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lunes, 9 de junio de 2014

Una segunda oportunidad celebrando las 800.000



Una segunda oportunidad

 Leonardo
Leónidas
Luis

El príncipe se movió inquieto en su asiento, sin dejar de observar cuidadosamente hacia los costados. No había nadie en aquella pálida habitación... tan sólo él y su montaña de libros, un sillón cómodo y una puerta cerrada, custodiada del otro lado por uno de los más leales sirvientes del reino de su padre. Y sin embargo, en aquella solitaria alcoba, el jovencito se sentía vigilado. Pero por quién? Si allí no había nadie!! Aquello era ridículo! Pero una vez  su padre, el rey, le había dicho que las paredes tenían ojos! Por lo que no estaba de más echar una mirada!

De pronto, el sonido de unos pasos le alertaron de la llegada de la guardia del turno siguiente. Maldición!! Debía darse prisa si quería enviar la carta a la hermosa Catherine! Pero si su noble, leal y compinche "carcelero" se marchaba antes de que él terminara, ya nunca tendría oportunidad y perdería el cariño de su amada.

-Dese prisa, mi príncipe, que mi capitán no tarda en llegar!- Le dijo el guardia, que había visto crecer al principito del otro lado de la puerta, y no quería que lo descubrieran.

-Unos minutos más, Luis. Por favor... es que no sabes lo difícil que es escribir con esto!!- Respondió levantando la pluma de ganso, mostrando todos los deditos manchados de tinta.

Escribir con 'eso' era simplemente imposible para él!!! No importaban las horas de práctica ni los retos, ni las amenazas de castigo... él no lograba mejorar ni un poquito y terminaba sintiéndose frustrado!

-Lo sé, mi príncipe. Pero ahora debe apresurarse. Si mi capitán o mi señor, su padre, nos descubren, estaremos en serios problemas!- Muy serios problemas! En especial para él. Pero eso mucho no le importaba a Luis, sólo lo preocupaba que al principito no lo descubrieran, porque ahí si que el niño sufriría. Y eso era algo que él no podía tolerar... pero tampoco impedir! 

Sin darse cuenta, Luis se fue encariñando con el niño que cargaba al hombro el destino de todo un país. Lo había visto nacer, crecer... hacerse un jovencito con los sentimientos más sinceros que haya conocido, y con cada añito, con cada diente perdido, con cada cambio ganado, la devoción de Luis no hacía más que aumentar... todo un ejemplo de empleado, verdad?! Pero si bien Luis era digno de reconocimiento por su dedicación, había otra razón que explicaba el por qué de tanto afecto... una razón oculta celosamente en el corazón del valiente guardián, que muy pocos conocían. 

Habían pasado quince años ya! Quince años desde el momento que sintió nacer de nuevo. Quince años en que la tierna mirada de aquél pequeño soberano en pañales fue sanando su corazón herido. 

Luis había sentido morir... y más que eso: había deseado morir el día que le dieron aquella trágica noticia. Su niño, su razón de vivir, y la mujer que eligió para amar todos los días de su vida, habían... muerto. 

Una parte de él murió aquella tarde, y el resto de su ser quedó a la espera de que la naturaleza hiciera lo suyo... dejó de trabajar, de comer, incluso hasta de dormir, esperando por el frío beso de la muerte que se había llevado a su único hijo y a su amada lejos de sus brazos.

Muy pronto, la constante angustia, el terrible dolor en su corazón y sobre todo, la rabia desmesurada contra el cruel destino hicieron que Luis se sumiera en una profunda depresión, que llegó a su punto crítico cuando intentó quitarse la vida. Sólo el destino sabe por qué no tuvo éxito, pero la bala no salió... y un segundo después, el Asesor Real, Gustavo de la Colina, tocó su puerta.

El rey lo había designado como el guardia especial (niñera personal, fue su primer pensamiento!!!) del principito que estaba a punto de nacer. 

Cuando llegó al palacio, fue recibido por el llanto puro de un recién nacido que resonó como música en sus oídos y en su pecho sintió cómo su corazón empezaba a latir fuertemente otra vez, como anunciándole el comienzo de su nueva vida. 

Rápidamente corrió guiado por los sollozos hasta la habitación donde se encontraba el bebito. Bastó con ver aquel par de ojitos color zafiros, igual de brillantes que los de su propio hijo, para que la coraza de tristeza que envolvía su alma se derrumbara en mil pedazos. 

Para Luis, acunar al príncipe Leonardo entre sus brazos, fue como recuperar a su adorado Lorenzo... aún cuando sabía que no le pertenecía, él se conformaría con contemplarlo en la distancia... queriéndolo y educándolo como a su hijo y nadie le quitaría esa ilusión de su corazón.

Su Leoncito, como él le decía cariñosamente, era su mayor tesoro. Y como tal, lo protegía, adoraba y custodiaba con el mayor de los fervores, siendo capaz de entregar su libertad y hasta su vida a cambio de su felicidad.

-Sólo un ratito... ya termino! - Vino la respuesta llena de entusiasmo, que lo trajo de vuelta de sus ensoñaciones... Sólo un "te amo" más y la carta estaría lista. 

Luis se relajó un poco. Internamente deseaba que el niño viviera todo lo que un adolescente normal podía vivir, en especial su primer amor. Era revitalizante verle tan ilusionado, con los ojitos brillando, la sonrisita bailando en su rostro. El príncipe merecía vivir aquello! Y, sin embargo, ahí estaba, encerrado entre cuatro paredes, estudiando tratados y pactos de tiempos pasados, olvidados y la más de las veces ignorados!

-Sólo un ratito más... - "Mi niño" susurró, con la frente pegada a la puerta... 

El principito sonrió con alegría. Había terminado la carta. Sólo faltaba guardarla y dársela a su mejor amigo para que la llevara sana y salva a destino.

Se puso de pie para buscar un sobre, revolviendo un poco de los papeles de su escritorio. Cuando al fin encontró uno, se dispuso a colocar el nombre de su amada en el reverso, tomando nuevamente el tintero con la pluma en su mano. De pronto, el carraspeo de una garganta lo hizo sobresaltarse.

Inmediatamente se dio la vuelta, intentando ocultar la carta, pero sólo logró volcar el botecito de tinta sobre la hoja.

-Se puede saber qué has estado haciendo en lugar de estudiar?! - Cuestionó el Rey Leónidas, con una voz peligrosamente calma.

-Pa-padre! Yo..

-Tú! Tú has estado holgazaneando todo el día, verdad?!

-No, Padre! Yo...

-Silencio! Ya veo que no eres más que un mocoso irresponsable! - Gritó.

El Leoncito lo miró con ojos tristes. El rey se veía verdaderamente cabreado. 

-Lo siento, mi Señor. No fue mi intención defraudarlo. - Contestó, desviando la vista al suelo para que el rey no viera la humedad de sus ojos. 

-Y sin embargo lo has hecho! - Leonardo levantó el rostro, con la mirada herida, centrada en su padre. Le habían dolido tanto sus palabras y no pudo contener más las lágrimas.  

-Sabes muy bien que es tu obligación prepararte. Serás el gobernante de todas éstas tierras cuando yo ya no pueda... o no esté, y debes estar listo. Hay cientos de asuntos que demandarán de ti y si en vez de instruirte estás perdiendo el tiempo, será tu pueblo el que sufrirá! - Leónidas observó cómo una lágrima le resbalaba por la mejilla. Sabía que estaba siendo duro con el muchacho, pero él era un príncipe... futuro soberano de todas esas tierras que tan valientemente defendió y conservó para su hijo. 

-Perdóname, padre. Le ruego que me disculpe, mi Rey. Yo le prometo que no volverá a suceder...- Dijo el príncipe, limpiándose la traicionera lágrima con su puño.

-Lo siento, hijo mío, pero te advertí ya la última vez. Habrían severas consecuencias para ti si me desobedecías. Y creo haber sido claro. No me dejas más remedio que cumplir con mi promesa. -Dijo solemnemente.

-Padre?! Qué piensas hacerme?! -Preguntó Leonardo, debatiéndose entre retroceder y ponerse a salvo, o enfrentar las "severas consecuencias" que su padre había planeado para él.

Leónidas, rápido en sus acciones, tomó a su hijo de la muñeca y empezó a arrastrarlo hacia la mesa donde su hijo estudiaba.

Al verse apresado, el Leoncito heredero entró en pánico. 

Qué pretendía hacer su padre?! Cuáles serían las severas consecuencias a las que hacía referencia?! Su mano?! Acaso... acaso pensaba cortarle la mano?! Observó con horror la espada enfundada, lista para ser usada cuando el monarca así lo dispusiera, y empezó a luchar por liberarse. 

-No, padre, por favor!!... -Rogaba, tirando su brazo para soltarse. Pero el rey lo sostenía firme- Mi... mi Señor, déjeme. Mi Rey, le pido clemencia. No lo volveré a hacer nunca más!!! Tiene mi palabra..... Nooooo!! Por favor, no me corte la manooooo.... Papáaaaa!! Noooo....- Aquél sollozo alertó al guardia del otro lado, que no esperó ni un segundo para entrar.

-Mi Rey! Déjelo, por favor. Tome mi mano en su lugar. -Dijo sin titubeos, ofreciendo ambos brazos.

Leonardo lloraba tristemente. Él no permitiría tal sacrificio. 

-Noooo, Luiiis!!

-Mi Señor, por favor le pido... no, le suplico - Dijo, hincándose ante el Rey para pedir clemencia -que tome mi vida en compensación de la falta....Ha sido mi culpa que el príncipe lo haya desobedecido, por lo tanto yo soy quien debe pagar la afrenta. Pero deje al muchacho, por lo que más quiera! - Luis tenía en su rostro una mezcla de determinación y amargura. Por un lado, estaba dispuesto a dar todo por su niño amado, la vida misma de ser necesario, pero eso significaba no verlo nunca más. Su corazón lloraba a gritos descomunales en su pecho, pero ni un poco de aquello se reflejó en sus palabras.

-Afuera, Luis. No me hagas olvidar los años de estima que he tenido contigo. -Ordenó.

-Por favor, mi Rey! Yo no puedo permitir que lastime a mi niñ... a mi príncipe! - 

-Luis. Vete, por favor! -  Tanto Luis como Leonardo miraron con asombro a Leónidas. El rey no se caracterizaba por ser de esas personas que pedían ´por favor´ las cosas. Y a continuación, añadió - Me sorprende, mi querido amigo, que me tengas en tan mal concepto pensando que soy capaz de lastimar a mi hijo.... un hijo que, a decir verdad, es tan mío como tuyo.- Dijo, sin soltar la manito blanca de su principito- Sí, Luis... Yo lo habré engendrado, pero tú... tú has hecho más que eso: lo has criado. Fuiste tú quien ha sufrido con cada enfermedad, quien lo arrulló después de una pesadilla, lo has convertido en el muchacho de bien del que me siento orgulloso y que algún día, será el orgullo de mi querida nación. Y yo jamás tendría el valor de dañarlo.

-Mi Rey, yo....-Balbuceó Luis, una vez que encontró su voz. Estaba sorprendido por las palabras de su alteza. 

-No hay más que decir, Luis. Sal ya! Mi hijo se portó mal y merece un castigo. Confía en mí... Sal y cierra la puerta. Tú podrás consolarlo luego. 

Luis dudó unos momentos. No quería abandonar a su Leoncito, mucho menos al verlo llorar como lo hacía, sorbiéndose los mocos, muy asustado, pero resignado.

Miró al Rey... su amigo de toda la vida, y supo ver en sus ojos el amor que le tenía al Leoncito. Dio un suspiro, ya podía retirarse, Leónidas no lastimaría a su niño. Como él, el rey amaba profundamente a su hijo; aún cuando su postura de rey supremo no le permitía darse los lujos de ser cariñoso con él, Leónidas vivía sólo para contemplar a su bebé.

-Sí, mi Señor!! -Contestó, haciendo una reverencia, y se dirigió al jovencito, con calidez- Estarás bien, mi niño. Ya lo verás!- Y con esas palabras, salió de la alcoba, dejando a padre e hijo solos para lidiar con la falta y el castigo.

-Ven conmigo, hijo mío! Terminemos con éste asunto de una vez- Dijo Leónidas, completando el trayecto que lo separaba de la mesa. Apartó una silla y se sentó. Leonardo lo miró confundido. Esa no era la postura más cómoda si pensaba amputar su mano.

-Padre?! -Susurró.

-Has desobedecido, hijo mío... Te he dado una orden en la tarde.Tenías que estudiar todo esto y no lo hiciste por perder el tiempo con cartas de amor. - Leonardo se sonrojó. 

-Lo siento, papá. Yo...

-Aún no he terminado, hijo mío. - Lo interrumpió- Sé que eres joven, mi pequeño. y que quieres disfrutar tu juventud, pero nuestra posición no siempre nos lo permitirá. Debes ser responsable, Leoncito de mi corazón, sino tendré que castigarte... y créeme que no te gustará. 

Leonardo miró su maniito, pensando que tal vez su padre se conformaría con un sólo dedito y eso le revolvió el estómago. Pero lo que hizo su padre, lo dejó pasmado.

No supo en qué momento pasó de estar de pie, temblando frente a su padre a estar acostado sobre sus rodillas. 

-Pa... padre?!! Padre, qué haces?! 

El rey lo movió hacia un lado y le desprendió el pantalón, bajándoselo hasta las rodillas, junto con los pantalones interiores.

-Papáaaaaa!! Papáaaa!!! Qué haces?! Qué haces?! - Gritó asustado, tratando de detener el descenso de sus ropas. 

-Voy a castigarte, mi niño. Y si quiero estar seguro que no voy a lastimarte, debo ver lo que hago. Te amo, Leonardo Beristain! Eres lo más importante que tengo en éste mundo y no quiero que lo dudes en tu vida! - Dijo.

Leonardo miró hacia atrás, tratando de fijar sus claros ojos en los todavía más claros de su papito y le sonrió. Era la primera vez en sus 15 años que su padre le decía que lo amaba... al menos en voz alta y mientras él estaba despierto. 

Leónidas le devolvió la sonrisa y le acarició la espalda, hasta que su hijo se relajó un poco. Después, levantó su mano y la dejó caer en el trasero desnudo del principito, con fuerza controlada.

ZAS!! - Cayó el palmetazo en la nalga derecha, al que lo siguieron otros nueve bastantes más pesados.

-Auuu!! - Se quejó el principito, todavía un poco desconcertado sobre lo que estaba pasando. Desconocía esa clase de castigos. Cuando se portaba mal, su padre sólo lo mandaba a estudiar horas y horas en esa fea habitación... pero tal vez, y sólo tal vez, estudiar no estaba tan mal después de todo. 

ZAS!! ZAS!! ZAS!! ZASS!! ZAS!! ZAS!! ZAS!! ZASS!! ZASS!!- 

-Ayyyyyyyy!!! A-auuuuu!! Aughhh!! Padre... Padre, por-por fav...auuuu! Por favooooooooorrrrr... auuuu!! Ya no más!! - Se quejaba, sintiendo que su colita empezaba a quemar.

ZAS!! ZAS!! ZAS!! ZASS!! ZAS!! ZAS!! ZAS!! ZASS!! ZASS!! ZASS!! - En el muslo izquierdo, dejando la piel pálida con un tono rojo intenso. 

-AuuuuuuUU!!! Buaaaaaaaaa..... Buaaaaaa!!!- Leonardo comenzó a llorar, retándose mentalmente por no poder soportar ese simple castigo. Las lágrimas rodaban por sus mejillas, bañando su pequeño rostro. Le dolía demasiado, y quiso poner su mano para evitar un nuevo ataque, pero su papá la apartó, dejándola sostenida contra la parte baja de la espalda, y procedió a entregar una nueva tanda de nalgadas.

ZAS!! ZAS!! ZAS!! ZASS!! ZAS!! ZAS!! ZAS!! ZASS!! ZASS!!-  Volvieron a caer en la nalguita derecha, acentuando el tono colorado que ya lucía como consecuencia de las primeras palmadas, repitiendo el proceso en el cachete izquierdo.

-AUAUAUAUAAUUUUU!!! BUAAAAAAAAAAA!!!! YAAAAAA... PAPITOOOO!! YAAAA.... PAPIIIII BUAAAAAAA... BUAAAA!!! - El rey se mostraba implacable, descargando palmada tras palmada, pero en su interior estaba desarmado, maldiciéndose por ser el causante de las lágrimas que su principito atesorado derramaba a caudales.

ZAS!! ZAS!! ZAS!! ZASS!! ZAS!! ZAS!! ZAS!! ZASS!! ZASS!!- Con esas diez palmadas, el rey dio por terminado el castigo. Su niño lloraba con una aflicción que hacía estrujar su corazón. 

Dejó que llorara un rato más en su regazo, frotando suavemente su espalda. Quería decirle mil cosas, pero su garganta parecía estar atorada con sus propias lágrimas y sólo atinó a darlo vuelta para acunarlo contra su pecho, feliz de que su Leoncito, envolviera sus brazos alrededor de su cuello.

-Shhhh, mi niño!! Shhhh, ya pasó!! Papá te tiene, mi rey precioso!! Papá te ama... te amo, Leonardo, te amo mucho! Mucho, mi chiquito... Con toda mi alma. -Le susurraba al oído y le besaba los cabellos castaños. 

-Y-yo t-ta-tambi-én t-te a-moo, papito!! - Balbuceó y su padre lo apretujó más fuerte contra su cuerpo. 

Tantos años privándose de tenerlo así de cerca. Tantos años de tenerlo a su lado y de ignorarlo. El rey no estaba dispuesto a perder un minuto más de su vida sin su hijo. Eso tenía que cambiar... pero primero faltaba otra cosa.

-Te amo, mi niño, y siempre me tendrás a tu lado. Soy tu padre, aún cuando todo éste tiempo me comporté sólo como un rey sin corazón, tú eres todo lo que yo más amo en éste mundo, jovencito... y así será hasta el último día de mi vida... seré tu papá en las buenas y en las malas. Y quiero que sepas - Le levantó la barbilla para que los ojos de su bebé quedaran a la altura de los suyos -que de ahora en más, ésto - Le dijo, haciendo una señal de azote con su mano- es lo que podrás esperar de mí, cada vez que me desobedezcas. He sido claro, mi príncipe?!

El Leoncito asintió resignado. Cómo podía ser que se hubiera quejado de tener que estar sentado todo el día estudiando?! Ahora ni sentarse podría! 

El rey tomó la mano de su hijo y le dio un beso en la palma. Solía hacer eso cuando Leonardo era tan sólo un bebé. Su hijo conservaba la misma sonrisa pura de aquél entonces. 

-Luis?! Puedes pasar! - Dijo, elevando la voz.

Apenas alcanzó a decir "puedes", Luis ya tenía a su hijo en brazos, acomodándole la ropa. -Shhhh!! Ya pasó, mi Leoncito- Murmuró, sentándose en la silla que el rey acababa de desocupar. 

-Luiiiiis. Papá... papá me pegóo!! - Sollozó, estirándole los brazos para abrazarlo, dejándose mimar por su segundo padre. 

-Shhh!! Lo sé, mi niño. Lo sé! Y sé que a su padre le dolió mucho tener que hacerlo, mi príncipe. Créame. A mí también me dolía cuando tenía que castigar a... a

-A tu hijo?! - Preguntó Leonardo, haciendo un esfuerzo por dejar de llorar.

-Sí. A mi hijo.- Le sonrió. 

-Cómo... snif snif... cómo se llamaba?!- Preguntó el muchachito, con una voz llena de inocencia.

Luis respiró hondo antes de hablar; no estaba muy seguro de su voz. -Su nombre era Lorenzo. Tenía 12 años cuando murió- Dijo, luego de unos segundos de silencio, tomando la manito del niño para darle un beso. - Se parecía a ti, sabes?!

-A mí?! Cómo?!

- Sus ojos... eran tan azules como los tuyos y tenía la misma sonrisita traviesa que tienes tú! Tenía un gran amor por la vida... Y yo amaba la vida sólo porque lo tenía a él!! 

-Cuando Lorenzo murió, yo me volví loco del dolor... creí que moriría! Pero como eso no sucedía, yo... intenté quitarme la vida... no la quería si no estaba mi niño en ella.

Leonardo lo escuchaba atentamente.

-Tú me salvaste- Le dijo, pasando su mano por las mejillas cálidas del principito para borrarle las lágrimas. Esas mismas manos que solían consolarlo tras un golpe, o un reto... Las manos que tanto anhelaron abrazarlo, cuando lloraba tras la puerta de su alcoba por no poder salir a jugar como los demás niños.... ahora lo acariciaban y mimaban con la ternura que sólo un padre le tiene a su vástago. -Me diste la fuerza para seguir adelante y eres la razón por la que estoy aquí! Te amo tanto! Tanto... tanto! -Le decía abrazándolo y llenándole el rostro de besos.

El príncipe no pudo más que corresponder el gesto con un abrazo efusivo. Sonreía y lloraba, pensando que todos esos años, él pudo haber sido heredero de una corona de oro y piedras preciosas, pero jamás se sintió tan importante como en ese momento.

Luis lo acunó contra su pecho, feliz de sentirlo así de cerca. Lo meció hasta que Leonardo  dejó de sollozar y lo ayudó ponerse de pie. 

-Qué le parece, mi principito, si terminamos esa carta y la mandamos a Catherine?! - Sugirió Luis, encantado de ver la felicidad que eso le provocaba a su hijo... bueno, no a su hijo, pero a quien su corazón adoraba como si lo fuera: a su Leoncito.

-Pero...no puedo! Papá se enojará. - Dijo el muchacho, haciendo un puchero.

-Sólo me enojaré si no me cuentas quién es Catherine. -Se escuchó la voz grave del rey desde la entrada. Había estado en silencio, contemplando la escena, con una espinita de celos en su corazón. Estuvo tentado en sacar a Luis de la habitación de su niño... incluso de su castillo, pero eso no sería justo. Luis le había dado a su hijito todo lo que él no: la presencia de un padre protector. 

Leonardo corrió a los brazos de su padre. -Papito. no te enojes conmigo! Por favoor!

-No me enojo, hijito, sólo confía en mí- Le dijo, besándole la frente 

-Lo haré, Padre!! - Respondió- Papi?! Puedo... puedo mandarle la carta a Lady Catherine, por favor?! Ella me gusta, papito... La amo!!- Le dijo envolviendo sus brazos al rededor del torso de su padre.

-Shhh, mi amor! Claro que puedes! Puedes hacer todo lo que quieras, mi rey, sólo no descuides tus estudios y por sobre todas las cosas confía en mi. Yo te amo mucho, Leonardo. Aún cuando no supe ser tu padre... tú eres lo que más atesoro

Leonardito se quedó mirándolo fijamente, haciendo que Leónidas se incomodara. Un segundo después, una hermosa sonrisa adornó los labios del principito. 

-Te amo, papito! - Le susurró desde su pecho, abrazándolo con fuerzas. Después fue el turno de Luis, que lo acurrucó entre sus brazos, aspirando ese olorcito tan familiar, y que tanto extrañó. 

Entre los tres rehicieron la carta malograda por la tinta, Leonardo siempre sonriendo, pues no podía evitar pensar lo afortunado que era. Tenía un ángel en el cielo, con el rostro de su mamá; a su lado, un padre fuerte y serio, pero que lo amaba por sobre todas las cosas; y un padre cariñoso y consentidor, que siempre estaría a su lado, pase lo que.

Al fin, el vacío que por tanto tiempo lo había acompañado, empezaba a ser llenado con el cariño sincero de sus "padres". El tiempo de llorar había terminado....

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Un pequeño obsequio por las 800 mil visitas!!! Que sean muchísimas más, Lady. Felicidades!!! :D


7 comentarios:

  1. Waaaaooo Ariane Bella la historia... para querer mucho mas...

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  2. Hola Nena Ariane
    Te quedo super me gusto que su Papa porfin le demostrara su cariño pero de que manera jajaja porfis porfis continuala siiiii siiii

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  3. aww :3
    que hermoso, me encanto este relato jejeje por fin Leonidas reacciono :D y espero que ahora Leo sea muy feliz en compañia de sus 2 padres
    buua que triste historia la de Luis aunque que genial que haya podido salir adelante por el niño
    quiero mas capitlos jeje porfavor
    saludos :D

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  4. Gracias chicas! Me hacen suuuuper feliz con sus bonitas palabras!!! :D Gracias, gracias.... graciassssssss!!!! :D

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  5. Ariane...

    este tu principito me ha encantado por favor contnuala si?, e gusto mucho quiero saber que pasara con la novia

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  6. Primero Muchas gracias por el maravilloso regalo... que bueno que el principito tenga dos personas en su vida lo amen de esa forma.

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