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lunes, 6 de abril de 2015

Chapter 98: Ángel de la guarda 1,0



 


Chapter 98: Ángel de la guarda 1,0 
 


Cuando tienes magia, existen varias formas de viajar en el tiempo. Puedes utilizar una poción, pero es un método inestable porque no sabes hacia dónde te llevará al portal que se abra entonces: podrías acabar en plena Era de los Dinosaurios. No es un método recomendable cuando quieres ir a un lugar concreto, pero sí es seguro. Sabes que el portal no se va a cerrar, dejándote atrapado. Hay otro modo, que consiste en viajar atrás en el tiempo al ponerse un objeto que perteneciera a una persona que hechizó ese objeto para que regresara a ella, pero de esta forma no se puede viajar al futuro, sino sólo al pasado. Y en realidad uno es un prisionero, que no elige a dónde va. También puedes utilizar un conjuro, pero eso es algo que han conseguido muy pocas personas. Christopher, o una versión de él, fue una de ellas. Requiere mucho poder. El conjuro es la mejor forma, pero si se eligen mal las palabras, el portal puede llevarte a un lugar al que no quieres ir. Así es como, por accidente y con un poco de manipulación de un enemigo, las Embrujadas abrieron años atrás el portal al "mundo malo", iniciando sin saberlo algo mucho más importante.
Pero aparte de todos estos, hay otro método. Uno muy extraño, muy poco común: el de aquellos cuyo poder consiste precisamente en viajar por el tiempo. Ariel/Xandra, la madre de los gemelos, era una de las pocas privilegiadas que poseía éste don. Paul resultó ser otro de esos. El hecho de que se conocieran estaba casi predestinado.
El problema de viajar en el tiempo es que genera casi una adicción…El deseo de conocer el futuro resulta demasiado tentador. El deseo de cambiar el pasado es prácticamente irresistible. Pero un viajero no debe intervenir en la línea del tiempo. Debe limitarse a ser un observador, no un agente, porque se pueden cambiar más cosas de las que se pretenden. Puede tener consecuencias muy negativas. Por el mismo motivo, no es recomendable conocer el propio futuro. Sobre todo porque hay determinados sucesos que no se pueden cambiar. Cosas que han ocurrido, o que van a ocurrir, y que por más que intentemos cambiarlas, sucederán igual. Ejemplo: uno puede viajar al pasado e intentar matar a Hitler, pero o bien no lo conseguirá o bien surgirá un nuevo Führer que se alzará y llevará a cabo el genocidio de los judíos. Y funciona también a la inversa, en dirección al futuro. En otras palabras: Ariel podía intentar cambiar su propio futuro y el de sus hijos, pero, aunque acabara con el demonio que estaba destinado a matarla, ella moriría igual. Aunque dejara a Nick y a Peter con alguien de confianza, ellos terminarían en el orfanato de todas formas. Aunque matara a Derek, otro tipo vendría y maltrataría a Peter. Y todo eso lo averiguó acudiendo a todos los adivinos del Inframundo, e incluso a algún brujo con premoniciones también.
Así que todo lo que podía hacer era echarle la culpa a Patrick. Ella iba a dejar a sus hijos con él, y sin embargo en un reciente viaje había visto como, pese a su determinación, sus bebés acababan en aquél centro. Era evidente que algo iba a ir mal. Y, puesto que no podía enfrentarse al Patrick del pasado sin cambiar la historia, ya que se supone que ellos nunca llegaron a conocerse, decidió viajar al futuro, al presente de Paul, para cantarle las cuarenta al Patrick de ese tiempo. Y en eso estaba.
Hubiera sido tan fácil matar a ese miserable humano… Es decir, era muy fuerte, demasiado para una mujer de su tamaño, pero ella no era una mujer cualquiera. Era un demonio bestia. Había podido acorralar a Paul cientos de veces, así que su padre tampoco fue un problema.
Paul observó la escena con aprensión. Había estado conviviendo con Ariel durante un año. La había "visitado" varias veces después de eso. Esa demonio era su amiga. Sabía que no debería ser así, que tenían que ser enemigos, pero no lo eran. Claro está, no podía decirle eso a su padre. Patrick sabía lo que él había estado haciendo, pero Paul se había guardado sus impresiones para sí mismo. Si Patrick descubría que se llevaba bien con un demonio… en fin, es como si tienes un padre policía y tú eres un delincuente. Aun así, cuando vio que su padre sacaba una poción de su bolsillo, no pudo evitarlo:
- ¡No, papá! ¡Es mi amiga!
Cri. Cri. Cri. ¿Había grillos, o era el sonido del silencio, que resonaba molestamente en sus oídos? Patrick le miraba como si fuera un fantasma. En cualquier caso, no llegó a lanzar la poción. Y Ariel, sabiéndose a salvo, iba a aprovechar su oportunidad…
- Y tú detente, o te juro por lo más sagrado que abandonaré a Peter a su suerte…
Ariel le miró con miedo por un segundo.
- Tú no harías eso…
- ¿Qué no salvaría mi pellejo, y el de Chris en el proceso? Ya, claro.
- No si la vida de Peter es el precio. Me lo prometiste…
- En el trato no entraba que tú mataras a mi padre.
- ¡Se lo merece! ¡Abandonó a mis hijos!
- ¡Aun no sabes lo que pasó! ¡Estás dispuesta a matarle sólo porque las cosas no salieron como tú querías!
- Me he pasado los últimos meses atisbando el futuro – dijo Ariel, con voz increíblemente suave – Buscando alguna pista que me indique que he cambiado algo. Pero una y otra vez descubro que mis hijos acaban en ese orfanato. ¿Cómo puede ser, si yo les dejo a cargo de tu padre? – exigió saber.
Paul resopló.
- ¡Porque nunca llegas a dejarles con él! ¿Quieres saber la verdad? Vamos a ver la verdad – replicó Paul, algo furioso, y la tomó del brazo. – Papá, tú no te muevas. – casi ordenó. Dicho esto, cerró los ojos y se preparó para viajar al pasado.
Fue a un momento en el que ya había estado muchas veces. Estaban en la cueva de Ariel. Aunque el día y la noche no se distinguían bien en aquél lugar oscuro, eran pasadas las cinco de la madrugada. Una Ariel similar a la que había viajado con él dormía sobre un lecho pobre, con un gemelo a cada lado. Los bebés parecían felices de estar ahí. Paul había contemplado esa escena hasta la saciedad, y siempre se enternecía.
- ¿Qué hacemos aquí? – preguntó Ariel. La Ariel embarazada que viajaba con él.
- Esta es la noche en la que los pierdes – explicó Paul.- Ocurrirá en un momento.
Efectivamente, casi mientras terminaba de hablar, empezó a sonar la alarma. El ruido despertó a la Ariel durmiente y a los bebés… que empezaron a llorar.
- Sssh - dijo la mujer, mientas le faltaban manos para coger a ambos niños. Parecía desesperada, y es que el llanto era como una diana para los enemigos que estaban muy cerca. Era como decir: mira, aquí estamos.
Instantes después un grupo de demonios se introdujo en la cueva. Todo ocurrió muy rápido. Ariel luchó con valentía. Era muy poderosa y lanzaba rayos a diestro y siniestro, acabando con los enemigos mientras protegía a sus pequeños. Pero estaba en minoría…Uno de aquellos seres extendió su brazo, y entonces Ariel quedó paralizada.
Mientras tanto, Paul sujetaba a la Ariel embarazada, que quería ayudarse.
- ¿Qué me está haciendo? – preguntó.
- Te está robando tu esencia. Tu esencia de demonio. Es lo que hace, es su poder.
- ¿Me matará?
- A la larga. Te dejará muy débil.
- ¡Tienes que impedirlo! ¡No puedes dejar que se lleve a mis hijos!
- No se los llevará. – dijo Paul, con la seguridad de quien había visto una película muchas veces. Como para apoyar su afirmación, la Ariel que estaba siendo atacada lanzó un último rayo y acabó con el último atacante. Estaba pálida, y muy débil. Como enferma.
- No estoy muerta – observó la Ariel embarazada. – Aún no es tarde, no estoy muerta.
- Si es tarde: morirás. Eso ha sido mortal, ya te lo dije. No puedes transformarte en demonio para curarte.
- Pero aún puedo llevar a mis hijos con tu padre.
- No. No puedes. Patrick es un cazador de demonios. Si un demonio fresco e indefenso se presenta en su casa matará primero y preguntará después. – explicó Paul. – En ese estado no puedes imponerte sobre él. No te dejará explicarte y no aceptará cuidar dos bebes que puedan poner en peligro a sus propios hijos.
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque es lo que intenté que hicieras, la primera vez que estuve aquí. No funcionó. Hay determinadas cosas que simplemente tienen que suceder. La Caída del Imperio Romano, las cruzadas, el descubrimiento de América, la guerra de Independencia, que Peter y Nick vayan a ese orfanato…Por más que vengas a este punto y trates de impedirlo sucederá. Lo sé. Lo he intentado TODO. Incluso e intervenido en la pelea, y eso casi me cuesta la vida. Es a lo que me he estado dedicando estos últimos dos días, Ariel. Me dedicó a viajar a éste momento, y tratar de cambiarlo. Pero no se puede. Simplemente eso.
Ariel le miró con angustia, con temor, con desesperación.
- ¿Y ahora qué?
- Ahora déjalo en mis manos. Te lo prometí ¿recuerdas? Te dije que yo cuidaría de Peter y de Nick. Que les llevaría hasta Chris. Que, cuando llegara el momento, sería su escudo. Te lo prometí, y lo cumpliré.
Ariel sólo pudo darle un abrazo, porque sabía que con esa promesa Paul se estaba condenando a morir. Cuando soltó el abrazo, Ariel se dirigió hacia su versión moribunda. Al salir su otro yo de las sombras la Ariel que estaba en el suelo vio que no estaba sola.
- ¿Por qué… por qué no…? – intentó preguntar. "Por qué no me has ayudado?" quería decir. Pero no se miraba a sí misma, sino a Paul. Sus ojos mostraban su dolor. Ariel tenía doscientos años. Dos hijos. Más historias de las que podía recordar. Y, en su inocencia, había cometido el error de enamorarse de un viajero del tiempo. De un brujo. De un niño. De un amigo de sus hijos, en el futuro. De alguien que no le podía corresponder, porque no le atraían las mujeres. Claro que el amor para un demonio muchas veces se reduce al deseo de tener relaciones sexuales. Pero aun así, no se esperaba que Paul le traicionara.
Paul no aguantó esa mirada y se agachó junto a ella.
- Tiene que pasar – dijo simplemente, tratando de contener la emoción. De alguna forma, ella no moría. Seguía viva en el pasado, a donde él podía acudir siempre que quisiera. Intentó pensar en esto para sobreponerse. – Tiene que pasar. Has de ir al orfanato. Tú sabes a cuál. Estás pálida y sudorosa: pensarán que te has drogado. Cuéntales esa historia. Tardarás un mes, quizá dos, en perder del todo tus energías. No será una muerte dolorosa. No volverás a verles, Ariel. Así que despídete de ellos.
Paul supo entonces que la frialdad iba en los genes. Su padre se había vuelto frío a fuerza de tener que dar malas noticias: "lo sentimos, su hijo ha muerto, no pudimos hacer nada por salvarle". Pero él era frío también. Acababa de serlo. Frío y conciso, tal como la situación lo requería. Tal como debía ser para no derrumbarse. Entonces, en un impulso, se agachó, y besó los labios de aquella mujer de fuego.
- Te dije que caerías – dijo Ariel, cuando el beso se interrumpió, y le dedicó una sonrisa torcida, cansada. – No puedes resistirte a mis encantos.
Paul se fijó en que estaba llorando. No hizo ningún comentario. Dedicó una última mirada a Peter y a Nick, que lloriqueaban sin saber bien lo que había pasado. Ariel se levantó con grandes esfuerzos, y se acercó a sus bebés.
- No lo hice por el poder – dijo, y Paul pensó que no estaba hablando con sus hijos, sino con él. – No me emparejé con Chris para tener hijos poderosos. Lo hice porque ya no quería estar sola. Y pensaba que ellos me dejarían quedarme al menos con uno de vosotros. Pero me los quitan a los dos. Me los quitan a los dos, y no me dejan nada.
Ariel empezó a sollozar con mucha fuerza.
- Vámonos – susurró Paul, en el oído de la otra Ariel, espectadora. – Se tiene que despedir.
Paul la cogió del brazo, pero antes de poder viajar otra vez…
- Espera un momento. ¿A dónde me llevas?
- No puedes recordar nada de esto. No puedes saber cuándo morirás. Mi padre borra los recuerdos – explicó Paul, secamente. Sorprendentemente, Ariel estuvo de acuerdo. Eran muchos años viajando en el tiempo: ella mejor que nadie sabía cómo tenían que ser las cosas. Paul se limitaba a aplicar las reglas que ella le había enseñado.
Así que los dos volvieron al presente. Al presente de Paul, al menos. Patrick estaba en el salón. Si estaba nervioso o asustado, no lo demostró, pero si mostró su enfado.
- Paul, ¿qué…?
- Borrar memoria primero. Preguntar después. – dijo, y empujó a Ariel ligeramente. Pero decidió hacer una advertencia – Sólo el recuerdo de éste día. Si borras algo más lo sabré, y me las pagarás.
Patrick entrecerró los ojos. Paul captó lo que esa mirada quería decir "a mí no me amenaces, chico". Pero un padre enfadado era el último de los problemas de Paul en ese momento. Sostuvo la mirada de su padre, y observó cómo se acercaba a la demonio con asco. Patrick levantó su mano y tocó el brazo de Ariel, para robarle su recuerdo. Luego se apartó.
- ¿Cómo sé que no se tirará a mi cuello? – preguntó, mirando a la demonio con desconfianza.
- Ahora ya no puede tocarte. No sin que la duela ¿recuerdas? Además, ella ya se va.
- Pero… - protestó Ariel. Estaba desconcertada. ¿Qué hacía allí? Delante tenía a Patrick, el hombre que por alguna razón la iba a fallar y no iba a cuidar debidamente a sus hijos. Había ido allí para matarle ¿no? ¿Por qué tenía la sensación de que había ocurrido algo más que no recordaba?
- Te vas. – dijo Paul, en un tono que no admitía réplica. – Y guarda reposo. Llevas dos bebés ahí dentro, no puedes ir amenazando a nadie ahora.
Ariel ladeó la cabeza y tanteó a Paul con la mirada. Por extraño que parezca, confiaba en aquél brujo. Era su amigo. Su amigo abrasadoramente sexy y por desgracia homosexual. Intuía que había pasado algo, y como no era tonta y conocía el poder de Patrick, intuyó que acababan de borrarle la memoria reciente. Decidió hacer caso, y volvió a su tiempo.
Sólo cuando se fue, Paul suspiró.
- Buff. Y esto sólo acaba de empezar. Tengo muchos años a los que viajar hoy.
- Tú no vas a ningún lado, Paul James.
¿Paul James? Paul alzó una ceja al oír su nombre completo. Nadie lo usaba nunca.
- Papá, tengo muchas cosas que hacer. Ya ha dejado de llover: ¿sabes lo que eso significa? Que ya ha comenzado. Creo que Peter ya habrá muerto. Ahora mismo será un luz blanca y tengo que encontrarme con él, pero antes de eso hay una larga lista de tareas por cumplir.
- Sí, empezando por explicarme por qué mi hijo es amigo de un demonio.
- No es cualquier demonio, papá. Es la madre de..
- Se perfectamente quién es. Y también lo que ha hecho en el pasado. Tiene un buen historial ¿sabes?
- Lo sé. Me lo contó.
- ¿Te contó todo lo que ha hecho como el despreciable demonio que es y aun así tú no la mataste?
- Papá, esto es absurdo. No tengo tiempo para el número de "ella no es buena para ti" ¿vale? Somos amigos, asúmelo, y déjame tranquilo porque el tiempo es oro.
- No para ti. Tiempo es lo único que tienes. – replicó Patrick.
- Ja, ja, muy gracioso. Bien, ya hiciste el chiste fácil sobre el viajero…
- No era ningún chiste. ¿Acaso has visto que me ría?
No, no se había reído. A decir verdad Patrick estaba muy serio. Paul sabía por qué: su padre no aprobaba los tratos con demonios, mucho menos la amistad. Toleraba a Nick y Peter porque eran "una situación especial", pero Ariel estaba fuera de discusión. Y Paul le había estado diciendo que apenas la aguantaba. En resumidas cuentas, le había mentido.
- Ningún hijo mío va a ser amigo de un sucio demonio, Paul. He permitido esta locura de los viajes por demasiado tiempo.
- ¿Has permitido? – replicó Paul, con sarcasmo – Tú no tienes que permitir nada.
- Pues yo creo que sí. Eres mi hijo, te guste o no.
- Ahora mismo no me gusta. No me puedo creer que seas tan egoísta como para poner todo el puñetero mundo en peligro por un ataque de "aquí mando yo".
- No se trata de eso, Paul. Es a ti a quien no quiero poner en peligro. Esos viajes te debilitan, vuelves con heridas y me dices que "tuviste un pequeño contratiempo", y ahora me entero que trabas amistad con un demonio. No vas a volver.
- ¡TENGO QUE HACERLO!
- No, no tienes. Y no me grites.
Paul no pudo más. No había sido un día fácil, y aún le esperaba lo peor. Lo último que quería hacer era aguantar gilipolleces.
- Te grito si quiero – respondió, sin gritar pese a todo. – Y no puedes impedir que haga lo que tengo que hacer.
- Sí, sí puedo. Sobre todo cuando no me cuentas nada. Te limitas a contarme cosas sueltas y a decir que tienes algo que hacer. Pero no me dices qué es, sólo que no me preocupe. Acabo de descubrir que me has estado mintiendo sobre esa demonio. ¿cómo sé que no has mentido sobre esto también? ¿cómo sé que no tengo que preocuparme?
- ¡Preocúpate si quieres, a mí me da igual! – replicó Paul, que no podía decirle a su padre que lo que tenía que hacer era morir. Sabía cosas que no podía contar. Sabía, por ejemplo, que Peter debía ser un demonio y que pese a todo se iba a convertir en un luz blanca. Sabía que habían estado interpretando mal la profecía, y que el Destructor no era Chris, sino Peter. Viajar al futuro era muy esclarecedor, pero no podía compartirlo. Debía limitarse a intentar que cada uno jugara su papel, para que las cosas ocurrieran como tenían que suceder. Y para eso debía librarse de su padre. Y para eso… tenía que hacerle daño. – No me vegas ahora a hacer de padre sobreprotector. Todos estos años me has dejado tirado, así que no pretendas hacer como que tienes autoridad sobre mí. Voy a hacer lo que tengo que hacer, y tú no puedes impedirlo.
Paul sabía que esas palabras harían daño a su padre. Ya se disculparía más tarde. En ese momento tenía un viaje que hacer….Con lo que no contaba es con que Patrick le agarrara del brazo. Si no le soltaba viajaría con él, y eso Paul no podía permitirlo. Iba a decir un indignado "suéltame" pero no tuvo ocasión.
- Te equivocas, muchacho. Autoridad sobre ti es algo que siempre he tenido, y siempre tendré. Porque soy tu padre. Si soy un padre de mierda te aguantas: es el que te ha tocado. Pero me obedeces. Me respetas. Y no te las das de gallito, porque SÍ que puedo impedírtelo – sentenció, y sin esperar réplica tiró de Paul, y lo arrastró hasta el sofá. Su hijo era grande, pero él lo era más. Además los viajes que hacía agotaban a Paul, así que Patrick pudo con él. Se sentó en el sofá y trató de ponérselo encima. Paul había estado en esa situación una vez, con Chris, y supo lo que venía a continuación. Se resistió.
- ¿Qué haces?
- Recordarte quién es el padre aquí, y quién toma las decisiones – replicó Patrick.
Eso confirmó las sospechas de Paul. Se horrorizó, y se resistió con más ganas. Ni en sueños iba a dejar que su padre le pusiera sobre sus rodillas. Hizo fuerza, obligando a Patrick a apretar el agarre sobre su brazo.
- ¡Ah! ¡Suéltame, me haces daño!
- Quieras o no va a pasar, hijo. Así que estate quieto.
- ¡Suéltame, maldito cabrón! ¡Suéltame!
Paul se vio en una disyuntiva. ¿Se atrevería a golpear a su padre? Sólo así tendría una oportunidad de soltarse, y lo cierto es que tenía una mano libre… Como si viera sus intenciones, Patrick le agarró también ese brazo.
- ¡Que me sueltes!
- Si gritas así harás que tus hermanos bajen y te vean. ¿Es eso lo que quieres?
Unos azotes en las rodillas de su padre delante de sus hermanos. Antes muerto. Intentó soltarse con furia. Se hizo daño en el brazo porque su padre tiraba hacia un lado, y él hacia otro, pero aun así siguió tirando.
- ¡Me prometiste que no lo harías! – dijo al final, empezando a desesperarse. – Me dijiste que no volverías a pegarme si no cogía una pistola.
- Lo sé. Y no pretendía faltar a esa promesa, pero esto que haces es igual de peligroso. Tonteas con demonios, viajas al pasado, te involucras en una guerra que no es tuya…
- ¡Lo prometiste! – replicó Paul.
Patrick pensó que en ese momento parecía un niño asustado. Le dio algo de ternura. Su hombretón intentaba huir de una zurra como un niño pequeño después de una trastada, aferrándose a cualquier cosa. A cualquier palabra o hecho que le pudiera salvar.
- No será con el cinturón – dijo solamente, y aprovechando que Paul había bajado un poco la guardia volvió a tirar de él y se le acercó mucho. Intentó quitarle los pantalones. Paul, al ver sus intenciones y al tener de pronto una mano libre, agarró su ropa como quien agarra el último pedazo de su orgullo.
- ¡No!
- Paul, he cometido el error de dejar que pienses que como yo no siempre he estado ahí, ahora tú puedes hacer lo que te venga en gana. No es así. Soy tu padre. Serás mayor de edad, pero aun eres muy joven, y muy impulsivo. Te he tratado como un hombre porque lo has sido, pero cuando te portes como un niño te trataré como a uno. Lo de hace unos momentos ha sido una rabieta. "No me deja viajar en el tiempo, así que voy a insultarle para que le duela y me deje en paz". Eso te ha funcionado antes, pero ya no. No vas a manipularme, hijo. Ya te he pedido perdón suficientes veces. Si digo que no habrá más viajes en el tiempo, no habrá más viajes en el tiempo. Por mucho que me ataques y me recuerdes mis errores, eso va a ser así. Y me hablarás con el respeto que me tenías, y que no sé dónde se ha quedado.
- ¡Lo perdiste! – gritó Paul. - ¡Y lo perderás aún más si te atreves a…!
- ¿Lo ves? De nuevo con la manipulación y las amenazas. No creo que esto me haga perder tu respeto, Paul. Más bien creo que me lo ganaré porque por fin estaré siendo tu padre. El que te mereces. Tal vez así empieces a considerar que no puedes decidir tú sólo. Que no puedes soltar "me voy a casar" y "voy a viajar al pasado arriesgando mi vida" sin consultar conmigo primero. Sin pedirme… permiso. O al menos opinión. Que soy tu padre, coño.
Paul supo ver que en eso su padre tenía razón. No contaba con él. Daba por sentado que él no iba a estar. Pero es que…
- No estabas ahí – replicó, sintiendo que las lágrimas le escocían. Pero él no iba a llorar. No estaba dispuesto a hacerlo. – No estabas. No cuento contigo porque no podía contar…
- Eso era antes. Ahora si estoy, y puedes contar conmigo. DEBES contar conmigo. – dijo, y continuó con su tarea de intentar bajarle el pantalón.
- No, papá. Lo haré ¿vale? Contaré contigo. Te pediré permiso. Pero no… no lo hagas. – dijo Paul, y empezó a sonarle a súplica.
- Oh, sé que lo harás. Voy a encargarme de eso. Y de que no hagas más viajes – le recordó.
- ¡Pero tengo que hacerlo! Papá, no es un capricho, lo tengo que hacer.
Patrick pareció considerarlo unos segundos.
- Al menos me contarás todo lo que sabes. Y serás sincero conmigo. No más secretos, ni amistades con demonios.
- ¡TÚ NO ERES NADIE PARA DECIDIR QUIÉN ES O NO AMIGO MÍO!
Patrick ya tuvo suficiente. Dio un fuerte tirón y le bajó los pantalones, y se dispuso a hacer lo mismo con los calzoncillos.
- ¡No, eso no, papá, por favor, me muero de vergüenza! Ya soy mayor para que… para que me veas desnudo.
- Si hubieras aceptado esto como la persona mayor que dices ser te hubiera dejado conservar la ropa interior. Pero ya que haces escenas de niño pequeño te trataré como a uno.
- Papá, basta, esto es…
- No, hijo. Basta tú. No estoy bromeando. No estoy jugando. Te voy a castigar por faltarme al respeto, por gritarme, por desobedecerme, por mentirme, por trabar amistad con demonios y por no confiar en mí hasta el punto de no tenerme en cuenta a la hora de tomar tus decisiones. Eso son muchas cosas, hijo. No puede volver a pasar y voy a encargarme de eso. Ahora deja de resistirte y será más fácil para los dos.
- Lo siento ¿vale? Sé que… que no he actuado del todo como si fueras mi padre. Me cuesta acostumbrarme. Sé que debo tratarte mejor, pero…
- En realidad no estás en esta situación por tus malas formas, Paul. No me gusta, y te agradeceré si no vuelves a olvidar que no debes gritarme, pero el motivo principal de esto es que te pasees por el pasado con un demonio y tengas unos planes que no quieres compartir conmigo. Estaremos aquí hasta que aceptes que me tienes que pedir permiso antes de hacer nada, y que los demonios tienen que estar fuera de tu círculo social. Y ya me he cansado de discutir contigo, mocoso.
Patrick tiró con fuerza del elástico del calzoncillo y lo bajó hasta las rodillas de Paul. Al sentirse expuesto, Paul sintió que sus mejillas se encendían, y no sólo eso: empezó a ver que no tenía escapatoria.
- Lo siento mucho, papá, pero no me hagas esto.
- Paul, llevas mucho tiempo deseando que despierte y me ocupe de ti. ¿Acaso pensabas que eso significaba únicamente pasarla bien contigo? ¿Qué iba a obviar tus misiones kamikazes y tu comportamiento independiente? Si vamos a recuperar una relación padre-hijo tiene que ser por ambas partes, hijo. Y si tú no cumples, yo te castigo. Así es como funciona. No estoy haciendo nada más que cumplir con mi promesa de que las cosas iban a ser diferentes.
Le obligó a tumbarse sobre sus rodillas, y a apoyarse en el sofá. Paul se revolvió como una serpiente, aunque Patrick pudo notar que estaba demasiado fatigado para ofrecer una verdadera resistencia.
- No lo hagas, no lo hagas. - empezó a repetir, como con miedo.
Patrick lamentó ver así a su niño, y estuvo a punto de dejarlo ahí, en un susto, pero luego recordó a su hijo cayendo al suelo, agotado. Y a su hijo en compañía de esa demonio. Y supo que tenía que frenarlo, antes de que acabara por autodestruirse. Se impuso autocontrol. No podía pasarse como la última vez, aunque tampoco pensaba ser blando. Ese tipo de castigos no iban con él. Pero Paul había hecho demasiadas tonterías a lo largo de su vida. Se metía en una pelea antes de salir de otra, destruía la propiedad privada, bebía, y más cosas que habían hecho que aún como menor tuviera antecedentes. Incluso cuando se ocupó de todos sus hermanos seguía estando en problemas, como si de pronto mandara al carajo su sentido de la responsabilidad. O a lo mejor necesitaba hacerlo, para sentirse un hico normal. En cualquier caso estaba claro que una llamada de atención o una suspensión de privilegios no funcionaba con él, pero hasta hacía bien poco Patrick no había estado dispuesto a tomar cartas en el asunto. En aquél momento sí lo estaba, porque aquella vez si dejaba que Paul se saliera con la suya podría perderle. Su hijo podría viajar al pasado…y no volver nunca. Y él no iba a perder otro hijo. Jamás.
Con esa determinación, comenzó con una tarea extraña, y al mismo tiempo tan natural como el ser padre.
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SWAT Los SWAT demonios SWAT no SWAT son SWAT amigos SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
Paul apretó los labios. Si era sincero tenía que reconocer que aquello dolía y picaba incluso más que cuando Chris hizo algo parecido. Pero era peor que eso: no se podía creer que de verdad estuviera sin ropa sobre el regazo de su padre, recibiendo un castigo propio de niños. Casi prefería que le pegara con el cinturón. Era menos humillante…
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Patrick lo repetía como si fuera idiota o como si quisiera dejar el mensaje grabado. Paul no lo tenía muy claro. Pero grabado sí que estaba quedando, al menos en su parte trasera. ¿Podía la mano de un hombre tener tanta fuerza? Bueno, cuando esa mano es tan grande como tu cabeza, entonces sí, podía. Al final, Paul no aguantó más tiempo en silencio.
SWAT SWAT SWAT
- ¡Aw! Papá, para.
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
- ¡Au! ¡Para joder, me haces daño!
- No voy a decir que me alegro, pero espero que así recuerdes que los demonios para ti ni siquiera en foto.
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
- ¡Ay! ¡Ah! Papá, suelta, suelta ¡ay!
- ¿Te mantendrás alejado de demonios?
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
- ¡Ow! Para, para ¡Auuuu!
Esa última había sido especialmente fuerte, y en el muslo. Ahí, por alguna razón, le dolió más. Era una zona más sensible.
- Espero una respuesta, hijo. – respondió Patrick, y continuó pegándole en la parte alta del muslo consiguiendo que Paul se estremeciera a cada palmada.
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- ¡Ay! – gritó, y sin poder evitarlo empezó a llorar – Lo si-siento papá. Y-ya no, ya no más.
Patrick le dio un respiro, y le acarició los muslos justo donde le acababa de pegar.
- ¿Qué es lo que sientes, cariño?
Paul no le dejaba llamarle así, pero aquella vez no le importó. Sin embargo en ese momento era un hervidero de emociones, y dejó salir una equivocada: la rabia.
- Haber impedido que Ariel te golpee.
SWAT SWAT SWAT
- Prueba otra vez – gruñó Patrick. Esas tres palmadas fueron especialmente fuertes, y Paul sollozó con un quejido.
- ¡Aah!
Paul lloró tan fuerte que todo su cuerpo tembló. Patrick suspiró.
- Lo siento, pero no puedes responderme así, y menos en un momento como éste. ¿Qué es lo que sientes?
- Haber…snif… haberte ocultado que …snif….snif…
Los sollozos le impidieron terminar la frase, así que Patrick lo hizo por él.
- …que intimabas con un demonio. ¿Lo volverás a hacer?
- N-no.
- ¿Dejarás de verla?
- …
SWAT
- Paul. ¿Dejarás de verla?
Paul no respondió.
- Hijo, sé que tú tienes tantas ganas como yo de acabar con esto. Así que dime, ¿dejarás de verla?
Al no obtener respuesta, Patrick volvió a suspirar.
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- ¡Ah! Papá, ya no más. ¡Ay! Papi, papi, para por favor.
Patrick detuvo la mano en el aire, sorprendido. Aquella era la primera vez que Paul le llamaba "papi". Ni siquiera de niño le había llamado así. Nunca habían tenido una relación muy cercana, después de todo. Patrick ya no pudo más. No soportaba oírle llorar, sobre todo sabiendo que él causaba esas lágrimas. Le levantó.
- Bueno, bueno. Ya está. Shh. Ahora vamos a hablar ¿de acuerdo?
Pero Paul, al verse libre, se levantó, se subió los calzoncillos porque los pantalones habían terminado en el suelo, y salió corriendo. Puso rumbo directo hacia su cuarto y se chocó con alguno de sus hermanos por el camino. No se detuvo a ver quién era. Por el tamaño sería Jullie o Pierce. Siguió corriendo y llorando hasta llegar a su habitación. Entró, cerró la puerta, y se echó sobre la cama. Puso los brazos bajo la almohada, la cabeza sobre ella, y sollozó. Luego sacó la mano izquierda y la llevó a su adolorida parte trasera. ¿Podría volverse a sentar algún día? Se frotó.
- Si haces eso, te puedes hacer cardenal – dijo la voz de su padre a sus espaldas, desde el quicio de la puerta. Sin esperar invitación, Patrick había abierto la puerta y ahora entraba en el dormitorio de Paul. - Te rozas la piel y puedes romperte un vaso capilar.
Paul no dijo nada, pero dejó quieta la mano. Pero no por los consejos de su padre-médico, sino porque le daba vergüenza que le viera.
- Durante un segundo creí que ibas a dar un salto en el tiempo. – continuó Patrick – Gracias por no hacerlo.
Paul se maldijo por no haber caído en eso. ¿Cómo no se le había ocurrido? Mientras se insultaba mentalmente, notó cómo su padre se sentaba al borde de su inmensa cama. Más grande de lo que era necesario para una sola persona. Luego notó la mano de su padre acariciando su espalda.
- No estés avergonzado – le dijo –Conmigo no tienes que estarlo, y no era esa mi intención.
- ¿Y cuál era? – preguntó Paul, con resentimiento. Perdió un poco de "efecto rencor" porque su voz sonaba quebrada, a causa del llanto.
- Ponerte límites. Enseñarte que no puedes hacer lo que se te venga en gana. Pero no voy a regañarte ahora. Vamos, no llores. Esta vez no ha sido tan fuerte.
- Tienes la mano muy dura.
Paul se sorprendió de su propio comentario, y Patrick también, pero luego estalló en carcajadas. Era muy raro ver a su padre riendo así.
- Sí, ¿verdad? Mi mano es casi tan dura como tu cabeza obstinada.
Paul soltó una pequeña risa que sonó a medias como un sollozo. Patrick le levantó un poco para abrazarle. Le sostuvo mientras se desahogaba.
- Sin llorar ¿vale? No pasa nada. Ya está, ya pasó. Estoy contigo, hijo, y nunca te voy a dejar.
En contra de sus intenciones, con aquellas palabras Patrick consiguió que Paul llorara más. Pero ahora lloraba por lo que esas palabras le hicieron sentir.
- Shhh. Ya, mi niño, ya.
Nunca había estado tan cerca, en un sentido emocional y también físico, con su padre. Nunca habían tenido muestras de cariño tan evidentes. Palabras suaves, susurros tiernos, caricias… Nunca. Disfrutó del momento, y así, poco a poco, dejó de llorar.
- No puedo dejar que te pase nada, PJ. Simplemente no puedo. Me volvería loco, en un sentido literal. Ya viste como me afectó lo de Jason. Si le pasa algo a otro de mis hijos…yo…Será egoísta, Paul, pero me importa bien poco eso que tienes que hacer. Que lo haga otro.
- Nadie puede hacerlo, papá. Soy yo el que viaja en el tiempo.
- Pues, al menos, dímelo. Dime a que te enfrentas. Dime lo que puedo esperar.
- Creo que ya lo sabes. Por eso te has puesto así.
- Yo no sé nada, Paul. Simplemente tengo el presentimiento de que me escondes algo importante.
Paul no respondió. Se abandonó a la agradable sensación de su padre acariciando su espalda.
- ¿Me dejas verte la cara? – preguntó Patrick con suavidad. Paul tenía el rostro enterrado en la almohada y negó con la cabeza. - ¿No? ¿Ni un poquito?
- No quiero que me veas llorar.
Patrick se ahorró decir que ya le había visto.
- ¿Y por qué no? ¿Acaso te crees que yo no lloro?
El silencio fue esclarecedor.
- Cuando tu hermano tuvo el accidente, lloraba todos los días durante semanas. Cuando murió también. Cuando te fuiste de casa, antes de saber que estabas con Chris, pensé que me moría. Y en otras muchas ocasiones.
Paul levantó la cabeza y le miró como preguntando "¿de verdad?". Luego se pasó la manga por la cara y se limpió el rastro de lágrimas.
- Eso está mejor. – alabó Patrick - ¿Ahora podemos hablar?
Con cierta inseguridad, y pensando que tal vez podría arrepentirse, Paul asintió. Su padre estaba siendo dulce y agradable y eso no era habitual en su personalidad fría y seca, así que se sintió predispuesto a escucharle aquella vez.
- Paul, sé que esto no es un encaprichamiento. No es como si quisieras ir a ver un partido o un concierto. Sientes que debes cumplir una misión, y tal vez tengas que hacerlo. Lo cierto, hijo, es que no lo sé, porque no me has dicho demasiado. Y creo que tengo el derecho de saberlo.
Paul iba a rebatir eso, pero de pronto se dio cuenta de que no podía. De que su padre, efectivamente, se había ganado ese derecho. Se mordió el labio.
- ¿Qué quieres saber?
- ¿Qué relación tienes exactamente con esa demonio? Hijo…yo… pensé que… ya sabes, que te gustaban los hombres.
Pese a la situación, pese al dolor de su trasero, pese a la congoja que le apretaba el pecho, Paul tuvo que soltar una carcajada. Su padre se veía tan incómodo… Le dieron ganas de hacerle de rabiar, pero algo (probablemente el recuerdo de lo que había pasado hacía unos momentos) le dijo que era mejor no hacerlo.
- Pensaste bien, papá. Es sólo una amiga. Sin ningún significado oculto en esa palabra. Aparte de que no juega en mi equipo, es algo así como la ex de Chris y la madre de mis amigos. Y tienes doscientos años. Simplemente no podría. Es…puag….en serio ¿cómo has podido pensarlo?
Sin embargo, Paul recordó que la había besado. Para él no había significado nada en un sentido sentimental. Simplemente le pareció un gesto tierno, propio para hacerlo como despedida. Pero aun así agradecía que su padre no hubiera estado allí para verlo. Como si hubiera adivinado sus pensamientos, Patrick se encogió de hombros, pareciendo decir "es algo que me podría esperar de ti". Vale, sí. Su padre, a pesar de todo, le conocía muy bien: la edad y el parentesco con alguien conocido no eran cosas que detuvieran a Paul en cuestión de relaciones. Paul sintió que tenía que lavar esa mala imagen, y ya iba a empezar a decir que desde que estaba con Tom no había nadie más en su vida, pero cuando habló dijo algo diferente, y habló con tristeza, casi con nostalgia:
- No debes preocuparte porque sea amigo de Ariel o deje de serlo. Todos los días la veo morir al menos una vez, en alguno de mis viajes. Hoy ella también lo ha visto, por eso te pedí que borraras su memoria.
- La muerte a ti no te detiene, Paul. Puedes viajar al pasado.
"Joder, qué frío." pensó Paul. Acababa de decirle que había visto morir a alguien importante para él. Podría haber sido más comprensivo.
- Como te lo explico para que lo entiendas… - murmuró Paul. A él le había llevado varios meses de su tiempo de convivencia con Ariel el comprenderlo. – Imagina que tu vida entera es una raya, dividida en 10 partes. Y yo, viajero del tiempo, de otra época, entro en tu vida en la parte 6. Estoy contigo hasta la parte 7, y de pronto me voy, y vuelvo en la parte 9. Para mí han pasado horas, pero para ti meses, o años. Luego, te veo en la parte 10, para despedirte. Emocionalmente para mí no sería fácil volver a la parte seis, donde estabas vivo, pero podría hacerlo. Lo he hecho con Ariel. Pero ¿cómo sería para ti? Piénsalo. ¿Y si estás conmigo por la mañana, y vuelvo por la tarde, cuando para mí han pasado años? Han pasado muchas cosas. Cosas que no te puedo contar, y tú quieres saber. Eso, de alguna manera, entorpece las relaciones. El hecho de que Ariel también viaje en el tiempo no lo hace más fácil, sino más difícil. Ella también ha podido ver cosas en ese lapsus del tiempo. Ir a otros momentos. Yo conviví durante un año con Ariel, mientras estaba embarazada, vi nacer a los gemelos, que para nosotros acaba de suceder. ¿Entiendes lo difícil que es? A veces me duele la cabeza al intentar comprenderlo pro no puedes mantener una amistad en la que uno avanza hacia delante, y otro avanza hacia detrás. No sé si volveré a ver a Ariel. Creo que no, a no ser que sea ella la que viaje para encontrarme.
Patrick guardó silencio, meditando esa explicación y tratando de entenderla. Era muy complicado, pero creyó captar la esencia. Y captó algo más…
- ¿Conviviste un año con ella? – preguntó, con escepticismo y enfado incipiente.
- Sin represalias – protestó Paul, viendo que se iba a volver a enfadar – Estamos hablando, y nada de lo que diga podrá ser utilizado en mi contra.
- Eso depende de lo que digas.
- En ese caso solicito un abogado.
Patrick, muy a su pesar, tuvo que sonreír. Paul no solía ser descarado con él. Con él era muy formalito. Pero hasta cierto punto le gustaba esa nueva faceta. Intuía que era parte de la esencia de su hijo: una esencia que él no conocía.
- ¿Y aún pretendes que me crea que en ese año no pasó nada?
- Nada de nada. Aunque ella lo intentó.
- Te cae realmente bien ¿no? Hablas de ella con afecto.
- Sólo me tenía a mí. Estaba sola, embrazada, perseguida, y con la amenaza de un futuro nada prometedor. Hablaba conmigo. Me contaba cosas. Me enseñaba. Me escuchaba. Cada pequeño detalle que me atrevía a contarla sobre el Nick que conozco, se volvía un mundo para ella. Creo que Nick se parece mucho a su madre. Peter es afilado en las palabras, como ella. Pero Nick es… un buscalíos. Creo que eso es lo que Ariel hacía mejor: meterse en problemas.
Patrick ladeó la cabeza con curiosidad.
- A veces me sorprendes, hijo. No hablas como un chico de tu edad. Hubiera jurado… en fin, das el perfil de matón, pero eres observador…y sensible.
Paul se sonrojó ante los halagos. No estaba acostumbrado. Intentó cambiar de tema.
- Recuerda que tengo casi 21…
- En tus sueños, hijo. Siempre he sabido la edad que tienes. Nunca se me ha olvidado el día en que naciste, porque fue de los mejores de mi vida. Tienes sólo 19…
- No, papá. Un año con Ariel ¿recuerdas? Entre todos los viajes que he hecho hasta ahora habré pasado un año y cuatro meses, calculo yo. Así que en dos meses tendré veintiuno.
Patrick abrió y cerró la boca. Intentó contradecir aquello, pero se dio cuenta de que Paul tenía razón. Frunció el ceño.
- No me gusta. - dijo solamente, aunque pensó que se quedaba corto. Lo odiaba. Odiaba que su hijo hubiera vivido un año sin él. Odiaba que el tiempo pasara para Paul sin que él lo viera.
- Hombre, ya puestos a mí tampoco. Estoy hecho un viejales.
Los dos se sumieron en el silencio. Fue Paul quien lo rompió, al cabo de unos segundos.
- Así que por eso no puedes hacer… lo que has hecho. Ya no soy un niño.
- Paul, has estado un año de tu vida viviendo en el pasado con una demonio, y me lo has ocultado. Creo que deberías estar agradecido por poder estar sentado, en vez de reclamar nada, porque creo que ahora mismo quiero matarte.
Paul, sabiamente, no insistió.
- ¿Eso es todo lo que querías saber? ¿Cuál era mi relación con Ariel?
- No. Quiero saber todo lo que tú sepas. Cuando descubriste tu poder me dijiste que podías usarlo para arreglarlo todo. ¿Qué es lo que hay que arreglar exactamente?
- La muerte de Christopher, la conversión al mal de Peter, y la destrucción del mundo, ya que estamos.
Por alguna razón, estas palabras no sorprendieron a Patrick.
- Paul… tengo que saberlo…¿te has encontrado conmigo en el pasado ya?
- ¿"Ya"? ¿Eso quiere decir que nos vamos a encontrar?
- Hijo, sólo tú puedes responder a esa pregunta.
Esa respuesta fue una confirmación para Paul: por lo visto iba a encontrarse con Patrick en algún momento. De ser así ¿qué le diría?
- Papá…sé que a idea no te gusta…pero tengo que volver a viajar. Le prometí a Ariel que cuidaría de Nick y Peter, y es lo que haré.
- No puedo convencerte de que no lo hagas ¿verdad?
- Ni con todo el oro del mundo.
- Ten cuidado.
- ¿Eso es un sí?
- Eso es un "sigues sin pedirme permiso". Al menos, me estás pidiendo opinión. Pero, diga lo que diga, vas a hacerlo igual. Así que sólo puedo esperar que sepas lo que haces, y que seas sincero conmigo.
- Lo haré. Gracias, papá.
- Nada de gracias. Si te pasa algo te resucitaré, y entonces desearás estar muerto.
Paul tragó saliva, porque aquello sonó a promesa solemne. Algo dentro de él le dijo que su padre no tendría ocasión de cumplir su amenaza. De que aquello era una despedida. Eso le hizo sentir un escalofrío porque, si bien pensaba estar mucho tiempo en el pasado, su idea era regresar a ese mismo punto, de forma que para su padre el tiempo no hubiera pasado. Pero si algo salía mal...si algo iba mal aquella era su última oportunidad de ver a su familia.
- Dile a mamá que la quiero, y a los enanos que les adoro. No voy a hablar con ellos, porque ya me han visto llorar y no quiero que recuerden a su hermano como una nenaza.
Sin dar tiempo a una réplica, Paul usó su poder y viajó atrás en el tiempo.
Apareció en una consulta médica. Sin saberlo, su padre le había dado una idea de lo que tenía que hacer. Le buscó con la mirada y allí estaba. Patrick Anderson. 25 años. Médico recién salió de la carrera. Residente. Estaba mucho más joven. Diablos: se parecía mucho a Paul. Primera ley de un viajero: no cambies el pasado. Sin embargo su padre había insinuado que se iba a encontrar. Ergo, eso no era un cambio, sino lo que tenía que pasar. Se acercó a él con inseguridad. Cuando reparó en él, el joven médico le miró con extrañeza.
- ¿Te conozco?
- No exactamente. Pero yo a ti sí.
- ¿Y eso que quiere decir?
- Sin rodeos. Patrick, sé que eres brujo.
Patrick abrió mucho los ojos, miró a todos lados y se llevó un dedo a los labios.
- Podrían oírte. ¿Cómo lo sabes?
- Yo también lo soy. Escucha: esto que estoy haciendo es peligroso. El tiempo es algo muy delicado. Vengo… digamos que vengo de otro momento. Uno en el que las cosas van mal. Y tengo que darte ciertas…instrucciones.
- ¿Instrucciones?
- Tu hijo. Paul, el mayor. No te dejarán atar sus poderes. Te dirán que borres su memoria. Él… lo entenderá. Algún día. Entenderá todas tus decisiones, si tú entiendes las suyas. Si tú le perdonas por… lo que hará. Buscarás a éste hombre – dijo Paul, y apuntó el nombre de Christopher – Le deberás un favor para toda tu vida, óyeme lo que te digo. Se lo deberás, porque va a salvar la vida de tu hijo con la suya propia. Él no tiene la culpa de lo que va a pasar.
- ¿Qué va a pasar?
- Fallará. – dijo Paul, simplemente, y se iba a ir. Pero tuvo un presentimiento. - ¿Hay alguna profecía en tu familia?
- ¿Qué?
- Profecía. ¿Hay alguna?
- No…
En ese momento Paul lo supo. Supo ver la ironía: él había escrito su propio futuro. Él había sellado su destino, o iba a hacerlo, justo en aquél momento.
- Bien, pues apunta: PROFECÍA DEL DESTRUCTOR
EL HERMANO MEDIANO, HIJO DE LAS EMBRUJADAS, TRAERÁ LA DESGRACIA A NUESTRA FAMILIA. MATARÁ AL NIÑO QUE COMPARTA EL PODER CON LA MADRE DEL DESTRUCTOR Y SERÁ EL CAUSANTE DE LA MUERTE DE OTRO. PERO SU HORA NO LLEGARÁ HASTA QUE NO HAYA SALVADO A AQUÉL AL QUE TIENE QUE MATAR. CAERÁ DESDE LO ALTO POR OCUPAR EL LUGAR DE SU PROTEGIDO.
- ¿Las Embrujadas? – preguntó Patrick, después de escribir. – Las conozco. Murieron.
- Error. No lo hicieron. Y Christopher es su hijo mediano.
- ¿Qué? ¡Entonces ese tipo es un asesino!
Paul se mordió la lengua para no responder.
"No, papá. Lo interpretamos mal. El Destructor no es Chris, sino Peter.´El que comparta el poder con la madre del Destructor´. Pensamos que hablaba de Jason y de Christopher, porque Jason explotaba cosas como la madre de Chris. Pero habla de mí y de Peter, porque yo viajo en el tiempo como Ariel. Chris fue "el causante" de la muerte de Jason, y será mi asesino. Así se cumplirá la profecía. Y morirá cuando decida salvarme, en vez de matarme. Caerá desde lo alto para ocupar mi lugar."
Ariel le había ayudado a descifrar aquello. Qué tontos habían sido. Qué tontos. Tenían todas las piezas del puzzle, y lo habían armado mal. Todo por una sola idea… porque nadie, jamás, habría pensado que Peter pudiera ser el Destructor. Pero lo era. Peter era el Destructor del mundo. Y todo le había empujado a tomar una mala decisión…la de elegir ser un luz blanca.
Paul sacudió la cabeza. No debía adelantar acontecimientos. Patrick había empezado a hacer preguntas, pero él las ignoró, y desapareció volviendo a viajar. Patrick se sentó en la silla, derrotado, con una certeza: Christopher Haliwell era peligroso. Debía alejar a su hijo de él. El pequeño Paul descansaba en casa tranquilamente. Costaba a creer que pudiera sufrir ningún peligro. ¿Quién había sido ese brujo? ¿Por qué le resultaba tan familiar?
….
Siguiente viaje. Paul saltó en el tiempo pero a un momento no muy distante de aquél último. Estaba frente a un orfanato. Una mujer pelirroja caminaba con dificultades, llevando a dos niños junto a ella. Paul se escondió para que Ariel no le viera. Observó a Peter, recodando la promesa que le había hecho a Ariel. Protegerle. Ser su guardián. Su ángel de la guarda. Se quedó en su escondite hasta que Ariel se fue. Después, cerró los ojos. Era la primera vez que intentaba un conjuro como el que iba a hacer…pero supo que iba a funcionar:
El tiempo no existe para éste viajero
Haz que pase pronto, ligero.
Que pasen por él los años sin miedo.
Vale, estaba claro que tendría que mejorar sus rimas. Pero sintió una fuerte descarga de energía, así que había funcionado. Se sintió muy débil: el viaje le había cansado, y el hechizo aún más. Pero aún no había terminado. Sacó su carnet de identidad, y un papel arrugado de su bolsillo.
Cambia éste papel, para que muestre lo que quiero.
Que todos vean lo que aparento y no lo que deseo.
Después, entró en el centro. Se dirigió a la recepcionista. Sacó el papel arrugado, sabiendo que para ella sería un documento oficial. Intentó que en su porte no se notara que tenía veinte años. Intentó que no se notara que estaba cagado de miedo. Intentó que no se notara que había sido un niño, que horas antes estaba en las rodillas de su padre. Ya no era ese niño. Ya no lo sería nunca.
Se aclaró la voz para presentarse.

- Buenas tardes. Soy el señor Wright.

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