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lunes, 6 de abril de 2015

Chapter 70: Resignación



 


Chapter 70: Resignación
 


Chris hubiera sido feliz de haber podido permanecer con Amy en aquella habitación durante horas. Le habría encantado, pero su pequeño episodio de amor pasional había interrumpido su día. Los chicos aún estaban despiertos, tenían que cenar, y aunque a Chris le hubiera encantado hacerse el sordo ante los gritos que le llegaban de fuera desde hacía un rato, no podía. No hubiera sido responsable de su parte.
- Aunque ¿quién dice que quiera ser responsable? - murmuró, besando la cabeza de Amy. Estaban muy juntos, de nuevo tumbados en la cama. Habían compartido algo emocionalmente íntimo después de algo físicamente más íntimo todavía.
- ¿Mmm? – entonó ella, medio adormilada. Parecía muy relajada, abrazada a él como si fuera la fuente de su felicidad.
- La batalla campal de ahí fuera – explicó Chris – No sé por qué están discutiendo, ni sé si quiero saberlo. Pero supongo que debo salir, y calmar las aguas – dijo, con un suspiro, y empezó a levantarse. Amy le soltó para que pudiera hacerlo, y le observó desde la cama.
- Tal vez quieras ponerte antes una camiseta y peinarte un poco – sugirió ella, con una voz que hacía que Chris quisiera dar media vuelta y volver a su lado. Se sobrepuso, y aceptó el consejo. Se volvió para mirarla mientras ella también se levantaba. Dios, qué bien le quedaba esa camiseta…Mejor que bien: tentadora.
- Y tú, definitivamente, tienes que ponerte otra ropa, si quieres que te deje salir de éste cuarto algún día.
Amy se rió, e hizo por desvestirse, para ponerse otra cosa, pero luego se ruborizó.
- ¿Qué ocurre? ¿Ahora te da vergüenza? – preguntó Chris, sin poder evitar chincharla un poco. Ella le sacó la lengua y se quitó la camiseta. Caminó hacia el armario que compartían los dos, y sacó un vestido primaveral. Le devolvió la camiseta a Chris, y le dio un beso en el hombro, aun desnudo. Ella le acarició la espalda, y su mano se detuvo en algún punto entre los dos omóplatos de Chris.
- Tienes un tatuaje – comentó ella. – Lo vi antes, y me llamó la atención. ¿Qué es?
- El símbolo de mi familia.
- Me gusta. – susurró Amy, muy cerca de su oído, y se puso de puntillas para darle un suave masaje. Chris estiró el cuello, disfrutando de la sensación. Pero luego suspiró, y se apartó un poco.
- De verdad que tengo que ir a ver qué pasa. – se disculpó y se puso la camiseta que había llevado Amy.
- ¿Quieres que vaya contigo?
- No hace falta. Estás cansada. – dijo él, y se giró para besarla. Amy no estaba acostumbrada a enfrentarse a cinco niños y adolescentes, después de haber tenido toda una mañana de trabajo con niños aún más pequeños. Parecía agotada. – Te avisaré para la cena.
Tras colocarse un poco esa maraña que era su pelo, Chris se fue de la habitación porque si no, no se iría nunca. Aunque mayoritariamente le gustaba lo que Amy provocaba en él, le parecía hasta peligroso lo mucho que se sentía atraído hacia ella, como un imán en una nevera.
Los gritos venían del salón. Parecía una pelea insignificante, pero conforme iba bajando Chris se daba cuenta de que aquello iba subiendo de intensidad.
- A ver, ¿qué es lo que ocurre? – preguntó, al llegar. Los cinco, sus hijos y sus sobrinos, estaban allí.
- Eso, Nick, ¿qué es lo que ocurre? - dijo Peter con grandes dosis de sarcasmo - ¿Por qué no se lo cuentas?
Nick le dedicó a su hermano una mirada llena de veneno.
- Gracias por tu ayuda, Peter. Eres un hermano cojonudo – replicó, con más sarcasmo todavía.
- He preguntado qué es lo que ocurre – intervino Chris, sonando esta vez más tajante. -Me da igual quién le lo cuente, pero que sea rápido.
- Ariel no está – intervino Leo, que estaba un poco apartado, con Alex y Victoria. Chris le miró a él, sin entender.
- ¿Aún no la has encontrado? – le preguntó a Peter.
- No, y dudo que la encuentre, porque no está. ALGUIEN se dejó la puerta abierta, y dejó que un CACHORRO salga sólo a la calle. – masculló Peter, fulminando a Nick con la mirada - Como le haya pasado algo…
- Fue sin querer – se defendió Nick. – Pensé que había cerrado. Salí…salí a comprar algo, y cuando volví encontré la puerta abierta y éste empezó a gritarme.
- ¿A dónde cuernos saliste? – preguntó Chris. No estaba exactamente enfadado: Nick no había tenido mala intención, ni había desobedecido, ni había hecho algo que le hubiera prohibido con anterioridad. Simplemente había sido despistado. No era su culpa, pero Chris entendía la preocupación de Peter. La perrita podía haberse perdido, y la ciudad era muy grande. Nick debería haber tenido más cuidado, y no debería haber salido sin avisarle. Ya no estaba castigado, pero ya sabían que no debían salir sin decírselo antes, y menos a las nueve y pico de la tarde-noche. Pensando en esto, quizás le habló con demasiada brusquedad.
- A…a comprar – repitió Nick, bajando la mirada. – Si me vas a castigar, por favor, deja que se vayan…
Chris se sorprendió mucho.
- Nick, no te voy a castigar. Es como enfadarse con alguien cuando deja caer algo al suelo. ¿De qué serviría? Son accidentes que a veces ocurren. No has hecho nada malo. Sólo ten más cuidado. No sólo porque dejar la puerta abierta sea peligroso por quien pueda entrar, sino porque Ariel, o tus hermanos pequeños, pueden salir.
Nick asintió.
- Como le haya pasado algo... - empezó Peter.
- Hijo, déjalo.
- Pero papá, por su culpa...
- Él no ha hecho nada, Peter
- ¡Se ha dejado la puerta abierta por ir a comprar quién sabe qué tontería!
- ¡No era una tontería! - intervino Nick. Chris vio que aquello iba a pasar a mayores, así que decidió cortarlos.
- Ya basta. Peter, va sobretodo por ti: deja en paz a tu hermano.
Peter le miró como dolido al principio, pero luego su expresión se relajó, entendiendo, y asintió. Bueno, aquella vez había sido fácil. Chris casi suspiró.
- Oíd chicos, nadie quiere que le pase nada a la perrita, pero no se consigue nada echándole la culpa a Nick. Hay que ponerse manos a la obra. Nick y Peter pueden acompañarme a buscarla; los demás quedaros aquí con Amy.
- Sí, papá.
- Sí, tío Chris.
Chris se puso la chaqueta pero mientras lo hacía se dio cuenta de que Nick no dejaba de mirarle.
- ¿Qué? – preguntó al final.
- ¿No estás enfadado?
- Ya te he dicho que…
- No por esto – aclaró Nick – Por…decirle a Peter que llamara antes…por leerte la mente cuando estabas…cuando tú….
- Ah, sí. Te advertí que no hicieras eso. – dijo Chris, un poco más serio – Te dije que dejaras mi mente y la de Amy tranquila, sobre todo cuando estoy…cuando estamos…
- En mi defensa diré que no sabía lo que estabais haciendo hasta que ya era demasiado tarde. Te aseguro que no ha sido algo agradable de ver – dijo Nick, con cara de niño traumatizado.
- Si no te metieras en mi cabeza no verías cosas desagradables. – replicó Chris – Hablo en serio, Nick. Es mi intimidad.
- No volveré a hacerlo, papá. No quiero…no quiero provocar que me castigues.
- Oh, si vuelves a hacerlo haré algo peor que castigarte. Quitaré la puerta de tu habitación, cotillearé tus mensajes del móvil y anularé todo lo que puedas llamar "privacidad".
Nick abrió mucho los ojos.
- Pero eso…eso sería…
- ¿Venganza? Sí. – dijo Chris, y sonrió perversamente. – Pero me apuesto lo que quieras a que es una amenaza efectiva. – rió Chris, pero luego se puso serio – Nick, si no pudieras controlarlo sería distinto. Si tuvieras que leer mi mente siempre, sin remedio, no podría hacer más que intentar bloquearte. Pero tú eliges cuando te metes en la mente de alguien y cuando no, así que no debería tener que bloquearte. Debería ser libre y estar tranquilo en mi propia cabeza, y no alerta para detener el paso de un hijo con exceso de curiosidad.
- Lo sé, papá. Perdona.
- No es la primera vez que te lo digo – regañó Chris, mirándole reprobatoriamente.
- Lo siento mucho.
- Tampoco es la primera vez que tú dices eso. No dudo que ahora lo sientas, Nick, lo que me gustaría es que fueras capaz de recordarlo antes, y no hacerlo. Cuando encontremos a Ariel quiero que lo copies cien veces. A lo mejor así lo recuerdas.
- Está bien.
Chris le miró con sorpresa. Había esperado que Nick le discutiera. Nunca aceptaba a la primera ese tipo de castigos.
- ¿"Está bien"? ¿Nada de "no soy un crío" o "no pienso hacerlo"? – preguntó con incredulidad.
- No soy un suicida. Una conversación al día con el cepillo me parece suficiente – musitó Nick, y Chris pensó que Nick estaba dócil porque le había castigado aquella misma tarde. Una tarde en la que habían pasado muchas cosas.
- Aun no me creo que hicieras un grafiti…
- No sé de qué te sorprendes. Eso está bastante en mi línea. Lo que yo no me puedo creer es lo que le dije a Amy…
Chris entendió por fin lo que pasaba. Nick no estaba dócil: estaba triste. Por eso no había llegado a pelearse con Peter, y por eso respondía a Chris de forma mucho más tranquila que de costumbre, casi sumiso.
- Nos has oído ¿verdad? – preguntó. – Has oído mi conversación con Amy. Lo que ella me ha contado…Te sientes culpable.
- Lo siento tanto, papá – dijo Nick, y dejó escapar el aire. – Yo no sabía…no podía saber….De haber sabido lo que ella pensaba jamás le habría llamado eso. Nunca se lo tendría que haber dicho. Sé que…sé que no es la primera vez que doy en un punto débil….golpes bajos, como lo llamas tú. Pero de verdad que no…nunca hubiera dicho eso de haber sabido….Yo…escuché lo que pensabas. Escuché cómo te preguntabas si se lo había dicho a propósito, sabiendo que así la haría daño. No fue así, de verdad que no, papá. Yo… la oí llorar…en tu cabeza… estaba dentro de ti cuando la consolaste. Fue como… como si hubiese estado en esa habitación. Yo…no sabía que Amy había sido huérfana – dijo Nick, y empezaron a caerle lágrimas silenciosas – No sabía…no conocía su historia. Yo podía haber sido ella. Podías no haberme adoptado nunca y haberme visto sólo con 18 años…Peter se hubiera ido por ahí a triunfar en algún escenario, y yo me hubiera quedado sólo, porque nadie iba a ser capaz de aguantarme…Y si…si entonces hubiera tenido la suerte de encontrar una familia, en mi caso una mujer, con hijos, lo que menos hubiera necesitado es que un niñato de mierda me insultara…
Chris le cortó ahí, porque no le gustaba la forma en la que había empezado a hablar de sí mismo. Le abrazó.
- Atesoro estos momentos que son la prueba de que eres muy buena persona. – le dijo – Cariño, ya te has disculpado. Nadie te guarda rencor, y Amy y yo sabemos que no pretendías hacerla daño. Ya está. No tienes que pensar más en eso. Lo que tienes es que no volver a hacerlo nunca más.
- Te lo prometo – declaró Nick, separándose de él y limpiándose las escasas lágrimas traicioneras – Te lo juro.
- Te creo, mi amor.
- Vosotros dos – intervino Peter, en ese momento. Les miraba con una mezcla de curiosidad e intranquilidad, ajeno a todo lo que se habían dicho. – No quiero interrumpir pero…ya es prácticamente de noche. Si oscurece más es poco probable que la encontremos hoy…Y si no la encontramos hoy pues… pues…
- Tranquilo, Peter. La vamos a encontrar – le aseguró Chris, y se pusieron en marcha.
Se separaron para cubrir más terreno. Chris confiaba en que el cachorro no se hubiera ido muy lejos. Los animales son listos, y su sentido del olfato está muy desarrollado. Ariel sabría volver…Ojalá supiera, porque Chris no quería enfrentarse a la decepción y a la tristeza que sentirían sus hijos si no encontraban al cachorro.
Llevaba diez minutos buscando cuando sintió una presencia a su espalda. Casi le da un infarto al girarse y ver a su padre.
- Joder, papá. – exclamó y luego frunció el ceño. - ¿Y el tintineo?
Cuando un luz blanca orbitaba se escuchaba un suave tintineo que para ellos era ya muy familiar.
- Cuando un Anciano no quiere ser percibido, no lo es. Llevo siguiéndote dos calles. Y cuida ese vocabulario.
Vale, Leo estaba enfadado. Aquél no era su padre: era un Anciano en todo su esplendor. Hasta llevaba la túnica.
- ¿Y puedo saber por qué me seguías?
- Quería asegurarme de que estabas sólo. Y de que nada había cambiado en nuestro San Francisco.
Durante un angustioso segundo, creyó que su padre se había enterado de alguna forma de su conversación con Amy. Luego se dio cuenta de que no, pero le extrañó que ambos usaran la misma metáfora. Sin embargo, algo le indicó que su padre no estaba hablando metafóricamente. Que al decir "nuestro san Francisco", había querido decir exactamente eso.
- ¿"Nuestro San Francisco"? ¿Papá, te ocurre algo?
- Sí, sin duda, algo me está ocurriendo, pero todavía no sé el qué.
Chris miró a su padre durante un largo rato.
- Vale, ¿has bebido?
- Chris, yo no puedo emborracharme – respondió Leo, poniendo los ojos en blanco. Por primera vez en aquella conversación Chris reconoció a su padre.
- Pues entonces, dime de qué va todo esto.
- Sentémonos – pidió Leo, señalando un banco. Chris aceptó con docilidad, sin terminar de entender por qué estaban hablando en la calle en vez de tranquilamente en su casa. Jesús, qué día más largo estaba siendo aquél.
Leo se sentó con las piernas ligeramente abiertas, los antebrazos en las rodillas, las manos juntas y el torso inclinado. Chris se puso en una posición casi idéntica sin darse cuenta. Padre e hijo se miraron, pareciendo más dos amigos que una familia. Chris ya se había acostumbrado a que su padre no envejeciera. Aquél era un tema tabú en su casa. Leo nunca iba a morir, al menos, no de viejo. Un luz negra u otro anciano podrían matarle. Pero la edad no. Era algo que todos en su casa sabían, pero nadie hablaba de ello. Chris no supo por qué estaba pensando aquello en ese momento, pero la idea le inquietó.
- ¿Qué ocurre, papá?
- Siempre has sido el más estudioso de tus hermanos. ¿Recuerdas todas las historias que te conté? Sobre la magia. Sobre tu madre, y sus hermanas.
- Caray. Recuerdo muchas cosas…
- La escuela de magia. Mi despacho. El espejo detrás de las cortinas. ¿Sabes lo que es? – preguntó Leo, con ansiedad.
- ¿Qué es esto un examen? – respondió Chris, pero vio en la cara de su padre que no era momento de hacerse el gracioso. – Es una puerta. Un portal a… un universo paralelo. Pero lo… lo destruiste. Ya no hay espejo – dijo Chris, y el silencio fue revelador. – Ya no hay espejo ¿verdad?
- Bueno…
- ¡Papá! ¡Me dijisteis que se destruyó!
- …Y así fue. – dijo Leo, como culpable – Pero luego yo lo reparé. Mi yo del otro lado también lo hizo.
El espejo del que hablaban era un curioso artefacto mágico tapado por unas cortinas, en el despacho del director de la escuela de magia. Cuando uno se miraba en aquél espejo no veía su reflejo, sino que se veía a sí mismo…en otra dimensión. Más concretamente veía a su "yo malvado". Si Leo se miraba en ese espejo, veía un Leo malo, que en vez de luz blanca era luz negra. Lo mismo le pasaba a Chris. Si se mirara un demonio vería un ser bueno. Era como el mundo de todo al revés.
En una ocasión, su familia real y su familia "del otro lado del espejo" habían colaborado juntos para derrotar a un enemigo común. Fue con el otro Chris, el que vino del futuro, justo antes de que Chris naciera. Pero los Haliwell del otro lado eran "malos" en la misma medida que los Haliwell reales eran "buenos". Para ir del mundo malo al bueno bastaba con un hechizo, y ese espejo era como una ventana desde la cual ambos mundos podían observarse. Chris no sabía que su padre había seguido mirando a través de ella.
- ¿Y qué es lo que va mal respecto a eso? – preguntó, aun más curioso que preocupado.
- Cada vez que miraba por el espejo veía a mi otro yo. Rara vez hablábamos, pero al vernos sabíamos que todo iba bien. Que su mundo seguía siendo malo, y el nuestro bueno. Que el equilibrio se mantenía. Me costó mucho reparar ese equilibrio, Chris. Tuve…tuve que hacer algo de lo que no me siento del todo orgulloso, a pesar de que volvería a hacerlo – confesó Leo, y Chris supo que estaban hablando de Guideon. Guideon había sido un Anciano que intentó matar a Wyatt cuando era un bebé, para "evitar que se hiciera malvado". Fue él el que abrió el portal entre ambos mundos, y las dos familias Haliwell se mezclaron. A Chris se le ocurrió nacer en ese momento, y todo se complicó. El equilibrio del mundo se rompió, y la única forma de recuperarlo era hacer un gran mal en el mundo bueno, así que Leo mató a Guideon. Todo era muy complicado, y Chris conocía los hechos sólo de oídas, pero entendía el mensaje: el equilibrio no debía romperse de nuevo. Por eso su padre había seguido mirando a través de aquél espejo, como para cerciorarse de que todo iba bien. Leo continuó hablando, sacando a Chris de sus reflexiones - Son mundos paralelos. Lo que ocurre allí ocurre aquí, así que mirábamos a la vez, decíamos lo mismo, y hacíamos los mismos movimientos. En fin, ya sabes cómo funciona. Pero hoy, cuando he vuelto a mirar después de meses, él no apareció... Algo estaba ocurriendo allí que no ocurría aquí ¿entiendes? Nuestros mundos han dejado de ser paralelos. Nuestros universos se están separando. Y eso es malo. Muy, muy malo.
- ¿Por qué crees que puede ser? – preguntó Chris, entendiendo el alcance de lo que su padre le estaba diciendo. Si el Leo bueno movía la mano derecha, el Leo malo movía la mano derecha. Eso había dejado de ser así. Era cuanto menos inquietante, porque que Chris supiera los mundos paralelos no podían hacerse transversales de golpe. O no debían, más bien.
- No lo sé. Eso es lo que me angustia, Christopher, que no tengo ni idea. Este mundo es bueno porque ese mundo es malo. Ambos mundos se complementan. Si ese mundo está cambiando…
- Pero este mundo no es bueno al cien por cien…
- Ni ese malo al cien por cien. Pero los que allí son buenos allí no lo son, y al revés. Si aquí gana el bien, allí gana el mal. Es necesario que sea así. Algo está pasando allí. No es sólo que el otro Leo no estuviera…es que su despacho, el despacho que yo veía a través del espejo, parece destruido. La escuela de magia es…en fin, es indestructible. Salvo desde dentro. Su escuela de magia ha sido destruida.
Se hizo el silencio entre ellos por un momento. Chris pensó que iba a estallarle la cabeza. Hizo lo posible por simplificar lo que estaba pasando. Había dos mundos (posiblemente más, pero dos que ellos conocieran). Uno que era el suyo, que era el bueno, que era el real. Y otro que era el malo. Había dos Chris, dos Leos, dos Wyatt, y dos todos. Eran mundos destinados a caminar juntos, pero nunca tocarse. Si él tenía un hijo, el otro Chris tenía un hijo. Si él se rompía un brazo, el otro Chris se rompía un brazo. Pero, según su padre, eso ya no era así. ¿Cuáles eran las consecuencias de que un Leo mirara al espejo y otro no? ¿Cuáles eran las consecuencias de que un mundo se destruyera y otro no?
Aquello escapaba al entendimiento de Chris. Él no sabía ni de leyes de la física, ni de magia tan poderosa. No tenía la más mínima idea de por qué las cosas habían cambiado, ni de lo que había pasado para que cambiaran. Esa ignorancia suya le llevó a preguntar:
- ¿Por qué me lo has dicho a mí? ¿Y por qué querías asegurarte de que estaba sólo?
- Es sobre ti sobre el que pesa un augurio de muerte. Me parece mucha coincidencia que esto no tenga nada que ver.
- ¿Qué puede tener que ver conmigo la destrucción de un mundo paralelo?
- Si lo supiera, no estaría tan asustado, hijo.
Los pulmones de Chris dejaron de funcionar. Su padre, Leo el Anciano, Leo el Avatar, tenía miedo. Era como la última señal del apocalipsis. Que pararan el mundo, que Chris se quería bajar. No entendía por qué tenía su padre tanto miedo, pero si Leo estaba asustado, el resto de los mortales tenían que tener pánico.
- Ten cuidado, ¿lo harás? – pidió Leo, y Chris asintió, como un autómata. – No me refiero sólo a lo que está pasando, sino a ti. A esa…dichosa profecía. Si ves algo raro, avísame.
- ¿Más raro que lo que solemos ver? – preguntó Chris, y así consiguió que Leo sonriera un poco. Se abrazaron, y cuando aun estaban agarrados Leo orbitó, dejando sólo a Chris, que de repente tuvo una revelación, una certeza casi dolorosa:
"Nunca podré tener una vida normal" pensó "No será porque no lo haya intentado. Durante años casi lo consigo, pero cada vez parece más evidente que nunca podré conseguirlo."
Caminó con los hombros hundidos. Sabía que su padre estaba trabajando en la profecía que vaticinaba su muerte. Que toda su familia lo estaba haciendo… salvo él. Porque el hecho cierto es que Chris estaba cansado de salvar el mundo. Estaba harto de ser perseguido por demonios, brujos, destinos y profecías. Si no podía tener una vida normal con Amy y sus hijos, entonces no quería tener una vida. Se lo había ganado. Joder, se lo merecía. Tal vez no se merecía nada más, pero al menos eso sí: un poco de paz. No más muerte. No más lucha. No más destinos inesquivables ni situaciones de gran magnitud cósmica que escapaban a su control.
- Todo es por vuestra culpa – dijo Chris al aire, sabiendo que los Ancianos podían oírle. No se había atrevido a decírselo a su padre a la cara. Pero todo era culpa de los Ancianos. Ellos habían controlado su vida, dirigiéndola a esa profecía para que Peter pudiera derrotar a los demonios.
- ¿Por qué es nuestra culpa? – preguntó un hombre, apareciendo delante de él. Chris se sintió poderoso, como si los Ancianos aparecieran inmediatamente ante sus invocaciones.
- Ten las agallas de decirme que no queréis que se cumpla la profecía. Que no es lo que habéis buscado todos estos años. Deseáis que Peter cumpla con su destino, aunque para eso yo tenga que cumplir con el mío.
- ¿Cuál crees que es tu destino, Christopher?
- Morir.
- Desde luego, si te rindes y no haces nada por evitarlo, acabarás por conseguirlo. Puedes seguir viviendo tu vida feliz, buscando a perritos, tirándote a chicas guapas y cuidando de tus hijos, o puedes luchar por conservarla. Si eliges lo primero no durarás mucho. Hace un tiempo que sabes lo que va a pasar, y aun no has hecho nada por tratar de evitarlo, pensando que basta con no hacer nada. Por fin has llegado a la conclusión correcta, Christopher. No puedes tener una vida normal, ni se la puedes dar a tus hijos, ni a ninguna mujer. Ahora derrúmbate si quieres por ello, o pelea. Personalmente te aconsejo lo segundo. Sobre todo si quieres seguir con vida.
- ¿Y qué quieres que haga? Moriré protegiendo a mi cargo. ¿Debo alejarme de Paul, y no protegerle nunca más?
- Hay una solución mucho más drástica – comentó el Anciano.
Chris al principio no le entendió. ¿Qué solución era aquella? Pero luego ató cabos.
- ¿Quieres que me cargue a Paul? ¿Es eso lo que estás sugiriendo?
- Sí.
- ¡No! ¡Eres un Anciano! ¿Cómo puedes pedirme eso?
Asesinato. Le estaba sugiriendo que cometiera asesinato. Que se presentara ante Paul, y le matara. ¿Para qué? ¿Para protegerse él? Chris sabía que los Ancianos tenían una forma de proceder bastante peculiar, y que su idea del bien podía llegar a ser retorcida, con todo aquello de impedir que los luces blancas se casaran con las brujas. Siempre les había guardado rencor por todas las trabas que le habían puesto a su padre y lo mucho que le hacían trabajar, pero jamás se le hubiera podido ocurrir pensar que eran los malos.
Mundos paralelos que dejan de serlo, hijos que son demonios, Ancianos malvados…¿es que el mundo se estaba volviendo loco?
- Para ser un luz blanca, confías muy poco en los Ancianos.
- Medio luz blanca – respondió Chris, con orgullo. – No voy a obedecer todas vuestras peticiones como un esclavo. Y menos cuando lo que me pedís es asesinato.
- Cuando hablamos contigo no solemos hacer peticiones, Christopher. No sueles tener la oportunidad de negarte. Es inútil resistirse.
Vale, ese tipo le caía mal. Pero al menos no era un mentiroso como el resto de los Ancianos. Le estaba reconociendo en su cara que era su marioneta. Le estaba diciendo que no podía negarse, y que ni siquiera lo intentara. Que aceptara su misión. Que matara a Paul…. ¡Y una mierda! ¡Eso no tenía sentido!
- No voy a tocar a Paul. Además, si lo hiciera, estaría haciendo daño a otro Anderson, por lo que no haría otra cosa que acelerar la profecía, y no evitarla.
El Anciano le miró a los ojos. ¿De qué color los tenía? ¿Negros? Era difícil decirlo. No había ya luz natural, sino sólo la luz de las farolas.
- En eso te equivocas. Pero me alegra que te hayas negado, Christopher. Cualquier otro en tu lugar habría dicho que sí. Habría matado a ese chico para salvar su vida.
Chris notó un cambio en la actitud de aquél Anciano. Ya no se mostraba tan arrogante o altivo…
- ¿Me estabas probando? ¿Querías ver si decía que sí?
- No te hubiéramos dejado hacerlo, por supuesto, pero queríamos saber si estabas dispuesto a matar al chico.
- ¡Claro que no!
- Apenas le conoces.
- Le voy conociendo, pero eso da igual. ¡No voy a matar a nadie!
- ¿Ni para salvarte a ti?
- ¡No!
- ¿Ni para salvar a tus hijos?
Chris apretó los puños. Se clavó las uñas en las palmas de las manos.
- Tampoco.
- Sabemos lo que le has pedido a la criatura.
- ¿La criatura?
- Adramelech.
- Vuelve a hablar así de mi hijo y Anciano o no te haré tragar tus palabras.
- Me gustaría verlo. – respondió el hombre con cierta guasa - Pero te pido disculpas, no pretendía ofenderte. Sabemos lo que le hiciste prometer.
- Es mi vida la que he puesto en peligro, y no la de nadie más. Me has preguntado si mataría a Paul por la vida de mis hijos, y te he dicho que no. Pero daría la mía sin dudarlo.
- ¿Y por la de Paul? ¿Darías la vida por él?
- Parece que voy a hacerlo ¿no?
- ¿Estás dispuesto a defenderle? – insistió el Anciano. – Por propia voluntad, y no por lo que diga una profecía. Si tienes razón pasará de todas formas pero, ¿quieres hacerlo?
Chris dejó escapar el aire. Era la segunda vez en toda su vida que alguien le preguntaba si quería hacer algo. La primera había sido el cura, al casarle con Bianca, y él había respondido que sí, con firmeza, sin dudarlo. El resto de veces parecía que no había tenido elección. Sus elecciones no eran suyas, sino de los Ancianos. Hasta el colegio de sus hijos era una elección de ellos, para que fuera el mismo que el de Paul. Por primera vez un Anciano (dejando a su padre de lado) le estaba preguntando su opinión.
- No quiero morir, pero lo haré sin con ello evito que él se muera. Ahí tienes la razón de que no esté luchando contra esto. Quiero que mi hijo cumpla el destino que le habéis asignado, y no quiero que le pase nada malo a Paul.
- Por eso eres un luz blanca, Christopher – dijo aquél Anciano, y así Chris supo que había dado la respuesta correcta. – Ten fe. Es lo único que te falta.
- Tengo fe en las personas, y en su capacidad de hacer el bien.
- No es suficiente – respondió el Anciano, y le sonrió con indulgencia. – La vida te sería más fácil se aprendieras a confiar.
Pareció que aquello era una despedida, y efectivamente, Chris vio como el Anciano orbitaba. Pero antes de irse, le dijo una última cosa.
- No se trata de evitar la profecía, Christopher, sino precisamente de provocarla, y salir airoso de ella.
¿Cómo se suponía que tenía que comerse eso? ¿Se creían muy especiales por soltar bombazos como ese y dejarle luego así, con la palabra en la boca? Chris gruñó y se quedó pensativo. Le daba la sensación de que las palabras de aquél Anciano querían decir algo más aparte de lo evidente, pero el significado alegórico se le escapaba. Esa era otra cosa que le molestaba: ¿nadie era capaz de hablar claro?
Le vibró el móvil con un mensaje. Peter decía: LA HEMOS ENCONTRADO y Chris recordó que se suponía que estaba buscando a Ariel. Volvió a su casa, y de alguna manera supo que aquél era su último fin de semana normal. Que cuando Wyatt volviera a por sus hijos, le pediría que se llevara también a los suyos. Y él iría a la mayor guerra mágica de todas a las que se había enfrentado. Iría a la guerra en la que supuestamente tenía que morir, para tratar de no hacerlo.
Entró en casa, y vio que Peter y Nick debían de llevar muy poco dentro. Acariciaban a Ariel aun con el abrigo puesto. Chris ni siquiera intentó sonreír. ¿Para qué? Nick y Peter empezarían a gritarle en cuanto les dijera que después de aquél fin de semana se irían con Wyatt, bien lejos de allí.
Subió arriba a ver qué estaban haciendo los demás, y se encontró con que Amy se había dormido, y alguien le había pintado la cara, y las sábanas, y todo. Pues qué bien. No había ni rastro de Alex y Leo, y uno no tenía que ser un genio para relacionar su repentina desaparición con aquél desastre pictórico.
La vida seguía. Él se sentía perdido, confuso, y asustado, pero la vida seguía. Cuando él muriera, fuera en unos días o dentro de muchos años, la vida seguiría. Sus hijos seguirían. Seguirían pintando las sábanas, haciendo bromas, sonriendo, volviendo un caos la vida de alguien. El mundo merecía ser salvado mientras su familia siguiera en él. La vida seguía.
Escuchó unos pasitos que pretendían ser sigilosos.
- A ver, Picasso y Van Gogh, venid aquí. - llamó, con un suspiro.
La cabecita de Leo asomó por la puerta.
- ¿Esos quiénes son? - preguntó, extrañado.
- Dos pintores. Igual que dos niños que yo me sé que han aprovechado que Amy estaba durmiendo para pintarla a ella y redecorar mi cuarto.
Leo se dejó ver del todo en ese momento, y juntó los deditos, mirando al suelo. Pretendía mostrarse compungido, pero apenas podía ocultar una sonrisita que quería escapársele.
- ¿Te parece gracioso? - le preguntó Chris, en voz baja por no despertar a Amy. Leo negó con la cabeza.
- No, papi.
- "No, papi". Mírale, si ahora parece bueno y todo. Y tu cómplice, ¿dónde está?
- He sido yo sólo - dijo Leo, y a Chris no le cupo ninguna duda de que le mentía.
- Quiero la verdad, Leo.
Leo le miró durante unos segundos, como evaluando lo que debía decir.
- No se abandona a ningún hombre aunque el enemigo se acerque - dijo de pronto el niño, reproduciendo un diálogo de una película, y a Chris le dio tal ataque de risa que no pudo reprimirlo. Adiós a su fachada seria.
- ¿Con que soy el enemigo? - preguntó, y vio como Amy se despertaba. Cogió entonces a Leo en volandas y lo llevó a su cama, con Amy. - Capitana, convoco un consejo de guerra.
Amy pestañeó y terminó de despertarse, convirtiendo un bostezo en una sonrisa. Miró a su alredor y vio que las sábanas estaban pintadas. Se miró los brazos, y vio que los tenía pintados con rotulador. Hizo una mueca. Chris se dio cuenta entonces de que no era gracioso. Él no podía evitar reírse, feliz de que su hijo le regalara ese momento infantil antes de tener que hacer frente a su destino, pero Amy tenía todo el derecho a haberse enfadado.
- ¿Y éste pequeño soldado es el acusado? - preguntó ella, entonces, y sonrió un poco. Chris se relajó.
- Tiene un cómplice, pero ha desertado.
Amy sobreactuó un gesto de reflexión.
- ¿Qué hace, papi? - preguntó Leo, divertido y a la vez extrañado.
- Está decidiendo tu condena.
- Habrá que torturarle, sin ninguna duda - declaró Amy, y Chris entendió, y empezó a hacerle cosquillas. Leo rió encantado, y se revolvió por toda la cama.
Chris se sintió feliz por disfrutar de aquellos momentos, sabiendo que le quedaban pocos. Dejó a Leo tranquilo, y esperó a que se recuperara. Se puso un poco serio para hablar con él.
- Ya está, campeón. Nos hemos reído, ha sido divertido, pero ahora quiero que recogas lo que has ensuciado.
- Joooo - protestó Leo. Chris ya iba a responder, pero Amy le ayudó.
- Haz lo que te dicen, Leo. - dijo la mujer, con voz dulce - Ambos sabemos que no es buena idea discutir con el capitán general. Podría meternos en una celda de aislamiento.
Leo hizo entonces una especie de saludo militar muy gracioso, y Chris sonrió.
- Anda, ve a llamar al desertor.
- Vaaaale - dijo Leo, y salió. Pero segundos después volvió a asomar la cabecita - Gracias por no enfadarte.
- La próxima vez no tendrás tanta suerte - respondió Chris, intentando sonar amenazante. Se quedó a solas con Amy, que le miró como diciendo que nadie se creía su fachada.
- Bien por tu sentido del humor - dijo ella - Esto podría haber acabado de una forma muy diferente, pero has sabido verle el lado gracioso.
- Pues creéme: hoy no estoy precisamente para payasadas.
- ¿Y eso? Cuando dejaste ésta habitación se te veía muy contento y, no sé, como si acabaras de hacer el amor.
Chris sonrió y se ruborizó a partes iguales, pero luego se puso serio.
- ¿Qué pasa? - preguntó ella.
- ¿Aun quieres que te cuente siempre todo? - preguntó él - Piénsalo bien, porque aun estás a tiempo.
- No me asustes, Chris. ¿Ha pasado algo malo?
Chris la miró, como diciendo "¿por dónde empiezo?". Luego suspiró.
- Después de cenar. Te lo prometo. - le dijo. No quería amargarla antes de tiempo, y aun tenía que pensar cómo iba a decirle lo que le tenía que decir. "Oye, Amy, sé que estamosempezando una vida juntos, pero que me voy a morir, adiós." No, sin duda, no podía decirlo así.
Amy le miró repentinamente inquieta, como si adivinara que pasaba algo realmente malo. Él la tranquilizó con frases vacías, pero ella aun estaba nerviosa cuando le dijo que iba al baño. Chris se quedó en la habitación, pensativo.
Se asustó de pronto, al ver a Victoria a su lado. Iba a decirle algo, pero no tuvo ocasión. La niña estaba como catatónica. Tenía las pupilas en blanco. Chris, tras el susto inicial, actuó con calma profesional y la sentó en la cama, donde segundos antes había estado Amy. Esperó a que Victoria volviera a la normalidad. La niña cerró los ojos, y cuando los abrió sus ojos estaban normales.
- No hay futuro. – dijo de pronto.
- No se lo puedes decir a nadie, Victoria – dijo Chris con más tranquilidad de la que había esperado. – Nadie puede saber lo que me va a pasar ¿entiendes? Se pondrían tristes.
- No lo entiendes, tío. No hay futuro. Para nadie.
- ¿Qué quiere decir eso? ¿Qué es lo que has visto?
- Blanco – respondió Victoria. – Paz. Luz. Era…bonito. Y no había nadie. ¿Qué es lo que has hecho?
- ¿Eh?
- Has cambiado el futuro. Ayer tú morías, todos morían, luego nadie moría, luego te casabas. Había muchos futuros. Hoy no hay ninguno. Has hecho algo, tío. Sé que has sido tú. ¿Qué has hecho?
Chris guardó silencio un momento. Luego miró a su sobrina. ¿Diez años eran suficientes para escuchar ciertas cosas? Chris supuso que sí, cuando lo son para ver el futuro.
- He aceptado la idea de que voy a morir.
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