Páginas Amigas

lunes, 9 de enero de 2017

CAPÍTULO 24




CAPÍTULO 24

¿Habría visto bien? ¿Votja había cogido algo de la chaqueta de otro chico? Tal vez tenía permiso para hacerlo… O tal vez no. Tal vez él era el ladrón que estaba buscando. Durante unos segundos dudé si debía enfrentarlo en ese momento. No quería hacer una escena, pero al mismo tiempo le había pillado con las manos en la masa y no podía dejar pasar esa oportunidad. Caminé hacia él lentamente y Votja no debió sospechar nada, porque me recibió con una sonrisa.

  • Aló – me saludó.

  • Hola – respondí, dispuesto a llevar aquello con la mejor diplomacia posible. - ¿Te saliste del partido?

  • Solo un rato. Hace mucho calor – dijo y bebió un largo trago de agua.

  • Sí, ya he visto que todos os habéis quitado las chaquetas. ¿Cuál es la tuya? Si quieres te la llevo a la habitación, yo ya me subo.

  • Oh, es esa de ahí, pero no hace fal… - comenzó Votja, con su fuerte acento, pero entonces se detuvo, como percatándose de un error irreparable. Mi pregunta fue demasiado evidente y en sus ojos se formó la sospecha de que tal vez yo supiera lo que había hecho.

  • ¿Esa? Qué extraño, antes me pareció ver cómo cogías algo de esta de aquí…

  • Sí, esa quise decir, es que confundí, son todas parercidas. – balbuceó, pero para ese momento era evidente que mentía. No tenía grandes dotes de interpretación.

  • ¿Qué cogiste, Votja? – pregunté, serio, deseando que no hubiera más mentiras ni excusas.

  • Yo no cogí nada, estás confuso

  • Confundido. Y no, no estoy nada confundido. Tú estás confundido, si crees que voy a dejar que me tomes el pelo así.

Votja guardó silencio, abrumado por esa sensación de vergüenza y pánico que experimenta uno cuando le descubren en medio de un acto socialmente condenado o directamente prohibido. Pero además percibí en él algo diferente… Por un segundo, sentí que estaba viendo un espejo rajado a punto de romperse.

  • No sé qué hablas, yo no hice nada.

  • ¡Deja de negarlo! – me frustré. – Acabo de verte. Vacíate los bolsillos.

  • No llevo nada…

  • ¡Vacíalos! – le exigí. Votja se llevó las manos a los bolsillos y sacó un paquete de chicles.

  • Son míos – me dijo.

Sabía que no era cierto, pero la verdad es que con eso como única evidencia mi caso se tambaleaba un poco, porque no había nada personal en un paquete de chicles. Nada que diferenciara uno de otro, y por tanto probara que Votja había sustraído los de otra persona. Pero entonces vi algo más que asomaba de su bolsillo, que se había salido un poco al sacar los chicles.

  • Mi cartera – susurré, al reconocer una de las esquinas.

  • No – se apresuró a decir Votja, empujándola hacia dentro. – Es otra cosa…

  • Sácalo – le ordené – Déjame verlo.

Votja se resistía a la idea, pero finalmente comprendió que no tenía muchas salidas, así que metió la mano en el bolsillo y lo sacó. Efectivamente, era mi cartera. Prácticamente la saqué de entre sus dedos y me apresuré a abrirla, para comprobar con alivio que la foto de mis hijos estaba ahí.

  • ¿Lo vas a seguir negando? – le increpé.

  • Me la… encontré – susurró, batallando con las palabras no solo porque le costara pronunciarlas, sino porque no era tan rápido improvisando mentiras como lo era con las manos.

Me molestaba mucho que me mintieran a la cara y sentí una ira creciente en mi interior, aliviada solo por el hecho de que había recuperado la foto. Me obligué a respirar hondo y le observé atentamente.

  • Despídete de tus compañeros y sube al cuarto. Quiero seguir hablando de esto, pero con calma, donde no nos observen.

  • Aún no acaba el partido – protestó, con voz débil.

  • Tú sí lo terminaste – repliqué y ya no hubo más respuesta. Votja se acercó a un grupo de chicos y les dijo algo que no alcancé a oír, para después dedicarme una mirada angustiada y entrar en el colegio.

Mi idea era seguirle a poca distancia, pero al final me quedé un poco más en el jardín. Necesitaba pensar. ¿Qué puede pasar por la mente de un niño de once años para coger lo que no es suyo? ¿Para robar? Votja no parecía venir de una familia que estuviera pasando necesidades económicas, más bien al contrario. Pocas personas pueden permitirse que su hijo estudie en el extranjero. Aunque en verdad no sabía mucho de él. El director apenas me había dado una lista con cuatro datos esenciales de cada uno. Su nombre, su foto, su cumpleaños y si dormían o no los fines de semana en el colegio.

Pensando en eso, me di cuenta de que aquello no podía ser toda la información que el internado tenía sobre sus alumnos. Casi sin darme cuenta, guié mis pasos hasta el pasillo de las oficinas, donde estaba la administración y el despacho del director. Hablé con la secretaria del centro y le pregunté si tenía el expediente de Votja y si podía echarle un vistazo.

  • Solo puedes ver los expedientes de los alumnos que están directamente a tu cargo – me advirtió, tendiéndome una carpetita. - Y no todos ellos. Algunos de los expedientes de primero están clasificados.

Clasificados. Vaya, aquél colegio de verdad podía recordarme en ocasiones a una cárcel militar. Por suerte, el expediente de Votja no estaba clasificado, así que pude echarle un vistazo. Tampoco era muy revelador: estaban sus notas, las cuales eran bastante buenas, pero entonces recordé que supuestamente él no estaba ahí por sus calificaciones, sino por sus habilidades deportivas. ¿Eso significaba que mis otros chicos tenían aún mejores notas? ¿Acaso sacaban todo matrículas? Me obligué a centrarme en Votja y me leí las escasas cuatro páginas que había escritas sobre él. La mayor parte era papeleo burocrático que carecía de interés en ese momento, pero sí pude ver que no estaba becado.

  • ¿Qué significa A.C.D? – le pregunté a la secretaria. – Donde pone “tipo de matrícula”.

  • Alta cualificación deportiva. La otra opción es A.C.A, es decir, Alta Cualificación Académica. Bueno, hay una tercera modalidad, la doble, pero esa la tienen muy pocos alumnos en el internado.

Entre ellos Lucas. Al final, no iba a necesitar que nadie me dijera qué tipo de alumnos tenía, me bastaba con mirar sus expedientes.  Pero eso tendría que ser después. Antes tenía que hablar con Votja.

  • ¿Esto es todo lo que hay? – me frustré, pasando repetidamente las cuatro páginas del expediente.

  • ¿Qué es lo que quieres saber? – inquirió la secretaria.

  • No lo sé. Algo más… Este chico vive aquí, ¿es todo lo que sabemos de él?

  • Depende de lo que estés buscando. Si quieres saber alergias alimenticias o algo así, tendrás que preguntar al encargado del comedor, él lleva esas cosas.

Suspiré. No es que hubiera esperado encontrar la respuesta a mis problemas entre aquellos papeles, pero al menos podía haber habido alguna pista más. Le devolví la carpeta a la secretaria y me dirigí, ya sí, al cuarto de los chicos, para hablar con Votja. Estaba descartado que hubiera robado por dinero, porque aparte de que a su familia le sobraba, en realidad nada de lo que había sustraído tenía un gran valor material.

Nunca, en mis años de docencia, había tenido que enfrentarme a algo así. Una vez tuve un alumno que le quitó el móvil a un compañero, pero no fui yo el que lo descubrió ni tuve nada que ver con su expulsión. A Votja no le iban a expulsar. No solo porque yo no lo fuera a permitir, sino porque no era así como el internado manejaba aquellos asuntos. Por suerte para él, no había informado al director de los robos ni pensaba hacerlo.

Mientras subía los escalones, metí la mano en mi bolsillo para palpar mi cartera. Casi pude sentir a mis hijos a través de ella. ¿Por qué me la habría quitado? ¿Tal vez le pareció divertido hacerle una mala jugada al profesor en su segundo día? Para impresionar a sus compañeros de curso. Pero ¿y todos los demás objetos? ¿Lo habría hecho todo para llamar la atención? ¿Sería un juego que se le habría ido de las manos cuando me puse a revisar las cosas de todos? Quizá le asusté y por eso no devolvió los objetos robados cuando tuvo oportunidad.

Entré en la habitación con paso decidido, dispuesto a obtener respuestas. Lo que no tenía claro era si debía hacer de poli bueno o de poli malo. Supuse que iría viendo, según cómo avanzara la situación.

Votja me esperaba en el centro del cuarto, mirando fijamente el paquete de chicles, como si tuvieran la culpa de su desgracia. Cuando entré se sobresaltó un poco y luego dio un suspiro que me pareció de alivio, quizá porque había venido solo, sin el director.

  • No más mentiras, ¿está bien? – le pedí. – Quiero ayudarte. Quiero tratarte justamente y para eso lo primero que tengo que saber es por qué lo hiciste.

  • Cogí los chicles, pero nada más… - me dijo.

  • Pero Votja, si te he pillado con mi cartera – le recordé. Era como si fuera incapaz de asumir la realidad de lo que había pasado. Como si se creyera capaz de convencerme de que no había visto lo que había visto.

  • Me la dieron.

  • ¿No has dicho antes que te la encontraste? – inquirí. Votja se vio superado por mi interrogatorio y se mordió el labio. Decidí hablar por él, en aquello que sabía, por si le resultaba más fácil continuar desde ahí. – Te la encontraste en mi cajón ¿no?

No obtuve ninguna respuesta y algo me dijo que si no cambiaba de táctica tampoco la obtendría.

  • ¿Tienes las demás cosas? ¿El compás? ¿La figurita?

Nada. De no haberle oído hablar con anterioridad hubiera pensado que Votja era incapaz de entender mi idioma. Suspiré y coloqué ambas manos sobre sus hombros.

  • Sí sabes que esto puede meterte en un buen lío ¿no? Estabas ahí con el hermano de Benja. Yo puedo ayudarte. Si me cuentas lo que pasó, yo puedo ser comprensivo.

Votja me miró a los ojos durante varios segundos. Después, finalmente, el frágil cristal se rompió y su mirada se humedeció sin llegar a desbordarse.

  • No sé por qué lo hice… - susurró, agitando la cabeza como para aclarar sus ideas. – No sé por qué… Yo cogí el compás y la frigurita…También escondí el libro de Borja y puse la navaja en cama de Bosco. Pensé que nadie iba a encontrar ahí. También he cogido esto – añadió y abrió su mano izquierda, en la que escondía un sacapuntas.

  • Pero… esto no lo tenías abajo. ¿Lo has cogido ahora?

Como toda respuesta, Votja emitió un gemido de indefensión, que sonaba igual en todos los idiomas. A pesar de estar en problemas por robar, había cogido otra cosa más que no era suya. Esa conducta irracional e impulsiva era un punto más a favor de la teoría del cleptómano de Borja. Y en caso de ser así ¿qué debía hacer yo?

  • Quiero que devuelvas todo lo que cogiste a sus dueños y quiero que te disculpes.

  • Pero… se lo dirán al director…si es que no lo haces tú… - murmuró, apesadumbrado. Su expresión me daba bastante pena.

  • No voy a hacerlo. Y tus compañeros tampoco, no son malas personas. Ya lo sé yo y con eso es suficiente.

Votja asintió, lentamente, como si no quisiera discutir pero no estuviera seguro de que yo tuviera razón. O quizás solo estaba nervioso porque no sabía lo que podía esperar de mí.

  • No quiero que salgas del cuarto nada más que para ir al comedor y a las clases. Estás castigado hasta nuevo aviso y esta conversación no termina aquí. Voy a salir un momento y después vendré y hablaré contigo. ¿Entendido?

  • Sí, Víctor… ¿A la biblioteca puedo ir?

  • No. Si tienes que estudiar lo haces aquí. – respondí, tras pensarlo un poco. De todas formas se suponía que habían hecho los deberes antes.

  • Sí…

Antes de dejar la habitación, cerré mi cuarto con llave. Era la primera vez que lo hacía en el escaso tiempo que llevaba allí y a Votja no le pasó inadvertido el gesto. Me dedicó una mirada de hielo, con un efecto muy conseguido debido al tono natural de sus ojos.

  • No voy a robarte, no necesitas hacer eso – protestó.

  • Lo siento, Votja, pero de momento no puedo confiar en ti.

Me odié un poco por decir eso, sobre todo al ver el efecto devastador que tenían mis palabras en él. Tal vez por decir aquello nos había alejado irremediablemente y nunca sería de esos profesores que le agradaban. Lo sentiría en el alma de ser así, pero mi trabajo estaba por encima de caerle bien. Mi trabajo era cuidar de él. Y si tenía un trastorno compulsivo, tenía que tomar precauciones, como también tenía que tomarlas si simplemente era un raterillo.

Abandoné la habitación y me dirigí de nuevo a la secretaría, donde había un listín telefónico. Quería que Votja viera a un especialista, alguien que me dijera si me tenía que preocupar o si solo eran cosas de niños. Tras meditarlo unos segundos, había decidido que no podía tratarse del psicólogo del colegio. Aún no le conocía y, aunque uno hubiera asumido que estaba obligado a guardar su diagnóstico bajo secreto profesional, uno también hubiera asumido que un colegio no era una cárcel. Y aquél centro lo era.

3 comentarios:

  1. Ya lo había leído en tu Press. Estoy expectante ¿castigará al chico por robar?. Digo, considerando que es un problema psicológico no estoy seguro de que sea lo mejor, pero no nos queda mas que esperar a ver que decide Víctor.

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  2. Muy linda la actualización, me encantan todos los pequeñines. Y el profesor es un amor :3 jeje muy lindo espero que no tardes con esta historia realmente me encanta y espero que también puedas actualizar pronto la de Formando una Familia "Charmed" me encanta :3

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  3. No lo puedo creer de Votja!!
    Quiero saber que piensa hacer ese profe que me encanta su comprensión con los chicos!!

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