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jueves, 23 de abril de 2020

CAPÍTULO 7: La historia





CAPÍTULO 7: La historia
Tras escuchar aquel regaño -o amenaza, no lo tenía claro- regresé al sofá, a lamerme mi orgullo herido. Me sentía humillado, pero enseguida eso dejó de tener relevancia ante la nueva información que me había dado: ¿de verdad estaba fuera de la Tierra? A esas alturas, todo me parecía posible. Mi vida había cambiado mucho en muy poco tiempo y me habían pasado cosas que no podía explicar. Pero... personas que viven siglos... otros planetas... Era demasiado.
La incredulidad y el asombro fueron dando paso a una emoción que era relativamente nueva para mí: la nostalgia del hogar perdido. No solo una enfermedad de mierda me había arrebatado lo que más quería, sino que me veía obligado a dejar atrás todo lo que me importaba. Porque -fue gratificante saberlo- todavía había algo a lo que extrañar: Huan Yue y algunos de mis amigos, el parque que a veces atravesaba al volver de clases, los gatos del parque que por alguna razón se me acercaban siempre como si yo oliera a atún, el profesor de pintura y mis tres compañeros de aquella clase, la música de Orozco y la de Aitana, que iba a ser mi novia, aunque ella todavía no lo supiera...
¿Podría volver algún día? Una lágrima solitaria se me escapó ante el temor de ver mi vida arrancada de un plumazo, o más exactamente de verme a mí arrancado de ella. ¿Pensaría la gente que estaba muerto? ¿Que había huido de casa después de lo que le había pasado a mi madre? Esto último era lo más probable.
Koran se me acercó después de unos segundos, relajando los hombros y su postura de sargento. Restañó la gota traidora que caía por mi mejilla. El gesto me hizo sentir más pequeño.
- Lo siento. Lo que dije iba en serio, pero sé que estás sensible y no he debido hablarte así - reflexionó. Vaya, eso sí fue sorprendente. No le conocía mucho, pero su porte orgulloso me indicaba que era una persona que no estaba muy acostumbrada a disculparse. - El vocabulario de los terrícolas de tu edad es algo que nunca dejará de horrorizarme, pero tienes derecho a estar molesto conmigo.
- Ni siquiera te conozco - le acusé. - No tengo por qué creerme ninguna de tus mentiras.
- No son mentiras - afirmó, en un tono tan vehemente que no me quedó más remedio que creerle. - No me estaba riendo de ti. Todo lo que te he dicho es verdad, aunque entiendo que te resulte difícil de encajar.
Ese era el eufemismo del siglo. Un suspenso era difícil de encajar. Echar a perder un cuadro que llevaba meses pintando era difícil de encajar. Pero escuchar todo lo que yo había escuchado recientemente era una locura.
- No puedes aparecer así y traerme a este... a esta... tan lejos de casa - seguí protestando.
- No tenía opción, estaban a punto de encontrarte - me explicó y luego suspiró. - Creo que es mejor que te lo cuente desde el principio.
- ¿Qué principio? Porque si vas a contarme ochocientos años, mejor me pongo cómodo.
No lo podía evitar, cuando me ponía nervioso tenía que hacer algún tipo de comentario humorístico.
- Ya habrá tiempo para eso. Me refiero a tu principio. No sé... no sé cuánto sabes, exactamente - me dijo. Me quedé callado, así que decidió continuar. - Tú madre y yo nos conocimos en un evento musical.
- Un concierto - corregí, sin poderlo evitar. ¿Evento musical? Si al final iba a ser cierto que nació en la Edad de Piedra.
- Eso es. La banda era horrible, ruidosa, gritona.
- Un respeto para Hombres G - gruñí. - Ya me caes mal.
- Es mi opinión. Además, decían muchas malsonancias en sus canciones. En fin, el caso es que yo quería ver cómo se entretenía la gente en esta nueva época. La última vez que estuve en la Tierra las personas le dedicaban mucho menos tiempo al ocio.
- ¿Viajaste no sé cuantos millones de kilómetros para ver cómo se entretenían? - pregunté, escéptico.
- No, claro. Tenía una misión que cumplir. Lo otro fue solo un pasatiempo.
- ¿Cuál misión? - insistí.
Me miró fijamente antes de responder.
- Engendrar un heredero.
- ¿Tener un hijo? - repliqué. - ¿Esa era tu misión? ¿Con la primera que veas y ya está?
- Pues... técnicamente... fue lo que hice...
Guardé silencio mientras intentaba descifrar cómo me sentía al respecto.
- Me das asco - concluí al final.
- Cuidado - dijo, en tono de advertencia.
- ¿Cuidado qué?
- Con cómo me hablas.
- ¿O sea que tú puedes decirme que estabas buscando una humana a la que inseminar con tu esperma extraterrestre, dándome a mí como resultado y yo no puedo decir que me da asco? - bufé.
Su rostro se congestionó en una mueca de ira, pero, antes de que me respondiera, la voz impersonal nos interrumpió:
- Alteza, un guardia solicita la entrada.
"¿Alteza?" repetí, en mi mente.
- Desbloquea y abre las puertas - ordenó Koran. Se puso de pie inmediatamente y su cara cambió hasta convertirse en una máscara de perfecta impasibilidad.
Un hombre enfundado en un uniforme azul que cubría todo su cuerpo excepto su cara arrastraba un chico que debía ser tal vez un par de años menor que yo. El chico estaba blanco y al ver a Koran pareció a punto de vomitar.
- Alteza, este muchacho estaba en la sala de control sin autorización.
- ¿Sus padres?
- No quiere decir quiénes son. Su chip está dañado.
Koran asintió, haciéndose cargo de la situación. El guardia me miró, pero no hizo preguntas. El chico, por su parte, miraba al suelo como si esperase encontrar una salida secreta.
- Ven aquí - le llamó Koran.
- No, señor... - balbuceó, pero el guardia le empujó para que se acercara.
Mi padre le sujetó la barbilla y le obligó a mirarle.
- Esa sala no es para jugar - le dijo. - Está prohibido el acceso y lo sabes. Le vas a decir al guardia quiénes son tus padres o lo averiguaré yo mismo y eso no te gustará - le aseguró.
- S-sí, señor.
Si no hubiera visto con mis propios ojos lo que sucedió después, no lo habría creído. En un movimiento rápido, Koran le giró, como si quisiera devolverle junto al guardia de otro empujón, solo que, en lugar de su espalda, su mano golpeó su trasero con un ruido seco:
PLAS
El chico apenas dio un respingo y regresó junto al guardia, que inclinó la cabeza en una señal de respeto y se marchó, llevándose al muchacho con él.
- ¿Qué clase de pervertido eres tú? - pregunté, indignado, en cuanto las puertas se cerraron. - ¡Te follas a mi madre cuando aún era menor de edad y le tocas el culo a un adolescente!
- No te permito que pienses lo que estás insinuando - me gruñó. - No le toqué nada, le di un azote y al ritmo al que vas estás a punto de que te dé uno a ti también. Mide tus palabras.
Me quedé a cuadros, mi cara tuvo que ser un poema en ese momento. ¿Acababa de amenazarme con darme una palmada como a un niño pequeño? ¿Pero dónde me había metido? 
Le escuché suspirar y se frotó el puente de la nariz con dos dedos.
- Claramente, no estoy haciendo esto bien. ¿Crees que podrás callarte y escuchar antes de que pierda la paciencia contigo?
Quise decirle un montón de cosas, algunas de las cuales habrían hecho que mi querida madre se avergonzase allá donde estuviera, pero me trague la rabia y me limité a asentir. En parte porque necesitaba respuestas y en parte porque intuía que ese tipo no estaba de broma. No pensaba dejar que me tocara un solo pelo, pero tampoco iba a tentar mi suerte, principalmente porque no sabía cómo salir de allí.
- Los okranianos vivimos una media de dos mil quinientos años terrestres - continuó Koran, como si no hubiera habido ninguna interrupción. - Pero solo somos fértiles durante los novecientos primeros, aproximadamente. A veces hasta los mil.
Que alguien pudiera vivir tanto era abrumador. Hice un rápido cálculo para ver cuántas vidas humanas era eso. Más de cien.
- Cuando cumplí ochocientos cincuenta sin tener pareja, mi madre comenzó a preocuparse. De entre sus cuarenta hijos, justo yo era el único que no le había dado un nieto.
- ¿¡Cuarenta hijos!?
- Mil años dan para mucho - explicó, con una sonrisa, como si mi reacción le hubiera divertido. - Hay cuatro siglos de diferencia entre mi hermano más pequeño y yo, que soy el mayor. Pero incluso él se casó y tuvo hijos antes que yo.
- ¿No querías? - pregunté, intentando sonar indiferente. ¿No quería hijos? Eso explicaría por qué me abandonó antes incluso de que naciera.
- Sí quería, hacía mucho que estaba preparado para ser padre, pero no encontraba a la mujer indicada.
- ¿Y tu madre te presionó? - seguí preguntando, sacando conclusiones de lo que había dicho antes. - ¿Por qué? Si ya tenía nietos de otros treinta y nueve hijos. ¿Qué más le daba?
- Tenía miedo de que se acabara mi edad fértil. Y entonces tendríamos un problema, porque yo era el primogénito. Yo era el hijo al que habían educado para ser rey.
- ¿Eres... eres un rey? - quise cerciorarme, aunque entre eso y la forma en la que el guardia se había dirigido a él, parecía evidente.
- Príncipe - aclaró. - Alguno de mis sobrinos heredaría el trono después de mí, o tal vez mis hermanos, pero eso provoca muchas peleas familiares.
Apenas presté atención a eso último y volví a estudiar la habitación. No parecía el hogar de un príncipe. Quitando el mecanismo invisible que lo controlaba todo, era un lugar bastante modesto.
- Además de eso, mi madre no quería que me perdiera la felicidad de tener una familia propia y, la verdad, yo tampoco. Pero me frustré por su insistencia. Fueron décadas enteras persiguiéndome, concertándome encuentros sorpresa con varias mujeres y ya no lo soporté más. En un acto de rebeldía, establecí que me iba a emparejar con la única mujer que ella nunca soportaría: una terrícola - declaró. - Verás, no todos los okranianos están a favor del mestizaje. De hecho, técnicamente está prohibido. Muchos sostienen que debemos mantener nuestra sangre pura, especialmente en la familia real. Pero a mí siempre me ha parecido absurdo. Ya en el pasado nos hemos unido con los terrícolas, con muy buenos resultados: los hijos nacidos de la mezcla conservan muchas de nuestras características. Hércules, Aquiles, Teseo... Tu gente los estudia, aunque tienen la historia muy distorsionada.
¿Yo era una mezcla prohibida?
- Siempre he defendido el derecho de que cada uno se empareje con quien desee, así que decidí buscar a una mujer terrícola - continuó Koran. - Para serte sincero, no esperaba encontrar una compañera permanente. Tan solo quería probar un punto y molestar a mi madre - reconoció, con algo de vergüenza, pero a mí me hizo sonreír. - Si te preguntas por qué escogí la Tierra, siempre fue uno de mis lugares favoritos. Y parecía el planeta ideal para lo que me proponía. De entre los veinte planetas conocidos con vida inteligente, es el que cuenta con más mestizos, por varias razones. La primera, que los terrícolas son antropomórficos. No es igual de apetecible juntarse con una babosa gigante - ejemplificó.
¿Veinte planetas habitados? Intenté seguir el hilo de lo que iba diciendo, pero cada una de sus palabras me daban mucho en lo que pensar.
- En una cosa sí coincido con mi madre y los que piensan como ella: los terrícolas se han vuelto muy astutos y desconfiados, así que han de ser siempre incursiones en secreto. Tienen cierto desarrollo científico y están dispuestos a utilizarlo si perciben alguna clase de peligro. Tras varios sondeos, mi pueblo ha decidido que no están preparados para conocer la existencia de otros seres en el universo. No falta mucho para que lo averigüen por sus propios medios y eso acarreará otros problemas, pues no tienen la mejor fama en cuanto a descubrir nuevos territorios se refiere. Pero me estoy desviando del tema - se regañó a sí mismo.
- ¿Mi madre... mi madre fue solo una forma de fastidiar a la tuya? - planteé.
- No - me aseguró, e hinco una rodilla en el suelo frente a mí de forma parecida a un novio que está a punto de proponer matrimonio. El gesto fue raro, pero entendí que para él tenía un significado más profundo. - Te juro que no.
Quizás era una especie de ritual para hacer promesas o juramentos.
- Cuando vi a tu madre, llamó mi atención enseguida. Pero sabía que la diferencia de edad era mucha. Toda diferencia de edad con una terrícola sería mucha, pero ella era una cría aún. Intenté mantener las distancias, de verdad que lo intenté. Pero disfrutaba mucho de su compañía. Y pensé que podía esperar. Un par de años, diez. Para mí sería poco tiempo, comparado con mi larga existencia. Sin embargo, se fue haciendo más duro conforme los días pasaban. ¿Qué diferencia había entre esperar o no? Al fin y al cabo, a mis ojos siempre sería una niña. En más de un sentido - añadió. - Nosotros no alcanzamos la madurez hasta los cincuenta años. Es lo que tarda nuestro cuerpo en desarrollarse. Ese chico que has visto antes tendrá unos cuarenta años, algo menos.
- ¿Qué? ¡Pero si aparentaba quince!
- Precisamente. Hasta los cincuenta no será considerado un hombre adulto. Tú, al ser un mestizo, has tenido un crecimiento humano, pero a partir de ahora notarás que no envejecerás al mismo ritmo. Yo aparento unos treinta años para ti porque aún soy joven para nuestra especie. Este es el aspecto de un okraniano de novecientos años.
¿Yo... no iba a envejecer?
- Soy... ¿soy inmortal? - pregunté.
- Inmortal, no. Increíblemente longevo según tus estándares, sí. Nuestro cuerpo no se deteriora tan deprisa como el de los humanos. Cuando activaste tus poderes, activaste tus genes de Okran. El cambio de temperatura que sufriste se debía a todo tu cuerpo recomponiendo su información genética. Los mestizos sois muy vulnerables en ese punto, siento mucho no haber estado allí para acompañarte.
Me miré las manos intentando ver algo diferente en mi cuerpo. ¿Qué quería decir con lo de cambio genético? ¿Mi ADN había mutado?
- Yo no podía esperar a que tu madre tuviera cincuenta años. Eso sería más de la mitad de su vida. Ahí tienes un argumento en contra de las uniones mixtas: la vida humana es tan corta. Y, cuando un okraniano se enamora, lo hace intensamente. Existen algunas tragedias entre mi gente, basadas en estos romances prohibidos. Muchachos de apenas cien años que se suicidan al ver morir al gran amor de su vida.
"Muchachos de cien años" repetí para mí. "Para este hombre yo que soy, ¿un bebé de cuna?".
- Pero sí quería esperar a que cumpliera la mayoría de edad en tu mundo. Quería hacer las cosas bien. Según nuestras leyes, ningún niño debe nacer fuera del matrimonio.
- ¿Entonces por qué lo hiciste? - repliqué. Había estado escuchando sin protestar durante un buen rato, pero si me lo seguía callando, iba a explorar. - ¿Por qué te acostaste con ella y la abandonaste en aquel parque?
Koran suspiró. Se levantó del suelo y se sentó a mi lado en el sofá, pero mantuvo cierta distancia, como si no quisiera forzarme al contacto.
- Verás, Rocco. Nosotros tenemos ciertas... habilidades. Ya has notado algunas.
- El temblor de mi casa - asentí.
- Esa es una habilidad común a todos nosotros. Ciertas capacidades telequinéticas en momentos de estrés o de necesidad. No podemos usarlo a voluntad, no podría mover esa mesa con el poder de mi mente solo porque sí - me explicó. - Pero algunos de nosotros tenemos otros dones. Tú, en concreto, por lo que me cuentas, heredaste el mío: somos empáticos.
- ¿Eso qué quiere decir?
- El cambio en el color de tus ojos está influenciado por tus emociones. Pero eso es solo la superficie. Puedes conectar con las emociones de otra persona, sentir lo que ellos están sintiendo. En determinadas ocasiones, controlar lo que ellos están sintiendo. Pero nunca, jamás, debes utilizar tu don para manipular a los demás - me advirtió, con mucha seriedad.
Como la incredulidad era algo que estaba superando, permití que aquella noticia impregnara bien en mi cerebro. ¡Tenía poderes! ¡Era un X-men! O un superhéroe. Mmm. Superempático no sonaba demasiado bien. Tendría que trabajar en ello.
- ¿Me has escuchado? - inquirió, con la misma seriedad. Asentí. - Respuesta verbal.
- Que sí - medio gruñí. Qué pesado.
Suspiró y sacudió la cabeza.
- Lo que pasó esa noche con tu madre es que canalicé sus emociones. Sé supone que puedo controlarlo, pero aquella noche perdí el control. Cedí ante sus impulsos y los convertí en los míos. Y no me he arrepentido tanto de algo nunca en mi vida.
Intenté que esas palabras no me hicieran daño. ¿Se arrepentía de haberme concebido? Pues claro que se arrepentía, ¿no acababa de decir que yo era una mezcla prohibida? Y no tenía por qué dolerme. Ese hombre no era nada para mí.
- Lo que hice... Rocco, lo que hice fue un delito. Uno realmente grave, que entre mi gente se castiga con la pena de muerte.
Tal vez lo había interpretado mal. Tal vez no se arrepentía de que yo hubiera nacido, sino que se sentía culpable de cómo habían sido las cosas con mi madre.
- No fue... no fue tu culpa - murmuré. - Ella quería. Te presionó varias veces, según me contó. Y... y esa cosa con tus poderes...
- Yo tendría que haber sido más fuerte - insistió. - No pude perdonarme lo que le había hecho. Esa noche me fui y le conté a mi madre todo lo que había pasado. Le dije que, aunque según vuestra cultura las relaciones prematrimoniales ya no son un tabú, para hacer las cosas bien tenía que casarme, daba igual que ella fuera humana. Pero, tienes que creerme, Rocco, yo no sabía que se había quedado embarazada después de aquel encuentro.
- Mi madre te lo dijo - repliqué. - Te dejó varios mensajes.
- Que jamás me llegaron. Mis padres me impidieron todo contacto con la Tierra durante varios años. Solo pude dejarle el anillo, pero debí haber sabido que ella no podría hacerlo funcionar, no sabía cómo.
- ¿Ese anillo era para hablar con ella? - pregunté.
Negó con la cabeza.
- Para hacerla venir hasta mí. Es un anillo de transporte. Fue lo que nos trajo aquí - me explicó. Metió la mano en su bolsillo y sacó la joya. - Me hubiera gustado dejarle un manual de instrucciones, pero ya me resultó muy difícil enviarle aquel mensaje. Esperaba poder enviarle otro con más detalles.... Intenté contactar varias veces, pero fue imposible. Me vigilaban las 24 horas del día - suspiró. - Me dije que fue para mejor. Ella se olvidaría de mí y seguiría con su vida. Los humanos olvidan rápido. Yo en cambio pensé en ella a menudo - me confió.
Me gustó escuchar eso. La idea de que pensase en mamá en lugar de considerarla un lío de usar y tirar era bonita.
- Eventualmente mis padres se fueron relajando, mi pequeña aventura prohibida fue olvidada y pude volver a la Tierra en una ocasión a buscar a unos okranianos cuya nave había sufrido daños. No pude resistirme a observar a tu madre desde lejos y me sorprendí al ver a un niño junto a ella. Intenté calcular tu edad y estaba peligrosamente cerca de la fecha en la que habíamos estado juntos. Sabía que me controlaban desde la distancia, así que no me atreví a hacer contacto directo. Le dejé una nota a tu madre y esperé, pero nunca apareció. ¿Quería eso decir que no eras mío? No podía estar seguro... Pero mis padres me aseguraron que no. Me dijeron que eras fruto de una relación con un novio de juventud, un músico. Que tu madre había tenido muchas parejas después de mí.
- ¡Es mentira, eso es mentira! - me indigné. - Mamá no salió con nadie más hasta que yo tuve quince, y no funcionó. ¡Y no soy hijo de ningún músico!
- Sé que es mentira. Supe que era mentira cuando tocaste el anillo después de haber transicionado, hace unos días. Ese anillo es mío, está directamente conectado a mi chip.
- ¿Tu chip?
Koran estiró el brazo y me enseñó una marquita apenas perceptible cerca de su muñeca. Dio dos toquecitos sobre ella y se proyectó un holograma. Una pantalla, que parecía el menú principal de un dispositivo.
- ¡Qué pasada! ¡Llevas un móvil integrado!
- Algo así. Este chip contiene toda nuestra información esencial. Cuando tocaste el anillo, empezó a arder. Intentó traerte junto a mí, reconoció el vínculo biológico que existe entre los dos, pero debiste soltarlo antes de tiempo.
- Me quemó - protesté.
- Tú no querías marcharte, ¿verdad? Debió ser por eso. El anillo reconoce las voluntades.
Claro que no quería marcharme, mi madre estaba enferma.
- En cualquier caso, al notar el ardor del chip, pensé que tu madre me estaba llamando. Después de aquellos años, ella intentaba ponerse en contacto. Decidí encarar a mis padres. Enfrentarme a ellos de una vez por todas y decirles que renunciaba al trono si hacía falta, pero me iba a buscar a la mujer terrestre. Sin embargo, no llegué a decir nada de eso, porque les escuché hablar. Y lo que escuché lo cambió todo. Estaban enviando un equipo de asalto a tu casa, porque "el niño" había transicionado. Había despertado tu sangre okraniana. Y no lo iban a permitir. Los equipos de asalto solo tienen una misión: eliminar enemigos. Y entonces lo comprendí todo: tenía un hijo. Tenía un hijo y mis propios padres me lo habían ocultado.
El dolor en sus palabras era evidente. Debía de sentirse muy traicionado.
- Como ya te he dicho, no soy el primero en tener un hijo con una terrícola. Pero en mi caso, hay mucha gente que no está dispuesta a dejarlo pasar. No quieren que el heredero de la corona sea un mestizo. Jamás pensé, sin embargo, que nadie fuera capaz de mandar asesinar a un niño y mucho menos sus propios abuelos - musitó. - Cuando comprendí lo que se proponían, fui a buscarte. Y llegué justo a tiempo...
Guardé silencio, asimilando su parte de la historia. ¿Por qué todos mis abuelos me odiaban? Los padres de mi madre prácticamente la habían echado de casa al enterarse de su embarazo y los padres de mi padre habían ordenado mi asesinato. Viva la familia, oye.
- Cuando llegué a por ti, me asaltó una oleada de dolor insoportable. Temí... Tuve miedo de haber llegado tarde - murmuró. - Creo que empaticé con tus emociones y apenas lo pude soportar.
Me puse tenso. No quería hablar de eso. Sabía lo que iba a preguntar y no estaba preparado.
- ¿Fueron ellos? - dijo, en un tono suave. Entendí la pregunta. ¿La mataron ellos? Daba por sentado que había muerto.
- No. Fue una enfermedad - respondí, con un hilo de voz. Me negaba a llorar más.
Sin decir nada, Koran me abrazó, más fuerte aún que la primera vez. En aquella ocasión fui más consciente de que estaba entre sus brazos y decidí disfrutar de la sensación. Durante mi infancia yo había anhelado un padre y ahora le tenía ahí. No sabía qué iba a pasar con nosotros, pero al menos tenía respuestas.
Al menos no estaba solo.
Y entonces, tal como era propio de mí, tenía que romper el momento. Necesitaba relajar esa atmósfera extraña e incómoda.
- Las mujeres okranianas o como se diga deben de tener el coño más elástico que las piernas de una bailarina para dar a luz a cuarenta hijos - comenté. Una de mis bromas subidas de tono que me hubieran valido una colleja de mamá.
Si lo pensaba bien, la reacción de Koran no fue muy diferente. Así, abrazado como me tenía, inclinó mi cuerpo ligeramente hacia delante, como si quisiera cambiar de posición, pero lo único que cambió de sitio fue su mano, que bajó hasta estrellarse sobre mi pantalón.
PLAS
- ¡Ah!
Sentí un picor inesperado y un ardor intenso. Inmediatamente me tapé, intentando procesar el origen de aquel impacto.
- Llevabas pidiendo eso desde hace bastante rato - sentenció. - Y fue solo una porque aún no te he dado un inhibidor, tu transición no ha terminado y sé que en estos momentos eres hipersensible al dolor.
Poco a poco, fui entendiendo que me había pegado y mi reacción natural fue empujarle para apartarle de mí. Me encogí sobre el sofá, mirándole con sorpresa, rabia y rencor.
- No te pongas así. Tú te lo buscaste. No puedes usar ese vocabulario y te lo advertí varias veces.
No le respondí y seguí mirándole como si mis ojos pudieran desintegrarle. A lo mejor podían. A lo mejor era uno de los poderes que había adquirido. Deseé que fuera así.
Koran a su vez me miró con enfado durante unos segundos, imagino que porque le había empujado, pero después su rostro se fue relajando, hasta adoptar una expresión de comprensión.
- Tu madre nunca hizo eso, ¿verdad?
Demasiado impactado como para pensar en dejar de responder, negué con la cabeza. Creí que iba a decir algo así como "pues te hizo falta", pero en lugar de eso soltó una risita.
- Ya. Los terrícolas han relajado bastante sus métodos de crianza.
"¡Método de crianza mis cojones! ¡Animal! ¡Bruto! ¡Cavernícola!" grité en mis pensamientos. Pero, sabiamente, no lo dije en voz alta.
- Vaya, ojos rojos. Tienes que estar muy enfadado - me dijo. ¿Se estaba burlando de mí?
- No lo controlo - bufé. - Cambian solos.
- Ya lo sé. Cambian en función de lo que sientes. Te enseñaré a controlarlo.
A mi pesar, eso me dio curiosidad. Ese uso del futuro daba a entender que planeaba que me quedara con él, por el momento.
"Claro, ¿a dónde vas a ir, estúpido? " pensé.
- Y ya se fueron. No tienes tanto genio, después de todo - me revolvió el pelo. ¿Y si le mordía la mano? - ¿Tu madre te dejó perforar tu cara de esa manera? - preguntó, en referencia a mis piercings y a mis dilataciones.
- Sí - le gruñí.
- Nunca entenderé por qué la gente se hace esas cosas. Pero debo reconocer que no te quedan mal.
Eso me apaciguó un poco y mis niveles de odio bajaron ligeramente.
- Deja que te vea bien - me pidió. - Ha sido todo tan rápido, que aún no he podido admirar a mi hijo.
La forma en la que dijo "mi hijo" mientras me levantaba para hacerme un examen visual se fue abriendo paso entre mis muchas capas de miedo, rabia y orgullo.
Me dio algo de vergüenza que me observara con tanto detenimiento y me aparté un poco.
- ¿La heterocromía es porque soy mestizo? - tuve que preguntar, con curiosidad.
- No. Eso es tan especial en Okran como en la Tierra. Pero no me extraña nada. Eres mi hijo: claro que eres especial.
Ahí estaba otra vez. Esas palabras. Esa calidez que me hicieron sentir. Ese amor profundo, la forma en la que haría cualquier cosa por que nada volviera a separarnos nunca, por hacerle feliz, por hacerle entender que éramos familia.... Comprendí, con asombro, que estaba haciendo eso que había dicho: estaba canalizando sus emociones.
Koran me quería.


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