Páginas Amigas

domingo, 16 de junio de 2019

Capítulo 11




Unos días después.
Luis POV
Íbamos en la carretera, yendo hacia Puerto Escondido para el seminario, pues a pesar de todas mis quejas y protestas mis papás habían seguido firmes en su propósito de ir, y Daniel había dejado de protestar después de haber hablado con el pastor. Al final decidí que no podía pelear contra tres miembros de mi familia yo solo y que lo único que me ganaría serían palizas gratis, así que disfrutaría lo más que pudiera estas vacaciones forzadas. Para ello había retirado mis ahorros del banco sin avisarles a mis papás, para que no me obligaran a pagar el estúpido diezmo, y con ello compré mucha ropa para nadar y de playa, lentes oscuros, etc… y lo que me sobró lo había guardado para divertirme, pues estaba seguro de que allí habría bares que no les importará el requisito de mayoría de edad, además de muchas mujeres guapas y probablemente también algunas chicas extranjeras. Respecto a mi hermano, evitaba a toda costa hablar con él más de lo que fuera necesario, no podía creer que al final el pastor lo hubiera manipulado y convencido, y estaba super enojado con él.
Además, no viajábamos solos; la otra familia, conformada por un niño de 10 años, una niña de 8, un bebé de 1 año y los dos papás, había vendido su carro para poder sobrevivir durante los seis meses del seminario bíblico sin trabajar, aunque yo dudaba que les alcanzaran 6 meses de gastos con los 35,000 pesos que les dieron por su carcacha. Mi papá por su parte había vendido la Acura de mi mamá y el Mazda de mi hermano, después de convencerlo con una discusión y luego una paliza, y había rentado la casa del pedregal a 35,000 pesos mensuales; de forma que teníamos casi $500,000, menos 10% del diezmo que le había tenido que pagar a la iglesia que dejaban $450,000 para gastos iniciales o de emergencia y 31,500 mensuales para gasto corriente de comida o servicios. Aunque era mucho menor a lo que estábamos acostumbrados con el sueldo que tenía mi papá antes, no era poco, y dentro de la comunidad de “Los Elegidos” en Puerto Escondido éramos los terceros más ricos después del empresario que tenía varias hectáreas de café y un hotel, en el que serían las reuniones, y del pastor mismo que según me había dicho Daniel ganaba $50,000 pesos al mes.
Después de dos horas todos estábamos hartos, y cuando le cambiaron el pañal al bebé el hedor llenó la camioneta agudizando nuestro sufrimiento. Ya para las 4 horas el viaje se había tornado en una auténtica pesadilla.
Entramos a una zona de curvas y todos nos mareamos, pero el niño Omar no pudo aguantar y vomitó. Afortunadamente su mamá le puso una bolsa y así no machó la camioneta, pero el olor apestó todo el carro. Yo no aguanté y corrí a la ventana de la camioneta a vomitar también.
Unos minutos después la niña Alicia empezó a llorar, pero su mamá la amenazó, y como no se calmaba le dio varias nalgadas sobre la ropa ahí mismo con lo que por fin se calmó.
Después de otra hora los adultos decidieron que era tiempo para un break, y nos detuvimos en un centro comercial en una de las ciudades que teníamos que atravesar. Al bajarme de la camioneta en el estacionamiento sentí un calor horrible y pensé que era el motor de la camioneta, así que me alejé rápido, para darme cuenta de que en realidad era el calor que emanaba del asfalto y no de la camioneta, pues por el aire acondicionado no me había dado cuenta del calor. ¿En qué clase de infierno en la tierra íbamos a vivir por los próximos meses?
Cuando entramos al centro comercial el aire acondicionado de este fue aliviador. Estábamos caminando, buscando algún restaurant cuando el papá de Marcos y Alicia se acercó a mi papá:
―Hermano Patricio, no sé dónde acostumbran comer ustedes, pero como se habrá dado cuenta nosotros no tenemos mucho dinero, así que tal vez sea mejor que nos separemos mientras ustedes comen ya que nosotros vamos a ir a comprarnos algo para hacernos unas tortas.
Mi papá asintió y el hermano le señaló a su esposa y a Marcos y Alicia que lo siguieran, dirigiéndose al supermercado que estaba en la planta baja. Pero mi papá lo alcanzó en seguida.
―No hermano, vengan con nosotros, yo invito.
―No es necesario.
―De verdad, no es problema. Pasemos este tiempo juntos compartiendo el pan y la fraternidad cristiana.
―Bueno, muchas gracias, de verdad.
Al principio me dio un poco de coraje que mi papá le tuviera que pagar a estas personas su comida, además de traerlos. Pero se me quitó cuando pensé en los niños que estaban igual de hartos que nosotros, y para colmo sus papás los querían hacer comer tortas.
Al final mi papá decidió un restaurante que se veía bueno y no tan caro, y los meseros nos juntaron dos mesas para que nos sentáramos todos.
Después de un rato de plática, los platos comenzaron a llegar, y nos sirvieron a los niños primero. Mi hamburguesa estaba regular, pero de pronto me di cuenta que Marcos no estaba comiendo, y su papá también se dio cuenta.
―Come Marcos ―Le dijo con voz seria su papá.
Pero Marcos solamente se quedó mirando su plato de sopes.
― Marcos, ¿Por qué no me estás haciendo caso? ―esta vez más molesto
―Es que no me gustó
―No importa, es lo que hay y te lo tienes que comer.
Seguimos comiendo, mientras los papás platicaban sus cosas, siempre religiosas, y nosotros permanecíamos en silencio. Después de unos minutos y de unos intentos fallidos de Marcos de comer un poco, era evidente que no iba a comerse sus sopes así que su papá se levantó y con algo de brusquedad lo jaló del brazo levantándolo de la silla. Pude notar claramente lágrimas en sus ojos mientras su papá lo jalaba hacia el baño. Por un momento todos nos quedamos callados, conscientes de lo que iba a pasar, pero el mesero llegó con la comida de los adultos, así que mi papá y las mamás resumieron de manera forzada la platica y comenzaron a comer, mientras el sonido de los cinturonazos y del llanto de Marcos se volvía perceptible en el fondo. La demás gente del restaurante se comenzó a inquietar por los ruidos, y algunas miradas se dirigieron hacia nuestra mesa con sospechosismo, pero nadie hizo nada. Unos momentos después mi mamá le dio una mordida a su sope e hizo una mueca.
―Creo que la cebolla de los sopes está echada a perder ―dijo
La mamá de Marcos agarró un pedazo del sope del niño y también hizo una mueca.
―Sí, está echado a perder.
Los cinturonazos y el llanto del pobre Marcos se seguían escuchando en el fondo, y yo no pude aguantarlo más.
―Papá, ve a decirle algo a su papá, le está pegando injustamente a Marcos. ―Le dije algo fuerte por la desesperación que me dio.
Mi papá se levantó y fue hacia el baño de hombres, mientras noté las miradas llenas de extrañeza de las dos mesas más cercanas, seguramente porque me habían escuchado.
Finalmente regresaron los tres, Marcos venía con los ojos rojos y un poco hinchados de llorar, y me di cuenta de que le costaba trabajo permanecer sentado por la molestia de los cintarazos.
Su papá se sentó y después se dirigió a él.
―Perdón Marcos, por haberte pegado, no debí haberlo hecho sin antes cerciorarme cuál era el problema con tu comida.
El pobre niño asintió miserablemente.
―Que pida otra cosa ―dijo mi papá
―Puede ser un helado ―preguntó el niño calmándose un poco y con un poco de brillo en sus ojos.
―De comer ―dijo su papá
―No, está bien el helado, si te da permiso tu papá ―dijo mi papá, algo conmovido por el pobre niño y lo que le había pasado
―Bueno, está bien, pero antes comete uno de mis tacos ―concedió su papá
Al final todos retomamos la comida, nos cambiaron los sopes que estaban malos, y los adultos siguieron platicando.
―Puedo hacerles una pregunta ―dijo de pronto mi hermano, dirigiéndose a los adultos.
―Claro
―Cuando un padre castiga a un hijo injustamente, ¿no debería de darle un castigo gratis, como una tarjeta de salir de la cárcel del monopoly?
Así que mi hermano, si ya se había dejado lavar el cerebro por los de esta secta, no había perdido totalmente el corazón y la razón, o al menos no todavía.
―Puede ser
―Hay que preguntarle al pastor ―dijo mi mamá
Cuando terminamos de comer y regresamos a la camioneta mi papá le pidió al hermano que manejara el el resto del camino.
―Toda una nave ―dijo cuándo la prendió y el motor rugió ―seguramente gasta de gasolina en una semana lo que mi familia y yo gastamos en comida en un mes.
Todos rieron, pero yo sabía que había algo de patética verdad en ese comentario.
Daniel, Marcos, Alicia y yo nos acomodamos en el asiento de atrás; antes de salir yo había intentado jugar la carta de que necesitábamos cinturones de seguridad para viajar en carretera y no cabríamos para que viajáramos solos, pero el simplemente me respondió con un “Dios nos cuida, y más cuando apoyamos a otros hermanos”, a mí no me convenció el argumento  pero como tampoco me super importaba mi vida ahora que la habían destruido, ya no dije nada. Así que por segunda vez en el día nos apretujamos en la camioneta, que afortunadamente era bastante grande, y cuando Daniel se dio cuenta de que Marcos estaba sufriendo por sentarse le pasó una almohada del equipaje para que estuviera un poco más cómodo, a lo que Marcos le agradeció sonrojándose un poco.
Llegamos a Puerto Escondido a las 6 pm agotados, hartos y de malas, después de 10 horas de viaje. Primero dejamos a la otra familia en la casa donde se iban a quedar, y después llegamos a la nuestra.
Una mujer algo ancha salió a recibirnos cuando mi papá tocó la puerta metálica, ya que no había timbre ni campana.
―Ah, hermano, bienvenidos, qué bueno que ya llegaron. ―Le dijo saliendo y dándole un abrazo y un beso, al que mi papá correspondió algo incómodo, y después pasó a hacer lo mismo conmigo, con mi mamá y con Daniel. ―Jonathan, abre la puerta para que los hermanos puedan meter su camioneta. ―gritó hacia dentro de la casa cuando terminó de saludarnos.
El garaje se abrió y un chico sin camisa, algo moreno y de pelo oscuro salió deteniendo la puerta para que no se azotara.
―Él es Jonathan, mi primogénito, acaba de cumplir 15 años. ―dijo orgullosa la mujer señalando al chico―Por cierto, yo soy Betty y tengo 20 años. ―Dijo bromeando de buen humor.
En seguida salió un perro sin raza del garaje y detrás de él una niña corriendo y gritando “Manchas”,  “Manchas”. El perro me hizo recordar a Ron y Brandy, los cuales Daniel y yo habíamos acordado en mandar temporalmente con nuestros primos, porque para los Bernés de la Montaña el calor es una pesadilla debido a su abundante pelaje.
―Y ella es Noemí ― dijo la hermana Betty ―tiene 13 años.
Me fijé en la hija cuando la señaló. Era un poco morena, algo chaparra, pero con facciones bonitas. “Tal vez no tendré que buscar demasiado.” Pensé.
Jonathan observaba anonadado la camioneta mientras mi papá intentaba estacionarla en el reducido patio, y noté también miradas curiosas de los vecinos. Si está camioneta seguía llamando la atención en la ciudad de México, aquí en una de las partes más pobres de Puerto Escondido no podía pasar desapercibida. Finalmente, mi papá logró estacionarla, y Jonathan cerró el garaje. Apenas quedaba espacio para abrir las puertas y la cajuela, y con mucho trabajo comenzamos a bajar todo el equipaje.
La casa tenía tres cuartos, un baño y medio, una cocina, un comedor, y una sala, todo de tamaño bastante reducido. Mientras apilaba las maletas en la sala y el comedor me preguntaba cómo le íbamos a hacer para caber las dos familias aquí.
―Seguro que tienen hambre, preparé un molito y espero que les gusté. ―Dijo Betty ayudándonos con un sleeping bag.
―Seguro que nos va a encantar―dijo mi papá―aunque yo me tengo que retirar hermana, porque el pastor quiere que le ayude con la mudanza de las cosas de la iglesia.
―Bueno hermano, que Dios lo bendiga. Le guardaremos un poco.
Mi papá se fue en cuanto acabamos de vaciar la camioneta.
―¿Ya quieren cenar, hermana? ―Le preguntó Betty a mi mamá y nosotros asentimos.
Mi mamá, Jonathan, Daniel y yo nos sentamos en la pequeña mesa, mientras Betty y Noemí nos servían el mole con pollo acompañado de tortillas hechas a mano y arroz.
Yo lo probé y no pude hacer una exclamación de deleite
Mmmm La comida de Oaxaca realmente era famosa por una razón.
―Está delicioso―dijo mi mamá―muchas gracias hermana
Y Daniel y yo asentimos con la boca llena, saboreando la comida.
Jonathan trajo dos bancos de la cocina para su mamá y su hermana, pues solamente había cuatro sillas en la mesa, y ellas se sentaron también a comer.
―De dónde puedo tomar un vaso de agua―pregunté porque el mole me empezaba a picar.
―Ay, perdón, se me había olvidado el agua. Noemí por favor tráeme la jarra de agua. ―dijo Betty
Noemí se paró para ir por la jarra de agua, y alcancé a ver cómo le aventaba a Manchas un poco de comida.
Su mamá se paró, agarró de encima del refrigerador una regla de madera y se quedó ahí parada esperándola. Yo sentí como se me aceleraba el pulso, pues sospechaba lo que estaba punto de pasar y eso siempre me ponía nervioso.
Nohemí entró al comedor con la jarra de agua en la mano, y se asustó cuando vio a su mamá, pero aún así dejó la jarra de agua con cuidado sobre la mesa.
―¿Cuántas veces te tengo que decir que la comida no es para el perro? ―la regañó su mamá
―Pero yo no le di comida a manchas
―Y además mintiendo. ―dijo tomándola del brazo mientras se volvía a sentar en el banco.
―No madre, perdón, no lo vuelvo a hacer―rogó, pero su mamá la colocó sobre sus rodillas mientras nosotros nos quedábamos pasmados observando. En seguida le subió el vestido hasta la cintura, dejando a la vista sus piernas y unas braguitas de algodón blancas con flores.
―No madre, así no―protestó tratando de levantarse, pero no con demasiada fuerza, y su madre la sujetó y comenzó a darle reglazos sobre las bragas. Yo no podía creer lo que veía, hace no mucho me había llevado un buen castigo por mirar algo así, pero aquí al parecer no había problema, y ciertamente yo no tenía inconveniente en presenciar ese bonito trasero. Supuse que en la playa el concepto de modestia era más escaso, incluso entre los miembros de la fanática iglesia, debido al calor.
Noemí no paró de quejarse, pero el castigo no era muy fuerte, y así de repentino como empezó, terminó. Ella se acomodó el vestido algo indignada y trató de ocultar unas lagrimas que se le estaban escapando sobre las sonrojadas mejillas.
Todos estábamos mudos y habíamos dejado de comer, pero Betty dejó la regla, se sentó otra vez y me sirvió un vaso de agua, que yo agradecí y tomé un sorbo. Noemí también se sentó a comer, y como ellos siguieron actuando como si no hubiera pasado nada, nosotros también resumimos nuestra comida.
Después de comer tratamos de acomodar el equipaje en los cuartos que nos habían asignado. A mis papás les habían dado el cuarto de Noemí, donde ahora había un colchón matrimonial en el suelo, y se suponía que Daniel y yo íbamos a dormir con Jonathan en su cuarto, donde había dos colchones individuales en el suelo, y una cama sin colchón. Me di cuenta que nos habían dejado los colchones y ellos iban a dormir en la parte rígida de la cama; al principio Daniel y yo habíamos pensado que tendríamos que dormir en el suelo mientras comprábamos nuevas camas y por eso habíamos traído sleeping bags, pero como el piso era de cemento y lleno de polvo eso no era una buena idea. Así que distribuimos las maletas en los cuartos, dejando lo que no cabía en la sala.
Yo me estaba ahogando de calor, así que le pregunté a Jonathan si tenían aire acondicionado, a lo que mi hermano se me quedó viendo como si estuviera loco, pues era obvio que no tenían.
—¿Por qué no abres la ventana?—le dije empapado en sudor por el calor.
—Por los moscos.
Traté de echarme un poco de agua del lavabo en la cara pero esta también estaba tibia. Desesperado corrí a abrir la ventana, pues con ese calor no me importaban los moscos, o al menos eso creía. Inmediatamente que abrí la ventana una nube de moscos se metió al cuarto. Jonathan corrió a cerrar la ventana.
—¿Qué haces imbécil?—me gritó azotando la ventana. Pero era demasiado tarde, ya habían más de 30 moscos rondando alrededor de nosotros.
—Yo solamente quería un poco de aire fresco, no es mi culpa de que seas tan idiota y no le pongas mosquitero a la ventana de tu cuarto.—le grité yo lleno de frustración. —¿Crees que vine aquí por gusto?
—No le pongo mosquitero a mi cuarto porque apenas y nos alcanza el miserable sueldo de mi padre para comer, ¿acaso es mi culpa que tu estés acostumbrado a aire acondicionado y esos lujos?
—Niños ¿Qué les pasa? ¿Por qué se están peleando?—Oí la voz de mi mamá
—¿Qué te dije acerca de pelear con las visitas, Jonathan? —dijo Betty —Ven a la sala en este momento.
Todos salimos porque los moscos ya nos estaban devorando, y Jonathan se dirigió a la pequeña sala después de cerrar la puerta de su cuarto.
Su mamá llegó en seguida con la regla.
—Ponte en el sillón.
—No madre, por favor, no en frente de las visitas.
—¿Si no en dónde? En el cuarto ya no hay espacio, y además enfrente de las visitas te estás peleando. Así que ponte por favor.
Renuentemente Jonathan se inclinó en el reposabrazos del sillón. Y su mamá agarró el elástico de su short y se lo bajó de un tirón.
Inmediatamente Jonathan protestó cuando sus nalgas quedaron totalmente descubiertas. Y se volvió a subir el short.
—No madre, por favor, así no.
—Así que no traes calzones. ¿Cuántas veces te he dicho que uses ropa interior debajo de tus shorts? Qué te sirva también de lección por no hacerme caso.— e intentó bajárselos otra vez, pero Jonathan estaba sujetándolos.
—Suéltalos o sino le voy a decir a tu padre que te pegue con el cinturón de cocodrilo cuando llegué.
Cuando Jonathan escuchó eso soltó el elástico de su short y su mamá se lo bajó, dejándolo totalmente desnudo desde la cabeza hasta los tobillos, donde se enredó su short con sus sandalias.
Plas Plas Plas Plas su mamá comenzó a darle los reglazos, con más fuerza que a Noemí, pero Jonathan al principio no se quejó. Lo más espectacular era ver el efecto de los shorts como protectores del sol, pues todo su cuerpo estaba cubierto de un bronceado más oscuro, pero de la cintura a la mitad de los muslos su piel era más pálida, con su color natural como de leche con chocolate.
… Plas Plas Plas…
Los reglazos continuaban a un ritmo continuo y después de un rato Jonathan comenzó a moverse y a hacer algunos ruidos de molestia. El enrojecimiento casi no se notaba en su piel, pero era evidente que ya estaba en resintiendo los azotes, y después sus quejas fueron más audibles y se movía cada vez más. Finalmente después de unos tres minutos de castigo su mamá se detuvo y llevó la regla al refrigerador.
Jonathan se levantó subiéndose el short, y trató de limpiarse algunas lágrimas disimuladamente con su antebrazo.
Mi mamá se había ido a la cocina a lavar los platos, pero Daniel y yo habíamos presenciado todo, y Jonathan trato a a de evitar hacer contacto visual por la vergüenza.
En eso escuché a mi mamá decirle a Betty en la cocina:
—Hermana, me presta su vara, por favor.
—¿La regla? Claro que sí.
Y mi mamá salió de la cocina con la regla en la mano.
—Luis, bájate el pantalón e inclínate en el sillón.
—¿Qué? Pero ¿por qué?
—¿Crees que no escuché que tu también te estabas peleando y las cosas que dijiste?
—No mamá, no lo voy a hacer aquí en frente de todos.
—¿Estás seguro? Por qué entonces va a ser peor.
—No importa —dije yo pues ¿Qué podía ser peor que la humillación de bajarme los pantalones en frente de todos para una paliza.
Mi mamá entonces se dirigió a Betty
—Hermana, sé que está es su casa, pero ¿le puedo pedir un favor?
—Lo que sea hermana
—¿Pueden entrar todos a la cocina y no salir hasta que yo acabé de castigar a Luis? Tu también Daniel.
—Claro que sí. —respondió Betty indicándole a sus hijos que la siguieran a la cocina. Podía escucharlos a todos lavando y secando platos, pero ciertamente no nos podíamos ver.
—Ahora ya obedéceme, bajate el pantalón e inclínate en el sillón.
Aunque obviamente yo no quería, lo hice, pues tampoco es que tuviera demasiadas opciones.
Una vez que me había bajado el pants y me incliné sobre el sillón sentí que mi mamá intentaba bajarme el bóxer también, y lo sujeté con fuerza.
—No ¿Qué haces mamá?
—Te dije que iba a ser peor si no me obedecía inmediatamente.
—No puedes hacer esto. Háblale a mi papá y que el me castigue cuando llegué.
—No puedo interrumpirlo, están preparando lo de la iglesia. ¿Necesitas que le pida ayuda a Betty para sostenerte?
Yo miré horrorizado a mi mamá, ¿de verdad no tenía límite para humillarme?
Cómo sabía que la amenaza era real traté de pensar en las opciones. Ya no contaba con Daniel, y si intentaba huir en este pueblo solo, sin dinero y tan lejos de todo lo que conocía  seguramente acabaría muerto o secuestrado. Si hubiera estado en la ciudad sin duda me habría escapado de mi casa, pero aquí no tenía ningún primo o abuelo al cual acudir. Así que entre la humillación de tener que estar desnudo para una paliza en frente de mi madre, y estar desnudo para una paliza en frente de una mujer desconocida y sus hijos, además de mi madre, escogí lo primero.
Y con muchísima vergüenza me bajé el bóxer, sintiéndome totalmente derrotado y sin dignidad, pues habían logrado que cediera a algo que me había prometido a mi mismo que nunca dejaría que una mujer, aunque fuera mi madre, me pegara totalmente desnudo.
Plas Plas Plas
Sentí los primeros reglazos, pero mi mente estaba ida. Era mucho mayor la afrenta de las circunstancias que el dolor, y los demás estaban escuchando todo desde la cocina.
… Plas Plas Plas Plas… después de varios azotes, el ardor se comenzó a acumular y me sacó de mis pensamientos. Dolía menos que la vara, pero aún así eran más azotes y más rápidos.
Trate de controlarme y logré no gritar ni llorar, aunque no pude evitar empezar a moverme un poco.
Afortunadamente mi mamá no sabía cuánto menos que la vara dolía la regla y terminó el castigo un poco antes que el de Betty a Jonathan. Yo me levanté y cubrí rápidamente mi enrojecido trasero con mi bóxer. El ardor me seguía picando, pero era más superficial y no había sido para nada insoportable. Con la manga de mi playera me sequé algunas lágrimas que luchaban por salir, pero más por vergüenza que de dolor.
Daniel POV
Yo estaba arreglando la cocina con la familia que nos hospedaba, mientras todos escuchábamos en silencio el castigo de mi hermano.
La verdad es que me sentía muy mal por mi hermano, y quería intervenir, pero sentía que eso solo empeoraría las cosas. A mi también me había pegado mi mamá en el culo desnudo, y aunque vergonzoso tampoco había sido algo tan terrible; pero a mi pobre hermano sus fijaciones que se hacía en la cabeza solamente le complicaban la vida.
—¿Cuántos moscos se metieron a tu cuarto? —le preguntó Betty a Jonathan tratando de aliviar un poco la tensión.
Muchísimos mamá, no vamos a poder dormir ahí. Seguramente tengas que vaciar el Raid en el cuarto y vamos a tener que dormir en la sala.
En ese momento se me ocurrió una idea.
—Creo que por hoy podemos dormir en la camioneta, con las sleeping bags. —dije yo
—Bien por ustedes—dijo Jonathan con un toque de resentimiento en su voz
Plas
—Ya no quiero esas actitudes—Su mamá le plantó una buena nalgada y Jonathan dio un brinquito.
—Está bien—dijo arrastrando un poco la voz.
—Tu también puedes dormir con nosotros, hay bastante espacio. —interviné yo otra vez.
—¿De verdad? —me dijo con emoción en su rostro. Y yo asentí.
Mi mamá entró a al cocina y dejó la regla encima del refrigerador, por lo que asumimos que el castigo ya había terminado, así que salimos de la cocina.
En efecto mi hermano estaba parado al lado del sillón, vestido pero con la mirada perdida. Yo ayudé a Jonathan a sacar rápidamente los sleeping bags de su cuarto antes de que su mamá literalmente vaciara una lata de insecticida en el cuarto para cerrarlo después y decir:
—Este cuarto queda cerrado hasta mañana bajo pena de vara, no entre nadie por su propia salud. —yo no me imaginaba como podía ella amenazarnos con castigarnos a Luis y a mí si no éramos sus hijos, pero entendía la idea de evitar que nos intoxicáramos con el veneno.
—¿Estás bien?—me acerqué a Luis y le susurré.
—No—me dijo y recargo su cabeza sobre mi hombro.
Yo lo sostuve ahí, Luis no era mucho de muestras físicas de cariño, pero supuse que estaba muy vulnerable, aunque el hecho de que hablara era buena señal.
—No podemos entrar a ese cuarto hasta mañana. —le dije, en caso de que no hubiera escuchado
—Dónde vamos a dormir entonces—me preguntó Luis
—En la camioneta. Fue mi idea.
Luis me sonrió y me chocó los puños, separándose de mi y sonrojándose un poco cuando se percató de que casi estaba abrazándolo.
—¿Podremos prender el aire acondicionado de vez en cuando?
—Veré si puedo quitarle las llaves sin que se de cuenta a papá. Porque la camioneta tiene que estar prendida para que funcione el aire.
—Así que todavía no te has dejado lavar la cabeza totalmente. —me respondió sonriendo.
—A qué te refieres. —lo cuestioné algo confundido.
—Pues es que pensé que ya te habías dejado manipular por esta secta.
—¿Qué? No, como crees. —le dije comprendiendo a que se refería, Luis no estaba al tanto de mis planes, y en mi afán de confundir al pastor también estaba confundiendo a mi familia. Al menos era buena noticia saber que la gente si estaba cayendo en mi actuación. —al rato que estemos solos te explico.
En eso oímos el claxon de la camioneta y Jonathan corrió a abrir el garaje. Mi papá estacionó la camioneta y se bajó junto con Dionisio, el esposo de Betty; quien según nos dijo cuando se presentó que trabajaba como jardinero y limpiador de albercas en el hotel donde iba a ser el seminario. Eso explicaba la precaria situación económica de esta familia, que además creía que la mujer no debía trabajar pues su propósito divino era el de ser madre.
Mi papá se veía cansado, pero estaba sonriente. Saludo a todos, y al final se acercó a mí.
—Hijo, quiero decirte algo.
—¿Si papá?
—El pastor me pidió que te preguntara algo. Él quiere saber si quieres vivir con él durante el seminario, pues considera que eso te ayudaría a aprender más de cerca la labor del pastor, pero dice que lo pienses pues entiende que tal vez no quieras separarte de tu familia tanto tiempo. —“la verdad es que del único que no me gustaría separarme es de Luis” pensé, pero no lo dije—aunque también hay otros puntos a considerar—continuó mi papá.
—Tu disciplina estaría a cargo del pastor, y él sería el que te corregirá cuando lo necesites, además la vida del pastor es bastante ajetreada, y es probable que tengas poco tiempo libre; pero también hay ventajas, pues me dijo que en la casa del hermano con el que se está quedando si hay aire acondicionado.
—Gracias papá, lo voy a pensar. —le respondí al ver su inquisitiva y emocionada mirada.
—Claro que sí hijo.
—Por cierto, papá, voy a necesitar las llaves de la camioneta porque nos vamos a tener que dormir ahí hoy.
—¿Quiénes, y por qué?
—Luis, Jonathan y yo, porque tuvieron que vaciar una lata de insecticida en nuestro cuarto.
—Bueno—accedió mi papá dándome las llaves de la camioneta.
Unas horas más tarde
Luis y yo abatimos las dos filas de asientos de la camioneta y pusimos las sleeping bags sobre la plataforma que se formó, mientras Jonathan nos ayudaba trayendo las almohadas de la casa. Estaba algo dura, pero no tanto como dormir en el suelo.
—¿Qué vamos a hacer? Se nos olvidaron los shorts de pijama en las maletas del cuarto. —me preguntó Luis
—Supongo que tendremos que dormir en bóxer. —le respondí yo y luego —si no es problema para ti —dije dirigiéndome a Jonathan.
—No, no tengo ningún inconveniente—me dijo casualmente y siguió observando con admiración las luces del interior de la camioneta y los acabados de madera; al parecer él pensaba dormirse con el short que había traído todo el día.
Mi hermano y yo nos desvestimos totalmente, quedándonos solamente en bóxer, y echamos la arrugada ropa al asiento del copiloto.
El calor estaba acumulándose en la camioneta así que decidí prender el aire acondicionado un rato. Me pasé al asiento del conductor y prendí la camioneta. El motor rugió, y temí que mi papá saliera a regañarnos, pero al parecer no escuchó o no le dio importancia; después prendí el aire acondicionado y no pudimos evitar exclamar de placer al sentir el aire fresco correr por nuestra sudada piel.
Jonathan fascinado se acostó exactamente abajo del aire acondicionado, dejando que el aire frío acariciara su brillante piel en el pecho.
Luis y yo nos sentamos a un lado y empezamos a platicar:
—¿Qué es lo que me tienes que contar? Explícame, porque no entiendo nada—me dijo Luis
—Que eso que piensas no es cierto, es solamente una máscara.
—¿Cómo? —me preguntó e inmediatamente señaló con su cabeza hacia Jonathan, cuestionándome si su presencia no iba a ser problema par nuestra plática.
—No hay problema—le dije yo —I don’t think he understands English.
Jonathan nos volteó a ver claramente confundido, pero después decidió que no era asunto suyo y siguió disfrutando el aire acondicionado y demás lujos de la camioneta.
Y así le conté a Luis, en Inglés, lo que quería el pastor y lo que me había dicho, y que aunque al principio yo no quería, se me había ocurrido que tomar el control de la secta no era tan mala idea.
—No sabes que alivio es saber que no estoy solo contra toda esta secta, hermanito. Pero tienes que tener mucho cuidado, son expertos en lavarle el cerebro a la gente. —me dijo Luis
—Estoy totalmente de acuerdo contigo, y por eso mismo no sé si voy a aceptar la propuesta de irme a vivir con él, aunque creo que es la mejor forma de ganarme su confianza y de entender como funciona la secta. Te prometo que tendré cuidado, y tu también debes cuidarme, al primer signo de peligro que veas házmelo saber.
—¿Qué piensas hacer después?
—Todavía no estoy seguro, una posibilidad es quedarnos con el dinero como indemnización por todo lo que nos han hecho, porque la iglesia mueve muchísimo dinero de las ofrendas y diezmos de sus miles de miembros; y también está la posibilidad de ayudarlos a ver lo engañados que están, aunque también a veces se me antoja quedar como pastor de esta gente, pues el poder que te da gobernar las conciencias de tanta gente lo envidiarían muchos políticos y funcionarios.
—Ya hasta me estoy emocionando. —me dijo Luis
—Yo también estoy así —le respondí sintiendo que se me erizaban los vellos pensando en todas las posibilidades—afortunadamente tengo seis meses para pensarlo, pero por lo menos voy a asegurarme de recuperar la buena vida que teníamos antes de esto, y trataré de ayudar de alguna forma a todos los niños traumados y maltratados dentro de esta secta.
Luis asintió y bostezó, Jonathan se había quedado dormido, y yo también estaba cansado, así que apagué la camioneta. El aire se apagó primero y luego las luces, mientras nos acostábamos. En unos minutos nos habíamos quedado dormidos nosotros también.

3 comentarios:

  1. MUY linda tu Historia *como siempre*, jaja, unos dioses los chicos, hablar en ingles de lo que pensaban hacer, gran idea, jaja, lo ame!

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  2. La verdad me preocupa que al final Daniel acabe cambiando o lo que es peor que lo descubran y les vaya muy mal!!
    Me da cosita leer como castigan a los chicos enfrente de los desconocidos..
    Pero me da mucha curiosidad la historia así que la seguiré leyendo 😅..

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