Páginas Amigas

jueves, 18 de febrero de 2016

TROZOS DEL PASADO


TROZOS DEL PASADO


Al tercer toque del timbre me animé a correr la cortina y mirar por la ventana. Se trataba de un hombre y una mujer bien vestidos: él con traje, y ella con una falda larga y oscura, muy elegante. Solo venían de dos en dos cuando la cosa iba en serio: uno de ellos –habitualmente la mujer- solía ocuparse de mí y el otro se ocupaba de darle ciertas instrucciones a papá.

No ganaba nada con ignorar el sonido del timbre porque volverían más veces hasta que alguien les abriera la puerta. En su lugar, entreabrí la puerta lo justo para echar un vistazo, y que ellos me pudieran mirar a mí.

-         Buenos días. ¿Está tu papá en casa? – preguntó la mujer, con una sonrisa.

Asentí. Acababa de pasar por encima de él, con cuidado de no pisarle, dado que estaba durmiendo en la alfombra.

-         ¿Nos dejas pasar? – siguió preguntando.

-         Tiene que decirme quiénes son primero  – respondí.

La mujer sonrió aún más.

-         Eres un niño muy inteligente, hay gente mala a la que no debes dejar pasar. Pero nosotros somos los buenos. Somos de Servicios Sociales.

-         ¿Dónde está Gloria? – indagué. Ella había venido la última vez. Me caía simpática.

-         La han trasladado a otra oficina. ¿Nos dejas pasar? – repitió la mujer, aún amable, pero se notaba que se estaba impacientando.

-         Papá no se encuentra bien – respondí, como indicando que no era el mejor momento. Ellos intercambiaron una mirada y por un segundo pensé que iban a empujar la puerta y a entrar de todas formas, pero debieron pensarlo mejor.

-         Por eso estamos aquí, pequeño. Nos han dicho que llevas días sin ir al colegio y tu papá no contesta al teléfono. ¿Hace mucho que se encuentra mal?

Miré a esa mujer a los ojos y supe que tenía que mentir. Aquella vez Andrew no estaba despierto para echar uno de sus discursos convincentes. En otras ocasiones se daba una ducha, se ponía un traje, se hacía una coleta y hasta el mejor de los inspectores le habría tomado por un hombre de negocios y el padre del año. Pero aquella vez no verían un hombre joven, apuesto y capacitado para cuidar de un niño, sino un borracho que no podía ni levantarse del suelo. En menos de dos horas yo estaría en una casa de acogida y quién sabe si Andrew movería un dedo para sacarme de allí.

-         Tiene una gripe del estómago. Yo también. Vomitamos mucho y hacemos mucha caca.

La mujer soltó una risita y luego trató de contenerla. Algunos adultos se reían cuando decía “caca” y otros se enfadaban.

-         ¿Hay alguien ahí para cuidaros? ¿Tu papá puede hacerse cargo de ti? ¿No deberíais estar en el hospital?

-         Estuvimos en el hospital esta noche. Por eso papá está durmiendo ahora, está cansado.

La mujer volvió a intercambiar una mirada con el hombre. Se alejaron un poco de mí, como para hablar a solas entre ellos, pero no se dieron cuenta de que aún les podía escuchar.

-         ¿Tú qué opinas?

-         Puede ser cierto que esté enfermo, pero debió haberlo dicho en el colegio. Si está tan mal que no puede abrir la puerta debería buscar a alguien que se ocupe del niño por unos días.

-         No es la primera llamada que recibimos acerca de esta familia. Deberíamos entrar y echar un vistazo.

-         No podemos hacerlo sin el permiso del dueño. Ni siquiera deberíamos haber hablado con el menor sin su padre delante.

-         ¿Qué sugieres?

-         Volveremos en una semana y comprobaremos si se trataba solo de una gripe.

Escuché todo aquél diálogo con mariposas dentro del estómago, pero sin moverme un milímetro. Volvieron a acercarse a mí y la mujer me sonrió.

-         Está bien, Aidan, nos vamos ya.  ¿Sabes usar el teléfono?

-         Ahá.

-         Ten, toma este número por si necesitas algo, ¿está bien? Lo que sea.

-         Adiós.

Les observé irse y todavía les escuché refunfuñar mientras se alejaban.

-         Te digo que aquí tenemos un caso, Carl. ¿Has visto cómo nos miraba el crío?

-         ¿Y qué quieres que hagamos? Ya has oído al jefe, este es de los ricos. Si te metes con uno de los ricos, sus abogados se te echan encima. Y al menos que haya signos evidentes de maltrato, solo consigues quedar en ridículo y complicar las cosas para el niño. Hay que ir con cuidado.

Cerré la puerta y dejé escapar el aire, algo aliviado, pero no del todo. Luego fui con papá, que seguía tumbado en la alfombra. Me eché a su lado y apoyé la cabeza en su estómago. Olía a vómito, pero solo un poquito. Pero yo sabía que no tenía ninguna gripe estomacal.



6 comentarios:

  1. Me encanto este relato de Aidan de pequeño.

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  2. Pobre aidan, este Andrew es un misterio y un desastre. me encantó el corto.

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  3. Me gusto el relato aunque no me gusto ver sufrir a aiden

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  4. Interesante. Gracias por continuar escribiendo.

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  5. Se me soltaron las lágrimas, hasta me parece mejor no saber cómo de difícil fue la infancia de Aidan. Hermoso como siempre tu mini fic. Bellísimo!!!

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