Páginas Amigas

lunes, 10 de agosto de 2020

CAPÍTULO 113: Caídas y descubrimientos





Podía sentir algo de revuelo en casa, pero no sabía si era el lío habitual de tantas personas conviviendo o si había pasado algo. Me dije que si fuera importante papá vendría a decírmelo.
Terminé de hacer los deberes e intenté continuar con la novela que nos había mandado el de Lengua para la semana siguiente, pero me empezó a doler la cabeza. Las jaquecas intermitentes iban a ser algo recurrente por lo menos durante unos meses, según mi doctor, y era una auténtica mierda. Me froté las sienes e intenté ignorarlo, pero finalmente el dolor me ganó y opté por apagar las luces y meterme en la cama por un rato, aprovechando el extraño suceso de que no hubiera nadie más en mi cuarto.
Estaba a punto de dormirme cuando escuché los pasos de un intruso entrando en mi habitación.
-         ¿Ted? – me llamó la vocecita de Alice.

-         Ahora no, pitufa – medio gruñí.

-         Pero quiero enseñarte mi dibujo, Tete.

-         Luego lo miro, enana – susurré, tapándome con la almohada. Noté cómo sus manitas tironeaban para destaparme. - ¡Alice, déjame tranquilo!

No diría que fue un grito especialmente fuerte, pero no se parecía a la forma en la que solía hablarle. A mi hermanita se le cortó la respiración. Soltó mi almohada y sentí más que vi cómo se alejaba toda tristona. Mierda.

-         Espera… espera, pitufa, espera – dije, encendiendo la luz de mi mesilla.

-         Snif… ¡Eres malo!

Me levanté y me acerqué a ella.

-         Perdona, peque… es que me duele la cabeza y quería estar solo. No quería gritarte. Anda, no te enfades – la abracé y me senté con ella en la cama. Me dedicó una mirada ofendida, con el ceño y los labios arrugados. – Di que me perdonas o papá me regañará mucho por haber sido malo con su princesa.

-         Eno – aceptó y se revolvió un poco para alcanzar mi mejilla y darme un beso. Sonreí y se lo devolví. - ¿Te dolle? ¿Queresh que llame a papá? Cuando yo estoy malita tus mimos y los de papá me hashen sentir mejor.

Owww. Bebita comestible.

-         ¿Shi? Mmm. Entonces seguro que tus mimos me curan – respondí. - ¿Te tumbas aquí conmigo?

Alice asintió y los dos nos echamos sobre la cama. Al final acabé mimándola yo a ella, como siempre, y enredé los dedos en su pelo rubio. Alice jugueteó por un rato, estirando las manos como si quisiera alcanzar la litera de arriba, pero después se quedó quieta. Nos dormimos prácticamente al mismo tiempo.


-         AIDAN’S POV –

¿Por qué me había colgado Dean? ¿Qué tenía en mi contra? O en contra de mi apellido…

Alejandro me insistió para que le volviera a llamar, pero le convencí de que era mejor esperar e intentarlo de nuevo por la noche.

-         Si le llamo ahora, lo más seguro es que me vuelva a colgar, Jandro. Después le llamaré, te doy mi palabra.

Se cruzó de brazos y resopló un poco, pero asintió.

-         Luego llama desde el fijo, y así no reconoce el número – me sugirió.

Me pareció una buena idea y le sonreí.

-         No te preocupes, campeón. No me voy a rendir, ¿bueno? Hablaremos con Dean.

La verdad es que había creído que el que podía tener más problemas era Sebastian: al fin y al cabo, él fue adoptado por una familia y tenía un hijo. Habría entendido si hubiera querido dejar el pasado atrás y no saber nada de su familia biológica. Pero Dean, por la información que Andrew me habría proporcionado, nunca había llegado a tener una familia estable. Había estado entrando y saliendo de casas de acogida hasta cumplir la mayoría de edad. Tampoco parecía tener muchas raíces en ningún sitio, sino que era un artista cuyo trabajo le había llevado a afincarse en Los Ángeles.

-         Papá, la bici… - me recordó Harry, asomándose desde las escaleras.

Miré a Alejandro y él rodó los ojos.

-         Yupi, a hacer de niñera.

-         Sobre todo, pendiente de los coches. Y de que no se alejen. Ah, y si os acercáis al bosque, no os salgáis del camino.

-         ¿Por qué no? – protestó Harry. – Si es la mejor zona.

-         Os podéis perder – le dije. Harry iba a protestar, pero Zach le agarró del brazo y le silenció. Pasé a su lado y le revolví el pelo. – No es porque piense que eres un niño, yo también me perdería. Trazaron un camino por algo, campeón.

-         Grrr. Vaya rollo.

-         Volved antes de que anochezca – proseguí con las recomendaciones. – Y, por supuesto, llevaos el móvil.

-         ¿Para qué, para que nos puedas seguir por GPS? – bufó Harry.

-         Para que me podáis llamar si pasa algo – repliqué. – Que es otro excelente motivo para que no os salgáis de la zona señalizada del bosque, porque allí hay cobertura. No me parece mal que vayáis por el camino, es más, lo prefiero a que estéis por donde pueda haber coches. Pero, fuera de la senda, el bosque puede ser peligroso.

-         Vale, vale.

-         Venga, llenad una cantimplora. Y poneos unos pantalones más cómodos – les sugerí.

Mientras ellos se preparaban, fui con Alejandro a sacar las bicis del garaje.

-         ¿Vais a coger las bicicletas? Yo también quiero – se sumó Cole, atraído al ver que abríamos la puerta principal.

Sonreí, feliz porque quisiera hacer algo más aparte de leer todo el día. Cogí su bici, algo más pequeña que la de los mayores. Hacía bastante tiempo que no salíamos con ellas, pero es que me resultaba difícil estar pendiente de todos cuando montábamos.

-         ¿Tú también vienes, papá? – me preguntó.

-         No, campeón. Vais Zach, Harry, Jandro y tú. ¿Te parece bien?

-         Ahá.

Le coloqué el casco y las rodilleras, a pesar de que Cole sabía hacerlo solo.

-         Pendiente del peque, ¿eh? – le dije a Alejandro.

-         No soy tan peque – se quejó Cole.

-         No, ya sé que no. Por eso te dejo ir con tus hermanos – respondí, y le ajusté bien el sillín, porque había crecido desde la última vez que la usó. En ese momento, bajaron los gemelos, con todo listo. – Iros antes de que me arrepienta – exclamé, porque ya me estaba pareciendo una mala idea. Les dejaba hacerlo únicamente porque sabía que tenía que cortarme un poco con la sobreprotección, así que esperaba que supieran valorar el enorme esfuerzo que estaba haciendo para contener a mi mamá gallina interior.

- No le llames sin mí, ¿bueno? – me pidió Alejandro.

-         Te lo prometo. Y vosotros tened cuidado, ¿eh?

-         Te lo prometo – me parafraseó.

Sin embargo, no todo el mundo honra de igual manera sus promesas. A veces las circunstancias te superan y te lo impiden.


-         COLE’S POV –
La idea de montar un rato en bici dejó de parecerme tan atractiva cuando supe que papá no venía con nosotros, pero no quería quedar como un cobarde. No iba a estar solo, iría con mis hermanos, así que no tenía que tener miedo. Sin embargo… ¿era necesario ir al maldito bosque? O, mejor dicho, al bosque maldito. Aún no se me olvidaba la historia de terror que me había contado Alejandro hacía un par de años… Los detalles eran difusos y sabía que era mentira, pero una parte de mí todavía seguía creyendo que entre aquellos árboles había un monstruo comeniños.
Aun así, tenía que admitir que era agradable sentir el viento en la cara. Incluso conforme nos acercábamos al bosque, disfruté de la sensación de estar al aire libre.
La senda era bonita y bajo la luz de la tarde no tenía un aspecto precisamente terrorífico. Todo era muy verde y olía a tierra mojada.




Entonces, Harry decidió que nos saliéramos del camino, por una parte poco empinada. Alejandro intentó quitarle la idea:

-         El terreno es muy irregular por ahí y además nos podemos comer un árbol. Por no hablar de que si papá se entera, nos mata – le dijo.

-         Pero papá no se va a enterar.

-         ¿Y lo de comerse el árbol? – apuntó Zach.

-         Eso te lo dejo a ti, yo sé montar.

-         Vamos con Cole, Harry – le recordó Alejandro.

-         ¡Pero si él monta mejor que yo! Enano, ¿qué dices? ¿Un poco de aventura?

Mi silencio fue respuesta suficiente.

-         ¿Qué pasa, Cole? ¿Tienes miedo de encontrarte con un puma? – se burló.

-         No, pero ahora que lo has dicho, sí.

-         No hay pumas por aquí – me tranquilizó Zach.

-         Harry, me apetece ir por ahí a mí también, pero no vamos a obligar a Cole ni a dejarle aquí tirado – declaró Alejandro.

Habíamos ido frenando la velocidad y finalmente nos detuvimos a discutir si nos salíamos o no del camino. Yo me mantuve callado durante casi toda la conversación, pero finalmente dije lo que pensaba:

-         Solo queréis ir por ahí porque papá os ha dicho que no.

-         Y tú solo quieres seguir en el camino porque ha dicho que vayamos por ahí – replicó Harry.

-         Precisamente – asentí.

-         Deja de ser tan niñito de papá y diviértete por una vez, Cole.

-         No voy a salir del sendero - me obstiné. – Vosotros haced lo que queráis.

-         Pues vale – respondió Harry y comenzó a pedalear hacia fuera del camino. Zach me dedicó una mirada como de disculpa y le siguió. Alejandro se quedó conmigo.

-         ¡Volved aquí, idiotas! ¡Me vais a meter en problemas! Grrr.

Les vimos alejarse hasta perderles de vista. Alejandro se mordió el labio.

- Cole, tengo que ir tras ellos… Si se pierden, papá me descuartiza. Quédate aquí, ¿bueno?

- Pero si tú te orientas peor que ellos – objeté. - No quiero quedarme solo.

-         Les alcanzaré enseguida – me aseguró y, sin dejarme añadir nada más, se puso en marcha.

-         ¡Alejandro! – le llamé, en vano.

Él también desapareció de mi vista a los pocos segundos.

“Vale, Cole, tú tranquilo. Enseguida vienen, solo están haciendo lo que hacen mejor. El imbécil”.

Jugueteé con el timbre de la bicicleta, miré al horizonte. Me bajé del sillín, miré al horizonte. Me limpié las deportivas, miré al horizonte. Alejandro y los gemelos no volvían.

Los minutos pasaron sin que hubiera cambios. No sé exactamente cuántos porque no tenía reloj, pero me pareció notar que el sol descendía ligeramente. ¿Dónde rayos estaban?

Entonces, escuché voces que se acercaban y me relajé. Pero no eran ellos, sino otros dos ciclistas que venían por el camino, pero desde la dirección opuesta. Eran un hombre y una mujer. La mujer se paró cerca de mí.

-         Ey, chico, ¿estás bien? ¿Tienes algún problema con la bici?

-         N-no. Estoy esperando a mis hermanos – respondí.

-         Ah, vale.  ¿Necesitas algo?

-         N-no, gracias.

-         Bueno. Cuídate.

Los ciclistas se fueron, aunque la mujer parecía preocupada. Quizás creía que me estaba escapando o temía que pudiera pasarme algo. Su preocupación aumentó la mía, ¿por qué no volvían? ¿Y si no sabían volver? ¿Y si les había pasado algo?

Un pájaro graznó a lo lejos. Intenté concentrarme en los sonidos del bosque y en el paisaje que me rodeaba, pero eso solo sirvió para darme cuenta de que la luz se estaba volviendo anaranjada. No faltaba mucho para que el sol se ocultara y entones sería de noche. ¡No quería seguir ahí por la noche!

No hay monstruos, Cole. Los monstruos no existen” me dije. “Tienes que ser valiente. ¿No has dicho alguna vez que querías vivir dentro de un libro? Bueno, pues aquí tienes el primer capítulo”.

El problema era que no me quería quedar para el segundo, porque generalmente las historias se ponen peor antes de mejorar.

Tras varios minutos más de incertidumbre, decidí que no podía seguir allí esperando como un estúpido. Tenía dos opciones: deshacer el camino y volver a casa o ir a buscar a mis hermanos. Me sentía tentado de hacer lo primero, me parecía la opción más segura, pero, ¿y si en verdad les había ocurrido algo?

No seas cobarde”.

Respiré hondo, me subí a la bici y pedaleé en la misma dirección que habían tomado Alejandro, Harry y Zach.

La bicicleta cogió impulso enseguida, porque era cuesta abajo. El suelo estaba lleno de ramas y hojas y notaba cuando las ruedas pasaban por encima. El chasquido de una rama particularmente grande al partirse bajo mi peso me dio un susto.

¿A quién quería engañar? No tenía ni idea de hacia dónde ir, ni qué lejos podrían estar. Los helechos me llegaban a la altura de la rodilla y cada vez me costaba más abrirme paso por un lugar que claramente no estaba pensado para las bicicletas.

De pronto la rueda chocó contra algo, una raíz, tal vez, y me frené de golpe. Me caí de la bici y rodé sobre mí mismo. Me quedé en el suelo por unos segundos, asimilándolo y después me palpé el cuerpo para analizar daños. Estaba bien, no me había roto nada, pero me había raspado el codo no sé con qué, y me sangraba.  No me podía ver la herida, pero me dolía, y mi ropa estaba llena de hojas y no sabía dónde estaba Alejandro y tenía miedo. Me abracé las piernas y empecé a llorar, mis pensamientos vagando entre que el monstruo comeniños me iba a encontrar y en tratar de recordar el camino de vuelta.

Estuve así durante un rato, hasta que empecé a escuchar que alguien gritaba mi nombre.

-         ¡Cole!
- ¡Aquí! – chillé.
Lo repetí varias veces hasta que vi a Zach a lo lejos. Harry y Alejandro venían detrás y enseguida llegaron hasta mí.
-         ¡Cole! ¿Estás bien? – preguntó Alejandro, agachándose. En seguida se fijó en mi codo, pero no le dejé examinar la herida, porque le golpeé en el pecho.

-         ¡Eres un idiota! Snif… ¡Idiota, idiota! ¡Sois imbéciles!

Alejandro me sujetó, confundido al principio, y después me abrazó.
-         Lo siento, enano. Shhh, tranquilo. Déjame ver. ¿Te caíste?
Quería seguir pegándole e insultándole, pero en ese momento necesitaba más que me siguiera abrazando.

-         AIDAN’S POV –

Aunque teníamos secadora, algunas cosas las tendíamos fuera cuando hacía buen tiempo porque así se arrugaban menos. Me puse a recoger de la cuerda las sábanas de Alice y las de Hannah mientras le daba vueltas al penoso intento de contactar con Dean. Kurt me asaltó cuando ya casi estaba terminando.

-         ¡Mira, papá! ¡Soy Tormenta!

Después de pasar por todos los superhéroes clásicos (Superman, Spiderman, Batman…), Kurt se había aficionado a los X-men, gracias a Ted, que, cansado de ver películas de dibujos, le había puesto las de esa saga. Al parecer, se había fijado en una de las superheroínas.

Kurt iba vestido con un bañador de mujer, uno negro de Barie que le quedaba enorme. Bárbara se había empeñado en comprar un bañador oscuro, aunque al final solía llevar casi siempre uno azul con brillantes. Ver a Kurt vestido así resultaba impactante, pero ese no era todo su atuendo: también llevaba el pelo blanco, creo que manchado de harina.  

Establecí una prioridad entre limpiarle y alabar sus esfuerzos para no herir sus sentimientos.

-         ¡Uy! ¿Y vas a hacer que llueva y haya rayos?

-         Ño. Me gusta el sol.

Le cogí en brazos, notando que cada vez iba pesando más. Reprimí mis deseos de que no creciera nunca.
-         Qué disfraz tan chulo, campeón. Pero me parece que alguien cogió las cosas de su hermana sin permiso y entró solito a la cocina.
Aunque no había empleado un tono serio, Kurt captó a la perfección el regaño implícito.
-         ¡No, papi! Barie me lo prestó y le pedí a ella que cogiera la harina.
Oh.
-         ¿Ño te gusta mi disfraz? – preguntó, con un puchero. – Madie dice que es de niña, pero no es niña, papi, es de Tormenta. Lo que pasa es que los superhéroes siempre se visten raro y con mallas.
Sonreí y le acaricié la mejilla.
-         Tienes razón, su sentido de la moda es de lo más peculiar. Puedes disfrazarte de lo que quieras, campeón. Pero sin pringarte el pelo, mira cómo te has puesto. Creo que vamos a adelantar la hora del baño para ti.

-         Ñooo. Quiero jugar un ratito máaaaas. Y además ya estoy sucio, ¿qué más da?

-         Pero mira este mocoso caradura – le di una palmada cariñosa. – Está bien. Pero creo que este disfraz está incompleto.

-         Barie me iba a dejar sus pantalones, pero se me caían. 

-         Mmm. ¿Y la capa?

-         No tengo capa negra – suspiró, desanimado.

-         Pero seguro que Hannah te deja su capa de brujita.

El rostro de Kurt se iluminó y gesticuló para bajarse de mis brazos. En cuanto le puse en el suelo salió corriendo en busca de su melliza.

“Te tiene comiendo de su mano y lo peor es que lo sabe” dijo una voz en mi cabeza.

“Déjale que se divierta. Al menos aprendió a pedir permiso antes de usar las cosas de sus hermanos” me repliqué.  
Sacudí las manos para limpiarlas de harina y metí la ropa seca dentro de casa. Me topé con Barie en el salón.
-         A ti te estaba buscando. ¿Ahora eres asesora de vestuario de superhéroes novatos? – pregunté.

-         Ji. Como Edna en Los Increíbles, papá – me sonrió.

Otra mocosa que me tenía comprado.

-         ¿Y era necesario llenarle de harina?
Barie puso una mueca muy graciosa y salió corriendo.
-         ¡Vuelve aquí!

-         ¡No, mejor desaparezco antes de que veas como pusimos el baño!

Eso me alarmó y fui a mirar. Uno de los baños tenía manchas de harina, delatando el lugar del crimen. A veces creía que vivía con doce niños pequeños y ni un solo adolescente.

-         Bárbara, quiero esto limpio en diez minutos, ¿me escuchas?

-         En cinco, papi, pero no te enfades – me pidió. Me miró con algo de preocupación, como tanteándome. Me acerqué a ella y la apreté el costado. - ¡Ay! ¡Jijiji! ¡No, cosquillas, no!

-         Vamos, diablilla. Te ayudo.

Recogimos aquel estropicio en un par de minutos.

-         ¿No te molesta que se disfrace de… de mujer? – me preguntó Barie.

-         Solo está jugando. Tú te disfrazabas de Jack Sparrow.

-         ¿De verdad? No lo recuerdo.

-         Tengo fotos. Eras un piratita adorable.

Barie soltó una risita vergonzosa. La llevé a mi cuarto y rebusqué entre los pen-drive hasta encontrar el del año adecuado. Solía hacer un álbum digital anual y luego los etiquetaba y los guardaba en un cajón. Las mejores fotos las imprimía y me dije que aquella de Barie la tendría que haber impreso. Metí el pen en el ordenador y se la enseñé.



-         Pero… ¿cuántos años tenía ahí? – se rio.

-         Tres. Fue el cumpleaños de los gemelos y era un regalo para ellos, pero te enamoraste a primera vista y creo que lo usaste tú más.

Barie se puso a cotillear el resto de fotos, y de vez en cuando se enviaba alguna para tenerlas a mano en su tablet. La observé distraído mientras pensaba en mis ciclistas y en si estarían bien. Ya iba siendo hora de que volvieran…

-         Tienes que ir a hacerle fotos a Kurt – me ordenó Barie y la verdad es que era un momento gracioso que valía la pena inmortalizar.

Fui a buscar a mi enano y le hice varias fotos mientras él fingía que me lanzaba un rayo. Me caí al suelo y me hice el muerto apropiadamente, y Hannah me revivió con un beso. Después di por finalizado el juego y llevé a Kurt al baño, pues me iba a costar un poco sacarle toda la harina del pelo.

Cuando acabé de secarle y de ponerle el pijama, Alejandro y los demás aún no habían vuelto. Intranquilo, le llamé al móvil, pero no me extrañó que no me lo cogiera: si iba pedaleando le iba a resultar difícil.

Los demás fueron entrando a la ducha y yo resoplé, frustrado. Afuera ya empezaba a oscurecer y les había dicho que volvieran antes de que anocheciera.

Mi bolsillo empezó a vibrar y pensé que podía ser Jandro devolviéndome la llamada, pero resultó que no era mi móvil, sino el de Ted. Debía de ser su novia. No lo cogí, pero siguieron llamando insistentemente y pensé que podía ser algo urgente, así que fui a dárselo, porque de todas formas ya casi era la hora de la cena que es cuando le había dicho que se lo devolvería.

Encontré a Alice de inquilina en el cuarto de Ted, los dos durmiendo plácidamente. Otro momento digno de ser inmortalizad, aunque en verdad fotos de ellos dos durmiendo tenía cientos. Nunca me cansaba, estaban muy monos.

-         Ted… Teddy… - susurré, moviendo su hombro ligeramente. Lamentaba despertarle, pero de todas formas era necesario. Se tenía que duchar y tenía que cenar.

-         Mmmgf.

-         Hola, dormilón. Hora de ducharse.

Ted se removió un poco y se estiró. Sonrió al ver a su hermanita y le hizo un mimo para despertarla. Cogí a la bebé en brazos mientras Ted se espabilaba.

-         Tú móvil lleva un rato vibrando. Será Agus – le dije, y se lo di.

Toqueteó la pantalla para ver las llamadas perdidas.

-         No es Agus, es Blaine. También me ha escrito al Whatsapp. Quiere saber cosas sobre ti – me informó.

-         ¿Sobre mí?

-         Está ilusionadísimo con venir a dormir aquí el fin de semana.

Sonreí. Blaine era un gran chico y todo en él gritaba “quiéreme, por favor”. Me conmovía mucho. Con Holly habíamos acordado que el viernes nos acercaríamos a su casa para el cumpleaños de los trillizos, y después Blaine se volvería con nosotros para pasar la noche y el sábado. Me había costado convencerla de que no era ninguna molestia. Sus hijos eran bienvenidos siempre que quisieran.

-         Dormir, claro. Como si fuerais a hacer algo de eso – repliqué y Ted me devolvió una sonrisa pícara e inocente al mismo tiempo. – Venga, a la ducha. Aprovecha que tus hermanos salieron y habrá menos gente para meter prisa.

-         ¿Salieron?

-         Con las bicis, pero ya tendrían que estar aquí.

Nada más decir eso, escuchamos abrirse la puerta principal. Respiré aliviado y bajé a recibirles, pero el alivio se esfumó cuando vi el codo de Cole y parte de su ropa cubierto de sangre.

-         ¿Qué ha pasado?

-         Me caí – respondió mi enano. En menos de dos segundos le tenía entre mis brazos, examinándole en busca de golpes graves. Me tranquilicé un poco al ver que solo tenía la herida del codo, pero era un buen raspón.

-         Mi vida. Ven, vamos a curarte. Jandro, mete las bicis en el garaje, por favor.

Llevé a Cole al baño en el que tenía le botiquín, aprovechando que Ted no se había metido todavía. Saqué gasas y agua oxigenada para limpiar la herida.

-         ¿Cómo ha sido, campeón?

-         La rueda tropezó con algo – contestó, con aspecto tristón. – Me va a escocer…

Mi cosita.

-         Solo un poco, cariño. Un segundito de nada.

Eché el agua oxigenada con todo el cuidado que pude y Cole siseó. Limpié con la gasa hasta que solo quedaron puntitos y rayas rojas. Parecía la clase de herida que era mejor dejar al aire libre.

Le abracé y le llené de besos hasta sacarle una sonrisa.

-         Pobre principito. Quítate esa ropa sucia. Verás que después de un baño te sientes mejor.

-         Shi. Pero los demás querrán entrar también… Una ducha es más rápida.

-         Que esperen. Ahora estoy consintiendo a mi bebé.

Cole se ruborizó y dejó que le preparara el baño. Le di un beso en la frente e intimidad para que se desnudara. Regresé con los demás.

-         Supongo que os retrasasteis por la caída de Cole – le dije a Harry.

Él asintió, pero tanto él como Zach intercambiaron una mirada que no supe interpretar.


-         El enano está bien – les tranquilicé. - ¿Y Jandro?

-         Sigue en el garaje.

Me acerqué a ver y le encontré sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared y aspecto abatido.

-         Hola – saludé, más que nada para conseguir que me mirara.

-         Hola – murmuró. Le brillaban los ojos, como si estuviera a punto de llorar.

-         Hey. ¿Qué ocurre?

-         Supongo que Cole ya te habrá contado.

-         No me dijo nada – repliqué, sentándome a su lado.

-         ¿No? Vaya. Qué leal.

-         ¿Leal por qué? ¿Pasó algo que deba saber?

Alejandro no me respondió, y se limitó a apoyar los brazos sobre sus piernas y la cara sobre sus brazos. Acaricié su nuca.

-         ¿Debería suponer que estás en un lío?

Jandro asintió, sin levantar la cabeza.

-         ¿Tiene que ver con la caída de Cole? – seguí preguntando, intuyendo que me iba a hacer interrogarle punto por punto.

-         En parte – dijo, dudoso.

-         ¿Qué pasó, campeón? Si me cuentas la verdad, no me enfadaré. Quizás te regañe o te castigue, pero no me enfadaré, porque puedo ver que lo que sea que ocurrió te está atormentando.

Alejandro suspiró y se incorporó lentamente, como si ese simple movimiento le costara un gran trabajo.

-         Harry y Zach se salieron del camino. Fui tras ellos y le pedí a Cole que no se moviera, pero tardamos mucho y el peque se asustó, y él no tiene móvil ni nada, así que vino a buscarnos. Ahí fue cuando se cayó y al poco le encontramos.

Apreté los puños. ¿Existe alguna ley en la adolescencia por la cual hay que hacer justo lo contrario de lo que te dice tu padre?

-         Tus hermanos me van a escuchar – gruñí.

Alejandro se mordió el labio.

-         Yo también fui… Quería ir… De no haber estado Cole, me habría ido con ellos. Pero el enano no quería, así que les llamé para que volvieran, pero…

Levanté su barbilla para mirarle a los ojos.

-         Gracias por ser sincero. Hiciste bien en ir tras tus hermanos: Cole estaba seguro en el sendero, pero ellos podían perderse o caerse y lastimarse. Me hubiera gustado que me dijeras que no habrías ido porque yo os lo prohibí, pero al menos fuiste un buen hermano mayor.

-         Yo… sí que nos perdimos… un poco – admitió. – Por eso tardamos en volver con Cole.  Pero nos supimos encontrar.

Le rodeé con un brazo, asustado en diferido por la posibilidad de que no hubieran encontrado el camino. Me imaginé una patrulla policial buscándolos. Justo lo que necesitaba para empezar con buen pie los trámites de la adopción. Pero eso era lo de menos: podía haberles pasado algo malo.

-         Mocosos cabezotas y desobedientes.

-         Perdón, papá…

-         Nunca pongo reglas para fastidiaros, Alejandro. Siempre tienen una razón de ser - le recordé. Me levanté del suelo y le di la mano para ayudarle a hacer lo mismo. – Voy a tener una conversación muy seria con tus hermanos. Tú ve a la ducha – le mandé y dejé caer tres palmadas rápidas sobre su pantalón, casi como si le estuviera quitando el polvo por haber estado sentado en el suelo.

PLAS PLAS PLAS

-         ¡Au! – protestó, pero luego me miró con incredulidad. - ¿Ya?

-         ¿Qué expresión usaste el otro día? Pecado de pensamiento. Querías desobedecerme, pero me hiciste caso y te saliste del camino solo para buscar a tus hermanos. Y me has dicho la verdad, cuando podías haber aprovechado el silencio de Cole para salvarte.

Alejandro tuvo una expresión confundida durante varios segundos, pero después sonrió.

-         Pensé que estaba frito.

-         Pues ya ves que no, es tu día de suerte. Tus hermanos, en cambio, no pueden decir lo mismo - murmuré.

-         A Cole no le regañes, ¿eh? Se asustó mucho.

-         Tranquilo. Cole no hizo nada malo. Debió quedarse en el camino, pero actuó por miedo, no para desafiarme.

-         Los gemelos solo querían un poco de aventura, papá…

-         Dejé las normas muy claras e incluso les expliqué por qué – le respondí. No iba a dejarme convencer, aunque me derritiera que se uniera al club de los intercesores.

Salimos del garaje y subimos con el resto. Le pedí a Ted si podía hacerse cargo de Alice y yo entré al cuarto de los gemelos.

-         ¿Cómo ha ido el paseo? – les pregunté, desde la puerta.

-         Bien – respondieron y volvieron a mirarse de aquella manera que entonces sí pude entender mejor.

-         ¿Sí? Menudo susto con cole, ¿no? Menos mal que estabais ahí para ayudarle.

-         Sí, menos mal… - dijo Harry.

-         Ya sé que le dejasteis tirado para cruzaros el bosque. No me mintáis encima, porque el agua os puede llegar hasta el cuello.

-         Papá… - empezó Zach, pero no continuó.

-         No pasó nada – replicó Harry.

-         ¿Que no pasó nada? Os perdisteis, Cole se asustó y fue a buscaros y se cayó. Se podría haber hecho mucho daño y vosotros también. Os dije claramente que no salierais del camino. Os lo dije. ¿Pensabais que como no estaba no tenías por qué hacerme caso?

Ninguno de los dos me contestó.

-         Ahora os hacéis cargo de las consecuencias. Harry, espera fuera.

Se dio prisa en salir mientras Zach se encogía.

-         Ya me castigaste hoy – protestó.

-         ¿Y de quién es la culpa? ¿Quién se metió en líos, mm?

-         No sé, yo no. Yo soy buenito – gimoteó, en tono mimoso.

-         Sí, cuando duermes – le chinché. Caminé hasta él y puse una mano sobre su cabeza. – Claro que eres bueno, por eso espero de ti que seas capaz de obedecer a lo que te digo. ¿Sabías que no podías salir de la senda o no?

Zach asintió con ojitos tristes.

-         Entonces no hay más que hablar. Levántate, campeón.

Puso su mejor expresión de cachorro arrepentido durante varios segundos, pero cuando vio que no funcionaba se levantó, resignado. Me senté ocupando su lugar.

-         Pantalones fuera.
Se los bajó y se agarró el borde de la camiseta, nervioso. Le tomé la mano con suavidad. Le guie para que se tumbara sobre mis piernas y él se dejó. Acaricié su espalda mientras se colocaba.
-         Una cosa más: cuando vas con tu hermano mayor, le haces caso. Si Alejandro te dice que no te salgas del camino, no te sales del camino – le regañé.

-         Sí, papi.

-         Mmm.

“Papi. Mocosito manipulador”.

Rodeé su cintura y levanté la mano, recordándome a mí mismo una y otra vez por qué estaba haciendo aquello. Me había desobedecido, había intentado mentirme, podría haberse perdido, podría haberse caído y venir más herido que Cole.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… aichs… PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS PLAS…. mmf…  PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         Papá, que ya me dejé el culo en el sillín…

Mi enano lengua suelta. Solo él podía hacerme sonreír en un momento como ese.

-         Pues yo lo veo aquí, ¿eh? – le di una palmadita para reforzar mi punto.

-         Au. Ya te voy a hacer caso… hasta la próxima vez que se me olvide.

Aquella vez, le di una palmada algo más fuerte.

PLAS

-         No es momento de hacerse el gracioso.

-         Perdón…

-         No creas que porque te estás haciendo mayor y sales solo por ahí puedes hacer lo que te de la gana. Tienes que hacerme caso o tu permiso para salir se va tan rápido como vino.

-         Lo haré, papá…

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… au… PLAS PLAS PLAS PLAS… mm… PLAS

PLAS PLAS… snif…  PLAS PLAS PLAS… ya, papi…  PLAS PLAS PLAS… snif…  PLAS PLAS

Zach lloriqueó sobre mi pantalón, no muy fuerte, pero sí con sentimiento. Le levanté despacito y le envolví con mis brazos, dejando que llorara sobre mi hombro.

-         Shhhh. Ya pasó, campeón.

-         Lo siento… snif…

-         Perdonado – respondí, y le di un beso en la frente. Le separé lo justo para limpiarle las lágrimas. No estaba llorando mucho, más bien me puchereaba en plan mimoso.

-         Eres malo, papá.

-         Malísimo – le seguí el juego. - Deberían encerrarme por hacer llorar a mi bebé. Pero es que mi bebé es un poquitín desobediente.

Zach se ruborizó y se acurrucó sobre mí. Después se frotó discretamente y se subió el pantalón.

-         Ve a la ducha, canijo.
Zach se estiró y se separó a regañadientes y salió del cuarto. Esperé a que entrara Harry, pero se hizo el loco.
-         Harry – le llamé.
Entró, mucho más enfurruñado que su gemelo.
-         Estás exagerando, como siempre – se quejó.

-         Lástima que no te corresponda a ti decidir eso. Tu trabajo es hacer caso de lo que te digo y así luego no tienes que plantearte si estoy exagerando o no.
Soltó un bufido como toda respuesta.
-         Harry, fui muy claro, ¿no? Os dije las condiciones para salir con la bici. Te expliqué por qué debíais ir por el camino. Y al final mira lo que pasó: os perdisteis y Cole se cayó. Y aún así tuvisteis mucha suerte.
Harry permaneció en silencio y yo suspiré.
-         Pienses lo que pienses, me tienes que hacer caso, y a Jandro cuando estáis solos y le dejo a cargo también. Fuera pantalones, canijo.

La molestia de Harry se transformó en disgusto ante esa orden. Se sacó los zapatos empujándolos con los pies y después se deshizo del pantalón, alejándolo de una patada. Estuve a punto de decirle que los recogiera, pero vi su cara y supe que tenía que terminar ya con aquello para no hacérsela más difícil.

Le ayudé a tumbarse y le tomé de la mano. Sabia que apelar a su conciencia era la mejor manera de llegar hasta Harry, así que froté su espalda y le dije lo que sentía:

-         Sé que a veces te parezco pesado y sobreprotector, pero aún así te dejo hacer casi todo lo que quieres, hijo. Solo te pido a cambio que me hagas caso en las normas que te pongo. Es la forma de que algo divertido no termine mal. Yo confío en ti para dejarte salir con la bici solo con tus hermanos, así que tú tienes que confiar en que te digo las cosas con un motivo y nunca para fastidiarte.

Apretó mi mano y escondió la cabeza en su brazo libre. Le noté preparado, así que comencé.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… uff… PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS PLAS… au… PLAS PLAS PLAS PLAS … jo, papá… PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS… ya no lo hago más… PLAS PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS PLAS PLAS… ya, papá… PLAS PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS

-         Ya está, canijo.
Harry me soltó la mano y se levantó. Se subió la ropa corriendo y después se lanzó encima de mí, haciéndome retroceder sobre su cama.
-         Ya pasó, bicho, ya – susurré, apretándole fuerte, aunque no tanto como él a mí, que iba a dejarme sin respiración. A los pocos segundos, aflojó y se separó un poco.

-         Snif.

-         Otra vez me harás caso, ¿a que sí?

Harry asintió y yo le di un beso en la frente. Me quedé haciéndole mimos por un rato. Al rato vino Zach, con el pelo mojado por la ducha, y se colocó con nosotros. Finalmente, Harry tomó su turno en el baño y Zach aprovechó para tumbarse y usarme de almohada.

-         ALEJANDROS’S POV –
Nunca más iba a ir a ningún lado con los gemelos. Eran un imán para los problemas más grande que yo. Tardaron cinco segundos en desaparecer en el bosque y me costó alcanzarles. Me costó mucho más encontrar el camino de vuelta y sabía que Cole tenía que estar pasando un mal rato.
Me di por muerto en cuanto regresamos con él y vi que se había caído, pero papá no me culpó a mí de lo que había ocurrido. Me sentí mal, porque en verdad la idea de Harry y Zach me había tentado, pero no le mentí: no iba a dejar solo a Cole y si lo hice fue para recuperar a las dos ovejas perdidas. Dos ovejas perdidas que sí se habían llevado una bronca del pastor, pero, sinceramente, nadie podría decir que papá no les había advertido.
Disfruté de la ducha y me entretuve debajo del agua hasta que Harry golpeó la puerta para que le dejara pasar. Me sequé y me puse el pijama rápidamente y le cedí el baño. No hice ningún comentario, sabía que acababa de cobrar y que no quería hablar del tema.
Papá me abordó cuando estaba con el móvil esperando para la cena. Por un segundo me preocupó que hubiera cambiado de idea y hubiera decidido asesinarme a mí también, pero no tenía cara de enfadado, sino de pensativo.
-         Creo que podríamos intentar llamar a Dean ahora – me sugirió.
Me puse de pie tan rápido que casi me estampo contra la litera de Ted y Michael.
-         Tomaré eso como un sí – sonrió papá. – Reúne a tus hermanos. Creo que me da fuerzas y es algo que debemos hacer juntos de todas formas.
Llamé a todos y bajamos al salón. Les expliqué lo que íbamos a hacer mientras papá venía.
-         Dean vive mucho más cerca que Sebastian – murmuró Ted.
Sí, yo también había reparado en eso. Vivíamos en el mismo estado. Si dejaba de ser un idiota y atendía el teléfono, podríamos vernos con cierta frecuencia.
Papá se puso frente a nosotros y nos habló de Dean, aunque no sabía mucho sobre él. No se parecía a Sebastian ni en el tipo de trabajo, puesto que Dean era escultor.
Finalmente, papá agarró el teléfono y llamó. Todos contuvimos la respiración. Puso el altavoz para que pudiéramos oírlo.
-         ¿Diga?

-         Buenas noches. Por favor, no cuelgues – pidió papá. - Me llamo Aidan y necesito hablar contigo. Te llamé antes, pero cortaste al escuchar mi apellido. ¿De qué te suena el nombre Whitemore?

-         ¿Es un chiste?

-         Ningún chiste. No sé si lo sabes, pero Andrew Whitemore es tu padre biológico.

-         Sí, sí que lo sé – replicó, manifiestamente molesto. – El muy cínico me llamó hace un par de meses diciendo que quería conocerme y explicarme por qué me abandonó. En realidad solo quería saber si estaría dispuesto a donarle parte de mi hígado.

¿Qué? Cuando uno pensaba que Andrew no podía caer más bajo…

“Espera… ¿donación de hígado? ¿No es de eso de lo que enferman la mayoría de los alcohólicos?” pensé.

-         No… no tenía ni idea – logró decir papá. – De verdad.

-         ¿Qué relación tienes con él? – se interesó Dean. No parecía probable que fuera a colgar esta vez.

-         La versión corta es que soy su hijo. La versión larga es un poco más enrevesada. El caso es… que tienes muchos hermanos, Dean. Trece en algunos sentidos, doce en otros.

-         ¿Cómo se puede tener un hermano más o un hermano menos dependiendo del sentido? – inquirió.

-         Te lo iré contando poco a poco. Escucha… sé que vives en Los Ángeles y nosotros vivimos en Oakland. Si tú quisieras, podríamos vernos. Tienes otro hermano en Inglaterra, y va a venir a visitarnos. Sería una buena ocasión para… conocernos.

Dean tardó un par de segundos en responder.

-         Trece hermanos…

-         Sí, sé que es mucho que asimilar.

-         Ah, eso no es nada – intervino Zach. - Papá está saliendo con una mujer con once hijos. Como no te des prisa, te pones con veintitrés sobrinos así de pronto.

-         ¡Zachary! Discúlpale. Ese fue Zach, tiene trece años.

-         ¿Un niño? – se extrañó.

-         Casi todos tus hermanos son menores de edad – le aclaró papá.

-         ¿Soy el mayor?

-         No, el mayor soy yo. Pero técnicamente somos primos. Es complicado. En cualquier caso, tienes otro hermano mayor, el inglés.

-         Creo que necesito tomar apuntes – bromeó Dean. En ese punto todos sonreímos, relajados porque se lo estuviera tomando bien. - ¿Así que… queréis conocerme?

-         Nos encantaría.

Hubo tantos instantes de silencio que hasta llegué a pensar que se había interrumpido la llamada.

-         Hace años decidí que no quería saber nada de la familia que me había abandonado. Nunca se me ocurrió que pudiera tener tantos hermanos… ¿Por qué se quedó con vosotros y no conmigo?

-         Andrew ha abandonado a todos sus hijos – le dijo papá.

“Menos a ti” apunté yo, mentalmente.

-         Ah, bueno. Entonces ya no me siento especial – rio, pero fue una risa triste. – Sí, será interesante… vernos las caras. Pon una fecha y un lugar.

-         Te lo escribiré por Whatsapp, si te parece bien. Podemos seguir hablando por ahí.

-         Está bien. Pero cuéntame algo más sobre ti… sobre vosotros…

-         Puedes googlearnos – le sugerí.

-         ¿Cómo? ¿Sois famosos o algo así?

-         Aidan sí – explicó Ted.

-         ¿Es que vives en una cueva? – le acusó Madie. – Aidan Whitemore, el escritor. Ha salido en todos lados últimamente.

-         Madie… - regañó papá, bastante abochornado.

-         Creo que ya me suena.

-         No tiene por qué sonarte, no te preocupes.

-         ¿Google, entonces? Vale… Me alegro de no haber colgado.

-         Y yo de que me atendieras – respondió papá. - No he sabido de tu existencia hasta hace poco. Por eso no te había llamado antes.

-         Entiendo.

-         No te molesto más… Sé que es mucho que asimilar. Te escribiré después.

-         De acuerdo. Buenas noches.

-         Buenas noches – susurró papá y después se escucharon los pitidos que indicaron que Dean ya había colgado. El pobre debía de estar medio en shock.

-         Es modesto – comentó Barie. – Podría habernos dicho que le googleáramos a él también. Era artista, ¿no?

-         Escultor, y creo que fue modelo – explicó papá. Su expresión era algo ausente. Se dejó caer sobre el brazo del sofá. – El hígado…

Fruncí el ceño. Andrew no había tenido huevos de pedírselo a Aidan, porque hubiera sido de un hijoputismo extremo, pero sí se había acercado a nosotros en los últimos tiempos. ¿Acaso estaba buscando únicamente órganos de repuesto?







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