Páginas Amigas

martes, 31 de enero de 2017

Capítulo 7



El pie de John sanó rápidamente y, cuando el doctor pasó a revisarle, la herida era ya una sólida costra de la que no había que preocuparse. La señora Howkings había ido a visitarles cuando se enteró de su percance y se había empeñado en encargarse de la comida y otras labores del hogar, mientras John estuviera convaleciente. Lo cierto es que él era perfectamente capaz de caminar, y de hacerlo todo, pero enseguida descubrió las ventajas de sobreactuar un poco, especialmente cuando la posadera les horneó un pastel delicioso, con el que John iba a soñar durante semanas. No obstante, se sintió algo culpable por darle trabajo a la amable mujer, así que al cuarto día puso fin al teatro y le aseguró que estaba completamente curado y dispuesto incluso a correr varias millas sin que ningún dolor le perturbara.


Después de su preocupación inicial, James había comprendido que la mordedura no había sido gran cosa y de que, una vez a salvo de infecciones, John estaba perfectamente. Por eso le extrañó que la señora Howkings se mostrara tan atenta por un rasguño sin importancia y compartió este pensamiento con John cuando tuvo oportunidad.


  • Su hijo vive lejos de aquí, James, y se siente sola. En cierta forma, creo que yo estoy ocupando su lugar, y tú eres como el nieto que aún no tiene.  


  • ¿Qué clase de hijo deja sola a su madre? – protestó James, partiendo una ramita que le estaba lanzando a Spark a modo de juego.


  • No seas tan rápido en juzgar a la gente. A veces tenemos que tomar decisiones que no nos gustan porque nos vemos forzados a ello. Yo ya no tengo madre, pero en Delaware dejé una tía que me tenía mucho cariño. Ella tenía su vida allí, y no quiso viajar con mi mujer y conmigo. Sabía que el viaje iba a ser duro a sus años y además no quería convertirse en una carga para nosotros. Su vida estaba allí y, al igual que no podía pedirme que me quedara, yo no podía pedirle que dejara todo su mundo por mis ganas de ampliar el mío. Las personas seguimos diferentes caminos, pero eso no significa que dejemos de querer a quienes dejamos atrás.


James se quedó en silencio mientras reflexionaba sobre las palabras de John. Acarició distraídamente a Spark mientras miraba hacia la posada, que podía verse desde allí. Se imaginó a la señora Howkings sentada junto al fuego al atardecer, aburrida y sola, sin otra cosa en que pensar que en los panes que hornearía al día siguiente. Le pareció una imagen triste y desoladora y se propuso ir a hacerle compañía por un rato todos los días. La mujer siempre era buena con él, así que no le suponía ningún sacrificio.


James comenzó con su idea ese mismo día y, así, convirtió en una rutina el bajar la calle a la puesta del sol, para visitar a la posadera y contarle alguna cosa que la hiciera sonreír. A veces se quedaba a cenar con ella y a veces John bajaba también y les hacía compañía. Fue así como pasaron los días y, con el efecto que solo tienen las buenas obras, el corazón de James, lleno de ausencias, fue pesando un poquito menos al mismo tiempo que el de la señora Howkings volvía a llenarse de alegría.


  • ¡Ya he vuelto! – anunció el muchacho una noche, con entusiasmo, al regresar de una de sus visitas. John se había quedado en casa aquél día, trabajando en una de sus pieles. - ¡Spark, ya estoy aquí!


John escuchó los pasos acelerados del chico mientras buscaba a su perro para jugar con él.


  • James, espera. Ven aquí un momento – le llamó, porque sabía que si empezaba a corretear con Spark, perdería su atención durante al menos media hora. James acudió a su llamada sin poder contener una mueca de fastidio. – No me pongas caras cuando te hablo, caramba.


  • Perdón…


  • ¿Sabes qué día es hoy? – preguntó John, apartando el cuero que estaba raspando en ese momento.


  • ¿Hoy? Sábado… Mañana hay que ir a la iglesia…


  • Sí, es sábado, pero además de eso – insistió John. Sonrió al ver la evidente confusión del niño. – Hoy hace un mes que vives conmigo, chico. – le aclaró, y se agachó para coger un reloj de bolsillo que había comprado esa misma mañana en la tienda del señor Tomilson. – Ten, esto es para ti.


Al principio, le había parecido mala idea recordar esa fecha, puesto que era la de la muerte de sus padres. Pero lo cierto es que estaba buscando formas de estrechar su relación con el niño y pensó que el primer paso era demostrarle lo mucho que se alegraba de tenerle con él. La mujer de Tomilson le había aconsejado que, si no se sentía cómodo diciéndolo con palabras, podía expresarlo mediante un regalo. Seguramente la mujer lo había dicho entre otras cosas para asegurarse una ganancia, pero ni en sus mejores sueños hubiera podido esperar que John comprara algo tan caro para el muchacho.


  • ¿Para mí? – se extrañó James, cogiéndolo entre sus manos como si fuera un tesoro. – Esto debe valer mucho dinero…


John dejó escapar una breve carcajada. Para ser precisos, valía tres pieles más todo su sueldo de aquél mes, menos el coste de la deuda con el doctor y algunos pocos centavos más que había guardado para comprar comida y otros menesteres. No era el mejor de los relojes, pero no todo el mundo podía permitirse tener uno en aquella época.


  • No te preocupes por eso. – le respondió.


  • Sí me preocupo… Pensé que querías ahorrar….


  • Ya habrá tiempo para hacerlo. Esto es algo que quería darte y este era un buen momento.


James observó el reloj algo abrumado, sintiendo calor en las mejillas.


  • Soy yo el que debería darte algo, por hacerte cargo de mí y de todos mis gastos…


  • Bobadas. No me das ningún trabajo.


Con algo de timidez, James se acercó a darle un corto abrazo. Siempre parecía dudar antes de hacerlo, como si temiera que John fuera a apartarse o a criticarle por aquella pequeña muestra de afecto. Pero John siempre le devolvía el gesto y le despeinaba el pelo como una manifestación no verbal de que el afecto era mutuo.


  • Ya puedes ir a jugar con Spark.


James no esperó a que se lo repitiera dos veces, y se fue corriendo con su amigo de cuatro patas. El chico nunca había sido muy inquieto, pero sí tenía cierto espíritu juguetón, que se manifestaba cada vez que estaba con el perro. A John le gustaba verle con Spark e incluso a veces participaba de sus juegos, contagiado de una felicidad nacida de algo tan inocente. Sin embargo, en ocasiones le costaba que James dejara al perro para ir a cenar o para lavarse las manos. Ya le había llamado la atención más de una vez por ese mismo motivo y el día después de regalarle el reloj, se exasperó y perdió la paciencia cuando tuvo que insistirle cuatro veces para que dejara a Spark y entrara en casa a lavarse y a almorzar.


  • ¡He dicho que entres, James! No tengo por qué repetirte las cosas.


  • Voy enseguida.


  • ¡No, enseguida no! ¡Ahora mismo! – le gritó. James percibió el enfado de su voz y entró en casa de inmediato, intuyendo que estaba balanceándose en el borde del precipicio y haciendo lo posible por no caer. John cerró la puerta bruscamente una vez James y Spark hubieron entrado. – Cuando te digo algo me obedeces en el momento, no tengo que estar persiguiéndote para que entres en la casa. No es la primera vez que pasa esto y no quiero que vuelva a pasar. No saldrás de tu habitación hasta mañana y eso incluye ir a ver a la señora Howkings.


James entreabrió los labios, pero no se atrevió a replicar. John suavizó un poco su tono, consciente de que el chico no había hecho nada grave pero sin poder evitar estar molesto.


  • Ya basta de estar todo el día rodando por el suelo. Hasta el perro va a hartarse si no le dejas tranquilo un rato. Vamos, ve a lavarte. Vamos a comer. Después subirás a tu cuarto y dejarás que Spark haga… cosas de perro… por una tarde. Los dos agradeceréis pasar un tiempo separados.


Fue una comida bastante silenciosa. El enfado de John se pasó enseguida y se esforzó porque James se diera cuenta de eso, ya que el chico parecía muy abatido, seguramente porque John le regañaba bastante poco y no estaba acostumbrado.


  • ¿Quieres más patatas? – le preguntó, haciendo ademan de servírselas.


- No.


James sonó tajante y algo arisco. John frunció un poco el ceño. No había sido maleducado, pero no le gustaba que le respondiera así.  


  • Estás enfadado – razonó John. – Siento haberte gritado así, me molesta que no me hagas caso, pero ya sé que no pretendías ser desobediente. Solo estabas entretenido jugando. Para otra vez, presta más atención, ¿de acuerdo?


John pensó que con eso zanjarían el asunto, pero no contó con que James podía no reaccionar como él esperaba. El chico dejó bruscamente los cubiertos en la mesa y le echó una mirada iracunda.


  • ¡Me dijiste que nunca usarías a Spark para castigarme y lo has hecho! – le chilló. - ¡Me has separado de él! ¡Y de la señora Howkings! ¿Por qué tengo que hacerte caso si tú faltas a tu palabra?


John parpadeó con asombro, asimilando que James le había gritado.


  • Porque no te gustarán las consecuencias si no me obedeces. Y no vuelvas a levantarme la voz. – le advirtió.


  • No tengo hambre – gruñó James y se levantó de la mesa.


  • James, vuelve aquí. No te he dado permiso para…


  • ¡Me da igual! – protestó el niño e inmediatamente después se arrepintió, sabiendo que había ido demasiado lejos.


John se quedó en silencio unos instantes. James sabía perfectamente que no podía faltarle al respeto de esa forma.


  • Ve a tu habitación – le ordenó, con voz calmada, seguro de que le obedecería.


James se fue rápidamente y John esperó unos minutos para darle tiempo a que se calmara y evitar así más respuestas desafiantes. Aprovechó esos momentos para meditar cuidadosamente qué medidas iba a tomar. James jamás había hablado así a su padre, no que John recordara, y eso le hizo dudar sobre si estaba haciendo un buen trabajo, o acaso el chico no le respetaba como había respetado al señor Olsen. Finalmente se convenció de que el muchacho solo estaba enfadado y se levantó para ir con él.


Cuando entró a su cuarto, se aseguró de cerrar la puerta detrás de él. Probablemente lo hubiera hecho de todas formas, pero sobre todo quería evitar que Spark entrara y le mordiera como la otra vez. James le esperaba de pie junto a la cama, visiblemente nervioso y sin rastro de la furia que había manifestado antes.


  • No usé a Spark para castigarte. Te castigué a ti sin estar con él, que es diferente. Solo por una tarde. Pero tú reaccionaste como si os hubiera separado para siempre, lo que confirma mi idea de que necesitas pasar un rato sin él para poder pensar con claridad. Spark no va a ir a ningún lado. Puedes estar con él todos los días, así que cuando llegue la hora de comer, entras en casa y luego continúas. – comenzó John y suspiró antes de proseguir. – Quizá fui demasiado severo. No debí prohibirte también ir a ver a la señora Howkings. Pero eso no es razón para hablarme como lo hiciste.


James le miró con asombro y sin saber qué decir. Aquello era lo más cerca que un adulto había estado nunca de pedirle disculpas. No esperaba para nada que John admitiera que había reaccionado exageradamente. Eso le dejó sin palabras y totalmente sorprendido. Dejó escapar todo el aire que había estado conteniendo y sintió que le escocían los ojos. John era un buen hombre y él le había hecho enfadar. Se había acostumbrado tanto a su presencia y a estar bajo su cuidado durante aquél mes que había olvidado que podía cambiar de opinión, y dejarle con cualquier de los granjeros o vecinos del pueblo.


Se giró abruptamente y John pensó que estaba intentando ocultar sus lágrimas. Pero, lejos de eso, James se agachó para sacar algo de debajo de su cama. John reconoció el trozo de cuero que le había pedido que guardara y que había usado para castigarle la ultima vez.


  • Toma – susurró James, débilmente. – No lo haré nunca más, lo prometo.


John sintió que se le encogían las entrañas. Había pensado que solo sus hijas podían hacerle sentir un monstruo, porque eran pequeñas, adorables y frágiles. Pero por lo visto era extensible a todos los niños, incluso aquellos que estaban algo crecidos, como James.


  • Y yo no voy a usar eso. No debí pedirte que lo guardaras. Es una buena advertencia, pero tampoco pretendo que tengas miedo.


  • No tengo miedo – murmuró James y John supo que no lo decía por hacerse el valiente. No tenía miedo de él y saberlo le llenó de paz. Pero no hizo que aquello fuera más fácil…


  • Bien. Me alegra que no lo tengas, porque nunca te haría daño. – le aseguró. Necesitaba que el niño tuviera eso claro.  


John caminó hasta el centro de la habitación y se sentó en la cama. James seguía cada uno de sus movimientos con la mirada, expectante. John volvió a guardar el cuero donde estaba antes, por el momento, con la firme decisión de llevárselo cuando se fuera.  Después echó un rápido vistazo a la habitación. Había estado allí varias veces, pero era una de las estancias que menos conocía de aquella casa en la que solo vivían desde hacía un mes. Cuando entraba ahí era para hablar con James, por lo que nunca había prestado demasiada atención a la decoración de las paredes. No era excesivamente observador con esas cosas. Lo cierto es que la habitación no tenía más que lo básico, así que tampoco había mucho donde mirar. Cuando acabó de inspeccionar las vetas de la madera, volvió a centrarse en James, que no se había movido ni un milímetro y concentraba toda su atención en algún punto del suelo entre John y él.


  • ¿Hay algo que quieras decirme? – aventuró John, rompiendo el extraño silencio.


  • Oh… Lo…lo siento…. – se apresuró a decir James. – Siento mucho haberte gritado…y haberte… haber sido irrespetuoso….


  • No me refiero a eso, aunque acepto la disculpa. Lo que quería decir es que si quieres preguntarme algo.


  • ¿Preguntarte?


James ponía una cara bastante cómica cuando estaba confundido. Era muy expresivo con el rostro.


  • Sobre lo que va a pasar ahora.  – aclaró John.


  • Vas a castigarme ¿no? – dijo James, aún confundido.


  • Sí, chico, me temo que sí. ¿Tienes alguna pregunta sobre eso?


James se mordió el labio casi imperceptiblemente. John siempre había sido una persona enigmática para él, pero desde que estaba a su cargo esa sensación había aumentado considerablemente.


  • ¿Va a ser aquí? – preguntó. John ya le había castigado antes en su habitación, pero aquellas veces fueron más bien advertencias. La única vez que realmente le había castigado le envió al cobertizo, como hacía su padre, solo que en su antigua casa lo que tenían era un granero.


  • Sí, James… Me atrevería a decir que siempre va a ser aquí, o al menos esa es mi intención.

  • ¿Por qué? – dijo James, sin pensar. No estaba acostumbrado a cuestionar el por qué de la decisión de un adulto, pero aquello le provocó demasiada curiosidad. John no pareció molestarse.


  • Entiendo tu confusión. Sé que la última vez no fue aquí, pero creo que será mejor para los dos si lo hacemos así.


  • ¿Por qué? – insistió James, esta vez conscientemente. Pocas veces tenía libertad para preguntar y la verdad era que no estaba entendiendo nada.


  • El cobertizo es mi espacio, no el tuyo. No es un lugar en el que te sientas cómodo, no sueles estar nunca ahí y no es un buen lugar para hablar contigo. – le explicó John.


James seguía sin comprender del todo. ¿Qué más le daba a John si él estaba cómodo o no? Aún así, intuyó que, por más que le preguntara, no iba a conseguir aclarar ese punto, así que lo dejó estar. Sí era cierto que prefería estar en su habitación. Por alguna razón no se le apretaba tanto el estómago allí como en el cobertizo o en el granero.


  • ¿Puedo hacer otra pregunta?


  • Claro. No he puesto un límite. Puedes preguntar lo que quieras. – le aseguró John.


  • ¿Por qué...mmm….por qué….? No importa, no es nada.


  • Hablo en serio, James. Pregunta lo que quieras. Luego seré yo el que haga algunas preguntas ¿de acuerdo?


James asintió y volvió a morderse el labio. Tardó unos segundos en reunir el valor o la decisión suficiente para expresar sus dudas en voz alta. Con otra persona no lo habría hecho, pero John fue lo más parecido a un confidente que tuvo durante un año. Cuando sus padres aún vivían, alguna vez había acudido a él en busca de consejo, de la misma forma en la que uno acudiría a un hermano mayor. Algunos de esos momentos permanecían en su memoria y le empujaban a decir en voz alta lo que estaba pensando.


  • ¿Por qué eres tan… no encuentro la palabra….tan… tranquilo conmigo? Tan… calmado. Padre me habría golpeado en la boca si alguna vez me hubiera atrevido a gritarle. Y desde luego no estaría aquí, hablando conmigo ahora… Me habría pegado… mucho… Y…ya imagino que lo vas a hacer… pero…estás tardando….No es que quiera que lo hagas… pero esperar….me pone nervioso… - consiguió decir, frotándose las manos a la vez que se las miraba, porque era incapaz de mirar a John mientras lo decía.


John se tomó su tiempo antes de responder. Quería estar seguro de utilizar las palabras correctas.


  • Pocas personas tienen la oportunidad de volver a comenzar de cero. De tomar la decisión de hacer las cosas de forma diferente. – reflexionó John. –No es que yo me lo haya propuesto conscientemente, pero de pronto me encuentro aquí, atrapado contigo – bromeó, y le dio a James un golpecito cariñoso en la barbilla, como una caricia pero con el puño cerrado, con ese amor rudo que servía para aligerar un poco la tensión.


James correspondió a su gesto con una sonrisa fugaz, y apartó la cara, tomando por un segundo la mano de John entre las suyas. Después le soltó y siguió mirándole con extrañeza.


  • ¿Comenzar de cero? – preguntó, como buscando una aclaración. – No entiendo. ¿De qué decisión hablas? ¿Hacer las cosas diferente cómo?


La curiosidad de James era un rasgo inherente a su personalidad y John sabía que el muchacho había tenido que reprimirla muchas veces, porque a la gente no le gustaba verse interrogada por un mocoso de trece años. A él no le importaba,  porque sabía que hacer preguntas es la mejor forma de conocer a una persona. John siempre se había llevado bien con James, pero ahora era diferente. Tenía que ocupar un lugar en su vida que exigía que el chico le tuviera mucha confianza. Pero eso no significaba que le resultara fácil abrir su corazón y ponerse a decir sensiblerías. Era un hombre extraño, pero seguía siendo un hombre, pensó para sí mismo. Ese pensamiento le hizo sonreír, y de alguna forma le dio la pista de cómo responder a las preguntas del chico.


  • Cuando tenía tus años, o más bien algunos menos, era mi madre la que ajustaba cuentas conmigo cuando hacía alguna tontería. Crecí sin padre, y siempre me han dicho que eso ha condicionado mi carácter. En muchos sentidos ella era más suave de lo que ningún hombre sería, al menos hasta que cumplí cierta edad, en la que empecé a pensar que no estaba bien que ella me diera un beso. Yo era casi un hombre y no un bebé, por lo que mi madre no podía verme llorar, ni besarme, ni tratarme como en el fondo quería que me tratara. – reconoció John, con una media sonrisa. - Parte de hacerse un hombre consiste en endurecer el carácter, hacerse más fuerte. Entonces conoces a una mujer, te casas y ella es sensible, dulce, mientras tú sigues siendo fuerte y duro. Tienes hijos, les quieres con toda tu alma y si son niñas puedes recuperar un poco de esa parte de ti que perdiste con tu infancia. Pero siempre serás el jefe de la familia, la roca en la que se apoyan. La roca que no puede tener grietas, ni mostrar debilidad alguna. Tendrás que ser firme, hacerte respetar, marcar tu autoridad. Así, cuando quieras darte cuenta, tus hijos serán hombres fuertes como un día lo fuiste tú, pero demasiado débiles como para hablar de lo que de verdad importa. – reflexionó John. – Lo que intento decir es que supongo que soy así….tan…tranquilo, como tú lo llamas…. porque mi madre también lo era y porque ya cometí el error de no serlo. Más de una vez me dejé llevar por la ira con mis hijas y haría todo lo que fuera por tener la ocasión de deshacer algunas cosas. Para mí es importante que me respetes y me hables como es debido. Pero no estoy dispuesto a conseguir eso a toda costa.


James escuchó el largo discurso en completo silencio, sin apenas parpadear, sobre todo al llegar a la última parte. Quiso decir algo, pero no sabía qué responder ante semejante declaración, así que se limitó a abrir la boca un par de veces. Como si adivinara sus dificultades con el lenguaje, John puso ambas manos sobre sus hombros.


  • No estoy desautorizando a tu padre ni lo que él te enseñó. Era un buen hombre, al cual respetaba mucho y al que estaré siempre agradecido por la ayuda que me prestó en tiempos de necesidad. Pero la forma en la que él hacía las cosas no es la forma en la que quiero hacerlas yo. Yo no te golpearé en la boca y no te voy a pegar… mucho.- concluyó, parafraseando al niño.


  • Pero me vas a pegar – afirmó James, como constatando un hecho. Soltó un pequeño suspiro. - ¿Una pregunta más?


  • Las que quieras.


  • ¿Por qué accediste a quedarte conmigo? – murmuró James. Fue el turno de John para quedarse sin palabras. No había esperado esa pregunta, no en aquél momento, y no formulada así y con ese tono. James casi lo había hecho sonar como si fuera una cosa con la que uno podía “quedarse” o “desecharla”.


  • Fuiste tú el que aceptó quedarse conmigo – respondió al final. – Cuando el sacerdote te preguntó. Yo ya había tomado mi decisión tiempo atrás. Le prometí a tu padre que cuidaría de ti e incluso aunque no se lo hubiera prometido, sabía que no podía ser de otra forma. La vida te puso en mi camino cuando perdí mi familia, porque estabas destinado a formar parte de ella.


Los ojos de James se humedecieron rápidamente, al oír que John le consideraba su familia. Él también lo sentía así, desde antes de perder a sus padres, pero especialmente desde después, cuando no le dejó solo. Sin embargo, jamás creyó que pudiera llegar a tener, verdaderamente, otro padre. John jamás le forzaría a llamarle así, aunque estaba en su derecho –James sabía que cualquier otro hombre que le hubiera adoptado le exigiría ese tratamiento-, pero eso era. Según sus propias palabras, eso estaba destinado a ser.


James se dejó caer sobre John, en un abrazo torpe y todavía temiendo que en algún momento le apartara. No solo no lo hizo, sino que sintió una presión reconfortante en la espalda. Tuvo que hacer uso de todas sus fuerzas para reprimir un sollozo, y aun así, no hizo del todo un buen trabajo.


  • Lo siento… Siento mucho haberte gritado y haberme enfadado contigo… Tienes todo el derecho a castigarme como consideres oportuno, sin ver a Spark ni a la señora Howkings y yo no debo protestar por ello. No volveré a hablarte así ni a desobedecerte cuando me ordenes entrar… Te haré el mismo caso que le hacía a padre… No, te haré más… No quiero que te canses de mí ni que pienses que soy un desagradecido…


John no le dejó continuar. Le apartó ligeramente para mirarle a los ojos y luego le volvió a abrazar, más cariñosamente.


  • Jamás pensaría eso. Jamás lo pensaría – le tranquilizó.


James se quedó ahí durante un rato, sintiéndose contenido por aquellos brazos fuertes que le rodeaban. Cuando sintió que ya no tenía un nudo sobre su estómago, o que este era considerablemente pequeño, se separó. John le estaba mirando con una expresión indescifrable, pero a James le gustó lo que vio en sus ojos. Sabía lo que venía después, pero algo en el azul de aquellas pupilas hacia que no estuviera preocupado.


  • ¿Recuerdas lo que te dije la última vez? – le preguntó.  – Te dije que una disculpa sincera a veces te serviría para librarte de un castigo. Esta ha hecho que puedas ir a ver a la señora Howkings. No debí prohibírtelo en primer lugar. Pero… no va a bastar para evitar la pequeña conversación que vamos a tener. Aunque sí hará las cosas mucho más fáciles para ti. Hace falta más coraje para pedir perdón que para desafiar a alguien y lo voy a tener en cuenta. ¿Entendido?


  • Sí, señor. - James se esforzó por sonar firme y preparado.


  • Si no voy a dejarlo pasar, es porque también fuiste grosero una vez con la señora Howkings. No siempre puedes controlarte cuando te enfadas y quiero que aprendas a hacerlo. Ya tuviste tu advertencia, esto será la consecuencia por volver a ser impertinente con un adulto.


  • Sí, señor….


John llegó a dudar si le estaba escuchando o si había decidido limitarse a decir “sí, señor”, cada vez que hablara. Pero le bastó un ligero escrutinio para ver que James le estaba prestando toda su atención. El chico dio un paso adelante, como si quisiera adelantar acabar ya con aquello.


  • No, aún no. Te dije que yo también tenía preguntas. En realidad solo tengo una.


James le miró, expectante. No se imaginaba qué le podía preguntar John en un momento como aquél. Tal vez le iba a hacer una de esas preguntas con trampa, como las que hacía el maestro, cuando decía algo así como “¿crees que puedes tomarme el pelo?”. Y entonces, respondiera lo que respondiera, James sabía que se iba a llevar un golpe.


  • ¿Confías en mí? –preguntó John, finalmente.


El tiempo se detuvo un instante en la mente de James, mientras asimilaba que esa era realmente la pregunta. Que no había trampas, ni iba a añadir nada más. James no estaba seguro de que alguna vez le hubieran preguntado eso.


  • Sí. Sí, John, confío en ti. Haría cualquier cosa que tú me pidieras, aún con una venda en los ojos.


John sonrió ligeramente ante la intensidad de sus palabras, y luego se acercó a él, hasta apoyar su frente sobre la del niño. Cerró los ojos mientras le hablaba.


  • Me alegra que digas eso. Ahora vas a tener que demostrarlo un poco ¿bueno? Te voy a pedir algo a lo que no estás acostumbrado. Quiero que te bajes el pantalón y te pongas sobre mis rodillas.


  • Pero… - James comenzó a protestar, rechazando la idea de ser tratado como un niño, pero luego pensó en lo que John le había preguntado. Le había dicho si confiaba en él, en lugar de simplemente exigirle que le obedeciera. Le estaba diciendo que, si confiaba en él, tenía que confiar también en sus decisiones. Si esa era la forma en que John quería castigarle, tenía que aceptarlo, aunque no fuera así como estaba acostumbrado a que lo hicieran.  – Sí, señor…. – susurró, sintiendo cómo sus mejillas comenzaban a arder por la vergüenza.


No era la primera vez que James se desnudaba parcialmente antes de un castigo, aunque sí era la primera que lo hacía delante de John. Se dio cuenta de eso mientras desabrochaba el botón de sus pantalones y su rubor aumentó considerablemente Al menos, según había entendido iba a conservar la ropa interior.


Se dio prisa en tumbarse porque estar de pie frente a él con la ropa bajada le hacía sentir muy vulnerable, pero luego, así tumbado, se sintió muy expuesto e incómodo. John le colocó bien y le rodeó con el brazo. Los pies de James todavía tocaban el suelo, pero todo su peso se repartía sobre el hombre y sobre la cama. Su cuerpo se tensó entero, no estaba acostumbrado a eso. John lo notó, y por eso comenzó a hacerle masajes suaves por la espalda. Sin querer le subió la camisa y observó con curiosidad un par de manchas que el niño tenía en la parte baja, en la zona de los riñones.


  • ¿Cómo te hiciste esto? – preguntó mientras pasaba el dedo por una de las manchas, que le pareció una cicatriz antigua.


  • Siendo pequeño, me caí al río y me golpee contra una roca – respondió James, con la cara escondida en su brazo derecho y grandes deseos de estar en cualquier otro sitio y  que se lo tragara la tierra.


  • ¿Y esto? ¿También es una cicatriz? – quiso saber John, tocando la otra mancha. Con esa no lo tenía tan claro, bien podía ser una mancha de nacimiento. James se estremeció un poquito por el cosquilleo que le provocó el roce de su mano.


  • De esa no me acuerdo. Padre me contó que una vez toqué su rifle sin permiso. Debía tener cuatro o cinco años. Él se enfadó mucho y me castigó, pero estaba furioso y me dio con la hebilla. Me dijo que eso me salió desde entonces. Me lo contaba a veces y me decía que por eso no debía hacerle enfadar.


John contuvo un gruñido, mientras observaba atentamente ese pedacito de piel. Realmente dudaba que eso lo hubiera provocado la hebilla de un cinturón. Viéndolo mejor, lo más seguro es que sí fuera una mancha de nacimiento. Adivinó entonces que era una mentira que el señor Olsen le contaba a James para asustarle. Le pareció casi tan rastrero como si de verdad le hubiera hecho aquella marca. La amenaza de que si no se portaba bien podía darle fuerte y hacerle daño. Qué cosa más terrible para decirle a un hijo.


  • ¿Te pegó con la hebilla alguna vez? – preguntó, con la voz cortante como el aire de invierno.


  • No, no que yo recuerde…. Creo que de niño era malo, no debí tocar su rifle…


  • Tú no eres malo, ni lo has sido, ni lo serás nunca. – afirmó John, algo conmovido por lo infantil que sonó James al decir aquello. – De niño eras un niño, nada más.


  • Sí soy malo, por eso vas a castigarme…


  • Se nota que no conoces a muchas malas personas. Te castigo porque cometiste un error, nada más. Ten muy claro eso. Ni siquiera estoy enfadado contigo, James.


  • Pues deberías….


  • Ah, ¿ahora vas a decirme lo que tengo que hacer? – inquirió John, fingiendo molestia, y le dio una palmada que sobresaltó a James por lo inesperado, pero enseguida se dio cuenta de que no le había dolido. Tardó un par de segundos en comprender que John estaba jugando con él. Sintió un par de golpecitos más, y le entró la risa. Se hizo un ovillo sobre las piernas de John y se revolvió con ademan juguetón. – Ja, que eso te sirva de lección.


James ladeó la cabeza y le dedicó una mirada traviesa e indignada a partes iguales. Por un segundo, John se arrepintió de jugar con él en un momento como ese, pero le bastó con ver esa mirada para entender que había hecho lo correcto. Toda la tensión que había percibido en él había desaparecido. Odió tener que volver a ponerse serio, pero tampoco quería alargarlo más.


  • Ahora, James, dime por qué estamos aquí. ¿Por qué voy a reprenderte?


  • Porque fui maleducado e insolente….


  • Me respondiste de mala forma y me gritaste – matizó John. – Esa no es la actitud que espero de ti y sé que sabes hacerlo mejor.


  • Snif….perdón….


John dejó salir el aire en un suspiro y le acarició el pelo.


  • Tranquilo, James. No tienes que disculparte más. Solo estoy recapitulando lo que nos ha llevado a estar aquí, para asegurarme de que lo entiendes y lo tienes presente.


  • Ya….ya lo he entendido señor…. Sé por qué estoy aquí….


  • Supongo que sí – volvió a suspirar John. – En ese caso, voy a empezar…


James escondió la cara entre sus brazos y apenas se movió cuando sintió la primera palmada. No le había dolido mucho, más bien fue un pequeño aguizonazo que se pasó enseguida, inmediatamente después de notarlo. Lo mismo pasó con las demás que vinieron, pero a la quinta empezó a sentir una ligera molestia, como si el aguijonazo durara cada vez un poco más, hasta convertirse en algo que no llegaba a abandonarle cuando la siguiente palmada caía. James estaba acostumbrado a soportar mucho más y aún así no podía negar que aquello era desagradable. Cuando John se detuvo un momento, lo agradeció bastante.


  • Diez, señor…. – susurró James, en voz muy baja.


  • ¿Qué dices? –se extrañó John, sin estar seguro de haber entendido.


  • Padre me pedía que dijera cuántos llevaba cada vez que se detenía…


  • No es cuántos llevo, James, ya he terminado. Y conmigo no es necesario que hagas eso. Tampoco que me llames señor todo el tiempo. Que me llames eso es una forma de demostrarme que me respetas y esta bien que lo digas cuando te estoy regañando, pero me basta con que tu actitud sea la correcta.


James a duras penas pudo esconder su asombro. A pesar de que John no estaba enfadado antes de castigarle, no había imaginado que fuera a librarse con solo diez palmadas.


John, por su parte, estaba algo frustrado. No sabía cómo se lo había tomado James, apenas había mostrado ninguna reacción, así que a lo mejor aquello no había servido para nada y el chico ni se había inmutado. Una parte de él lo dudaba bastante, porque aunque no era su intención hacerle daño, sabía que su mano podía ser dura si se lo proponía.


Por otro lado, no quería ser frío con James en ese momento, pero una cosa eran sus intenciones y otra lo que le salía. Estaba buscando la forma de preguntarle cómo se sentía cuando notó que James comenzaba a revolverse un poco.


  • Entonces ¿me puedo levantar? – le preguntó.


  • Sí, ya está, James. Puedes levantarte. – dijo John, intentando exagerar el tono de su voz para sonar lo más amable posible. Quería añadir algo así como “has sido valiente, estoy orgulloso de ti”, pero no sabía si con eso conseguiría algo más que avergonzarle.


James se colocó la ropa evitando cuidadosamente su mirada y algo en su postura corporal le hizo ver a John que quería estar solo. Entendía la sensación, probablemente estuviera algo rabioso y lo que menos quería en ese momento era la presencia de quien le había castigado. Así que John se levantó, dispuesto a darle el espacio que necesitaba. Sin embargo, algo dentro de él le empujó a quedarse en la mecedora que había en el rincón, en lugar de salir de la habitación. Era una forma de mantenerse alejado pero sin irse del todo. Se sentó ahí y vio como James se tumbaba sobre la cama y agarraba las sábanas con furia.


“¿Sabrá que estoy aquí?” se preguntó John. “A lo mejor no se ha dado cuenta de que no me he ido”.


Le observó unos segundos y vio como el chico pasaba por varios estados emocionales a la vez. Le escuchó llorar un poco, pero no sabía si era de rabia, de tristeza o de vergüenza. Tal vez las tres cosas juntas. Justo cuando iba a acercarse a él, para ver si estaba bien, James levantó la cabeza y le miró. Por su expresión, John dedujo que no había estado seguro de que él fuera a estar allí, pero pareció alegrarse de verle. John extendió los brazos hacia él, ligeramente.


  • Ven, James – le llamó y esperó a que se acercara. Cuando estuvo de pie junto a él lo atrajo hacia sí para darle un abrazo.


Al principio, John esperó a que el niño dijera algo. Luego se dio cuenta de que no hacían falta las palabras y que con aquél abrazo se estaban diciendo bastantes cosas. Le mantuvo así por un rato, hasta que notó que la luz que incidía en la habitación a través de la ventana cada vez provocaba más sombras.


  • Se está haciendo tarde…. ¿vamos a terminar de comer?


James emitió un ruidito que se pareció demasiado a un gimoteo.


  • ¿Qué dije? – se extrañó.


  • Tu comida se enfrió por mi culpa…


  • Tú eres más importante que un millar de comidas.


James se apretó un poquito más contra él, vergonzoso y agradecido por esas palabras.

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N.A.: Feliz cumpleaños, Andrea :) Siento no actualizar tan seguido como te gustaría xDD

3 comentarios:

  1. Que dulzura de capítulo! Muy tierno y hermoso, como ya nos tienes acostumbrad@s

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  2. Encantador. James refleja ese carácter infantil que todo niño tiene internamente, pero que en ciertas culturas se busca reprimir.

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  3. Me gusta mucho como se van demostrando su cariño cada vez mas!!
    Y Jones es muy lindo y tierno jugando con su perrito!!

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