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jueves, 18 de julio de 2019

CAPÍTULO 73: EL DÍA DESPUÉS DE NAVIDAD


CAPÍTULO 73: EL DÍA DESPUÉS DE NAVIDAD
Navidad había caído en sábado aquel año, así que nos tocó ir a misa dos días seguidos, el sábado y el domingo. Quizá por eso mis hermanos pequeños estuvieron un poco alborotados durante la celebración, o quizá era simplemente que preferían quedarse en casa jugando con sus regalos en vez de estar sentados en un banco oyendo al sacerdote. Kurt y Hannah se removían, inquietos, y Alice se sentaba del revés, mirando las filas de atrás con atención. Al cabo del rato, la pitufa empezó a caminar por el reclinatorio, pisándonos a algunos de nosotros sin querer. Papá terminó por cogerla en brazos y sentársela encima y Alice pareció conforme con eso, pero entonces Hannah y Kurt empezaron a jugar a algo con los pies, haciendo más ruido del que creían con sus risitas y susurros. 
·                     Ted, llévatelos al salón ¿quieres? – me pidió. 
Yo asentí y, con algo de vergüenza, me atravesé toda la iglesia con ellos dos de la mano para llevarles a un salón de juegos que había en los anexos de la parroquia. Era una habitación pensada para los niños pequeños, para que no molestaran durante la misa, pero a papá no le gustaba dejar a los enanos ahí porque quería que se acostumbraran a estar presentes en la ceremonia. Después de todo, los mellizos estaban a punto de empezar la catequesis de la primera comunión. Sin embargo, sabía que los niños eran niños y por eso si se ponían revoltosos no se enfadaba con ellos y les llevaba allí, para que no interrumpieran. Aunque parezca mentira, los enanos solían aguantar bastante bien las misas, quizá porque Barie y Madie estaban en el coro, así que los peques se sabían todas las canciones y eso les hacía participar. A veces llevaban los cestitos de las ofrendas y Kurt quería “aprender a leer bien” para subir a hacer las lecturas como hacía yo algunos días. 
·                     En misa no se juega, trastos – les regañé suavemente.

·                     Ted, no quiero ir al salón – protestó Hannah. 

·                     ¿Ah, no?

·                     No, quiero ir con papá.

·                     Yo también – dijo Kurt. 

·                     ¿Y os vais a portar bien? – les pregunté y ellos asintieron con una carita de ángel que hubiera competido con la de las estatuas que adornaban el templo. – Vale, enanitos. De todas formas ya queda poco. Venid. 

Volvimos a atravesar la iglesia por uno de los laterales, intentando ignorar algunas miradas que nos seguían. Regresamos a los bancos donde se sentaba mi numerosa familia y papá me interrogó con la mirada. Me encogí de hombros, me senté a su lado y puse a Kurt sobre mis piernas. Hannah se fue entonces a buscar a Mike para que hiciera lo mismo. Michael no quería estar allí, o al menos eso había dicho, y sin embargo se había venido con nosotros sin que nadie le obligara. Se sentaba detrás de mí y, cuando Hannah se subió a su regazo, se inclinó hacia delante para hablar conmigo.
·                     ¿Les has pegado? – me acusó. 
·                     ¡No! – me indigné. - ¿Por quién me tomas? ¿Crees que les voy a sacar en plena misa para pegarles y luego traerles aquí como si nada?

·                     Este no es lugar para unos niños. Todo por ver un trozo de pan y escuchar un libro antiguo. 

·                     Michael, no te burles – le dije entre dientes. – Nadie te obliga a estar aquí. 

·                     Quedarse solo en casa es aburrido. Incluso Alejandro ha querido venir, así que…

“Quedarse solo en casa le da miedo” leí entre líneas. Tal vez le asustaba la idea de que la policía volviera a entrar para llevársele. O simplemente estar solo le recordaba a la cárcel. 
·                     Pues si vienes, tienes que respetarnos. 

·                     Es que encima he tenido que caer en una familia de católicos. ¿No podríais al menos ser protestantes? 

·                     Shh – intervino papá. Creo que no había escuchado nuestra conversación, solo había escuchado nuestras voces. - ¿Os tengo que llevar al salón a vosotros?

·                     No, papá – me ruboricé, aunque sabía que no lo decía en serio. 

Me quedé en silencio hasta que acabó la celebración. Esperamos a que Madie y Barie se despidieran de sus amigos del coro para volvernos a casa y no pude evitar fijarme en la forma en que papá miraba en su dirección. 
·                      ¿Qué ocurre? – le pregunté. 

·                     Mark le está dando la mano a tu hermana – gruñó papá y me fijé en que Barie y un amigo suyo estaban tomados de la mano, mientras hablaban con los demás. 

·                     Bueno, ¿y qué? ¿Se le vas a cortar? – me reí. 

·                     No me des ideas. 

Su reacción me dio curiosidad. ¿Ese chico era algo más que un amigo para mi hermanita? Pero si aún era muy pequeña. Recordé todo lo que sabía sobre Mark y concluí que no era un mal niño, pero ahora tendría que tenerle vigilado. 
Barie se acercó llevando a Mark pegado a ella, como si fuera una lapa. 
·                     Papi, ¿puede venir a casa? Le quiero enseñar mis regalos – preguntó mi hermana, con su sonrisa dulce. 

·                     Si sus padres le dejan, por mí está bien. Hola, Mark. Qué bien habéis cantado.

·                     Gracias, señor. 

“No le ha dicho que le llame Aidan” me fijé. Eso era raro. Papá odiaba que le trataran de usted. 
Nos volvimos a casa llevándole con nosotros y en seguida se hizo evidente que el chico era tímido. Seguramente le imponíamos al ser tantos. Papá se dio cuenta también e intentó hacerle sentir cómodo. Abrió la puerta y la sujetó para que pasara:
·                     ¿Te apetece tomar algo? – le preguntó. - Un zumo, un refresco. 

·                     Agua está bien – susurró. 

·                     Ven, vamos a mi cuarto – le instó Barie, y tiró de él. 

Pude ver como papá apretaba los dientes, pero no dijo nada. No le debía gustar que fueran solos a su habitación. Por suerte, Madie subió tras ellos y eso le relajó.
·                     ¿Qué pasa, papá? Con Agus no fuiste tan madre osa con sus oseznos – le dije. 
Le escuché suspirar.
·                     Tienes razón. Es que es tan pequeña…

·                     ¿Es su novio?

·                     Creo que está en proceso. No sé si me actualizará las noticias – me explicó. 

Le sonreí con compasión. Papá no soportaba vernos crecer. Es decir, le hacía feliz, claro, pero una parte de él deseaba que siempre fuéramos sus bebés, en un sentido más literal que metafórico. Las niñas en particular parecían crecer a pasos agigantados. La gente solía decir que ellas maduran antes que nosotros y tal vez tuvieran razón. 
·                     ¿Quieres que vaya a hacer de hermano sobreprotector? – le sugerí. Papá se lo estuvo planteando durante unos segundos.

·                     No, déjalo. No puedo ser así, no está haciendo nada malo. Además, Madie está con ellos. 

Intenté darle ánimos con la mirada y me fui al sofá. No tenía nada en particular que ver en la tele, solo quería estar en posición horizontal. Michael estaba en el sillón, leyendo el libro que papá le había regalado el día anterior. Cole se acercó a él con curiosidad. 
·                     ¿Cuando acabes me lo prestas? – le pidió.

·                     No – replicó Michael. 

·                     ¿Por qué no? – protestó Cole. 

·                     Porque no es para niños.

·                     Pero tiene un dibujo en la portada y la letra no es muy pequeña. Además, yo leo libros de mayores – insistió.  

·                     He dicho que no, Cole. 

·                     No seas egoísta – intercedí yo. 

·                     Tú no te metas – me gruñó. – Y tú no insistas más. 

·                     ¡Pues lo cogeré cuando no mires! – refunfuñó Cole, con un deje más infantil de lo que era habitual en él.

Michael se levantó con un movimiento rápido y le agarró del brazo. 

·                     No harás tal cosa, ¿me has oído? 

·                     Ay, déjame – lloriqueó Cole, sobresaltado. 

·                     Michael, le estás asustando. 

·                     Haré algo más que eso si se le ocurre a acercarse a este libro. 
A Cole se le humedecieron los ojos y dio un fuerte tirón para soltarse. 
·                     ¡Eres malo! – le gritó y echó a correr escaleras arriba. 
Michael se dejó caer en el sillón con un resoplido.
·                     Te has pasado, ¿eh? – le dije. – Sé que no estás acostumbrado a compartir, pero…

·                     Métete tus sermones donde te quepan. Con los del cura ya he tenido bastante. 

Me callé y traté de no ofenderme. Era consciente de mi tendencia a “sermonear” a mis hermanos, como decía Michael. Alejandro tampoco lo soportaba. Pero Mike estaba siendo un idiota. Y además un iluso, porque conocía perfectamente a Cole y sabía que si había algo a lo que no se podía resistir era a un libro: sabía que iba a cogerlo en cuanto tuviera oportunidad. 
  
·                     BARIE’S POV –
Mark apenas había dicho una palabra desde que le había llevado a casa. ¿Por qué estaba tan callado? A mí me dolía la tripa, pero creo que tenía que ver con todos los dulces que me había comido el día anterior. Papá había tenido razón, eran demasiados. 
·                     De momento solo tengo un juego en la Nintendo – le dije, deseando hablar de algo, de cualquier cosa. – Pero en cuanto ahorre un poco me quiero comprar el Mario Bross. ¿Has jugado? 

·                     No, pero sé cómo va – me respondió, sin apenas mirarme. 

·                     Tengo el Nintendogs. ¿Quieres jugar? Tengo un cachorro de Shiba. 

Mark se encogió de hombros. ¡Jesús! ¡Pues sí que me lo ponía difícil! 
Madie resopló desde su cama y tuve miedo de que soltara alguno de sus comentarios sarcásticos, pero papá entró en ese momento cargando una bandeja, con un vaso de agua, dos vasos vacíos y una jarra de zumo. La dejó sobre el escritorio y yo le miré pidiéndole ayuda sin palabras. No sé si lo captó, pero al menos no se fue. 
·                     ¿Qué te han regalado a ti, Mark? – preguntó papá.

·                     Un telescopio, señor. 

·                     Llámame Aidan. ¿Te gusta mirar las estrellas?

Los ojos de Mark cobraron vida de pronto y brillaron de esa forma que me gustaba tanto.
·                     Mucho. Algún día quiero descubrir un cometa para ponerle mi nombre. 
Papá sonrió. 
·                     Mi hijo Dylan tiene una maqueta de los planetas. ¿Quieres verla?

·                     ¿De verdad? ¡Sí! 

·                     Su cuarto es segundo de la izquierda – le indicó y Mark salió corriendo. 

·                     ¡Papá! – protesté. – Le traje para pasar tiempo con él, no para que se haga amigo de mis hermanos. 

·                     Lo siento, cariño, pero ya has visto que le gustó la idea. Puedes ir tú con él. Parece un niño muy tímido, tienes que tener paciencia. 

Resoplé. Con los hombres siempre había que tener paciencia. 
·                     A este paso nunca será mi novio – refunfuñé. – Fue él quien me dijo que yo le gustaba, pero luego no ha dicho nada más y ya han pasado días.

·                     Bueno, ¿y tú se lo has dicho a él? – sugirió papá. Le miré sin entender. – Que te gusta. ¿Se lo has dicho? 

·                     No, pero no hace falta. Le he invitado a casa, yo creo que se sobrentiende, ¿no?

·                     Mmm. Tal vez para él no esté tan claro, princesita – me dijo. 

Iba a añadir algo más, pero entonces escuchamos unos grititos, como de pelea. Papá frunció el ceño y salió a mirar y yo le seguí. Kurt y Hannah estaban peleando, tironeando de un canguro de peluche, que creo que había sido uno de los regalos del enano.
·                     ¡Es mío! – protestó mi hermanito.

·                     ¡Pero quiero jugar con él!

·                     ¡No puedes!

·                     ¡Sí que puedo, tonto! – gritó Hannah.

·                     ¡No soy tonto, mala!

·                     Pero bueno, ¿qué son esos gritos? – intervino papá.

·                     ¡Papi, no me quiere dejar el peluche! – le acusó Hannah. 

·                     ¡Ella tiene los suyos! – replicó Kurt. 

·                     ¡Y siempre te los dejo! ¡Pero ya nunca más! ¡Déjamelo! – gritó y tiró muy fuerte.

Kurt lo soltó, no sé si por miedo a que el juguete se rompiera o porque el tirón de Hannah le pilló desprevenido. En cualquier caso, por el impulso, Hannah se cayó al suelo. Se levantó muy enfadada y trató de empujarle, pero papá la sujetó. 
·                     ¡Tonto, tonto, tonto!
Papá le dio una palmada a Hannah, no fue nada fuerte, pero bastó para que la enana se calmara. 
·                     No se insulta, Hannah. 

·                     ¡Pero Kurt ha sido malo! – protestó. – Siempre dices que tenemos que compartir. 

·                     Sí, cariño, eso es verdad. Pero también tenemos que aceptar cuando los demás no quieren compartir sus cosas y no por eso las podemos coger. Yo hablaré con Kurt, ¿mm? Pero tú tienes que pedirle perdón por decirle eso tan feo. 

·                     No quiero pedirle perdón ahora, papi. 

·                     Bueno. ¿Tal vez en un ratito? – ofreció y Hannah asintió. Papá sonrió y le dio un abrazo. – En un ratito, cuando se te pase un poco el enfado. Ahora ve a jugar, princesa.

Hannah volvió a asentir y luego vino hasta mí y me dio la manita. Hannah solía venir conmigo cuando papá la regañaba, o sino con Ted, pero esa vez yo estaba más cerca. Me pregunté cuándo empezaría a acudir a Michael en esos casos, estaba visto que él era su nuevo hermano favorito. 
·                     ¿Qué pasa, Hannitah, te pelaste con Kurt?

·                     No me prestó su peluche – puchereó la enana. 

·                     Ven, vamos a mi cuarto. Yo te presto los míos. 

Me la llevé conmigo y me sorprendí al ver que Mark volvía a estar en mi habitación. Pareció aliviado de verme.
·                     Hola – me saludó. 

·                     Hola – respondí, con una sonrisa. 

Le hizo un gesto con la mano a Hannah. Mark ya sabía que yo tenía muchos hermanos y había hablado alguna vez con ellos, aunque con quienes más contacto tenía era con Madie y conmigo. 
·                     Uy, ¿por qué ese puchero? – preguntó.

·                     Papá la regañó un poco. Se peleó con mi hermanito.
Hannah se escondió detrás de mí, tímida, porque no tenía confianza con Mark. Se escabulló para ir con Madie y se hizo un huequito entre sus piernas. Mark rebuscó en su pantalón y sacó un caramelo.
·                     ¿Lo quieres? – ofreció. 
Mi hermanita asintió y estiró la mano. Mark le dio el caramelo y la sonrió. Esa sonrisa era una de las cosas que más me gustaban de él. Era dulce y sincera. 
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Mark estuvo conmigo y mis hermanas durante un rato y con el paso de los minutos se fue soltando y hablando más. En un determinado momento, Madie se llevó a Hannah para dejarnos a solas y me hizo un gesto de buena suerte. Yo empecé a tirar de mi camiseta con nerviosismo y Mark desvió la mirada para que nuestros ojos no se encontraran. 
·                     Mmm… Esto… Me gusta tu cuarto. Me esperaba algo más rosa. 

·                     Yo quería, pero Madie no – respondí.

·                     El rosa está bien – añadió, rápidamente, como si se arrepintiera de su anterior comentario. – Me encanta el rosa. 

·                     ¿En serio?

·                     Ehm… sí… es decir… No está mal. ¿Sabías que hace años a los bebés chico se les vestía de rosa y a las chicas de azul? – me preguntó, nervioso. Me recordó a mi hermano Dylan cuando comenzaba a dar datos que nadie más sabía. – Se pensaba que el azul era más delicado, y que por eso era de niñas. Eso no quiere decir que las niñas sean delicadas – se corrigió, rápidamente. – Es decir, sí lo son, pero no porque son débiles, solo… Todos los bebés son delicados, sean niños o niñas. La verdad, no sé por qué dijeron eso, eran idiotas. Y antes de eso les vestían de blanco, a todos, era más higiénico. Claro que también se manchaba más y…
Había cogido carrerilla y no parecía que fuera a callarse pronto, así que me decidí y me acerqué a él y le di un beso en la mejilla. Pareció funcionar, porque se quedó en silencio. Juraría que se ruborizó un poco. 
·                     Hablo mucho, ¿no? – me preguntó. 

·                     En realidad, hace un rato más bien te habías quedado mudo – le sonreí. 

·                     Es que me da vergüenza – admitió. 

·                     ¿El qué?

·                     Pues… estar aquí. Yo… te dije que me gustabas y tú no me has dicho nada…

·                     Me gustas. Me gustas mucho, Mark – le aclaré y entonces él me sonrió. Se inclinó y me dio un beso en la mejilla. Me miró un segundo y entonces me volvió a besar, pero esta vez en los labios. Fue muy rápido, apenas apoyó su boca sobre la mía y luego se separó. Los dos apartamos la mirada a la vez, avergonzados. 

Yo quería gritar. Quería ir corriendo a buscar a Madie para contárselo todo. 

·                     AIDAN’S POV –
Se sintió raro aconsejar a Barie sobre ese chico, pero mayoritariamente se sintió bien. Ella confiaba en mí lo suficiente como para pedirme ayuda.  Y el chico parecía muy buen niño. Muy callado, muy tranquilo. En cualquier caso no pude pensar mucho sobre eso, porque mis enanos tuvieron una pequeña discusión. Regañé a Hannah por haber insultado a Kurt y me quedé hablando con él, que no soltaba su peluche y lo abrazaba como si alguien se lo fuera a quitar. 
·                     Campeón, tu hermanita solo quería jugar un poco. 
·                     Pero es mío, papi. 

·                     Ya sé que es tuyo. Nadie está diciendo que no, cariño. Pero no pasa nada si lo prestas un ratito. 

·                     ¿Me vas a castigar? – puchereó, apretando más el peluche.

·                     No, tesoro, claro que no. Tú no has dicho palabras feas, ¿verdad?

·                     Ño, papi – respondió, pero luego se mordió el labio. – La he llamado mala y eso no es verdad. 

·                     Tal vez deberías ir a decírselo, ¿no?

Kurt asintió, pero primero estiró los brazos para que le cogiera. Cosita mimosa. 
·                     No le voy a dejar a Cangu, papi.

·                     ¿Ah, así se llama? – pregunté y Kurt asintió. - ¿No se lo vas a dejar ni siquiera un ratito?

·                     Ño.

·                     Eso no está bien, campeón. Hannah siempre te presta todos sus peluches. 

Kurt se separó un poquito y me miró con indecisión en los ojos. 
·                     Pero es que es nuevo y si se lo dejo le va a querer más a ella que a mí – protestó. 

·                     No, mi vida. Cangu ya sabe que su amiguito eres tú y tú serás a quien más quiera. Pero a ella también la va a querer porque es tu hermanita, ¿mm? Y tú la quieres mucho, ¿a que sí? Cangu va a querer a las personas a las que tú quieres – le dije, muerto de ternura. Me lo comía enterito. 

·                     Eno – accedió. 

Sonreí e intenté dejarle en el suelo, pero Kurt protestó. 
·                     Enano, que tienes piernas – le recordé. 

·                     Estoy cansado, papi.

·                     ¿Está cansado mi bebé? Después de comer nos echamos una siesta, cariño. 

El bolsillo de mi pantalón comenzó a vibrar y Kurt, sin ninguna vergüenza, hurgó para coger mi móvil. 
·                     ¡Es Holly, papá! – me anunció, muy emocionado. Antes de que pudiera impedírselo, descolgó el teléfono. - ¡Hola, Holly! – saludó, con más volumen del necesario. – Soy Kurt. Sí, ta aquí conmigo… ¡Sí, tengo un traje de Superman! ¡Y un bebé monito! Y pinturas. Y un libro de adivinanzas. Y un camión de bomberos que se abre y tiene bomberos dentro. Y Cangu. Y un carrito, pero papá dice que es una caja para guardar juguetes. ¡Y más cosas!
Le escuché responder a preguntas que yo no podía oír y le dejé hablar por un ratito. Me sorprendió que quisiera hablar con ella. Es decir, mi Kurt siempre quería hablar con todo el mundo, y más para contarles sobre sus regalos, pero me sorprendió la familiaridad con la que la trataba. Era como si hubiera aceptado muy fácilmente que ella era alguien importante para mí. 
·                     Papi, dice que quiere hablar contigo – me informó y me tendió el teléfono. 
Lo cogí y me puse a hablar con ella.
·                     Hola, Holls. Perdón por eso, el enano tiene las manos rápidas. 
Ella solo reía, divertida. Era uno de los mejores sonidos del mundo. 
·                     ¡Qué mono es! ¿Cómo se encuentra? ¿Le ha vuelto a doler la tripa?

·                     No, ya no más. Ahora solo a esperar que nos llegue la cita con el cardiólogo.

·                     Verás como no es nada. ¿Y los demás qué tal están? ¿Qué tal ayer? Solo hablamos por mensaje, fue un caos. Por cierto, he visto la felicitación que me has mandado, es muy graciosa. A Scarlett le ha encantado. 

Sonreí. Poco a poco ella iba incluyendo a sus hijos en la ecuación. 
·                     Ayer fue genial. Papá Noel se portó muy bien – bromeé.

·                     Aquí también – sonrió y luego la escuché suspirar. – Mi hermano se ha gastado tanto dinero que no puedo ni empezar a agradecérselo. 

Eso me sorprendió. Empezaba a entender que Aarón tenía muchas caras y yo solo había visto la peor. 
·                     Me lo imagino, con once sobrinos – dije solamente. – A Ted le ha encantado la batería. Muchas gracias por ayudarme a elegirla. 

·                     Me alegro. Jeremiah adoró los libros que me recomendaste. 

Nos pusimos a hablar y, sin que me diera cuenta, pasó media hora, y luego diez minutos más. Cuando ya llevábamos cuarenta y cinco minutos al teléfono, escuché los gritos típicos de una discusión, pero esta vez no parecían los pequeños. Me despedí de Holly, dejando en el aire planes para vernos al día siguiente y fui a investigar. 
Michael estaba zarandeando a Cole mientras agitaba un libro delante de él. El libro que le había regalado por Navidad.
·                     ¿Te dije que no podías cogerlo o no?

·                     S-sí, me lo dijiste, pero… - balbuceó Cole. 

·                     ¡Pero nada! 

·                     ¡No tenías derecho a pegarme! 

En ese punto decidí intervenir. 

·                     ¿Le has pegado? 

·                     Solo ha sido una palmada y ha sido floja – replicó Michael. – Le dije varias veces que no podía coger el maldito libro. 

·                     ¡No puedes pegar a tu hermano, Michael! 

·                     ¿Ah, no? – bramó, irritado. Más que irritado, furioso. Abrió el libro y pasó varias páginas con ira. - ¡Dime si esto es adecuado para que lo lea él! ¡O esto! – me exigió. - ¿Está tu hijito de diez años preparado para leer sobre una violación? 
Me estremecí. No, ese libro no era adecuado para que lo leyera Cole y yo lo sabía, pero Michael estaba fuera de sí. 
·                     No, claro que no, pero si le explicas que el contenido no es apto para él, lo hubiera entendido. 

·                     ¡Traté de decírselo y no lo entendió! – me gritó. 

·                     ¡Me dijiste que era para mayores, pero no por qué! No pensé que tuviera cosas fuertes. ¡Pensé que solo no querías dejármelo! – protestó Cole. 

·                     ¡Y tú tendrías que haberlo dejado estar y no tratar de cogerlo a escondidas! – gruñó Michael. – Solo quería protegerte, microbio desagradecido – le espetó y le dio un empujón antes de salir corriendo. 

Cole se cayó al suelo y yo corrí para levantarle. 
·                     ¿Estás bien? – pregunté, preocupado, porque había puesto cara de dolor. 

·                     Sí, papi. Perdón…

Respiré hondo.
·                     Michael tiene razón en una cosa y es que no deberías haberlo cogido sin permiso, ¿eh? Si crees que está siendo egoísta vienes y me lo dices a mí, pero él ya te dijo que no era para gente de tu edad. 

·                     No le creí, papi… Tiene un dibujo en la portada… Pensé que era como los libros de Zach, esos los leo a veces – se justificó. 

·                     Sí, esos sí, pero porque él te los deja. Michael te dijo que no.

·                     Perdón, papi – repitió. 

Suspiré. Cole no podía saber lo fuerte que era aquel relato. 
·                     Dame el libro que te estás leyendo ahora. Te lo devolveré mañana – le dije y él puso un puchero, pero fue a buscarlo. Debía de tenerlo fuera de la habitación. 
·                     Papi… - empezó, cuando regresó.
·                     No, nada de papi. Será solo un día, Cole. Ni cuenta como castigo, mira, con todos los juguetes nuevos que tienes. Seguro que puedes sobrevivir un día sin leer. 

Mi enano puchereó un poco más, pero lo aceptó y me dio el libro. Luego me dio un abrazo. 
·                     ¿Estás bien? – le volví a preguntar. – Voy a matar a Michael…

·                     No, papi. Es verdad que no me dio fuerte – me aseguró. 

·                     Es igual, no puede pegarte.

·                     Ted ya me castigó una vez.

No pude responderle a eso. Lo de Ted fue diferente, él había tenido mi permiso, pero entendía el punto de Cole. Para él, si un hermano mayor podía reprenderle, otro todavía mayor podía hacerlo también. Era bueno que fuera capaz de ver a Michael como hermano con la misma naturaleza que veía a Ted, así que decidí no decirle nada al respecto. 
·                     En cualquier caso, no puede empujarte, enano. 
Le di un beso y me llevé su libro y el de Michael. Antes de poder ir a hablar con mi hijo mayor, el amigo de Barie vino a decir que ya se iba. 
·                     Gracias por la visita, Mark. ¿Quieres que te acompañe a casa? – le dije. Observé a mi hija cuidadosamente. Parecía muy contenta. 

·                     No hace falta, vivo muy cerca. 

·                     Como quieras.

Casi todos los chicos de la parroquia vivían por los alrededores. Le acompañé a la puerta y cuando se fue Barie comenzó a dar saltitos a mi alrededor. 
·                     Somos novios, papi, somos novios. 
Se veía tan feliz que cualquier preocupación que yo pudiera tener al respecto quedó silenciada. 
·                     Cuánto me alegro, princesa. 

·                     Me ha venido bien que sea después de Navidad, así me ahorro un regalo. 

Me tuve que reír.
·                      ¡Pero serás tacaña!
Aún era una niña. Una niña jugando a los novios, pero eso no se lo podía decir. 
·                     Papi, ahora tendrás que dejar que me maquille, ¿eh? 

·                     Ya veremos, cariño.

·                     ¡Siempre dices ya veremos! -  protestó.

·                     Una victoria por día, ¿no te parece?

Me sacó la lengua y yo la despeiné.
·                     ¡Aich! ¡Que peinarme me cuesta un trabajo!

·                     Pues no me saques la lengua. 

Se fue refunfuñando, a peinarse seguramente, y yo fui a buscar a Michael. Le encontré en mi habitación, el único lugar en el que podía estar a solas y se ve que era lo que necesitaba. 
·                     ¿El enano ya ha malmetido contra mí? – me preguntó, al verme llegar. 

·                     De hecho, Cole te ha defendido. No es ningún chivato, más bien al contrario. 

Michael no dijo nada. Me adentré en el cuarto para dejar el libro en la mesilla y luego le observé. Mi hijo estaba tumbado mirando al techo, pero sus pupilas oscilaron casi imperceptiblemente para tomar constancia de todos mis movimientos. 
·                     Estoy muy orgulloso de ti, Michael – comencé. Parpadeó, seguro de haberme escuchado mal y abrió la boca pero no llegó a emitir ningún sonido. – Estoy muy orgulloso por querer proteger a tu hermano. 
Soltó un bufidito y se giró para darme la espalda. Decidí no tomármelo como algo personal y no ofenderme, aunque el gesto no fue de muy buena educación. 
·                     Siento si ese libro te haya hecho daño - continué. – Parecías… afectado. Sé que el argumento es algo fuerte…
·                     Me he pasado la noche entera leyéndolo – me confesó. En la falta de sueño podía haber una posible explicación a su mal genio. - ¿Cómo lo sabías?
·                     ¿El qué? – pregunté, confundido. 
·                     ¿Cómo sabías que me violaron? Nunca se lo he dicho a nadie. 
Se me cortó la respiración. Me recorrió un frío inmenso por toda la espina dorsal. No podía ser cierto. No podía ser cierto. 
·                     ¿Qué? – logré decir. No creo que hubiera sido capaz de articular nada más elaborado. 
·                     ¿No me lo regalaste por eso? – respondió. Ahora el confundido era él. 
·                     Michael, ¿cómo que te…? ¿Qué quieres decir? – empecé y poco a poco fui asimilando lo que me estaba diciendo. Me senté a su lado y pasé un brazo a su alrededor. - ¿Quién te hizo eso? ¿Cuándo paso?
Sentí un pinchazo en el pecho al hacerme una pregunta: ¿no habría sido Greyson? La idea de que alguien con quien mantenía un lazo biológico pudiera hacerle eso a mi hijo me provocó náuseas, pero Michael me respondió antes de que llegara a responder. 
·                     En la cárcel. En las duchas. Varios presos me agarraron, me manosearon y abusaron de mí. No lo recuerdo todo, solo algunas imágenes sueltas. Lo tengo medio bloqueado. Sucedió poco antes de que me escapara, antes de conocerte. 
Apenas fui consciente de que algunas lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. Nunca iba a terminar de conocer y comprender todo lo que Michael había vivido. El hecho de que pudiera contármelo con tanta facilidad solo era una prueba más de lo fuerte que era. Mi niño valiente. 
·                     Mi vida…  - susurré. No sabía qué decir. Quería nombres. Quería romperles las piernas. Quería borrar lo que había pasado, que mi pequeño nunca hubiera tenido que sufrir aquella experiencia.
·                     Entonces, ¿no fue por eso que me diste el libro? – insistió, como si nada.
·                     ¡No! No, Michael. De haberlo sabido jamás te lo habría regalado. Ese testimonio tiene final feliz y pensé que podría ayudarte pero… no pensé… es decir, no consideré la posibilidad de que fuera un caso parecido al tuyo.
·                     No es parecido – me aclaró, incorporándose. Tomó el libro en las manos y leyó silenciosamente la portada. “Tim Guénard. Más fuerte que el odio“. – Ese tipo lo tuvo mucho peor que yo. A mí mis padres me querían, todos los que he tenido. Mi madre no tuvo la culpa de morirse y mi padre es una mala persona, pero a mí me quería. Y luego te conocí a ti y me tocó la lotería. 
Esbocé una sonrisa triste y le besé en la frente.
·                     Maldita idea la mía de regalarte eso – me culpé.
·                     No, me gusta. Aún no lo he terminado, pero me está gustando. Creo que me ayuda a entenderte un poco mejor. 
·                     ¿A mí? – me extrañé.
·                     Y a Ted. Y a vuestro Dios. ¿Era lo que pretendías?
·                     No, Michael. Solo quería mostrarte que los finales felices son posibles, nada más. Que no hay nada que el amor no pueda conseguir. 
Michael asintió, se giró y se apoyó sobre mí, casi como si yo fuera un respaldo. Tomó mis brazos y los pasó a su alrededor, acurrucándose. Le apreté fuerte. 
Ese libro había cambiado mi vida, años atrás. Me había enseñado que se puede vencer a la genética y a las circunstancias personales. Que aunque todas tus cartas digan que vas a perder, es posible darles la vuelta y descubrir la baraja ganadora. Me había hecho creer que yo no tenía por qué ser un padre alcohólico y ausente como Andrew. 
·                     Vas a tener que tener paciencia conmigo – me susurró. – Voy a tardar un poco en creerme eso. 
·                     Todo el tiempo que necesites, pequeño. 
Permanecimos en silencio por un rato. Yo le hacía caricias en el pelo y él cerraba los ojos como si eso fuera todo lo que necesitara para ser feliz. Al cabo del rato, su voz me sobresaltó, porque no esperaba escucharla. 
·                     Sé que no fue la mejor manera de proteger al enano – me dijo. - ¿Qué te cabreó más, la palmada o el empujón?
·                     Definitivamente el empujón – le respondí. Estaba bien lejos de querer regañarle en ese momento, pero eso no significaba que no pudiéramos hablar del tema. – Sé que hace tiempo te dije que no podías castigar a tus hermanos y lo sigo manteniendo, pero hay una diferencia entre reprenderles porque hagan algo malo y empujarles porque estás furioso. 
·                     Ted sí puede castigarles – susurró. No sonó exactamente como un reclamo, pero la acusación estaba ahí, implícita. 
·                     Ted lleva muchos años viéndome a mí meter la pata como para saber qué cosas no puede hacer durante un castigo. 
·                     Él nunca le hubiera hecho daño a Harry – entendió, recordando aquel episodio. 
·                     No lo digo por eso – le aclaré. – Hoy no te has pasado con Cole, no le has hecho daño y tampoco se lo hiciste aquella vez a Kurt. Pero hay más de una forma de hacer daño, campeón. Tú tienes mucho carácter y aún estás aprendiendo a ser paciente con ellos. Primero tenéis que aprender a ser hermanos y después ya podrás plantearte hacer de padre sustituto. En cualquier caso, tampoco dejo a Ted que reprenda a vuestros hermanos cuando yo estoy en casa. Él papá soy yo – añadí, infantilizando la voz en la última frase, pero no por ello menos en serio. 
Creo que Michael me entendió, pero no me dio ninguna respuesta y eso me inquietó un poco.
·                     No se trata de que no confíe en ti, cariño. Ya ves que tampoco me he enfadado porque hoy lo hayas hecho. Solo no quiero que se convierta en una costumbre, ¿está bien?
Michael asintió y se removió un poco para cambiar de postura y acabar recostado con la cabeza en mis piernas, usándome de almohada. Le seguí acariciando durante varios minutos. 
·                     ¿No hablaste con nadie de lo que me has dicho? ¿Con nadie nadie? – le pregunté al final. 
·                     No vi a un psicólogo, si es lo que me estás preguntando. Pero no lo necesito. No estoy traumado, ni nada de eso. He tenido relaciones sexuales después y no me ha pasado nada. 
·                     Yo creo que deberías hacerlo, incluso aunque creas que lo tienes superado. 
·                     Hay algo que deberías entender, Aidan, y perdona porque esto va a sonar horrible. Cuando entras en la cárcel, un tipo te pide que te desnudes, que te apoyes contra la pared, que abras las piernas y te registra el culo. No lo hacen a todo el mundo, ni en todas las cárceles, pero dado que yo soy reincidente y sé abrir esposas con una horquilla, revisan cualquier posible orificio donde pueda esconder algo. Después de esa estupenda carta de presentación y de que las duchas no tengan puerta y sean como las de los gimnasios, uno entiende que el concepto de “intimidad” dentro de la cárcel tiene un significado diferente al que tiene fuera de ella. Cuando esos tipos abusaron de mí, me sentí humillado y ultrajado, pero eso no era nada nuevo. Me metieron el miedo en el cuerpo, eso no te lo voy a negar, pero el miedo se ha ido pasando. Lo procesé como una horrible experiencia más y lo sumé a la lista de cosas que me han arruinado la adolescencia. No sé qué me va a poder decir un psicólogo que sirva para mejorar la situación. ¿Para sentirme comprendido? Prefiero tu comprensión que la de un extraño, muchas gracias. 
No tuve respuesta para eso, era un asunto que me superaba por completo, pero me prometí a mí mismo que Greyson pagaría por todo lo que le había hecho. Michael jamás tendría que haber entrado en una cárcel. 
·                     Siempre estaré aquí para lo que necesites. Eso lo sabes, ¿verdad? – le pregunté. 
·                     Incluso aunque lo que necesite no me guste, ¿no? – respondió, con una mueca. 
·                     Bueno, sí. ¿Pero eso ahora a qué viene? No estás en problemas. 
·                     Empujé a Cole – me recordó, por si se me había olvidado. 
·                     Tienes razón, sí que estás castigado: castigado a ir con tu hermano, darle un abrazo y explicarle que ese libro te puso triste y por eso reaccionaste así, porque no querías que él se pusiera triste también. Probablemente te toqué también escuchar lo malo que soy por dejarle sin leer hasta mañana. 
·                     ¿Le has castigado a él en vez de a mí? – me preguntó, asombrado. 
·                     Cogió tu libro sin permiso. Sabe que no puede hacer eso y menos a su hermano mayor. Él está convencido de que tú le puedes castigar igual que Ted. Para la próxima vez, si se pone pesado le pones en la esquina.
·                     No se puso pesado. Yo no le hablé del todo bien cuando me lo pidió en primer lugar – reconoció. – Tienes razón en que aún me falta paciencia.
·                     No te preocupes, con tanto enano te entrenarás pronto – le garanticé. 
Como si alguien quisiera poner esa frase a prueba, un ruido fortísimo y bastante preocupante nos llegó desde el piso de abajo. Algunos gritos. Eso último fue lo que me hizo reaccionar, ponerme de pie y echar a correr.
·                     ¡Recuerda lo de la paciencia! – me gritó Michael, cuando ya había salido del cuarto. 

·                     ZACHARY’S POV-
Kurt entró a mi cuarto para salvarme de morir de aburrimiento. Yo estaba echado en la cama y mirando el móvil, pero sin nada que hacer realmente. El enano estaba sonriendo y abrazando su nuevo peluche, del que se había vuelto inseparable. 
·                     Hola, renacuajo. ¿Por qué tan feliz? – le pregunté. 
Soltó una risita y se llevó el dedo a los labios, como quien está a punto de contar un secreto. 
·                     Papi está hablando con Holly – me anunció. 
Papá hablaba con esa mujer todos los días y habían vuelto a quedar y tal vez era momento de pensar que estaban yendo en serio. 
·                     ¿Y eso te pone contento? – quise saber, con curiosidad. 
Kurt me miró como si le hubiera hecho una pregunta muy complicada.
·                     Sam es guay – me respondió.  – Y Blaine también. Y Holly es buena. 
·                     Pues sí, por lo que todos dicen eso parece – concordé. 
Kurt se acercó más y se sentó en mi cama. 
·                     ¿Cuándo supiste que yo era tu hermanito? – me preguntó. 
·                     Cuando me lo dijo papá – contesté, extrañado. 
·                     Pero ¿cuándo supiste que era tu hermanito hermanito? – insistió. 
Al principio, no entendí lo que quería decir, pero luego me vino la imagen de un bebé regordete agarrándome el dedito. Yo solo tenía siete años y sentí algo cálido dentro de mí, como si acabara de tomarme un chocolate calentito. Kurt me estaba preguntando cuándo empecé a quererle. 
·                     Casi al instante, enano – le respondí. 
Él me sonrió y no dijo nada más, dejándome con la intriga de a qué había venido la duda así de repente. Sabía que tenía que ver con lo que habíamos estado hablando de Holly y tuve miedo de que el enano se estuviera haciendo ilusiones demasiado rápido…
·                     Zach, ¿puedo jugar con tu avión? – me pidió. 
Uno de mis regalos de Navidad había sido un avión teledirigido. Siempre había querido tener uno de esos. 
·                     Claro. Yo también quiero jugar. 
·                     ¿Me enseñas?
Sonreí y cogí la caja de debajo de la cama. Saqué el avión y el mando.
·                     Es muy fácil, enano. Solo tienes que mover esta palanca de aquí. 
Le di al botón de encendido y le tendí el mando. Kurt inclinó la palanquita ligeramente hacia la derecha y el avión comenzó a rodar por el suelo de mi cuarto. 
·                     Ahora dale a la otra palanca y empezará a subir el morro. Ahora, ¡dale, dale, dale! 
Kurt hizo lo que le pedía, pero movió el control con demasiada fuerza y el avión subió muy rápido y torcido. Se chocó con la lámpara del techo, haciendo un agujero en la mampara. 
·                     ¡Perdón, perdón, perdón! ¡Fue sin querer! – exclamó el enano. 
Me acerqué a ver y comprobé que el avión estaba perfectamente. Suspiré aliviado, pero lo de la mampara era difícil de esconder. Kurt me miraba horrorizado y noté cómo su labio comenzaba a temblar.
·                     No pasa nada, enano. Ha sido un accidente. Mejor vamos a probarlo en otro sitio con el techo más alto, ¿vale? Como el salón.
Kurt asintió, compungido, y me dio el mando. Creo que pensó que era mejor que lo manejara yo. Cogí el avión con una mano y el mando con la otra y bajé al salón con él siguiéndome los talones. 
Hannah y Harry estaban en los sofás y nos miraron con interés cuando nos acercamos. Kurt fue hasta su melliza y le dio su peluche. 
·                     Toma. ¿Me lo cuidas? Voy a jugar con Zach. Pero no lo rompas, ¿eh?
Hannah abrazó el peluche y asintió frenéticamente. 
·                     Perdón por decirte tonto – susurró y se estiró para darle un beso en la mejilla. 
·                     Owww – exclamé, porque eran demasiado monos. 
Kurt correteó hacia mí y me miró, expectante. Dejé el avión en el suelo y lo hice volar a nuestro alrededor por un rato. De vez en cuanto Kurt saltaba como si quisiera atraparlo y yo lo bajaba un poquito para hacerle creer que sí y después lo subía rápidamente. Aquella tontería hizo reír mucho a mi hermano y enseguida Hannah se nos unió, dejando el peluche al cuidado de Harry. 
Volamos el avión por toda la casa, salvo la cocina, sabía que papá no quería que los enanos entrasen ahí. Todo fueron risas y diversión hasta que calculé mal una maniobra y el avión terminó estampándose contra la tele. Sucedió a cámara lenta. Primero vi el juguete clavado en la pantalla, como si fuera una espada. Después, la televisión empezó a balancearse y se venció hacia delante, con un fuerte estruendo. 
Hannah se asustó mucho y dio un gritito. Kurt se llevó la mano a la boca. Y yo miré el mando por unos segundos, incapaz de asimilar lo que había pasado. 
·                     Mierda, mierda, mierda. 
·                     Chicos, ¿qué ha pasado? ¿Estáis todos bien? 
Escuché la voz de papá antes de verle bajar por las escaleras. Aquello era malo, era muy malo. ¡Me había cargado la tele! Asustado, me escondí tras el sofá, pero aún así pude escuchar perfectamente el grito de papá. 
·                     ¿¡PERO QUÉ HA PASADO!?
·                     Bwaaa, papi, ¡ha sido un accidente! – lloriqueó Kurt. 
·                     ¿UN ACCIDENTE? ¿QUÉ HACE AHÍ ESE AVIÓN? ¡ZACHARY!
Papá sabía que el avión era mío, claro. Respiré hondo y asomé la cabeza desde mi escondite.
·                     Ho… hola, papi. 
·                     ¿Hola, papi? ¿HOLA, PAPI? ¿CÓMO QUÉ “HOLA, PAPI”? 
Hannah empezó a llorar, no sé si porque se había asustado o porque papá estaba gritando. En cualquier caso, eso hizo que mi padre respirara hondo intentando calmarse. 
·                     Os quiero a los cuatro ahí sentados. ¡YA!
·                     Papi, ellos no han hecho nada – susurré. – Ha sido mi culpa, yo lo he estrellado, pero ha sido sin querer. 
·                     ¿Sin querer? ¿Es que el avión se puso a volar solo por la casa? – me increpó. 
Estaba muy, muy enfadado. Me miré los pies y deseé que me tragara la tierra.
·                     No, lo pilotaba yo, pero no quería estamparlo – le aseguré y casi pude adivinar su respuesta. 
·                     ¿Y POR QUÉ RAYOS LO VOLABAS DENTRO DE LA CASA Y NO EN EL JARDÍN?
Eso mismo me pregunté yo. Sabía que papá quería una respuesta y en ese momento no se me ocurrió ninguna mejor que esta: 
·                     No lo pensé.
·                     ¿Que no lo pensaste? ¿Qué te dije ayer, Zach? Te dije que antes de usarlo leyeras las instrucciones. Y en las instrucciones, ¿QUÉ PONE?
·                     Que…. Que no se use en el interior – musité. 
·                     ¿ACASO ERES INCAPAZ DE SEGUIR UNA INSTRUCCIÓN TAN SENCILLA? Entonces es que a lo mejor no estás preparado para tener un juguete así. 
En ese momento se me humedecieron los ojos y, cuando pestañeé, se me cayó la primera lágrima. 
·                     Papito, solo estábamos jugando – lloriqueó Kurt. 
“Ay, enano, gracias por defenderme, pero no te metas, que te salpicará a ti también”. 
·                     ¿Quién estampó el avión, Kurt o tú? – me preguntó papá, con una duda repentina. 
·                     Yo, papá. Ta-también lo choqué contra la lámpara de mi cuarto – decidí tapar al enano, porque yo ya estaba muerto y no quería que papá le castigara a él también. De todas formas había sido mi culpa, yo era el mayor y tenía que haberlo pensado mejor. 
Kurt abrió la boca, sorprendido, e iba a decir algo, pero papá gritó por encima de él. 
·                     ¿O SEA QUE YA LO CHOCASTE Y AÚN ASÍ SEGUISTE? ¿Pero cómo puedes ser tan imprudente? Sube a mi cuarto, Zachary. Sube, que yo voy a tardar, porque primero tengo que calmarme. 
Intenté reprimir un sollozo y empecé a escabullirme hacia las escaleras. 
·                     ¡No, papi, el de la lámpara fui yo! – gimoteó Kurt. 
Me quedé paralizado. Enano tonto y sincero, echando por la borda su posibilidad de salvarse. 
·                     ¡Fui yo, papi, no te enfades con Zach! ¡Yo le pedí que jugáramos con el avión, es mi culpa!
En eso último tenía razón, pero sabía que no era justo culparle. Yo tendría que haberle dicho que nos fuéramos al jardín, sobre todo después del primer choque. Tendría que haber sabido que no era seguro volarlo dentro de la casa. 
Vi cómo papá se apretaba el puente de la nariz, para no estallar con el enano. Estaba intentando tranquilizarse y a mí me preocupó que no lo consiguiera, así que caminé hasta Kurt y le envolví con el brazo derecho en ademan protector. 
·                     El enano solo quería jugar. Estaba conmigo, fue mi culpa. 
Papá me miró con los ojos endurecidos durante unos segundos, pero después su mirada se suavizó. 
·                      Kurt, sabes que no puedes jugar con la pelota dentro de casa. Pues con esto lo mismo. 
Pensé que Kurt diría algo así como “no lo sabía, papi”, pero mi hermano era demasiado honrado incluso para eso. 
·                     Me pareció un poco grande para volarlo dentro – admitió. 
·                     Pero yo no le dije nada, y soy el mayor, así que pensó que estaba bien – añadí, rápidamente. 
·                     Zach, deja de intentar cubrirle, que no me lo voy a comer – me regañó papá, en un tono mucho más suave al que había estado usando antes. Se agachó y estiró los brazos. – Kurt, ven aquí – le llamó. 
Mi hermanito se soltó de mi agarre y fue hasta papá, que le cogió en brazos. 
·                     Nunca, nunca, dejes de ser tan sincero, mi vida. Estoy muy orgulloso de ti, por ser un niño tan bueno y tan noble – le dijo, y le dio varios besos seguidos. – Yo sé que fue un accidente, campeón, pero los accidentes ocurren y por eso son las normas de seguridad. No es la tele lo único que me preocupa, Kurt – añadió, mirándome también a mí. – Podríais haber dado a alguno de vuestros hermanos o la televisión se podría haber caído encima de alguno de vosotros. 
·                     Perdón, papi. No lo vuelvo a hacer. 
·                     Quiero que te vayas al rincón por cinco minutos, enano.
·                     ¡No, papi! – protestó. 
Papá no le escuchó y le llevó a la esquina. Cogió una silla y le sentó en ella de cara a la pared. Kurt se levantó con un puchero y papá le volvió a sentar. 
·                     Te levantas otra vez y te doy, ¿entendido? – le dijo y ahí entendí que de verdad estaba enfadado. Nunca le hablaba así a los peques. 
·                     ¡No la pagues con él, que no tiene la culpa! – le chillé. - ¡Él no quería hacer nada malo! ¡No te ha desobedecido porque nunca le has dicho que aquí dentro no puede volar un avión!
·                     Nunca se lo he dicho, pero no debería ser necesario. Y no me grites, Zachary.
·                     ¡Te grito si me da la gana! – repliqué, frustrado. Sabía que me la había ganado y estaba nervioso y no medía lo que decía. Papá caminó hasta mí y me dio una sola palmada, a modo de advertencia. 
PLAS
Bueno, fue mejor que un tortazo, aunque me morí de vergüenza porque Hannah y Harry lo hubieran visto. No era la primera palmada que me llevaba delante de ellos, sobre todo de Harry, pero esa vez me avergoncé de verdad porque sabía que había sido un estúpido. Seguía teniendo los ojos húmedos y nuevas lágrimas comenzaron a rebosar. 
- ¡Kurt no rompió la tele, solo la lámpara y lo hizo sin querer! ¡Tiene seis años y no le puedes pedir que use el sentido común porque apenas sabe lo que es eso! – protesté, lleno de rabia. - ¡Y ahora pégame si quieres por chillar, pero sabes que tengo razón!
Pese a la fiereza de mi discurso, me encogí un poco. Tal vez cabrear más a papá no era la mejor de las estrategias en aquel momento… Sin embargo, en lugar de sentir un azote o escuchar más gritos, escuché un suspiro. 
- Tienes razón – susurró papá. – Kurt, puedes ir a jugar, tesoro. Nunca más el avión dentro de casa, ¿vale?
Mi hermanito se giró lentamente y asintió. Se frotó los ojos y pensé que a lo mejor había llorado un poquito pero enseguida entendí que era de sueño. Caminó hasta Hannah y pidió su peluche y luego se echó en el sofá usándolo de almohada. Papá se acercó a darle un beso y le hizo un mimo a Hannah y otro a Harry. 
·                     Zach, a mi habitación – me indicó, y aquella segunda vez obedecí en el acto. 

·                     AIDAN’S POV -
Había roto la televisión. Mi mocoso irresponsable había roto una televisión de mil dólares por jugar con un avión dentro de la casa. ¿Por qué pensé que era buena idea regalarle un objeto volador a un pequeño kamikaze como Zach? 
Zach y Kurt juntos tenían las mejores cualidades y las mentes más traviesas. Se defendieron el uno al otro como verdaderos cachorros de león y me hicieron sentir orgulloso de su nobleza, del cariño que se sentían y de su valentía. Pero no podía dejar que esas virtudes me cegaran. La habían armado demasiado grande. 
Zach me hizo ver que no hubiera sido justo castigar a Kurt. Había logrado controlar mi enfado con el enano casi por completo, pero le regañé muy duramente cuando se levantó de la silla, en la cual no tendría que haberle sentado. Había sido un accidente y mi hijo era demasiado pequeño como para hacerle responsable del mismo, sobre todo cuando su hermano más mayor y supuestamente más prudente estaba con él. 
Kurt iba a tener una oportunidad de demostrarme que había aprendido y no volver a hacer algo como eso, pero no podía ser tan indulgente con Zach. Él tenía que ser más razonable. Eran trece años ya, suficientes para saber que los aviones teledirigidos no se vuelan dentro de la casa. Sobre todo cuando teníamos un estupendo jardín al que no le hubiera costado nada salir antes de romper la tele. Grrr. 
Cuando subí a mi cuarto encontré a Zach abrazado a Michael. Cierto, me había olvidado de que mi otro hijo estaba ahí. Mike me miró como si yo fuera la malvada bruja de Hansel y Gretel. A saber qué injurias le había dicho Zachary sobre mí. 
·                     Michael, campeón, déjame hablar con tu hermano. 
·                     ¿Hablar?  - preguntó con rintintín. 
·                     Por favor, no lo empeores – le pedí. 
·                     ¿Qué suele decir Ted para salvaros de un lío? – le preguntó Michael a Zach.
·                     No lo sé, pero casi nunca funciona. Solo consigue que papá esté menos enfadado. 
·                     De eso ya te has encargado tú solo ahí abajo, Zach – le dije. – Has dado la cara por tu hermanito y has reconocido tus errores sin echar balones fuera. 
·                     ¿Y eso no basta para conseguir una amnistía? – tanteó. 
·                     Nop. Pero me olvidaré de que intentaste mentirme descaradamente con lo de la lámpara, solo porque tenías buena intención y porque impediste que fuera injusto con Kurt. Venga, Michael, déjanos. Te prometo que te lo devolveré enterito. 
·                     ¿Qué hizo tan malo, de todas formas?
·                     Me cargué la tele – susurró Zach y Michael abrió mucho los ojos. 
·                     Ay, enano, de eso no te puedo salvar. 
·                     Lo sé – dijo Zach, con un puchero. 
Michael le frotó el hombro para darle ánimos y por fin se marchó. Yo cerré la puerta detrás de él. Zach no me dio tiempo ni a girarme para mirarle. 
·                     Papi, lo siento, de verdad lo siento. Sé que una televisión es muy cara, no me des paga en todo el año, te ayudaré a pagarla, yo…
·                     ¿Ni siquiera ha empezado el año y ya estás ofreciendo tus ahorros? – le pregunté. -  Te voy a ser sincero, Zach: ahora mismo me puedo permitir otra televisión. Las cosas están muy bien económicamente, gracias al último libro. Eso no significa que quiera pagarlo.
·                     Por eso, yo lo haré, yo…
·                     Tardarías más de un año en poder pagar un televisor – le indiqué. – Si lo hubieras hecho a propósito, ten por seguro que te obligaría a hacerte responsable. Pero ha sido sin querer y eso es lo único que te va a salvar de ser un niño pobre. 
·                     Pero sigo siendo un niño en problemas, ¿no?
·                     ¿Entiendes por qué? – le pregunté. 
·                     Porque he roto la tele. Y era algo que se podía haber evitado perfectamente si yo no hacía el cafre. 
·                     Necesito asegurarme de que la próxima vez lo pensarás mejor, Zach. Tienes tendencia a las imprudencias. 
·                     Llevaba un tiempo sin explotar nada – se quejó. – Por lo menos tres meses, desde los petardos. 
·                     Intenta que la próxima sea al menos dentro de seis - le respondí y me senté en la cama. 
·                     ¿Estás muy, muy enfadado? – me preguntó, con ojos brillantes. 
·                     No, Zach. Ya se me ha pasado un poco. Me llevé un buen susto, solo eso. Pero es verdad que en las instrucciones ponía bien claro que era para usar en el exterior. 
·                     Me olvidé – me respondió con un puchero. 
·                     Pues me voy a encargar de que no se te olvide ya más. Quítate el pantalón. 
Zach me hizo caso y se desabrochó los vaqueros con lentitud. Los bajó un poco y se acercó a mí, dejándose guiar para tumbarse encima de mis piernas. Le acaricié el pelo, a medias para tranquilizarle y a medias para recompensar su buena actitud. Después bajé un poquito más su pantalón y levanté la mano derecha. 
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Ay… PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Asfg PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS Ouch… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS  Au PLAS PLAS PLAS 
·                     Ay… ¿Pero por qué tienes tan dura la mano, joder?

·                     ¿Y tú por qué tienes la lengua tan suelta? – le regañé. 

·                     No te enfades, papi, solo era un comentario inocente.

·                     Un comentario inocente acompañado de un taco y ahora mismo no te conviene empeorar tu situación, señorito. 

·                     Perdóoon. 

·                     No estoy jugando, Zach. Rompiste el televisor y fuiste PLAS… un completo  PLAS…. irresponsable… PLAS

·                     ¡Ay!
Esas fueron algo más fuerte que el resto y él lo notó, pero no esperaba que se pusiera a llorar. Había aguantado sin hacerlo hasta entonces.

·                     ¡Bwaaa! Tendré más cuidado, papá.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS 
·                     Eso espero, cariño – le dije y le ayudé a levantarse. 
Se colocó la ropa con una mano y se frotó los ojos con la otra y cuando terminó le acerqué a mí de un abrazo. 
·                     Te esperabas más y lo sabes – le susurré. – Tu padre se está volviendo un blando.

·                     No sé quién te dijo eso, pero dile que te mintió – protestó y se removió entre mis brazos. 

Pensé que quería soltarse y le di su espacio con algo de tristeza, pero solo se estaba quitando las zapatillas para subirse del todo sobre mi cama. Se hizo un ovillo a mi lado y apoyó la cabeza sobre mis piernas. Pasé un dedo por su carita y le limpié los restos de lágrimas. 

·                     Has sido muy malo, así que me tienes que mimar mucho mucho – me anunció y me hizo sonreír. 

·                     Todos los mimos del mundo para mi campeón. 



N.A.: Le recomiendo ese libro (Más fuerte que el odio) a todo el mundo, la verdad, aunque advierto que leerlo duele. 

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