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lunes, 6 de abril de 2015

Chapter 59: Libros en blanco y escritos



 


Chapter 59: Libros en blanco y escritos
 


Por segunda vez en aquél día, Chris subió al desván acompañado de sus hijos, pero ésta vez sin su padre. Iba a hacer que sus hijos cambiaran de forma. Iba a convertirles en demonios delante de él, porque aquello era parte de lo que eran. Les había explicado brevemente lo que iba a hacer y decir. Se dio cuenta de que a Peter todo eso de los conjuros le parecía raro, como si fuera magia negra. Lo cierto es que aquél en concreto era un poco extraño. Había necesitado una gota de sangre de cada uno de los gemelos y unos ingredientes que sonaban a brujería antigua, como lo de "ojos de tritón". Su madre le había explicado alguna vez que los brujos tenían mucho sentido del humor, y ese era un nombre puesto al azar a unos polvos vegetales tratados de determinada manera, precisamente para hacer un chiste con el cliché habitual. Se compraban en el mercado mágico o los fabricaba uno mismo. Chris estaba muy familiarizado con ellos porque era el tipo de magia de la que se valía para luchar contra demonios, y era bueno haciéndolo, además. Pero aquella vez no quería luchar contra ningún demonio, sino hacer que sus hijos se convirtieran en uno. Y él no tenía poderes demoníacos ni colgantes especiales en días de luna llena, así que había tenido que buscar otros medios.
Observó a Nick y Peter, que esperaban frente a él, muy nerviosos. Chris supo en ese momento que estaban confiando ciegamente en él, y eso le gustó, y a la vez le hizo sentir muy responsable de sus actos: no podía defraudarles. Aquello TENÍA que salir bien. Echó los últimos ingredientes en un caldero. Sólo faltaba el papel del conjuro, que tenía que echar ahí también una vez lo recitara. Antes de hacerlo, miró a Leo, que curioseaba el Libro de las Sombras para ver qué hechizo estaba lanzando su padre.
- Leo, si te digo que salgas tendrás que hacerlo ¿de acuerdo? Sin discutir.
El niño asintió, mirándole a los ojos, y leyendo entre líneas: si Nick y Peter se ponían fuera de control, su padre no quería que Leo corriera peligro.
Chris cogió el papel que había escrito hacía unos minutos. En el último momento le pidió a Leo que lo leyera también. Era un hechizo poderoso y tendría más efecto si lo lanzaban dos brujos.
"Espíritu demoníaco, te invocamos, ¡responde!
Son dos esencias que conviven en una.
Revélanos ahora la que se esconde"
Ahí estaba. Chris sintió el poder fluir a través de él, y en seguida vio la reacción en sus hijos, objetos de su hechizo. Los gemelos abrieron mucho los ojos. Su tamaño empezó a aumentar, y Chris lamentó no haberse acordado de ese detalle. Observó impotente cómo las camisetas de sus hijos estallaban. Si no se andaban con cuidado se quedarían sin ropa. La piel pálida de los gemelos se tornó roja. Los ojos de Peter también se volvieron rojos; los de Nick, amarillos. Lo cierto es que su aspecto daba algo de miedo. El Libro de las Sombras salió despedido del desván. La presencia de dos demonios activó su mecanismo de autodefensa.
Entonces, los demonios rugieron a la vez.
"Vale, Chris, tranquilo."
- Peter – dijo, mirando al de los ojos rojos. Era curioso que bajo esa forma hubiera algún detalle físico que les diferenciara…
El chico no reaccionó a su nombre, pero le miró directamente, y Chris se estremeció. El ser que era Peter ladeó la cabeza.
- Veo dos brujos, hermano.
"Oh, ¡hablan!" pensó Chris, pero luego se llamó estúpido. Claro que hablaban. La mayoría de los demonios lo hacían. No obstante, aquella no fue la voz de su hijo. Era grave y profunda, como de ultratumba.
- Uno es sólo una cría – respondió Nick, y miró a Leo de una forma que a Chris no le gustaba nada. Vale, era el momento de que Leo se fuera. Traerle ahí quizás no había sido buena idea, pero no había querido excluirle de aquél acontecimiento "familiar".
- Leo, quiero que salgas del desván muy despacio, sin hacer movimientos bruscos – susurró, pero el niño no le hizo caso. Miraba fijamente a lo que habían sido sus dos hermanos. - ¡Leo! – insistió Chris, elevando un poco la voz.
Peter soltó una risa, y ese sonido no fue agradable en absoluto. Chris se enfadó con la Naturaleza: la risa de su hijo era lo mejor del mundo, el sonido más bello que uno se pudiera encontrar. ¿Por qué lo deformaba de aquella manera, para que se volviera algo oscuro y…dañino?
- Quiere proteger a la cría – dijo Peter, volviendo a reír de aquella forma venenosa. Chris tenía suficiente experiencia en enfrentamientos directos con demonios como para saber que estaba a punto de convertirse en la caza el día. Lo había tenido previsto, pero no había contado con que Leo se negara a obedecerle en un momento como ese.
- Leo, vete ahora mismo – le dijo, y hasta le empujó un poco.
- No voy a dejarte sólo…
- Diablos, ¡te estoy diciendo que lo hagas!
No tenía tiempo para eso. No podía ponerse a discutir con él, y él no podía orbitarle como hacía Wyatt, sin orbitar con él. Así que alzó la mano y usó su telekinesis, con cuidado de no hacer que Leo se cayera. Le sacó del desván y cerró la puerta, corriendo la cerradura con el poder de su mente. Oyó como su hijo aporreaba la madera, al otro lado.
Vale, un hijo menos del que preocuparse. Faltaban dos. Peter caminó hacia él…Oh, pero Chris no era tonto. Había hecho un círculo de cristales alrededor de los gemelos, como precaución, y en ese momento supo que había hecho bien. La jaula mágica impedía que sus hijos salieran de ahí. No les dolía, sólo les dejaba atrapados en un rinconcito del desván, hasta que el diera con la forma de conseguir que no fueran peligrosos.
- ¡Libéranos, maldito! – gritó Nick.
- Cuando esté seguro de que vas a mantener el control, hijo – dijo Chris, con calma.
- Estoy bajo control, "padre".
Oh. ¿Sabían que era su padre? Chris sólo se permitió un instante de perplejidad.
- No soy vuestro enemigo.
Los gemelos rugieron, manifestando su desacuerdo. Entonces, Chris tuvo una intuición…Aquello le recordó demasiado al bufido que soltaba Nick cuando se enfadaba. Estaba ante dos demonios sí, pero eran dos demonios adolescentes. ¿Cómo funcionaban las familias demoniacas? El padre era el jefe…el que tenía más poder…el que dominaba…Hablar en términos de "dominación" le incomodaba, pero le quedó claro que lo que tenía que hacer era imponerse sobre sus hijos. Les había estado llamando "Nick" y "Peter", pero ese no era su nombre…
- Vraskor – dijo, y eso sí provocó una reacción en Peter. – Vraskor – repitió, sonando más tajante, como si le estuviera regañando. Peter pareció calmarse de inmediato. Chris contuvo su sonrisa triunfal y miró fijamente al otro gemelo. – Adramelech.
Era increíble. De pronto le estaban escuchando. Le…le miraban, expectantes.
- ¿Qué estáis haciendo? – les preguntó, como si hubiera descubierto a Leo jugando con algo peligroso en vez de estar cuidadosamente intentando controlar a dos demonios para que no decidieran matarle.
- Sólo era un juego, padre.
"¿Por qué 'padre'?" se preguntó Chris, pero lo dejó estar. Los demonios eran tan raros, al fin y al cabo…
- Pues no podéis asustar a vuestro hermano. Ni rugirme.
- Pero padre…
- He dicho que no – dijo Chris, conteniendo una sonrisa. Dios, Adramelech era Nick, totalmente. Si es que se parecía tanto, debajo de aquella hipermusculación de color rojo…Tan testarudo como su hijo.
- Sí, padre – dijeron los dos chicos con resignación.
- Bien. Ahora os liberaré, pero puedo volver a encerraros en un momento ¿entendido?
- Sí, padre. – volvieron a decir, al unísono, y Chris se permitió sonreír entonces. Sacó uno de los cristales, y así, la magia estaba rota. Entonces, sabiendo que tenía que hacerlo para convencerse a sí mismo de que aquellos también eran sus hijos les abrazó. Y se sorprendió cuando le devolvieron el abrazo. ¿Y de eso había tenido tanto miedo?
Se dio cuenta de que era más pequeño que sus hijos. Medían dos metros, quizá algo más, y tenían una musculatura exagerada. Se sentía pequeño en sus brazos, pero ellos no parecían extrañarse. Lo que sí, no controlaban su fuerza, porque Chris sentía que aquél abrazo le asfixiaba.
- Vale, chicos, podéis soltarme.
No lo hicieron, y entonces se dio cuenta de que a sus hijos "demoniacos" tenía que hablarles más autoritariamente, menos cariñosamente que a sus hijos "normales". Simple cuestión de lenguaje, pero no podía olvidarlo. Fue más firme la segunda vez:
- Soltadme.
Los chicos lo hicieron. Chris vio entonces que realmente iban a obedecerle.
- ¿Por qué me habéis atacado? – preguntó.
- Sólo era un juego…
Chris entrecerró los ojos. Podía ser. Aquella segunda vez. Pero…
- Cuando Barbas os invocó. ¿Por qué intentasteis matarme?
Los dos demonios se alejaron de él, inmediatamente.
- Lo sentimos, padre.
- Exacto, "padre" – dijo Chris. – Papá. No soy un enemigo. No debéis olvidarlo. Atacar a la gente está mal ¿entendido? No podéis hacerlo.
- ¿Morder se considera atacar? – preguntó Adramelech, con verdadero interés.
"Bienvenidos al curso de reeducación de demonios. Paso 1: no se muerde a la gente. Bien Chris, ¿no te gustaba eso de ser maestro? Pues aquí tienes dos libros totalmente en blanco."
- Sí, Adramelech, se considera atacar. Lanzar rayos también se considera atacar. Gruñir es intimidar, y eso tampoco podéis hacerlo.
Peter gruñó en ese momento, y Chris alzo una ceja. Aquello era…divertido. Se dio cuenta de que Peter estaba jugando con él, de que le estaba probando. Tan sólo tenía que acostumbrarse al aspecto intimidante de sus hijos. En todo lo demás era como estar ante dos niños. Sin pensarlo, puso el cristal en el suelo otra vez, encerrando a Peter-Vraskor, pero no a Nick.
- Cuando yo digo que no podéis hacer algo, no podéis hacerlo. ¿Entendido, Vraskor?
El demonio agachó la cabeza.
- ¿Entendido? - volvió a preguntar Chris en ese tono que iba a bautizar como "demontoritario".
- Sí, padre.
- Te quedarás ahí dentro cinco minutos – le dijo. – Después, le diré a Leo que entre, y quiero que los dos seáis amable con él.
- ¿Qué? Papá, sólo es una cría…
Los demonios llamaban "crías" a sus pequeños.
- No es una cría. Es vuestro hermano. Y será mejor que lo recuerdes, Adramelech – dijo Chris, con su tono demontoritario en estado máximo. Sonó como una amenaza.
Adramelech bufó.
- Bueno, parece que va a costarnos un poquito – comentó Chris, y moviendo uno de los cristales, encerró también a Nick. No podía pasarles ni una, porque de su autoridad como "jefe de demonios" dependía que sus hijos no fueran peligrosos.
- No, padre – protestó Adramelech.
Chris, aunque sabía que no iba a ir muy rápido con ellos, decidió dar otro pasito.
- Papá, Adramelech. No soy padre, soy papá.
- Papá – dijo el demonio, como si intentara familiarizarse con la palabra.
- Y Leo es tu hermano, no una "cría".
- Hermano – repitieron los dos seres, para hacerse con el término.
- ¿Qué otra cosa tenéis que recordar?
- No se ataca, no se muerde, no se gruñe, no se bufa.
- Bien.
Aprendían rápido. Avanzó pasito a pasito durante varios minutos, pero siempre que les sacaba de su "encierro" volvían a hacer algo de lo que les había prohibido. Chris iba añadiendo cosas, como "no perseguir a los brujos", "no dejar que ningún mortal nos vea" "no hacer daño a ningún mortal" y pronto tuvo que añadir cosas como "no usar los poderes sin permiso". Descubrió que, como demonios, Nick y Peter podían desaparecer. Pensó que era una especie de teletransporte, y se asustó pensando que habían ido a algún sitio, pero luego se dio cuenta de que se hacían invisibles, en cuanto vio moverse una cortina.
- Adramelech, aparece ahora mismo.
Escuchó una risa en respuesta.
- Adramelech, obedéceme – dijo Chris, usando el tono más serio y peligroso que pudo poner, aunque por dentro se divertía: aquello no era peligroso, se trataba simplemente de que tenía que dejar clara su autoridad sobre ellos. Se sorprendió cuando Adramelech apareció, pensó que iba a tardar más.
- No te enfades – dijo el demonio.
- ¿Qué te he dicho? – dijo Chris, con voz, efectivamente, enfadada. De haberse tratado del Nick normal hubiera respondido "no me he enfadado", pero Adramelech y Vraskor tenían que aceptarle como jefe.
- Que no podía usar mis poderes sin permiso.
- ¿Y tú qué has hecho?
- Usar mis poderes sin permiso.
- Exacto. Así que venga, esta vez serán diez minutos – le dijo, y volvió a encerrarle. Peter ya estaba dentro de los cristales por haber vuelto a rugirle.
Chris esperó, pacientemente. Recordó que tenía otro hijo, al cual había dejado sólo. Y como los dos "condenados" no podían ir a ningún sitio, decidió ir a por él.
- Vuelvo enseguida – les dijo, y salió del desván. Leo no estaba en la puerta, pero casi.
- ¿Estás bien? – le preguntó el niño, nada más verle.
- Sí.
- Estaba a punto de llamar al tío, pero no escuché sonidos de pelea.
- Eso es porque no estaba peleando. Voy haciendo progresos con tus hermanos. No son peligrosos. Voy a hacer algo de comida, y luego podrás pasar.
- ¿De verdad? – preguntó Leo. Se le veía ilusionado.
- Sí.
- ¿Estás enfadado? – quiso saber el niño, reparando en la sequedad con la que le estaba hablando su padre y en que no le decía "campeón".
- Te dije que te fueras.
- Pero no son peligrosos…
- En ese momento no lo sabíamos. Te dije que te fueras. Y no me hiciste caso.
Leo agachó la cabeza.
- ¿Me vas a castigar? – preguntó, muy bajito.
- Premio para el caballero. – respondió Chris, y se dio cuenta de que había empelado el tono demontoritario cuando vio que Leo empezaba a llorar. Estaba con su hijo. Su hijo de ocho años, humano. Tenía que ser más amable. Se agachó junto a él – Sólo quiero que me obedezcas. Tengo que poder confiar en que vas a hacerme caso en situaciones peligrosas como la de antes. Algún día serás un brujo poderoso y tengo que saber que puedo contar contigo.
- ¡Puedes contar conmigo! – le aseguró el niño.
- Me alegra saberlo. Pero para eso – le dijo, y le bajó el pantalón y el calzoncillo – tienes que hacerme caso.
Le apoyó sobre su rodilla.
SMACK SMACK SMAKC SMACK SMACK
- En cualquier circunstancia, en cualquier situación, me obedeces. Sin dudarlo. Sin discutir conmigo. Pero sobre todo cuando estemos en el desván.
SMACK SMACK SMACK SMACK SMAKC
Chris le subió la ropa, y le pasó un dedo por la mejilla para limpiarle las lágrimas.
- ¿Lo recordarás? – le preguntó, y Leo asintió. Chris le sonrió, y le dio un beso, pero el niño no dejó de llorar. – Vamos ¿qué pasa, campeón? No ha sido un castigo tan fuerte.
- Pensé que te había pasado algo – dijo el niño, y le abrazó – Pensé que ellos…que tú…
Chris se puso de pie con Leo aun en brazos. Le acarició la cabeza.
- No voy a dejar que nada me separe de ti, ni siquiera un ataque demoníaco. Pero además, esos de ahí son tus hermanos. Y da la casualidad de que yo soy su padre. Puedo controlarlos. Soy muy guay.
- No digas "guay". – regañó Leo, dejando de llorar, que es lo que Chris pretendía - Te queda raro. No es una palabra de mayores.
- Qué suerte que yo no lo sea entonces ¿no? – respondió Chris y le revolvió el pelo. – Guay guay guay – repitió como un papagayo. Luego le bajó y le dejó en el suelo. – Ale, vamos a por algo de comer. Me da que hoy comemos en el desván. Creo que es mejor que ellos se queden ahí por el momento. ¿Qué sugieres, campeón? Hoy comemos lo que tú digas.
- ¿Lo que yo diga?
- Síp.
- Mmm…¡Pizza!
Chris se rió. Cómo sabía que diría eso. Pidieron unas pizzas, y en quince minutos se las trajeron. Chris subió con ellas, y con su hijo, a la habitación donde había dejado a Vraskor y Adramelech. Cuando entró le gruñeron. Chris ya iba a decir algo, pero entonces…
- Te has ido. – le reprocharon.
Cierto. Les había dicho diez minutos.
- Culpable – admitió, y fue a mover el cristal. – Pero vosotros me habéis gruñido, así que estamos en paz.
Leo estaba alucinando por verles hablar tan tranquilos.
- ¡Son gigaenormes! – exclamó, impresionado.
Los demonios soltaron una risita. Chris ya se iba acostumbrando a esa risa gutural.
- ¿Tenéis hambre? – preguntó, y dejó las pizzas frente a ellos. Las miraron sin mucho entusiasmo. Se preguntó de pronto si comerían algo diferente a lo que comían en su forma humana.
- Estamos cansados – dijeron a la vez.
Chris pensó que era lógico. Ser un demonio a la fuerza tenía que cansar.
- Después de comer podéis dormir un rato – les dijo, y entonces los dos se pusieron a engullir. – Despacio. – añadió, viendo que comían sin ninguna educación. – He dicho despacio – repitió, demontoritariamente otra vez. Ese tono era infalible con ellos, porque le obedecieron. Leo tiró de su manga, para decirle algo al oído. Chris se acercó.
- ¿Son conscientes de que con lo grandes que son podrían aplastarte con un solo brazo y romperte todos los huesos?
Chris tragó saliva. Caray, qué gráfico.
- Supongo que sí.
- ¿Y por qué te obedecen?
- Porque soy su padre. El jefe de su clan. Tienen que hacerlo. No son malos. Sólo necesitan que les enseñen. Es cuestión de paciencia. Parece que comparten un trozo de mente con Nick y Peter, pero sólo un trozo. Saben que somos familia, pero no saben lo que está bien y lo que está mal. Yo se lo enseño.
Leo les observó con curiosidad. Comieron en silencio durante un rato, y luego Leo se levantó, y caminó hacia Vraskor, hacia Peter. Vaciló un momento, pero luego se hizo un hueco entre las piernas del demonio, ya que los cuatro estaban sentados en el suelo. Vraskor no sabía cómo reaccionar. Dejó que niño se sentara allí y miró a Chris, como buscando instrucciones.
- Leo suele sentarse ahí, ¿lo recuerdas, Peter?
- ¿Peter? – preguntó Vraskor, frunciendo el ceño.
- Tu nombre humano.
- ¿Me lo pusiste tú?
- No. Tu…tu madre te puso los dos – pensó Chris, y aquello le entristeció. Él no había elegido el nombre de ninguno de sus hijos.
- Peter…- silabeó el demonio.
Vraskor parecía confundido. Chris estaba seguro de que recordaba cosas, cosas de Peter. Entonces Adramelech y él intercambiaron una mirada, y luego cerraron los ojos. Poco a poco volvieron a su forma humana normal. Chris se sorprendió. Ellos solos…Eran…capaces de controlar su transformación.
- ¿Chicos? – preguntó, y recibió dos enormes sonrisas en respuesta.
- ¿A que molamos? – preguntó Nick, muy pagado de sí mismo. Cerró los ojos otra vez y volvió a ser Adramelech. Ahora tenía un gemelo normal, y otro demonio. Adramelech cerró los ojos otra vez, y volvió a ser Nick. – Sí, molamos mucho. – fanfarroneó, y dio un mordisquito a la pizza – Y esto sabe mucho mejor ahora.
Peter asintió.
- Por alguna razón, antes me apetecía comer carne – dijo, y puso una mueca de asco. – No me dejes hacerlo ¿eh? - le dijo a Chris.
- Supongo que…os demonios comen carne…
- Pues este no – dijo Peter, y mordió su pizza cuatro quesos. Se comió dos trozos. Luego bostezó.
- Un buen momento para dormir ¿no creéis? – preguntó Chris, recordando que estaban cansados.
- No, qué va. No hay nada de sueño ¿verdad, Peter? – dijo Nick, mirando a su hermano con cara de "dí que no, maldito"
- Bueno…
- Vamos, chicos. Echaros un rato. Luego os despertaré: ha sido una mañana muy intensa.
Chris miró el reloj: las tres y media. Algo tarde para haber acabado comer, pero como se habían despertado a las once y habían tenido una mañana llena de espíritus, demonios, y adolescentes que decidían irse repentinamente…Se acordó de Paul, y se preguntó qué andaría haciendo. Decidió que luego le pediría su número a alguno de los gemelos y le llamaría.
- Pero no quiero dormir, quiero ver la tele… - protestó Nick, y Leo soltó una risita.
- Te hacen más caso como demonios.
- Sí, ya lo veo. – dijo Chris, reprobatoriamente.
- ¿Cómo lo hacías? – preguntó Peter – Yo… nosotros…sólo obedecíamos, o sentíamos el impulso de hacerlo…
- Sois mis hijos en todas vuestras formas – dijo Chris, algo petulantemente. – Os dije que no erais peligrosos.
Estuvieron hablando de la reciente experiencia, y luego, finalmente, los chicos accedieron a dormir un rato, aunque acabaron los dos en el sofá, para poder ver la TV.
Chris les despertó una hora y media después y pasaron la tarde hablando de magia, y lazos familiares. Leyeron el Libro de las Sombras buscando referencias a su familia o a los Anderson, y Chris se preguntó cuál sería la profecía que había mencionado Patsy. Cómo odiaba los mensajes crípticos.
- Bueno, basta de magia por hoy – comentó, con cansancio, cerrando el Libro. - ¿Qué queréis hacer ahora? Yo tengo que llamar a Amy, y hacer un par de cosas en casa…
- ¿Estás muy ocupado? – dijo Peter, con timidez – Me gustaría hablar contigo.
- Nunca voy a estar tan ocupado como para no poder hablar contigo, tesoro.
- Puede ir para largo – le avisó.
- Entonces nos pondremos cómodos. – respondió Chris, con una sonrisa. En realidad, había estado todo el día sin hacer nada por dedicarlo a invocar a un espíritu y a controlar a los demonios que Nick y Peter llevaban en su interior. Había muchas cosas que había dejado sin hacer y eran necesarias, como fregar, poner la lavadora, y revisar algunas facturas. Y, efectivamente, quería llamar a Amy. Le daba igual. Sus hijos eran más importantes que todo eso, y a él no le importaba quedarse un poco más tarde luego por la noche haciendo lo que no le diera tiempo.
Tuvo que reconocerlo: la petición de Peter le había extrañado. ¿Qué quería decirle? Chris se sentó con él en la cocina, y sacó dos refrescos.
- Soy todo oídos – le animó.
- Antes de nada, no te enfades. Una vez me dijiste que podía preguntarte lo que fuera, y que no te enfadarías.
- Y es así, Peter – respondió Chris, aunque instintivamente se puso alerta. El chico manoseó la lata de Coca-Cola y jugó con la anilla sin llegar a tirar de ella. Tardó unos segundos en arrancarse a hablar.
- Resulta que soy brujo. Ni siquiera vale la pena que me plantee si me gusta o no, porque igualmente lo soy. Resulta también que ahora soy un demonio, y después de lo que e hizo Barbas no puedo verle el lado positivo a eso. Pero resulta también que aparezco en el Libro de las Sombras y ahí dice que causaré el terror en el inframundo. No me has dejado leer lo que pone sobre mí, pero lo he hecho igual, luego te enfadas si quieres. El Hijo de las Brujas, me llaman. Supongo que eso viene porque desciendo de las Warren, y todo eso. Aparezco sólo como demonio. No dice nada de Peter, sólo de Vraskor. Y habla de muchos poderes…que yo sepa sólo tengo dos: esos rayos y lo de hacerme invisible. Pero por lo visto tengo más.
Chris escuchó en silencio. No le había gustado que leyera lo que ponía sobre él en el Libro pero no tenía ningún sentido enfadarse ya, y en cierta forma, estaba en su derecho.
- Aun no has hecho ninguna pregunta.
- No es una pregunta, en realidad. Es una petición, pero tampoco te lo estoy pidiendo. Más bien te estoy informando. Quiero ir al inframundo, y luchar contra ellos…contra tipos como Barbas, o el que atacó a Paul, o el que te atacó a ti. Quiero pelear, quiero derrotarlos, y tengo que hacerlo.
Durante unos segundos, el silencio fue absoluto. Chris estaba organizando sus pensamientos.
- Pues yo "te informo" de que no vas a hacer nada de eso.
- No puedes impedírmelo.
- Sí, sí puedo, pero confío en que no sea necesario. Tienes que pensar con la cabeza, y escuchar lo que estás diciendo. ¿Ir al inframundo? ¡Hace apenas un mes que tuve que rescatarte de él! Lo que tienes que hacer ahora es estudiar y…
- ¡A la porra los estudios, papá! Esto es mucho más importante.
- No Peter. Tu vida es lo más importante y no voy a dejar que la arriesgues porque sí.
- No es porque sí. Estoy destinado a ello. ¿Por qué crees que he dejado que me conviertas hoy en un demonio? Quería ver si puedo controlarlo. Puedo. Ya puedo hacer que ese grandullón rojo sea útil para algo.
- Aún no lo controlas del todo. Primero hay que andar para luego poder correr…- empezó Chris, con calma. Pero a Peter no le gustaba que le dijeran que "no", sobre todo cuando se le impedía hacer algo que "debía" hacer. Le interrumpió antes de que terminara.
- ¡No puedes tenerme siempre en una jaula de cristal, Christopher!
- Peter, NO ME LLAMES ASÍ – gruñó Chris. Ya no sabía cómo decirlo. Él era "papá".- Esto no es discutible. No vas a ir al inframundo.
- Con o sin tu ayuda lo haré. Tardaré más, pero lo conseguiré. Encontraré la forma de llegar y de cumplir mi destino.
Tras un pulso de miradas Chris comprobó que Peter hablaba completamente en serio. Se alarmó.
- Ataré sus poderes.
- Los dos sabemos que no debes hacerlo, pero es que además, dudo que puedas.
Chris no estaba acostumbrado a que Peter fuera arrogante.
- Eres poderoso, pero aun puedo quitarte tus poderes. Yo también lo soy.
- Oh, no lo digo por eso. Es que te he quitado los tuyos, como precaución. Así que ahora no puedes leer ningún conjuro para atar los míos.
Y lo decía así. Tan tranquilo. Tan confiado. Tan "Peter-el-independiente-que-no-necesita-un-padre-p orque-ahora-tiene-poder-para-destruír-el-inframund o".
- Devuélvemelos. Ya.
- Lo siento, me temo que no puedo complacerte, Christopher.
Se acabó. Chris se levantó a la velocidad del rayo y le agarró del brazo. Forcejeando, le obligó a tumbarse encima de él.
- ¡Suéltame!
- Lo siento, me temo que no puedo complacerte, Peter. – repuso Chris con infinito sarcasmo y le colocó bien.
- ¡Qué me sueltes!
- En cuanto hayamos aclarado un par de puntos – le dijo Chris, y empezó a descargar los primeros azotes sobre el pantalón del chico.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
- Es papá, Peter. No PLAS puedes PLAS llamarme PLAS Christopher. PLAS
Luego le levantó un poco para bajarle la ropa. Peter entendió lo que pretendía y trató de impedirlo, pero Chris le apartó la mano y tiró del pantalón y del calzoncillo. Le volvió a colocar.
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
- No puedes coger mis poderes y ésta conversación ya la hemos tenido.
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
- ¡Tú pretendías atar los míos! – dijo Peter al final, cuando sentía que las lágrimas empezaban a desbordar sus ojos.
- ¡Para impedir que vayas al inframundo y te maten!
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
- NO PUEDES, Y NUNCA PODRÁS HASTA QUE YO DIGA LO CONTRARIO, IR A AL INFRAMUNDO. Cero demonios para ti, Peter.
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
Por último, Chris quiso recalcar el mensaje. Hubiera orbitado el cepillo, pero "alguien" le había quitado SUS poderes, OTRA VEZ. Chris gruñó, e hizo una petición que a él le habían hecho cientos de veces.
- Orbita el cepillo - le dijo a Peter, y como era de esperar, no le hizo caso.
SWAT SWAT
- Orbita el cepillo
Cuando él tenía la edad de Peter y se lo pedían, también se negaba, pero dejó de hacerlo cuando no ir a por el cepillo implicó que viniera el cinturón. Él no pensaba hacer eso con su hijo, pero sí que soltó una ráfaga depalmadas algo fuertes.
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
- Si tengo que levantarme, e ir yo, va a ser peor para ti - le dijo, y entonces Peter obedeció. Lloraba mucho, así que Chris decidió acabar ya con eso.
- No puedes amenazarme con ir al inframundo por tu cuenta si yo no te dejo.
CRACK CRACK CRACK CRACK CRACK CRACK CRACK CRACK CRACK CRACK
- ¿Ha quedado claro?
CRACK CRACK CRACK CRACK CRACK
- Peter éste no es momento de ser orgulloso. Sólo quiero una respuesta. ¿Ha quedado claro? - preguntó Chris, madiciendo la testarudez de su chico.
CRACK CRACK CRACK
- Síiii.
- Me alegro. Esos últimos ocho te los podías haber ahorrado.
Chris dio por terminado el castigo y empezó a acariciarle, relajándose él a la vez que su hijo.
- Puedes preguntarme lo que quieras, Peter, pero no puedes decirme algo como que "me informas" de que vas a hacer lo que se te antoja. Eso no ha sido una pregunta y no has sido razonable. Tú mismo has comprobado que tratar con demonios no es una broma. Te hicieron daño. Podrían intentar hacértelo de nuevo. Podrían intentar convertirte en uno de ellos o incluso matarte.
Peter sollozó en silencio un rato reconfortado por las caricias de su padre.
- Pero…no puedes impedir que sea lo que dicen que tengo que ser…
Christopher le incorporó con cuidado, le colocó la ropa, y le miró a los ojos.
- Tú no eres lo que nadie diga. Eres tú, y punto. Y si ser tú implica que tienes que destrozar unos cuantos demonios, sea. Puede que lo encuentres hasta divertido. No he dicho en ningún momento que vaya a impedirte hacerlo. Sólo digo que aún no. Peter, yo tuve poderes desde el vientre de mi madre, los usé, crecí con ellos, y no me dejaron bajar hasta los 18, siempre rodeado de brujos y luces blancas que podían protegerme. No puedo dejar que bajes ahí estando indefenso. Porque, con mis poderes, con los tuyos, y hasta con los de Wyatt, estarías indefenso. Es la experiencia lo que marca la diferencia. La capacidad de reacción. Y sobre todo, tesoro, que te quede claro que no "tienes" que hacer nada. No es tu obligación. No le debes nada a nadie. No tienes que luchar para compensar el "ser un demonio".
Peter asintió y le dio un abrazo, pero Chris sabía que no le estaba dando la razón. Simplemente no quería discutir porque le acaba de castigar. Eso era bueno, pero no era suficiente.
- Volveremos a hablar de esto, Peter, pero ahora devuélveme mis poderes, por favor.
Peter lo hizo, aun abrazado a él.
- Sí quieres, practicaremos con tus poderes. Nosotros nunca…nunca recibimos entrenamiento, pero si tú quieres puedo enseñarte…en fin, lo que sé.
Eso pareció contentar a Peter un poco más. Se abrazó a él con más fuerza y enterró la cabeza en su hombro.
- Lo siento.
- Lo sé. Esta es una discusión que yo tuve muchas veces con mis padres, Peter, y confieso que me escapé al inframundo varias veces, sin su permiso. Por tu bien no lo hagas, porque el castigo que te daré entonces no lo olvidarás en la vida.
Peter tragó saliva.
- No hace falta amenazar.
- No es una amenaza, es una advertencia, para que sepas a qué atenerte.
Peter se abrazó a él un rato más.
- Lo siento – repitió.
- Ya lo has dicho, tesoro.
- No… siento…haberme resistido.
Chris soltó una risa sin humor. Peter solía hacer eso: no veía el escaparse al encuentro de demonios sedientos de sangre como algo malo, pero era algo horrible para él el haberse "resistido" a su castigo.
- Eso no ha sido resistirse, Peter.
- Y siento haberte llamado Christopher. Sé que te molesta. Lo hago precisamente por eso…
- Ya, bueno, pues no es de tus mejores ideas. Empiezo a cansarme, y si me canso…
Chris rectificó la frase, al recordar que era muy parecido a algo que solía decirle Derek. "Ya sabes lo que sucede cuando me canso", decía aquél cerdo.
- …si lo sigues haciendo, voy a pensar que hay por ahí otro tipo al que le vas llamando papá.
- No. "Papá" sólo tengo uno. – le dijo Peter, muy dulce, y se dejó mimar. No obstante, la idea del inframundo no había desaparecido del todo en su cabeza, y se preguntó si Chris era consciente de eso. Probablemente sí: su padre era muy intuitivo.
Más adelante aquella tarde, Chris cogió el teléfono para llamar a Paul, a ver si estaba ya más tranquilo, dado que se había ido de esa forma tan brusca. Chris esperaba que no estuviera enfadado con él.
 


Paul levantó la mano y la apoyó en la puerta de madera de roble que era la entrada a despacho de su padre. La dejó ahí durante unos segundos, y luego la volvió a bajar por tercera vez consecutiva. Tomó aire, cerró el puño, y finalmente llamó a la puerta. Escuchó un seco "adelante" y deslizó el manillar a la vez que empujaba. Entró en la habitación con paso inseguro. Su padre estaba de espaldas, apoyado en la mesa con aspecto cansado.
- Ya habéis vuelto… - empezó Paul, sin saber bien qué decir. Lo lógico hubiera sido que su padre empezara a hablar primero, e incluso le gritara diciendo algo así como "¿Dónde rayos te habías metido?" y "¿Dónde están tus hermanos?", pero la experiencia ya le había enseñado a Paul que con sus padres no debía esperar reacciones lógicas. Que no le iba a gritar, ni a regañarle, ni a castigarle, ni nada. Aunque eso era bueno, se traducía en que en realidad no le importaba una mierda.
- Ya hemos vuelto – respondió Patrick, sin emoción en la voz. Se incorporó, se dio la vuelta, y se dirigió hacia donde estaba Paul. Concretamente, hacia la puerta. Se iba.
- Papá, necesito hablar contigo.
- Ahora no.
- Pero papá, es importante.
- He dicho que ahora no. Lo que sea puede esperar. Ya me lo dirás luego, a no ser que vengas a decirme que tus notas han mejorado.
Paul bajó al cabeza, y se ruborizó. No, sus notas no habían mejorado. De hecho, habían empeorado o iban a empeorar catastróficamente, ¿es que no se acoraba de que le habían expulsado? Paul se sintió avergonzado, pero luego, repentinamente, sus ojos se iluminaron. ¿Su padre estaba actuando como tal por fin? Jamás pensó que fuera a sentirse feliz porque le reprocharan sus malas notas, pero si eso quería decir que volvía a tenerle en cuenta como hijo, era más de lo que Paul podía esperarse. Llevaba suspendiendo más de dos años. Había repetido curso y su pare había actuado como si le diera igual, como si le fuera indiferente. Pero por fin parecía importarle.
- Mejorarán, te lo prometo – le dijo, reprochándose a sí mismo la voz de "niño desesperado por un poco de atención" que le salió. – Pero ahora tengo que hablar contigo.
- Lo que yo no tengo es tiempo para escucharte.
- Papá, acabas de llegar, llevas todo el fin de semana fuera, y yo también. Mira, he descubierto…
- …Cómo salir de mi despacho, espero. Ese es el único descubrimiento que me interesa ahora. Vete, Paul. Cuéntale a otro tus niñerías. Los adultos trabajamos.
- Yo también trabajo, papá. En la tienda del señor Johnson, por si lo has olvidado. Y cuido de tus hijos. – dijo Paul, con algo de resentimiento. Iba a añadir "también voy al colegio" pero como le habían expulsado temporalmente decidió omitirlo - Y, la última vez que miré mi carnet, era un adulto. Es como si el tiempo no hubiera pasado para ti en estos tres años, y eso es frustrante. Pero ahora no quiero discutir contigo. Sé que estás ocupado, por eso voy a ser muy breve ¿vale? Necesito que me escuches. Por favor. Por favor, papá.
Paul no solía ser tan…vulnerable. No era su estilo hablar así, implorando... Había sonado desesperado, y le costaba reconocerse. Ese no era el tipo duro que su padre quería que fuera. Pero esperaba que verle así, abriéndose a él, le hiciera darse cuenta de que quería hablar de algo importante.
Sus esperanzas se desvanecieron al ver la mirada fría que le dirigió su padre, y el movimiento de negación que hizo con la cabeza. Con un gesto le señaló la puerta. Su padre le estaba echando. Patrick, aunque americano de nacimiento, había crecido en Inglaterra, y para Paul siempre había sido la imagen prototípica del hombre frío, firme y rígido que se tenía de los ingleses. La madre de Paul había cambiado después del accidente de Jason: su padre había sido siempre igual, tan sólo se habían distanciado más tras el accidente, pero nunca habían tenido una relación muy cercana. Y nunca le había tocado. Era extraño, porque Paul veía que con el resto de sus hermanos sí era cariñoso. Aunque él no era capaz de verlo de esa forma, un psicólogo había dicho que los problemas de Paul con la violencia y los líos en general empezaron a raíz de esa falta de cariño paterno. De niño, conseguía la atención de su padre cuando se metía en líos. Tras el accidente de Jason, a su padre pareció darle igual lo que hiciera o dejara de hacer. Ahora que Jason había muerto, ¿su relación mejoraría o empeoraría? Paul se enfrentó a aquellos ojos fríos. Empeoraría, sin duda. Esos ojos era todo lo que Paul llevaba viendo desde hacía tres años.
De alguna forma, Paul entendía que su madre se hundiera. Era una mujer…no es que fuera débil, pero era sentimental, y era madre….La muerte de un hijo no es fácil de superar. Pero ¿su padre? ¿Su padre el tipo duro? ¿su padre el de "no llores que eso es de niñas"? Cuando Paul vio que tras el accidente no sólo perdía un hermano y una madre, sino también un padre, no lo entendió. ¿Cuántas veces había vuelto Patrick del hospital hablándoles de la muerte de un paciente y de que lo que deben hacer las familias ante eso es unirse para superar el dolor? ¿Acaso era incapaz de aplicarse su propio consejo? Paul recordaba el día del accidente. Dudaba que alguna vez pudiera olvidarlo.
Llovía, hacía frío, y él tenía que ir a recoger al enano de un partido. Eso de tener el carnet no era tan bueno después de todo. Hacía dos meses que lo tenía, y ya era oficialmente el chico de los recados. Además, Jason estaba de mal humor, porque su equipo había perdido, así que todo en el coche estaba silencioso. Paul puso algo de música y decidió a hacer de hermano mayor. Golpeó el antebrazo de Jason con el puño. Era su forma de ser cariñoso, y de decir "anímate, hombre". Jason se frotó el brazo, y le dedicó una especie de sonrisa. Eso estaba mejor.
Entonces ese camión…el tipo se le cruzó en medio…el semáforo estaba a favor de Paul, pero el camión estaba ahí, a punto de darle. Jason gritó. Paul clavó el coche. Su hermano salió despedido, pero el cinturón de seguridad impidió que atravesara el parabrisas. El coche dio una vuelta de campana…Paul abrió la puerta y salió…el camión, aun rodando por la inercia, tendría que haberle aplastado pero de pronto Paul no estaba "debajo" sino "arriba". Muy arriba. Estaba…¿flotando? ¿Cómo coño había llegado hasta ahí? Jason…¿dónde estaba Jason?...Y, en realidad, ¿dónde estaba él? ¿Por qué no estaba ahí abajo, junto al coche? ¿Había muerto, y por eso lo observaba todo desde arriba? Lo dudaba, porque le dolía el codo y se sentía bien vivo. Los muertos no sienten dolor, ni miedo ¿verdad? De pronto, empezó a caer, y a caer…y cuando llegó al suelo, se quedó inconsciente.
Su despertar en el hospital fue un anticipo de lo que le esperaría los siguientes años. No había nadie junto a su cama. Todos estaban con Jason. Pero se dijo que eso era lo lógico, al fin y al cabo: el que estaba grave era su hermano… Paul pasó las horas siguientes entrando y saliendo de un sueño inquieto, sedado y algo atontado, pero al despertar de cada sueño se veía a sí mismo en el aire, mirando el coche en el que su hermano estaba muriendo. Porque, para Paul, Jason murió aquél día. De alguna forma supo que nunca iba a despertar. Lo sabía, como un presentimiento nefasto que años después resultó ser cierto.
Días después, cuando él estaba en casa, pero Jason no, reunió valor para hablar con su padre. Estaba muy seco con él, más seco de lo habitual, y Paul sospechaba que él y su madre le culpaban del accidente. No le habían reconfortado ni dedicado una sola palabra de ánimo, ni le habían dicho "qué bueno que estés bien". Apenas le habían hecho caso, en realidad, y Paul se sentía sólo y abandonado. Pero Paul era, o quería ser, un tipo fuerte y entendía que sus padres estaban sufriendo. No podía permitirse algo tan egoísta como reclamar su atención en un momento como aquél. Se limitó a ayudar con el más pequeño de los enanos, con el bebé, y a guardar silencio. Cuando ya no podía más, habló con su padre, y le dijo lo que había pasado "de verdad" en el accidente. Le dijo que, de pronto, estaba fuera del coche, en el aire. Que tendría que haber muerto, pero no lo había hecho. Aquella fue la única vez en su vida que su padre le gritó. La única.
- ¿CREES QUE PUEDES DECIR ALGO COMO ESO EN UN MOMENTO COMO ESTE? ¿NECESITAS SENTIRTE ESPECIAL Y POR ESO TE INVENTAS UNA MENTIRA DE ESE CALIBRE? ¿QUIERES SER EL PROTAGONITA EN ESTO? ¡TU HERMANO ESTÁ EN EL HOSPITAL! ¡NO PUEDO CREER QUE SE TE OCURRA DECIR ESAS TONTERÍAS JUSTO AHORA! ¿ES QUE NO TIENES CEREBRO? ¡VOLAR! ¡SI DE VERDAD PUDIERAS HACERLO, TENDRÍAS QUE HABER SALVADO A TU HERMANO! – le dijo su padre, y aquello escoció a Paul especialmente. Se sentía culpable por estar vivo, mientras que su hermano estaba en coma. Era una de las muchas cosas que hubiera necesitado hablar con alguien, pero que tuvo que comerse sólo, como todo lo demás. Su padre le miró de una forma muy dura, y luego siguió hablando, algo más calmado pero sonando muy autoritario. – No le digas esto a nadie. No vuelvas a mencionarlo. Nunca. Te diste un buen golpe en la cabeza. Eso fue lo que pasó. Y ahora vete, y haz algo útil. El bebé está llorando y tu madre no puede atenderle.
Aquellas fueron las palaras de su padre hacía tres años. Le hicieron sentir un loco que se imaginaba cosas como que podía volar y un egoísta que hablaba de estupideces cuando todos estaban preocupados por Jason. Paul había levitado un par de veces más después de aquello, y siempre se decía que no era real, y que no podía volver a mencionárselo a su padre. Tres años creyéndose un loco, escondiendo eso y tantas otras cosas, tragando él sólo con tantas y tantas preguntas…Preguntas para las que, si era cierto todo lo que había averiguado en casa de Nick y Peter, su padre había tenido siempre la respuesta. ¿Y Chris decía que ese hombre era un brujo como él? Pues si era así, lo que era …era...
- Un perfecto hijo de puta. – dijo Paul en voz alta, su mente de vuelta a aquél despacho, al presente, donde estaba hablando con su padre que le seguía mirando de aquella forma fría. Ni siquiera pareció reaccionar ante el insulto, así que Paul, de forma consciente ésta vez, lo repitió: - Eres un hijo de puta.
- ¿Eso era lo que querías decirme? Bien, tenías razón: has sido breve. Ya puedes irte.
Su padre habló con el mismo tono indiferente, sin enfadarse, sin alterarse porque su hijo – un hijo al que habían educado según unos modales muy finos como correspondía a su clase social – le hubiera dedicado uno de los insultos más groseros. Paul abrió y cerró los puños.
- ¿No vas a decir nada? ¿Ni siquiera quieres saber por qué te he llamado eso? ¡Eres un cabrón mentiroso! ¡Sabes lo que somos, sabes lo que haceos, tú también eres brujo! – gritó Paul, y su padre abrió mucho los ojos. Aquello fue su confirmación: su padre lo sabía. Siempre lo había sabido. Lleno de rabia, caminó hacia el escritorio y, con toda su fuerza, volcó la mesa, esparciendo por el suelo un montón de papeles. - ¡Desgraciado hijo de puta! ¡Lo sabías! ¡Dejaste que pensara que estaba loco! ¡Me ocultaste lo que soy, lo que puedo hacer! ¡Me has dejado sólo durante todos estos años con eso y con todo lo demás!
Paul hubiera esperado que su padre se enfadara. Que no le permitiera hablarle así, porque nunca lo había hecho, ni tirar sus cosas. Paul siempre había sido educado con su padre, y quizás esa era la palabra: educado que no afectuoso, porque, le quedó claro en ese momento, nunca había habido afecto entre ellos. Con su madre sí, y le dolía haberlo perdido. Pero con su padre sólo había habido respeto y mutua tolerancia. Paul creía que su padre se enfadaría con él por ese arrebato furioso. Lo esperaba y casi lo deseaba. De hecho, es lo que estaba buscando conseguir. Sin embargo, Patrick le siguió mirando de aquella forma vacía e impersonal.
- Sí, sí lo sabía – dijo solamente, estático, hierático, sin moverse.
En ese momento, Paul llegó a su límite. Acumulando varios años de resentimiento, rencor, e ira, caminó hacia su padre y le cogió del cuello de la camisa, empujándole contra la mesa volcada sobre el suelo. Si su madre no hubiera entrado en ese momento, Paul podría haber hecho algo de lo que se arrepentiría toda la vida, porque estuvo a punto de golpearle. La entrada de su madre en el despacho le distrajo, y permitió que su padre, que era más alto y más fuerte aún que él, le quitara de encima.
- ¡Paul! – gritó su madre - ¿Qué has hecho?
Sí…¿qué había hecho? Paul miró la habitación, llena de papeles, bolígrafos y demás utensilios de escritorio que él había tirado al volcar la mesa. La propia mesa, tumbada de lado, hacía que aquello pareciera el lugar de un crimen. Y él…se había abalanzado sobre su padre…y lo peor es que aun quería hacerlo. Tenía que controlarse mucho para mantener los puños junto a sus costados.
- Mamá, él… – empezó Paul, preguntándose si ella estaría al corriente de todo, pero no le dejó terminar.
- Fuera de ésta casa – le espetó, y durante un segundo Paul creyó que no la había entendido. - ¡Fuera!
Paul parpadeó, sorprendido. ¿Le estaba echando? Lo primero en lo que Paul pensó fue en sus hermanos. ¿Quién iba a encargarse de ellos?
- Tengo… tengo que recoger a los niños…
- Tú no tienes que hacer nada, salvo irte. Ya has causado suficiente daño a ésta familia – dijo Loreen. Si su padre era la viva imagen de la frialdad, su madre era la del dolor y el resentimiento. Paul no pudo soportar aquél tono, ni aquella acusación. No pudo soportar lo que había hecho, lo que quería hacer, lo que había hecho su padre. No pudo soportar la comparación mental que su cerebro hizo entre su familia y la de Chris. Así que, fiel a los deseos de su madre, salió de allí. En seguida se encontró en la calle.
"No llores, Paul, no llores. ¿Eres un hombre o una niña?"
Debía ser un hombre, porque no lloró. Aunque quiso hacerlo. Era lo único que quería hacer, en realidad. Llorar y no dejar de hacerlo hasta ahogarse con sus propias lágrimas. ¿Qué iba a hacer ahora? Ni siquiera había cogido una mochila…Sólo tenía la ropa que llevaba puesta, el móvil, el carnet, y su tarjeta de crédito. Bueno, eso último sin duda ayudaría bastante. De algo tenía que servir ser asquerosamente rico. Incluso entendiendo que ya no podía contar con la fortuna de su familia, Paul llevaba dos años trabajando en la tienda y ahorrando el dinero que sus padres le daban de forma excesiva, como culpables por su abandono. Tenía un total de cuarenta mil dólares ahorrados, lo cual le aseguraba unos meses de estabilidad. Si continuaba con el trabajo podría mantenerse sin problemas alquilado en algún sitio. Eso no le preocupaba. Además, era el heredero de una casa que había pertenecido a su abuelo, y eso sus padres no se lo podían quitar.
En lo que no podía dejar de pensar era en sus hermanos. ¿Tomarían sus padres las riendas? ¿Se ocuparían de ellos? Su padre siempre había sido menos frío con ellos que con él…Y su madre poco a poco salía de su pasotismo… primero le había pegado, y luego le echaba de casa: de alguna forma estaba saliendo de su pozo de depresión. Tal vez ahora que Jason había muerto y él ya no estaba en casa, sus padres y sus hermanos conseguían volver a ser una familia.
Tras dos horas de caminar, Paul se dijo que tendría que haber cogido el coche. Mierda, ¡el coche! ¡SU coche! ¿cómo iba a llegar a su casa en las afueras sin él? En fin daba igual. Tampoco quería mudarse a un edifico vacío que le recordara todo el rato esa familia a la que acababa de dejar de pertenecer. Cuando se cansó de andar, se sentó en el césped de un parque, y apoyó la espalda en el tronco de un árbol. Empezó a llover. Y, simultáneamente, él empezó a llorar.
Lloraba por tantas cosas…
Lloraba por su hermano muerto…el hermano al que estaba más unido por ser el más cercano a su edad. El hermano del que se sentía orgulloso, porque lo hacía todo bien y hasta era bueno en los deportes. Su hermano hubiera llegado a ser alguien importante, no como él. Lloraba por tres años de soledad absoluta aunque viviera rodeado de personas. Lloraba por haber perdido el cariño de un padre aun antes de tenerlo. Siempre había pensado que su padre era frío con él para que él fuera fuerte, pero, qué coño, él no quería ser fuerte. Quería ser un niño, y llorar, y gritar, y romper algo, y que le abrazaran, y que le dijeran lo que hacía bien.
Lloraba por haber perdido los nervios de aquella forma, y por el odio que sentía hacia sus padres. Eso no estaba bien, no era un sentimiento natural. Pero también les quería, y también lloraba por eso. Y lloraba por su madre, por la mujer dulce y cariñosa que había sido, siempre con él, sin importarle que su hijo fuera un cafre que se metía en problemas…hasta que Jason ingresó en el hospital. Lloraba por la imagen de su madre siendo fría con él, odiándole, desentendiéndose… Lloraba por su madre no estando ahí en sus primeras experiencias amorosas…La había necesitado mucho…Lloraba por su madre echándolo de casa, llevando al culmen su actitud de "oh, cuánto me has decepcionado, hijo". Lloraba por todas las novedades que le habían golpeado de pronto…Perder un hermano y ganar una rama familiar entera…Lloraba porque sus poderes no habían servido de nada ante lo que le pasó a su hermano. Lloraba porque ser un brujo no le hacía especial, sino tal vez más miserable: su padre se lo había ocultado, y a saber cuántas cosas más. Comparó su familia de brujos con la familia de brujos de Chris, y lloró por eso. Lloraba por no haber llorado en mucho tiempo.
Aún estaba sollozando cuando notó la molesta vibración del móvil. Lo ignoró. Siguió llorando, y el móvil siguió vibrando. Al final, tras unas diez llamas en un intervalo de media hora, decidió sacarlo de su bolsillo. No sabía quién podía ser y no le importaba: colgó sin siquiera mirar el número. Pero volvieron a llamar. ¿Es que no iban a dejarle tranquilo? Miró a ver quién era el pesado…era un número desconocido. Inmediatamente, pensó que podía haber pasado algo con sus hermanos. Miró la hora: habían pasado cuatro horas y media desde que su madre le echara…Era hora de recoger a sus hermanos…¿lo habrían hecho? Inquieto, descolgó.
- ¿Sí? – preguntó a media voz, intentando dejar de llorar para poder hablar.
- ¿Paul? Narices, ¿por qué no lo cogías? ¿Estás bien? – era la voz de Chris. A él también le había tratado mal, aunque al menos no le había empujado, como a su padre. Chris sólo había intentado ayudarle…Le había dicho la verdad, algo que su padre no había hecho en mucho tiempo. Paul intentó decir algo, pero no podía hablar, tan alterado y lloroso como estaba. - ¿Paul? Me estás asustando. ¿Qué ocurre?
- Yo…yo…
- ¿Dónde estás, Paul?
- No lo sé.
- ¿Cómo que no lo sabes? ¿Estás en tu casa?
- No. Me…me…ya no puedo volver allí.
- ¿Qué? ¿Por qué?
Paul sollozó.
- Vale, Paul, tranquilo. ¿Estás sólo?
Paul no respondió, pero no hizo falta. Necesitaba a Chris, porque necesitaba a alguien. Y él era su luz blanca, así que segundos después, orbitó frente a él, invocado porque su cargo le necesitaba. No obstante aquella vez no era por el ataque de ningún demonio.
Paul miró a Chris, de pie, frente a él, y no se movió. Chris se agachó, se sentó a su lado, y sin entender qué pasaba o por qué lloraba así, le abrazó.
 


Paul no se lo cogía. Chris llamó varias veces, y nada. Comenzó a inquietarse, y caminó nervioso por la casa. Algo iba mal, lo presentía. ¿Y si nunca había llegado a su casa? ¡No debería haber dejado que se fuera! Siguió llamando, contagiando con su nerviosismo a sus hijos, hasta que al final Paul se lo cogió. Se sorprendió cuando le escuchó llorar. ¿Qué le había pasado? No pudo sacarle nada muy coherente, pero de pronto sintió un tirón irresistible. Paul no había dicho su nombre, pero le estaba llamando. Le necesitaba. Colgó el teléfono y se dejó guiar por la magia para aparecer delante de él.
Estaban en un parque, y Paul lloraba…Chris se quedó congelado, al verle tan…desesperado. Esa era la palabra más indicada para describir a Paul en ese momento. Se agachó junto a él y le abrazó.
- ¿Qué va mal? – le preguntó, sin soltarle. No sabía bien cómo consolarle. A Paul parecía ponerle nervioso que él le tocara y él ni siquiera sabía lo que había pasado.
Al principio, Paul no habló. No podía. Pero luego, poco a poco, se fue calmando. Pareció avergonzarse de haber llorado así. Miró a todos lados de repente, por si alguien, además de Chris, le había visto derrumbarse. Llevaba una hora llorando, así que alguien tenía que haberle visto. Qué importaba ya.
- Mi madre me ha echado de casa – le dijo. – Mi padre sabía que yo soy un brujo. Le he empujado. Quería… quiero pegarle. Quiero...venganza.
Chris no terminaba de entender lo que había pasado, pero si había entendido lo de que le habían echado de casa y se compadeció de él. Volvió a empezar a llorar y Chris empezó a susurrar palabras suaves.
- Eh, ya está, ya está. Tranquilo, Paul. Todo va a ir bien. Vamos, levanta de aquí, vas a coger frío. Vamos a casa, ven. ¿Has comido? – le preguntó, y Paul negó con la cabeza. Chris miró que no pasara nadie y orbitó con él. Apareció en el salón de su casa, donde Nick, Peter y Leo le esperaban.
- ¿Estás bien? – preguntaron Nick y Peter a la vez. Se alarmaron al ver que Paul había llorado y de hecho aún lloraba un poco. Chris le indicó que se sentara en el sofá, y se sentó a su lado. Paul escondió la cara entre las manos.
- ¿Qué ha ocurrido, Paul?
Poco a poco, el chico se lo fue contando todo. Le contó cómo su padre había sabido siempre lo que él podía hacer, y no sólo se lo había ocultado, sino que le había hecho creer que estaba loco. Cómo le había castigado con su indiferencia desde que nació…Cómo intentó conseguir una respuesta de él, pero nada…Y cómo al final había ido demasiado lejos, y su madre le había echado. Su madre…su modelo de la infancia. La mujer que había cuidado de nueve hijos y era capaz de acordarse de los horarios del colegio y las actividades de todos ellos, de sus comidas favoritas, de sus cumpleaños, de sus gustos y colores…La mujer que había estado siempre ahí, hasta el accidente.
Chris sintió mucha rabia. Sentía que esa gente lo había hecho todo mal con Paul, y por lo visto llevaban tiempo haciéndolo así. Él nunca había sido de los que se creen con derecho a aconsejar a otros padres sobre cómo criar a sus hijos, pero sintió que cuando lo haces mal, las cosas acaban así: con un niño sólo y perdido, llorando desesperado.
- Tú eres mi primo lejano lejano lejano lejano y ni siquiera lo sabías, y aun así has hecho más por mí en estos días que mi padre en toda su vida – dijo Paul. Quizás exagerara, pero en ese momento lo sentía así. Chris le abrazó. De pronto, el teléfono de Paul vibró de nuevo. El chico lo sacó, y vio que era su padre. Lo dejó en la mesa, sin atreverse a cogérselo. Y Chris hizo algo impulsivo y temerario: cogió el teléfono y descolgó.
- ¿Paul?
- Señor Anderson, soy Chris Haliwell. Su hijo está aquí conmigo.
- Gracias a Dios.
- No, se equivoca, no es gracias a Dios, es gracias a su mujer, que le echó de casa.
Chris se sorprendió por ser capaz de hablar así, pero se sintió bien. Tenía unas cuantas cosas que decirle a aquél tipo…
- ¿Está bien? – preguntó el padre de Paul al otro lado.
- Algo así.
- Dígale que se ponga.
- No quiere – dijo Chris, tras mirarle – Y, la verdad, no pienso obligarle. No tengo ni idea de por qué le ha ocultado usted sus poderes. Sus motivos tendría, yo ahí no me meto, pero no tenía ningún derecho a hacerle pensar que estaba loco ni a dejarle sólo con ese problema, ni con ningún otro. Su hijo lleva tres años sin padre, y, por lo que cuenta, sin madre también.
- ¿Cómo sabe…? ¿Quién es usted, y cómo sabe acerca de la magia?
- Es lo que su hijo intentaba decirle hoy, cuando usted estaba demasiado ocupado para escucharle. Su hijo ha perdido un hermano y lleva los últimos tres años viviendo con ello y cuidando de la familia que usted abandonó en vida. Lleva tres años culpándole de una muerte de la que no es responsable…
- ¿Culpándole? Yo no le culpo de nada.
Vale. Eso sí que sorprendió a Chris. Se quedó callado.
- Mire, no sé quién es usted, pero necesito hablar con mi hijo. Y creo que él necesita hablar conmigo.
Tras pensarlo un poco, Chris le dio su dirección.
Mientras esperaban, hizo que Paul comiera algo y decidió distraerle contándole las novedades sobre Nick y Peter y su autocontrol sobre su lado demoníaco. Consiguieron que Paul luciera un poco más animado, o que al menos no tuviera los ojos rojos y húmedos para cuando llegó su padre. Ese fue realmente un momento tenso. Fue Chris quien salió a abrir, sin saber si darle la mano o un puñetazo a aquél desconocido. La altura y la anchura de hombros del padre de Paul le hicieron decantarse por lo primero. Menuda complexión la de esa familia.
- Señor Anderson – saludó, de forma fría.
- Señor Haliwell. Me temo que sabe usted más de mí que yo de usted. ¿De qué conoce a mi hijo?
- Es amigo de mis hijos. Y soy su luz blanca.
- Comprenderá que es una gran sorpresa encontrarme con que sabe...lo que somos.
- Son muchas las cosas sorprendentes, me parece. Su hijo está dentro.
Patrick hizo ademan de entrar, pero Chris le sujetó del brazo para decirle algo más.
- Sí le hace llorar otra vez le echaré de mi casa. Paul es mayor de edad, así que no estoy obligado a dejarle ir con usted.
Patrick no dijo nada, pero se libró con facilidad de su agarre.
Nick, Peter y Leo se habían volatilizado, entendiendo que aquél era un momento privado. Paul y su padre se miraron a los ojos, y ninguno dijo nada. No hubo abrazos ni reencuentros, tan sólo una inclinación de cabeza.
- Tenemos que hablar – dijo Patrick.
- Ahora soy yo el que está demasiado ocupado – respondió Paul, con veneno.
- Al cuerno con eso, muchacho. Sé que te debo muchas explicaciones, y te las voy a dar, tanto si quieres como si no.
Paul pareció sorprendido. Su padre no solía hablar así. Chris aprobó que tomara las riendas de la situación y decidió irse también, aunque no muy lejos, por lo que pudiera pasar.
- ¿Qué? – espetó Paul, cuando se quedaron solos. No quería quedarse sólo con su padre.
- Bajando el tonito, Paul.
- Oye, no te pega hacer de padre ahora. Llevas tres años pasando de mi culo…
- Siempre he pasado de tu culo, pero no quieras saber lo poco que pasaré de él si vuelves a irte así de casa.
Paul parpadeó. ¿Quién era ese hombre y qué había hecho con su padre?
- ¿Irme de casa? ¡Mamá me echó!
- Entró en mi despacho y vio la mesa en el suelo y a ti encima de mí como un salvaje. ¿Qué querías que pensara la pobre mujer si parecía que querías matarme? Por Dios, Paul, ha perdido a su hijo. ¿De verdad crees que quiere perder a otro? ¿Qué te echaría en serio de casa?
- Pues aquello no me pareció ninguna broma.
- La gente no habla en serio cuando se enfada. Tú me llamaste de todo. ¿Acaso lo decías en serio?
- Sí – respondió Paul, sin dudar.
Fue el turno de Patrick de parpadear, shockeado.
- Vaya, sí que lo he hecho mal contigo. Bueno, hijo, vamos a sentarnos, que aquí tenemos para rato.
- Yo no voy a sentarme contigo. Esta es la casa de Chris y si él te ha invitado yo no puedo hacer nada, pero nadie me obliga a hablar contigo.
- Te obligo yo.
- Eso me gustaría verlo.
- No, no te gustaría. Ahora deja de hacer el tonto, y siéntate. Estás enfadado, tomo nota. Lo has dejado muy claro: no necesitas seguir hablando de esa forma.
El impacto de oír hablar a su padre de esa manera bastó para que Paul se sentara, aún molesto y dolido, pero muy muy sorprendido.
- Querías decirme algo en el despacho. Supongo que tiene que ver con ese hombre que por lo visto es tu luz blanca y con el hecho de que puedes levitar.
- ¿Desde cuándo sabes que puedo levitar? – preguntó Paul, tras meditar qué pregunta debía hacer primero.
- Maticemos. Sé que eres un brujo desde que naciste, o desde antes. Que puedes levitar lo sé desde que me lo dijiste.
Paul sintió que su enfado resurgía de nuevo.
- ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Tú eres brujo también? ¿Por qué tampoco me dijiste eso?
Patrick suspiró.
- Acababas de nacer. Estabas en la cuna, y tu madre dormía a tu lado, después de lograr que por fin te durmieras. Ese tipo entró sin que nadie se diera cuenta, e intentó hacerte daño. Logré impedirlo. Tu madre me hizo prometer entonces que te mantendría a salvo. Para eso, tenía que mantenerte alejado de la magia. Pero no podía atar tus poderes.
- ¿Por qué no?
- Porque no tengo poder para hacerlo, eso para empezar. Y porque los Ancianos me lo prohibieron. Dijeron que tus poderes serían necesarios algún día y no había forma de saber cuándo. Hablaron de una profecía, de la cual formabas parte. Te adjudicaron un destino muy difícil. Y supe que tenía que prepararte para ello.
- ¡No te atrevas a seguir por ahí! – dijo Paul, adivinando sus intenciones – No me digas que me has negado…el afecto…que sí le has dado a mis hermanos para "hacerme duro".
- Es justo eso. Tenía…tenía que ser duro contigo…
- Entonces ¡haber sido duro! Haberme gritado, exigido ¡algo! Pero no esa total indiferencia a la que me has condenado desde siempre…¡y más en los últimos tres años! ¿Por qué? ¿Por lo que pasó con Jason? ¡Fue un accidente! ¡Yo no quería que pasara! Si pudiera volver atrás, volvería, y me cambiaría por él. Pero no puedo hacerlo. Él ya no está, pero yo sí. ¡Soy tu hijo, joder!
Entre ellos se extendió un tenso silencio. Paul tenía impulsos homicidas y a duras penas podía contenerlos. Patrick parecía relajado…siempre tan puñeteramente relajado…Paul sería feliz si le oía gritar, decir un taco, reír, llorar, ¡mostrar alguna jodida emoción!
- No me has preguntado lo más importante: cuál es mi poder. – dijo Patrick instantes después.
Paul le miró sin estar seguro de que eso fuera lo más importante. Pero información era información:
- ¿Cuál es?
- Manipular los recuerdos.
Y entonces, Paul lo supo: su padre le estaba diciendo que algunos de sus recuerdos eran falsos. Pero…¿cuáles? La bomba estaba a punto de caer.
- Paul, tu hermano no murió en un accidente de coche. Tú le mataste.

La bomba había caído. Y la onda expansiva iba a destrozarlo todo.

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