creo, y los dos me habían abrazado y sonreído cuando me despedí de ellos. De alguna forma retorcida, casi hasta podría decir que Michael había estado de acuerdo con el castigo, como si fuera una decisión que hubiéramos tomado los dos. Pero las cosas podrían haber sido bien diferentes. Yo podría haberme hartado de verles pelear, angustiado porque se nos iba a hacer tarde. Podía haber agarrado a  Michael con violencia, después de que me insultara, y no haber medido mi fuerza de forma que podría haberle clavado las uñas en el brazo, o dejado un moratón…. Recé porque eso nunca pasara.
Pero, joder…. ¿en qué mundo, en qué situación podría yo romperle un brazo? ¿Cómo coño le rompes un brazo a un chico de diecisiete años? Yo había practicado lucha libre alguna vez, y karate, y Judo, y diversas artes marciales porque de niño me apuntaba a todo con tal de no estar sólo en casa. Sabía la teoría de cómo romper un brazo, pero jamás la había puesto en práctica.  Ahí parado frente a aquella tienda me preguntaba qué clase de hombre se escondía al otro lado.
Al saber lo que había pasado me había imaginado a un hombre descomunal y atemorizante, pero cuando le vi en el colegio abrazando a Fred no me había parecido tan grande. Yo era mucho más alto, y me daba la impresión de que también más fuerte.  Irónicamente a veces los niños ajenos se asustaban de mí, como si fuera un gigante. En cambio aquél hombre –tendría que haberle preguntado su nombre a Ted- no era en apariencia alguien imponente. Era un hombrecillo delgado y medio calvo, con gafas.
Conseguí reunir valor para salir del coche. Me recordé las reglas básicas.
No le insultes. No le demuestres lo mucho que le desprecias. Sé educado. “
La verdad, no me sentía capaz de cumplir mis buenos propósitos. Me era mucho más difícil abogar por la humanidad de ese hombre sin Fred cerca de él.
El sonido de una campanilla anunció mi entrada en la tienda. El lugar olía a madera recién cortada, y estaba vacío. Virutas de serrín cubrían parte del suelo, y el ruido de una sierra me llegaba desde el fondo. Aquello era más un taller que una  tienda. Hoy en día, al escuchar “carpintería” no sabes muy bien con lo que te vas a encontrar.
Mi mente calenturienta vaciló un segundo antes de adentrarse: tal vez no fuera sensato acercarse a donde estaban las sierras y las máquinas cortantes cuando no sabía cómo iba a reaccionar aquél semidesconocido ante el hecho de que fuera allí a hablar con él. Luego sacudí la cabeza y me recordé que el de la imaginación desbordada era Kurt.
Encontré al hombre al que había ido a  ver con un metro en la mano, midiendo una tabla de aglomerado. No levantó la cabeza para mirarme, pero sí que me escuchó llegar.
- En seguida estoy con usted. Mi ayudante tiene el día libre y estoy yo sólo para realizar los encargos y atender a los clientes.
-         No he venido a hacer ningún pedido. – respondí y sólo entonces levantó la mirada.

-         Ya no compramos muebles viejos.


-         Tampoco he venido a vender. Mi llamo Aidan Whitemore – dije, y tras dudar unos segundos le tendí la mano para que la estrechara. Correspondió a mi gesto y me miró con curiosidad.

-         El nombre me suena de algo.


Siempre que me decían eso me sentía incómodo. No quería parecer prepotente y decir algo así como “habrá oído hablar  de mí “.  Menos mal que aquella vez había otra explicación.

-         Le sonará el apellido, por mi hijo Ted, que es amigo del suyo.

-         ¡Oh! – exclamó y dejó lo que estaba haciendo para prestarme más atención. Me alegró que al menos considerara lo que atañía a su hijo como un tema de interés. - ¿Qué se le ofrece?


Ese tipo de preguntas, del tipo “¿qué se le ofrece?” o “¿para qué soy bueno?” traían a mi mente recuerdos de una vida pasada. Eran fórmulas diseñadas para la persona que realiza un servicio. Eran las frases formales  que decía un camarero de veinte años, o un limpiador de coches, o un chico de los recados.

Me consideraba una persona observadora. Supongo que va implícito en mi profesión…  Esa forma de hablar, el lugar en el que trabajaba y las deducciones extraídas de algún comentario de Ted en alguna ocasión me hicieron pensar que ese hombre pertenecía a la parte más baja de la clase obrera. No es fácil vivir en California con un sueldo de carpintero.

Creo que me esforzaba por encontrar cosas que me pudieran hacer sentir empatía hacia ese hombre.

-         Mi hijo Ted es amigo del suyo – repetí, porque no sabía cómo empezar. – Son amigos desde… desde que Fred entró al colegio….

-         Frederick no suele llevarse bien con los chicos de su edad. Me alegra que aquí haya encontrado buenos compañeros. Sé quién es usted, y quién es Ted – me dijo, y cogió una lija para empezar a trabajar la madera. – Fred siempre está hablando de dos chicos de su clase. Uno es negro y otro blanco, así que deduzco que usted es el padre del blanco.


-         Pues se equivoca – respondí entre dientes. Algo en su tono al referirse al “negro” no me gustó nada – En realidad soy el hermano del negro. Para ser precisos, el hermano del mulato afroamericano con ascendencias semitas y nórdicas.

Joseph era polaco de origen. Polaco y judío, con algún antepasado hebreo, creo. Andrew me lo explicó cuando era muy pequeño y empecé a hacerle preguntas sobre su extraño color de pelo, del dorado más imposible. Yo lo tenía muy negro, y me extrañaba esa diferencia.  Se convirtió en uno de mis primeros recuerdos…

***

-         Aidan, suéltame, me haces daño – se quejó papá. Yo le estaba tirando del pelo, porque lo tenía muy largo y era tentador.

-         “Tenés peyo de Tazán” – me reí, y volví a tirar. Andrew me sacó de encima de sus hombros y me sentó delante de él. Estabamos en algún tipo de suelo, supongo que en el salón de casa.

-         Pelo de Tarzán. ¿Es que no puedes hablar bien? Se dice pelo de….¡Ey, un momento! ¡Yo no tengo pelo de Tarzán! – protestó. Su expresión era de enfado y sin embargo me hizo cosquillas. Me reí tanto que mojé el pantalón.

-         Ups.

-         Joder, Aidan. El mes que viene haces tres años. Ya sabes que tienes que usar el baño ¿eh? – me regañó papá, apartándome un poco para que no le manchara.

-         “Pedó”.

Andrew se rió un poco. Siempre se reía cuando decía “pedó”. En ese momento no entendí por qué, pero seguramente le hiciera gracia el doble sentido escatológico de la palabra mal pronunciada. Esa era la mente madura de mi padre de diecinueve años…

-         Andrew, deja al mocoso y ven a ver esto. Veinte pavos a que le come la boca al final del episodio. – dijo un chico desde el sofá. Cuando era pequeño la casa siempre estaba llena de chicos de la edad de mi padre, creo que porque se sentía solo. Vivía solo (bueno, solo conmigo) desde los dieciséis.

Papá se levantó entonces y fue al sofá con sus amigos. Estaba acostumbrado a que se fuera con ellos y me dejara a mi aire, pero al cabo del rato me empezó a escocer, porque estaba mojado. Me acerqué a ellos y tiré del pantalón de papá.

-         “Nene susho” – le dije cuando me miró. Andrew resopló e hizo ademán de ponerse en pie, pero sus amigos se lo impidieron.

-         ¿A dónde vas?

-         Tengo que ponerle ropa limpia.

-         ¿No tiene pañal?

-         Kate dice que debe aprender a usar el baño o no le admitirán en ningún colegio.

-         Pues que venga Kate y le cambie.

-         Es su día libre. Vamos, meón, ven aquí.

Papá me dio la mano y me llevó al baño. Abrió el grifo de la bañera, me desnudó, me metió dentro y se fue. Me asusté un poco por estar solo en la bañera y empecé a llorar y él vino enseguida con ropa limpia.

-         Que ya vengo, a ver. Miedica. – protestó, y me sacó la lengua. – Como se entere la rata de que eres tan cobarde te va a morder y te va a cortar el pito.

Abrí la boca en forma de “o” y me tapé, mientras me asomaba por el borde de la bañera a ver si había una rata por allí.

Hasta los seis años o una cosa así tuve un miedo horrible a las ratas, por culpa de unos estúpidos dibujos que Andrew nunca debería haber dejado que viera un niño de un año. No todas las caricaturas son para niños, y esas definitivamente no lo eran.

Papá solía usar eso para conseguir que yo hiciera lo que él quería. Sé que suena muy fuerte, pero en realidad no sonaba enfadado al decirlo y yo solía pensar que la mala era la rata y no papá. No lo considero el mejor de los métodos educativos, pero es como la típica amenaza del “hombre del saco”. Conmigo el hombre del saco no era efectivo, así que Andrew usaba la rata. No le guardaba rencor por esas cosas. Nadie le enseñó a ser padre, después de todo, y fui yo el que olvidaba echarle polvos de talco a Ted cuando le cambiaba el pañal.

Andrew se arrodilló junto a la bañera y me lavó con una esponja. Normalmente me bañaba Kate. Ella cuidó de mí hasta poco después de los tres años. Creo que además de empleada era una especie de follamiga de Andrew, pero en algún momento se debió de cansar, y se fue. Las cosas fueron mucho peor para mí desde entonces porque papá no volvió a contratar a nadie, o tal vez es que nadie estaba dispuesto a aceptar como jefe a un tipo como él.

El caso es que ella hacía que el baño fuera más divertido, con juegos y cosas así, así que aquella vez me aburrí mucho. Al cabo del rato volví a jugar con el pelo de papá.

-         ¿Quieres estarte quieto, narices?

-         Ño.

-         Enano respondón y maleducado. ¿Qué tiene mi pelo, vamos a ver?

-         “Ed peyo de Tazán”.

-         Para que te enteres, Tarzán lo tenía marrón. Tú sí que tienes pelo de Tarzán, mocoso con greñas. Mmm… tengo que decirle a Kate que te lleve a la peluquería.

-         ¡Ño!  ¡”Do largo como papá”!

En vez de responderme, Andrew volvió a mojar la esponja y me mojó, despacio. Para no hacerlo casi nunca no lo hacía mal. Sabía ser delicado.

-         “Tenes el peyo amarido” – dije, cuando me sacó del agua y empezó a vestirme. Eso lo hacía un poco peor. Se lió al ponerme la camiseta.

-         No, amarillo no. Rubio, se dice rubio. Tengo el pelo rubio.

-         “Tu dice Tazán peyo marrón. Tú peyo amarido”.

-         Tarzán lo tiene castaño y yo rubio. – bufó, ignorando el hecho de que aquella deducción era un gran progreso para un niño tan pequeño.

-         ¿”Y do”?

-         Tú negro. Oscuro. Moreno. Como lo quieras decir. Vamos, enano, que te sabes los colores. – refunfuñó papá, y por fin consiguió ponerme la camiseta.

-         ¿”Podqué”?  - pregunté, repentinamente triste.

-         ¿Por qué, qué?

-         ¿“Podque do no dubio”?

-         ¿Que por qué no eres rubio? Pues yo que sé, enano. Cosas de los genes. Puedes haberlo sacado de tu madre. Ella lo tenía como tú, y cuando hay pelo oscuro y pelo claro, el oscuro es el dominante y el hijo suele nacer con….no me estás entendiendo ni una palabra ¿verdad?

Negué con la cabeza. Pasarían años antes de que entendiera conceptos tales como la genética.

-         Dejémoslo en que tienes el pelo negro porque tu madre también lo tenía así. Y los ojos. También tienes sus ojos. Pero esta nariz es mía, ¿la ves? Nariz cien por cien Whitemore. Te pareces mucho a mí, ahora que te veo… A ver, ponte de pie. Saca pecho, eso es. Sip. Un mini yo. – dijo papá, y me hizo cosquillas en la tripa. Empecé a reírme y le pedí que siguiera. – No, que te meas otra vez, y yo ya no te cambio más ¿eh?

-         ¿”Tú mamá eda dubia”? – le pregunté.

-         No, pero mi padre sí. Tenía el pelo muchísimo más claro que yo, casi albino. Era polaco. Eso quiere decir que era de muuuuuy muy lejos de aquí. Al otro lado del mar. En Europa. ¿Sabes decirlo? Eu-ro-pa.

-         “Eropa”.

-         Más o menos. Y su madre era de aún más lejos todavía. Era hebrea. De Asia. Así que tú, pequeño bichito, eres de tres continentes.

En eso momento no entendí lo que aquello quería decir, pero si entendí la intención de que me sintiera importante. Fue una de las pocas veces en las que Andrew me hizo sentir así. Almacené la información y no la procesé hasta años después. Luego, cuando estuve vestido y calzado volvimos al salón con sus amigos y él se sentó de nuevo en el sofá, como olvidándose de mi existencia otra vez. Como con sus amigos no había hueco para mí intenté sentarme en sus piernas pero él me apartó.

-         No, Aidan. Vete a jugar.

No me rendí y lo seguí intentando. Andrew optó por ignorarme. Se le daba bien hacer eso, aunque demostraba cierta paciencia sobrehumana en no mover ni un músculo cuando yo tiraba de todo su cuerpo.

Habían empezado a jugar a videoconsola, y yo sabía que sin mando no se podía jugar, y si no podían jugar entonces papá me haría caso, así que intenté coger el mando a uno de sus amigos.

-         ¡Eh! ¿Pero qué coño haces?

-         Aidan, deja eso – me dijo Andrew, pero justo en ese momento logré quitarle el mando.

Me sentí bien por partida doble, porque había ganado y porque ese chico me caía especialmente mal. Pero entonces ese tipo me agarró por la solapa y me asusté mucho. Empecé a llorar con todas mis fuerzas.

-         Ya te voy a dar yo motivos para llorar. – gruñó el tipo. Todo lo que sé es que levantó la mano, pero papá le impidió bajarla y al segundo siguiente estaba fuera de casa. Andrew le había echado, a él y al resto.

-         No le pondrás una mano encima, capullo. ¡Y si quieres una play cómprate una propia!

Eso significaba que iba a jugar conmigo. Me sentí muy feliz y fue a abrazarle lleno de amor infantil hacia el héroe que me había salvado del tipo grande y malo, pero papá me frenó y me miró, esa vez sí muy enfadado.

-         Se han ido por tu culpa ¿entiendes idiota? ¡Lo estropeas todo!  - me bufó. – Te he dicho muchas veces que no puedes molestar cuando viene alguien a casa. ¿Por qué no aprendes a ser invisible? Debería dejarte en la puerta de algún orfanato, pero claro, allí tampoco te aguantarían. Métete ahí – gruñó, y me empujó contra el armario. Le tenía tanto miedo a aquello….Para mí era la caja oscura de las pesadillas. La última vez lloré para que no me metiera y no funcionó, así que esa vez intenté salir corriendo, pero no pude, porque él fue más rápido. Ya podía venir la rata a morderme lo que quisiera, porque tenía miedo, y mucho.

***

Sacudí la cabeza como para sacarme esas imágenes. ¿Por qué me había venido aquél recuerdo justo en ese momento?

Tal vez porque era el cumpleaños de Andrew. Treinta de Octubre, jamás se me olvidaba. El año pasado, aprovechando que habíamos hablado un poco a causa de Alice, aunque no fuera precisamente en términos cordiales, cometí la estupidez de enviarle una carta. No me respondió, por supuesto, así que ni me planteé enviarle nada. No es como si él se hubiera acordado de mi cumpleaños alguna maldita vez.

-         No he pretendido ofenderle, señor Whitemore. Preferiría que mi hijo no se juntara con gente de color, pero no tengo nada en contra de su chico.

La voz del padre de Fred hizo que mi concentración volviera a aquella carpintería.

-         ¿Cómo dice? ¿Cómo pretende que no me ofenda después de eso?

-         Lo que quiero decir es que… las bandas, todo eso… no quiero que Frederick se meta en problemas.

-         ¿Bandas? ¡Mi hijo no está en ninguna banda! Por el amor de… ¡además de burro, racista!

-         No soy racista. Ya le he dicho que no tengo nada en contra suya…

-         ¿Y en contra de su propio hijo tiene algo? – bufé. No era así como esperaba introducir el tema, pero me había encendido demasiado.

-         ¿Qué?

-         Que si tiene algo en contra de Fred. Tal vez por eso le golpea.

Ale, ya lo había soltado. Me fijé en su expresión. Abrió los ojos desmesuradamente. Creo que se estaba preguntando hasta qué punto yo sabía.

-         Soy yo el que no debería querer que mi hijo se juntara con el suyo, lamentándolo mucho, porque si le rompe el brazo a su propio hijo no sé qué podría hacerle al mío si algún día va a su casa.

-         ¿Cómo…cómo lo…? - balbuceó. Parecía muy impactado. Tan impactado como para no ser capaz de negar mis acusaciones. Le había pillado con la guardia baja.

-         ¿Que cómo lo sé? Porque tengo ojos, y mi hijo también. Mire, tengo una política de no meterme donde no me llaman, porque uno nunca sabe la historia que hay detrás de cada familia pero… ¿romperle un brazo? ¿Qué casi de animal haría algo así?

-         Se cayó ….se dio contra la mesa y su brazo…yo… no pretendía….No quería empujarle tan fuerte….

-         ¿Y el puñetazo? ¿En serio le pegó un puñetazo a su hijo? – acusé, lleno de rabia.

El hombre soltó bruscamente la lija y me dio la espalda.

-         Frederick es lo único que tengo. Es lo único que me queda.

-         ¡Pues menuda forma de demostrarlo, joder! – medio grité, y después de eso no obtuve respuesta por un rato. No podía ver su expresión en ese momento, aunque me hubiera gustado. Finalmente se giró de nuevo y me miró.

-         ¿Para qué ha venido, señor Whitemore? ¿A insultarme? ¿A golpearme? ¿A avisarme de que llamó a la policía? ¿A llamarme mal padre? ¿A llevarse a mi hijo?

-         A intentar ayudarle – respondí. – Su hijo le quiere. Ese es el único motivo por el que estoy aquí y no en una comisaría. Le quiere, y puedo ver que usted también a él.

-         Más que a mi vida.

-         En ese caso no puede permitir que pase de nuevo. Fíese de mí cuando le digo que el amor de un hijo hacia su padre… tiene un límite. Llegará un punto en el que dirá basta. Lo peor es que no dejara de quererle. Le querrá y le odiará al mismo tiempo, y eso duele demasiado. Es en estos años cuando los chavales construyen su vida…. Si usted se la arruina ahora no tendrá otra.

-         Yo… hacía tiempo que no pasaba… mi psiquiatra… dejé de ir, pero…

-         Es triste que necesite ir a un doctor para no hacer daño a su hijo. Pero si sirve, no lo deje. Porque si lo hace, entonces sí vendré con la policía. – le advertí.

-         Usted no sabe todo lo que he pasado por él.

-         Fred no tiene la culpa de eso. Lamento mucho si las cosas han sido difíciles pero no hace bien en pagarlo con su hijo. El problema de muchos padres es que no entienden que los hijos no tenemos la culpa de que su vida sea una mierda. - sentencié, pensando en Andrew.

-         ¿Quién se cree que es para venir aquí y hablarme de esa manera?

-         ¿Quién se cree que es para golpear a un niño que le salió tan bueno que ni intenta defenderse? Fred podría levantarse un día y devolverle el golpe, pero si no lo hace es porque le quiere o porque le tiene miedo. Es lo que aun no sé y realmente necesito averiguarlo, porque hay una gran diferencia.

-         Mi hijo no… no me tiene miedo….Por Dios…. No quiero que me lo tenga….

-         Ese es un buen comienzo. – dije y di media vuelta para marcharme. Antes de salir me giré y dudé un poco antes de añadir – Aún no sé su nombre.


Se lo pensó antes de responderme, como si no quisiera darme esa información.

-         Víctor. Víctor Owens.

-         Víctor. Le vi abrazar a Fred. Eso me hizo pensar que usted valía la pena. He venido aquí principalmente para comprobarlo. Creo que sí…. Pero por favor, no destroce su vida. Ni la de su hijo, ni la suya. Nadie disfruta al hacer daño a aquellos que quiere.

Recibí un ligero asentimiento como respuesta.

-         Su hijo sabe que las puertas de mi casa están abiertas para él. Estaré encantado si los dos quieren visitarnos alguna vez. -  dije al final, y me despedí.

Al salir de la carpintería, me temblaba todo el cuerpo. Había sentido deseos de zarandear a aquél hombre hasta hacerle entender mediante las vibraciones de su cerebro que se estaba arriesgando a perder a su hijo. Que no basta con querer a una persona. Que si no puedes hacerla feliz, al menos no la has miserable.

Tan sólo deseaba no haberme equivocado.


- Alejandro´s POV -


¿Qué posibilidades hay de que te entreguen tres suspensos en un día? En serio. ¿Es que mis profesores se habían puesto de acuerdo? Encima los tenía que firmar. Ni siquiera sabía cómo iba a reaccionar Aidan. Suspender un examen era malo. Suspender tres…. Sentí un escalofrío.

No me esperaba esos suspensos. Tampoco me esperaba un diez, pero creí que llegaba al aprobado.

Al menos, si es que había “un buen día” para suspender, era aquél. Papá no iba a llegar a casa hasta las tantas, y tenía toda la tarde para pensar en una idea brillante que me sacara de aquella.

En realidad, no necesitaba toda la tarde. Vivía con un falsificador profesional. Era hora de probar cómo de bueno en  lo suyo era Michael, y más que eso, hasta qué punto podía confiar en él. Tal vez me pedía algo a cambio por “sus habilidades”. Si era pasta, tenía algo ahorrado. El siguiente punto era conseguir que Ted no se enterara… aunque sí lo hacía ahora tenía con qué chantajearle. Aún no me creía que mi hermano escribiera relatos eróticos en sus ratos libres. Era tan antinatural como ver a mi profesor de mates en tanga.

Cuando las clases terminaron, me junté con mis hermanos en la valla de siempre. Habíamos quedado en que yo me ocupaba de Cole, de Madie y de Harry, porque no tenían ninguna actividad extra escolar ese día y yo tampoco. Iríamos a por Dylan a su colegio y luego esperaríamos en el patio a que salieran los demás.

Alice y Hannah tenían ballet, Kurt Judo, Barie y Zach teatro, y Ted natación.

-         Vale, a ver, escuchad. – dijo Ted en cuanto estuvimos todos - Zach, Barie, vosotros idos a teatro, vuestra profesora es muy puntual. Madie, tú tienes que vestir a las enanas para su clase. Chicos, vosotros ir a por Dylan, se asustará si llegáis tarde. Yo voy a vestir a Kurt. Nos juntamos aquí mismo en una hora, ¿entendido?

-         Señor, sí señor. Chicos, cuadraros, que el comandante está dando las órdenes – me burlé, haciendo el saludo militar.

-         El comandante te puede poner a hacer flexiones. – comentó Zach, y Ted se rió.

-         Ey, buena idea, me la apunto. Venga, y ahora todos a lo suyo. Alejandro, no pierdas de vista a Cole, ¿eh?

-         ¡No necesito que me vigilen! – protestó Cole.

-         Tienes razón: mejor vigila tú a Alejandro – respondió Ted, y le revolvió el pelo.

Ja ja. Qué gracioso. Todos se fueron, y Harry, Cole y yo nos fuimos a por Dylan. Nos reuniríamos con Madie a la vuelta, ya que se iba a quedar peleándose con el mallot de las enanas.


 - Ted´s POV -


-         Vamos Kurt, tengo que llegar a natación. – insistí, tirando del enano para que pasara al vestuario.

-         Que noooo, que no quiero.

-         Pero ¿por qué no?

-         ¡No quiero hacer Judo! Quiero ir con Hannah.

-         Enano, pero Hannah está haciendo ballet.

-         ¡Pues yo quiero hacer ballet!

Contuve una risa, pero luego pensé que podía ir en serio. Me agaché frente a él.

-         Bueno, pues luego se lo dices a papá ¿sí? Pero hoy tienes que ir a Judo.

-         Vaaale.

-         Ese es mi hermanito. Ven, vamos a ponerte el kimono.

Me peleé con el cinturón porque se abrochaba de una forma extraña, y finalmente conseguí que estuviera vestido y listo para su clase. Volé desde el gimnasio hasta la piscina cubierta, quitándome la camiseta por el camino. Entré al baño un momento para ponerme el bañador y me descalcé mientras seguía avanzando a la pata coja.

-         Mirad, nuestro capitán se ha dignado a aparecer – comentó Troy y me sonrió a modo de saludo. Era un curso menor que yo, pero nos llevábamos muy bien.

-         Capitán por el momento. Este año podríamos tener uno nuevo – dijo George. Él era amigo de Jack, y si ya me odiaba antes, desde que le expulsaron mucho más.

-         ¿Y por qué habríamos de tener uno nuevo? – ladró Troy. – Gracias a él ganamos el año pasado.

George iba a responder, pero en ese momento llegó el entrenador.

Uno no puede evitar pensar: “bah, es el primer día, seguro que ni nos metemos en la piscina”. JA. JA. Y mil veces JA. Cinco largos. Nos hizo hacer cinco largos. Ida y vuelta. Cuando salí de allí tenía los brazos como gelatinas. Eso iba a dejar agujetas. Seguro.

Cuando fui a secarme en el vestuario, el entrenador me llamó.

-         Toma, Ted – me dio un gorro de baño dorado. El del resto del equipo era azul.  Ese era el gorro que llevaba el capitán.

-         Tenemos que elegir un nuevo capitán para este año…

-         Y hasta entonces tú sigues siéndolo en funciones. Además, estoy seguro de que te elegirán de nuevo.

Sonreí y fui a vestirme, cada vez más convencido de que yo había nacido para vivir en el agua.

Cuando salí al patio mis hermanos ya estaban todos fuera. Kurt iba con el kimono y las peques con el mallot, pero claro, yo no podía ir por la calle con el bañador, así que por eso había tardado más.
-         ¿Qué tal la clase Kurt? ¿Has ganado muchos combates?

-         ¡No! – gruñó. Estaba de mal genio el enano.

-         Bueno, pero no te enfades. No pasa nada. No se puede ganar siempre.

-         ¡Pero es que yo no gano nunca! – protestó. Tal vez por eso quería dejarlo. Le vi algo abatido y busqué la forma de hacer que se sintiera mejor, pero de pronto sonrió – Ted ¿me enseñas a pelear?

-         ¿Cómo?

-         Cole dice que te peleaste con Michael. ¿Me enseñas?

-         Pero….eso….eso no es Judo enano…. – balbuceé. Mierda. Había tenido que enterarse ¿verdad?

-         No importa, ¡enséñame!

-         No, Kurt. No hay nada que enseñar. No estaba haciendo deporte ¿de acuerdo? Estaba haciendo algo malo.

-         ¿Algo malo? ¿Y te dieron en el culito?

Me ardieron hasta las orejas. Me planteé la posibilidad de ignorar la pregunta. Igual a Kurt se le olvidaba. Pero…

-         Vamos, Ted, respóndele ¿te dieron en el culito? – se burló Alejandro. Me dedicó una sonrisa socarrona, disfrutando el momento.

-         Claro que no, enano. A Ted ya no pueden castigarle así, Kurt – me ayudó Cole. Le miré con agradecimiento pero sabía que no iba a colar, y efectivamente no coló.

-         Sí pueden – dijo Alice, recordando seguramente lo que yo mismo la había dicho no hacía mucho.

-         Sí, Kurt, papá me…me castigó. Por eso no puedo enseñarte a pelear. No es algo que necesites aprender.

-         Además, si llega el momento sabrás hacerlo. Sólo hay que dar patadas y puñetazos.  – apuntó Alejandro.

-         ¡Ah! Pero eso ya sé hacerlo.

-         ¡Alejandro, así no me ayudas! – le dije, temiendo que le diera ideas. Me sentiría horrible si Kurt empezaba a pegarse con la gente sólo porque yo me había peleado con Michael. Lo único que me faltaba era sumar “mal ejemplo” a la lista de cosas por las que estar avergonzado.

Sentí entonces algo que se aferraba a mi cintura. Kurt se había acercado para abrazarme. Me paré y le devolví el gesto, algo extrañado.

-         ¿Y esto?

-         Ayer me abrazaste y me hiciste sentir mejor cuando papá me castigó. Hoy te abrazo yo. – me dijo.

Morí y resucité mil veces ante tanta ternura. Sin importarme quién pudiera verme en los alrededores del colegio, le cogí en brazos y le di un beso.

-         Gracias, peque.

Kurt me sonrió y cuando le dejé en el suelo me dio las gafas para que se las limpiara, porque las tenía totalmente sucias.

-         Eres tan dulce – dijo una voz a mis espaldas. Me tensé porque la reconocí: era la voz de Agustina. Me giré lentamente y efectivamente era ella, que se nos había acercado.

Querida madre, de nuevo gracias por la melanina que hace que no se me note cuando me ruborizo

-         ¿Qué….qué haces aquí? – logré pronunciar. Hablar con ella fuera del colegio  me daba más corte aun del que me daba hacerlo dentro.

-         Me voy a mi casa, como todo hijo de vecino. La cosa es que haces tú: soléis iros en coche.

-         Mi padre trabaja y en mi coche no cabemos todos. Pero ¿tú qué haces tan tarde? Las clases acabaron hace una hora…

-         Me presenté al estúpido casting de las animadoras, para el cual seguramente no me cogerán porque ni soy rubia ni soy anoréxica.

-         No sé si decir que me alegro o que lo siento – respondí con sinceridad. Lamentaba que no la hubieran cogido en algo en lo que quería participar, pero me alegraba de que no formara parte del club de las descerebradas.

-         Yo no lo siento: no quería entrar. Es el primer año que me presento, porque es el único año que no me lo han ofrecido. Sólo quería comprobar si mis “amigas” lo seguían siendo ahora que no estoy con Jack. De pronto he dejado de ser “Agus” o “Gus” o “Tina” para ellas ¿sabes?

-         ¿Qué tiene que ver Jack en todo esto? – pregunté extrañado. Kurt tiró de mi pantalón, para que no me enrollara a hablar. – Oh, sí, perdona. Agus, estos son mis hermanos. Les has visto a todos, pero creo que sólo conoces a Alejandro. Este enano de aquí es Kurt.

-         ¡No soy enano!

-         ¿Desde cuándo? – le pregunté, y me di cuenta de que actuaba raro. Se había erguido, tratando de ser más alto y no se había puesto las gafas, aunque ya se las había devuelto. Tardé en procesar que mi hermano estaba intentando desplegar sus torpes dotes de conquista. ¡El mico de seis años estaba intentando de impresionar a MI novia!. Por más que lo intenté, no pude reprimir la risa.

-         Tiene razón, ya es todo un hombrecito. Yo soy Agustina – se agachó para darle un beso y las mejillas de Kurt, muy blanquitas, se encendieron.

Presenté a todos mis hermanos y Alice decidió que tenía que probar si estar colgada del cuello de Agus se sentía igual que estar colgada del mío, porque se agarró y no parecía dispuesta a soltarse.

-         Madre mía, ¡sois demasiados!

-         Y te falta mi hermano Michael, pero a ese no lo conocerás a no ser que vengas a casa, lo cual nos encantaría. – dijo Zach -  Tengo que pedírtelo yo, porque si esperamos a que lo haga Ted me sale barba.

-         ¡Zachary! – exclamé, pero no tuve ocasión de añadir nada más.

-         A mí también me encantaría – respondió Agustina, mirándome fijamente a los ojos, haciendo que en ese momento me olvidara hasta de mi nombre.

-         Pues….si….si quieres…. – logré articular.

-         ¿Ya no me evitas? – me preguntó.

-         ¿Evitarte?

-         Llevas días haciéndolo. – respondió, en tono de “no te hagas el tonto” e hizo dar un botecito a Alice para cogerla mejor. Creo que la gustaba tener a  mi hermana en brazos. Debían de gustarle los niños.

Supongo que tenía razón. Inconsciente y conscientemente evitaba  quedarme a solas con ella porque me daba miedo descubrir que no la gustaba.  Me sentí taladrado por sus ojos ligeramente rasgados. Dejó a mi hermana en el suelo y me siguió mirando. Sabía que tenía qué decir algo, pero no sabía qué narices responder.

- Mmm….esto… bueno…es que…

- Oh, a la porra – exclamó, rodó los ojos, y de pronto se puso de puntillas para besarme. No me lo esperaba para nada. Abrí mucho los ojos y antes de poder responder a su gesto ella salió corriendo, soltando una risita.

Observé cómo se iba mientras notaba los latidos del corazón en la garganta.

- Es muy guapa – suspiró Kurt.

- Mucho – concordé, distraído. - ¡Ey, un momento! – me agaché junto a él y le hice cosquillas – ¡Pero bueno! ¿Me vas a robar a la novia renacuajo?

- ¿Es tu novia? – preguntó Cole. Sólo entonces me di cuenta de lo que había dicho.

- Esto…no, no, nada de eso.

- ¡Ted, tiene novia, Ted tiene novia! – rió Hannah, y detrás de ella todos mis hermanos empezaron a corearlo, incluido Dylan. Fue inútil decir que se callaran, así que tuve que escucharles todo el camino a casa. Probablemente todo el barrio se había enterado de que “Ted tenía novia" …salvo el propio Ted, porque yo no estaba seguro de lo que acaba de pasar. Me había dado un beso: eso tenía que significar algo.
Aun sentía algo en los labios, como un cosquilleo ante el roce inesperado. Reviví una y otra vez el momento, fantaseando con conversaciones imaginarias en las que la pedía salir, hasta que un grito fuerte me sacó de mis pensamientos.

El grito venía de Hannah, que enseguida se puso a llorar. Se había alejado corriendo de Cole y se había empotrado contra la pared de una casa.

 - Cole ¿qué la has hecho? - pregunté y me acerqué a Hannah. Soltó un gritito y me señaló algo. Tras unos segundos comprendí que se trataba de una avispa que revoloteaba por ahí cerca. A Hannah le daban mucho miedo. Casi todos los insectos, en realidad.  -  Tranquila, peque, no pasa nada. Shhh, no llores. ¿Te picó?

Ella negó con la cabeza y estiró las manos pidiendo que la cogiera en brazos. Sonreí un poco y la levanté.
Hannah hundió la cabeza en mi hombro y poco a poco se calmó. 

- Avispa mala - protestó, mimosa.

- Muy muy mala. Que no la pille yo, que sino... - concordé, y la di un beso. Estuve así un ratito más y luego la dejé en el suelo.

Me fijé en el ceño fruncido de Cole, que parecía muy enfadado.

- ¡Yo no la hice nada! - me dijo.

- Lo sé... Perdona.... Estabas a su lado y pensé...

- ¡Bueno, pues pensaste mal!

- Lo siento, Cole.

No me respondió, pero se alejó un poco demostrando que seguía enfadado. No había sido para tanto ¿no? Y me había disculpado. Jolín, qué carácter.

Por fin llegamos a casa y como era viernes nadie fue a hacer deberes de primeras. Salieron en desbandada hacia el jardín y hacia la tele. Me peleé un rato para que hicieran tareas, porque a lo mejor el sábado íbamos a algún sitio con papá. Yo tendría que hacerlos el domingo, porque me tocaba hacer la compra.

La gente se llevaba las manos a la cabeza al pensar en una compra semanal para una familia de trece personas. Supongo que hace unos años sí que era horrible, pero gracias al maravilloso invento de los ordenadores hacíamos la compra por internet. Lo único que teníamos que hacer era meternos en la web del supermercado, marcar el producto y la marca que queríamos, y esperar a que vinieran a traérnoslo a casa. Fácil. Papá me había dejado el dinero para pagarla en un cajón. Me senté frente al ordenador para empezar a hacer el pedido y....

¡HORROR!

Ese día no atendían pedidos por internet por problemas en el servicio técnico.

"Que alguien me mate".



- Madelaine´s POV -



- ¿Estás segura de esto, Barbie?  - pregunté, mientras cerraba la puerta de nuestro cuarto para que no entrara nadie.

- ¿Quieres que papá se quede soltero para el resto de su vida?

- Pues la verdad, no lo sé....Así estamos bien...

- Hoy has tenido que vestir a Hannah y a Alice para su clase. Para ti y para mí ya es tarde, pero ellas necesitan y aun pueden tener una madre.

Me quedé pensando en esas palabras. Cuando yo tenía la edad de Alice era papá quién me vestía, y quien entraba conmigo al baño, y el que hacía las cosas que por regla general hacía una madre. No es que nunca hubiese querido una, porque de hecho los días de la madre eran muy dolorosos para mí, e imagino que también para mis hermanos. Pero nadie podía llegar cuando ya tenía doce años y pretender ser mi madre. No había caído en que Barie no quería eso, sino que lo que se proponía era encontrar una madre para las peques.

- Será bueno para ellas – admití - Y para Kurt.

- Y para Kurt. – coincidió. Creo que estábamos pensando lo mismo: para todos nosotros. Para todos nosotros sería bueno tener una madre, aunque para algunos ya fuera tarde.

- ¿Estás segura de esto?

- Sí, Mad, de verdad. - respondió Barie y cogió el portátil de papá, que previamente había sacado de su cuarto. - Que no haya cerrado su cuenta, que no haya cerrado su cuenta....

Se metió en twitter, y afortunadamente papá no había cerrado sesión, así que se abrió la cuenta de Aidan Whitemore. Tenía muchísimas notificaciones de gente que había retweeteado sus mensajes. Hacía dos días que papá no publicaba nada.

-         Deja de cotillear y métete en los mensajes directos. – le dije a Barie.

-         Ah, ¿ahora te entró la impaciencia?

-         No, es sólo que no quiero que se entere. Creo que estas cosas es de las que le enfadan mucho.

A nadie, creo yo, le gusta que entren en su cuenta, o que espíen su correo.
-         Es por una buena causa. Además, culpa suya: haberla cerrado.

Rodé los ojos. Cuando mi hermana tenía una idea, nadie se la sacaba de la cabeza. Buscó a la tal Holly en twitter y pinchó en su perfil. No sé qué había visto Bárbara en ella para estar tan obsesionada, pero confiaba en su instinto. Barie es de esas personas que te miran a los ojos y sabes si estás mintiendo. Supongo que miró a los ojos de Holly y vio algo bueno en ella.

En el espacio dedicado para la biografía, Holly no había puesto mucho. “Madre, periodista, soñadora.” Eso, y un link a un blog vinculado con el periódico en el que trabajaba. Barie pinchó con el ratón táctil para mandarla un mensaje. Leí por encima de su hombro.

-         Papá no escribiría así. Él no lo llenaría de emoticonos. – la dije. Barie borró la sonrisa y reescribió la frase. – “Fue muy agradable encontrarnos el otro día” – leí, y bufé – Tampoco pondría eso. No es un snob estirado.

-         ¿Quieres hacerlo tú, lista?


-         Está bien – acepté, y me pasó la tablet. Me senté mejor y la apoyé en las piernas. Empecé a escribir un mensaje en el que sólo la saludaba. Le di a enviar.

-         Pero ¿qué haces? ¡No la has pedido salir!

-         Se supone que nos estamos haciendo pasar por papá. No voy a ponerle “Hola guapa, ¿sales conmigo?” porque no. Porque no cuela. Primero hay que iniciar una conversación.

Holly estaba conectada en ese momento y respondió enseguida. Ella parecía nerviosa y me recordó un poco a mí cuando John me escribía por Facebook. Parecía más una adolescente que una adulta.

MADIE/AIDAN: Hola, Holly.

HOLLY: Hola :DDDD  

-         Eso  ha sonado a “Dios mío, me has hablado”. – comenté, por la efusividad del emoticono.

MADIE/AIDAN: ¿Cómo estás?

HOLLY: Estresada. Pero no puedo quejarme cuando usted tiene que estar hasta arriba con la editorial.

MADIE/AIDAN: ¿Usted?

HOLLY: Tú :)

MADIE/AIDAN: :D

-         ¿No era que papá no pondría emoticonos? – protestó Barie.

-         Ella los puso primero.

HOLLY: ¿Qué tal está tu niña? La de la consulta… No me dijo su nombre.

-         Se refiere a mí – dijo Barie con ilusión. Me quitó la tablet para responder ella.

BARIE/AIDAN: Bárbara. Le decimos Barie. Está bien. La causaste muy buena impresión.

HOLLY: Me alegro. Es muy dulce…

BARIE/AIDAN: ¿Tú tienes hijos también?

-         Esa pregunta es demasiado directa para ser de papá –  indiqué, chasqueando la lengua.

HOLLY: Sí.

-         Sí. Jolín, ¿por qué no dice nada más? ¿Cuántos? ¿Cómo se llaman? Grrr – protestó Barie.

HOLLY: …ya ayer te lo dije, ¿recuerdas? Por eso no puedo ir al Meet and Greet.

Miércoles. Vaya metedura de pata. No conocíamos las conversaciones previas que habían tenido.

BARIE/AIDAN: Ah!! Es verdad. Pero podrías venir….y dejas a tus hijos en mi casa, con mi hijo mayor….

-         ¡Bárbara! Y nunca mejor dicho, él nombre te viene al pelo….pero qué bruta eres…. – me escandalicé, y volví a coger la tablet.

MADIE/ AIDAN: Es broma :P

-         ¿Pero cómo vas a decirle eso, tontita? ¿Quieres espantarla? No puedes ofrecerle algo así, y menos en nombre de papá. – la dije.


No tuvimos ocasión de ver la reacción de Holly, porque Ted abrió la puerta de nuestro cuarto. Tenía el móvil en la oreja, y estaba hablando con alguien.

-         ¿Qué hacéis?

-         ¡Nada! – respondimos a la vez. Esocndí la tablet bajo la sábana, aunque la tablet en sí no era sospechosa.

-         Sí, papá, eso mismo estoy diciendo. Chicas, preparaos, que nos vamos.

-         ¿A dónde? – pregunté.

-         A comprar. Hoy no se puede hacer por internet. Tenemos que ir al supermercado. ¡Sí, papá, ya sé que es una locura! Pero me dirás tú qué cenamos sino, porque la envera está vacía. Que sí, vacía del todo. Como no quieras que comamos todos con un tomate y piña enlatada….

Ted hablaba a medias con nosotros y a medias con papá por el aparato. Se le veía desquiciado, pero no me costó mucho entender por qué: ir a comprar todos, los once. Dylan, Kurt, Hannah y Alice incluidos.

-         No sabía que el fin del mundo iba a llegar tan pronto – murmuró Barie. No pude estar más de acuerdo.


-         Michael´s POV -



Nunca me he tenido por una persona inteligente, pero sí observadora. Greyson me había asignado una mesa pequeña que estaba en su ángulo de visión, pero eso significaba que él también estaba en mi rango. Me miraba mucho, pero supuse que eso era normal puesto que yo era la pieza central de su plan. Sin embargo, tras varios días allí empecé a fijarme por fin en cómo trataba a las demás personas que no eran yo.

Greyson era en apariencia un  buen jefe de policía. Organizado, capaz de tomar decisión inteligentes, tranquilo… Su único defecto era su impaciencia. Si pedía algo lo quería al momento. El pobre becario fue víctima de su ira por tardar más de dos minutos en llevarle un café.

Tras observar aquello, no pude evitar preguntarme por qué no me insistía más para que le trajera firmados los papeles de la adopción. De vez en cuando me lo preguntaba, pero apenas me amenazaba, ni me insistía con verdaderas ganas.

Hasta donde yo sabía, él necesitaba esos papeles. Necesitaba que yo fuera el heredero de Andrew y de Aidan. Había empleado mucho tiempo, dinero, y chantajes para llegar hasta donde estábamos.

Por primera vez en mi vida, me puse a analizar el plan de Greyson. Él me había enseñado a robar. Me había enseñado a mentir, a estafar, a engatusar a la gente. Pero no me estaba preparando para ser un ratero más. Algo me dijo que toda mi vida me condujo a un gran golpe. A ese gran golpe.

“¿Cómo sabe que Aidan es rico? ¿Cómo pudo ver el testamento de Andrew o por qué quiso verlo en primer lugar?¿Cómo tuvo acceso a esa información, si yo vivo con Aidan y no sé nada? ¿Por qué esa fijación con él? ¿Por qué no buscamos alguien más fácil de estafar? ….Si lo que necesita es el dinero, ¿por qué no me hace robar un banco? El que iría a la cárcel sería yo…”

“¿Por qué no insiste con lo de la adopción?” volví a pensar, cuando  le vi golpear su escritorio porque un oficial se había retrasado con el papeleo.

-         Ey, chico. – me saludó una voz. Una voz conocida. Giré la cabeza para ver a Thony.

-         ¡¡Thony!! – saludé, y me puse de pie, muy contento de verle.  - ¿Qué haces aquí?

-         Es mi día libre, y he venido a verte. Veo que la vida en libertad te sienta bien. Esa ropa es mejor que la que llevabas antes.

-         Casi toda es de mi hermano.

-         Haces que suene tan natural…Te has acostumbrado muy pronto a tener un hermano. ¿Estás bien con ellos? – me preguntó, con preocupación sincera. Lamenté todas las peleas que había tenido con él alguna vez.  Nos llevábamos como el perro y el gato, pero era uno de los pocos maderos decentes que conocía.

-         Esa casa es una locura. Y Aidan es un pesado cursi y lleno de órdenes.  – dije, sin poder evitar acordarme de aquella mañana. Era un….un….simio gigante con complejo de farola. ¡Que me pegó!  Recordé que también me había pegado delante de Thony y quise morirme.

-         O sea, que estás bien. Creo que mi hijo puede pensar algo parecido de mí.

-         Tú no eres cursi. Algo lelo, eso sí, pero no cursi. – respondí.

-         ¡Vaya, gracias! Esto me pasa por ser amable y venir a verte…

-         Muchas gracias por venir, Thony. Me alegro de verte.

-         Algún día me tenía que pasar. Es mi sede… sólo que últimamente hay mucho trabajo… bueno, allí.

No estaba de servicio, así que no llevaba el uniforme, pero sí se le notaba algo cansado. Y aun así había sacado tiempo para acordarse de mí. No era más que un  delincuente del que él se había tenido que ocupar como funcionario de la prisión. No tendría que tomarse ninguna molestia por mí…Carraspeé, incómodo por el agradecimiento que sentía. Él también carraspeó un poco.

-         ¿Qué tal con el oficial Greyson? – quiso saber.

-         Super ….

-         Aham. ¿Me dices ahora la verdad?

-         A ti no puedo mentirte. No me cae bien, ya lo sabes.

Más de alguna vez había pensado en contarle a Thony la verdad sobre Greyson, pero no sabía si me iba a creer. Lo más probable era que no, y en el caso de que lo hiciera le pondría en un compromiso. Podría poner en riesgo su trabajo si tomaba medidas contra un hombre que ostentaba un puesto mucho más alto que el suyo.

-         Pensé que la cosa había mejorado cuando te ofreció el trato…. En el hospital parecíais llevaros bien…

En el hospital me metió un puñetazo, pero tú te creíste que me metí en una pelea, al igual que Aidan” pensé, pero no lo dije.

-         Estaba cansado, convaleciente, y no soy idiota. No voy a morder la mano que me da de comer.

-         No entiendo por qué no le soportas. Os parecéis más de lo que crees.

-         Uy, sí. El es poli, yo un exconvicto. Él ronda los cuarenta años, y creo que los supera, yo no llego a los veinte. Él es un hijo de puta, yo no.

-         ¡Michael, no hables así!

-         Ya tengo un padre, Thony, y no está así que….

-         ¿Padre? – me preguntó, con una sonrisa. Me sentí algo incómodo. No lo había dicho pensando en Aidan, sino en mi padre padre. Aunque no me molestaba pensar en Aidan como tal…

-         ¿Tienes noticias de mi viejo? – le pregunté. Thony negó con la cabeza, mirándome con compasión.

-         No le llegarían tus cartas…

-         Ya. Claro. O tal vez se ha olvidado de cómo se escribe. – repliqué, con sarcasmo. En verdad no le culpaba. Hacía años que no  nos veíamos, él estaba en otro estado, en la cárcel de por vida. No debía sentirme ya como a su hijo y si era así hablar conmigo debía de ser casi tan doloroso para él como era para mí. Habíamos estado demasiado tiempo separados y de todas formas yo no  me creía capaz de perdonarle los delitos por los que le habían condenado. Violación y asesinato. Simplemente no podía asociar esas dos palabras con mi padre…. Ya no podía asociar a ese hombre conmigo mismo.

-         ¿Lo ves? Tienes mucho en común con Greyson. – comentó Thony.

-         ¿Con Greyson? Más bien,  mi padre ausente me hace parecerme a Aidan….

-         El padre del oficial también estuvo en la cárcel ¿no lo sabías?

“Eso es mentira. El padre de Greyson vive en Ohio. Es un cabrón que jamás le reconoció como hijo. Sé que le mandó investigar: me piqué porque no me lo pidió a mí.” pensé, preguntándome por qué Greyson mentía al respecto. Ohio. ¿A quién conocía yo que fuera de Ohio?

-         Y en cambio salió policía – respondí, pensando que tenía que decir algo.

-         Y antes que eso estuvo en la cárcel también.

-         ¿Qué? Espera…. ¿qué? – pregunté. ¿Sería verdad? Pensé que sólo yo sabía que Greyson era un puto delincuente. Y que nunca le habían pillado. Eso era tan fácil de comprobar cómo mirar sus antecedentes, pero yo no tenía acceso a eso. Thony por el contrario sí…

-         Por intentar robar una identidad.  – añadió Thony, al ver mi estupor. 

-         ¿La de quién?

-         No lo recuerdo. Ocurrió hace muchos años, Mike. Se rumorea sobre eso en el cuerpo, pero no es un tema que nadie se atreva a sacar.

Por alguna razón, sentí que  aquello tenía que ver conmigo. Mire en dirección a Greyson, que estaba hablando por teléfono y me acerqué a él.

-         Michael, espera… - empezó Thony, pero no le escuché.

Acorralé a Greyson y le obligué a colgar. Luego le cogí del brazo para arrastrarle a un despacho vacío. Varios policías se acercaron entonces desde sus mesas para impedirlo, pero Greyson les detuvo con un gesto.

Una vez estuvimos a solas, él se soltó y se sacudió la chaqueta.

-         ¿Qué cuernos te pasa?

-         ¿Estuviste en la cárcel? – le pregunté, directo al grano.

-         No sé de qué me hablas.

-         Ahórratelo. ¿La identidad de quien quisiste suplantar? – exigí.

Lo normal hubiera sido que Pistola entrara en acción en ese momento, y me amenazara con su arma o sin ella. Las órdenes las daba él, y generalmente no me dejaba hablarle así. Pero aquella vez me miró con algo que casi se parecía al afecto. Era la mirada que ponía al hablar de mí con otras personas: gracias a eso se había camelado a Aidan, a base de mentiras y de medias verdades, y fingiendo un gran aprecio hacia mí persona. Cuando era más pequeño quería creer que ese afecto era real, pero no amenazas de muerte a la gente a la que aprecias, ni le enseñas a ser un delincuente, ni le metes en la cárcel cuando muestra deseos de no querer seguir robando.

-         La de Andrew Whitemore. – dijo al final. Su tono evidenció que hablaba completamente en serio. Durante varios minutos, no supe qué decir. Una idea horrible empezaba a formarse en mi cabeza, y Greyson dejó que se desarrollara dentro de mí. Me dejó pensar sin interrumpirme.

-         Tú conocías a Andrew antes de pedirme que le estafara – dije al final, aunque eso era evidente, dado que muchos años atrás había intentando hacerse pasar por él legalmente.

-         Sí.

-         Sabías también que era el padre biológico de mi hermanastro. Cuando yo te lo dije no te abrí los ojos. No se te ocurrió el plan en ese momento, sino que yo también formo parte de él. Me recogiste de la calle porque sabías quién era yo. Desde el mismo momento en el que empezaste a enseñarme tenías muy presente quién era yo –  seguí diciendo, sin dejar de mirarle a los ojos.

-         Sí. También me ocupé de que Aidan no supiera nunca quién eras tú, hasta el momento correcto. Me ocupé de que creyera que Ted fue el único hijo de Adele.

Eso debería haberme enfurecido, pero estaba demasiado en shock como para enfadarme. Mi cerebro trabajaba a toda velocidad, desmontando todo lo que yo creía saber de mi vida y de la de Greyson.
-         El testamento que me dejaste leer es falso…  -aventuré. Recordé el papel que me enseño, en el que Andrew le legaba todos sus bienes a Aidan y añadía un discurso conmovedor. Daba asco pensar que alguien pudiera falsificar esas cosas.

-         Por supuesto. Me extraña que no lo hayas pensado antes. No tengo acceso a él. Hay cosas que no pueden conseguirse ni con sobornos.

-         Pero Andrew sí es rico….

-         Asquerosamente. – afirmó, asintiendo también con la cabeza.

-         Y tú quieres su dinero. Y el de Aidan.

-         No tengo nada personal en contra de Aidan. Es sólo un obstáculo en el camino, por eso no pienso hacerle ningún daño.

-         ¿De veras? – pregunté con sarcasmo. - ¡Quieres meterle en un manicomio! ¡E intentaste envenenar a Ted! ¡Estás dispuesto a matar a mi hermano!

-         Sí, debe ser cosa de familia… - susurró. – No le di ningún veneno. Ni siquiera he llegado a acercarme a él. La primera vez que le vi fue en el hospital. Me alaga que me consideres tan poderoso, pero tampoco puedo sobornar a un hospital, Michael. Eres muy inocente. El dinero no lo soluciona todo, y ya deberías saber que yo tampoco tengo demasiado. A tu hermano le dio un ataque leve de apendicitis y yo lo aproveché para que dejaras de hacer el tonto y volvieras de una vez. ¿Sabes las tonterías que me tuve que inventar sobre por qué te escapabas cuando iban a darte la libertad?  Que si estabas sólo, que si ser libre era pero para ti que estar encerrado…

-         ¡Es que es cierto! ¡Eso no era libertad! ¡ESTO NO LO ES! ¡Soy tu esclavo!

-         Oye, muchacho, te he dado una familia, después de todo.

-         ¡Me has ordenado que me infiltre, que no es lo mismo!

-         Simple cuestión de semántica… Si no disfrutas del viaje únicamente porque no te gusta el destino es tu problema, no el mío.

-         Pero… la operación de Ted…. Se curó muy rápido….y tú dijiste… dijiste que le envenenarías…. Se te dan bien los venenos, tienes un libro…

-         La mejor mentira es siempre aquella que tenga una base de verdad.  No le hice nada a Ted… pero se lo haré si le cuentas a alguien esta conversación y si haces algo que pueda arruinar las cosas.

No me dejé impresionar por la amenaza, aunque tampoco me la tomé a la ligera.

-         ¿Por qué trataste de suplantar la identidad de Andrew? ¿Por qué esa fijación con mi familia?

-         Eso no es asunto tuyo – respondió. Sabía que replicar no tenía ningún sentido.

-         ¿Por qué quieres que Aidan me adopte?

-         Era necesario.

-         Pero… ¿por qué cambiaste las cosas? – insistí. Eso me carcomía por dentro – En un principio le dijiste que si no me adoptaba no me darían la condicional. Luego le dijiste que si trabajaba tres meses contigo podía ser libre y que ya no era necesario que me adoptara. ¿Por qué?

-         Quería que te adoptara por decisión propia, Michael. Casi todo lo que le conté sobre ti, sobre cómo había sido tu vida, es cierto. Tan sólo omití el papel que yo he jugado en ella. Quería que si te adoptaba no lo hiciera por imposición, sino por verdadero deseo de que pertenecieras a su familia.

Me le quedé mirando durante varios segundos. Eso no tenía ningún sentido. ¿Por qué él iba a querer eso para mí?

-         ¿Y qué ganas tú con eso? – inquirí, con desconfianza.

-         ¿Qué gano? Nada, supongo. Bueno, era una forma de asegurarme que seguías adelante con el plan, al tenerte aquí conmigo. Y además así no te perdía de vista.

-         Claro, por el cariño y el amor que me tienes – repuse, con sarcasmo. Y él  me miró, alzando una ceja, como diciendo “precisamente”. Bufé. - ¡Deja de fingir! ¡Yo no te importo una mierda!

-         A mí también me adoptaron, Michael. Supongo que me sentía identificado. No todo lo que hago es en beneficio personal, muchacho. Te debo varios favores. Aidan era la forma de devolvértelos, y al mismo tiempo te coloca justo donde quiero que estés.

-         ¿Pretendes que te crea?

-         Me da igual si no lo haces, pero te digo la verdad – me aseguró. Y casi diría… juraría que no estaba mintiendo. Pero eso no podía ser.

-         Si de verdad lo hubieras hecho por mí, por darme una familia, no estarías haciendo todo esto para quitármela. Si las cosas salen como tú quieres Aidan terminará en un psiquiátrico, y no sólo me lo quitarás a mí, sino también a sus hijos.

-         Ojalá hubiera otra manera.

-         ¡LA HAY, JODER! ¡TRABAJA, COMO HACE TODO EL PUTO MUNDO PARA CONSEGUIR DINERO! – chillé. Era irónico que fuera yo el que le estaba diciendo aquello.

-         ¡Ya tengo un trabajo, Michael! ¡Si sólo quisiera dinero me buscaría una forma más sencilla de conseguirlo!

-         ¿No lo quieres? – pregunté, asombrado, a mi pesar.

-         Sí. Lo necesito. Pero no es lo único que busco. Lo principal es la venganza.

Le miré sin comprender. Respiré hondo, y traté de pensar con claridad.

-         Dijiste que el testamento era falso…

-         Sí, pero sospecho que el de verdad no es muy diferente. El único hijo que Andrew ha reconocido legalmente  ha sido Aidan. Tiene la obligación de dejarle un porcentaje, y supongo que el dará también todo lo demás.

-         Entiendo la parte del dinero. Aidan tiene pasta, Andrew tiene más. Te cargas su familia, dejas a sus hijos muertos de hambre y tú te haces rico. Es propio de una rata como tú. Pero ¿y la venganza? ¿Qué coño ha podido hacerte Aidan para que le odies tanto?

-         ¿Aún no entiendes que esto no es contra Aidan?

-         ¿Y entonces contras quién?

-         Por Andrew, Michael. Siempre ha sido por Andrew. El día en que le vea muerto alcanzaré la paz, y en realidad les estaré haciendo un favor a Aidan y a sus hermanos. Sólo estaré trayendo justicia al mundo. Cogeré lo que por derecho me pertenece.

Greyson sonó tan desquiciado al decir aquello que en ese momento no me quedó ninguna duda de que había perdido la cabeza. Sus ojos estaban ligeramente dilatados, lo que decía no tenía ningún sentido y no era más que un puto loco.

-         Ted ´s POV -

Cuando colgué el teléfono tras hablar con papá estaba al borde de la histeria. Al principio Aidan me había dicho que no fuera a comprar, pero realmente estábamos en las últimas y era necesario. Luego me dijo que fuera yo sólo y dejara a todos en casa, por más que la idea le desagradara. Y es lo que intenté, pero los enanos no querían quedarse solos y Kurt dijo que ya que no había parque ese viernes al menos le tenía que dejar venir conmigo.
-         Nos portaremos bien – me aseguró.

-         Te ayudaremos a comprar – dijo Hannah.

-         Terminarás antes si somos más llevando los carros – insistió Kurt, y en eso tenía razón. Comprar comida de siete días para trece personas llena más de un carro, y más de dos, y podía volverle loco por el centro comercial arrastrando una fila de cuatro carros llenos. En cambio, si les llevaba, Alejandro podría ayudarme y Harry y Zach también.

Lo cierto es que papá se sentía más tranquilo si Alejandro me acompañaba, principalmente porque iba a llevar mucho dinero en efectivo. Seiscientos dólares, para ser exactos. Aidan era un poco paranoico con eso de los atracos, pero yo también, porque ya me habían robado una vez y es de esas experiencias que no quieres repetir.

Pero claro, si Alejandro se venía conmigo mis hermanos se quedaban solos, y eso no podía ser. Así que al final resolvimos ir todos al centro comercial, pero sé que papá se quedó intranquilo. Incluso me dijo que iba a intentar venir, pero era realmente imposible. No podía cancelar sus compromisos.

Todos se estaban preparando para irnos y yo me auto convencía de que aquello iba a salir bien. Los mayores me ayudarían con los pequeños. Ir de comprar no era algo tan malo. ¿Qué era lo peor a lo que me podía enfrentar? ¿Un berrinche?

Aun así, respiré con más paz cuando Michael llegó a casa.

-         Qué pronto.

-         Me han soltado antes – respondió. Estaba serio, y parecí preocupado.

-         ¿Te pasa algo?

-         Nada.

Me mordí el labio.

-         ¿Sigues… enfadado? – pregunté, con cierto temor y vergüenza. No me apetecía recordar lo de aquella mañana. Él se avergonzó un poco también.

-         No. Eres tú el que debería enfadarse.

-         Lo que te dije…No podía esperar nadie mejor, Michael…da igual si vienes de la cárcel o de la Antártida…Eres mi hermano, y me alegro mucho de eso. – le aseguré. Mis palabras hicieron que él se sintiera más incómodo todavía.

-         Tú tampoco estás mal. – dijo al final. Me indigné por una respuesta tan poco emotiva y le tiré un cojín del sofá. Él me miró un tanto sorprendido, pero luego entró al juego. Me persiguió por todo el salón. – Ven aquí, canijo…

Sólo papá me había llamado canijo alguna vez, porque los demás eran más pequeños que yo. Pero eso había cambiado. Michael era mi hermano mayor y los dos nos tiramos al sofá, haciendo el idiota como tantas otras veces había hecho con Alejandro, peleándonos en broma.

-         Iros a un hotel – dijo Harry, cuando pasó por el salón. Michael le tiró un cojín a él y acertó con una puntería excelente.
-         Una forma muy original de saludar – gruñó Harry, y Michael soltó una pequeña carcajada y fue a revolverle el pelo. - ¡Suelta, bicho!

-         Para bicho tú, microbio.

Sonreí al ver que sin darnos cuenta habíamos adquirido un rango de confianza muy alto con Michael. Parecía que llevaba con nosotros toda la vida. Me sentí muy bien, y creo que Harry experimentó algo parecido, porque él también sonrió.

-         ¿Nos vamos o qué? – me preguntó luego.

-         ¿Ir a dónde? – se extrañó Michael.

-         A comprar. Hoy no puede hacerse por internet. Por Dios, dime que vienes con nosotros. O sino que te quedas en casa  con ellos mientras Alejandro y yo nos vamos. Eso último sería la mejor opción…

-         Zach no quiere irse – dijo Harry.

-         ¿Y eso?

-         Dice que tiene mucho que estudiar.

-         Vais a la misma clase. Eso significa que tú también tienes mucho que estudiar – repuse, y suspiré – Lo dicho: lo mejor es que se queden contigo y Alejandro y yo nos vamos…

-         Pero…Ted….escucha….Yo… no quiero quedarme con todos… No puedo…- protestó Michael, débilmente.

-         ¿Por qué no?

-         Son demasiados…Y los enanos…Llevo especialmente mal lo de los niños pequeños… a ti se te dan bien… pero yo… no tengo paciencia, y a Alice prácticamente no la entiendo cuando habla…

-         Michael, yo no puedo llevarme a Dylan, a Kurt a Hannah y a Alice… los cuatro a la vez son como una bomba de relojería… Uno empieza una rabieta y el otro la continúa…

-         Vale, pues yo me quedo con Hannah – dijo Michael. – Me quedo con Hannah, Zach,  Harry, Barie y Madie….y Alejandro y tú os vais con los demás….

-         Está bien – accedí – Aunque papá te dijo que te ocuparas de Kurt, y algún día tendrás que perderle el miedo a quedarte con los peques.

-         Con Hannah no hay problema porque me hace caso.

Rodé los ojos. Sí, claro que Hannah hacía caso a su ídolo. Fuimos a decirles a los demás la nueva división, que resultó la idónea  ya que Barie y Madie también se querían quedar, porque estaban haciendo algo con la tablet.

-         Te quedas con los fáciles – protestó Alejandro.

-         Sí, yo salgo peor parado, porque voy contigo – le chinché. – Voy a contarle a papá el cambio de planes.

Le llamé pero no me lo cogió. Debía de estar en medio de una entrevista. Le dejé un mensaje en el buzón.

-         Supongo que llamará a casa cuando lo oiga – le dije a Michael. – A mi móvil le queda poca batería, así que le dices que llame al de Alejandro si quiere hablar con nosotros.

-         Se me hace raro eso de tener que informar a una persona de todos mis movimientos… - murmuró. 

-         Aunque no fuera papá, cuando vives con alguien es bueno que sepan dónde estás por si pasa algo.

-         A mí me siguen pareciendo manías controladoras – dijo Michael.

-         Papá no es controlador…. Un poco sobreprotector, eso sí.

-         Le defiendes siempre ¿no? – me preguntó.

-         No siempre. No soy tan santurrón como crees… - repliqué, en un deseo de que no me viera como un bicho raro.

-         Sí, sí lo eres. Pero eso no está mal, y no debería haberte tomado el pelo. Tendrás menos problemas  así.

-         Puede que ya tengo uno. Papá querrá saber qué es lo que escribo, y no sé por cuánto tiempo podré darle largas.

-         ¿Crees que…se enfadaría mucho? – quiso saber, mirándome con mucha curiosidad.

-         No lo sé…Tampoco es precisamente  “Cincuenta sombras”….

-         ¿Cincuenta sombras?

-         Un libro…ya sabes…de ese tipo – medio expliqué.

-         ¿Erótico quieres decir? Escribes sobre eso y ni siquiera eres capaz de decirlo.

Me ruboricé un poco.

-         Como sea, tampoco soy tan….explícito… Y no sé si papá se enfadaría… Pero me reconocerás que es incómodo solamente el pensar que tu padre pueda leer algo así….
-         Si tanto te avergüenza entonces no lo escribas.

-         Es complicado…- me defendí. Finalmente, suspiré. – Aparte del hecho de que me preocupa lo que papá pudiera pensar de mí…él es escritor.

-         ¿Y?

-         Mi idea…sé que es absurdo, pero me gustaría intentar publicar alguna vez. Y si lo hago quiero que sea por mí mismo, porque lo que escribo es bueno, no por enchufe de mi padre…

Michael se me quedó mirando un rato.

-         Cuando creo que empiezo a entender me sales con algo nuevo – me dijo. – Una persona inteligente se aprovecharía de tener un familiar en ese mundo…

-         Supongo que entonces no soy inteligente – repliqué. – De todas formas eso no pasará. No escribió bien, jamás publicaré ni con enchufe ni sin él.

-         Por lo poco que leí te puedo decir que eso no es cierto.

Esas palabras me hicieron sonreír un poco. Me despedí de él, y fui a por los demás para irnos de una vez. Cogí la lista de la compra y salimos.

Mis problemas empezaron casi al poner un pie en la calle. Finalmente íbamos al supermercado Alejandro, Cole, Dylan, Kurt, Alice y yo. En mi coche no cabíamos, porque era de cinco plazas, y papá se había llevado el suyo, pero los enanos no querían ir andando.

-         Kurt, entiéndelo, no cabemos. La tienda no está muy lejos, y si te cansas te llevaré a caballito.

-         Pero es que quiero ir en cocheeeee.

-         Me quedo yo y así cabéis – dijo Cole.

-         Muchas gracias, enano, pero aunque fuéramos cinco no voy a gastar gasolina para ir aquí cerca… Aun así gracias, Cole – le sonreí.

-         No lo he hecho por ti, sino para no tener que verte la cara – me gruñó. Me quedé de piedra.

-         ¿A qué ha venido eso?

-         ¡Tú sabrás!

-         No, Cole, la verdad es que no tengo ni idea. ¿Por qué estás enfadado? – pregunté, y no obtuve respuesta. Pensé un momento y me acordé - ¿Es porque al venir de clase te eché la culpa cuando Hannah se asustó? Ya te pedí disculpas, peque, y no fue para tanto.

-         ¡Me acusaste sin motivos!

-         Me equivoqué… Olvídalo ¿vale? Prometo no volver a hacerlo…

Cole giró la cabeza y no me respondió, aún enfadado. Suspiré, y decidí esperar a que se le pasara sólo.


-         Aidan´s POV -

De entre todos los viernes del mundo, tenía que ser justo ese el día que no había servicio electrónico para los pedidos de alimentación.  Las llamadas de Ted me dejaron muy intranquilo. No podía dejar de pensar que algo iba a salir mal.

Me obligué a concentrarme en la entrevista y luego fui a una emisora de radio. Me dijeron que iba a entrar en unos minutos y mientras esperaba saqué el móvil para ponerlo en silencio.  Me aburría la espera, así que estuve jugando al Candy Crush y al cabo del rato me aburrí también de eso. Me metí en twitter y me extrañó no tener ninguna mención. Juraría que había cosas allí que no había leído, pero me salían como ya vistas… De pronto me entró un mensaje directo.

HOLLY:  Sí, claro que me encantaría cenar contigo en otra ocasión. Madre mía…¿me lo estás pidiendo en serio? No es una broma ¿no? 

Parpadeé alucinado.  ¿Holly? Moví la pantalla del móvil para descubrir toda una conversación que no recordaba haber tenido. Supuestamente yo la había dicho que, ya que no podía venir al Meet and Greet, podríamos vernos otro día. Pero esas no eran mis palabras. ¿Qué estaba pasando?

No tardé en llegar a la conclusión de que alguien se había metido en mi cuenta. Pero no habían escrito ningún tweet ni nada más allá de aquellos mensajes con Holly. Eso, y el tono inmaduro de algunas de mis supuestas respuestas me hicieron pensar que no se trataba de ningún extraño, sino que alguno de mis hijos se había metido desde mi ordenador.

Me sentó realmente mal. Intenté no enfadarme, pero no pude. Alguien le estaba haciendo creer a Holly que yo la estaba pidiendo salir.

“¿Y es eso tan malo? ¡Ha dicho que sí!”

“Están violando mi privacidad… es mi cuenta y no deben meterse… y tampoco deben hacerse pasar por mí….”

“Seguramente no tienen mala intención… ¿tienes que ser tan inflexible?”

“No es cuestión de flexibilidad, sino de respetar mis cosas… Además no me gustaría que Holly saliera con los sentimientos heridos.”

“Sal con ella y eso no pasará.”



-         Michael´s POV -

-         No me vais a dar problemas ¿verdad? – les pregunté cuando nos quedamos solos. Harry, Zach, Madie y Barie ya no eran pequeños: tenían que poder estar un ratito sin armarla.

-         Me voy a portar muy bien – dijo Hannah, con la mejor cara de niña buena que he visto en mucho tiempo.

-         Así me gusta, renacuaja. Vosotros dos, teníais que estudiar ¿no? – les dije a los mellizos – Daros prisa e igual nos da tiempo a echar una partida al World of Warcraft.

Como si hubiera empleado algún tipo de palabra mágica, los dos desaparecieron escaleras arriba. Las chicas mayores se fueron también.

Mmm. Son con quienes menos contacto he tenido en esta casa” pensé. Igual era un buen momento para tratar de conocerlas mejor. Además quería distraerme para olvidar mi extraña conversación con Greyson.

Subí a su habitación pero ellas me echaron, muy concentradas en la tablet.

-         Michael, no puedes entrar – protestó Madelaine.

-         ¡Qué carácter! ¿Por qué no? 

-         ¡Pues porque no! – se sumó Barie.

-         No estaréis hablando con el novio ¿eh? – pregunté medio de broma. Eran jóvenes para tener novio.

-         ¿Y si es aquí qué? – soltó Barie. Abrí un poco los ojos.

-         ¿Tenéis novio? ¿Y lo sabe Aidan? ¡Pero si tenéis sólo doce años!

-         Para hermanos metiches ya tengo a Ted, gracias – me espetó Madie.

Me hubiera molestado, pero me llamó “hermano” y eso me hizo sonreír un poco.

-         Pero es mi trabajo asegurarme de que tratan a mis hermanas como es debido – respondí. Barie me dedicó una gran sonrisa. Era la más agradable de las dos, sin duda.

-         No tenemos novio, ninguna de las dos. Hablamos con una amiga… sobre el suyo. – me dijo – Y es  privado.

-         Está bien, está bien…ya me voy.

Salí, y ya al otro lado de la puerta alcancé a oír “¿Qué? No le he mentido. Es una amiga, y hablamos de su novio, o de su futuro novio. Que no le haya dicho quienes son no quita que sea cierto.”  Aquello me dio curiosidad, pero decidí dejarlo estar. Fui a mi cuarto, y encontré unos papeles sobre la mesa.

Eran tres exámenes suspensos, en los que ponía el nombre de Alejandro. Aidan iba a matarle… Pero había un cuarto papel. Era una nota.

“MICHAEL… MIRA TÍO, SI PAPÁ VE ESTO ME DESCUARTIZA. SÉ QUE PUEDES FALSIFICAR CUALQUIER COSA…AQUÍ TIENES UN JUSTIFICANTE FIRMADO POR PAPÁ… ME DA VERGÜENZA PEDIRTE ESTO, ASÍ QUE DEJARÉ AQUÍ LOS PAPELES….Y LUEGO VERÉ QUÉ DECISIÓN TOMASTE. SI LO HACES TE ESTARÉ ETERNAMENTE AGRADECIDO.”

Levanté una ceja. El muy cobarde no era capaz de pedírmelo en persona. También es verdad que había tenido que irse poco después de llegar yo y no habíamos podido hablar. En fin, a mi no me costaba nada hacer tres firmas, y siempre venía bien que me debieran favores. Miré bien la firma de Aidan, la cual de todas formas Greyson me había hecho aprenderme por lo que pudiera pasar, y la trasladé a cada uno de los exámenes. Destruí la nota de Alejandro y me planteé darle unas clases de discreción, porque esos papeles podría haberlos encontrado alguno de los enanos curioseando.

Hablando de enanos, fui a ver lo que hacía Hannah. Me pregunté cómo le estaría yendo a Ted.

-         Ted´s POV –

Aún no era tarde para decirle a papá “oye, que pido una pizza para hoy, y ya si eso compramos otro día”… Estuve tentado de hacerlo, pero no había días, ni tiempo, y sobre todo no quería cargar a papá con una cosa más. Ir a comprar no era algo tan complicado… Tenía una lista, tenía dinero, y no iba a pasar nada…¿verdad?

Nada más entrar en la tienda, mientras Alejandro y yo cogíamos cada uno un carro, Kurt salió corriendo. Desapareció rumbo a la sección de las chucherías. Por suerte, le encontramos en seguida.

-         Kurt, no puedes irte así. Escuchadme bien los cuatro: no podéis separaros de Alejandro y de mí ¿de acuerdo? Y si os perdéis, quedamos aquí. Y si pasa el rato y no nos encontramos, quiero que os dirijáis a una de las señoritas de uniforme, y ellas sabrán que hacer ¿entendido?

-         Yo ya no me pierdo – bufó Cole.

-         Aun así, no quiero que te pierdas de vista, ¿vale?  - le dije, e insistí, al verme ignorado - ¿Vale, Cole?

Dio un gruñido como respuesta. Iba a ser una tarde muuuuy larga si le daba por estar enfadado todo el rato. Me concentré en Alice.

-         Peque, ¿qué tienes que hacer si te pierdes?

-         Venir aquí.

-         Muy bien. ¿Y si en un rato no nos ves?

-         Buscar a una “señorita”.- respondió, jugueteando con el botón de las mangas de mi chaqueta. Agarré sus manitas para que me prestara atención.

-         Una señorita de uniforme. Como esa ¿ves?

Alice asintió, y yo consideré que me había entendido. De todas formas no pensaba dejar que se perdieran, claro.

Empezamos a llenar el carro con bolsas extra grandes.  California no es un estado preparado para emergencias, porque son raras las ocasiones en las que hay huracanes o cosas así. Aun así en muchos supermercados venden paquetes de comida diseñados para durar varios días, por si tienes que pasar ese tiempo encerrado en algún lugar seguro, o simplemente para que dure más tiempo y vayas con menos frecuencia a la tienda. La gente compraba uno de esos para todo un mes. A mi familia y a mí no nos duraba ni una semana. En cualquier caso, los paquetes grandes salían más rentables. En poco tiempo los dos carros estaban llenos y hubo que ir a por un tercero.

-         Ted ¿me compras esto? – pidió Kur, trayendo una bolsa de patatas en la mano.  Papá me había dado dinero de sobra y a unas malas yo llevaba del mío…
-         Está bien, enano. Échalo al carro.

Inmediatamente después vinieron  Alice, Dylan  y Cole con cosas similares.

-         Eso te pasa por idiota y decirle que sí a uno – murmuró Alejandro. Resoplé y pensé que bien no pasaba nada por comprarles una bolsita. Papá también lo hacía si le alcanzaba el dinero.

Al cabo del rato  Alice y Kurt empezaron a inquietarse. Supongo que aquello era muy aburrido para ellos.

-         ¿Por qué no me ayudáis buscando algo para vuestros hermanos? Compradles una chuche a ellos también ¿bueno?

Se pusieron manos a la obra y en poco tiempo volvieron con un cargamento de patatas y gominolas. Alejandro soltó una tosecilla y me taladró con los ojos.

-         No me mires así, que pago yo – le dije.

Fue en la sección de lácteos donde perdimos a Kurt. Me llevé un buen susto. Dejé a Alejandro con la compra y fui a buscarle, pero no aparecía por ningún lado. Ni en el punto de encuentro, ni en donde los niños perdidos, ni nada. Finalmente se oyó un “tin tin tin” por los altavoces, y luego la voz de una mujer:

-         Familiares de Kurt Whitemore, de seis años, acudan al punto de información.

Me acerqué allí lo más rápido que pude y ahí estaba Kurt,  tratando de parecer inocente con su mejor puchero y sus ojos brillantes. Le cogí en brazos y hablé un momento con las encargadas, que cuando vieron que el niño me reconocía como su hermano le dejaron marchar.

-         ¿Qué pasó, enano? ¿Te perdiste? – le pregunté, mientras volvíamos con Alejandro y trataba de recuperarme del susto.

Kurt se mordió el labio.

-          Es que… me aburría… y quería ir donde los juguetes.

Lo pensé un segundo antes de responder.

-         Pero yo te dije que no te separaras, Kurt. Te dije que tenías que quedarte cerca de mí y de Alejandro… Te has quedado sin chuches, campeón.

Me sentí raro al decirlo. Dudé un segundo sobre si había hecho bien. Primero pensé que quizá no debía castigarle… pero no se había perdido por accidente… Luego dudé sobre si había sido muy blando, pero Kurt tuvo que ser de otra opinión:

-         ¡No! ¿Por qué? ¡No vale!

-         Por no hacerme caso, peque.

-         ¡No es justo! ¡Yo quiero chuches! ¡Quiero chuches, Ted! – lloriqueó.

-         Lo siento, enano. Para otra vez no te separes de mí.

Llegamos donde Alejandro y Kurt siguió lloriqueando. Parecía estar dudando sobre si empezar con una rabieta.

-         ¿Le has…? – insinuó Alejandro, sin terminar la frase.

-         No. Sólo le he dicho que no hay chuches.

-         Pero…pero yo quierooooo – protestó Kurt, y empezó a llorar más fuerte. - ¡Eres malo!

-         No soy malo, Kurt, pero no quiero que te pierdas, y para eso necesito que recuerdes que no puedes separarte.

-         ¡Lo recordaré! ¡De verdad!

-         Eso es genial... así otra vez no tengo que castigarte.  – dije sin ser capaz de mirarle a la carita, llena de lágrimas. ¿Cómo era capaz papá de mantenerse firme?

-         ¡Bwaaa! ¡No! ¡Quiero chuches, Ted, quiero chuches!

A partir de ese momento su llanto se volvió más insistente, molesto e incongruente. La gente se volvía para mirarnos y yo le di la mano a Kurt para que siguiera andando. De pronto me soltó, y se tiró al suelo.

-         Kurt, basta. Te he castigado por desobedecerme. No va a haber chuches te pongas como te pongas.

-         Bwaaa pero yo quiero cof cof.

Resoplé, y le levanté del suelo.

-         ¿Paras ya?

-         ¡No! ¡Suelta, suelta! – se emberrenchinó. Consiguió bajarse y entonces adoptó otra táctica para conseguir su objetivo: empezó a sacar cosas del carro como forma de chantaje.

-         Kurt, vale ya.

-         ¡Chuches!

-         Te he dicho que no hay.

-         ¡CHUCHES! – gritó, sacando un cartón de leche y estrellándolo contra el suelo. Se reventó. Toda la leche se derramó por el suelo y Kurt dejó de llorar en el acto, impactado.

¡Kurt! – exclamé. No había dado ni un paso para acercarme a él cuando Cole le cogió de la mano y tiró de él, alejándose. Empecé a perseguirles, pero Dylan se escurrió con la leche y… en fin, todo fue un desastre.  - ¡Cole, volved aquí! ¡Mier…coles!. Dy, ¿te has hecho daño?

-         Sí.

-         ¿Sí campeón? ¿Dónde?  - le pregunté. Se había manchado un poco los pantalones.

-         Sí. – repitió, sin especificar nada. No me había parecido una caída tan grande y tampoco se había quejado.

-         ¿Seguro que te duele? Alejandro, quédate con él, voy a por ellos…

-         ¡Sí, duele mucho, aquí! – gritó Dylan. Tuve la sensación de que lo hacía para distraerme, pero eso no podía ser ¿o sí?

Le levanté la pernera de pantalón, en busca de un herida, de un golpe, o de algo.

-         No tienes nada, peque.

-         Yo me quedo con él. Ve, Ted – dijo Alejandro. Asentí, y perseguí a mis hermanos.  Confiaba en que Cole no se perdiera.

No tardé mucho en dar con ellos, porque Kurt había empezado a llorar otra vez y sus gritos se oían por toda la tienda, a pesar de que aquél complejo comercial tenía más de mil metros cuadrados.

-         ¡Ahí estáis! ¿Cole, por qué te le has llevado?

-         No puedes pegarle ¿te enteras? – chilló. Automáticamente todas las personas de las cercanías me taladraron. Fue muy oportuno que Kurt llorara más fuerte en ese momento…

-         Chico, ¿os está molestando? – le preguntó un hombre a Cole. La mandíbula casi se me cae.

-         ¡Soy su hermano mayor!

-         ¡No lo es! – gritó Cole.

-         Cole, ya vale. Sé que estás molesto conmigo, pero te estás pasando…- le advertí.

-         ¿De verdad eres su hermano? – me preguntó el hombre que había intervenido. Mi parecido físico con ellos era nulo, así que sus dudas eran hasta cierto punto comprensibles.

-         Sí, señor, se llaman Kurt y Cole, él tiene seis años y él diez, y son mis hermanos. – dije, para aportar alguna prueba de que les conocía.

-         ¿Te llamas  Cole? – le preguntaron.

-         ¡Nos quiere pegar! – respondió él, poniendo cara de niño desvalido.

-         Chico, no puedes pegarles – dijo una señora. - ¿Dónde está vuestro padre?

-         No está, vinieron conmigo. Señora, óigame… esto no es de su incumbencia – dije. Fue lo primero que me salió, pero entendí que no fue lo más adecuado para decir en aquél momento. Sonó a “claro que les voy a pegar, cállese y no se meta”.

-         ¡Claro que lo es! ¡No voy a dejar que hagas daño a estos niños!

-         ¡No les voy a hacer daño! ¡son mis hermanos, joder!

-         Qué chico tan maleducado y agresivo – murmuró la mujer, y hubo varios asentimientos.

Me desesperé. No sabía qué hacer en aquella situación. Esas personas me veían como un monstruo maltratador, o algo así, y creo que muchos seguían dudando de que fuéramos familia. Por suerte para mí, Kurt odiaba la mentira.

-         Snif…snif….sí…sí es mi hermanos…snif…snif…. Pero es que no me compra chuches….bwaaaa  - lloriqueó, frotándose los ojos. Daba ternurita así, tan triste. Me acerqué, le encogí en brazos, y le di un beso.

-         Tú y yo vamos a hablar seriamente sobre tirar cosas y romperlas. – le dije, mientras le limpiaba la cara con un pañuelo. Verle así me dio fuerzas para ignorar a aquella panda de metiches. Eran mis hermanos. Me daba igual lo que todos pensaran. – Cole, ven aquí, que nos vamos. Cole, he dicho que vengas. Ahora.

No reconocí mi propia voz en aquella orden. Soné… más mayor. No sé si me gustó, pero el caso es que Cole me hizo caso. Volví con Alejandro, que en ese momento trataba de sujetar a Dylan, que tenía su propia rabieta. Joder.

Lo peor que puedes hacer con las rabietas de un niño autista es perder la calma, que era algo que Alejandro estaba muy próximo a hacer. Me acerqué y sujeté a Dylan para que no se golpeara, ya que se revolvía mientras chillaba.

No le dije nada, sólo esperé a que se calmara mientras de nuevo aguanté ser el centro de todas las miradas. Yo que era vergonzoso la pasaba muy mal en esas situaciones. Dylan se calmó medianamente rápido.

Nos habían enseñado a no hacer ningún comentario después de una rabieta con un niño autista. Nada de regañarle ni mostrarse enfadado. A veces los berrinches le daban porque quería algo y no podía conseguirlo, como a cualquier niño, pero en una mayoría de casos era por sobrecarga sensorial. Demasiados olores extraños, demasiado ruidos… Probablemente ver  a su hermano derramar la leche, mojarse, correr, etc, le había puesto nervioso.

Respiró con dificultad un rato, y yo también. Ya no arañaba. Un par de años atrás me dejó la marca de sus uñas en los brazos.

Suspiré.

-         Nos vamos a casa. Vamos a pagar – dije solamente. El ambiente estaba raro. Mis hermanos, en especial Alejandro, estaban serios tras ver a Dylan así. Al menos me había quedado claro que nada le dolía, o no hubiera podido patalear así.

-         Pero… - empezó Cole.

-         No Cole. Estoy muy enfa…muy molesto ahora mismo y no quiero discutir. Vamos a la caja, a pagar, y nos vamos.

Alice, que había presenciado muy callada el episodio de Dylan, me miraba entre asustada y confundida. La senté en el sitio para niños del carrito, y la acaricié para tranquilizarla. Hice que Kurt se agarrara de los barrotes del carro y nos fuimos, pero en un determinado momento el enano se separó del carro. Iba a empezar a gritarle, sin pizca de paciencia ya, pero entonces…

-         To….snif… toma- me dijo, y me tendió un cartón de leche. Había que sustituir el que había roto. Me miró con mucha penita y me conmovió un poco. Vale, un mucho.

-         Gracias, Kurt. – puse mi mano sobre su cabeza, con cariño, y suspiré. Me iba tocar ser el malo….

Pagamos sin más incidentes y nos dijeron que llevarían el pedido un par de horas más tarde, a nuestra dirección. Regresamos a casa en un extraño silencio, y durante todo el camino yo no dejé de pensar en qué debía hacer. Llegamos antes de lo que hubiera querido.

-         Alejandro, Alice, Dylan. Llamad a todos y dadle lo que habéis comprado para ellos. Vosotros dos venid conmigo – ordené. Porque eso fue lo que hice…ese fue mi tono…el de una orden… Alice también lo notó y lloriqueó un poco.

-         Tú no eres Ted – protestó.

-         Claro que soy Ted, pitufa. Y no te preocupes, que no estoy enfadado contigo. Ve con Alejandro a repartir chuches ¿sí? – la pedí, y la di un beso.

Me llevé a Kurt conmigo y miré a Cole para ver lo que iba a hacer. Para mi alivio nos siguió.

-         Espera un momento, Ted…Es que… tengo que coger algo de aquí – murmuró Alejandro, y cogió unos papeles que había sobre la mesa de nuestro cuarto. Luego se fue rápidamente, como huyendo de allí.

Me quedé sólo con mis dos hermanos pequeños. Durante treinta horribles segundos no supe qué decir. Estaba perdido. No habría procesado mi propia decisión. Me ayudó mucho que Kurt no aguantara más y se abrazara a mi pierna.

-         Nunca pensé que llegaría el día en que fuera a castigaros – murmuré, más para mí que para ellos. Me agaché para ponerme a la altura de Kurt. – Gracias por decir la verdad en la tienda. Sé que fue Cole el que te arrastró para salir corriendo, pero no te voy a castigar por eso. Tampoco por escaparte, porque por eso te dejé sin chuches. Va a ser por el berrinche que hiciste después, y por tirar ese cartón de leche.

Kurt empezó a llorar muy bajito. Se veían sus lágrimas pero a él apenas se le oía. Me planteé la posibilidad de hacer que Cole esperara fuera, pero yo no iba a tardar mucho y pensé que cuanto antes mejor. Sin mover a Kurt de su sitio le di tres palmadas sobre su pequeño pantalón vaquero. No sabía cómo de fuerte debía ser  pero pensé que era mejor pasarme de flojo que de fuerte.

PLAS PLAS PLAS

Mi hermanito se estremeció, se tapó con la mano, soltó un hipido, y en definitiva me hizo sentir horrible. Empezó a llorar más fuerte.

-         ¡Me pegaste! – me acusó. Le cogí en brazos y le di un beso.

-         Lo hice. Y no me ha gustado nada, así que no me hagas repetirlo ¿bueno? – le acaricié el pelo y le apreté contra mí sintiéndome un hipócrita. El día anterior me enfadé con Michael por hacer justo lo que acaba de hacer…  Contaba con la psudoaprobación de papá, pero eso no me hizo sentir mejor.

Para mi sorpresa, Kurt dejó de llorar enseguida. Creo que no le dolió mucho. Seguí mimándole un rato más y cuando escuché que respira totalmente normal le separé un poquito para mirarle a los ojos.

-         Escucha bien esto Kurt, porque es muy importante, y sé que a lo mejor no te lo digo todo lo que debiera, pero te quiero mucho.

-         Siento haber “rompido” la leche….- murmuró, poniendo una voz aun más infantil que la suya propia.

-         Roto, enano. ¿Quieres hacerte el adorable? No hace falta, si ya lo eres. No tienes por qué cambiar las  palabras ni poner esa vocecita. Y estás perdonado, campeón. Ahora quiero que vayas y le exijas a todo el que te encuentres que te mime mucho, y les digas que si no lo hacen me enfado con ellos.

Kurt me sonrió, se bajó de mis brazos, y salió corriendo. Le escuché llamar a Alejandro y sonreí un poco, pero luego me puse serio de nuevo para mirar a Cole.

Se había sentado en la silla del escritorio y me miraba de una forma que no supe interpretar. No sabía bien qué hacer con él. Cole ya tenía diez años, y el noventa por ciento del tiempo mi mayor admirador, y mi hermano consentido y jamás en la vida sería capaz de castigarle…Y sin embargo…

-         Cole, la escena que has hecho en el supermercado… negar que soy tu hermano… Ya no eres pequeño: sabes que podrías haberme metido en un buen lío. No está bien mentir. Yo no quería hacerte daño, nunca querré y nunca te lo haré, y le hiciste pensar a esas personas que sí. Arrastraste a tu hermanito lejos, como si yo fuera alguien peligroso. ¿Por qué?

-         Le ibas a pegar…

-         Allí no. No lo creo, al menos, y de haberlo hecho hubieran sido tres palmadas como las que le acabado de dar.

-         Pero tú… no puedes… Papá te pegó a ti esta mañana…

-         ¿De eso va todo esto? ¿Crees que no tienes que hacerme caso porque papá me castigó a mí? – le pregunté, con algo de miedo de que dijera que sí, y con mucha vergüenza.

-         ¡Me acusaste con Hannah!

-         Te he pedido mil disculpas por eso, y si quieres lo hago otra vez, pero estás siendo muy injusto conmigo. No llegué a hacerte nada, y fue un error.

-         ¡Me acusaste con Hannah, te peleaste con Mike y perdiste a Kurt! – chilló.

Durante unos segundos pensé que estaba intentando resaltar lo que yo había hecho mal para restarle importancia a lo que había hecho él. Luego me di cuenta de que era más profundo que eso. Había… rencor en su voz. Yo le había decepcionado. Me estaba echando en cara mis errores.

-         ¿Crees…crees que no soy un buen hermano mayor? – pregunté, entre dolido, y asustado. Si Cole decía que sí, yo me moría. Él era el hermano que en mejor estima me tenía… era algo que no quería perder…   - Cole… yo también cometo errores… Más que tú, seguramente, porque soy mayor, y eso significa que tengo más responsabilidades…. Y eso hace que pueda cometer muchos más errores… Nunca debí pelearme con Mike, pero ya lo hemos solucionado.
-         Intenté que Kurt no se enterara de que papá te pegó y tu a cambio piensas que yo le hice daño a Hannah.

-         Otro error. ¿Tanto te molestó? Tienes razón: a mí tampoco me gusta que me acusen cuando soy inocente.  Pero… no me guardes rencor por eso… Me asusté al oírla gritar y no lo pensé.

-         Perdiste a Kurt…

-         Él quiso irse a por los juguetes… Aun así, yo tendría que haber sido capaz de impedirlo, pero estaba ocupado con la compra y me despisté un segundo. Un error más, pero no lo hice adrede. Yo me equivoqué, es cierto, pero eso no te da derecho a actuar como actuaste. Con errores o sin ellos, soy tu hermano mayor, nunca debes negarlo, nunca debes salir corriendo así, y nunca desobedecerme cuando papá me deje a cargo, porque te dije que no te separaras.

Cole agachó la cabeza. Se estaba enfrentando a una lucha interna. En ese combate no se decidía sólo si me daba la razón o no, sino también si yo era un hermano digno, o no. No podía perderlo. Me acerqué más a él, y le miré a los ojos.

-         Tu hermano no es perfecto. Nadie en esta vida lo es, ni siquiera papá, y mira que le quiero.  Papá se equivoca a veces también. Muy poquitas, pero a veces. Y si se equivoca él con todo lo que sabe, él que es mayor y ha cuidado de todos nosotros, ¿cómo no voy a equivocarme yo si aún ni terminé bachillerato? Aún me equivocaré muchas veces más, y papá estará ahí para ayudarme, enseñarme, y algunas veces, para castigarme.

-         …¿y tú vas a castigarme a mí? – me preguntó, con una vocecita que me mató por dentro. Había recuperado a mi hermano, al hermano que me quería y escuchaba mis consejos… Esperaba no perderle con lo que iba a hacer…

-         Sí, Cole. Lo siento mucho, pero sí.

-         ¿Muy fuerte? – gimoteó. ¿Qué clase de pregunta era esa? ¿Pretendía terminar de derretirme? ¿Matarme lentamente, quizás? Me sentí incapaz de responderle. En lugar de eso le levanté de la silla y me senté en su lugar, poniéndole de pie delante de mí.

-         ¿Sabes lo que voy a hacer? – le pregunté, y él asintió. - ¿Tienes miedo? – volví a preguntar, y negó con la cabeza. Suspiré aliviado. – Voy a tumbarte aquí encima de mí, ¿de acuerdo? Dime si sientes que te caes, o que te clavas algo.

Le tumbé despacito y él no se resistió. No sé si eso me hizo sentir mejor o peor. Le coloqué bien. Las manos no le daban para llegar al suelo, así que le sujeté poniendo una mano en su espalda. Le escuché llorar aún antes de que empezara.

PLAS PLAS PLAS

-         Auuu. – gimoteó.

PLAS PLAS PLAS

-         Aiii

Le incorporé enseguida, porque no aguantaba más sin verle la cara. En cuanto se vio levantado Cole se tiró contra mí, en un abrazo intenso y lleno de lágrimas. Sabía que no había sido muy duro con él… Mi patrón de medida era papá, y yo creía que no le había dado más de lo que le hubiera dado él, sino acaso menos. Aun así él lloraba mucho, creo que en parte porque había sido yo el que le había castigado.

-         Ya, Cole…Tranquilo – susurré, acariciándole el pelo mientras le sostenía entre los brazos. - ¿Por qué lloras así, eh? ¿Tan malo fui?

-         No… El malo fui yo…

-         No hermanito. Te enfadaste y te dejaste llevar, nada más. No vuelvas a hacerlo y listo.

Cole dejó de llorar poco a poco e hizo ademán de ponerse de separarse, pero no le dejé.

-         No, aún no, falta lo más importante. ¿O crees que sólo se lo voy a decir a Kurt?  Te quiero, Cole. Ríete de mí todo lo que quieras por ser un sensible cursilón, pero te quiero.

Cole sonrió un poquito, algo avergonzado.

-         ¿Tú me quieres? – le pregunté.

-         Eres mi hermano.

-         Sí, eso lo sé, pero no es lo que te pregunté. Te pregunté si me quieres.

Sus mejillas se volvieron ligeramente sonrosadas y no dijo nada.

-         ¿Cómo? ¿No me respondes? – me indigné, y le cogí de la pierna, levantándole en el aire del revés, como hacía cuando era más pequeño y papá no miraba. Le encantaba. Le hacía reír y gritar al mismo tiempo.

-         ¡Ay! Jaja Vale, vale. Te quiero, te quiero.

-         Mucho mejor – respondí, y le puse en el suelo con cuidado. Se levantó y me miró con una sonrisa.

-         Cursilón – me llamó.

-         Yo no le llamaría eso a quien puede hacerte cosquillas.

-         No tengo – replicó, y me sacó la lengua.

-         ¿Cómo que no? En los pies, que lo sé yo.

Le perseguí, le atrapé, e intenté descalzarle, pero él se soltó y dejé que se fuera, siguiéndole más despacio a propósito para no pillarle.

-         ¡Michael, Michael! ¡Tienes que defenderme! – pidió, riendo un poco.

Pensé en cómo había cambiado las tornas en tan poco tiempo. Nada más llegar Michael, Cole le tenía miedo y ahora le estaba pidiendo que le defendiera en un juego.
El asunto fue que no encontramos a Michael por ninguna parte. Pensé que ni siquiera le había visto al volver de comprar. ¿Y si se encontraba mal? Quizá estuviera en el baño. Miré, y nada. Me topé entonces con Barie.

-         ¿Has visto a Michael? – la pregunté.

-         Se fue.

-         ¿¡Cómo que se fue!? ¿OS DEJÓ SÓLOS!?


6 comentarios:

  1. Ahhh me quede con ganas de maaaaaaaaass.... uyyy Aidan se molesto...aunque debiera es darle las gracias a las chicas...y para donde rayos se fue Michael que estaba haciendo un excelente trabajo de hermano mayor jajjaja...

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  2. amooooooooo esta familia hay alejandrito te la estas buscando!!! me encanta

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  3. Me encanta Jajjaja la que les espera a michael y ale por la falsificación Jajajjajajajja y que se trae entre manos el poli, que le hizo andrew ??????....ooooo......

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  4. SAbes?, cuando te leia antes de este capítulo, por alguna extraña razón recreaba en mi mente, calles anchas y gente amable riendo al cruzar, señalizaciones bien ubicadas, casas antiguas, monumentos de antes de la conquista, palacios reales, es que para mi esta familia no habitaba en California, sino no lo se quizas Barcelona o Madrid, que son las dos cuidades que mas que camine y gaste suela y cuando ayer noche te leia, al calo de mi cama, en mi mullida almohada oyendo la lluvia caer, me encuentro con el escenario real y me dije, ay ya yay, donde estuve yo andando y me causo gracia que no me haya dqado cuenta antes, o lo pase por algo puede ser porque escribes como hablas (supongo) y eso me confundio de alguna manera, pero, me gusto imaginarmelo en la vieja Europa.
    Ahora al pucho como dicen en sur de mi pais o mas bien cruzando la frontera sur, alla en Argentina.......... un apaluso de foca a Michel, una no falsificada sino despliegue de sus no innatas sino adiestradas habilidades, y el enredo de tiwt o como se escriba, anda que no se puede enojar con las monitas, que solo hacen de cupido
    yyyyyyyyyy que se trae Greyson, venganza? algo que me pertenece, me sueña ahijo abandonado, hermano no regsitrado ni reconocido por Aidan, y vaya a ser que más, pero lo dejo en tus manos

    me encanto tu relato, no te tardes se que la U te trae loca, la primavera y el casi inicio del verano, pero por favor no te tardes si puedes para pasado mejor para mañana en la mañana ajajajjajajja......... no me vayas a dejar como con mi Arturito y mis demon duplicados

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  5. Me encantas, tu historia es genial, soy tu fan número 1, he leido toda la historia desde el principio varias veces, me encanta, por fa, se que debes estar ocupada pero no tardes en actualizar, me tortutas, bwaaaaaa, ese Miky y el Ale si que se la buscarón, Aidan si que le va a dar la version severa a ambos, pues es un delito y una gran mentira, lo que hicieron, pobres no quisiera estar en sus traseros, les va a doler y mucho, en cuanto a la cita, es genial que las niñas quieran que su papi tenga una novia se lo merece. Felicidades, pronto, pronto, por fis..

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  6. O.O yo tengo mi teoría... no se por que se me da que el oficial de pacotilla es el hermano perdido de Andrew...
    Mi Alejandrito se esta tramitando una gran y soberana paliza que si conoce el cepillo no me extrañaría... y otro que estará en la filita esperando su castigo sera Michael... AHhhh el próximo capitulo estará buenísimo... y podre de Aidan que se enoje con las chicas pro conseguirle una cita... que si ellas no lo hacían.... se queda solito el chico

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