Páginas Amigas

lunes, 6 de enero de 2020

Capítulo 16




Daniel POV
La mañana siguiente me levanté temprano para avanzar en mis estudios bíblicos antes del desayuno y de la reunión. Pero antes de comenzar a estudiar abrí la carpeta que había encontrado con los archivos de registros. Yo estaba realmente sorprendido con el nivel de control que tenía el pastor sobre los feligreses. No solamente tenía un control perfectamente actualizado de asistencias y contribuciones, tenía también información precisa de cada familia como ingresos, domicilio, teléfono e incluso en algunos casos ¡historial médico!
Cuando abrí el Excel en el que llevaba la contabilidad del dinero, quedé más asombrado: los ingresos por ofrendas y diezmos de las seis iglesias distribuidas a lo largo del país sumaban más de un millón de pesos al mes, porque a pesar de que la mayoría de las familias eran de clase baja, la iglesia recibía aproximadamente el 20% del ingreso de las más de mil familias, superando este monto. La mayor parte del costo se iba a rentar los salones dónde hacían las reuniones, pero otra parte importante era para los pastores, especialmente para el pastor Enrique.
Cerré espantado el documento al escuchar la puerta del estudio abrirse, pero entró la cabecita del pequeño John:
—Ya está el desayuno.
—Gracias, ya voy.—Le dije y me levanté para seguirlo al comedor. El tiempo se me había ido revisando los documentos de la iglesia y no los estudios bíblicos.
Durante el desayuno que consistió de chilaquiles con pollo y jugo de naranja recién exprimido, el señor Pedro le dijo al pastor Enrique que tenía que ir a la ciudad de México un par de días para ver algo de sus negocios, y que le encargaba a sus hijos. Después, en medio de las protestas de estos, le dijo que tenía autorización de corregirlos si era necesario. A lo que el pastor accedió diciéndolo que los cuidaría como a sus propios hijos, castigándolos como tales si era necesario.
El pastor rompió este incómodo momento dirigiéndose a mi:
—Daniel, vi que te levantaste temprano a estudiar. ¿Qué enseñanza estás estudiando?
Casi me atraganto
—El diezmo y las ofrendas.
—Entonces vas bastante rápido, ojalá si estés estudiando bien y no nada más por encima.—me dijo amenazándome sutilmente—Y cuéntanos un poco qué es lo que has aprendido acerca del diezmo.
—Bueno—dije tratando de recordar algo, pues realmente no había estudiado todavía esa parte—el diezmo es como un impuesto.
—Un impuesto, jajaja.—comenzó a reírse Pablo pero se calló cuando su papá se le quedó viendo
—Hijo no te burles de las cosas de la Biblia si no quieres que te castigue antes de irme.
En ese momento el pastor tomó la palabra:
—Pues aunque no lo crean, Daniel tiene razón. El diezmo inició como un impuesto para los israelitas, pues en sus inicios era un gobierno teocrático, pero ahora ha pasado a ser un tributo que pagan los cristianos por ser ciudadanos del Reino Divino, que es utilizado para la expansión del mismo.
—Papá, deberías de contratar un abogado o un contador para que te hiciera también una estrategia para tus diezmos papá. —Dijo Miguel
En ese momento Pedro se levantó de la mesa y ya iba a castigar a su hijo, pero el pastor le hizo un ademán de que se sentará, y Miguel tragó saliva.
—Pues tendría que conocer muy bien la Biblia, pero afortunadamente, a diferencia de las leyes fiscales del hombre, esta es bastante clara y deja poco margen a la interpretación y manipulación.
Todos respiraron aliviados, pues el pastor no había considerado el comentario como una falta de respeto a la palabra sagrada.
—Tengo una duda—aproveché para preguntar una duda genuina y distraer al pastor de lo que me estaba preguntando—¿la iglesia y los pastores pagan impuestos?
Por un momento me pareció ver enojo en su cara, pero desapareció inmediatamente.
—Pablo, hijo, nos lees Mateo 22:21—pidió y el niño asintió y rápidamente sacó su celular y buscó el versículo en su Biblia electrónica
—"Dad al Cesar lo que es del Cesar, y a Dios lo que es de Dios"
—Ahí está la respuesta Daniel. Los cristianos deben pagar sus impuestos al gobierno y también a la iglesia, pero no olvides que la iglesia está por encima del gobierno, por lo tanto no, no pagamos impuestos. Ese dinero se usa mejor para expandir el reino divino que para enriquecer gobernantes.
Cuando terminamos el desayuno el señor Pedro se despidió de sus hijos y de nosotros y se fue a preparar lo último para su viaje, y los demás nos fuimos al estacionamiento pues como era fin de semana sus hijos no tenían escuela y nos acompañaban a la reunión.
Cuando llegamos al hotel donde eran las reuniones, yo me fui con los dos niños más chicos al área que habían habilitado para los estudios bíblicos infantiles. Se suponía que mi labor era de pastorear y discípular a los niños, actuar como capellán, disciplinarlos si era necesario, y supervisar los dos grupos de edades, pero no de dar las clases, pues en eso se rotaban algunos padres o muchachos mayores.
—Hermano, pastor Daniel. —me interrumpió uno de los chicos de unos 18 años que ayudaban en estos estudios—no llegó el hermano Fabián.
—No te preocupes Reynaldo, yo me hago cargo del grupo.—le dije pues Fabián era el papá que le tocaba dar la enseñanza al grupito de aproximadamente unos once niños entre 10 y 13 años de edad, incluyendo a Pablo y a Benjamín.
Cuando entré al salón todos se quedaron callados observándome.
—Buenos días, niños. ¿Cómo están?
—Bien—me dijeron todos.
—Qué bueno. Como ustedes ya saben yo soy su nuevo pastor, pero además les daré la clase hoy, pues Fabián no va a poder venir.
—Urra!—gritaron unos niños que estaban sentados en la esquina del salón, entre los que estaban Pablo y Benjamín, pero se callaron en cuanto los miré sorprendido por su reacción. En ese momento noté que el grupo estaba dividido en dos grupos más pequeños que incluso se sentaban separados entre sí, y unos tres niños que no se juntaban con nadie.
Bueno. ¿Qué vieron la clase pasada?
—Qué no debemos decir groserías.
—Sí, que si le decimos malas palabras a nuestros hermanos nos vamos al infierno.
Todas estas respuestas del grupito que no había festejado la ausencia de Fabián.
—Pero si no nos quiso decir el maestro cuales eran las malas palabras, ¿cómo vamos a saber cuáles no podemos decir?—esto último del otro grupo.
Supuse que se podrían clasificar en teacher's pets y teacher's pests, desafortunadamente para los primeros, yo me sentía más identificado en el fondo con el grupo rebeldón.
—Eso es cierto Pablo. Vamos a hacer una cosa, como lo que está prohibido es decírselas a alguien, las vamos a ir escribiendo en una lista. —Dije dibujando tres columnas en un improvisado pizarrón. En la primera puse "prohibidas", en la segunda "solo en excepciones" y en la tercera "permitidas".
Después les pasé hojas y les pedí que escribieran las palabras que tuvieran duda para que las clasificaramos.
Se volvieron a sentar en grupitos, pero me llamó la atención que uno de los niños del grupito de bien portados se fuera al de mal portados y se quedara parado observándolos a corta distancia.
—Hijo, Benito, ¿estás bien? ¿Qué haces ahí parado? —le pregunté acordándome de su nombre.
—Sí, pastor Daniel, solo estoy vigilando que no digan las diabólicas palabras que escriben.—me respondió con una sincera sonrisa.
Mi niño interior hirvió con eso y me dieron ganas de borrarle la estúpida sonrisa de una cachetada, pero me controlé.
—No te preocupes, hijo, yo soy la autoridad y yo los voy a vigilar.
—Seguro, ¿Pastor? Yo le puedo ayudar a cuidarlos, porque son muy rebeldes.
—Seguro, mejor ve con tu equipo para poner tus dudas y escribe rebelde para ver si la puedes decir.
El niño me miró consternado y asintió con miedo, yéndose a su lugar.
Un rato después revolvimos los papeles y uno por uno los fui sacando y escribiendo en la pizarra.
Prohibidos:
Pendejo
Mierda
Necio
Idiota
Imbécil
Mula
Asno
Burro
...
Excepciones:
Tonto
Loco
...
Permitidas:
Rebelde
Pecador
...

Llevaba ya algunas cuando saqué un papel que decía "Benito"
—¿Qué es esto?—pregunté ingenuamente e inmediatamente caí en la cuenta.
—Mi nombre no es una mala palabra—protestó Benito
—Claro que sí—dijeron al unísono los rebeldones
Yo traté de controlar la risa que me dio. No podía, ni mucho menos quería, castigar a todos por esto, pero tampoco podía quedarme de brazos cruzados riéndome.
—¿Quién escribió esto?
Silencio absoluto.
—No lo voy a repetir y no quiero castigarlos a todos. ¿Quién escribió esto?—dije con más firmeza.
Un niño llenito, de cabello castaño levantó la mano y agachó la cabeza.
Ya estaba yo pensando en que estos niños serían mis aliados en mi plan, pero ver esa cabecita, antes tan risueña y bromista, agachada, me recordó que había todavía un largo camino por recorrer, incluso para liberar a estos que eran los niños con el espíritu más libre.
Por el momento tenía que hacer algo para evitar que el niño fuera castigado más severamente después, así que lo levanté de un tirón y le di dos fuertes nalgadas sobre el pantalón que resonaron en todo el salón. Seguramente me habían dolido más a mi en la mano, pero como no se las esperaba tan rápido, se quejó audiblemente y se llevó las manos atrás para sobarse.
—Perdón, Daniel—me dijo sentándose, consciente de que se había librado de una buena.

Cuando terminamos la actividad, no faltaba mucho para que terminara la reunión de los adultos, así que decidí hacer la oración de despedida:
—Cierren los ojos, chicos, vamos a orar.
Hice una corta oración pidiendo que Dios nos guiará para decir las cosas buenas y no tener la boca sucia con groserias.

Pero cuando estaba terminando, uno de los niños gritó:
—Pablo está abriendo los ojos, Daniel, ¡Pablo está abriendo los ojos!
Yo me detuve un momento sorprendido y procesando lo que estaba escuchando. Después terminé rápidamente la oración.
Estaba pensando en si tendría que castigar a Pablo o no, cuando se me ocurrió la solución.
—Benito, ¿Cómo te diste cuenta de que Pablo estaba abriendo los ojos? —le pregunté seriamente.
—Bueno, es que lo estaba vigilando porque siempre desobedece.
—Osea, que me desobedeciste, pues tu tenías los ojos abiertos. Y además, a diferencia de Pablo, que no lo vi, tu lo admites así que sí estoy seguro de ello y por lo tanto te tengo que castigar.
—¿Qué? No, ¿por qué?
—¿Me desobedeciste, abriste los ojos?
—Sí, pero era para ayudarte.
—Pues yo no te pedí eso, y en cambio lo que te pedí no lo hiciste, así que vamos al otro cuarto. —y luego dirigiéndome a los demás —pórtense bien en lo que regreso, niños.
Tomé de la mano al incrédulo Benito y lo llevé al cuarto de al lado que servía como bodega y qué además tenía un sillón en el centro y una repisa sobre la que descansaba una vara fresca, que Reynaldo cambiaba cada día.
Cerré la puerta y me senté en el sillón, poniendo a Benito frente a mí.
Benito era un niño de 13 años, algo moreno, de cabello negro y ojos cafés que estaban llenos de lágrimas. Venía vestido con un jeans descolorido, una camisa roja de cuadros y unos zapatos baratos azules.
—¿Sabes por qué te voy a castigar?—le pregunté
El asintió y se echó a llorar.
—Bueno hijo, necesito que te bajes el pantalón.
Él se desabrochó el jeans y se lo bajó sin dejar de llorar, revelando unos calzoncillos blancos de algodón, remendados y con algunos hoyos nuevos.
—También los calzoncitos. —le dije y lo acerqué para inclinarlo sobre mis rodillas.
—No Daniel, por favor no. Me da vergüenza y me va a doler más.
—Lo siento, pero son indicaciones del pastor Enrique. —le dije bajándole el calzón de un tirón e inclinándolo sobre mis rodillas. A lo que su llanto se intensificó.
Tomé la vara y la impacté sobre sus morenas nalgas.
Swish swish...
Ay! - exclamó y se intentó cubrir el trasero con las manos, pero yo se las tomé con mi mano libre y se las pusé detrás de la espalda, atrapando sus piernas con las mías.
Swish swish swish. Nuevas exclamaciones de dolor siguieron y un fútil intento por zafarse. Era claro que no lo habían castigado así en mucho tiempo, probablemente por ser un niño "perfecto", pero necesitaba darle un escarmiento de lo que sentían sus compañeros cada vez que los acusaba por cualquier cosa y disfrutaba verlos sufrir. Con esto en mente dejé caer dos fuertes varazos sobre los descubiertos muslos, que provocaron más bien una especie de alarido de dolor.
Yo lo solté y él comenzó a frotarse frenéticamente y continuó llorando a moco tendido por un par de minutos. Finalmente le subí el calzoncillo, a lo que protestó por el contacto, pero ya no quería tenerlo más tiempo desnudo. Cuando se calmó un poco más, le ofrecí unos pañuelos desechables para que se sonara y le di su jeans, que había perdido en medio del forcejeo. Se lo puso sin disimular el dolor y ya se disponía a sir cuando lo detuve:
—Tienes que hacer tu oración.
Él asintió y se regreso para hincarse en el sillón y hacer su petición de arrepentimiento por su pecado de desobediencia. Cuando se levantó me miró y me dijo:
—Perdón, pastor Daniel, por haberlo desobedecido, y gracias por la disciplina.
Cuando el salió yo esperé un momento más en el cuarto, aturdido por lo que acababa de esucchar, y el nivel de fanatismo de este niño.
Después regresé al salón, dónde todos estaban mudos. Benito se sentó con cuidado, quejándose cuando su trasero hizo contacto. Casi nadie habló mientras esperaban a qué sus padres los recogieran, pero esas miradas, algunas de confusión, otras de aprecio y una que otra de odio, hablaban más que muchas palabras.
Cuando terminé de entregar a todos mis niños, me dirigí al estacionamiento con Pablo y Benjamín.
—Wow, hasta que por fin alguien pone en su lugar a ese Benito—exclamó alegremente Pablo.
—Sí. El siempre le gusta vernos llorar y ahora le tocó a él llorar. —confirmó en pequeño Benjamín.
—¿Nunca le habían pegado aquí, verdad? —pregunté para confirmar mi supuesto, a lo cuál asintieron
—¿Daniel? Por qué sí te puedo decir Daniel, verdad?—me preguntó Pablo.
—Claro Pablo. Tú dime.
—¿Realmente crees que me vaya al infierno si le digo pendejo a alguien?
—No, la verdad no lo creo.—le dije honestamente
—Gracias Daniel, yo sabía que tu eras diferente.
—Bueno, eso no quiere decir que no crea en el infierno, y tampoco quiere decir que debas ir por ahí diciéndole así a la gente. —aclaré
—No, yo entiendo. Pero hay veces que es necesario.
—¿Estás pensando en alguien en específico?—le dije con una sonrisa pícara.
—Sí, en Benito. ¿Sí o no es un pendejo, Daniel?
Yo no pude evitar reírme y asentir.
Para ese momento habíamos llegado a la camioneta, pero cuando percibí la silueta del pastor que salió del otro lado de la camioneta, sentí que se me helaba la sangre, y Pablo también palideció.
—Pablo, en la casa hablamos respecto a ese lenguaje, y contigo también voy a hablar Daniel, pues no es posible que un pastor de niños conscienta este lenguaje.


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