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viernes, 29 de abril de 2016

CAPÍTULO 53: UN PADRE SIEMPRE ENCUENTRA EL CAMINO HACIA SU HIJO



CAPÍTULO 53: UN PADRE SIEMPRE ENCUENTRA EL CAMINO HACIA SU HIJO

Harry lloró sin control durante un rato, pero al final las palabras y el contacto con papá lograron calmarle. Hubiera esperado que el primero en romperse fuera uno de los enanos, o Zach, o tal vez las chicas, pero en realidad tampoco me sorprendía que hubiera sido Harry: por más que quisiera ocultarlo, mi hermano era bastante sensible. Y estaba en una edad en la que uno empezaba a preguntarse de dónde viene, como tomando conciencia que su vida estaba influenciada por otros que existieron antes que él.

Zach lo llevaba mejor porque estaba muy unido a papá, pero Harry, por más que quisiera a Aidan, tenía algo en su carácter que le hacía parecerse más a Alejandro y menos a su gemelo. Pasaba mucho tiempo discutiendo con papá, mientras que Zach tendía a pensar –como yo hasta hacía bien poco- que Aidan era perfecto.

Seguramente Andrew se habría ido cuando  Harry estalló en llanto de no ser porque la pierna  debía de dolerle de verdad. Tenía el pantalón levantado y comenzaba a formársele un bulto antinatural a la altura de la espinilla. Mi hermano no había escatimado la fuerza.

-         Yo…- comenzó Andrew, como si sintiera que debía decir algo pero sin saber exactamente el qué. – No llores… No hay por que llorar…

-         No sé qué otra reacción esperabas – intervine yo. – Apareciendo aquí, de golpe, tras todos estos años… No es como si nos hubieran dado en adopción. No se nos dio nuevos padres, y nuevas vidas. Nos crió nuestro hermano, que no dejó de enviarte cartas y fotos para que vinieras a conocernos. Estamos estancados contigo, anclados a la vida que pudimos tener. Crecimos con la idea de que teníamos un padre bastante cerca de nosotros al cual le importábamos una mierda. Cada uno lo manejó como pudo. Algunos pensamos…piensan… que con Aidan es suficiente –me excluí, porque aún estaba enfadado con papá. -  Otros se preguntan si hay algo que hubieran podido hacer para que tú decidieras quererles. Tal vez, si hubiesen llorado menos. Tal vez, si se hubieran parecido más a ti, como Aidan…Y luego te quedaste con Alice. La enana es una monada, entendemos que te llamara la atención, pero…¿qué hay de los demás? ¿Eramos demasiado feos? ¿Demasiado bajos? ¿Demasiado pelirrojos, demasiado negros, demasiado blancos? No nos diste siquiera la oportunidad de conocernos. No tenías problemas económicos, no tenías una enfermedad terminal, no habrías tenido dificultad para encontrar a alguien dispuesto a casarte contigo…. Simplemente, no te quedaste con nosotros porque no querías. Como si fuéramos… cosas…que uno puede rechazar o aceptar a conveniencia.

Andrew pareció haberse quedado mudo de pronto. Se miró las manos entre incómodo y avergonzado. Una parte de mí se alegró de que estuviera pasando un mal rato, porque se lo merecía. Otra, pensó que ese camino no llevaba a nada. Suspiré.

-         Si quieres hacer las cosas bien, tienes que llamar antes de venir. Así podemos prepararnos y planificar algo. Sentarse a hablar con gente a la que en realidad no conoces pero con la que estás biológicamente relacionada puede ser una situación muy tensa…

-         No hables como si fuera a venir otra vez – me cortó Alejandro. – No lo hará. Además, ya es hora de que se vaya.

-         Sí, debería irme yendo ya… - aceptó Andrew.

Se puso de pie, se colocó la ropa y caminó hacia la puerta. No cojeaba, eso era bueno. Papá le miró con confusión y nerviosismo, como si quisiera retenerle y a la vez no. Dejó a Harry en manos de Michael un momento y acompañó a Andrew hacia la puerta. Yo decidí seguirles.

-         Gracias por avisarme de lo de la abuela…. – murmuró Aidan. – Especialmente por.. por avisarme en persona… Yo… Si quieres venir otra vez.

-         Ya sé que no soy bienvenido – respondió Andrew.

-         No, no, todo lo contrario…es decir…yo… me alegro de que vinieras, es lo que siempre he querido. Pero… Ted tiene razón, no lo hagas así…yo… Alice se pasará el día preguntando cuándo vas a volver y si no vuelves… les... les harás daño.

-         Llama por teléfono primero – sugerí. – Así te asegurarás además de que estamos en casa. – le expliqué, y dudé un segundo antes de seguir hablando.  De alguna forma conseguí tragarme todo el resentimiento y el asco que había acumulado hacia él, y eso dejó en mí solo un sentimiento de inseguridad – Vas… ¿Vas a volver?

Andrew me miró fijamente, prestando especial atención a mi cabeza, como si quisiera ver a través del incipiente cabello rizado que me estaba volviendo a salir para reparar en cualquier posible cicatriz.

-         Me alegro de que puedas caminar. – me dijo, y aunque me sorprendió que manifestara esa preocupación, no me pasó desapercibido el hecho de que estaba esquivando mi pregunta. – Hace poco confundí a Michael contigo, pero es verdad que no os parecéis mucho. Tú pareces menos… resentido con el mundo. Te pareces más a Aidan – declaró.

Papá y yo miramos al suelo casi a la vez. Él, quizá por timidez. Yo, porque no estaba tan seguro de parecerme a papá, o de querer hacerlo.

A mí mismo me costaba entender que hubiera sido capaz de olvidarme por unos instantes de mi rencor hacia Andrew, pero en cambio siguiera molesto con Aidan. Supongo que es más fácil asumir que alguien es una decepción constante a que nos decepcione alguien a quien tenemos idealizado. Además, no todo lo que sentía hacia Aidan en ese momento era enfado. Parte también era miedo…. Miedo de haber hecho algo para perder la confianza de mi padre.

-         AIDAN´S POV-

Da igual lo mucho que quisiera odiarle o fingir que no me importaba para protegerme: Andrew era mi padre y siempre lo sería, y eso me tenía biológicamente predispuesto a desear su afecto y su cercanía. Yo también quería hacerle la pregunta que le hizo Ted y me frustré cuando no le respondió, porque necesitaba saber si iba a volver. Necesitaba saber si podía hacerme ilusiones.

No quería ni pensar cómo iba a afectar esa visita a mis hermanos. Ni a mi relación con ellos. Si Andrew no existía en nuestra vida, entonces yo podía ser su padre. Pero si no ¿qué era? No me conformaba con ser simplemente su hermano. No era así como les quería. No era esa la relación que teníamos.

Cuando aquél día ya no podía volverse más extraño para mí, escuché algo que jamás habría imaginado saliendo de los labios de Andrew:

-         ¿Tu seguro médico es decente? Conozco a un tipo especializado en traumas y contusiones. Tiene la lista llena y su precio tiene casi tantos ceros como dedos en la mano, pero tú no tendrías que preocuparte por eso. Bastaría con una llamada de mi parte.

¿Andrew se estaba ofreciendo a ayudar? ¿Se estaba ofreciendo a hacerse cargo económicamente de un problema médico de uno de sus hijos? ¿…Dónde estaba la cámara oculta?

-         N-no, gracias…. Creo que me están atendiendo bastante bien… - respondió Ted, tan confundido como yo.

-         Házmelo saber si eso cambia – dijo Andrew, y se llevó dos dedos a la sien a modo de despedida. Hubiera estado mejor un abrazo, pero quizás eso era pedirle demasiado.

Le vimos salir y en ese momento me sentí como si volviera a tener la edad de Ted, y mi padre volviera a abandonarme. Con Andrew era difícil saber cuándo era la última vez que ibas a verle.

Ted suspiró, como agotado por aquél encuentro, y yo traté de poner la mano en su hombro para confortarlo, pero él se apartó como si el contacto le quemara. Fue mi turno para suspirar.

-         Sigues enfadado, ¿eh?. Tienes motivos para estarlo, campeón, yo no debí… - empecé, pero me quedé con la palabra en la boca porque él se dio la vuelta y comenzó a marcharse. Fruncí el ceño. Odiaba que me hicieran eso, pero si algo tenía claro es que lo que menos convenía a mi causa era regañarle en ese momento. En lugar de eso le seguí, sin poder evitar fijarme en sus pasos torpes. ¿Volvería a verle correr alguna vez? ¿A verle nadar?
-         Ted…. – traté de llamarle, pero en cuanto entré al salón el resto de mis hijos me asaltaron. Alice y Kurt se abrazaron a mí, y Harry tampoco se quedó muy lejos. – Pequeños…. Todo estará bien. No hay que estar tristes ¿eh? Que haya venido es bueno, es…

-         Una mierda es bueno – cortó Alejandro. – En una escala del uno al diez de la persona más indeseable para hacer una visita sorpresa, él es un veinte.

Alejandro intentaba sonar rabioso, pero lo cierto es que en su tono percibía dolor, más que nada.

-         Jandro, después de todo él es vuestro pa…

-         ¡ÉL NO ES MI PADRE! – chilló.

-         Iba a decir “padre biológico” – continué. – No puedo impedir que aquellos de vosotros que queráis hacerlo tengáis una relación con él. O que él intente tenerla. No puedo echarle de casa así porque sí.

-         ¡Sí, sí que puedes, como hizo él contigo!

-         Técnicamente él no me echó, yo me fui – le aclaré. Omití decir que aunque no me echara de su casa, emocionalmente me había echado de su vida. – Entiendo perfectamente cómo te sientes. Lo entiendo de verdad. Pero necesito que te calmes… No puedes liarte a patadas con él.

-         Pues pude ¿no? – replicó.

-         Pudiste haberle herido de verdad. Tienes bastante fuerza y golpes así…

-         Golpes así es lo menos que se merece – gruñó.

Interiormente tuve que darle la razón, pero sabía que mi deber era decirle que la violencia nunca es la solución. Esa era una de aquellas ocasiones en las que ser el padre apestaba, porque le estaba pidiendo que no hiciera algo que seguramente yo también habría hecho en su lugar. Decidí intentarlo de otra forma…. Me senté en el sofá con Alice y Kurt en mis piernas y les miré a todos para asegurarme de tener su atención.

-         Yo soy el que más le conoce… el que más tiempo ha pasado con él. Por eso soy el primero en saber que no debemos hacernos ilusiones, ni pensar que porque haya venido hoy quiere decir que vaya a venir más veces. Pero también sé que esta es la primera vez en muchos años que intenta contactar con nosotros, preocupado por algo. Tal vez lo que ha pasado con Ted….verlo en las noticias…tal vez haya despertado en él alguna clase de instinto….

-         Sí, el instinto de que se está haciendo viejo y no quiere estar solo – espetó Alejandro. – Por mi se puede ir al infierno.

-         Tu opinión es muy respetable, y no tiene que agradarte su presencia, pero sí tienes que tratarlo con un mínimo de respeto. Acepto si solo quieres que sea un desconocido para ti, pero yo no te he enseñado a patear a los desconocidos.

-         ¿Por qué le defiendes? – preguntó, dolido.

-         No lo hago, solo intento que expreses tus emociones de la forma correcta…

Alejandro me miró fijamente durante unos segundos y luego, casi a cámara lenta, agarró el mando de la televisión, que estaba sobre el sofá, y lo tiró con fuerza contra la mesita de cristal, rompiéndola.

-         ¿Esta forma está bien? – siseó, furioso. No le respondí, porque me enfoqué en levantar a Hannah, que estaba sentada en la alfombra, para ver si le había dado algún trozo. No sé si se asustó por el ruido del vidrio rompiéndose o por mi movimiento algo brusco, pero empezó a llorar y me abrazó, dificultando un poco mi tarea de comprobar si estaba bien.

Alejandro pareció darse cuenta entonces de lo desproporcionado de su reacción y se puso pálido.

-         Papá… yo…

Respiré hondo, porque lo necesitaba. Porque tenía ganas de matarle. Conté mentalmente hasta mil, porque mi hijo acababa de hacer estallar en pedazos la mesa del salón. Antes de poder decirle nada, Alejandro salió corriendo y se encerró en el baño.

-         Yo le quería… - murmuró Barie, como si acabaran de diagnosticarle una enfermedad terminal.

-         ¿Puedo quedarme sus videojuegos? – preguntó Madie, en la misma línea que su hermana pero mucho menos sensible.

-         No seáis melodramáticas. No va a matarle, y menos ahora, que parece que se volvió Gandhi – replicó Michael.

-         ¿Qué quieres decir? - curioseó Zach.

-         ¿No os habéis enterado? Le afectó tanto cagarla con Ted que ahora ya no castiga a nadie. – les informó Michael.

-         Ala, ¿de verdad? – dijo Zach – ¿Entonces es buen momento para decirte que puede que recibas una llamada del director?

-         ¿Qué? No, no es buen momento…. Michael, no les metas esas ideas a tus hermanos. ¿Cómo que una llamada? ¿Qué hiciste Zach? – inquirí - ¿Sabes qué? Me lo cuentas luego. Un problema cada vez, voy a hablar con Alejandro.

Fui al baño y me detuve en la puerta, que estaba cerrada. Me quedé en silencio a ver si escuchaba algo y percibí unos sollozos ahogados. Suspiré.

-         Tu hermana está bien, Jandro… - le dije, pensando que tal vez lloraba por miedo a haberla hecho daño.

-         Lo…snif… lo siento, papá… fue sin querer….

-         Sin querer hubiera sido si se te hubiese caído, pero tú lo tiraste. Lo que sí me creo es que no pretendías romper la mesa.

-         De verdad que no… snif

-         Anda, sal del baño… no me gusta hablar con una puerta en medio – le pedí.

-         A mí ahora mismo sí me gusta – respondió. No sé si fue un ataque de plena sinceridad o si intentaba hacerse el gracioso, pero entendí lo que estaba insinuando.

-         No tienes que esconderte de mí, ya lo sabes. No importa lo enfadado que esté.

No me respondió esa vez y durante unos segundos solo hubo silencio. Después escuché cómo corría el cerrojo, y la puerta se abrió. Con la mirada húmeda y los ojos algo irritados y enrojecidos, Alejandro se abrazó a mí, de una forma que dejó claro que eso era lo que venía necesitando desde que Andrew entró por la puerta. Pasé los brazos a su alrededor, de la forma más protectora que fui capaz.

- ¿Te sientes mejor ahora? 

-         No tiene derecho a venir aquí – gimoteó.

-         No lo tiene – accedí. – Pero… yo tampoco le tengo a impedir que os vea. 

-         Legalmente sí…snif… Eres nuestro tutor.

-         Sólo porque él no luchó por la custodia. Si ahora le impido veros y él decide ir a juicio, seguramente lo gane – decidí ser sincero. Yo les había criado, por lo que el juez se sentiría inclinado a dejarles conmigo, pero eran demasiados, así que puede que dictara que Alice se fuera con Andrew…al fin y al cabo ella aún era pequeña y Andrew la había tenido por dos años. Y yo no iba a aceptar que separaran a mi familia.

-         No irá a juicio, jamás le hemos importado lo más mínimo…

-         Tal vez eso esté cambiando ahora ¿mmm?

-         ¿De verdad te crees eso? – inquirió.

-         No – respondí, siguiendo mi política de sinceridad. – Pero si le prohibo venir aquí, entonces ya no puedo echarle la culpa de no formar parte de vuestra vida: la culpa sería mía. No quiero ser el motivo de que no tenga contacto con vosotros.

Alejandro se frotó contra mi camisa mientras digería mis palabras. Se había calmado un poco, su respiración volvía a ser normal.

-         Siento haber roto la mesa…- repitió. Creo que ya se había disculpado un par de veces. - ¿Cómo es que aún estoy vivo? – preguntó.

No me gustaba mucho que bromearan sobre que iba a matarles. A veces sonaban como si yo de verdad fuera un asesino. Me hacía plantearme si me tenían miedo.

-         Te mereces un castigo – le aseguré – Pero no creo que sea el momento, no soy un insensible. Primero quiero tener una comida en paz, si es que es posible. Además… quiero llevarte a una terapia de control de la ira, y no es discutible.

-         ¿Qué? ¡Pero si solo ha sido una vez!

-         Una es suficiente, pero no es la primera vez que tu temperamento te hace actuar sin pensar. No es nada malo, Jandro…  Solo vas a aprender unas técnicas de relajación, nada más.

-         ¡Puedo aprender eso sin ir a terapia!

A pesar de que yo jamás le había hablado mal de los psicólogos o las terapias, en algún sitio tenía que haber escuchado aquello de que era una tontería ir o tal vez se trataba solo de que le daba algo de miedo. Alejandro había ido al psicólogo de más pequeño y también entonces me costó convencerle. Le besé en la frente.

- Yo creo que no.

-         Papá… allí solo van un montón de pirados… ¡Me pondrán en un grupo con chicos recién salidos de un correccional.

-         Tu hermano estuvo en varios – le recordé. No debía hablar como si los chicos que habían tenido problemas con la ley no tuvieran solución. – Pero iremos a una sesión individual, si quieres. No tendrás por qué ir a ningún grupo, al menos no al principio.

Yo también hubiera sido reacio a hablar de mis problemas con un grupo de gente…. Fue una de las cosas que más me costaron de Alcohólicos Anónimos.

-         ¡Ni al principio ni nunca! ¿Tú sabes qué panda de locos me puede tocar? ¿Y si me ponen con tipos como los que reventaron a Ted? ¿Acaso crees que soy como ellos?

Puse mis manos en sus hombros, para que me mirara y se calmara.  Entendía lo que estaba pensando, porque a mí me pasó lo mismo: “soy mejor que ellos, yo no estoy tan mal, ¿cómo va a ayudarme el hablar con gente que ha caído aún más bajo que yo?”

-         Lo que yo creo es que no hay un “ellos”. Creo que si te ponen en un grupo, cosa que aún no sabemos si harán, tú tendrás mucho que aportarles y ellos tendrán mucho que aportarte a ti. – le dije, y decidí compartir mi experiencia personal, por si servía de algo – Cuando estuve en Alcohólicos Anónimos esperaba encontrar gente mayor, con el hígado tan destrozado como sus familias. Me creía que mi situación era bastante mejor que la suya: que mi relación con la bebida no era tan crítica, y que en cualquier caso yo sí tenía motivos reales para beber, dado el padre que me había tocado. Hasta que conocí a alguien que era incluso un par de años más joven que yo. Había quedado huérfana, su jefe había intentado abusar de ella, al intentar hacerlo público solo consiguió que la despidieran, y la bebida era su única forma de evadirse de esa realidad. Resultó que ella también tenía motivos reales para beber, y que bebía mucho menos que yo. Los dos teníamos un problema. No había ni mejor ni peor, solo una misma batalla que cada uno tenía que vencer por separado. No se trata de cuánto bebes, o como de violento llegas a ponerte, sino del motivo por el que lo haces. De si tienes el control de la situación o no. Yo no lo tenía, y me parece que tú, algunas veces, tampoco.

Alejandro me escuchó sin pestañear y casi sin respirar. Nunca compartía esas cosas con ellos y si por mí fuera, jamás se habría enterado de mi problema con la bebida. Pero ya que lo sabía, tal vez pudiera servir para algo…

-         Cuánto hace… ¿cuánto hace que no vas a una reunión?

-         Ocho años – contesté, tras pensarlo un momento. – Pero eso no quiere decir que no vaya nunca más. Nunca he vuelto a sentir el impulso de beber, o si lo he sentido he sabido controlarlo. Pero si algún día vuelve a ser más fuerte que yo, sé que tengo que ir de cabeza, antes de que se convierta en algo que no pueda controlar.

-         ¿Y hace ocho años…si sentías ese impulso? – quiso saber.

-         No… Hace mucho tiempo que dejé de sentirlo, pero no estaba dispuesto a correr riesgos. No cuando os tenía a vosotros.

Aquello le hizo entristecerse un segundo, no supe por qué hasta que rompió el silencio con un susurro.

-         Y supongo que yo debo hacer lo mismo…. No correr riesgos… porque hoy… Hannah…

-         Eh, eh. Yo no pienso que seas un peligro para tus hermanos. No lo he pensado ni por un momento. No tienes que hacer esto por ellos, ni por mí. Tienes que hacerlo por ti mismo.

-         ¿Lo puedo pensar? – preguntó.

Lo medité unos instantes. Le había dicho que no era discutible, pero en realidad no creía que debiera obligarle. Cualquier tratamiento que fuera impuesto, teniendo en cuenta que ya tenía quince años, no funcionaría. Él se limitaría a ir a esas reuniones y a no decir nada, ignorando al psicólogo, o respondiendo con monosílabos.

-         Piénsalo. Pero no es tan malo como te imaginas. De hecho no es malo en absoluto. Y estoy seguro de que nos ahorrará muchos problemas en el futuro.

-         Mmm. Pero si voy a ir a terapia entonces no me puedes castigar. Es como si dijeras que necesito ayuda y que me vas a castigar por eso.

-         ¡Tendrás morro! ¡Ven aquí! – le perseguí, porque esa sonrisa pícara que me puso me tentó a hacerle cosquillas.

Me olvidé de todo por un rato y me entregué a ese juego estúpido de apretar su costado cuando se dejaba atrapar, y así casi sin darnos cuenta volvimos al salón con los demás. Me había olvidado por completo de los cristales: Ted los estaba recogiendo. Ted…. Dejé de perseguir a Alejandro como congelado por la idea de que podía haber estropeado las cosas con Ted para siempre.

-         Supongo que romper una mesa no es tan grave como quedarse en casa y aparentar ser culpable de algo que no hiciste. – murmuró Ted, lo bastante alto para que yo lo oyera. Me estaba recriminando, con cierta razón, que a Alejandro le hiciera cosquillas después de lo que hizo mientras que a él le había castigado por lo que no hizo.

-         Ted… campeón…

-         No soy tu campeón. Tengo casi dieciocho años, córtala con los estúpidos apodos.

Eso sonó bastante frío, sobre todo viniendo de él. No fue como su habitual “no me llames Teddy” sino como un “no tienes derecho a llamarme de la forma cariñosa en la que un padre llamaría a su hijo”. Cada vez veía más lejana cualquier posibilidad de arreglar las cosas con él. Una parte de mí me decía que no le presionara, que le dejara tiempo… Pero también sabía que si no hacía algo pronto, la distancia entre los dos solo aumentaría. Mi forma de ser no me permitía dejar que las cosas se arreglaran solas. Tendía a pensar que si dejaba pasar el tiempo o me iba a la cama enfadado con alguien, la relación con ese alguien se deterioraba un poquito. A veces, de forma irreparable, porque la semilla del rencor crece muy rápido, hasta convertirse en un arbusto lleno de espinas.

En cualquier caso, en ese momento no habría podido hablar con él incluso aunque hubiera sabido qué debía decirle, porque el resto de mis hijos me necesitaba. El ánimo de los mayores estaba por los suelos y los pequeños parecían confundidos, más que nada. Kurt estaba sentado en el sofá, mirándose los cordones con una cara de tristeza absoluta.

-         A ver ¿quién quiere un abrazo? Kurt, ¿me das un abrazo? Es que estoy mimoso – le dije, y sin esperar respuesta le levanté del sofá y le cogí en brazos. Nunca había pensado que él pudiera ser el más afectado ante una visita de Andrew, pero tendría que haberlo sabido, ya que mi pequeño era tan sensible.

-         Me alegro de que Ale… snif… le metiera una patada… - gimoteó, aferrándose a mí. Luego me miró para ver si me había enfadado por esa confesión.

-         Se la merecía ¿no? – respondí, peinándole un poco con los dedos, no porque estuviera despeinado, sino porque eso le solía gustar y relajar. – Eso que escuchaste…

-         ¿Es verdad? – me preguntó.- ¿Él quería que muriéramos?

Qué pregunta tan dura para que la hiciera un niño tan pequeño. Para ser totalmente sincero tendría que haber respondido “no, solo no quería que existierais”, pero ni loco le diría algo semejante a Kurt, así que busqué otra respuesta.

-         De haberse tomado el esfuerzo de conocerte, no habría querido otra cosa más que ser tu papá, campeón.

-         Él no puede ser mi padre, porque ya tengo uno. Y ya no sé si quiero que sea mi abuelito. Harry se puso triste.

-         Sí, bebé, todos nos pusimos algo tristes porque… porque Andrew ha hecho muchas cosas mal.

-         ¿Y si ahora se porta bien? ¿Le perdonamos? – quiso saber, seguramente recordando que yo le había enseñado que había que perdonar a los demás cuando hacían algo malo y lo sentían.

-         Eso tendrás que decidirlo tú, campeón. No estás obligado a hacerlo ¿bueno?

Kurt asintió, y mimoseó un rato más en mis brazos. Al poco sus tripitas sonaron con un pequeño rugido.

-         Uy, me parece que alguien tiene hambre. Será mejor que caliente la comida y nos sentemos a comer, que se ha hecho muy tarde. ¿Quién va a querer natillas de postre?

Normalmente hubiera escuchado un coro de “yos”, pero solo Alice me respondió aquella vez. Los demás tenían muchas cosas en las que pensar, y yo me sentía impotente, porque no sabía qué decir, ni si en verdad convenía que dijera algo, o era mejor hablar de otra cosa y distraerles.

Senté a los peques a la mesa y me preparé para lo que seguramente fuera una comida extraña y silenciosa. Recordé lo que había dicho Zach sobre que iba a recibir una llamada del director, pero realmente no me apetecía confrontarle en ese momento. Solo quería que se sintiera mejor…que todos se sintieran mejor… Tal vez podía conseguir que al menos uno de mis hermanos se animara un poco:

-         Ted, si quieres luego podemos ir a ver a Agustina… Te dije esta mañana que te llevaría.

Pude ver en sus ojos que la idea le agradaba, pero no me respondió y fingió que no me había oído, en su empeño por demostrarme lo enfadado que estaba. Esa actitud crispaba un poco mis nervios y me pregunté hasta dónde debía dejarle llegar.

-         ¿Vamos entonces? – insistí.

Respondió con una especie de gruñido.

-         Necesito una respuesta articulada. ¿Quieres ir o no?

-         Claro, porque seguro que es el día ideal para que dejes a los demás solos – contestó y la realidad me golpeó como un jarro de agua fría. Efectivamente, no era la mejor ocasión para salir de casa y dejar a mis hijos a solas con sus sentimientos enquistados.

-         Tal vez…. Tal vez pueda venir ella aquí.

-         Déjalo, Aidan. Tampoco estoy de humor para verla. Seguramente terminaría provocando una pelea con ella cuando no tiene culpa de nada. – me dijo.

-         Es papá para ti – le recordé.

A veces -pocas, pero a veces- me llamaba Aidan y no papá, y había aprendido a no inquietarme por ello, pero aquella vez se lo reproché porque tenía miedo de que se alejara cada vez más de mi, a raíz de la pelea…

-         Técnicamente es “tutor” – me corrigió. Au.

-         Basta. Eso fue un golpe bajo ¿eh? Sé que estás enfadado, pero no voy a permitir que…

-         Sí, tengo muy claro que a mí no vas a permitirme nada. – me interrumpió. Pretendía sonar frío, pero sonó más que nada dolido. Sentía que yo era injusto con él, y una parte de mí no podía negar que tenía motivos para pensarlo.

-         Tú y yo no peleamos así – le dije, apelando a su buen corazón y a su sentido común. – Tú y yo hablamos los problemas, y los arreglamos.

-         Eso, si es que alguna vez fue así de verdad, cambió en algún punto en el que sustituiste la parte de hablar por la de pegarme.

Ted podía llegar a ser muy rencoroso, pero aquello no era solo el rencor hablando por él. Yo le había hecho sentir realmente mal y su opinión sobre mí había cambiado, esperaba que no de forma irreparable.

-         Lamento haberte hecho sentir así – le aseguré, con total sinceridad – Sé que esto es solo culpa mía, pero me gustaría que me dieras al menos la oportunidad de intentar arreglarlo…

Le vi dudar un segundo, debatiéndose internamente.

-         No tengo hambre – murmuró de pronto, y se levantó de la mesa.

Iba a decirle que algo tenía que comer, y que no volviera a encerrarse en su cuarto, pero cerré la boca al fijarme en que sus ojos estaban brillando, con lágrimas que a duras penas podía contener. Suspiré, dejé que se fuera, y le seguí, sabiendo que era mejor hablar sin que sus hermanos estuvieran al alcance para escucharnos.

-         Ted… Ted, no huyas de mí – le llamé, y le agarré por el brazo. No me costó mucho alcanzarle debido a la torpeza de sus movimientos. Esa fragilidad me recordó todo por lo que él había pasado recientemente. – No te mereces que te trate como lo hice, canijo… Lo siento mucho, Ted… No te mereces que desconfíe de ti.

-         Sí… sí me lo merezco…. Una parte de mí sabía que existía la posibilidad de que perdiera tu confianza cuando fui con Mike a buscar a los tipos que me pegaron…

-         ¿Qué? ¿De qué estás hablando?

-         Te mentí… y ya no confías en mí – susurró, sin mirarme, y con los hombros algo hundidos. – Ya nunca vas a confiar en mí…

Asombrado, descubrí que lo que le pasaba a Ted era lo mismo que me pasaba a mí: tenía miedo de haber estropeado las cosas entre nosotros.

-         No, Ted, claro que confío en ti…

-         No, ya, no, y yo tengo la culpa de eso.

Le atraje hacia mí sin darle oportunidad de resistirse, y le abracé bien fuerte. No importa cuánto creciera: Ted siempre sería mi niño inseguro. Mi niño bondadoso que tenía que ser perfecto. Mi niño bondadoso que sentía que debía ser perfecto, porque yo había puesto demasiadas responsabilidades sobre él. Porque  a los demás, en muchos sentidos, los estábamos criando a medias.

-         Nada de lo que hagas nunca hará que yo deje de confiar en ti. Yo siempre voy a creer en ti. – declaré, esperando que calara bien adentro de él - Incluso si alguna vez tomas malas decisiones, siempre estaré ahí, esperando a que tomes las correctas. Cuando fuiste a enfrentar a esos matones, no cambiaste ni un ápice lo que pienso de ti, tan solo me demostrarte lo que ya sabía: que eres mi enano valiente, dispuesto a defender a quienes le importan a toda costa…

Ted me devolvió el abrazo con algo de fuerza. Eso era lo que él necesitaba escuchar, y no mis disculpas, o al menos no solo.

-         Escucha, campeón… He metido la pata a lo grande. No solo fui demasiado duro contigo, sino que además sé que crees que soy muy injusto. Más allá de haberte castigado sin razón, sé que piensas que a tus hermanos les dejo pasar más cosas.

-         Si yo hubiera roto la mesa del salón ahora tendría que estar buscando una casa nueva…

-         No digas eso nunca. Jamás te echaría de aquí, no os echaría a ninguno. Esta es tu casa tanto como mía. – le dije, en tono firme para que supiera que era verdad – Pero… entiendo que te hayas sentido así. Si no me enfadé con Alejandro fue porque una visita de Andrew es una de las tres cosas por las que se os permite tener accesos de locura pasajeros. Y de todas formas él sigue estando en problemas, pero lo hablaré con él cuando las aguas se hayan calmado un poco.

Ted hizo un ruidito infantil, como para manifestar que seguía sin estar conforme, pero eso me hizo pensar que íbamos por el buen camino. Alimentado por esa esperanza, hice la tentativa de darle un beso en la frente, pero me moví despacio, como esperando que en cualquier momento me pudiera rechazar. No lo hizo. De hecho, su rostro se dulcificó considerablemente y volvió a pegarse contra mí, de la misma forma posesiva en la que Hannah se abrazaba a su almohada.

-         Siento haber sido tan frío contigo – murmuró, y se restregó de forma cariñosa, como si pretendiera acariciarme con la mejilla. – Eres mucho más que mi tutor.

-         Ah, sí, señorito, es mejor que no se te vuelva a olvidar ¿eh? – protesté, y puse un falso gesto de enfado. Ted entendió que estaba jugando y trató de imitar la mirada culpable de Kurt, con un resultado tan gracioso que no me quedó otra que reírme.

-         Ño, papi – respondió, siguiendo con su actuación aniñada. Le salía bastante bien.

-         Eso – le seguí el juego, y luego le acaricié. – Te quiero mucho, Ted…  Muchísimo. Por eso me puse así, yo… me asusté mucho…. Cuando vi el coche abollado….

-         Estoy bien….y Michael también, ¡aunque espero que me arregle el faro!

-         Es bueno ver que te preocupas por tu coche otra vez.

-         Bueno, parece que quizá pueda volver a conducirlo…

-         Lo harás. Tú síguete esforzando en la rehabilitación, como hasta ahora. Ah, y tienes que comer ¿eh? Tienes que ponerte fuerte.

-         ¡Hablando de eso, me muero de hambre! – me dijo.

Rodé los ojos, porque se acababa de levantar de la mesa sin querer comer. En verdad no era tanto que tuviera hambre como que se sentía algo incómodo: conocía bien a mi hijo, y sabía que ahora que habíamos hecho las paces no quería seguir hablando del tema. Empezó a andar hacia el comedor, pero le llamé antes de perderle de vista.

-         Ted….te….¿te duele? – le pregunté. Tras unos segundos, pareció entender a qué me refería.

-         Fuiste muy malo – protestó, con un puchero. Eso era una forma indirecta y no agresiva de decirme que sí, y me hizo sentir fatal. Pareció notarlo, porque sonrió, como para restarle importancia. – Nah. No das tan fuerte, te estás haciendo viejo.

-         ¡Oye! Oh, verás cuando cumplas dieciocho, como me voy a reír de ti…

-         No, entonces me reiré yo, de la cara que se te quedará cuando “tu bebé” se haga grande – se burló. Él también me conocía demasiado bien.

Como adoraba a ese chico. Sentía un enorme alivio por haber arreglado las cosas con él. Le rodeé con el brazo y le acompañé al comedor, pero fue su turno de detenerme…

-         Papa… ¿cuáles son las otras dos cosas por las que se nos permite tener accesos de locura momentáneos? – indagó, parafraseando mis palabras.

Supongo que quería saber si lo había dicho de broma.

-         Ya lo averiguarás. O no. Tú por si acaso no imites a tu hermano, ya sabes que nunca acaba bien – respondí, evasivo.

-         ¡Jo! Eso no vale.

-         ¿Quién lo dice?

-         ¡Lo digo yo!

Me reí, por su expresión indignada.

-         Ale, ale, a comer. Hop hop.

Prácticamente le senté en la mesa, y le acaricié la cabeza antes de sentarme yo también. Sentí un repentino apetito, seguramente a causa de que el nudo que había en mi estómago se había aflojado un poco al arreglar las cosas con Ted.

Descubrí que al sentirme yo mismo un poco mejor, me resultó más fácil intentar animar a mis hijos.

-         Chicos…sé que ver a Andrew ha sido difícil. A mí mismo me ha revuelto muchas emociones. Si alguien quiere compartir cómo se siente…

-         Nadie quiere – cortó Alejandro.

-         Pues tú quizás seas el que más lo necesite. Guardarse las cosas no le hace bien a nadie.

-         ¿Va a volver? – preguntó Alice, a punto de hacer un puchero. Ya me había esperado esa pregunta.

-         No lo sé, cariño.

Tenía que ser sincero, para que no se llevara una desilusión.

-         Si ha venido hoy puede venir otro día, Alice – le dijo Ted –. Te pusiste muy contenta al verle, ¿verdad?

La enana asintió, en un estado de ánimo que no pude descifrar. Creo que estaba contenta por haber visto a Andrew, pero su pequeño corazoncito no podía olvidar del todo el sentimiento de abandono que la sobrevino cuando él desapareció de su vida la primera vez.

-         Si viene otra vez yo no quiero estar -  murmuró Barie.

-         Ni yo – apoyó Madie-. Es demasiado doloroso.

-         Yo no lo sé – dijo Zach, mirando con atención su plato de pollo, como esperando que se transformara en otra cosa. Eso me recordó que tenía que partírselo a los más pequeños, y a Dylan.

-         Dy, ¿tú no dices nada? – le pregunté, mientras troceaba su comida.

-         A mí no m-me miró. – respondió Dylan. Me di cuenta de que tenía razón. Andrew no había estado mucho tiempo, pero prácticamente había interactuado con todos mis hijos, de forma verbal o con miradas. A Dylan casi le había ignorado.

-         Campeón, la próxima vez le…

-         No me miró – repitió, interrumpiéndome -. M-me gusta c-cuando n-no me m-miran. Así p-puedo p-pensar en mis c-cosas.

Para él, que Andrew le ignorara había sido algo bueno. No sé si era consciente de que esa no era una reacción positiva por parte de quien se supone que te dio la vida, y de que debería estar enfadado.

-         ¿Sabes quién era? – tuve que preguntar, para estar seguros. A veces con Dylan uno no sabía a qué atenerse.

-         Tu padre – me contestó. Eso era mayoritariamente cierto, pero yo tenía que asegurarme de que entendía bien las cosas.

-         Y… el tuyo.

-         Y el de Ted. El de Alejandro. El de H-harry. El de Zach. El de B-barie. El de Maddie. El de Kurt. El de Cole. El de Hannah. El de Alice. El de Michael no.

-         El de Michael no – corroboré yo.

Me le quedé mirando a ver si decía algo más al respecto, buscando información sobre cómo le había hecho sentir aquello. No me había parado a pensar en cómo iba a procesar Dylan la visita de Andrew.

-         ¿Va a venir h-hoy la mujer de los bebés? – preguntó. Tardé un segundo en comprender que se refería a Holly.

-         No… - musité, algo sorprendido por el brusco cambio de tema.

-         Me gustaron los b-bebés.

-         ¿Y ella? ¿Holly también te gustó? – quise saber, pensando que aunque no pudiera sonsacarle nada sobre Andrew, al menos podía averiguar cómo se sentía respecto a Holly.

-         Es muy g-grande – respondió, con total sinceridad. Al menos dijo ‘grande’ y no ‘gorda’. La brutal sinceridad de algunos autistas a veces resultaba chocante.

-         ¿Pero te gustó? – insistí.

Se encogió de hombros. Bueno, indiferencia era mejor que disgusto. La gente que le era indiferente a Dylan solía acabar por caerle bien.

-         ¿Sabe Holly tu historia con Andrew? – se interesó Barie.

-         Sí, la mayor parte sí. Todo lo que haya salido alguna vez en los periódicos sobre mí, ella lo sabe.

-         ¿Qué es, una especie de acosadora? – gruñó Maddie. Resultó algo irónico que dijera eso cuando ella misma memorizaba cada pequeño dato sobre ese cantante ídolo suyo.

-         No seas así, cariño. Y no sé qué hacemos hablando de ella ahora…

-         Es mejor hablar de ella que de Andrew – intervino Ted.

-         Mejor si no hablamos de ninguno de los dos – pidió Harry.

-         Como queráis – acepté. - ¿Alguien quiere natillas, entonces?

Recibí un “sí” unánime, y fui a por ellas. Les mencioné las últimas noticias de la editorial, que eran buenas, y eso pareció bastar para distraerles.

-         ¿Mucha gente lee tu libro, papi? – preguntó Kurt.

-         Eso parece, peque.

-         ¿Cuántos? ¿Como mil? – aventuró, y me reí por su inocencia.

-         Espero que algunos mas, campeón.

-         ¿Y harán una peli del libro? – indagó Zach.

-         No sé, ni me lo he planteado. No sé si me lo propondrán, y si me lo proponen, no sé qué contestaré…

Seguí respondiendo a sus preguntas, feliz porque manifestaran interés y relajado porque hubieran superado la visita de mi padre.




- ALEJANDRO´s POV -

Mientras papá hablaba con mis hermanos, yo seguía dándole vueltas a lo de la terapia esa a la que papá quería llevarme. ¡Yo no estaba loco, no necesitaba ninguna terapia! Aunque lo de la mesa había sido una tontería… Si Hannah llega a estar un poco más cerca podría haberse clavado los cristales.

No había podido evitarlo, el impulso había sido más fuerte que yo. Me preguntaba cómo hacía papá para controlarse: seguro que en parte él tenía que estar más enfadado que yo, Andrew le había jodido más que a ninguno. Aunque quizás era el único de nosotros que sentía a Andrew como a un padre, así que puede que además de enfadado estuviera contento de verle.

Andrew tenía una cara enorme al presentarse así en nuestra casa. ¿Acaso creía que podía aparecer como si nada, y que le recibiríamos con los brazos abiertos? Bueno, Alice lo había hecho. Y Kurt. Alguien tendría que enseñarle a los enanos que algunas personas no merecen ser abrazadas. Aunque supongo que eso no encargaría con la política de papá de “todo el mundo merece una segunda  oportunidad”. Y una tercera. Y una cuarta. ¿Cuántas oportunidades más de hacerle daño le iba a dar?
Papá llevó la conversación lo más lejos de Andrew posible y muy pronto todos parecían de mejor humor. Harry le pidió permiso para jugar con la play después de comer: se suponía que entre diario había que tener todos los deberes hechos antes de jugar, pero aquél día era festivo, así que no había deberes.

-         Claro, Harry, podéis jugar. Solo asegúrate de que haya un turno para todos, ¿vale? Te nombro encargado – le sonrió papá, y le revolvió el pelo en un gesto cariñoso.

-         ¡Yo quiero ir primero! – pedí, adelantándome a Zach.

-         Jandro…. Tú mejor ve después, que quiero hablar contigo – intervino papá.

Ese “hablar contigo” no me dio buena espina en absoluto. Fui con él con desconfianza y le seguí hasta su cuarto.

-         ¿De qué quieres hablar? – pregunté.

-         Ya sabes de qué quiero hablar.

-         No, dijiste que no me castigarías – protesté.

-         Eso lo dijiste tú, campeón. Yo dije que ese no era el momento.

-         Sigue sin serlo – me indigné. - ¡Ya me vas a llevar a terapia, no es justo que además me pegues!

-         Lo que dije era que no estaba enfadado, porque entiendo que hoy ha sido un día de emociones fuertes, pero independientemente de quien venga a casa, así sea el mismo diablo, tú no puedes patearle ni romper una mesa.  Cuando algo se rompe, hay que arreglarlo. Y cuesta dinero. Tal vez ser consciente de ello te ayudará a pensarlo mejor la próxima vez… el dinero de la mesa saldrá de tu paga.

Puse una mueca porque no tenía nada de pasta y por lo visto seguiría sin tener por un tiempo.

-         Vale – refunfuñé. Después de todo, era bastante justo. – Pero eso es todo. Nada más.

Papá alzó una ceja.

-         Tú no decides tu castigo. La verdad, hijo, después de esos arrebatos, no sé qué esperabas…

-         ¡Que te pusieras de mi lado y no del suyo!

-         No me puse de su lado. Ni siquiera tenía claro que fuera a castigarte por la patada, pero luego terminaste de hacerla al lanzar el mando.

-         Fue un impulso…

-         Lo sé, Alejandro. La mayoría de las cosas que haces estando enfadado son impulsos, que tienes que aprender a controlar. Y te voy a dar un incentivo para que lo hagas…

-         Odio cuando te pones en ese plan – refunfuñé.

-         ¿En plan padre?

-         En plan tocape…

-         No termines esa frase – me aconsejó. – Así no haces más que darme la razón. Ven aquí.

Cansado de discutir, tiró de mi brazo y me arrastró con facilidad, como siempre hacía. Me cerré en banda, cabreado, e inútilmente intenté resistirme. Pensé que me tumbaría encima de sus piernas, como siempre, pero en vez de eso me encontré entre sus brazos antes de tener tiempo para pensarlo. Me abrazó con fuerza y eso me tomó totalmente por sorpresa.
-         Lamento mucho que tu propio padre te haga tanto daño – me susurró al oído, y supe que no se refería a sí mismo, sino a Andrew. – Pero yo he criado a un buen chico, que sabe que solo tiene permitido dar patadas a un balón y que las cosas no se lanzan.

Hum. ¿Qué se pensaba, que era un crío?  ¿A qué venía ese tonito dulce? Aunque mejor eso a que me gritara…

PLAS PLAS PLAS

-         ¡Ay! – me quejé, porque me pilló por sorpresa. No me había sacado de sus brazos, sino que así pegado junto a él bajó una mano y la dejó caer sobre mi pantalón.

PLAS PLAS PLAS

-         A ser bueno ¿eh? – me dijo, dando a entender que eso era todo. Respiré aliviado, porque me había salido barato.

-         No me hables como si fuera un bebé. – protesté, enfurruñado.

-         Jo. ¿Ni siquiera un ratito?

-         Bueno… - acepté, porque había empezado a mimarme el pelo y eso me encantaba. Me relajaba mucho. Todavía no las tenía todas conmigo sobre si me gustaba o no que me aniñara tanto, pero creo que era su forma de hablar conmigo cuando sabía que estaba vulnerable.

Papá me sonrió, contento de que no le peleara, prolongó los mimos un rato, y luego caminó hacia su ordenador. Ahí me puse un poquito nervioso, porque desde que yo lo había usado no funcionaba.

-         Hay algo que quiero enseñarte – me dijo – Es para que le pierdas el miedo a la terapia. – explicó, y abrió el portátil. Dio al botón, y frunció el ceño al ver que no se encendía – Qué raro.

Siguió intentándolo, pero no consiguió que la pantalla dejara de estar en negro.

-         Vaya… tendré que llevarlo a…. ¿Alejandro? ¿Te pasa algo? Estás blanco, hijo.

-         No… nada…

-         Qué rabia lo del ordenador. Tenía que enviar unos correos… Igual tengo que pediros el vuestro…

-         Claro, cógelo – le respondí, rápidamente.

-         ¿En serio? Normalmente habrías protestado, diciendo algo así como que ya tienes que compartirlo con tres hermanos como para encima compartirlo conmigo…

-          Bueno, lo necesitas para trabajar y…y… puede que tal vez yo tenga la culpa de que se te haya roto – terminé por admitir. Total, al final lo acabaría sabiendo. Siempre acababa sabiéndolo.

-         ¿Qué? ¿Y cómo es eso?

-         Lo estuve usando… - reconocí. – Solo fue un momento y… y tampoco hice nada, se apagó solo…

Papá resopló, con fastidio.

-         Sabes que no puedes cogerlo sin permiso.

-         Perdón…

-         Está bien. Gracias por decírmelo.

-         ¿No estoy en problemas?

-         Si apenas te he castigado por romper la mesa y dar una patada a Andrew no voy a castigarte por esto.

-         Y… ¿cómo es que he salido tan bien librado? – tuve que preguntar, porque había pensado que me iba a matar por partida triple.

-         Porque yo mismo tuve que contenerme para no patearle – me respondió. – Pero no te acostumbres.

Le sonreí un poco.

-         ¿Ya puedo ir a jugar a la play?

-         Sí, pero dile a Michael que venga.

Salí corriendo antes de que cambiara de  opinión y le grité a Michael por el camino.

-         ¡Michaeeeel! ¡Que dice papá que vayas!

-         ¿Para quéeee? – me respondió desde el baño.

-         ¿Y yo qué sé?

-         ¡Alejandro, lo de chillar podía hacerlo yo también! – protestó papá. Como Michael ya se había dado por enterado, desaparecí, dispuesto a ganar a Harry con la videoconsola.


-         MICHAEL´S POV –

Saqué muchas conclusiones de la inesperada visita de Andrew.  Para empezar, comprobé que los que más dolidos estaban por haber sido abandonados por su padre eran Harry y Alejandro. Había pensado que sería Ted, pero a él le afectaba de forma diferente… Él, en el fondo, deseaba ser aceptado por Andrew, igual que por todo el mundo. Su cachorro interior meneaba la cola esperando una caricia de cualquier figura paterna que hubiera en su vida. Por eso, más que enfadado con el hombre que le abandonó, estaba deseando ganarse su afecto, como si hubiera hecho algo en primer lugar para perderlo.

Pero Harry y Alejandro no. Ellos se cerraban en banda a toda posibilidad de reconciliación, porque habían crecido con un enorme vacío… Uno parecido al que tenía yo, cuando mi padre fue incapaz de ser el hombre que se suponía que tenía que ser.

En cuanto a Andrew en sí mismo, no sabía qué pensar. Como estafador que yo era, sabía reconocer a otros estafadores, y mi alarma se disparó ante él… Claro que por esa regla de tres, no se había disparado ante Holly, y seguía sospechando de ella y sus intenciones. Igual mi detector de embaucadores estaba algo defectuoso.

No podía negar que su preocupación por Ted parecía genuina. Y que había sentido “algo” al hablar con Kurt. Creí distinguir un asomo de culpabilidad, al ser recibido con tanto cariño por él, de forma parecida a lo que yo sentí cuando Alice me abrazó cuando llegué a aquella casa.

Después de que se marchara, poco a poco, todos fueron volviendo a la normalidad. Aidan y Ted parecían haberse reconciliado: había sido rápido, y eso que Ted había estado bastante molesto. Era lo más enfadado que le había visto desde que llegué.

En cambio Alejandro era de enfadarse fácil, un poco como yo, y se había cargado la mesa… En circunstancias normales, creo que Aidan le habría asesinado, pero aquella vez pareció salir bien librado, o eso intuí al verle bajar saltando las escaleras. Deshice sus pasos hasta el cuarto de Aidan, porque por lo visto me había llamado.

-         ¿Has hablado ya con Holly? – le pregunté, sin siquiera saludar. Aidan me miró extrañado.

-         ¿Con Holly? ¿Por qué?


-         Por lo que te enseñé sobre su hija.

-         Ah. No… Es un tema delicado, tengo que ver el momento.

-         ¿Le contarás lo de Andrew? – inquirí.

-         Su…supongo. ¿A qué la pregunta?

-         Intento ver cómo de involucrado estás con ella. No sé si aún llegasteis a la fase de contaros los problemas.

Aidan pareció meditar unos segundos.

-         Aún es pronto para eso… y al mismo tiempo creo que nos saltamos algunos pasos. Pero… no te llamé para hablar de mi vida amorosa – me dijo. Se le veía incómodo hablando del tema conmigo, pero algo me decía que con Ted no tenía tantos reparos. Eso me hizo sentir un poco mal, pero entendí que era lógico, porque ellos tenían una complicidad de años…

-         ¿Y para qué me llamaste?

-         Para hablar de lo de esta mañana… tu escapada con el coche quién sabe a qué.

-         Ya te dije… fui a ver a Olivia… - murmuré. No esperaba que volviera a sacar el tema. La mentira me sonó menos creíble aquella segunda vez.

-         ¿Y tenías que coger el coche para eso? ¿Tenías que salir mientras yo no estaba, cuando te he dicho varias veces ya que no puedes hacer eso?

-         ¿Me vas a dar la chapa otra vez? – pregunté, con cansancio.

Aidan me miró sin decir nada por unos segundos. Parecía estar buscando las palabras adecuadas.

-         Coger el coche fue una tontería, y no me deja muchas opciones, sobre todo teniendo en cuenta  que castigué a Ted cuando creí que había sido él. Tengo que ser justo con él, y más que eso, tengo que ser lógico contigo. Te estaría enviando mensajes contradictorios si te digo que habrá una consecuencia cada vez que hagas algo peligroso y ahora que lo hiciste no hago nada.

-         Oye, oye… ¿me estás diciendo que vas a castigarme ahora? ¡Esta mañana ibas a hacerlo y dijiste que no!

-         Esta mañana cometí un error tremendo con tu hermano, y no me sentía capaz de…

-         ¡Pues mala suerte! – le interrumpí - ¡No haber cambiado de opinión! ¡No puedes decir una cosa y al rato decir otra, eso sí que no es justo!

-         ¿Quieres calmarte? No es necesario alterarse así…

-         ¡Una mierda que no, me quieres pegar!

-         No, no quiero. Nunca quiero. Pero creo que debo hacerlo.

Su tono calmado me ponía nervioso. No había el menor rastro de enfado en él, simplemente parecía haber tomado una decisión y me la estaba comunicando. No soportaba que fuera así, casi como si quisiera demostrarme con esa actitud  que aquello no era fruto del calentón del momento, sino una sentencia meditada y planificada.

-         Te deseo buena suerte intentándolo. Quién sabe, a lo mejor terminas con un moratón en la pierna, como Andrew – le gruñí. Aidan chasqueó la lengua.

-         ¿Por qué me amenazas?

-         ¡Tú me amenazaste primero! ¡Estoy harto de esto! ¡Y no pienso quedarme de brazos cruzados, si me vuelves a tocar me largo de aquí y ya no me ves el pelo!

No quería decir eso, pero de alguna forma se me salió solo. No fue una amenaza real… más bien lo dije con la certeza de que a él le dolería que yo me marchara, y haría lo que fuera para impedirlo… Para mí aquello era una experiencia nueva: nunca había tenido la posibilidad de hacer algo semejante. Nunca había tenido, propiamente, una casa de la cual decir que me iba… Aunque era un experto manipulador, nunca había podido manipular a un padre sabiendo que perderme a mí era lo peor que podía pasarle. Sabía que Aidan no me iba a decir “pues vete” y de alguna forma esperaba una reacción parecida a aquella vez en la que creyó que había destruido la insulina, solo que esta vez sería diferente, porque no me estaría demostrando solo que no quería verme muerto, sino que necesitaba tenerme cerca. Esa sensación de saberme necesitado me pilló por sorpresa, y me permitió decirle aquello, porque, quizá por primera vez en mi vida, me sentía seguro. Me sentía anclado a algún lugar.

Creo que Aidan, de alguna forma, percibió que estaba de farol porque, tras la sorpresa inicial y la correspondiente cara de susto, casi le vi sonreír. Casi, porque ahora sí estaba enfadado.

-         Si sales de esta casa iré a por ti, te traeré de vuelta, y estaremos de nuevo en esta situación, solo que yo estaré mucho, mucho más enfadado.

-         ¡Eso será solo si me encuentras! – continué, desafiante.

-         Un padre siempre encuentra el camino hacia su hijo. – me respondió. – Metafórica y literalmente. Fuiste tú quien me dijo que escalara una ventana si hacía falta para llegar hasta Ted. Por vosotros escalaría hasta un muro de hielo, sin cuerdas ni protecciones. Caería a través de él, y lo volvería a escalar.

Aidan tenía esa habilidad de decir cosas bonitas incluso cuando tú le estabas gritando. Conseguía dejar su orgullo y su amor propio de lado, aunque intuía que solo era capaz de hacer eso con sus hijos… y yo era uno de ellos. Para él, era un hijo más…

Por más que uno quisiera pelear, y gritar, y atacar verbalmente, era imposible hacerlo cuando la otra persona te respondía así. Aidan atajó mi amenaza de una forma sencilla y casi desconocida para mí… Respondió de una forma amorosa que me desarmó por completo.

-         Qué cursi eres… - me quejé, intentando mantener mi pose.

-         Y tú qué cascarrabias – replicó, y tiró de mí tan bruscamente que perdí el aire, hasta que entendí que solo quería que me sentara a su lado, para rodearme con el brazo.  - ¿De verdad te irías por un castigo?

-         Ni loco – admití, apoyando la cabeza en su hombro. – Aquí siento que tengo una familia.

-         Porque la tienes. – me aseguró.

-         ¡Pero eso no quiere decir que me gusten un pelo tus intenciones! ¡Ni que te vaya a dejar hacerlo!

-         Oh. ¿Así que ahora me tienes que dejar?

-         ¡Sí! ¡Porque ya estoy grande para esto, y tú nunca me tomas en serio cuando te lo digo!

-         Porque tú tampoco lo dices en serio. En el fondo sabes cuándo actúas mal y entiendes que eso tenga una consecuencia.

-         Y qué, ¿cuándo tenga cuarenta y la cague también me castigarás?

-         Uy, ¿piensas seguir portándote como un nene irresponsable con cuarenta? – se burló. Le miré mal.

-         Tú lo haces y tienes treinta y ocho – le rebatí – Eres infantil, impulsivo, caprichoso, exigente, malhablado y…

-         Vaya, soy como tu versión adulta ¿no? – inquirió. Por alguna razón intuí que ya no iba a castigarme. Quizá porque había empezado a frotarme el cuello, en una especie de masaje.

-         ¡Yo ya soy adulto! – protesté, frustrado. Me sorprendió con un beso en la cabeza.

-         Sí, Michael, sí lo eres. Por eso me gustaría que empezaras a actuar como tal. Y a valorar un poco tu vida y tu seguridad…

-         Lo siento…

-         Si te hubieran pillado sin carnet… Si te vuelven a llevar a la cárcel yo me volvería loco. Y no es una forma de hablar. Perdería la cabeza, si algún día vuelvo a casa y tú no estás en ella. Así que no vuelvas a amenazar con irte ¿eh?

Asentí, algo distraído, porque sin quererlo me había dado una pista terrible. Me había dicho algo con lo que podría cumplir el plan de Pistola… Me había dicho una forma de volverle loco. Yo había sabido desde el principio que lastimando o apartando de él a alguno de sus hijos conseguiría que tuviera esa incapacidad mental que Greyson tanto deseaba, pero no había estado dispuesto a hacer daño a ninguno de ellos… Sin embargo ahora yo era uno más de sus hijos, y no sería necesario dañar a nadie más que a mí mismo. Con lo de Ted, Aidan había estado al borde del abismo, pero la vida de Ted solo corrió peligro durante unas horas, y él siempre estuvo a su lado. Si yo desaparecía, si él no sabía dónde encontrarme, tarde o temprano daría un paso en falso… se derrumbaría, si alguien apretaba las teclas adecuadas. Deseé con todas mis fuerzas que Greyson jamás lo averiguara.

-         ¿Alguna vez te has vuelto loco de verdad? En plan de hacer locuras… Algo peor que coger un coche sin carnet… Algo de decir que estás mal de la cabeza – le pregunté.

-         Sí… cuando estaba borracho – me confesó.

Esas eran las teclas adecuadas. Si Aidan volvía a beber, Greyson tendría en sus manos lo necesario para hacer que lo perdiera todo. Y eso, de alguna forma enfermiza que solo él entendía, le ayudaría a llevar a cabo su venganza contra Andrew.

-         Ah, ¿y a que nadie te castigó entonces? – pregunté, para disimular y que no percibiera mis turbios pensamientos.

-         No. Y podría haber acabado muy mal. Podría haber acabado en el fondo de alguna cuneta. No quiero eso para ti.

-         Pero yo no bebo… Al menos no en ese plan…

-         No, pero el comportamiento destructivo le tienes. – diagnosticó, y cerró los ojos mientras parecía aspirar el olor de mi pelo.

-         Es mi forma de ser…

-         Bobadas. Es tu forma de comportarte. Tú eres mucho más inteligente que eso.  – declaró y me puso el dedo en la frente como intentando que me entrara mejor.

Me levanté y aparté su mano.

-         Bueno, pues entonces confía en que no lo haré de nuevo.

-         Confío – respondió, y con una rapidez inhumana y unos reflejos de felino, me dio una palmada.

PLAS

-         ¡Ay! ¡Oye!


- Eso para que no se te olvide. – añadió, y no pudo esconder una sonrisa ante mi cara de indignación. Contuve las ganas de frotarme, y una vez más me pregunté si acaso su mano era de hierro. Eso no lo sabía, pero lo que cada día tenía más claro era que su corazón era de oro. 

5 comentarios:

  1. Nuevamente fascinado con tu historia Dream. Me haces pasar por la todos los sentimientos existentes mientras leo tu magnífica historia. Espero que Michael encuentre la forma de librarse de Greyson. ¿Algún día le contará a Aidan sus problemas? Creo que es difícil aunque tal vez juntos pudieran encontrar una buena alternativa.

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  2. Es totalmente trillado comentar esto pero es así, me encantó y espero con ancias tus actualizaciones. También espero que Michael se libre de greyson y no siga intentando llevar sólo esta situación.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. :3 excelente capitulo y si que Alejandro se saco barato el castigo. Es bueno ver que Aidan y Ted solucionaran sus problemas.

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  5. No voy a dar ningun discurso, resumiré mi impresion con una sola frase:

    SUBLIME....

    Lo unico que me queda por pedirte, es que Aidan descubra que el desgraciado de Greyson no siga fastidiando y esclavizando a MIchel.
    Se que cuando lo escribas, veré a un padre convertido en SUPERMAN, BATMAN, THOR, ACUAMAN... HOMBRE ARAÑA, a ver quien mas.... TODA LA LIGA SERA MOCO cuando Aidan defienda a su cachorro.

    Solo me queda esperar el momento claro, mientras tanto.

    Felicitaciones adoro tu historia

    Marambra

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