Páginas Amigas

lunes, 8 de julio de 2019

CAPÍTULO 9




Marcos se despertó al escuchar un sonido muy particular, como el de un perrito olfateando. Cuando abrió los ojos, se encontró con los de Gabriel, azules y limpios, que le miraban con interés. El niño le estaba olisqueando y en ese momento se mostraba bastante interesado en el olor de su pelo.
-         Buenos días a ti también – saludó Marcos.  - ¿Has dormido bien?
Se había empeñado en hablar mucho, aunque el chico no pudiera entenderle. Con suerte, además de a su voz, acabaría por acostumbrarse a las palabras y algún día estaría preparado para aprender alguna.
Le observó en silencio por unos instantes. Gabi tenía un rostro angelical y juvenil. En ese momento estaba tranquilo, así que no enseñaba los dientes ni gruñía. Si tan solo pudiera enseñarle a comunicarse… A comunicarse de forma elaborada, como una persona.
Las tripas de Gabriel sonaron ruidosamente y Marcos le sonrió.
-         Hora de desayunar. ¿Me esperas aquí mientras lo preparo?
Se levantó de la cama y el niño le observó con curiosidad. Gateó sobre las sábanas y puso un pie en el suelo, como tanteando el terreno.
-         No, no. Quédate – dijo Marcos.
Como los gestos funcionaban con él mejor que las palabras, le agarró las piernas y se las puso sobre la cama. Gabriel pareció entender, porque no volvió a intentar levantarse. Con la tranquilidad de que le dejaba en un lugar seguro, Marcos fue a asearse un poco y a preparar el desayuno.
Sabía que Gabriel no reaccionaba demasiado bien ante los vasos de cristal o los cubiertos. Ya no se alteraba tanto como en sus primeros días en el hospital, pero lo más probable es que si le ponía un vaso de Colacao, no se lo tomara. Ni siquiera estaba seguro de que el niño supiera entender que se trataba solo de leche con cacao. ¿Sabría lo que era el cacao?. En el hospital, se habían limitado a darle fruta, porque era lo único que quería desayunar, pero Marcos decidió hacer algo más. Peló y partió una mandarina y la puso en un cuenco. Después tostó dos rebanadas de pan y las untó de mantequilla. Por último, cogió un pedazo de chocolate de la despensa. Se hizo un café para sí mismo y después fue buscar a Gabi.
Se llevó un buen susto cuando no le vio en su habitación, pero enseguida dio con él en otro de los dormitorios de la casa. Gabriel había deshecho la cama y estaba saltando juguetonamente sobre el colchón. A Marcos se le escapó una sonrisa: eso no era muy diferente a lo que hacían otros niños. Le gustó ver ese pequeño deje infantil, un comportamiento no muy distinto del que se esperaba de una persona de su edad. Quizá era más propio de chicos más pequeños, pero no se iba a poner tan tiquismiquis: Gabriel parecía contento y eso le provocó un inexplicable calor en el pecho.
Sabía que tenía que sermonearle un poco, no obstante. No porque el niño fuera a entenderle, pero sí para que asociara determinadas acciones con un tono disgustado.
-         No se salta sobre la cama, Gabriel. Mira cómo lo has dejado todo. Ahora la tengo que volver a hacer.
Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, caminó hasta él y tomó al niño de la mano para que se bajara. Gabi tiró un poco, no para resistirse, sino sin entender el repentino contacto. A los pocos segundos, comprendió que se suponía que tenía que seguirle y se dejó llevar. Marcos pensó que en realidad era un chico bastante dócil. Solo se ponía terco y a la defensiva ante las cosas que le daban miedo.
Le llevó al comedor y le puso al lado de la silla. Gabriel se sentó, como la noche anterior, aparentemente reconociendo el lugar y la posición. Marcos le sirvió el desayuno que había preparado y el niño cogió con la mano un gajo de la mandarina, lo olió y se lo metió en la boca. Se acabó la fruta en pocos segundos y después miró las tostadas como si fueran un objeto sospechoso. Las tocó con un dedo, casi esperando que el pan le mordiera o se transformara en otra cosa.
Marcos optó por coger una de las rebanadas y darle un mordisco, para que entendiera que eran para comer. Gabriel abrió mucho los ojos, como si jamás se le hubiera ocurrido darle ese uso. Cogió el otro trozo y chupó la mantequilla. Paladeó el sabor por unos instantes y después le dio un mordisco, abriendo mucho las mandíbulas y haciendo un sonido gutural, como el de un león antes de morder a su presa.
-         ¿Está rico? – le preguntó Marcos.
Gabriel le miró sin dejar de comer. En cuanto se acabó la tostada, Marcos le ofreció el chocolate. Era una porción pequeña, y Gabriel la tomó en la palma de su mano. La examinó desde todos los ángulos, la olisqueó y le dio un lametón tímido, casi como preguntando si eso también era para comer. Finalmente se lo metió en la boca y de pronto se puso de pie. Marcos se asustó por el movimiento brusco. Gabriel se señaló los labios con muchos aspavientos, abrió la boca y dejó ver la chocolatina medio derretida. Se la tragó ruidosamente y levantó las cejas. Dio un par de golpecitos en la mesa, como si estuviera tocando un tambor. Marcos entendió que era su peculiar forma de mostrar entusiasmo.
-         Te ha gustado, ¿no?
Gabriel se acercó a él y le cogió un brazo. Le abrió la mano, le examinó las mangas y repitió la operación con el otro.
-         No, Gabi, no tengo más. Mañana te doy otro. Pero, ya que tienes tanta hambre y de momento estoy teniendo mucha suerte, vamos a probar con un poco de leche – le dijo y fue hasta la nevera de la cocina para coger un cartón. Buscó también una taza algo vieja con el dibujo de una vaquita. Echó la leche en la taza delante de él, para que el niño viera de dónde salía y no pensara que había aparecido en el recipiente por arte de magia.
Gabriel le miró con interés por unos momentos, pero luego se dejó caer en la silla sin entusiasmo. Era muy expresivo, así que el gesto resultó muy elocuente.
-         Sí, ya sé, ya sé. No es chocolate. Pero está bueno también, ya verás.
Le acercó la taza y el niño pasó los dedos por el dibujo. Recorrió con el índice toda la superficie y después metió la yema en la leche. Se lamió el dedo y ya no mostró más interés. Marcos intentó acercarle la aza a la boca, pero Gabriel le dio un manotazo y tiró la taza al suelo. El chico se comunicaba a base de manotazos cuando algo no le gustaba y Marcos se esforzó por recordar que no estaba siendo caprichoso, simplemente era su forma de decir “no”.
-         No hacía falta hacer eso – le reprochó. Se levantó a por un trapo pero entonces Gabriel intentó ponerse de pie. - ¡No! – le gritó. – Te vas a clavar un trozo.
El niño iba descalzo y la taza se había roto al caerse. Gabriel se encogió ante el grito, pero después continuó con lo que se proponía. Marcos le agarró por debajo de las axilas para levantarle y que sus pies no tocaran el suelo. Gabriel se puso a patalear, desesperado y justo en ese momento la puerta de la casa de abrió: su hermano había entrado, con sus llaves de repuesto. Eran apenas las diez y media de la mañana. El viaje desde Sevilla era de cinco horas. ¿Acaso Rubén no había dormido por ir a verle?
-         ¡Mfggh! – Gabriel gruñía y bufaba con indignación y seguía revolviéndose para que Marcos le soltara. Finalmente, una de sus patadas le acertó justo en la entrepierna, y Marcos dejó escapar un quejido de dolor.
-         Vaya, hermanito – le saludó Rubén. Veo que lo de ser padre te sienta como un dolor en los co…
-         Muy gracioso – le interrumpió. No digas tacos delante de él, a ver si lo primero que va a aprender a decir es una palabrota. Deja de reírte y ven a echarme una mano, ¿no?
Gabriel, al ver que no le soltaba, le dio un mordisco.
-         Una mano al cuello de ese mocoso, más bien – replicó Rubén, ya más serio. Se acercó y recogió con cuidado los restos de la taza. - ¿Qué ha pasado?
-         Nada, creo que la leche no le gusta, o tal vez sea la taza.
Gabriel se agitó todavía más, ahora asustado por la presencia de un desconocido. Marcos le dejó en el suelo y el niño corrió hasta el sofá y se subió encima, como si estar ahí arriba pudiera protegerle del extraño.
-         No mentías al decir que es un salvaje, ¿no? ¿Y cómo lo piensas domar? – preguntó Rubén.
-         No me entiende cuando le hablo. Hay que tenerle paciencia.
-         Precisamente porque no entiende las palabras, deberías hablarle con más firmeza. Que vea que estás enfadado – le aconsejó su hermano.
-         ¿Qué quieres decir?
-         Mostrarle quién manda. No me mires así. Se comporta como un animalito, tú mismo me lo dijiste, así que tiene que entender que tú eres el macho alfa.
Marcos rodó los ojos. Rubén siempre había sido el más bruto de los dos.
-         Gabi, baja de ahí, no pasa nada – le pidió y se acercó al sofá para tratar de que bajara. El niño le gruñó y se agachó ligeramente, en una pose de ataque y cuando Marcos acercó la mano chasqueó los dientes, como si quisiera decir “si te acerca más, te muerdo”. Marcos le ignoró y le agarró del brazo, pero entonces Gabriel le clavó las uñas y le dio un arañazo tremendo, dejándole un pequeño rastro de sangre.
-         ¡No se araña! – bramó Rubén y dio una palmada en el aire. El sonido del aplauso sobresaltó a Gabriel, que se apoyó en el respaldo del sofá y se hizo pequeño, abrazándose las piernas. - ¿Lo ves? Firme y enfadado. Ahora ha entendido que eso no lo puede hacer.
-         Me parece que solo ha entendido que eres grande y das miedo, Rubén. Anda, mejor espérame en la cocina. Aún no te conoce y le asustas. Conmigo ya va teniendo confianza.
Su hermano accedió a su petición, refunfuñando. Marcos contempló al niño hecho bolita frente a él y supo, como si no lo supiera antes, que se le echaban encima unos días bastante difíciles.

3 comentarios:

  1. Qué bueno que estés actualizando todas tus historias

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  2. Me encanta esta historia. Es original de los relatos de x aqui. Ya deseo seguir y ver como se las arreglan estos dos Marcos y Gaby. Por favor continua pronto.
    Grace

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  3. Ojalá algún día logren comunicarse y es que si se le vienen días complicados!!..
    Jajaja su hermano llegó con muchas reglas!! 🤦🏼‍♀️

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