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lunes, 15 de marzo de 2021

CAPÍTULO 131: TE DARÍA CUALQUIER COSA

CAPÍTULO 131: TE DARÍA CUALQUIER COSA

El secreto mejor guardado en mi casa era dónde y cuándo ensayaba Alejandro para su audición en el musical. No es que uno pudiera bailar en cualquier sitio. Con un poco de observación -y la ayuda de Agus, y unas amigas suyas que me sirvieron de espías- descubrí que utilizaba el gimnasio del colegio en los recreos. Al principio, empezó a desaparecer del patio del lunes. Luego, los lunes y los miércoles. Y, conforme la fecha se acercaba, se iba a practicar durante los descansos de toda la semana.

A cuatros días del “gran momento” decidí hacer acopio de valor y jugarme la vida y la integridad física:

-         ¿Cómo llevas lo del musical?  - le pregunté, en el tono más casual que supe poner. Alejandro se envaró casi al instante.

 

-         Bien.

 

-         ¿Quieres enseñarme lo que tienes hasta ahora? En realidad, aún no sé lo que vas a hacer.

 

-         Subirme al escenario y bajarme los gallumbos – respondió con sarcasmo. – Ted, ¿tú que crees? Tengo que bailar.

 

-         Eso ya lo sé – refunfuñé. Uno que intentaba ser amable e interesarse… - Pero me gustaría verte.

 

-         Ni hablar.

 

-         En la audición tendrás que bailar delante de gente, ¿sabes? Y si te cogen aún más.

 

Me ignoró y soltó un resoplido.

 

-         No me voy a reír de ti – le prometí.

 

-         Vete a la porra, Ted.

 

Suspiré. En realidad, entendía sus reservas. A mí también me daría vergüenza.

 

-         ¿Y el día de la prueba si me dejarás ir? – pregunté.

 

-         ¡Papá, Ted me está molestando con lo del baile! – chilló.

 

-         ¡Ted, deja en paz a tu hermano! – escuché, desde la habitación de alguno de los enanos.

 

Fulminé a Alejandro con la mirada porque eso no era necesario en absoluto. Solté un bufido y cogí mi libro de historia refunfuñando incoherencias sobre hermanos pequeños amargados y chivatos.

 

Media hora después papá nos llamó para merendar y aprovechó que nos tenía a todos juntos para preguntar quién quería ir al parque, pues era viernes y ya había hecho la compra por internet, pero no la traían hasta más tarde. Evidentemente, los peques querían ir, pero a veces alguno más se sumaba, para dar una vuelta o a jugar en alguna de las pistas anexas. Había una cancha de baloncesto y una mini pista de skate. Michael quería ir a la primera y Harry y Zach a la segunda y al final decidimos que iríamos todos.

 

-         ¿Y qué haremos mañana? – preguntó Barie.

 

Papá sonrió con anticipación, lo que me indicó que tenía algo gordo planeado. Agarró la jarra de leche con deliberada lentitud, haciéndose de rogar.

 

-         Resulta que, hablando con Michael en alguna ocasión, hay una serie de cosas que no ha tenido oportunidad de hacer. Y algunas de ellas son nuevas para vosotros también – empezó.

 

-         ¿El qué? – se interesó Cole.

 

-         Sí, a estas alturas yo juraría que lo hemos hecho casi todo – dijo Zach. – Todo lo que nos vas a dejar hacer, por lo menos – añadió, pues uno de los deseos de Zach era tirarse en paracaídas y papá le iba a dejar hacerlo aproximadamente cuando las vacas volaran y los leones usaran mallas.

 

-         Nop. Los pequeños nunca han estado en un teatro y, que yo sepa, nunca hemos ido juntos a un musical… - respondió papá, en tono casual.

 

Barie se levantó como un resorte, se acercó a él, y le agarró del jersey.

 

-         ¿Vamos a ir a ver un musical? – preguntó, en tono de “no bromees con eso”. Se puso tan seria que los demás nos reímos, ante tanta intensidad.

Papá también se rio y asintió.

-         Ponen El médico, creo que a ti te gustó la película, Jandro, y a ti el libro, Ted. He pensado que puede estar bien que veas un musical en directo antes de la audición y….

 

-         ¡VAMOS A VER UN MUSICAL! – le interrumpió Barie, dando un saltito.

 

-         La perdimos – murmuró Madie.

 

-         Pero papá, eso es una pasta – intervine yo.

 

-         Deja que yo me preocupe por eso. Es una actividad cultural, además de pasarlo bien me parece interesante que…

 

-         ¡VAMOS A IR A UN MUSICAL!

 

-         Sí, sí, Barie, ya lo oímos – dijo Michael, aunque a él también se le veía encantado con la idea, como con curiosidad.

 

 

-         ¿Y los enanos? ¿No son muy pequeños? – me preocupé, mirando a Alice.

 

-         Yo creo que no. Te gusta la música, ¿verdad pitufa? – preguntó papá y la enana asintió. Aidan la cogió en brazos y le dio un beso. – Igual no se entera mucho del argumento, pero seguro que la impresiona. Y si se duerme, pues tampoco pasa nada. ¿Alguna pega más, señor negativo?

 

-         No, ninguna, me pido primera fila – sonreí. Papá tenía razón: el libro me había gustado mucho. La historia estaba bien y no había tenido muchas ocasiones de ver musicales, más que en la tele. Verlo en directo, en el teatro, sería una experiencia nueva.

 

Con el entusiasmo de los planes para el día siguiente, nos fuimos al parque. Decidimos ir en coche, porque el parque de las canchas de baloncesto estaba algo más lejos que al que solían ir los enanos con papá.

 

-         En una semana podré conducir yo – dijo Alejandro, que esa tarde me hacía de copiloto. - ¿Me dejarás tu coche? – me preguntó.

 

Me mordí una sonrisa. “Tendrás el tuyo propio” pensé, pero me lo guardé.

 

-         Ya veremos – me hice de rogar. - ¿Me dejarás verte ensayar?

 

-         Teeeed – protestó. – Pues se lo diré a papá y él te obligará a que me lo dejes.  

Era divertido torturarle un poco, sobre todo porque ya podía imaginar su cara de felicidad cuando descubriera su regalo de cumpleaños.

Llegamos al parque y los enanos prácticamente volaron hacia los columpios y el tobogán. La población de los parques había descendido mucho en los últimos años. Cuando yo tenía la edad de Kurt estaban mucho más llenos y seguramente antes estuvieran más llenos todavía. Pero la gente ya no tenía tiempo para llevar a sus hijos a los parques. Ahora todos los padres trabajaban con jornadas imposibles y llegaban agotados a casa, prefiriendo entretener a sus hijos con una pantalla.

Una vez más, pensé en la suerte que tenía por tener a Aidan. No solo porque su trabajo le permitiera pasar tanto tiempo con nosotros, sino porque su infancia llena de agujeros y sacrificios le habían hecho consciente de la importancia de las pequeñas cosas y se había ocupado de dárnoslas todas. Las tardes en el parque no me habían parecido nada del otro mundo hasta que las vi a través de la alegría de Cole, y del resto de mis hermanos pequeños. Entonces reparé en lo fácil que es dar por sentado las cosas que nunca te han faltado.

Michael me sacó de mis pensamientos al retarme a unas canastas en la cancha de baloncesto. Acepté, con confianza porque, modestia aparte, era el mejor jugador de mi clase y de mi familia… hasta que empezamos los tiros y comprobé que Michael me había quitado el puesto. Encestó la pelota desde una distancia imposible.

-         ¿Dónde has aprendido a jugar tan bien? – le pregunté, sorprendido.

 

-         En la calle – respondió, encogiéndose de hombros.

No me dio más información y entendí que era una de esas cosas de las que no le gustaba hablar.

-         ¿Me enseñas? – le pedí.

 

-         ¡Ni hablar! ¡Tengo que aprovechar que soy mejor que tú en algo!

 

-         ¡Eres mejor que yo en muchas cosas! – protesté. – Yo no sé imitar, por ejemplo. Anda, enséñame.

Michael se hizo de rogar durante un rato, pero al final me dio algunos trucos para lanzar mejor. Jugamos hasta que a los dos nos entró sed y fuimos al banco en el que se había instalado papá a por agua. Él siempre llevaba una o dos botellas. Todos mis hermanos se acercaron a la vez. Al parecer, nos había entrado sed al mismo tiempo.

-         Todavía me impresiona ver cosas así – me dijo Michael.

 

-         ¿Cosas como qué?

 

-         Diez niños alrededor de un solo hombre.

 

-         Ah, ya. Pero que Jandro no se entere de que le has llamado “niño”.

 

-         Bah, es un enano. Y tú también – me chinchó. Me dio un golpecito en la espalda y me adelantó corriendo para que no se lo pudiera devolver.

No hice ni el amago de perseguirle, ya me la cobraría más adelante. En lugar de eso, me dediqué a observar lo que Michael había dicho: tantos niños junto a un solo padre.

“Y va a ser nuestro padre de verdad, cuando nos adopte”.

Por desgracia, esas cosas eran condenadamente lentas.

Me acerqué a ver si me habían dejado agua y vi que Zach estaba intentado convencer a papá de algo.

-         Anda, por favor…

 

-         No sé, Zach…

 

-         Sé que le gustará. A Jeremiah y a mí nos gustan los mismos libros y el de El Médico me gustó.

Ah, así que trataba de convencerle de que Jeremiah viniera con nosotros.

-         Pero si es ciego – repuso Harry.

 

-         ¿Y qué? – replicó Zach, a la defensiva.

 

-         Que no va a poder ver nada…

 

-         Pero puede escuchar, ¿no? Precisamente un musical es como un concierto. Y yo le contaré lo que se pierda.

 

-         ¿Y p-por q-qué no vienen t-todos? – dijo Dylan. No sé si papá se sorprendió más por la sugerencia o porque fuera Dylan quien la hiciera.

 

-         ¿Todos?

 

-         Sí, eso – apoyó Zach.

 

-         ¡Sí, sí, sí! – tanto entusiasmo solo podía venir de Barie.

 

Papá parecía contento. Creo que le hizo especial ilusión que la idea de invitar a Holly hubiera salido de nosotros y no de él. Una cosa era tolerar la presencia de alguien que te imponen y otra buscar su compañía.

 

-         ¿Eso os gustaría? – preguntó Aidan para cerciorarse y miró en especial a Madie y Alejandro. Los dos asintieron y los labios de papá se estiraron en una sonrisa.

 

-         ¡Llámala y díselo! – pidió Barie.

Papá sacó el móvil y se apartó un poco.

En los libros siempre hablan de que las chicas enamoradas juguetean con su pelo. Pues bien, papá no era una chica, pero tenía el pelo largo y se lo recolocó como cinco veces en menos de un minuto.

-         Bueno gente, ha llegado el momento – anunció Michael. – Apuesto diez pavos a que se casan antes de verano. ¿Quién da más?

 

-         Antes de verano es muy pronto – rebatió Alejandro. - Yo digo que antes de fin de año.

 

-         Yo no tengo dinero, pero apuesto caramelos – ofreció Kurt, muy serio. Michael se rio y le revolvió el pelo.

 

-         AIDAN’S POV –

 

No quería que mis hijos se sintieran desplazados o que echaran en falta más tiempo a solas conmigo, así que había planeado un fin de semana como los de antes, los trece juntos haciendo algo especial. Pero fueron ellos los que sugirieron que invitáramos a Holly. Fue Dylan, eso sí que no me lo esperaba.

 

Me sorprendió también darme cuenta de las ganas que tenía de ver a los hijos de Holly. Con ella hablaba todos los días y me contaba cosas de sus enanos, pero quería achuchar de nuevo a los trillizos y ver la sonrisa torcida de Blaine, y saber si Leah estaba bien o si había vuelto a tener problemas con algún imbécil.

Siguiendo la recomendación de Barie, llamé a Holly para proponérselo, pero no tuvo la reacción que esperaba:

 

-         Te lo agradezco mucho, pero no podemos ir…

 

-         ¿Por qué no? – respondí, y no me pasó inadvertido que soné exactamente como Kurt cuando le decía que no podía coger otro chocolate.

 

-         Los musicales son caros. No tengo ese dinero, amor. Y antes de que lo digas, no pienso dejar que me invites. No pienso dejar que pagues… ¿qué? ¿veinte dólares por cada uno? – tanteó.

 

-         El dinero no es un problema – le aseguré.

 

-         Para mí sí.

 

-         Pero Holls, en serio no me importa. Antes jamás hubiera podido hacer algo como esto, pero ahora es distinto y…

 

-         Es demasiado dinero, Aidan – insistió y lo peor es que, por su tono, supe que me iba a ser difícil convencerla. O tal vez no tanto…  – Además, no sé si se puedan conseguir tantas entradas. ¿Y qué haría con los trillizos?

 

-         Llevártelos.

 

-         ¿Y si empiezan a llorar y molestan a la gente? Un teatro no es un restaurante, el público paga un pastón para escuchar la obra, no los gritos de un bebé.

 

-         Pues buscamos entradas cerca de la puerta por si hay que salirse un momento. Me pasa a veces con Alice en la iglesia. No me gusta dejar a los pequeños al margen solo porque sean pequeños. Podemos disfrutar todos de un buen día…

 

-         Es demasiado dinero – repitió. – No puedo aceptar que pagues por cosas que yo no puedo pagar.

 

-         ¿Por qué no?

 

-         Porque no está bien.

 

-         ¿Según quién? – repliqué.

 

-         ¡Según todo el mundo, Aidan! ¡Me estaría aprovechando de ti! – exclamó. Podía notar su frustración a través del teléfono.

 

-         No te puedes aprovechar si soy yo quien te lo ofrece – rebatí.

 

-         Sí, cuando lo que me ofreces es desproporcionado.

 

-         ¡No es desproporcionado! ¡Hablamos de un musical, no de un palacio! ¡Y eso también te lo daría si pudiera! Te daría cualquier cosa – añadí, en un susurro, algo avergonzado por la intensidad de mis palabras.

 

-         Yo no puedo darte nada – murmuró, apenada.

 

-         Cada vez que me dices que sí, me lo estás dando todo - declaré.

 

¿No se daba cuenta de que sería yo el aprovechado si conseguía robármela por unas horas? ¿Se aprovechan los animales del aire cuando lo usan para respirar? La perspectiva de pasar un día con ella y con sus hijos me hacía feliz; era yo quien tenía que estarle agradecido por concedérmelo.

“Sí recuerdas que no te gustaban los escritores que hacían novelas romanticonas cursis, ¿verdad? Porque acabas de convertirte en uno de ellos” me reprochó una voz en la cabeza. La apagué y la encerré en el baúl de los comentarios amargados, para después tirar la llave.

-         No sé, Aidan… - siguió resistiéndose.

 

-         Para tu información, han sido mis hijos quienes me han pedido que vengáis. Si dices que no, les estarás rompiendo el corazón.

 

-         Pero qué manipulador – bufó.

 

-         No dije más que la verdad.

 

-         Te vas a arruinar…

 

-         No lo creo. Estoy invirtiendo en lo realmente importante. Decidido entonces. Quedamos a las seis y media en el teatro, la obra empieza a las siete. No quiero sonar maleducado, pero te voy a colgar para que no te puedas seguir negando. Te quiero, adiós – barboté, rápidamente, y colgué el teléfono. Era un recurso infantil, pero Holly era demasiado tozuda.

 

Acto seguido llamé al teatro, para ver si podía conseguir butacas para la familia de Holly cerca de la mía. Sin embargo, cuando le conté quién era y qué quería al encargado que me cogió el teléfono, me ofreció un palco con capacidad para treinta personas, por un precio similar al que me saldrían todas las entradas por separado. Era una buena oferta y sospechaba que ese no era el precio habitual. Me dio la sensación de que estaba experimentando por primera vez aquello de “la fama abre muchas puertas” o más bien, muchos palcos. Me estaban tratando como una personalidad. A mí. Tuve que parpadear varias veces seguidas antes de poder asimilarlo.

 

Con eso se solucionaba el problema: en el palco podríamos estar todos juntos y encima con privacidad. Y sobraba espacio. Quizá podríamos invitar al señor Morrinson, el pobre hombre pasaba demasiado tiempo solo. Y puede que Ted quisiera llevar a su novia.

 

Empecé a hacer un montón de planes para el día siguiente, verdaderamente ilusionado, pero mi burbuja estalló repentinamente cuando vi a Harry empujando a un niño que debía tener cuatro o cinco años menos que él.

 

-         ¡Harry! – le llamé, pero no esperé a que viniera, sino que yo me acerqué a él.

 

El niño al que mi hijo había empujado empezó a llorar diciendo que le había entrado arena en los ojos y corrió en busca de su madre, que me lanzó una mirada de profundo desprecio mientras intentaba consolar a su pequeño.

 

-         ¿Se puede saber qué pasa contigo? – regañé a mi hijo. Harry no era un matón, era probable que el otro niño hubiera hecho algo para molestarle, pero nada justificaba una reacción tan violenta y encima con un contrincante tan disparejo.

 

-         ¡Le llamó retrasado a Dylan!  - exclamó, a la defensiva.

Miré a Dy en busca de una confirmación y le encontré sentado en la arena, rascándose la mejilla, como hacía a veces cuando se sentía incómodo. Me agaché a su lado.

-         ¿Ese niño te insultó? – le pregunté.

Dylan asintió sin mirarme a los ojos.

-         Me p-preguntó qué hacía y le d-dije que estaba c-contando cuántos granos de arena había en este m-montón.

Suspiré. Sabía que los niños se extrañaban ante lo diferente y que Dylan era diferente, pero no era necesario utilizar descalificativos. Los niños que preguntan mucho, son curiosos. Los niños que juzgan mucho, seguramente reciben juicios en su casa, o los escuchan a menudo en boca de sus padres cuando hablan de otras personas. Me disgustaba la facilidad con la que la gente decía “retrasado”.

-         ¿Y cuántos hay? – le pregunté a Dylan.

 

-         N-no lo s-sé. El niño lo p-pisó y deshizo el m-montón.

 

-         Siento mucho que ese niño haya sido malo contigo – le dije. Dylan no dio muestras de haberme escuchado. – Oye, eso de contar la arena parece difícil.

 

-         En la b-biblioteca del c-colegio hay un libro q-que se llama “El c-contador de arena”, pero no me dejan co-cogerlo.

 

-         Sospecho que será una metáfora, cariño

 

Dylan negó con la cabeza.

 

-         Es de Arquímides, un señor de las matemáticas que v-vivió hace mucho, como antes de que n-nacieras tú.

 

-         Sí, Arquímides es un poquito anterior a mí – respondí, con sarcasmo. ¿Para mis hijos yo era del jurásico? Sacudí la cabeza y estiré la mano para acariciarle el pelo. - ¿Tú quieres ser un señor de las matemáticas? – pregunté, utilizando sus palabras.

 

Dylan se encogió de hombros. Contar cosas, los dinosaurios y la mecánica eran sus tres pasatiempos favoritos.

 

-         Eres un niño muy listo, Dylan. No escuches a quien te diga lo contrario, ¿vale? – le pedí y él asintió.

 

Le dejé jugar tranquilo y me erguí, porque se me estaban durmiendo las piernas.

 

-         ¿Estoy en problemas? – me preguntó Harry, muy bajito.

 

Lo pensé brevemente y sentí el aguijón de varios pares de ojos taladrándome para que no se me ocurriera regañarle. Los de Zach eran los más evidentes, ya se estaba preparando para lanzarse a mi yugular en defensa de su gemelo.

 

-         Por esta vez no. Esa no es manera de resolver las cosas, pero me alegra que defendieras a tu hermanito. Tan solo deberías haber recordado usar tus labios en lugar de tus manos.

 

-         Es que me cabreé…

 

-         Ya lo sé, Harry, pero tienes que tener más autocontrol – le regañé.

 

-         Bueno, ¿y qué dijo Holly? – preguntó Ted, en un intento poco sutil de cambiar de tema, pero le funcionó. Compartí las noticias con ellos y estuvieron de acuerdo en que invitáramos al señor Morrinson.

 

-         También puedes decírselo a Agus, Ted. O a Mike y a Fred.

 

-         ¿A los tres? – me preguntó, tímidamente.

 

-         Si tus hermanos no quieren llevar a nadie, hay sitio de sobra.

 

-         No, mis amigas no os conocen mucho, sería rarísimo llevarlas y más si va también Holly – dijo Barie.

Los demás tenían una opinión semejante, así que la cosa quedó en que Ted avisaría a sus amigos.

-         Ya quiero que sea mañana – suspiró Barie.

Sonreí. A mi princesa le gustaban mucho las películas musicales, así que estaba seguro de que la función del día siguiente sería muy especial. Un remanso de paz en medio del caos que era mi vida.

Claro qué, ¿cuándo tiene uno “paz” con más de veinte niños?

 

 

N.A.: Siento haber tardado tanto y que sea tan corto. La vida se ha metido por medio.

 

Pensaba alargarlo más, pero entonces quién sabe cuándo hubiera actualizado y no quería que pasaran más días.

 

Gracias por leer.

 

 

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