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domingo, 29 de marzo de 2020

CAPÍTULO 93: FANTASMAS A MEDIANOCHE





CAPÍTULO 93: FANTASMAS A MEDIANOCHE

Papá se había propuesto mantener la normalidad pese a toda la situación con el enano. Quería que mi hermanito estuviera tranquilo e intentaba hablar de la operación como si fuera un proceso habitual. Como si se tratase de vacuna especial para la que tenía que prepararse mucho y ver a varios doctores diferentes.
La primera semana después de que nos dieran la noticia fue bastante tranquila. No había nada que se pudiera hacer inmediatamente. Mi amigo Mike arregló una cita entre su padre y el mío, pero no tendría lugar hasta el lunes siguiente porque estaba de viaje en no sé qué seminario europeo para doctores.
Andrew también le consiguió un hueco con la que según él era “la mejor cardiocirujana infantil del mundo”. Le dio hora para el viernes, cinco días después de que el cardiólogo pusiera la palabra operación en el tablero.  
Pero entremedias, en esos cinco días, yo era la única persona con la que papá podía hablar para desahogarse. Solo que no lo hizo. Ni conmigo, ni con Michael, para consuelo de mi ego. Me preocupaba que se lo estuviera tragando todo. No me creía sus sonrisas, ni su tranquilidad externa.
Me había acostumbrado a que Aidan compartiera conmigo sus preocupaciones, pero creo que él se estaba proponiendo dejar de hacer eso. Nada más había cambiado entre nosotros y, cuando comprendí eso, supe que me tenía que sentir más aliviado que otra cosa. Papá parecía empeñado en que yo hiciera únicamente cosas de adolescente, aunque en esos momentos mi “vida de adolescente” se reducía a estudiar como un burro, porque tenía muchas materias pendientes con las que ponerme al día. Además, lo de mandar muchos deberes no fue cosa de una sola vez, sino que, como el curso iba avanzando, los profesores consideraban que no todos podíamos llegar vivos y querían matarnos de estrés por el camino. La mitad de los ejercicios eran sobre cosas que no entendía, pero mis compañeros sí, porque ellos no habían perdido clases.
Fue idea de Aidan que le pidiera ayuda a Agustina para estudiar. Durante el último mes, ella había venido en un par de ocasiones para ayudarnos a mí y a Harry tal como quedamos, pero en verdad con todo lo de Michael no habíamos llegado a ponernos en serio. Me sentí un pésimo novio, le había prometido a Agus que la echaría una mano con su problema en casa, le había ofrecido las clases particulares como solución, pero me había quedado a medio camino. Ella no me guardaba rencor, pero yo sentía que la había abandonado, justo lo que le recriminé cuando estuve en silla de ruedas… Me di cuenta de que tenía que dejar atrás mi egocentrismo, si quería ser un apoyo para la gente de mi alrededor.
El miércoles Agus se pasó tres horas intentando explicarme varios temas de Geografía y fue un absoluto fracaso, porque no me entraba nada.
-         Tal vez tendrías que dejar de intentarlo – llegué a decirle. – Es tiempo perdido…

-         No digas tonterías, ¿quieres? Mañana seguiremos y verás como recuerdas muchas cosas de hoy.
No sé si como aliciente o para ponerme más nervioso de lo que ya estaba, me dio un beso que causó una reacción en cada uno de los poros de mi cuerpo. Seguimos besándonos por un rato, hasta que escuchamos una risita desde debajo de mi cama.
-         ¡Hannah!

Uno no podía tener intimidad en esa casa. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí la pequeña espía?

-         ¡Uy!… Hannah no está – me llegó su voz, mientras ella trataba de camuflarse mejor bajo la litera.

-         Tarde, mocosita – respondí y me levanté para sacarla de ahí. - ¿Qué es eso de escuchar conversaciones privadas?

-         No estabais hablando, os estabais besando. Al principio pensé que la estabas mordiendo.

Agus soltó una carcajada.

-         Qué cosas dices, enana. Anda, vete a jugar.

-         ¡Pero quiero ver! – protestó.

-         No hay nada que ver, princesa metiche. Fus, fus.

Cuando conseguí que se fuera, me dejé caer en la silla con una sonrisa avergonzada.
-         ¿Le dirá a tu padre? – preguntó Agustina, repentinamente preocupada.

-         No lo sé.

-         ¿Se enfadará?

-         No creo. No estábamos haciendo nada malo.

Aunque una charla seguro que me esperaba.

La ayudé a recoger sus cosas, porque ya tenía que irse. Me ofrecí a llevarla a su casa, pero me dijo que su madre venía a buscarla. Esperé con ella en el salón hasta que llegara, pero eso no fue buena idea, porque sentí la mirada penetrante de papá. Seguramente Hannah ya le habría contado.

Cuando escuchamos la bocina del coche, señal de que su madre ya había llegado, Agus se despidió de mí con un abrazo tímido y de los demás con un gesto de la mano.

-         Su madre podría haber entrado a saludar aunque sea. Aún no la conozco – repuso papá, después de que yo cerrara la puerta.

-         Otro día la invitamos – sugerí.

Aidan asintió y me miró fijamente. No aguanté por muchos segundos el contacto visual.

-         Papá… Estuvimos estudiando, ¿eh? Solo fue un beso de despedida.

Le observé de reojo y pude ver cómo luchaba con una sonrisa que se le quería escapar. Respiré, aliviado.

-         Por cómo lo describió Hannah, más que un beso os estabais haciendo la respiración boca a boca – me dijo y se rio ya abiertamente.

Me ardieron las mejillas y me hice el firme propósito de instalar medidas de seguridad anti hermanos entrometidos.  

-         Me alegra verte más suelto, hijo – añadió, ya mas en serio. – Y que estés bien con ella. ¿Acordasteis un precio? Hoy estuvo tres horas, mínimo apúntale cuarenta dólares.

-         Aún la estoy convenciendo de que nos deje pagarle.

-         Lo aceptará más fácil si se lo doy yo – me sugirió.

Asentí, conforme con la idea. Agus necesitaba el dinero y se lo estaba ganando limpiamente, ese era el trato que habíamos hecho.

Aquella noche decidí que tenía que ponerme las pilas si no quería volver a hacer el ridículo. Después de cenar, saqué el libro de Geografía dispuesto a memorizarme todo lo que había estado viendo con mi novia.

-         Ted, ya estudiaste mucho por hoy – me dijo papá.

-         Quiero aprenderme bien esto, pa. En clase ya lo han visto y yo no me entero de nada.

-         Bueno… Pero también tienes que descansar, ¿sí? Y desconectar un poco. Voy a acostar a tus hermanos y después vengo a por ti.

Rodé los ojos involuntariamente. No necesitaba que me llevaran a la cama como si fuera un bebé.

-         He visto eso, Ted. Te irás a la cama y espero que sin discutir, ¿bueno?

-         Sí, pa – suspiré.

Sobreprotector. Condenadamente, adorablemente sobreprotector.

No quería que se enfadara, así que le hice caso y me fui a acostar en cuanto bajó a apagar las luces. Pero no me podía dormir y no hacía más que dar vueltas sobre la cama. No quería inquietar a papá con más cosas, ni llenarle la cabeza con tonterías cuando él estaba preocupado por el enano, pero cada vez estaba más convencido de que iba a repetir curso. No me iba a graduar ese año y, aunque al principio la posibilidad de que eso sucediera me había horrorizado, en verdad era en cierta manera un alivio, porque significaba comprar tiempo: no quería ir a la universidad.

Papá y yo tampoco habíamos tenido exactamente tiempo para sentarnos a hablar del tema. Hacía un par de años habíamos medio concretado que tal vez haría un grado de maestro, o en deporte, en la universidad local. Pero ni siquiera habíamos hecho la típica visita que otros chicos de mi curso ya habían hecho con sus familias. Era una universidad pública, así que no tenía que preocuparme de los interminables procesos de selección y admisión de las competitivas universidades privadas, pero aún así, no faltaba mucho para que tuviera que sentarme a ocuparme del asunto. Y no quería. Yo no valía para la universidad. Sería dinero desperdiciado.

Y tampoco quería ni contemplar la opción de irme a estudiar a otro estado. Me negaba en rotundo. Tenía que ser el único adolescente de diecisiete años que no quería salir de casa de su padre. Pero… ¿y su papá sí quería? ¿Y si me obligaba a aplicar a esas prestigiosas universidades que siempre habían estado fuera del plan por cuestiones económicas, pero que ya no lo estaban? Papá me había enseñado el último cheque que había cobrado en el banco. Daba para toda una vida estudiando en Harvard. 
Estos y otros pensamientos no me dejaron conciliar el sueño. Por la noche, algunos temores parecen más reales de lo que son y en mis pesadillas ya no había monstruos debajo de la cama, sino un futuro yo fracasado y solo. La soledad era lo que más miedo me daba en el mundo, quizá porque no había estado solo en toda mi vida. Siempre había tenido un montón de hermanos armando bulla a mi alrededor.
En realidad, no quería repetir. Estaba seguro de que papá se sentiría tremendamente decepcionado de mí si eso ocurría. También yo estaría decepcionado conmigo mismo.
Al final, harto de estar atrapado en mi propia mente, me levanté de la cama y decidí que si no iba a dormir podía aprovechar para hacer algo productivo. Cogí mi mochila y me bajé al salón, para no despertar a mis hermanos. Probé a estudiar algo que no fuera Geografía, esa asignatura siempre me hacía sentir un inútil.
Estuve haciendo ejercicios de matemáticas hasta que escuché algo parecido a una risa apagada. Después unos pasos.
-         Espera, espera. No, no cuelgues, me bajo al salón, así no les despierto – oí susurrar a Aidan, justo antes de verle aparecer por las escaleras.
Sonaba feliz, parecía de buen humor. No me fue difícil deducir con quién estaba hablando. En ese momento, me golpearon dos realidades, una buena y otra mala. La buena era que, si no había acudido a mí para hablar sobre la operación de Kurt era porque tenía a Holly. Seguramente aquella no fue la primera noche que esperaba a que todos estuviéramos dormidos para hablar con ella largo y tendido, aparte de las pequeñas conversaciones que pudieran tener por WhatsApp durante el día.
La mala era que se suponía que yo tenía que estar durmiendo y no tenía escapatoria posible.
Papá tardó unos segundos en verme. Como estaba distraído, ni siquiera había reparado en que la luz tenía que estar apagada. Cuando reparó en mí, sus ojos se empequeñecieron y yo traté de poner la expresión más inocente que pude. Me hizo un gesto de que me estuviera quieta y yo asentí: tampoco era como si pudiera desaparecer.
Aidan siguió hablando con Holly y me dejó presenciarlo. Después de que ella terminara de contarle algo, apartó el teléfono un momento y tapó el micrófono.

- Blaine tiene un campeonato de natación con su colegio la semana que viene. Holly quiere saber si te gustaría verlo.
Abrí los ojos, sorprendido por la inesperada propuesta.
-         S-sí, suena bien.

-         Genial. Holls, allí estaremos. Sí, seguro. Nos vendrá bien. Yo creo que podrán ir todos, y así tendrá a doce personas más animándole.
Sonreí mientras le escuchaba. Así que a Blaine también le gustaba la natación. ¿Sería bueno? Me asaltó una extraña imagen de él y yo en una piscina, compitiendo amistosamente.
Papá y Holly siguieron hablando durante un rato más. Cuando colgaron, papá mantuvo su cara de felicidad durante unos momentos. Después carraspeó y se puso serio.
-         ¿Yo no te había mandado a la cama? – me preguntó.

-         Y me fui… Pero no podía dormir…

-         ¿Así que te viniste aquí, a estudiar de nuevo?

Me mordí el labio. ¿Por qué odiaba tanto que se enfadara conmigo? Papá era más blando que una tableta de plastilina. No me preocupaba la bronca, solo no quería que él se enfadara.
-         Tenía muchas cosas en que pensar y esto era mejor… - murmuré.

Papá levantó mi barbilla con delicadeza para que no le esquivara la mirada.

-         ¿Qué cosas? – interrogó con voz suave y evidente interés.

-         Tonterías.

-         Nada de lo que tú pienses podrán ser tonterías – replicó, pero después lo pensó mejor y añadió. – Excepto cuando te pones en plan autodestructivo a insultarte a ti mismo. Vamos… cuéntamelo – me pidió, haciéndome una caricia en el pelo que siempre lograba desarmarme.

-         Pensaba en lo difícil que es todo… Y en la universidad… Y… en que no quiero ir – lo último lo dije tan bajito que si la casa no hubiese estado en completo silencio papá no habría podido escucharlo.

-         ¿No quieres ir a la universidad? – preguntó papá, como si quisiera cerciorarse de que había entendido bien.

Negué con la cabeza y, a pesar de darme cuenta de lo infantil del gesto, medio escondí la cara entre mis brazos, que tenía apoyados en la mesa. Papá tiró de mis muñecas para que saliera de mi fortaleza improvisada.

-         ¿Por qué no? – se interesó.

Me encogí de hombros, pero sabía que esa no era una respuesta válida.

-         No valgo para estudiar... Y lo único que realmente quiero ser es monitor de natación… No necesito una carrera para eso.

-         Theodore – dijo papá. Esa forma de llamarme hizo que le prestara de golpe toda mi atención, pero él no parecía molesto, solo serio. – En primer lugar, si vales para estudiar. Sacas unas notas más que decentes, hijo, no debes dejar que este último año te desanime. Y, en segundo lugar, ese trabajo está bien para los veranos o los fines de semana, pero no es un trabajo para toda la vida. No quiero sonar clasista ni darte el típico discurso de que algunos trabajos son mejores que otros, pero, campeón, como alguien que ha sido camarero, barrendero, mozo de reparto, dependiente, obrero en prácticas, chico del establo y un par de cosas más, te puedo asegurar que, lamentablemente, SÍ hay algunos trabajos mejores que otros. Hay trabajos en los que te matas todo el día, te cansas físicamente y todo por un puñado de dólares que te dan para malvivir. Y luego hay otros con un horario que te permite estar con tus seres queridos, que te requieren un esfuerzo, pero no te causan lesiones ni te hacen enfermar. No son más dignos, ni más indignos, simplemente están mejor pagados y te permiten vivir mejor. Esa es la clase de trabajo que yo quiero para mis hijos. No quiero aplastar tus sueños ni controlar tu vida, así que si me dices que dedicarte a la natación es lo que realmente quieres hacer, al cien por cien, entonces iremos a por ello, como si quieres entrenar para campeón olímpico – me aseguró, sacándome una sonrisa. – Pero aún así quiero que te saques una carrera. Y no es porque yo no pude estudiar y me hubiera gustado. Tampoco es porque crea que tener una carrera sea sinónimo de prestigio, porque para mí no funciona de ese modo. Quiero que te la saques porque sé que puedes hacerlo, estoy seguro de que puedes hacerlo, y no te permito pensar ni por un segundo que no eres capaz de hacerlo.

Entreabrí los labios buscando una respuesta, pero no me salió ninguna palabra. Papá me conocía tanto… Y me quería tanto…Tenia mucha fe en mí y eso estaba bien, porque alguno de los dos tenía que tenerla.

-         Yo…

-         Sé que no he estado muy pendiente del asunto de tu universidad, pero pensaba ponerme a ello en cuanto…. Supongo que siempre hay algo, ¿eh? Está siendo un año movidito.

Asentí ante semejante eufemismo.
-         De todas maneras no creo que me gradúe ahora… - señalé.

-         Eso no lo sabes – dijo papá, con firmeza. – Te estás esforzando mucho… Te estás esforzando demasiado, diría yo. No se me ha olvidado que estabas aquí cuando tenías que estar acostado.

-         Perdón, pa.

-         Ven aquí – me llamó, abriendo los brazos. No tenía claro si la petición iba con segundas intenciones, pero me acerqué y dejé que me abrazara. – Nadie se exige más que tú mismo, Ted. Tenerte a mi lado, tenerte sano, es todo lo que necesito. Todo lo demás ya vendrá, así tarde uno, dos o los años que sean.

Apreté el abrazo y respiré hondo, notando que con esa respiración dejaba salir gran parte de la presión que estaba sintiendo. De pronto sentí también otra cosa, un picor familiar en cierta zona apenas protegida por mis finos pantalones del pijama.

PLAS

-         Au.

-         La hora de dormir es para respetarla, muchachito – me regañó. Me tensé, por si acaso había más, pero papá terminó ahí el regaño.

-         Ya me acuesto…

-         Oh, claro que sí. Pero te vas a mi cama, por desobediente – me ordenó, haciéndolo sonar como el más impensable de los castigos. Hacía eso para que no me pudiera negar con el argumento de que ya estaba demasiado grande.

-         Bueno – acepté, demasiado cansado para perder tiempo en oponer una resistencia falsa. Quería sentirme protegido por papá y estar ahí para proteger a Kurt. En su cama podía hacer las dos cosas.

-         AIDAN’S POV –

Había quedado en hablar con Holly cuando sus hijos y los míos se hubieran acostado. A ella le llevó más tiempo, porque los bebés de dos años a veces caen rendidos en la cuna y otras no están por la labor y todo lo que quieren es agua, una canción, un cuento y simplemente que te quedes con ellos hasta que se consiguen dormir.

Finalmente, me llamó cerca de la una de la mañana. Estuvimos hablando un buen rato, hasta que empezó a contarme un par de anécdotas sobre Blaine que me hicieron reír y pensé que iba a acabar por despertar a mis hijos, así que me bajé al piso de abajo. Para mi sorpresa, Ted ya estaba allí.

Terminé la llamada con Holly y me planteé qué hacer con mi mocosito. Tenía la mirada triste y fui incapaz de enfadarme con él. Después de todo había trasnochado para estudiar, no para jugar a la play. Una parte de mí se sentía hasta orgullosa. Otra sabía que tenía que enseñarle a cuidar de sí mismo, y a valorarse más… empezando por dormir bien en días de colegio.

Yo tampoco era un buen ejemplo, siempre había dormido poco porque las noches eran el momento en el que podía avanzar mis libros, o coser alguna prenda rota o tener un rato para mí. Pero Ted aún tenía diecisiete años y quería que su vida fuera lo más estructurada que fuera posible, teniendo en cuenta el caos que éramos como familia.

Terminó siendo un momento de confidencias en el que Ted me habló de alguna de sus inseguridades. Me di cuenta de que había dejado demasiado de lado todo lo concerniente a la universidad. Me justifiqué en todo lo que había pasado últimamente, pero siendo sincero había otro motivo: no estaba listo para que mi niño creciera. Pero no podía ser egoísta y negarle aquel paso importante, ni dejar que él se lo negara a sí mismo. Sabía que era una conversación que teníamos que continuar otro día, pero por lo menos logré dejarle claro que yo sí le creía capaz de sacarse una carrera. Ted era muy inteligente y muy estudioso. Podría hacer todo lo que se propusiera. Solo tenía que ayudarle a soñar alto.


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N.A.: Sé que este capítulo quedó muy cortito, pero esta semana lo he tenido difícil, porque ha sido el cierre de las evaluaciones y hacerlo online ha resultado más difícil y trabajoso que hacerlo presencial. Eso, y que además mi cerebro ha entrado en modo “cuarentena” y he pasado a dormir más horas que un koala.

Quería actualizar aunque fuera corto, y así no perder el ritmo. Además, necesitaba ir zanjando cositas porque corro el riesgo de olvidarme detalles (soy muy desorganizada y me hago notas en el ordenador que luego pierdo)

Prometo que el siguiente será más largo.

Cuidaros mucho, no salgáis de casa y si tenéis que salir a algo indispensable, lavaros muy bien las manos.

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