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martes, 23 de junio de 2020

CAPÍTULO 22: El chip




CAPÍTULO 22: El chip

Alguien susurraba en la habitación. Al principio no entendía las palabras ni distinguía las voces, pero luego me fui espabilando y comprendí que Koran estaba hablando con el sistema.
-         …Sí, eso lo haremos por la tarde, o mañana. Espero que no se ponga difícil. ¿Está listo el registrador, entonces? Dale las gracias por acceder a atendernos en privado.

-         El príncipe Rocco se ha despertado.

-         Oh. Buenos días, hijo – me saludó, caminando hacia mí.
“Hijo”. Recién empezaba el día y ya tenía el estómago encogido. No era una mala sensación, solo que me seguía sorprendiendo la naturalidad con la que decía esa palabra.
Abrí los ojos.
-         Hola.

-         Has dormido mucho – anunció, jovialmente, como si se sintiera satisfecho por ello. – Acabó de pedir el desayuno. ¿Por qué no te vistes mientras lo traen? Nos están esperando.

-         ¿Quién? – me extrañé. - ¿Para qué?

-         Tenemos que arreglar tus papeles – me explicó.

-         ¿Y podremos hacerlo en un solo día? – indagué.

-         Sí, ¿por qué no?

-         No sé, estas cosas llevan siglos en mi mundo.

“Claro que, si eres de la realeza, todo va más rápido, en cualquier país y en cualquier planeta” pensé. Con el paso de las horas iba asimilando que tenía sangre real. Era tan absurdo que casi parecía un chiste.

-         Nos llevará toda la mañana – aclaró. – También deben implantarte el chip.

Me llevé la mano a la muñeca en un acto reflejo, como para proteger posibles ataques. La idea de que introdujeran un objeto, por pequeño que fuera, debajo de la piel no me agradaba.

-         Tranquilo, no te dolerá – me prometió. – Anda, ve a bañarte. Ya sabes cuál es tu armario.

Asentí y cogí mi ropa nueva de donde la había guardado el día anterior. Apreté un botón y se abrió uno de los infinitos armarios de aquella habitación. Eran demasiados, pero supuse que en una vida de casi nueve siglos uno llega a acumular muchos recuerdos y muchos trastos. Saqué mis cosas y me fui al baño.

Me asaltó una sensación de pertenencia. Aún no sentía ese lugar como “mío”, pero ya no me resultaba extraño aquel cubículo. Sabía moverme por él y cómo funcionaban las cosas, aunque seguro que me faltaba por descubrir la función de algún botón. Era casi como si fuera un invitado, solo que no me iba a quedar allí por unos pocos días, sino… por más tiempo. Recordé que Koran había dicho algo de mudarnos a otra habitación, con más espacio. Sería genial tener un cuarto solo para mí, pero, si era sincero, su presencia no me molestaba. Había dormido bastante bien con él a mi lado. Tenía el vago recuerdo de haberle abrazado mientras dormía, pero debían de ser meras imaginaciones. Me negaba a ser tan patético.

Para cuando acabé de bañarme, vestirme y fingir que me peinaba, ya había llegado el desayuno. Koran recordaba mi reacción ante la leche de yegua, así que se había limitado a pedirme un zumo y unos huevos. Casi se me saltaron las lágrimas ante la visión de la yema doradita y perfecta, primera señal de algo grasiento que veía en aquel mundo.

-         Despacio, Rocco. Nadie te lo va a quitar – me dijo Koran, al ver que, más que comer, engullía.

-         Soy un adolescente, mi cuerpo necesita comida basura para sobrevivir – declaré. – Si no voy a poder comer carne, pienso atiborrarme de huevos, aunque me los tenga que inyectar en vena.

-         No son comida basura, son sanos.

-         Sí, sí, lo que tú digas. Por eso. Me voy a poner hasta el… hasta el cuello, me voy a poner hasta el cuello – rectifiqué la frase a la mitad, al notar su mirada incisiva. Ya sabía cómo reaccionaba ante las malas palabras.

Mantuvo una expresión seria durante unos segundos, pero luego sonrió.

-         Me alegra verte de tan buen humor. Te estás adaptando a este lugar mejor de lo que esperaba – me felicitó. – Y me alegro de que tengas apetito. Empezaba a temer que cada comida fuera una batalla.

Lo cierto es que sí tenía hambre, quizá porque necesitaba recuperarme de varios días de pésima alimentación, quizá porque los nervios del futuro cercano -y lejano, en realidad- me abrían el estómago que un evento terrible, en el cual estaba intentando no pensar, me había cerrado.

Tras el desayuno, Koran dejó los platos en la bandeja móvil en la que habían venido. Eso de no fregar era algo a lo que podría acostumbrarme. Me envió a lavarme los dientes y vino conmigo para hacer lo mismo. Después se empeñó en que mi pelo podía tener mejor aspecto que el de un nido de pájaros abandonado.

-         Es un estilo – me quejé. – No quiero ir repeinado como un niño pijo.

-         No tengo idea de que es eso, pero me parece que podemos llegar a un término medio, ¿no crees?

Bufé, pero me pasé el peine para colocármelo un poco. Me daba la impresión de que Koran quería que causase buena impresión. Quizá era necesario después de haber intentado falsificar un documento oficial. Tal vez no quisieran admitir allí a un mestizo problemático. ¿Y si me mandaban al satélite donde por lo visto estaban todos los que eran como yo?

Mientras me miraba en el espejo, vi cómo mis ojos se volvían marrones, casi negros, y Koran lo vio también.

-         Hey. ¿Preocupado por algo? – me preguntó.

-         ¿Se pueden negar a darnos… los papeles?

-         Claro que no.

-         Pero tú dijiste que los mestizos están prohibidos – le recordé.

-         Y también te dije que soy el príncipe heredero – me guiñó un ojo. Como si me leyera el pensamiento, añadió: - Puede que no pudiera hacer nada con el Tribunal, pero con esto sí. Nadie puede negarme el derecho a reconocerte como mío.

Asentí, dejándome convencer por su seguridad y nos pusimos en marcha. Me guio por el pasillo hasta una zona que no conocía. Me explicó que íbamos a pasar a otro sector de la nave. Trató de describirme la forma que tenía el… vehículo… en el que nos encontrábamos, pero no estuve seguro de entenderlo. Koran se refería a algunos sectores como “brazos”, así que deduje que había un espacio central y luego varios apéndices. Nuestra habitación estaba en uno de aquellos apéndices, y el lugar al que íbamos, en otro.

Tardamos un buen rato en llegar, el suficiente para que me planteara si existía algún tipo de transporte interno dentro de la nave. Koran me dijo que sí, que existían unas cosas llamadas deslizadores y que más tarde podíamos probar uno.

Finalmente, accedimos a un pasillo en el que se oían muchas voces.

-         Nosotros vamos por aquí – me indicó Koran y traspasamos una puerta en la que ponía “prohibido el paso”. La puerta se abrió después de escanear su brazo. – El registrador nos va a atender en su despacho. Así nos evitamos… multitudes.
Cruzamos otra puerta y llegamos a una habitación sobria, sin demasiados adornos, en la que nos esperaba un hombre que aparentaba unos cincuenta años, pero eso en realidad no me revelaba su verdadera edad. En comparación, debía ser mayor que Koran.
-         Majestad, bienvenido – saludó el hombre, llevándose la mano al pecho.

-         Gracias por atendernos en privado.

-         Por supuesto, por supuesto. Siéntense – nos ofreció, señalando dos asientos frente a su mesa. Koran se sentó y yo le imité. - ¿Este es el chico? Terrestre, ¿verdad?

-         Sí. Diecisiete años.
El hombre proyectó un documento y empezó a rellenarlo con una serie de datos que Koran le iba indicando. Volvió a repetir lo que creía que era mi nuevo apellido: “Koraneith”. Tendría que acostumbrarme.
-         Mira aquí, por favor – me pidió el tipo al cabo del rato. Confundido, fijé la vista en una luz roja y parpadeante. De pronto me deslumbró algo que reconocí como un flash y una foto mía apareció en el documento flotante de la pantalla holográfica. – Ahora pon aquí un dedo.
Entendí que me iba a tomar las huellas. Aquello no era tan diferente de hacerse el DNI. Solo que no me entregaron ningún rectángulo de plástico al acabar. En lugar de eso, el hombre sacó un pequeño aparato cuya forma recordaba vagamente a una pistola.
-         Ya está todo listo – sonrió. – Voy a colocarte el chip.
Miré alternativamente a Koran y al aparato ese. La perspectiva de tener un chip podía ser hasta interesante, pero la forma en la que tenían que metérmelo, no. La única forma de incrustar algo en tu cuerpo es perforándolo y era una experiencia que no me atraía en lo más mínimo.
Retiré el brazo y lo apreté contra mi cuerpo, como si nadie pudiera sacármelo de ahí.
-         ¿Necesita un inhibidor? – planteó el hombre.
Koran me observó fijamente y no sé lo que vio en mi rostro, puede que mis ojos hubieran vuelto a cambiar de color, porque sonrió con indulgencia y me apretó contra su costado.
-         No, necesita un abrazo – replicó y apoyó sus labios en mi frente.  – Todo va a estar bien, Rocco. No mires. Te prometo que no te va a doler.
Sentí cómo tiraban de mi mano, pero no ofrecí resistencia, escondiendo la cara entre el jersey de Koran.
-         No te va a doler, pequeño. ¿Confías en mí?

-         A medias – protesté. Noté más que escuché una risita saliendo de su pecho y entonces frotó mi espalda. Algo frío se posó en mi muñeca.

-         Ya está – anunció el hombre.

Me miré el brazo con incredulidad. ¿Ya? Pero si no había dolido. Sin embargo, al pasar el dedo, percibí un puntito duro, como un granito de arroz que alguien hubiera metido en mi antebrazo.
- Bienvenido a Okran, príncipe Rocco.          
Sonreí. No sé si era un pensamiento demasiado sano, pero hasta cierto punto me gustaba sentirme marcado. Llevaba algo dentro de mí que indicaba que pertenecía a aquel planeta, que le pertenecía a Koran. 




1 comentario:

  1. Me encanta esta historia, la relación entre koran y Rocco esta cada vez más fuerte como familia,estoy ansiosa por saber como reaccionaran sus abuelos cuando lo tengan en frente.
    No tardes en actualizar por favor
    Un abrazo
    CathBlueRed

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