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domingo, 17 de mayo de 2020

CAPÍTULO 99: Cosas que no se deben decir




CAPÍTULO 99: Cosas que no se deben decir

Así que Alejandro bailaba. ¿Cuándo había sucedido eso? Compartía habitación con él y nunca me había dado cuenta. Me moría por hacerle un interrogatorio completo, pero se notaba que le daba vergüenza hablar del tema así que opté por no presionar. No quería molestarle: aunque nunca nos habíamos llevado mal, últimamente teníamos una relación perfecta y además había cogido la costumbre de defenderme de todo… incluso de Harry.
Trece años me parecían demasiados para hacer un berrinche más propio de Kurt. Si yo a su edad me hubiera puesto a patear el asiento, papá me habría dado una buena calentada. Claro que todo indicaba que se la iba a dar…. Y, en realidad, sentía pena por mi hermanito. Sabía que había pasado muy mal rato. El problema de hacer bromas inofensivas es que a veces no son tan inofensivas. Estaba seguro de que Harry no pretendía hacer daño al insinuar que Jandro nunca traería “buenas noticias” del colegio, pero el caso es que lo hizo. Y Alejandro respondió también con toda la artillería, revelando su pequeño accidente urinario. Desde ese mismo instante, supe que Harry se la iba a cargar, porque intuía que su preciosa boquita iba a soltar alguna perla de las suyas. La verdad es que superó todas mis expectativas, porque también se fue a las manos, con Alejandro y conmigo.
Cuando llegamos a casa Harry subió a su cuarto como un huracán, casi sin dejar que papá frenara el coche del todo. Se escuchó un portazo tremendo, y eso que aún estábamos en la entrada.
-         Ah, no, pero este mocoso… - masculló papá.

-         Déjale que se calme, ¿sí?

-         No sabes lo que me ha soltado en el coche.

-         No puede ser peor que lo que ya dijo antes – respondí. – Pero si vas ahora seguirá añadiendo leña y por lo que veo ya tiene una hoguera grandecita. Estás demasiado enfadado, pa…

Aidan suspiró y asintió, mientras se ocupaba de que todos mis hermanos entraran en casa y fueran a dejar sus mochilas. Yo ayudé a Alice y la acompañé a su cuarto, porque sabía que la enana tardaría cero segundos en descalzarse y tenía que buscar sus zapatillas de andar por casa.
Mientras estaba en el piso de arriba peleando porque los enanos se lavaran las manos para bajar a comer, escuché el sonido inconfundible de unos sollozos. Suspiré, y toqué a la puerta del cuarto de Harry antes de entrar.
-         ¡Que parte de que te mueras no entendiste, Aidan!

Abrí mucho los ojos y empujé la puerta.

-         ¿Le dijiste eso a papá? – pregunté, todavía demasiado asombrado como para sonar adecuadamente enfadado.

-         Ah, eres tú…

-         ¿Le dijiste que se muriera? – le gruñí. Me acerqué a él y le hice sentarse, porque estaba tumbado en la cama.


-         ¡Déjame! Ahórratelo, ¿vale? Ya me va a echar él la bronca.

-         Oh, eso ya lo sé, ¡y bien merecida la tienes! ¡Yo venía aquí a consolarte un rato, pero no me puedo creer que le dijeras eso! Con eso no se bromea, Harry. Ya no eres un crío, sabes que hay líneas que no se cruzan. ¡Si papá se muriera de verdad tu serías el que peor lo pasaría porque le adoras! No se merece que le hables así.

Harry me miró con el ceño fruncido durante un rato y después, lentamente, lo fue transformando en un puchero lacrimoso.

-         ¡Y tampoco le puedes llamar por su nombre! Es “papá” o “papi” para ti. “Papito” si estás en muchos problemas y le quieres ablandar – añadí, algo menos serio, al fijarme en sus mejillas brillantes y en sus ojos rojos.

-         Snif… Tú a veces le llamas Aidan, te he escuchado – protestó.

-         Pues ya no lo haré – repliqué.

Intentaba no hacerlo delante de los demás, sabía que era una costumbre fea, pero nunca lo hacía por negarle como padre. Solo que había ocasiones en la que hablábamos más como si fuéramos hermanos, y mi cerebro necesitaba diferenciarlo. En verdad hacía bastante que no le llamaba por su nombre de pila… excepto cuando me enfadé con él, el día que me castigó injustamente por coger el coche, sin atender a razones ni escucharme cuando le dije que no había sido yo. Ese día lo usé para lastimarle. ¿Me habría oído Harry? ¿Por eso lo había hecho? ¿Desde cuando él era el tipo de hermano que se fijaba tanto en mí como para buscarme en medio de la noche y empezar a imitarme? Él era más de imitar a Jandro.
-         Sé que te dio mucha rabia y mucha vergüenza que Alejandro dijera eso y sé también que con quien estás más enfadado es contigo mismo – continué. – Pero eso no te da derecho a tratar así a los demás. Si te paras a pensarlo, nadie se rio de ti.

-         ¡Eso no es verdad, Barie sí!

-         No sé lo que ella pudo decirte, no ibais en mi coche – respondí, y él se encogió un poquito, como si hubiera recordado de pronto por qué se había cambiado de vehículo. – En cualquier caso, papá no tiene la culpa y sigue sin justificar que le hablaras así. O que pateares mi coche.

La ira se fue esfumando poco a poco del cuerpo de mi hermanito, dejando solo la tristeza. Empezó a llorar más fuerte que antes, y estas ya no eran lágrimas de rabia.
-         Cuando venga a hablar contigo, lo primero que vas a hacer es ofrecerle una buena disculpa, ¿entendido?
Tardó unos instantes, pero al final asintió. Solo entonces me senté a su lado y le rodeé con un brazo.
-         ¿Qué vamos a hacer contigo, eh? – pregunté, cariñosamente.

-         ¿Crees que si le digo “papito” funcione? – tanteó.

-         Por probar no pierdes nada e igual algo ayuda, pero me parece que no te vas a librar tan fácil, enano. Desde el momento en el que te pidió que te disculparas y tu le respondiste de esa manera tan… ejem... original, quedaste fuera de toda salvación.

Harry subió las piernas a la cama y se las abrazó, ocupando muy poquito espacio.
-         Ya antes de eso – susurró. – Cuando te pegué en la cabeza. ¡Perdón! Pensé que te habías ido de la lengua.

-         Oye, sé guardar un secreto – repliqué, haciéndome el ofendido.

-         En serio. Perdón, Ted. Sé que no debo pegarte ahí. No debo pegarte a secas, pero ahí menos – murmuró, y subió la mirada discretamente, como si estuviese buscando mi cicatriz.

-         No se ve – le dije. – El pelo la tapa, ventajas de tenerlo tan espeso. Mira: igual es el momento de que deje de llevarlo tan corto. Sé que papá siempre ha odiado que me rape. Una vez intenté que me lo cortaran al cero.

-         ¿Y qué pasó? – preguntó, con interés. ¿Por qué todos mis hermanos querían escuchar los líos en los que me había metido?

-         Pues… me no me dejó. Y yo le insistí, y le dije que mucha gente se rapaba. Los militares, por ejemplo.

-         Si querías llevarlo así, tendría que haberte dejado. Es tu pelo.

-         El problema es que papá me conoce demasiado, enano – le expliqué. – Él sabía que no era porque me gustase el look, sino porque creía que me ayudaría a nadar más rápido.

-         ¿Lo hubiera hecho?

-         No creo. Es verdad que depilarse ayuda, por eso lo hago de vez en cuando. Pero cuando nado llevo un gorro. Se supone que ayuda con la aerodinámica. Papá me compró el mejor del mercado – sonreí, al recordarlo. Me había sentido un atleta profesional. – Después de darme tres palmadas por armar una escena en la peluquería.

-         ¿Solo tres? – se burló, con una sonrisa.

-         Yo no pataleé ni dije groserías – repliqué, pinchándole el costado. – Pero sí que grité un poco.

-         Eres un aburrido. Si te vas a meter en líos, hazlo bien.


-         Perdona, la próxima vez acudiré a ti para que me enseñes a armarla – me reí y él se rió conmigo.

-         ¡Ted, Michael! ¡Salgo un rato con Alejandro, no creo que tardemos! – gritó papá desde el piso de abajo.

-         ¡Vale! – respondí, y escuché la voz de Michael diciendo lo mismo desde algún punto de la casa. – Mira, enano. Parece que ganaste unos minutos más de vida.

-         ¿A dónde irán?

-         Tal vez le vaya a enseñar algún paso de baile.

-         ¿Tú crees que baila de verdad? ¿No se lo ha inventado? – preguntó Harry. Había sido una sorpresa para todos.

-         ¿Sabes? Sí recuerdo que de pequeño le gustaban mucho las volteretas y esas cosas. Y es ágil y flexible. Seguro que baila bien.

-         No sé, pero yo eso quiero verlo – sonrió.

-         Y yo también.

-         AIDAN’S POV -
El trayecto hasta casa fue inicialmente silencioso. Paramos en el colegio de Dylan, recogí a mi peque y en los asientos traseros de mi coche no se oyó ni una mosca.
-         Saludad a vuestro hermano, caramba.

-         Hola, peque – dijo Barie.

-         Hola, Dy, ¿cómo te fue? – preguntó Cole.

-         Bien. Vimos una p-película, pero no la t-terminamos.

-         Ya seguiréis mañana, campeón.

Esa fue toda la conversación. La tensión era evidente, porque Harry estaba con los brazos cruzados y la cara muy roja. Quería decirle algo, pero no sabía el qué para no provocar un nuevo estallido.
Por el espejo retrovisor, vi como Barie se apoyaba sobre Harry con un gesto cariñoso.
-         No pasa nada. Mark dice que las cosas que nos dan vergüenza a menudo son tonterías, pero le damos más importancia de la que tienen – declaró mi princesa, en un intento de animar a su hermano.
Se me congeló la sonrisa que se me estaba formando cuando observé la reacción de Harry. La apartó bruscamente y le dio un golpe en el brazo.
-         ¡Me importa una mierda lo que diga Mark!

-         Solo quería…

-         ¡Tocarme las narices, eso querías! – bufó Harry.

-         Trataba de hacerte sentir mejor. Cavernícola.

-         ¡Que te jo…!

-         Eh. No termines esa frase – le interrumpí. – Discúlpate ahora mismo, ¿qué es eso de pegar a tu hermana?

-         ¡Que se disculpe ella!

-         ¡Barie no te hizo nada!

-         ¡Existir! – gruñó.

Respiré hondo.
-         Barie, no le hagas caso, ¿sí? Solo está enfadado y la paga con todo el mundo. Mark tiene mucha razón en eso que te dice, princesa. Por cierto, ¿cómo está?

-         Bien – respondió, vergonzosita. No conseguía que me dijera mucho sobre ese tema, pero el hecho de que me hubiera contado que le gustaba y que eran novios ya era un logro. Mi hija me tenía suficiente confianza como para compartirme su primer amor.

-         Mark es imbécil y ella también – replicó Harry.

-         Basta, ¿eh? Me estoy enfadando – le advertí. -  Ya estoy enfadado, en realidad, aún tenemos que hablar de lo de antes.

-         Muérete.

-         ¿Qué has dicho?

-         ¡Que te mueras! – me chilló.

Sabía que no lo pensaba de verdad, pero aun así no era algo bonito de escuchar. No creía haberle hecho nada que justificara aquella reacción desmedida.

-         ¡Harry! ¿Pero qué burrada es esa? Cálmate. Tienes cinco minutos hasta que lleguemos a casa y después quiero hablar muy seriamente contigo.

Le escuché resoplar, pero se quedó callado y eso era un avance. Cuando llegamos a casa, sin embargo, se bajó del coche casi antes de que parara y entró en casa con malos modos, utilizando sus llaves, las cuales por cierto dejó colgando en la puerta. Cuando bajé, pude escuchar un portazo de su habitación, que resonó en todas las ventanas. Menos mal que no rompió ninguna.

Estaba harto de sus malcriadeces, pero Ted me convenció de que le dejara tranquilo. Yo también necesitaba serenarme. Entré con los demás en casa y Kurt revoloteó a mi alrededor para contarme paso por paso su día en el cole. Sonreí al notarle feliz y animado y, cuando acabó, le envié para arriba a lavarse las manos.

En el piso de abajo solo quedamos Jandro y yo y no desaproveché la ocasión. Estaba tumbado en el sofá y me senté a su lado.

-         Así que… bailarín – le dije.

Cogió un cojín y se tapó la cara con él.

-         No te lo tendría que haber dicho.

-         ¿Por qué no? Tendrías que habérmelo dicho antes, que es diferente. No tenía ni idea, canijo.

Alejandro se encogió de hombros, estaba poco comunicativo. Suspiré. Me levanté para dejar las llaves del coche en la entrada, con el entusiasmo de Kurt no me había dado tiempo, pero entonces tuve una idea:

-         ¿Te apetece ir a dar una vuelta? – le ofrecí.

-         ¿Uh?

-         Con el coche. Prometí que te enseñaría, para que cuando cumplas dieciséis te saques el carnet.

-         Pero… ¿ahora? – se extrañó.

-         Es el mejor momento. Seguro que por la tarde hay una explosión, o una pelea, una caída, unos deberes muy difíciles, una broma pesada, un accidente con las pinturas…

Jandro sonrió ante mi exageración, pero entendió mi punto: había que aprovechar que estaba libre y nadie requería mi presencia. En verdad, aún estaba pendiente lo de Harry, pero así le daba el tiempo necesario para calmarse.

Se levantó del sofá y me siguió de nuevo fuera de casa.

-         ¿Voy a conducir yo? – preguntó, inseguro de qué esperar de aquella primera lección.

-         Iremos al final de la urbanización, donde no hay coches ni gente – le dije. – Te dejaré probar un poco, ¿bueno?

Asintió, visiblemente nervioso.

-         ¿No deberíamos coger el coche de Ted, entonces? Es más pequeño.

-         El mío se maneja mejor, en realidad. El volante es más suave.

Nos subimos y le expliqué los controles básicos, aunque él ya conocía la mayoría. Insistí en las cosas que tenía que revisar antes de arrancar, casi como si fuera un avión: “cinturón, retrovisor, asiento bien colocado”, etc. Ni yo mismo seguía esa meticulosa rutina, pero era importante hasta que cogiera soltura y además tener una lista de cosas por hacer le daría confianza.
Llevé el coche hasta una zona apenas transitada y una vez allí cambiamos puestos y le pedí que se sentara al volante. Lo hizo, pero cuando volvimos a ponernos los cinturones me dedicó una mirada de preocupación.

-         No sé yo, papá. ¿Y si nos estampo?

-         ¿Cuál es el freno? – le pregunté, y él lo señaló. – Tú recuerda eso y estaremos bien.

Tras mucha vacilación, Alejandro arrancó muy despacito. Pisando huevos, como se suele decir. Me había propuesto no hacer comparaciones, pero no pude evitar recordar que Ted había empezado exactamente de la misma manera.

-         ¡Estoy conduciendo! – exclamó, como si yo no pudiera verlo, como si fuera alguna especie de magia. Era adorable y unca se iba a sacar el carnet porque yo me le iba a comer primero y no iba a dejar ni un pedacito.

-         Claro que sí. Ojos en la carretera, campeón.

Alejandro avanzó lentamente y lo hacía bastante bien.

-         Intenta no tomar las curvas tan cerradas, canijo – le recomendé.

-         Pensé que esto sería más difícil – me confesó.

-         ¿Conducir?

-         No, que tú me enseñes. Pensé que pasaríamos el tiempo peleando, con lo sobreprotector que eres. Pero no estás siendo pesado.

-         Vaya, gracias – repuse, con sarcasmo. – Cuidado, frena. El cubo de basura. Mejor no hablemos mientras conduces.


-         Ah, eso ya es más normal. Ese es el padre que conozco, creí que me lo habían abducido.

-         Mira, mocoso…

Me reí. Era bueno estar así con él, disfrutar de mi hombrecito.

-         ¿Me dirás al menos qué bailas? – indagué.

-         Ballet clásico con tutú y mallas – respondió, bromeando.

-         ¿No me digas? ¿De esos que son como de gasa? – le seguí el juego. – Voy a querer como mil fotos de eso.

-         Buena suerte – sonrió.

-         Anda, dímelo.

-         No sé, papá. Canciones de ahora, yo que sé. Pero no lo hago bien, ese hombre está flipando.

-         Estoy seguro de que eso no es cierto. Soy un bailarín pésimo, alguno de mis hijos tenía que resarcirme.

Sus labios se estiraron en una sonrisa tímida. Siguió conduciendo hacia nuestra casa, un trayecto cortísimo que normalmente podría hacerse en cuarenta segundos pero que a él le llevó dos minutos por la velocidad a la que iba.

-         Para ser el primer día no está mal, ¿no? – le dije - Déjalo aquí, ya lo aparco yo. Esa parte es más complicada.

-         ¿A ti quién te enseñó a conducir? – me preguntó.

-         Me apunté a las clases que ofrecía el instituto.

Aparqué explicándole en qué cosas debía fijarse para hacerlo y dimos por concluida la primera práctica.

-         Lo has hecho muy bien, canijo – le felicité. - La próxima vez estaremos más tiempo, ¿bueno? Ahora entremos a comer antes de que tus hermanos se cansen de esperar y se lo acaben todo.

-         ¿Qué hay de comer?

-         Ensalada y pollo en salsa.

-         No te preocupes, entonces, que ni lo habrán tocado ni lo tocarán – respondió.

-         ¡Oye! – protesté, pero no me molesté porque sabía que solo lo decía para chincharme. – Microbio atrevido.

-         ¿Salimos del coche, o qué? – se impacientó. Seguramente quería compartir con sus hermanos que había conducido. Abrió la puerta, pero le sujeté suavemente para que no saliera.

-         Enseguida, campeón. Antes hay algo que me gustaría hablar contigo.

-         Ah, ya pusiste esa cara - resopló.

-         ¿Qué cara?

-         La cara de que estoy en problemas.

-         No lo sé. ¿Estás en problemas? – tanteé.
Alejandro guardó silencio por un rato e intuí que sabía perfectamente sobre qué quería hablarle. Deslizó los dedos por la tapicería y los hizo caminar hacia el salpicadero. Aún conservaba esos gestos que eran típicos de cuando era pequeño y se aburría.
-         No toqué a Harry – se defendió, al final, aunque yo no había lanzado ninguna acusación. – Fue una pelea unidireccional.

-         No del todo, Jandro. Sé que él empezó, pero tú diste en un punto débil. Su reacción es cosa suya, y desde luego fue desproporcionada, pero heriste sus sentimientos, canijo.

-         Y él los míos – murmuró, cruzándose de brazos.
Le masajeé el cuello, intentando relajarle y confortarle al mismo tiempo.
-         Lo sé. Y que sepas que yo no pienso así. Eso que te dijo no es cierto.

-         Sí lo es. Cuando me llamó el profesor yo también creí que ya me la había cargado – me confió y después suspiró. – Ya sé lo que me vas a decir. Que tengo que pensar antes de hablar. Que ya me habías advertido sobre que a veces mis palabras pueden hacer daño. Que me pasé con Harry…. Lo siento.
Alejandro estaba creciendo tanto y tan rápido que ni cuenta me había dado. Y en algunos sentidos era todo un consuelo, porque así podía pasarle el turno a Harry para que fuera él quien me sacara canas verdes. Pero en otros, quería detener el tiempo. No había podido evitar que Ted se me escapara entre los dedos, pero seguro que había alguna manera de que Jandro siguiera siendo mi niño un poco más.
-         No vale castigarme cuando me estás enseñando a conducir, ¿eh? No querrás enturbiar este valioso recuerdo – me soltó, el muy caradura.

-         Tienes más morro que espalda, ¿te lo he dicho alguna vez? No te voy a castigar, canijo. Pero sí quiero que luego hables con tu hermano y hagáis las paces.

-         Y supongo que no es una sugerencia.

-         Nop, no lo es. 

Entramos en casa y los demás estaban terminando de poner la mesa. Alejandro contó a voz en grito que ya sabía conducir. Me alegró verle tan ilusionado y no quería reventar su burbuja, pero me vi obligado a hacer unas apreciaciones.
-         Está aprendiendo, pero lo hace muy bien. Sobra decir que no puedes ponerte al volante de ningún coche tu solo hasta que tengas el carnet, ¿eh? – añadí, mirándole fijamente.

-         ¿Y con Ted? – planteó.

-         Mmm. Lo pensaré. Anda, ve a lavarte las manos.

-         No es justo. ¿Y yo cuándo voy a tener carnet? – se quejó Michael.

-         En cuanto limpien tu expediente, campeón. Tu situación legal es un tanto extraña ahora.

-         Bien que se dieron prisa cuando querían meterme en la cárcel – farfulló. Razón no le faltaba.

Se fueron sentando en la mesa, pero faltaba Harry. Suspiré. Ya no podía retrasarlo más. Les dije que fueran empezando si querían, consciente de que se estaba haciendo tarde, y subí las escaleras, pero Ted me retuvo a medio camino.

-         Papá… el enano me ha pedido disculpas. Y… y reaccionó así porque se moría de vergüenza.
Ah, el abogado defensor había tardado en hacer su aparición.
-         Lo sé, Ted. Pero entender por qué alguien hace algo no quiere decir que lo que haga esté bien.

-         No seas malo…

-         Cada vez me ablando más y lo sabes.

Ted sonrió.
-         Cuando los enanos tengan mi edad te manejarán como una marioneta – me auguró.

-         Pero si ya lo hacen. Hale, intercesión por las almas perdidas realizada, ahora ve a la mesa.
Ted me lanzó una última mirada de cachorrito y regresó con los demás, mientras yo iba al cuarto de Harry.
Estaba en su cama con el móvil, pero lo guardó en cuanto me vio.
-         Siento haberte hecho esperar, campeón. ¿Hablamos ahora o después de comer?

-         Si hablamos después no me entrará nada y si hablamos ahora tendré que comer de pie – se enfurruñó.

-         Ya veo, qué gran dilema. ¿Tan malo crees que será?

-         ¡No te burles!

Sonó muy infantil e indefenso, como si yo fuera un carnívoro jugando con su presa.

-         Perdona, cariño. Solo quería romper el hielo y quitarte los nervios – me senté a su lado en la cama. – Tenemos que hablar de lo que pasó, ¿mm?

-         Te puedes ahorrar el discurso, Ted ya me dio uno.

-         ¿Ah, sí? ¿Y qué te dijo?

-         Que no puedo hablarte así…

-         Bueno, tiene razón. Pero hubo algo más. Pegaste a Ted, intentaste pegar a Jandro, pateaste el coche, dijiste palabrotas y encima delante de tus hermanos pequeños y me faltaste salvajemente al respeto – enumeré.

Harry se hundió sobre la cama.

-         Soy niño muerto.

A pesar de que quería estar serio porque la situación lo requería, no pude reprimir una sonrisa.

-         Sé que estabas avergonzado, Harry. Pero no puedes escudarte en eso para armar un berrinche semejante. Le pegaste en la cabeza a Ted, hijo. ¿Tengo que recordarte los muchos motivos por los que eso es inadmisible?

-         No, papá – susurró.

-         …Ted ya me dijo que te disculpaste con él. Te faltan Jandro y Barie.

-         ¡Barie no!

-         Ella no te hizo nada, Harry. Solo intentaba consolarte – le hice notar. – Fuiste innecesariamente borde con ella. Y la pegaste en el brazo.

-         ¡Quería estar solo!

-         Ella no sabía eso y tampoco tiene la culpa de que en ese momento estuvierais juntos en el coche. No sirve buscar justificaciones. Pagaste tu mal humor con todo el mundo y por eso toca disculparse.

-         No dije en serio lo de que… te murieras – reconoció, mordiéndose el carrillo.

-         Lo sé, enano. Pero no debes decir esas cosas.

-         Perdón…

Le di un abrazo.

-         Perdonado, campeón.

-         Pero me vas a castigar igual, ¿no?

-         Un castigo no depende de que yo esté o no esté enfadado contigo, Harry, sino de si tú te portaste mal o no. ¿Crees que te ganaste uno? – le pregunté.

-         De los grandes.

Vaya. Los minutos de espera mientras estaba con Jandro le habían sentado bien, al parecer.
-         No lo alarguemos más, ¿bueno? – le dije, y prácticamente le levanté yo de la cama, porque no pesaba nada.
Harry se dejó hacer, pero me devolvió una mirada llena de lágrimas.
-         El pantalón, campeón.
La parte que él más odiaba. Se lo bajó, desganado, y dejó que le tumbara. Le coloqué bien y él me agarró la mano. Cada uno de mis hijos tenía una reacción propia en aquellos momentos y esa era típica de Harry.
-         Tranquilo, canijo. Sé que ha sido un día duro para ti – froté su espalda. – Me voy a pasar toda la tarde mimándote y consintiéndote. ¿Preparado?
Asintió.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… au… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
No eran muy fuertes, aunque creo que a él en ese momento le dio igual.
PLAS PLAS… mmm…  PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… pica… PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS…ufa… ya, papá… PLAS PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS… BWAAAAAA
Pensaba seguir, pero al escucharle llorar una vocecita en mi cabeza me dijo que ya era suficiente. Ese llanto tan fuerte y repentino no era por las palmadas. Le levanté y le abracé, dejando que se enredara en mi cintura.
-         Shhhh, shhh. Ya está.

-         Snif… siento… snif… siento haberte dicho que te murieras.

-         Ya te has disculpado, campeón, está todo bien.

-         Snif… ¿seguro?

-         Seguro. Te quiero mucho, peque – le dije, y acaricié su espalda para que se calmara.

Sin separarse de mí, Harry se subió los pantalones y luego volvió a pasar los brazos alrededor de mi cuello.

-         No quiero bajar – protestó, en un tono aniñado.

-         Vamos, campeón. No fui tan malo como para que no quieras sentarte, pero te pondré un cojín.

-         Snif… no.

-         Tienes que comer, pesas muy poquito – le dije, y le di palmaditas cariñosas, como hacía a veces con Alice a modo de cariño.

-         Pero no quiero bajaaaar – insistió.

-         ¿Te da vergüenza que te vean tus hermanos? ¿Es eso? – adiviné y él asintió. – ¿Por el castigo, por la escenita que montaste o por lo que dijo Jandro?

-         Snif… lo tercero.

-         Nadie se va a reír de ti, cariño. De verdad.

-         ¿Me lo prometes?

Aichs, si es que era mi bebé. De golpe sonaba como Kurt.

-         Te lo prometo.

Pensaba cumplirlo. Iba a estar muy pendiente de que no le hicieran pasar un mal rato con eso, aunque en verdad dudara que hubiera ningún problema con eso. Mis hijos tenían buen corazón.

-         ¿Bajamos a comer? Mira que quedan solo cuatro helados de chocolate y uno lleva tu nombre.
Harry sonrió, se limpió la cara y asintió.
-         Ve a lavarte, campeón. Te espero abajo.
Salimos casi a la vez de su cuarto. Bajé con los demás y vi a Hannah comiendo sobre las piernas de Michael. Les había repetido mil veces que Hannah tenía que comer sentada en su silla, pero era inútil. Y se veían tan monos que empezaba a rendirme.
-         ¿Seguimos teniendo hermano? – preguntó Ted.

-         Enterito, vivito y coleando.

Alguno de ellos había puesto un cojín en el sitio de Harry y yo sonreí, aunque también rodé los ojos. Exagerados.
Harry bajó y todos siguieron a lo suyo, como si simplemente se hubiera entretenido con el móvil y llegase tarde.
La comida fue todo lo pacífica que puede ser con doce niños y adolescentes. Les dejé levantarse a medida que fueron terminando y yo me quedé el último, como ocurría muchas veces, porque mientras ayudaba a comer a los pequeños me resultaba muy difícil ocuparme de mi propio plato. Cuando eso pasaba, Ted se quedaba a hacerme compañía.
-         Gracias por no matar al enano – me dijo.

-         Se disculpó conmigo también – respondí, a modo de justificación.

-         A partir de ahora, le diré a Alejandro que tengáis una clase de conducir antes de regañar a nadie. Nos beneficia.

Sonrió pícaramente y yo le sonreí de vuelta, pero no debí de satisfacer sus expectativas porque frunció el ceño.
-         ¿Estás bien? – preguntó.
Asentí.
-         Solo me da rabia…

-         ¿El qué?

-         No haberme enterado antes de que a Jandro le gustaba bailar. Y que Harry te buscara a ti antes que a mí. Es como si no confiaran en mí….

-         Sí confían en ti, pa – me aseguró. – Todo el mundo tiene secretos.

-         ¿Tú también? – inquirí, alzando una ceja. Ted se quedó congelado. - ¡Tú también! – exclamé, más dolido de lo que esperaba.

-         ¡No! No, pa, yo no te oculto nada...

Sus ojos culpables me decían otra cosa.
-         Desembucha – le exigí. No estaba enfadado, pero creo que Ted se pensó que sí.

-         En… en realidad ya lo sabes. Es… la historia que estoy escribiendo.

-         Oh. Sí, esa que no me dejas leer – le reproché.

-         Pero no es porque no confíe en ti, papá. Igual que lo de Jandro. Son solo partes que uno quiere guardarse para sí mismo. Igual que tú te guardas lo de Dean y Sebastian.

-         Pero a ti no – protesté. – A ti te lo conté.

Fui consciente de que soné como un crío celoso.

-         Solo porque te descubrí – replicó, sin dejarse engañar. – No puedes saberlo todo, padre controlador.

Tal vez no. Aunque definitivamente podía intentarlo.



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