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lunes, 11 de mayo de 2020

IV. Errores Humanos





IV. Errores Humanos

Por primera vez desde que había comprado la dichosa casa me podía sentar en mi porche y disfrutar de una cerveza. Realmente lo hacía por cansancio y no por saber a qué hora regresarían mis vecinos de su primer día de clases…ni mucho menos para saber cómo les había ido.
Antes de siquiera verlos pude escuchar sus risas. No creí que extrañaría tanto ese sonido, pero fue aún mayor mi sorpresa cuando Daniel corrió a mi patio y subió las gradas del porche seguido por sus hermanos. Antes de que siquiera pudiera saludarlo puso en mis narices un papel con lo que podía descifrar era un dibujo.
“Lo hice para ti!” Me dijo con emoción, “Nos dijeron que podíamos hacer un dibujo para nuestra mamá o papá…le dije a la maestra que yo no tenía uno de esos, ¡pero tenía un Señor Bellucini!”
No supe que decir, ni cómo reaccionar. Lo único que pude hacer fue tomar el dibujo aquel y observarlo. La casa estaba pintada al fondo de un amarillo perico horrible, con lo que suponía era yo y a mis lados sus hermanos y el.
“No tenemos deberes hoy…” Me dijo Logan, viéndome con indecisión, “Este…si quieres podemos ayudarte en algo…es decir…bueno…sí.”
No pude evitar la sonrisa ante la mirada expectante de los tres. “Tenía que pintar una de las habitaciones de la planta alta.” No había terminado de decir eso cuando los tres corrieron adentro, tirando sus mochilas sobre mi nuevo sofá y corriendo escaleras arriba.
Así paso la primera y segunda semana. Todas las tardes esperaba la llegada del trio quienes se habían acostumbrado ya a entrar a mi casa como si la de ellos se tratara.
Comían una ligera merienda y luego me ayudaban en alguna tarea…o a veces se quejaban de la que ellos debían a hacer y se sentaban a hacerla en la nueva mesa de comedor que había adquirido.
Durante el fin de semana, antes de las siete de la mañana, los tenía a los tres esparcidos por mi sala esperando por su desayuno. Murmuraba y farfullaba que se estaban aprovechando de mi amabilidad, que eran como una peste molesta que por mucho veneno que uno echaba nunca se iban, pero muy en el fondo me encantaba.
Siguiendo esta rutina me encontraba el miércoles de la tercera semana preparando unos emparedados para cuando ellos llegaran. Me extraño cuando tocaron la puerta un poco antes de lo habitual…más que la hora temprana fue el hecho de que picaran a la puerta.
Suspirando, deje el pan que untaba con mermelada y me encamine a la entrada. “Que?” Dije a modo de saludo, “Ahora les da por pi-“
“¡Pero que saludo, amigo!”
“Dante?” Delante mío no estaba uno de los pequeños, pero un viejo amigo y ex compañero de trabajo.
“El mismo…ya me olvidaste?”
“No. Lo siento.” Abrí más la puerta, “¡Pasa, pasa, hombre!”
Dándome un rápido abrazo de saludo, me tendió un six-pack de cervezas y entro. “Veo que no te va tan mal, ¿eh?” Me sonrió, “Le diré a tu hermana que no sea tan preocupona.” Me dijo con una gran sonrisa.
Como respuesta solo rodé los ojos y me dirigí a la cocina. Guarde las cervezas y saque una de las que ya estaban heladas, tendiéndoselas a mi amigo.
“O tienes un buen apetito, o esperas compañía.” Me dijo divertido, viendo los seis emparedados. “Espero que sea mayor de edad, ¿eh?”
“No pierdes ese sentido de humor tan estúpido.” Le dije divertido.
“Estúpido? Por favor…infantil tal vez…o eso dice Meghan.” Rio, mencionando a su esposa.
“Y como esta?” Pregunte por cortesía, sintiendo esa punzada de dolor que no había sentido en un buen tiempo, más al recordar como Meghan y Mary se unían contra nosotros. 
Guardando silencio, Dante tomo un sorbo de su cerveza mientras me miraba de reojo. “Bien…gruñona y esperando se acaben los nueve meses.”
Me congele al escuchar esas palabras. “Guau…felicidades hermano.” Las palabras salieron con sinceridad de mi boca, aunque la punzada de dolor aumento en mí. “¿Como lo está tomando Maggie? Siempre quiso ser hermana mayor.”
Trague grueso y aunque trate de prestar atención a las palabras del moreno, el peso en mi pecho incrementaba.
“¿Gabriel?” Sentí una mano en mi hombro y el llamado de mi nombre, pero lo único que podía hacer era ver la pared y respirar. “Gabriel, ¿hermano?”
Voltee a verlo y antes de poder asegurarle que estaba bien la puerta delantera se abrió de golpe cuando Daniel entro corriendo y llamando mi nombre en llanto.
No sé si eso me tomo más a mí por sorpresa o a Dante, pero me encontré con un pequeño de cuatro años llorando amargamente mientras entre mocos y lágrimas trataba de decirme algo apuntando su pierna y a sus hermanos que estaban parados entre la sala y la cocina viéndome con algo de culpa para luego hablar los dos al mismo tiempo.
“Cálmate, Daniel,” Le dije, tomando una servilleta y limpiándole la carita lo mejor que pude. “Daniel, hijo, cálmate que no te entiendo.” Le dije sobando su cabello sin percatarme de la palabra que había utilizado.
“Creo que intenta decirte que se golpeó la pierna.” Hablo Dante, haciendo que los cuatro nos calláramos y lo viéramos en sorpresa. Yo por haber entendido al más pequeño de los tres y ellos por percatarse del extraño.
“¿Cómo dices?” Pregunte, solo para encontrar a Daniel escondiéndose detrás de mis piernas y a Logan y Lautaro dar un paso atrás mientras miraban al extraño como si de un lunático se tratara.
“Que se golpeó la pierna.” Me dijo encogiéndose de hombros, “O eso creo.”
Vi a Daniel, quien, al recordar su golpe empezó a llorar nuevamente. Suspirando, lo alcé por las axilas y lo senté en la mesa. “A ver, niño.” Le dije tratando de sonar suave, “¿te golpeaste?”
El asintió, restregando sus ojos con sus puños cerrados mientras hacia un puchero. “Aquí.” Me dijo, señalando una de sus rodillas. Su pantalón estaba sucio, como si se había tropezado, pero no estaba roto ni mostraba rastros de sangre.
Trate de levantarle el pantalón, pero me fue inútil, siendo que era de esos que traían elásticos en los tobillos. “Lo mejor es que se lo quites.” Me dijo mi amigo, tendiéndome el botiquín.
“Gracias por lo obvio.” Respondí tomando el botiquín, “¿Cómo diablos sabias donde estaba?”
“Primera puerta a la izquierda del refrigerador. Siempre lo pones allí.” Me dijo encogiéndose de hombros.
Levante un poco a Daniel y sin dificultad le baje el pantalón hasta las rodillas. De hecho, si tenía un pequeño raspón. Tan pequeño que ni sangre brotaba de él, solo tenía la herida. “Hey, niño, calma.” Le tranquilice, tomando algodón y un poco de antiséptico. “No es nada, ¿ves?”
Daniel solo sorbió, moviendo su pulgar hacia su boca, aunque logre atajarlo antes de que lo hiciera. “Eh, no. Mira lo sucia que esta.” Le dije simplemente, indicándole a Dante que me pasara una manta húmeda.
“A esta edad lo mejor es que tengas toallas húmedas. Son de lo más útiles.” Me aconsejo, tendiéndome lo que le pedí. Mi única respuesta fue una mirada fulminante para después limpiarle la manito a Daniel quien seguía sorbiendo y derramando una que otra lagrima.
Apenas había soltado su mano cuando Daniel llevo su pulgar a su boca, y con su otro puño se limpiaba su ojito mientras yo le limpiaba la herida. Bien suponía que no era nada ya que ni siquiera se inmuto. Hubiera sido una herida abierta y Dante lo hubiera tenido que sujetar ante el ardor.
“Bien, ¿alguien me puede explicar que paso?” Pregunte ferozmente ante los otros dos que miraban la escena algo incomodos mientras yo ponía a Daniel de pie y le subía su pantalón.
“Fue un accidente.” Hablo Lautaro, aunque la culpa que miraba en su rostro me decía que era todo menos eso.
“Le jugamos una broma.” Empezó Logan, encogiéndose de hombros, “Se cayó y salió corriendo.”
“Cálmate, hermano.” Medio Dante, poniendo una mano sobre la cabeza de Daniel, aunque este último al sentir el toque de quien para él era un extraño simplemente se aferró a mi pierna y escondió su rostro en esta.
Aunque las palabras del moreno me desquiciaban, sabia tenía razón. Por algo había sido mi amigo desde mi adolescencia y hasta hoy día. Suspiré y vi la culpa de los otros dos que me miraban como si de un verdugo se trataba.
“Bueno, ¿van a comer o no?” Mi casi bramido pareció sacar a los niños de su culpa.
La tarde, aun con Dante de compañía, paso como por lo general lo hacíamos con una leve diferencia. De tanto llorar Daniel termino dormido en mi sofá, mientras Logan, Lautaro, Dante y yo trabajábamos en la parte trasera de la casa.
Después de hacer sus deberes escolares, los niños sacaban la maleza mientras Dante y yo hacíamos trabajo de carpintería.
“Así que te convertiste en padre, eh?” Dijo después de un largo silencio, haciendo que casi amartille mi mano y no el clavo.
“¿Perdón?”
Señalando a los niños con su cabeza, me sonrió pícaramente, “¿Tan buena esta la madre que aceptaste tres a la ves?”
“No seas idiota.” Mi tono fue más serio para la típica broma que sabía no tenía malas intenciones. “Además…son mis vecinos.”
Dante bufo en burla, levantando una ceja, “Por favor. Hasta donde yo sé, los hijos de mis vecinos no entran a mi cocina llorando por un golpe imaginario.”
“No fue imaginario.” Defendí sin pensarlo, “Daniel no es llorón, ninguno de los tres lo es. Tal vez no tenía herida, pero realmente se golpeó…sus pantalones estaban sucios si no lo notaste.”
Ante mi explicación, y para mi asombro, Dante rio a carcajadas, “En mi informe a tu hermana le hare saber que ya es tía, pero no lo es.” Me dijo, “y que no quiero me llamen señor, ¿eh? Con un Tío Dante me basta, que mi hija te llama Tío Gabo.”
“Odio que me digan así.”
“Vamos, Gabo, no seas gruñón que no te va.”
Dos horas después Dante se despidió, dándole un fuerte abrazo a cada niño y diciéndoles que si no me portaba bien “llaman al Tío Dante y le vengo a dar una paliza a su…vecino.”
A pesar de todo, los siguientes días vivía esperando la llamada de Melissa, pero ella nunca llego. Así que seguí con la normalidad de mi vida…o lo que se había convertido en normalidad.
Así pasaron los siguientes dos meses. Los niños prácticamente vivían en mi casa, solo se iban a la suya propia a dormir. Se había convertido en lo más normal hasta que cometí uno de los peores errores de mi vida.
Cuando se convive con alguien se aprende a conocer a esa persona. Los niños por naturalidad son curiosos, pero la curiosidad de esos tres hermanos era mayor.
Melissa me había enviado unos paquetes donde se encontraba los pocos sobrantes de mi vida pasada. Había enviado las cuatro cajas al garaje y las había tapado con una lona vieja y no había vuelto a pensar en ellas.
Ya era tarde y me encontraba cocinando lo único que me quedaba bien…hotdogs. Una vez los tuve listos me encaminé a la sala para darme cuenta que Logan no estaba.
“Vayan a comer.” Le ordene a Lautaro y Daniel, quienes se encontraban haciendo un juego con los cojines del sofá por el suelo. “¿Dónde está Logan?”
Daniel se encogió de hombros mientras se levantaba y corría a la cocina. Lautaro me vio y, encogiéndose de hombros también, me dijo, “No sé. Dijo que ocupaba un martillo.” Explico, señalando hacia la entrada del garaje.
No pensé nada y me dirigí al lugar, sin embargo, pare en seco cuando vi la lona esparcida por el suelo y las cajas abiertas…mi viejo casco de bomberos en la cabeza del chico mientras admiraba una de las hachas que me habían dejado.
Airado, camine hacia él y le arrebate aquella herramienta. No solo hubiera podido hacerse daño, aquella cosa, aunque pequeña, era pesada…pero miraba mis cosas…mi pasado prohibido para todos en aquel lugar.
“yo… ¿eres bombero?” Pregunto con ilusión.
Ignorando su pregunta le quite el caso y lo tire donde había puesto el hacha. “No vuelvas a tocar esto.” Dije entre dientes, tratando de calmar mi furia.
“Pero… ¡eres bombero!” Exclamo con algo de orgullo e ilusión, haciendo que mi ira se desatara.
Sin detenerme a pensar en lo que hacía, puse mi pie en un pequeño banquillo, le tome de un brazo y lo tumbe sobre mi pierna. Logan era tan pequeño que ni sus brazos o pies tocaban el piso, quedando guindado. Levante mi mano y la deje caer pesadamente sobre sus posaderas.
“¡Hay!” Exclamo, “¡Noooo!”
Ignore sus quejidos, estrellando mi mano una y otra vez sobre su pantalón mientras él se retorcía, tratando de cubrirse con una mano y pataleando. No dije nada, solo dejaba caer mi mano hasta que una de sus patadas logro darme en la pierna. En vez de parar aquel castigo sin sentido, baje de un tirón su pantalón y calzoncillo, dejando sus nalguitas un tanto rosadas al descubierto.
PLAS PLAS PLAS
Le di las tres nalgadas más fuertes que pude, y fue allí, al sentir el ardor en mi propia mano, que me di cuenta de lo que hacía.
Pare, escuchando su llanto y sintiéndome miserable.
No sabía qué hacer. No sabía cómo reaccionar. Aunque no había sido excesivo ya que en un par de horas no quedaría rastro de ello en la piel del niño, sabía que había actuado mal.
La curiosidad no debería ser algo que castigar. Jamás les había dicho que no debían tocar esas cajas…en realidad nunca les había puesto límites claros en mi casa. En el tiempo que llevaban hiendo a mi casa entraban a todas las habitaciones, incluso la mía, cuando lo miraban necesario.
Me sentí un monstruo, mientras ponía una mano en la espalda del muchacho que había dejado de patear y lloraba amargamente. Respiré profundo y le subí la ropa al niño para luego pararlo frente a mí.
A pesar de sus trece años, Logan no podía parecer más un pequeño de cuatro años como Daniel. Se limpiaba los ojos con un puño, mientras que con su otra mano se sobaba allí donde le había pegado.
La imagen de verlo tan frágil y vulnerable por mi culpa me hizo odiarme a mí mismo. Di un paso hacia él y sentí una punzada aun mayor cuando el niño retrocedió, viéndome con temor y desconfianza.
Como si no me hubiera bastado castigarlo injustamente, abrí mi boca para hacer algo aun peor. “Lo mejor será que se vayan a casa y no regresen.” Le dije secamente.
Sus ojos se agrandaron, pero inhalo y luego asintió. “Perdón.” Susurro, para luego pasar corriendo por mi lado y desaparecer.
Me quede parado donde estaba y escuche a sus hermanos primero preguntar que había pasado y luego quejarse por la forma en que seguramente los estaba arrastrando, con Daniel continuamente llamando mi nombre mientras lloraba y se quejaba.
Como si acababa de enterrar a mi familia nuevamente, decidí hacer caso omiso del llamado del menor de ellos y simplemente guardé todo como estaba, odiándome más y más a medida lo hacía.
La siguiente semana fue una de las peores en mi vida. Podría comprarse a una de las tantas en que estuve en el hospital tras la muerte de Mary recuperando mi salud.
Al día siguiente después de lo sucedido, cerré la puerta con llave por primera vez en meses. No salía al patio más que lo necesario y me dedique día y noche a terminar lo poco que me faltaba en las reparaciones.
Aunque sabía que Daniel y Lautaro intentaron acercarse, podía escuchar como Logan los alejaba de mí.
El conflicto interno me hacía ponerme cada vez de peor humor. Una parte mía batallaba por correr, disculparme y traerlos de vuelta a casa, la otra parte me recordaba que no eran mi familia, no eran nada mío y tal vez esto era lo mejor. Después de todo, un día podría despertarme y encontrar que Diana se había ido junto con sus hijos y no habría nada que yo podría hacer.
Como no tenía los tres chiquillos, había vuelto a la rutina de no cenar y simplemente tomarme una lata de soda o cerveza mientras miraba las noticias nocturnas.
Me había quedado dormido viendo la televisión cuando, a eso de las dos de la mañana, alguien aporreo mi puerta.
“Señor Bellucini! Señor Belluciniiii!”
El grito desesperado me hizo correr a esta y abrirla, para encontrarme con un Lautaro tembloroso y muerto en llanto. Al verme se prendió de mi cintura y lloro aún más fuerte si se podría. “Calma, hijo, calma.” Le dije, sobando su espalda y tratando de tranquilizarlo, a pesar de que podía sentir el terror crecer en mí. “¿Que pasa?”
“Se mueeereen!” Lloro desconsoladamente, haciendo que mi sangre se helara. Ante las palabras corrí, aun descalzo y en calzoneta, a la casa vecina. La puerta principal estaba abierta y podía escuchar los llantos de Daniel y el sonido de vomito de alguien.
Dirigiéndome por el sonido, entre a lo que debía ser la habitación de los chicos. Había dos camas, en la más grande se encontraba Daniel, sentado y llorando desconsoladamente, mientras que en la otra estaba Logan, inclinado a la orilla y vomitando en un basurero.
Corrí a su lado y puse mi mano en su frente, sintiendo el calor emanar de él. Ardía en fiebre, mientras que vomitaba bilis. Cuando paro de vomitar simplemente se dejó caer en su cama, aunque abrazo su estómago mientras quejidos suaves salían de él. “¿Te duele mucho?” Pregunte, quitando su sudado cabello de su rostro.
“Sii…” Dijo, llorando y viéndome con desesperación. “Bien, vamos, tenemos que ir a un hospital.” Sin esperar respuesta, le levante en brazos y me camine a la puerta. “Daniel, vamos.” Llame, pero ante esto el pequeño solo lloro más amargamente.
“Ño puedooooooo!” Gimoteo, su rostro rojo, y viendo a sus cobijas las cuales sujetaba firmemente.
“Daniel, no es momento. Vamos.” Sin esperar respuesta camine hacia mi camioneta. Lautaro, quien había permanecido en la pequeña sala de su casa llorando, se mordía nerviosamente su meñique. Al verme, corrió tras mi abriendo las puertas como las necesitara.
Llegué a mi auto y, agradeciendo no haberlo cerrado con llave, abrí la puerta trasera y acosté a Logan en él. “Vamos, Daniel.” Llamé, pero al voltear vi que el niño no estaba.
Enojado por la desobediencia del niño, pero tratando de mantener la calma, le ordene a Lautaro que se subiera en el asiento del copiloto. Tal vez no era lo mejor dado a su edad, pero por ahora tendría que bastar.
Entre a la casa y me encamine a la habitación, donde Daniel seguía llorando en la cama. “¡Daniel, necesitamos ir al hospital!” Regañe, pero antes de poder tomarlo en brazos el pequeño se encogió en sí mismo.
“Me hice popoooo!” y fue allí que el olor putrefacto golpeo mi nariz. Entre el olor a vomito de Logan y el olor de eses de Daniel, casi vomito yo mismo. Había sido bombero, había aguantado peores olores…podría con esto.
Suspire lo mejor que pude y camine al niño. Aunque trato de cubrir su cuerpito con las mantas fue inútil, y fue allí que me di cuenta que el niño lo que tenía era diarrea. “Espera aquí.” Le dije, aunque Daniel no mostraba ni la menor intención de moverse.
Llegue al baño e ignorando lo sucio del lugar, busque una toalla que se mirara limpia. Encontré unas cuantas, moje una y me encaminé al cuarto de los niños.
Una vez allí, tome a Daniel por las axilas y le levante con cuidado de no ensuciarme yo mismo. Una vez lo tuve fuera de su cama, le quité el pijama del todo. Su camisa estaba sucia, y no digamos su pantaloncito.
Limpié sus piernas y su espalda con la toalla mojada lo mejor que pude, para luego girarlo y limpiar lo poco que se había embarrado. Una vez limpio, tiré la toalla ahora sucia sobre la cama y le vi, “Daniel…Daniel, ¿hijo, donde ponen tus pijamas?” Pregunte, pero el niño solo lloraba, tomándose su pancita y tosiendo por el llanto.
Suspiré y abrí la primera gaveta que vi. No era ropa de Daniel, parecía ser una camiseta vieja de Logan. La tome y se la puse, luego lo envolví en la toalla seca y limpia y lo cargue al auto.
Una vez lo deposité con cuidado junto a Logan, corrí a mi casa por mi billetera, una camiseta y zapatos. Creo que nunca me había sentido tan asustado en mi vida.
Al llegar al hospital ni siquiera aparque, simplemente deje el auto con la emergencia puesta y me tire de él. Abrí la puerta y primero tomé a Logan que nuevamente lloraba mientras se agarraba su estómago. “Duueeeleee!!” Me dijo, sudando helado. Me sentía inútil y desesperado. No pude hacer más que depositar un beso en su frente y acomodarlo en un brazo para luego correr y tomar a Daniel en el otro brazo.
Aunque ambos niños eran lo suficientemente pequeños para poder ser cargados, cargar a ambos era un tanto difícil, más al sentir la desesperación ante el llanto de ambos. Agradecí cuando una de las enfermeras corrió a mi encuentro y tomo al más pequeño en brazos.
“¿Que paso?” Pregunto, guiándome a uno de los espacios donde había varias camillas.
“No se…Logan estaba vomitando cuando llegue y Daniel se había hecho en su cama. Ambos se quejan de dolor estomacal.”
La enfermera asintió, tomando la temperatura de ambos mientras me decía que un doctor llegaría pronto.
“Mientras, vaya con su otro hijo y llene los papeles necesarios por favor.”
“No…soy su vecino.” Dije simplemente, sintiéndome un traidor al decir aquello.
“Ya veo.” Me dijo, tendiéndome una tabla de madera con unos papeles y un bolígrafo. “Llene lo que pueda, por favor.”
No dije más, mientras la mujer les susurraba a ambos niños que todo estaría bien. No paso mucho cuando el doctor que los atendería llego y empezó a hacer preguntas a lo que no podía responder.
“¿Qué comieron?” Pregunto, mientras yo sujetaba a Logan que nuevamente hacia el intento en vano de vomitar lo que ya no tenía en su estómago.
“Yo…no lo sé.” Dije frustrado. De haber cenado en casa lo sabría…pero había pasado un buen tiempo desde que les había hecho la cena. Realmente había sido un completo idiota…y mis niños pagaban las consecuencias.
“Mamá trajo algo a casa.” Dijo Lautaro, quien se apegaba a mi otro lado mientras asustado miraba a sus hermanos. “Creo era pollo con algo más…me castigo y me dijo que no podía comer así que no sé qué era.”
“Lautaro…donde esta Diana?” No se me había ocurrido preguntar antes. Lautaro simplemente se encogió de hombros, mordiendo nuevamente su meñique en nervios.
“Haremos unos análisis, pero lo más probable es que simplemente les haya caído mal.” Dijo el pediatra, mientras palpaba el estómago de Daniel a quien le habían colocado un pañal para evitar más accidentes.
Dos horas más tarde Daniel y Logan dormían plácidamente. Habían tenido que cambiar el pañal de Daniel dos veces, pero ahora parecía que su diarrea había parado. Logan no había vuelto a vomitar, pero tenía algo de fiebre. Les darían el alta por la mañana, ya que aparentemente se habían intoxicado con la comida que su madre les había dado.
Me habían llevado una silla para poder estar con ambos niños y ahora estaba sentado en ella con Lautaro en brazos, quien había caído exhausto.
No supe a qué hora me dormí, pero me desperté de golpe cuando escuché a Logan quejarse un poco en sueños. Me levanté lentamente y acosté a Lautaro junto a Daniel.
“Hey, tranquilo,” Susurre, quitando el cabello sudoroso de la frente del niño.
Lentamente abrió los ojos y me vio, solo para que sus ojos se llenaran de lágrimas. “Señor Bellucini…” Murmuro, dejando caer unas lágrimas, “Perdón.”
“Shh…perdóname tu a mí, ¿sí?” Le dije con una sonrisa suave, “Y sabes…creo que va siendo hora que me digas Gabriel.”
El niño sonrió suavemente y negó al mismo tiempo, “Me gusta más Señor Bellucini.” Me dijo sinceramente, peleando por mantener sus ojos abiertos.
“Si…bueno, a mí no tanto.” Le dije en broma, sobando su cabello, “Duerme, ¿sí?”
“Daniel…” Murmuro, parpadeando y queriendo abrir los ojos.
“Tus hermanos están bien. Están dormidos. Vamos, campeón, duerme.” Le pedí, sonriendo cuando este finalmente cerro sus ojos para dormir plácidamente.
La mañana siguiente fue tan cansada como la noche. Si bien le dieron el alta a los niños me encontré no solo con una factura de hospital, pero me despacharon con una gran lista de recomendaciones.
Nada de comida solida ni grasosa, comidas blandas y suaves para ambos niños. Recomendaban que Daniel siguiera con los pañales por los siguientes dos días, y que tuviera cuidado de que no vomitara. Debía estar atento por si Logan tenia diarrea, y tener el cuidado de que no vomitara. Además de que ambos debían mantenerse hidratados y nada de actividades físicas ni muy pesadas por los siguientes tres a cuatro días.
También me recomendaron llamar al pediatra de los niños por si volvían a tener fiebre. Me sentía abrumado, además de confundido. No tenía lo necesario para que los niños durmieran en mi casa…y dejarlos solos en la suya…bueno…no creí era buena idea.
Me dirigí a casa y al llegar me quedé dentro del auto. “¿Señor Bellucini?” Llamo Logan, sentado en el asiento del copiloto.
“¿Sabes dónde está tu mamá?” Pregunte, viendo al niño con lo que esperaba fuera tranquilidad.
Este negó, pero luego en una buena imitación de su hermano menor, ladeo la cabeza pensativamente. “Bueno…dijo que volvería en dos o tres días.”
Asentí, no sabía ni que pensar. No esperaba nada de la mujer, pero dejar a tres menores de cuatro, ocho y trece años me parecía lo más irresponsable posible.
“Vamos.” Sin más, abrí la puerta trasera y tomé a Daniel en brazos.
Este no dijo nada, todavía un poco letárgico y cansado de la noche anterior. Una vez que lo tenía sujeto firmemente, me gire a Logan. “Puedes caminar?” Le habían llevado en silla de rueda hacia el auto en el hospital, y sinceramente no creí que caminar fuera lo mejor.
“Si.” Me dijo, dejándose ayudar de Lautaro.
“Mejor espérame aquí, ¿sí? Ya vengo por ti.”
“No es necesario.” Me dijo, negando, “De veras, puedo caminar.”
Definitivamente ya se sentía mejor para estarme peleando. “No me discutas.” Dije firmemente, “Espérame aquí. Lautaro, quédate con él.”
Me apresuré a dejar a Daniel, quien se quedó rápidamente dormido sobre el sofá y luego fui por Logan.
Me sorprendió lo fácil que fue para mí cargarlo. Lo eleve por las axilas y luego pase un brazo por debajo de sus nalgas para que se sentara en él. Pude ver como se sonrojaba, pero no dije nada. Simplemente me dirigí a la casa.
Una vez dentro me encontré con la encrucijada de donde dejarlo. El sofá estaba tomado por Daniel, y el único otro mueble era uno pequeño de una pieza. Aunque cómodo para sentarse, le sería imposible acostarse en él.
Cuando Logan se movió incomodo, tratando de bajarse, simplemente apreté mi mano en su muslo y con la otra le sostuve firmemente por la espalda y me dirigí a mi habitación. Una vez allí le deje sobre mi cama.
Al principio no dijo nada, mientras me movía y buscaba alguna sabana o cobija para tapar a Daniel. Mary había sido muy buena en esas cosas, parecía tener una manta lista en todo momento y sacarlas del aire…creo que la única que yo tenía era la que estaba actualmente en mi cama.
“Podemos ir a casa…” Me dijo suavemente Logan, jugando con el borde de la camisa de hospital que llevaba puesta. “No es necesario quedarnos aquí.”
“Ni lo sueñes.” Le dije más duro de lo que pensaba, para luego respirar profundo y tratar de calmarme. “Mientras tu madre no regrese estarán aquí. Ya me encargare de llamar a la escuela por ustedes.”
Logan asintió, y luego se acomodó en mi cama, claramente cansado. No paso mucho para que quedara profundamente dormido. Minutos después había decidido que lo mejor sería dejar a ambos niños juntos en mi habitación y había bajado a traer a Daniel.
“Tienes hambre?” Le pregunte a Lautaro, que se había acomodado en el sofá a ver televisión.
“Mucha.” Me dijo sonriendo y caminando tras mío.
“Mencionaste que tu madre te castigo.” Le dije, tratando de sonar sutil y fallando, “¿Porque?”
Lautaro se sonrojo, y luego se encogió de hombros. “Me pidieron un libro en la escuela para lectura…uno que no fuera de la biblioteca. Se molestó porque le pedí el dinero para comprarlo…dijo que era un egoísta por no pensar en ella y que tenía sus propios gastos.”
Si hubiera podido mataría a esa mujer, pero si eso no hubiera pasado lo más probable Lautaro también se hubiera enfermado y no me habría enterado de lo que pasaba con ellos.
Le hice el mejor desayuno que pude, sabiendo lo comelón que era, y luego me dirigí a la casa vecina. Aunque me hubiera gustado dejar el desastre para que ella lo limpiara, sabía que quienes pagarían los platos rotos serían los niños.
Entrando a la casa me di cuenta que, a pesar de ser similar por fuera a la mía, era mucho más pequeña. Solo consistía de una planta con dos habitaciones, un baño, una sala-comedor y una cocina diminuta.
Me dirigí al cuarto de los niños y, si el olor había sido malo la noche anterior, ahora era peor. Agarre el basurero que todavía contenía el vómito de Logan y decidí que podría irse directo a la basura. Busqué algunas bolsas de basura en la cocina y me di cuenta de algo que me alarmo aún más.
Diana se había ido por unos cuantos días y lo único que esa refrigeradora y alacena contenían eran algunas botellas de cerveza, unos cuantos botes de agua y unas dos cajas de macarrones con queso. En una de las esquinas superiores de los muebles había una bolsa con dos tajadas de pan enmohecido.
Dándome por vencido de encontrar una simple bolsa para basura, me dirigí al cuarto de los niños y como pude envolví las sabanas donde Daniel había defecado. Como esperaba, el colchón no solo estaba manchado pero apestoso.
De haber podido lo hubiera botado, pero sabía que no sería lo ideal para la situación. Las sabanas si irían directo a la basura…junto con la toalla que había usado para limpiarlo.
Una vez había limpiado el lugar lo mejor que pude me dediqué a buscar algo de ropa para los tres niños. Era increíble lo gastada y vieja que estaba cada una de las prendas. Pero ni siquiera las tiendas de segunda aceptarían ropa en tal estado.
Hastiado de todo, decidí buscar una mudada para Lautaro adivinando cual era la suya, y luego un pijama para Logan y otra para Daniel. No queriendo estar más tiempo en aquel lugar me dirigí a casa para encontrar que Lautaro también se había dormido.
Viéndolo dormir me percate que no tenía idea alguna de que haría con los tres niños en esos días. No tenía idea de cómo cuidar a tres niños todo el tiempo, mucho menos cuando dos de ellos se encontraban tan enfermos como lo estaban. Sin embargo, rehusaba dejarlos solos y abandonados en la que debería ser su casa, dejando a un niño cuidar de otro. Por ahora…aprendería. Aprendería a cuidar de mis tres vecinitos.

El día siguió sin ninguna otra novedad. Poco a poco Lautaro empezó a comportarse como normalmente lo hacía, haciendo bromas con sus hermanos sin alejarse de mí. Me sorprendía que cuando me alejaba un poco se apegaba a mi como temiendo que desapareciera.
No entendía la reacción del niño, pero tampoco quería meditar en ello. Lo que si tuve que meditar fue el golpe que mi cuenta bancaria recibió a pesar de comprar muebles de segunda mano.
Sin embargo, supe que volvería a hacerlo cuando al llegar a mi habitación pasada las ocho de la noche me encontré que los tres niños se habían dormido apoyándose los unos en los otros.
El sentimiento de cariño que me invadió hiso que un temor profundo se apoderara de mí. Realmente no sabía que iba a hacer si seguía acercándome a estos niños…pero, en fin, solo quedaba una semana más.


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