Páginas Amigas

domingo, 18 de octubre de 2020

CAPÍTULO 27

 

 CAPÍTULO 27


-        No abras los ojos todavía – me advirtió Koran.

 

Suspiré. Habría hecho trampas de buena gana, pero en realidad daba igual si los abría porque sus manos me tapaban la cara. Había más personas en el cuarto, podía oírlas, pero no tenía ni idea de lo que estaban haciendo.

 

No me gustaban las sorpresas. Me encantaba que la gente tuviera detalles conmigo, como a todo el mundo, supongo, pero prefería saber qué era antes de recibirlo. Odiaba hacerme expectativas que luego no se cumplían. Y odiaba ese momento tenso en el que por fin te enseñan el regalo o la sorpresa y tardas unos instantes en entender lo que es y en poner la adecuada expresión de alegría que se espera de ti, te haya gustado o no.

 

Debería haber sabido de qué se trataba, sin embargo. Koran me lo había dicho aquella mañana.

 

Huele a… ¿palomitas?” me ilusioné. “Y a patatas”.

 

-         ¿Ya está? Muchas gracias – le escuché. También oí las puertas deslizándose dos veces e intuí que nos habíamos quedado solos. – Vale, Rocco, ya puedes mirar – anunció y retiró las manos.

 

Abrí los ojos y confirmé lo que ya había percibido por el olfato: la mesa del salón estaba llena de palomitas, y patatas fritas y una salsa y sándwiches. También había otra novedad: había una pantalla colgando del techo y cubriendo toda la pared opuesta al sofá.

 

-         ¿Vamos a ver una peli? – exclamé.

 

“Controla la euforia, que no tienes cinco años” me reproché, porque me había salido un tono muy infantil. Pero, aunque era genial estar en una nave espacial y haber salido aquella mañana a dar un paseo por el espacio, lo cierto es que añoraba un poco de normalidad. Echaba de menos tirarme en el sofá a ver Netflix, jugando con mi madre a los empujones por ver quién se quedaba el mejor sitio y ganando siempre, hasta que ella me hacía cosquillas…

 

Basta. Mamá ya no está. Asúmelo de una vez”.

 

-         Ahá. He pedido que me conecten a la biblioteca digital de Okran. Tenemos bastantes películas de tu planeta – me informó.

 

-         ¿Aquí tenéis películas también? – me interesé.

 

-         Un poco diferentes, son holográficas. Pensé que por hoy te gustaría más ver algo de tu mundo. Pero si quieres puedo…

 

-         ¡No, así es genial! – le interrumpí, y corrí hacia el sofá. - ¡Comida chatarra! ¡Al fin! – celebré, mientras cogía un puñado de patatas.

 

-         Empiezo a pensar que no tienes un problema de apetito: tienes un problema con comer sano – me dijo, y se sentó a mi lado. Quedó un buen espacio entre los dos, no obstante. Aún no tenía suficiente confianza como para jugar a las embestidas, ni para ponerle los pies en la cara.

 

-         ¿Cuál vamos a ver? – pregunté, ignorando su pulla.

 

-         La que tú quieras.

 

-         ¡Iron man! – decidí, de inmediato. – No, espera… ¡Spider man! No… ¡el Capitán América! O Los vengadores, pero sin haber visto las otras no vas a entender nada…

 

Koran soltó una carcajada y, repentinamente, me atrajo hacia él con un solo brazo.

 

-         No sabes cuánto me alegra verte tan contento. Si unas patatas y una película te hacen tan feliz, podemos convertirlo en una costumbre semanal.

 

-         ¡Genial!

 

Finalmente, me decanté por Iron-man y Koran puso la película. Cogí un sándwich relleno de alguna crema sin identificar pero deliciosa y me puse cómodo.

 

-         Si vas a subir los pies en el sofá, descálzate – me regañó Koran. Rodé los ojos, pero empujé los zapatos para sacármelos.

 

-         Sistema, apaga las luces – pedí.

 

Noté que movía un poco para que estuviéramos más cerca y contuve la respiración mientras tiraba de mí para que me apoyara sobre él. Me ardieron las mejillas, pero tenía que admitir que era una almohada muy cómoda.

 

“Siempre quise hacer esto con mi padre” pensé. “Cuando era pequeño y fantaseaba con una familia tradicional, imaginaba una sesión de cine en casa, apretujados en el sofá. Es como si Koran me hubiera leído la mente. ¿Existirá una emoción que signifique “abrázame fuerte”? ¿Podrá leer esa clase de cosas?”

Intenté concentrarme, estudiar el ambiente, para ver si era capaz de leer sus emociones, como él era capaz de adivinar las mías. Hasta entonces, tan solo había percibido aquello que él había querido proyectar o que se le había escapado por accidente. Apenas en una ocasión había podido “leer” el afecto que sentía por mí, pero no tenía ni idea de cómo lo había hecho.

Inspiré hondo y me concentré en su propia respiración. Sentí… paz. Y calor, un intenso calor a la altura del pecho que no me pertenecía, sino que era un eco de lo que Koran estaba sintiendo. “Instinto protector, la necesidad de aferrar algo con fuerza… de aferrarme a mí”.

Pude notar el momento exacto en el que se concentró en la película, porque sus emociones cambiaron. Percibí cierta curiosidad y también desconcierto, mezclado con algo de desagrado.

“¿Cómo que desagrado? ¡Pero si es Iron-man! ¡A nadie puede no gustarle!”

-         ¿Este tipo se dedica a vender armas? ¿Y se supone que es un héroe?

 

-         Shh. No te metas con Iron-man – gruñí, entre dientes.

 

-         Pero si es un egocéntrico.

 

-         Que no te metas con él – repetí, amenazándole con un cojín.

 

-         Vale, vale.

 

-         Lo de las armas lo deja después – añadí. – De eso va la peli, en parte. De eso y de patear a los malos. Y de trajes que vuelan. Por cierto, ¿aquí tenéis trajes que vuelan?

 

-         Sí. Cuando bajemos al planeta te los enseñaré.

 

“¡Chúpate esa, Tony Stark!”

 

Seguimos viendo la película sin hacer comentarios. De vez en cuando me estiraba para coger patatas o intentaba captar de nuevo las emociones de Koran. Poco a poco fue entrando en la película y creo que le gustó.

 

-         Lo mejor de este universo son los fan-fics – le dije. – O sea, las historias que escriben los fans. Suelen hacer que Iron-man sea el padre de Spiderman (aún no le conoces) y que el Capitán América sea su novio (tampoco le conoces).

 

-         Pero a Tony Stark le gustan las mujeres – respondió, confundido. – Ligar y malgastar el dinero parece que es lo que mejor sabe hacer, después de inventar cosas.

 

-         Eso no importa – repliqué. – En realidad, hacen buena pareja. Oye… ¿en Okran hay homosexuales? – se me ocurrió preguntar.

 

-         No tantos como en tu planeta.

 

-         ¿Por qué no? – me interesé.

 

Se encogió de hombros.

 

-         La mayoría de hombres okranianos terminan casándose con una mujer y teniendo hijos. Lo mismo a la inversa. Pero no por nada en especial, es solo simple estadística. En realidad, no solemos poner etiquetas. En dos mil años de vida una persona es casi todas las cosas que se pueden ser, de puro aburrimiento y por probar experiencias nuevas.

 

Me gustó la naturalidad con la que hablaba del tema, así que le hice más preguntas.

 

-         ¿Y tú has… experimentado? – le pregunté.

 

Negó con la cabeza.

 

-         De momento, solo me siento atraído por las mujeres.

“De momento” repetí, para mí. Intenté imaginarme a mí mismo con un par de cientos de años más. Quizá me convirtiera en una persona completamente distinta. Quizá me gustasen los hombres, aborreciera la pintura y me cansase de mis pircings. En realidad, me costaba llegar tan lejos. No podía imaginarme con más de setenta u ochenta años. No conseguía asimilar que la increíble longevidad de los okranianos estaba en mi ADN.

-         La mayoría de nosotros solo se enamora una vez – me explicó. – Somos bastante monógamos. Pero los caronitas son bígamos y las agrupaciones sentimentales se componen de dos hombres y una mujer o dos mujeres y un hombre.

 

-         ¿Qué son los caronitas? – pregunté. - ¿Otra religión?

 

Asintió.

 

-         Son una gentecilla curiosa – prosiguió. – Me resulta muy interesante cómo funcionan sus familias. Algunos encuentran una sintonía perfecta. Pero, más comúnmente, suele haber disputas y desavenencias. Los celos son una emoción fuerte.

 

Guardé silencio, intentando almacenar todos los datos que iba aprendiendo sobre aquel nuevo mundo. Koran me apretó cariñosamente.

-         Arkun te enseñará todo esto. Tus lecciones con él comenzarán en un par de días. Yo tengo que retomar mis funciones. Me tomé unos días para… conocerte.

 

Solté un gruñido. Nunca me había desagradado estudiar, pero tampoco era mi actividad favorita. En mi mundo, estaba a punto de terminar el bachillerato e iba a pasar a la universidad, para hacer Bellas Artes. Ahora sentía que tenía que empezar de cero, en Educación Primaria. O peor aún, en infantil.

 

“La m con la a, “ma”. Rojo, amarillo, blanco y azul. Niños, hoy vamos a aprender que los dinosaurios existen y se clasifican en los que te pueden comer y los que no“.

 

-         No te preocupes – me dijo Koran, tal vez dándose cuenta de mi repentino humor sombrío. – Te gustará la escuela. No hacemos que los niños se queden sentados todo el día, como en la Tierra.

“Bueno, eso es un plus”.

-         Pero eso será en un par de días – repliqué. - ¿Ahora podemos ver otra peli?

Koran fingió que lo pensaba durante unos segundos y después asintió.

-         Mocoso consentido – resopló, mientras le robaba una patata.

 

-         Ya era hora de que me consintieras – protesté. – Si solo me regañaste desde que llegué.

 

Sentí una punzada dolorosa y se me cortó la respiración. Mi broma le había hecho daño y yo había empatizado con sus emociones. Empezaba a entender un poco mejor mis poderes o quizá solo había aprendido a sincronizarme con Koran.

 

-         No lo digo en serio. Me compraste un montón de cosas y me enseñaste el nido y me llevaste a pasear por el espacio – le recordé. - También me agujereaste, pero en fin.

 

-         Ese no fui yo, fue la doctora – se defendió.

 

Me reí y sus labios se estiraron. Tras dudar un segundo, le empujé suavemente con el hombro, como para quedarme con su huequito del sofá. Me miró sorprendido, pero después su sonrisa se volvió maliciosa y me empujó de vuelta. Nos revolvimos durante un rato, pero al final me ganó con facilidad y puso las piernas encima de mí y las manos detrás de su cabeza, presumiendo de su victoria.

 

-         Fanfarrón – le acusé.

“Voy a estar bien, mamá. Creo que podré tener un hogar lejos de casa”.

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