Páginas Amigas

martes, 8 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 28

 

-         KORAN’S POV –

La noche siempre me ha parecido un tiempo de paz. En mi hogar en tierra firme, era el único momento en el que podía estar a solas con mis propios pensamientos, sin deberes que atender, consejeros a los que escuchar, obligaciones que cumplir. El ritmo en la nave era más relajado, pero aun así había algo en el silencio de la noche que me daba tranquilidad.  Desde que tenía a Rocco conmigo, esa sensación se había incrementado. Observarle dormir era mi nuevo pasatiempo favorito. Iba a lamentar cuando nos mudáramos a unas habitaciones más grandes, donde él pudiera tener su propio espacio: echaría de menos tenerle en mi cama.

Era extraño. Cuando no sabía de su existencia, no sentía que me faltara nada, tan solo el deseo insatisfecho de tener una familia. Pero, ahora que le conocía, se había apoderado de todo mi mundo en un segundo. No había nada más importante que él y quería recuperar los años perdidos. Pero sabía que no debía asfixiarle. Mi hijo necesitaba intimidad, por más pequeño que fuera a mis ojos.

Sonreí al recordar cómo quedó más dormido que despierto después de la segunda película. Se espabiló bruscamente cuando insinué la posibilidad de llevarle en brazos a la cama. La próxima vez me limitaría a hacerlo sin anunciárselo, aunque, la verdad, me iba a ser difícil poder con él. Rocco era mucho más grande de lo que debería ser a sus diecisiete años. Los terrícolas crecían tan rápido… Gracias al cielo, Rocco era mestizo, así que no tenía que preocuparme porque envejeciera antes que yo. Iba a tener una larga y feliz existencia.

Mientras vigilaba sus sueños, comencé a escuchar ruidos en el pasillo. ¿Quién armaba semejante escándalo a la una de la madrugada? Esperé a que los guardias del turno de noche solucionaran la situación, pero me impacienté cuando al cabo de los minutos seguía escuchando gritos. A regañadientes, me levanté de la cama, me puse una bata y salí a investigar, moviéndome con sigilo para no despertar a Rocco.

-         ¿Qué sucede? – pregunté, en cuanto se abrieron las puertas.

Una mujer lloraba mientras le reclamaba algo a los guardias y enseguida la reconocí: era mi vecina, la madre de Ari.

-         Alteza… mi hija… no está en su cama – me explicó su marido, el padre de la niña.

 

-         No sabemos dónde está – añadió la angustiada mujer.

Me tensé. Como máxima autoridad de aquella nave, me sentía responsable de la seguridad de sus habitantes. Los secuestros eran sucesos muy poco frecuentes e imaginar que uno había tenido lugar aquella noche era simplemente terrible. Pero, además, recientemente había adquirido otra perspectiva sobre aquel asunto y solo podía empatizar con el miedo y con el dolor de aquellos padres. Si alguien se hubiera llevado a Rocco, hubiera perdido la cordura.

Ari era una niña indefensa, una criatura adorable y tierna. ¿Quién querría hacerla daño?

-         ¿Qué estamos haciendo para encontrarla? – indagué, dirigiéndome al guardia más cercano. El hombre se cuadró y me lanzó una mirada angustiada. Me impacienté al ver que no me respondía. - ¿Algún sospechoso?

 

-         Esto… Ninguno, Alteza. El protocolo dice que debemos esperar una hora, por si la niña apare…

 

-         ¿El protocolo? – le interrumpí, sintiendo que mi cuerpo entero se llenaba de rabia. ¿Qué estaba pasando con los soldados de aquella nave? En los últimos días, su incompetencia estaba siendo abismal. Aún no olvidaba la forma en la que se habían lanzado a sujetar a Rocco, como si fuera un delincuente.  - ¡Una niña ha desaparecido!

 

-         Tenemos hombres buscándola, Alteza, pero no podemos asumir que se la han llevado hasta que…

 

-         ¿¡Es que acaso va a irse sola!? – exclamé, furioso y sorprendido por lo que estaba escuchando.

 

-         Pues… la menor tiene un historial – respondió el soldado, tímidamente.

 

-         ¿Oh? – me sorprendí y miré a los padres.

 

-         Ari tiene el mal hábito de salir a explorar por su cuenta… por eso nos asustamos tanto cuando entró en su habitación, Alteza. Pero nunca había estado fuera tanto tiempo ni se aleja demasiad… La hemos buscado por todos los lugares a los que suele ir, y nada… - susurró el padre, visiblemente preocupado.

 

-         La hemos regañado mil veces por hacerlo, nos aterra que un día pueda pasarle algo. ¿Y si se perdió? ¿Y si se ha caído? ¿Y si…? – la madre se interrumpió, incapaz de continuar.

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