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lunes, 6 de abril de 2015

Chapter 72: El destino no se cambia



 


Chapter 72: El destino no se cambia
 


Después de desahogarse con todo lo que pilló en su camino en el desván, Chris se sentía bastante mejor. Su padre tenía razón: cargaba sólo con todos sus problemas y eso se traducía en frustración e ira. Toda aquella situación le sobrepasaba, y había necesitado ese pequeño estallido para liberar tensiones. Lamentó un poco haberse dejado llevar de esa manera por la furia, pero pensó que era mejor romper algo estando a solas que perder los estribos con su familia delante.
En su cabeza resonaban las palabras de Nick: "Si me quisieras mucho seguirías vivo". Eso era un chantaje emocional en toda regla. Era como decir "si me quieres, incumple con tu deber, no salves a Paul y vive tu vida". Como si necesitara incentivos. Como si no tuviera tentaciones de hacerlo sin necesidad de que nadie se lo sugiriera. Pero no podía hacerlo. No quería que Nick pensara que le quería menos por ello, pero no podía desentenderse de Paul. Ojalá su hijo, y el resto de su familia, supieran entenderlo. Su padre al menos sí: él sabría que un luz blanca no tiene más remedio que cuidar de su cargo. Y más si ese cargo es un amigo. Y más si tienes una deuda de sangre con él.
Como si fueran pocas cosas de las que ocuparse, Victoria le había dado muchas más. El fin del mundo. Aquello era tan abrumador que Chris no lo entendía del todo. ¿Era el fin "fin"? ¿Y él lo provocaba? ¿Cómo? En serio, ¿cómo? No se le ocurría nada que él pudiera hacer para acabar con todo el planeta, excepto quizá eso de "matarse a sí mismo". Eso sería una paradoja tan grande que bien podía significar un cataclismo. Era una opción posible, puesto que él sabía de la existencia de otro Chris en un mundo paralelo que por lo visto estaba cambiando. Una vez más, su padre tenía razón: las dos cosas debían de estar relacionadas. Pero no se le ocurría ningún motivo por el que se le ocurría hacer algo como eso.
Saber que todas las respuestas estaban en la cabeza de una niña que no podía decirlas no ayudaba. Victoria era como un ordenador omnisciente. Ni siquiera ella era consciente de todo lo que sabía, porque los conocimientos estaban almacenados en carpetitas independientes dentro de su cerebro, para no sobrecargarla. Cuando alguien hacía una pregunta, una de esas carpetitas se abría y ella estaba obligada a dar una respuesta. Cuando la pregunta pedía el acceso a "las carpetas prohibidas", la niña no podía responder. Y si se la insistía llegaba a colapsar y a desmayarse, pues era demasiada información trascendental como para ser manejada por un cerebro humano. Era inevitable preguntarse de dónde venía todo ese conocimiento. ¿De la nada? ¿De Dios? ¿Era verdad que Victoria era un oráculo, una especie de profetisa? Chris se propuso aprovechar que estaba en el desván para intentar encontrar algunas respuestas, pero tal y como había imaginado el Libro de las Sombras no decía nada al respecto. Decidió entonces apuntar todas las predicciones que había hecho Victoria, para analizarlas más adelante, con más tiempo, y con ayuda de Wyatt o de sus padres, o de todos ellos. Cogió papel y boli, y empezó a escribir.
"He visto a los demonios hacerse buenos." había dicho la niña "He visto cómo mueres y aun así sigues vivo. He visto cómo te matas a ti mismo. He visto cómo se cumple esa profecía que tanto temes, pero no de la forma en la que tú crees. He visto cómo llueve sangre el cielo."
Y lo más alarmante de todo: "Tío, lo que intento decirte es que estoy viendo el fin del mundo. Y tú lo provocas."
Al escribirlo, Chris reparó por primera vez en las implicaciones de una de las predicciones de Victoria. ¿Morir y aun así seguir vivo? Eso era imposible. Tampoco había muchas cosas que a él pudieran matarle, de todas formas: sólo aquello que le hiciera morir en el acto, impidiendo que su padre o su hermano le curaran. Victoria había dicho que no le podía decir cuándo iba a morir porque ya sabía el cómo, pero Chris reparó en que tampoco sabía el cómo. Salvando a Paul, vale, eso había quedado claro. Cayendo desde lo alto. Pero, ¿en serio iba a palmar por estamparse contra el suelo, cuando podía orbitar? ¿Desde cuándo los sitios altos eran peligrosos para alguien como él?
"Si me dan a elegir entre el cómo y el cuándo, prefiero el cuándo" pensó Chris, con fastidio.
Guardó el papel donde había notado las predicciones que recordaba, y se dispuso a bajar al piso de abajo, con su familia. Ya llevaba demasiado tiempo allí arriba, y de pronto se vio invadido más fuerte que nunca por la idea de que cualquier segundo que pasara lejos de ellos era un segundo perdido. Bajó, y vio que Nick ya estaba dormido, o quizá que fingía estarlo. Era difícil decirlo, pero al decir su nombre no le respondió, y Chris lo interpretó como que de estar despierto no quería hablar con él, así que no insistió. Fue después a la habitación de Peter, y él sí estaba despierto, leyendo, tumbado en la cama. Le contempló desde el umbral de la puerta.
Peter. El único de sus niños (incluyendo ahí tanto a hijos como sobrinos) con el que no había tenido ningún problema aquél día. Al menos, ningún problema del tipo de los que requieren un castigo. Chris recordó el episodio del baseball a comienzos de esa larga tarde, y pensó que había sido un egoísta. Que se había dejado llevar por la autocompasión, pero que su situación no era tan mala. Que era peor lo de Peter: había revivido su infierno en vida, se había asustado mucho, había perdido a su mascota y luego se había enterado de lo que pensaba Chris respecto a su muerte. Chris había mantenido a Peter bastante al margen de la profecía, los augurios de muerte, y la orden que le había dado a Nick de intercambiar su vida por la de su familia si alguno sufría daños. Por eso todo aquello tenía que ser aun más difícil para Peter que para Nick, porque no había estado preparado. Peter había pasado por todo eso aquél día, y Chris no había hablado con él, y encima el chico había hecho de pañuelo para los demás cuando les había castigado. Peter se había mantenido en un segundo plano, sin llamar su atención, pero eso no quería decir que no la necesitara.
Consciente de todo esto, Chris entró en la habitación haciendo que Peter reparara en su presencia.
- Hola, papá – dijo Peter, y le sonrió, apartando un poco el libro.
- ¿Qué lees?
- Es un libro de clase.
- ¿Estudiando a estas horas?
- No es exactamente estudiar. Es de la escuela de magia – explicó. – Nick lo trajo de la biblioteca y yo "se lo he robado".
- No volverás a la escuela hasta el Lunes. ¿Qué es tan urgente para que lo leas ahora?
- Tal vez el título de éste capítulo te saque de dudas: "la supuesta infalibilidad de los oráculos."
Los ojos de Chris se abrieron con interés, y se acercó a él para mirar el libro. Era un tochazo de tamaño considerable, de dos mil páginas, bajo el título "Historia de la magia y sus aplicaciones a lo largo de los tiempos".
- ¿Y este libro es de la escuela? – preguntó, extrañado, y Peter le devolvió una risita.
- Puedo hacerme una idea de la clase de estudiante que eras, si ni siquiera sabes los libros que hay en la biblioteca. ¿Fuiste alguna vez?
- Eh, que yo sacaba buenas notas – protestó Chris – Al menos, en la escuela de magia. Me gustaba mucho, pero además lo hacía por el interés que me traía. Mi padre y mi tía eran los directores. Y claro que iba a la biblioteca. Lo que pasa es que hay más de mil libros. ¿En serio crees que podría conocerlos todos?
- Nosotros hemos ojeado todos los títulos y yo ya me he leído veinticinco.
- Vosotros no tenéis vida social y sois unos empollones en potencia.
Peter se rió otra vez. A Chris le maravillaba que siguiera existiendo la risa en el mundo.
- Nick lo es en acto. Pero no se trata de eso: este libro es uno de los que te recomiendan leer a cada segundo, en todas las clases.
- ¿Y vosotros leéis todo lo que vuestros profesores os sugieren? – preguntó Chris, con escepticismo y algo de burla en la voz.
- Se supone que hay que hacerlo ¿no?
- Vuestro padre estará orgulloso de vosotros – bromeó Chris.
- Eso dice – respondió Peter, con una sonrisa, y luego volvió a mirar al libro. – ¿Te interesa o no?
- ¿Has descubierto algo interesante?
- ¿Sobre los oráculos? Pregunta lo que sea, he leído más de veinte páginas sobre ellos. Pero antes de que te entusiasmes te diré que aquí dice que son un mito. También en el mundo mágico hay historias fantásticas. Por lo visto los oráculos son para los brujos como los unicornios para los humanos. Por cierto, ¿sabías que existen los unicornios? – preguntó Peter, entusiasmado como un niño pequeño.
- Sí, Peter, lo sabía. Si quieres un día tenemos una conversación de "real o no" y te aclaro todo lo que existe pese a lo que diga la opinión popular. Pero ahora concéntrate: ¿cómo que los oráculos no existen? Había llegado a pensar….Es una teoría de Amy, y me parecía muy probable para aclarar lo que le ocurre a Victoria.
- Yo no he dicho que no existan: digo que éste libro lo dice. Lo estoy leyendo porque cuenta muchas cosas sobre ellos, aunque algunas me parecen supersticiones: yo no he visto a Victoria "desprenderse de las necesidades corporales". De hecho, la he visto comer como si no hubiera un mañana.
- Así que, ¿tú crees que los oráculos existen? – preguntó Chris, con interés.
- Estoy bastante seguro, sí.
- ¿Y en qué te basas?
- En la Biblia.
Apaga y vámonos.
- Ah. – dijo Chris solamente. Eso no era una fuente fiable para él, especialmente en asuntos mágicos. Peter pareció darse cuenta de su punto de vista.
- La Biblia es el mayor libro histórico en el que se habla de los profetas, papá.
- La Biblia no es un libro histórico, Peter. Es como si me dices que los oráculos existen basándote en la mitología griega y el Oráculo de Delfos.
- Bueno, esa es otra de las pruebas, de hecho.
Chris rodó los ojos.
- ¿Por qué eres tan escéptico? – preguntó Peter con curiosidad. – No pareces del tipo de los que creen sólo en lo que ven, oyen y tocan.
- Porque no lo soy. Ser brujo te abre la mente a las cosas sobrenaturales y estoy dispuesto a creerme cualquier cosa, pero necesito pruebas.
- Tu sobrina es omnisciente. Eso suena bastante como una prueba.
- Touché. En fin, entre mito y mito, ¿algo interesante?
- Parece cierto eso de que no pueden mentir. Están atados a la verdad para que no puedan manipular las visiones que tienen y dar información falsa a quienes acuden a ellos. Pero con práctica pueden tergiversarlo un poco. Todo eso de las metáforas y demás. Cosas como decir "nacido de los que lo han desafiado tres veces, vendrá al mundo al concluir el séptimo mes". Cosas que se prestan a ser malinterpretadas, ya que puede haber más de uno que concuerde con esas características.
Chris asintió. Eso sonaba bastante a la mitología popular, donde los oráculos decían muchas cosas sin llegar a decir en realidad ninguna.
- Por lo visto, y esto es muy curioso – prosiguió Peter – sólo pueden ser oráculos personas inocentes. O sea, personas cuyas manos no estén manchadas de sangre, cuyo corazón no esté teñido de odio y cuyo cuerpo no esté mancillado. Eso reduce las opciones a niños y vírgenes, principalmente.
- Como en la Grecia clásica. ¿Algo más en lo que tuvieran razón nuestros amigos los griegos?
- Bueno… ellos hacían sacrificios a sus dioses, para que el oráculo les hablara. Eso no es necesario, pero sí que tienen un criterio de selección. Al igual que sólo pueden ser oráculos personas puras, sólo personas puras pueden escuchar sus visiones. Alguien que no cumpla con los requisitos no provocará ninguna clase de visión en el oráculo ni con su presencia, con sus palabras o su contacto.
Chris se alarmó un poco. Peter no debía ser consciente de lo mucho que eso le incumbía: Victoria no veía nada cuando estaba con él. ¿Quería eso decir que su hijo no "daba la talla"? ¡Pero si era una de las personas más puras que conocía! ¡No tenía sentido!
- Peter, Victoria ha tenido visiones conmigo.
- ¿Y?
- Que yo no soy puro en ninguno de los tres aspectos que has utilizado.
Sus manos no estaban limpias de sangre (había acabado con cientos de demonios y había provocado la muerte de Jason), su corazón estaba lleno de odio, y no era virgen.
- Creo que para escuchar una visión basta con ser "puro de corazón". Ya sabes, buena persona y todo eso. Así que si es por eso tú tendrías que escuchar todas las visiones del mundo.
Chris rodó los ojos. Él no era tan bueno como todos parecían creer. Iba a decir algo, pero entonces reparó en lo que esa restricción implicaba. ¿Se suponía entonces que Peter no era buena persona? Ya. Sí. Claro. ¡Peter era la mejor persona de aquella casa!. Quizás rivalizando con Nick, Chris no lo tenía claro. Pero era bueno, eso era innegable.
- Pero en todo lo demás los griegos se equivocaban – prosiguió Peter, sin reparar en la expresión horrorizada de su padre. – Ellos creían que si escuchaban directamente la voz de la pitia podían morir, así que la profecía les era entregada en forma de papel. Esto no es cierto, lo que pasa es que la inmensa mayoría de las pitonisas griegas eran falsas, excepto tal vez la de Delfos, y se valían de los ritos y las supersticiones para aparentar conocimiento. Ah, y además bebían no se qué droga o aspiraban no se qué gases, que Victoria no necesita para nada como ya has visto. Tampoco necesita entrar en ningún trance, aunque a veces se le ponen los ojos en blanco, como esta tarde, y debo reconocer que da cosa.
Vale, si todo lo que Peter estaba diciendo lo había sacado de ese libro, Chris tenía que reconocer que parecía cierto. Encajaba con lo que le sucedía a Victoria.
- ¿Y qué me dices de la parte del Dios? ¿Sus visiones la vienen por orden divina?
- Eso ya no lo sé, papá. ¿De dónde te vienen a ti tus poderes? – dijo Peter, encogiéndose de hombros. – La explicación que le des a eso sirve también para esto.
En eso Peter tenía razón. Christopher suspiró. Odiaba la falta de información: implicaba falta de control sobre la situación. Al menos, sabía ya de algún sitio donde se hablaba de los oráculos, aunque fuera para decir que no existían. Lo anotó cuidadosamente en su cerebro, para pensar en ello más adelante.
- Va siendo hora de que te duermas. Ya seguirás con eso mañana.
- Sí, papá.
Peter dejó el libro en la mesita y se colocó en una posición más horizontal, ajustando bien las sábanas, y la almohada.
- Es genial cuando alguien te obedece a la primera – murmuró Christopher sin poderlo evitar. Peter le sonrió, de forma dulce, pícara y tierna, todo a la vez. Era imposible pensar que el dueño de esa sonrisa no fuera una buena persona. En eso el libro se equivocaba: tenía que haber otra explicación para que Victoria no tuviera visiones en presencia de Peter.
Chris toqueteó las sábanas para arreglarlas innecesariamente, como si quisiera cerciorarse de que estaba bien arropado.
- Buenas noches, tesoro. Sé que hoy ha sido un día muy… complicado. ¿Está todo bien?
- Sí, papá. Aunque espero que sepas que mañana vamos a hacerte el tercer grado para que nos expliques esa tontería de que vas a ser el nuevo mártir de éste siglo.
- Pero, aparte de esto, ¿tú estás bien? – insistió Chris.
- Perfectamente.
- ¿Quieres que me quede contigo un rato?
- Creo que Amy y los peques te están esperando, papá.
Chris sabía que era cierto, pero no quería dejar sólo a Peter. De hecho, pensó si era buena idea que durmiera sólo esa noche, con todo ese recuerdo horrible del bate de baseball. Pero en su cama no cabía ya nadie más. Se mordió el labio, sin tener claro lo que debía hacer.
- Estoy bien, papá. De verdad. – le aseguró Peter, con ojos cálidos. Chris decidió creerle. Se despidió de él y fue a su habitación, donde se encontró a sus dos sobrinos y a su hijo pequeño sentados en la cama, con Amy a su lado. Amy estaba en el centro de la cama, con las piernas cruzadas, enfundada en su sencillo camisón blanco. Delante de ella estaba Victoria, y Amy le estaba cepillando el pelo con ternura. La melena color caoba de Victoria caía por su espalda, y a la niña parecía gustarle mucho ese tipo de contacto. Amy estaba hablando y Chris se quedó en la puerta para escuchar lo que decía.
- … y todos los niños perdidos gritaron a coro "Bacalao, bacalao", mientras el capitán Garfio huía aterrado del tic-tac que delataba la presencia del cocodrilo.
- ¡Lo estás contando mal! – protestó Alexander, semi tumbado, totalmente absorbido por la historia. - ¡Al final el cocodrilo se come al capitán Garfio!
- En mi cuento no – replicó Amy – Porque Peter Pan se lo impide.
Alex meditó durante un segundo y luego sacudió la cabeza.
- Tu cuento me gusta más.
Amy sonrió y acabó la historia.
- ¡Ahora el de La Sirenita! – pidió Victoria.
- ¿Otro cuento? – rió Amy.
- ¡Sí! – exclamó Alex, suplicante.
Amy se rió más, ante tanto entusiasmo, pero dedicó una miradita a Leo, que era el único que parecía no participar de la escena. Chris se dio cuenta que el niño estaba como dando la espalda a los demás.
- ¿Quieres oír La Sirenita, Leo, o prefieres otro?
Leo se encogió de hombros, con indiferencia.
- Uy, qué carita más triste. Nosotros no queremos dormir con gente que no sabe sonreír, ¿verdad que no? – preguntó Amy, y Alex y Victoria negaron con la cabeza, pero ni aun así consiguió que Leo se animara. – ¿Qué es lo que pasa, Leo?
Leo gateó por la cama y se acercó a ella.
- Papá me pegó muy fuerte - dijo, en tono quejumbroso. Amy le acarició en la espalda. Chris tuvo ganas de entrar para defenderse pero no hizo falta:
- ¿Y por qué crees que lo ha hecho? – preguntó Amy.
- ¿Qué?
- Que por qué crees que papá te ha pegado.
- Porque…porque…¡porque es malo!.
Amy asintió, como tomando nota.
- Así que crees que te ha castigado porque sí…
- No, eso no…Es que yo hice pociones cuando no estaba él, y eso no puede hacerse…y luego… te la tiramos…y….y te hicimos daño…
- Eso suena como un motivo para que papá te castigue. ¿Vas a volver a hacer pociones tú sólo?
- ¡No! – dijo Leo, horrorizado. El mensaje le había quedado muy claro, y sabía además que hacer varias veces algo por lo que ya le habían castigado solía hacer que le fuera peor.
- Entonces ya está ¿verdad? Papá no va a volver a castigarte.
Leo negó con la cabeza.
- No, porque voy a ser muy, muy muy bueno – aseguró con convicción, y Amy le sonrió. Le rodeó con un brazo en un gesto cariñoso.
- Ya eres muy, muy muy bueno. Y yo voy a mimarte mucho, mucho mucho.
Leo sonrió y se tumbó entrelazando los pies y apoyando la cabeza en las manos, en actitud de escucha, como esperando el cuento prometido. Amy captó la indirecta, pero antes de poder empezar, Victoria la interrumpió:
- Gracias por dejarnos dormir aquí.
- No tienes nada que agradecer.
Chris escogió ese momento para entrar en la habitación. Victoria no reaccionó a su entrada, probablemente sabiendo el momento exacto en que lo haría, pero Leo se puso de pie sobre la cama y se tiró a él de un salto.
- Ey, campeón – saludó Chris, notando la falta de aire por el repentino placaje. – Yo también me alegro de verte.
- Tito, la tía Amy nos está contando un cuento – informó Alex , y se apartó para hacerle un hueco. Chris se sentó, y se le puso encima, junto a Leo, sosteniendo a los dos a la vez.
- Me parece muy bien, pero ¿no es ya un poco tarde para que vosotros tres estéis despiertos?
- Te estábamos esperando – dijo Alex. - ¿Dónde estabas?
- En el desván – dijo Chris, sin dar más información. Victoria le miró y sus ojos decían "te lo dije."
- Venga, todos a dormir – dijo Amy, con energía. – Mañana hay tiempo para más cuentos.
Abrió la cama para que se metieran, y Leo y Victoria se dispusieron a hacerlo, pero Alex vaciló, sin bajarse del regazo de Chris.
- ¿Y si hay un monstruo debajo de la cama? Si nos dormimos todos nos atrapará.
- Los monstruos no existen, cariño – dijo Chris, en tono tranquilizador.
- Sí que existen, tío. Hay demonios, y ogros y un montón de cosas más.
Vale, ahí Alex tenía un punto. Ese argumento no valía con aquellos niños. Entonces Amy se levantó y se agachó, mirando debajo de la cama.
- Aquí no hay monstruos.
- ¿Seguro?
- Del todo. Es que tu tío Chris les da mucho miedo.
Alex lo aceptó como posible, y aceptó meterse en la cama, más tranquilo. En pocos segundos, estaban todos en la cama, algo ajustados. Amy y Chris yacían de lado, cada uno en un extremo, con los tres niños en el centro. Los niños no tardaron en dormirse pero Chris y Amy no, y se miraron en silencio, casi comunicándose telepáticamente. Amy le miraba con preocupación, y Chris trató de tranquilizarla con una sonrisa.
- Tienes que darme muchas explicaciones. – dijo ella, en voz baja para no despertar a Victoria, que dormía a su lado.
- No va a sonar mejor por mucho que te lo explique – repuso Chris, y los dos se quedaron en silencio por un rato.
Algunos minutos después, una sonrisa empezó a extenderse por los labios de Amy. Chris la miró con curiosidad, y ella sonrió más.
- Alex me ha llamado "tía".
Chris sonrió también, y poco después los dos se durmieron.
Chris se despertó alarmado por algo, pero no sabía por qué. Luego escuchó un grito, e intuyó que eso era lo que le había despertado. Casi grita él también cuando al levantarse se topó de frente con el rostro inexpresivo de Victoria. La niña le miraba totalmente despierta, y Chris se preguntó cuánto tiempo llevaba ahí. Tal vez fuera por saber lo que la niña podía hacer, pero en ese momento daba mal rollo. Algo así como los niños en las películas de miedo. Chris encendió la lamparita de la mesita de noche, pero antes de poder preguntarle a Victoria qué hacía ahí, ella le habló:
- Peter tiene pesadillas. Ahora vas a ir y vas a consolarle, pero quiero pedirte algo.
- Dime.
- He visto que vais a bajar y vais a tomar una taza de chocolate. Quiero que toméis cola cao.
- ¿Por qué? – preguntó Chris, asombrado por el tono autoritario de la niña.
- Porque quiero ver si es posible cambiar lo que veo. He visto que tomáis chocolate. Quiero que toméis cola cao, y comprobar si mis visiones son definitivas.
Chris asintió, viendo lo importante que aquello era. Él se había criado con la idea de que el futuro no es definitivo. Las premoniciones de su tía Phoebe se cumplían a un 90% y el diez por ciento restantes dependía de las decisiones que alguien tomara. Era esencial descubrir si con Victoria pasaba lo mismo. A Chris, desde luego, podía serle muy útil, para aquello de no provocar el fin del mundo.
Peter volvió a gritar y él se levantó y fue a su cuarto. El chico gemía en sueños. Como dormía con una luz encendida, Chris pudo ver cómo se agitaba. Se acercó a él y le acarició la frente: estaba sudando. Le notó además muy caliente. Le despertó con suavidad, maldiciéndose por haberle dejado sólo.
- Tesoro. Tesoro despierta.
Peter abrió los ojos con aspecto asustado, pero se relajó al verle.
- Estabas teniendo una pesadilla. Gritabas mucho. ¿Estás bien?
- S-sí.
- No hace falta que me mientas, Pete. ¿Quieres contármelo?
El chico negó con la cabeza.
- No creo que me pueda dormir otra vez – murmuró.
- Bueno, podemos bajar y tomar algo de… colca cao. ¿Qué me dices?
- Suena bien.
Chris le sonrió, y esperó a que saliera de la cama y se pusiera unas zapatillas. Bajaron a la cocina y estuvieron hablando de tonterías, para que Peter se distrajera. Chris sacó un cazo e iba a poner el cola cao cuando escuchó la voz de Leo desde el piso de arriba:
- ¡Papá, quiero aguaaa!
Chris rodó los ojos.
- Eso es, Leo, despierta a toda la casa – susurró, y cogió un vaso. – Será mejor que suba y se lo de antes de que haga bajar a Amy.
Peter asintió, y Chris subió arriba. Esperó a que Leo bebiera, intercambió un par de palabras con una Amy adormilada, y volvió a bajar. Peter le esperaba en la cocina, sirviendo dos tazas de un líquido demasiado oscuro para ser cola cao…
- Hice chocolate – anunció Peter, y Chris tuvo que contenerse para que no se le cayera el vaso, ya vacío de agua. Suspiró, y se resignó ante algo que ya sabía: no podía cambiar su futuro.

Se sorprendió ante lo poco que le afectaba: ya estaba inmunizado contra malas noticias y malos augurios. Se tomó la taza con Peter y pudo mantener una conversación normal, pese a saber que todo lo que Victoria predecía se cumplía a rajatabla. Luego los dos subieron al piso de arriba, y Chris se quedó con Peter hasta que se volvió a dormir. Le dio un beso en la frente, y volvió a sentir que el chico estaba muy caliente. Tal vez tuviera calor. Le quitó la manta, y le dejó dormir sólo con la sábana. Después, volvió a su cama abarrotada.

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