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martes, 4 de mayo de 2021

CAPÍTULO 135: El musical (parte 4): Consecuencias

 

CAPÍTULO 135: El musical (parte 4): Consecuencias

 

Papá estaba tardando en volver del baño y me pregunté si acaso había pasado algo serio. Por lo que había dicho Zach, lo más probable era que se hubiera atascado la puerta, pero me dio la impresión de que sucedía algo más, o de que les estaba costando demasiado desatrancarla, porque Mike y mis hermanos seguían abajo, junto con Sean y Blaine.

-         Teeed, me aburro – protestó Cole.

Los enanos habían empezado un juego de manos, con la canción “En la granja de Pepito”, pero él no había querido, porque a su edad ya no le resultaba tan atractivo. Me fijé a ver qué hacía Max, con quien solo se llevaba un año y le vi con una pequeña consola portátil. Se lo señalé a Cole.

-         Puedes pedirle que te la deje – sugerí. Mi hermanito puso una mueca.

 

-         Mejor no.

 

-         ¿Por qué no? – me extrañé.

 

-         Max no me cae muy bien… - me confesó.

No podía culparle, parecía un niño con mucho carácter, pero al mismo tiempo no podía evitar sentir simpatía hacia él, por las circunstancias tan difíciles que le había tocado vivir.

-         ¿Tal vez podrías darle una oportunidad? – pregunté. – No tiene que ser su amigo si no quieres, pero todo sería mucho más fácil si lo fueras.

 

-         ¿Por qué?

 

-         Papá y Holly se quieren mucho y se van a seguir viendo, enano, y eso significa que tú vas a seguir viendo a Max.

 

-         Ya sé… Supongo que podemos jugar con la consola un rato.

Fue a sentarse con él y yo observé su conversación de cerca. Max le dejó jugar, pero le avisó de que era “muy difícil pasarse el nivel”. Cole no se amedrentó y se concentró en la pantalla, mientras Max le miraba con atención.

-         Oye, no se te da mal – se admiró Max. – Tal vez puedas superar la puntuación de mi primo. Tienes que hacer mil puntos.

 

-         Bueno – respondió Cole, aceptando el reto.

 

-         A lo mejor se convierte en tu primo también – reflexionó Max.

Durante medio minuto o así, Cole no dijo nada, concentrado en el juego, pero después debió de perder o de pausarlo, porque bajó la consola y desvió la mirada.

-         ¿Tú crees?

 

-         Blaine dice que nuestros padres se van a casar.

 

-         ¿Y tú quieres? – le preguntó Cole.

 

-         Sí. ¿Tú no?

 

-         No lo sé.

 

-         Blaine y Sam son buenos hermanos mayores – le informó y se me antojó muy tierno.

 

-         Ted también.

 

-         ¿Y Michael? – se interesó Max.

 

-         Michael no es malo, pero a veces es un poco tonto. Igual que Alejandro.

 

Contuve una sonrisa y de repente noté una caricia en el brazo que me sobresaltó.

 

-         ¿Escuchando a escondidas? – me preguntó Holly. Me ruboricé. Esa mujer me iba a tener por el mayor de los cotillas. – Tu novia te está llamando.

 

-         Oh – miré a Agus, que efectivamente me estaba haciendo señas para que fuera con ella y con Fred.

 

-         Parece una buena chica – me dijo Holly, lo que hizo que me ruborizara más.

 

-         Sí, no sé qué hace conmigo – admití. Me sorprendí cuando me dio un golpecito cerca del hombro.

 

-         Es una buena chica y una con suerte, por haber conocido a alguien como tú – declaró. – Y que no te escuché insinuar lo contrario – me advirtió.

 

Glup. Qué carácter.

 

-         Perdón.

 

-         No te disculpes, pero no me gusta que te infravalores. Eres una persona muy especial, Ted.

Sentí algo cálido en el pecho y una sonrisa se adueñó de mi rostro. Por alguna razón, me hacía mucha ilusión que Holly tuviera un buen concepto de mí, a pesar de que seguramente se debía a que papá había exagerado mis virtudes, poniéndome por las nubes.

 

-         AIDAN’S POV –

Me quedé bloqueado, sin poder procesar aquella visión horrible. Ni Alejandro, ni Michael, ni Sean, ni Blaine ni Mike se habían dado cuenta de que la puerta se había abierto, tan enfrascados como estaban en su pequeña tortura. Uno de los hombres de seguridad fue el primero en acercarse, para intentar detener la pelea.

No, no era una pelea. Ese término sugería que el pobre muchacho tenía alguna oportunidad de defenderse, y no era así. Estaba tan indefenso como lo había estado Ted. En dos ocasiones, aunque de distinta gravedad, dos grupos de abusones diferentes la habían tomado con mi niño. Me había preguntado varias veces qué estaba mal en aquellas personas. Cómo podían ser capaces de tanta violencia deshonrosa. Jamás hubiera pensado que mis hijos pudieran hacer algo similar. Sus corazones estaban en su sitio, su bondad era indiscutible, entonces… ¿Cómo? ¿Por qué?

Esas dos preguntas se repetían una y otra vez en mi cabeza, hasta que al fin reaccioné y me uní al guardia en su misión de separarles.

-         ¡Ya basta! ¿Qué narices estáis haciendo?

 

-         ¡Papá!

 

-         ¡Aidan! ¡Este es el imbécil que besó a Leah! – me dijo Blaine.

Una explicación. Por lo menos había una explicación, así que podía descartar un brote de locura colectiva. Pero no era suficiente…

-         ¿Son sus hijos? – me preguntó el guardia.

 

-         Algunos – respondí. – Pero todos vienen conmigo. ¿El chico está bien?

El muchacho sangraba por la nariz y el labio y lloraba, lloraba aterrado porque solo era un niño delante de otros cinco chicos mayores que él. El hombre no me respondió, tal vez porque no sabía qué decir. Le hizo una seña a su compañero, que se había quedado algo apartado y no supe interpretar lo que significaba. Quizá que despejara la zona, o que trajera un botiquín, o que llamara a una ambulancia… o a la policía…

-         ¿Sois conscientes de lo que habéis hecho? – susurré. - ¿¡Sois conscientes!? – repetí, elevando la voz.

 

-         Solo le estábamos dando una lección… - respondió Mike.

 

-         ¡Le estabais masacrando! ¡Sois cinco! ¡Es más pequeño que todos vosotros!

 

-         Que yo no. Tiene mi edad – replicó Sean. – Y no debió meterse con mi hermana.

 

-         ¡DA IGUAL LO QUE ÉL HICIERA! – bramé.

 

“Cálmate, Aidan, cálmate”.

 

De pronto noté algo en el brazo, un cuerpo que me rozaba mientras se abría paso a través del mío, que bloqueaba la entrada al servicio. Era Aaron. Me había olvidado de que él y Sam habían venido conmigo. Sam intentaba inútilmente sujetar a su tío, a quien la expresión “hervía de rabia” apenas le hacía justicia. En una fracción de segundo, le vi saltar sobre Blaine y tuve el presentimiento de que iba a golpearle salvajemente. Creo que tal idea pasó por su mente, pero finalmente le agarró por los hombros y empezó a zarandearle.

 

-         ¿No te dije que lo dejaras estar? -  le gritó. - ¿Es que no me escuchaste?

Así que ya habían hablado del tema. Seguramente, cuando Leah les contó lo que pasó, sus hermanos se propusieron una venganza y su tío les había disuadido. Sin demasiado éxito, por lo visto.

-         Snif…. Snif… quiero… snif… salir de aquí – musitó el magullado niño. ¿Tendría la nariz rota? ¿No la tenía rota de antes? Leah me había dado a entender que sí. ¿Podía uno romperse la nariz dos veces, por dos sitios diferentes?

 

-         ¿Dónde están tus padres? – le interrogó el guardia.

 

-         Snif… snif… me esperan… snif... fu… snif… fuera. Quiero ir con ellos – lloriqueó, y su voz se diluyo en aquella última palabra, convirtiéndose en un gemido lastimero.

 

-         ¡Responde, Blaine! ¿No me escuchaste? – seguía gritando Aaron.

 

-         ¡Estaba defendiendo a mi hermana!

 

-         No, no la estabas defendiendo, porque ella no está aquí. Te estabas vengando – intervino Sam, provocando que Blaine hundiera los hombros. Ya me había dado cuenta de que tenían una relación muy estrecha. Blaine valoraba mucho la opinión de su hermano y que este no le diera la razón fue lo primero que le hizo reconsiderar sus acciones.

 

-         No, no agaches la cabeza – le increpó Aaron. – Mírale bien, ¡mira lo que habéis hecho!

 

-         ¡Pensé que ibas a estar de nuestra parte! – protestó Sean. - ¡Esta rata cobarde asustó a Leah! ¡No hemos hecho más que devolverle un poco de su misma medicina!

 

-         ¡Tú eres la rata cobarde! – replicó Aaron.

 

-         ¡Benjamin! ¡Benjamin, hijo! – se escuchó una voz. - ¿Estás aquí?

 

-         ¡Mamá! – exclamó el chico y apartó al guardia para salir corriendo a la búsqueda de la única persona que podía hacerle sentir seguro en aquel momento.

La mujer, a la que aún no podía ver, soltó un grito ahogado en cuanto vio la cara del muchacho.

-         ¡Dios mío! ¿Pero qué te ha pasado?

Un hombre de mediana edad entró en el baño, con los ojos abiertos por la sorpresa y la rabia. Un sentimiento más fuerte que el enfado se adueñó de mí en ese momento: el instinto de protección, pues era consciente de lo que podía llegar a hacer un hombre desesperado al ver que habían lastimado a su pequeño.

-         ¿Habéis sido vosotros? ¿¡Qué le habéis hecho a mi hijo!?

Sabiamente, el guardia seguridad se interpuso en su camino para evitar mayores confrontaciones.

-         Hemos solicitado asistencia médica – le informó.

No escuché qué más le decía porque toda mi concentración estaba en Michael y Alejandro que intercambian miradas mudas. Alejandro se frotaba una mano con evidente dolor y no fui el único que se dio cuenta. Aaron le agarró el brazo y le observó los nudillos.

-         Por supuesto, ni siquiera sabéis cómo pegar un puñetazo sin haceros daño – le dijo.  – Tampoco el delincuente, por lo que veo – añadió, refiriéndose a Michael.

 

-         Mi hijo no es un delincuente – siseé.

 

-         Después de esta tarde, todos los son. La agresión es un delito – gruñó. Esas palabras tuvieron algún efecto sobre los aspirantes a boxeadores, que poco a poco iban tomando conciencia de lo que habían hecho.

 

-         Papá… - empezó Michael.

 

-         Ahora no – repliqué. No era capaz de hablar en ese momento, diría muchas cosas de las que después me tendría que arrepentir.

 

-         Nosotros…

 

-         ¡Dije que ahora no! – le grité. - ¡Nada de lo que puedas decir cambiará lo que ha pasado así que no me interesa!

 

Michael se encogió y cerró la boca y yo me di la vuelta para no dejarme conmover por el shock y la angustia que empezaban a mostrar sus ojos azules.

 

Salí del baño para buscar a los padres de la víctima, para ocuparme de lo más urgente, pues una angustia comenzaba a apretarme el pecho, impidiéndome respirar. Les vi abrazando a su hijo mientras hablaban con el personal del teatro. La mujer lloraba. No quedaban muchas personas en el pasillo, pero todos los que había me miraron como si fuera un fantasma.

 

-         ¿Cómo está? – susurré.

 

-         ¿Son sus hijos? – respondió el padre, lívido de furia. - ¡Le han roto el labio y seguramente la nariz también, ya que aún se estaba recuperando de una fractura! ¿Son los hermanos de la chica esa? – me preguntó, pero su hijo respondió por mí.

 

-         Algunos sí… snif… a otros… snif… no les había visto nunca… snif…

 

-         Él no es el padre, la madre es viuda. Es esa periodista con quince hijos – replicó la mujer.

“Once, pero no la voy a corregir ahora”.

-         En realidad, dos de ellos si son mis hijos, y también respondo por los otros tres. No sé ni cómo empezar a pedir disculpas… Cualquier gasto médico… Yo… lo pagaré…

 

-         ¿CREE QUE CON DINERO LO ARREGLA TODO? – bufó el hombre, ofendido.

“Mala elección de palabras, Aidan”.

-         No, no, por supuesto que no… Yo… No sé qué decir…

 

-         Escuche: sé lo que hizo mi hijo. Al principio no lo quisimos creer, pero luego nos lo confesó. Fue un acto bochornoso, pero ya pagó por él, de varias maneras diferentes. Pasamos por alto la primera agresión, porque nos dijeron que fue en defensa propia, pero esto… esto ha sido un acto de salvajismo, que… - el hombre se interrumpió, incapaz de continuar.

 

-         Lo sé. No sabe cuánto lo lamento, yo…

 

-         ¡Márchese! – exigió la madre. - ¡Usted y esos monstruos, váyanse de aquí!

 

-         En seguida nos iremos, y no nos volverá a ver, se lo prometo. Pero quisiera pedirles… no… quisiera rogarles… - suspiré. Inspiré hondo y emití una plegaria silenciosa, una súplica a Dios para que les infundiera compasión a esas personas, porque solo un milagro podía ayudarme en aquel momento.  – Sé que no tengo derecho a pedirles nada, pero, por favor… por favor… no pongan una denuncia. Les aseguro que esto no se va a volver a repetir, pero… por favor….

 

-         ¿Cómo tiene tan poca vergüenza? – se indignó la mujer.

 

-         Se lo imploro. Lo que mis hijos han hecho es… imperdonable… pero…

 

“Pero Michael no puede volver a la cárcel. Por favor. No ahora. Por favor, no. No puede volver a pasar por eso, ni yo tampoco… Y no puedo perder la oportunidad de adoptar a mis hijos, eso les destrozaría…”

 

-         Por favor – susurré.

 

La madre empezó una respuesta rabiosa, pero el padre la calmó con una caricia.

 

-         Sé lo que es temer que un solo error destroce para siempre la vida de nuestros hijos -respondió. – Pero es una decisión que le corresponde a Benjamin.

 

El chico permanecía escondido en los brazos de su madre, de tal forma que apenas podía vislumbrar su cabello rubio. Ladeó la cabeza, permitiéndome ver un rostro manchado de sangre, sudor y lágrimas una visión terrible y supe que no podía esperar comprensión por su parte. Si alguien me hubiera pedido que no denunciara a los tipos que agredieron a Ted, le habría mandado a la mierda. Aunque con los niñatos del colegio, tuve otra consideración.

 

-         Solo… snif… si Leah… snif… no me denuncia a mí… - dijo el muchacho, a final.

 

Me invadió una oleada de alivio. Hasta donde sabía, Leah no tenía pensado denunciar y seguramente no vería necesario hacerlo después de lo sucedido.

 

-         Gracias… Muchas gracias… Eso no quiere decir que no tendrán un castigo – le aseguré. No quería avergonzar a mis hijos, pero sentía que aquel chico merecía algún tipo de resarcimiento. Intenté no pensar en lo asustado que iba a estar los próximos días, tal vez tan asustado como Ted.

Un paramédico llegó en ese momento, en lo que tenía que ser un récord, porque en verdad habían tardado muy poco. Después recordé que había un hospital al otro lado de la calle. L

Le di privacidad a la familia para que pudieran curar las heridas del niño… Porque no era más que un niño… Poco mayor que mis gemelos…

Entré al baño de nuevo y para mi sorpresa me encontré a Sam abrazando a Sean y frotando su espalda. Ya había tenido ocasión de ver un lado más amable y dulce en Sean, pero estaba claro que tenía tendencia a mostrar una fachada de soberbia y de mal genio, reservando las muestras de cariño para momentos privados en los que se sentía muy vulnerable.

La imagen estaba llena de ternura, pero me parecía un contraste macabro con lo que acababa de presenciar. Costaba creer que ese niño mimoso fuera la misma persona que acababa de participar en una agresión colectiva. También me costaba creer que Blaine, que iluminaba cualquier habitación con su sola presencia, hubiera participado. Y simplemente no podía asimilar que Alejandro y Michael hubieran formado parte. Pero lo habían hecho. Y no solo ellos, sino también Mike, cuyo padre ni siquiera estaba informado de que estaba allí, ya que todo indicaba que no había escuchado el mensaje de su hijo. Su móvil no había dado señales de vida en todo el rato.

-         Papá… Solo queríamos asustarle por lo que le hizo a Leah – susurró Alejandro.

Actos impulsivos y desproporcionados motivados por un buen sentimiento. Eso sí era propio de mi Jandro, que tendía a actuar primero y pensar después.

-         Hicísteis bastante más que asustarle – repliqué. – Con miedo no se consigue nada.

 

-         Pues yo tengo miedo ahora – murmuró Sean

 

-         Y haces bien en tenerlo – gruñó Aaron.

 

-         No, eso nunca. No voy a permitir que les amenaces – dije, entre dientes. A pesar de lo cabreado que estaba en esos momentos con los chicos, sabía que no podía dejar que sintieran ninguna clase de temor hacia nosotros.

 

-         ¿Y qué quieres que haga? ¿Que les de un premio? – bufó.

 

Hice mi mayor esfuerzo por ver en Aaron a la persona que Holly me había descrito, esa que lo había pasado tan mal en todas las etapas de su vida.

 

-         No, claro que no. Se merecen la bronca del siglo, pero desde el amor que sé que les tienes – respondí.

 

-         Todo eso está muy bien, pero…

 

-         O el que les tiene su madre, que es quien debería regañarles – le interrumpí, al ver que empezaba a rebatirme. Aaron se quedó en silencio y, con la vista periférica, me fijé en que una sonrisa comenzaba a adueñarse del rostro de Sean. – No, no te alegres, porque nada de lo que ha pasado es para sonreír – le amonesté.

 

-         Pues yo creo que sí. Le hemos quitado las ganas a ese idiota de molestar a ninguna chica.

Sean intentó mostrarse altivo, pero la pose orgullosa que tan bien le salía en otras circunstancias perdió efecto ante el hecho de que seguía muy cerca de Sam, como si su hermano le hiciera de escudo. Di un paso hacia ellos, para asegurarme de que el crío con aspiraciones a Vengador me miraba a los ojos:

-         Lo único que habéis hecho es rebajaros a su nivel, igualándole e incluso superándole en mezquindad y cobardía, porque erais cinco contra uno. Lo habéis complicado todo, habéis ignorado cualquier cosa que Holly o yo os hayamos enseñado nunca y os habéis tomado la justicia por vuestra mano, algo que, a estas alturas, ya deberíais saber que nunca sale bien. Os habéis desquitado con quien no estaba en situación de defenderse y, como bien ha dicho Aaron, habéis cometido un delito. Así que no, no tienes ningún motivo para sonreír, porque si tu madre no consigue hacértelo entender, yo mismo me encargaré de que nunca más hagas una tontería como esta – declaré.

La habitación se volvió tan silenciosa que pude escuchar como Sean tragaba saliva, al igual que en esos dibujos animados donde el personaje se topa con una bomba a punto de explotar y mira a cámara justo antes de volar en pedazos. Nunca había sangre y el personaje siempre sobrevivía, así que la analogía no era del todo absurda, porque, pese a todos mis intentos de mantener el control, yo también estaba a punto de explotar.

Ni siquiera me paré a pensar en las implicaciones de mi advertencia, pero sin duda fue un atrevimiento por mi parte.

-         Ahora será mejor que salgamos del baño, antes de que vengan a echarnos. Tenemos que ir a por los demás – continué, al ver que tenía la atención de todos.

Sin esperar respuesta, eché a andar y ellos me siguieron. El pasillo estaba despejado: el resto del público se había marchado ya. Tan solo quedaban un par de mujeres y un hombre vestidos de uniforme, con los que me sentí en la obligación de disculparme por las molestias ocasionadas. Se les veía cansados y fastidiados por la situación y me sentí muy avergonzado. Les prometí que no tardaríamos en marcharnos y me apresuré a regresar con el resto de mi familia.

Nos estaban esperando algo intranquilos ya, aunque no se habían enterado de nada. Sean corrió a refugiarse en los brazos de su madre. Holly le acogió algo confundida, y nos miró alternativamente a su hermano y a mí, pidiéndonos explicaciones, pero Aaron se me adelantó:

-         Estaban golpeando a un pobre chico en los baños.

 

-         ¡A un pobre chico no, al tipo que acosó a Leah! – protestó Sean.

 

-         ¿Benjamin está aquí? – preguntó Leah.

 

-         Vino con sus padres – aclaró Blaine. – Nos lo encontramos y…

 

-         Y decidieron darle una paliza – concluyó Aaron. – Habla con tus hijos, porque yo no sé ni qué decirles.

Solo entonces me di cuenta de que aquella vez Aaron no estaba tan furioso como en otras ocasiones. De hecho, puede que yo estuviera más enfadado que él. Se le notaba molesto, pero estaba bajo control y no parecía a punto de matar a alguien. Estaba dejando que Holly se encargara.

“Normal. Ese chico atacó a su sobrina, una parte de él tiene que estar orgullosa de lo que hicieron y a ti te pasa lo mismo”

“La violencia nunca es la solución ni la venganza tampoco. No midieron las consecuencias…”

-         ¿Os metisteis en una pelea? – preguntó Holly, como para cerciorarse.

 

-         No fue una pelea, fue una masacre – maticé yo. – Suerte hemos tenido de que no vayan a denunciar.

 

-         ¿No lo harán? – se interesó Aaron. - ¿Seguro?

 

-         Eso han dicho. Tienen miedo de que Leah también denuncie.

 

-         ¿Ves? Problema resuelto, entonces – dijo Sean.

Ese niño tenía que aprender cuándo callarse. No sé qué mirada le eché, pero giró la cabeza para esconderse casi literalmente con el cuerpo de su madre.

-         Hablaremos de esto en casa – zanjó Holly. – Ahora será mejor que nos vayamos.

 

-         Mami, tengo pis – informó West. Se había bebido una Fanta de casi un litro durante la obra.

 

-         Yo llevo a los enanos al baño – se ofreció Sam, creo que con la intención de que pudiéramos hablar.

 

-         Voy con él – apoyó Ted.

 

-         Leah, ¿me haces un favor y vas con las niñas? – pidió Holly.

 

-         Ni hablar, quiero enterarme del salseo.

 

-         Haz caso a tu madre – gruñó Aaron.

 

-         No va a haber ningún salseo. Por favor, hija.

 

Leah resopló, pero accedió a hacerlo y así Holly y yo pudimos apartarnos un poco para hablar de lo sucedido. Aproveché para contarle mejor lo que había visto, lo impactante de la imagen de ellos cinco rodeando a un solo muchacho indefenso; el miedo de que, si denunciaban, la batalla legal de Michael pudiera dar un giro drástico y los de menores no me consideraran aptos para adoptarles. Sorprendentemente, no vi que Holly se alterara demasiado e incluso tenía… ¿una expresión de ligera alegría?

 

-         ¿Algo de esto te parece divertido? – pregunté, incrédulo.

 

-         No, por supuesto que no – se apresuró a responder. – Pero, ¿te das cuenta? Esta es la primera vez que se meten en líos por pelear juntos, en lugar que por pelear entre ellos – me explicó, y reparé en que era cierto. En otras circunstancias, habría sonreído por aquel avance. - Han formado equipo… aunque me gustaría que hubiera sido para otra cosa. No puedo creer que acorralaran así a ese pobre chico… Entiendo que estuvieran enfadados por lo que le hizo a Leah, y me enorgullece que den la cara por su hermana, pero no solo no es la manera, sino que es desproporcionado. Ya le expulsaron, Leah le rompió la nariz… ¿cuándo es suficiente? ¿Romperle un brazo, tal vez? ¿Partirle las piernas? – reflexionó Holly, repentinamente seria y preocupada. – Ese ansia por hacer pagar a los demás… es la herencia de su padre, para quien las deudas nunca quedaban saldadas… Y es que nadie paga nunca lo suficiente cuando dejamos que sea el dolor que las acciones ajenas nos provocan el que dicte sentencia.

 

-         Si es un comportamiento aprendido, por lo menos tienen algún tipo de excusa. Pero Michael y Alejandro… ya he hablado mucho con ellos sobre la venganza últimamente y pensé que habían entendido, pero se ve que no.

 

-         ¿Les vas a castigar? – preguntó, aunque en un tono que delataba que ya sabía la respuesta. Ni siquiera me dio tiempo a contestar. – Me gustaría tener una salida en la que no acabaran metiéndose en líos… - suspiró.

 

-         Empiezo a pensar que con tantos niños es una utopía…

 

-         No, si los niños no son el problema, me preocupan los adolescentes – resopló.

Volvimos con nuestros hijos y reparé en que Sean me huía, alejándose de mí todo lo que el espacio le permitía. Suspiré.

-         Sean – le llamé, aunque fue en vano. Me acerqué yo y el chico de verdad quería desaparecer. - ¿Qué ocurre? No estés asustado, no voy a hacerte nada.

 

-         ¿No?

 

-         No. Es tu madre quien va a hablar contigo y aunque no fuera así no habría nada de lo que tener miedo.

 

Me miró con desconfianza, claramente sin creerse una palabra de lo que había dicho.

 

- ¿Blaine te contó lo que pasó cuando estuvo en mi casa? – le pregunté. Sean asintió, casi imperceptiblemente. - ¿Y qué te dijo? ¿Soy alguna clase de monstruo aterrador?

 

-         No…

 

-         Siento haberte asustado. Pero hicisteis una tontería muy grande y ni siquiera pareces arrepentido. Es normal que te regañe.

 

Sean evitó todo contacto visual de una forma no del todo natural, que me recordó a cuando lo hacía Dylan. Por eso detuve a mitad de movimiento el abrazo que pensaba darle, intuyendo que no sería bien recibido. En lugar de eso, otro abrazo vino a mí cuando una personita minúscula me apresó las piernas.

 

-         ¡Dadan! :3 – dijo Avery.

 

-         Hola, campeón – le cogí en brazos, totalmente derretido por esa bolita de amor. El bebé sonrió, encantado de estar tan alto.

 

-         Se ha encariñado mucho contigo – observó Sean.

 

-         Y yo con él. Con todos vosotros. Por eso no quiero que os portéis mal – respondí. Me di cuenta de que lo expresé de forma muy infantil, pero a Sean no pareció importarle.

 

-         ¡Yo bueno! – exclamó Avery, atento a la conversación. Sonreí.

 

-         Sí, bebé. Eres un niño muy bueno.

 

Pareció feliz con el halago y no pude resistirme a darle un beso en la mejilla.

 

En ese momento regresaron Ted y Sam con los peques que habían ido al baño y supe que había llegado el momento de volver a casa. Empecé a mover al personal, y Jandro se retrasó para abordarme.

 

-         Papá… ¿del uno al diez como de enfadado estás?

 

Le miré a los ojos -esos ojos marrón chocolate a los que nadie podría resistirse- y supe que no estaba enfadado. En realidad, no. Estaba triste por no haber logrado enseñarle a controlar sus sentimientos, por haber fallado a la hora de transmitirle la importancia de utilizar las palabras y no los puños. Estaba preocupado por si aquella pelea trascendía y perjudicaba a Michael o al proceso de adopción de mis hijos. Y estaba frustrado porque le hubieran hecho a ese chico lo mismo que otros le habían hecho a Ted.

 

-         Once – respondí, para dejarle claro que aquello estaba alto en la escala de “cosas estúpidas”.

 

Alejandro hundió los hombros y bajó las escaleras como si cada paso le pesara. Apenas atendí a lo que Alice me fue contando en el camino de salida, porque no dejaba de observarle y de sentirme mal. Ojalá hubiera una manera de hacerle entender… Ojalá pudiera encontrar las palabras adecuadas.

 

 

Nos dirigimos hacia la puerta trasera y discreta por la que habíamos llegado, por si acaso seguía habiendo prensa en la entrada principal. Sin embargo, la precaución resultó inútil. Reparé en que mis hijos, que iban por delante de mí, se agolpaban en la salida. Entonces vi, a duras penas contenidos por varios guardias de seguridad y otros empleados, a una muchedumbre formada por periodistas, micrófonos, focos y cámaras.

-         Aidan, ¿qué ha pasado?

 

-         ¿Es verdad que ha habido una pelea?

Mis peores temores hechos realidad. Podía enfrentarme a otra campaña como la que hicieron con Ted y esta vez el daño podía ser aún mayor, podía afectar a nuestro futuro…

-         ¿Tus hijos están bien?

 

-         ¿La pelea la provocó Michael? ¿Cómo es vivir con un expresidiario?

Las preguntas se agolparon sin que pudiera identificar quién decía qué. Estaba decidido a no contestar ninguna, pero aquella última se metió bajo mi piel, que es lo que el periodista en cuestión debía pretender.

-         Mi hijo no es una persona pública, así que lo dejáis al margen – les advertí.

Intenté ignorar los cegadores flashes de las fotos y fui con Dylan, prevenido en aquella ocasión de la necesidad de contenerle ante tanto elemento abrumador.

 

-         HOLLY’S POV –

El rostro de Aidan era la más pura muestra de terror y sabía que no se trataba solo de su pánico escénico ante el hecho de ser el centro de atención. Tampoco era por la preocupación de que fotografiaran a sus hijos, o no solo. Lo que le había angustiado era el pensamiento de que, si los reporteros publicaban algo de la pelea, Michael podía tener problemas legales. También temía que afectara a su propósito de adoptar a quienes eran, en todos los sentidos salvo en uno, sus hijos. Pero eso último me parecían los miedos de un padre preocupado: los procesos de adopción no funcionaban así. No se guiaban por rumorologías ni descalificaban a nadie por una riña de adolescentes, por más pública que fuera. La gente que trabajaba en eso ya había tenido más de un caso mediático. De hecho, hasta donde me decía la experiencia, las personas famosas a veces contaban con ciertas ventajas y había pasos que de pronto se aceleraban, cuando se tenían los contactos correctos.

Sin embargo, sí era cierto que, si la situación de Michael con la justicia se complicaba a raíz de aquello, todo lo demás se complicaría. El juez de menores no vería con buenos ojos que unos niños convivieran con un delincuente. Michael no era nada de eso, solo era un chico que había tenido mala suerte… y que de vez en cuando tomaba malas decisiones. Entendía la angustia de Aidan, y su rabia. Había sido una manera muy idiota de exponerse, aunque me conmovía que lo hubiera hecho por mi hija.

Yo sabía cuál era la mejor forma de tratar con un periodista en busca de una noticia: dándole otra más interesante. Me acerqué a Aidan y le agarré del brazo. Tiré de él para que se agachara un poco, porque me era imposible susurrarle nada con esa altura de farola que se gastaba.

-         Ponles de tu lado – le dije. – Recuerda lo que hablamos antes. Están interesados en ti, dales alguna noticia.

 

-         ¿Cómo cuál? – me respondió, desesperado.

Eran tan pocas las ocasiones en las que yo me sentía en posición de ayudarle a él. En muchos sentidos, Aidan era mi salvavidas, pero en aquella ocasión era yo quien sabía cómo manejar el timón, pues aquellos eran mis compañeros de profesión, después de todo. Sabía la clase de noticia que querían y no me hacía demasiada gracia, pero, a diferencia de Aidan, yo sí había tenido en cuenta las consecuencias de su fama en alza y sabía que en algún punto me (nos) tocaría lidiar con ello.

-         Como esta - susurré. Me puse de puntillas, tiré de él, y le di un beso en los labios. Podía sentir el calor de las cámaras, por la velocidad a la que sacaban las fotos, o tal vez era el calor de mis mejillas ardiendo por la vergüenza.

Aidan respondió al beso bastante desconcertado, pero entendiendo lo que me proponía.

-         ¿Lleváis mucho tiempo juntos?

 

-         ¿Cómo vais a hacer con tantos hijos? – preguntó una chica joven, de un periódico online que era rival del mío, a juzgar por la credencial que llevaba colgada del pecho.

 

-         Con toneladas de amor y mucha paciencia – respondí. Ese tipo de respuestas quedaban genial en las revistas y, además, era verdad.

 

-         ¿Y una casa grande? – inquirió una voz familiar, un viejo conocido mío.

 

-         Ah, Frank, ¿tú también? – me quejé, pero en un tono conciliador.

 

-         Me invitarás a la boda por lo menos, ¿no?

 

-         ¿Quién ha hablado de boda? – repliqué, familiarizada con aquel juego de sonsacar información para obtener titulares.

Casi pude imaginar la voz de Blaine y la de Barie respondiendo “yo”, pero por suerte solo se escucharon risas por parte de algunos reporteros. El ambiente se destensó de pronto. Incluso Aidan se relajó ligeramente, a mi lado, en cuanto comprobó que los malvados periodistas mordían un poco, pero no comían.

Nos hicieron un par de preguntas más y después nos permitieron avanzar hacia los coches, sin dejar de hacer fotos en el proceso. Me preparé para salir en varios medios del corazón con el pelo despeinado y unas ojeras enormes.

Solo entonces, cuando pasó la adrenalina del momento, reparé en lo que acababa de hacer, en las repercusiones que podía tener. Nos había expuesto ante las cámaras, no solo a nosotros, sino a nuestros hijos. No es que nuestra relación fuera un secreto, pero ahora iba a pasar a ser de dominio público. Miré a mis hijos para intentar leer sus reacciones, pero ninguno parecía molesto. Sean y Blaine se veían preocupados, porque sabían que estaban en líos, y Leah estaba fingiendo que ignoraba al amigo de Ted mientras no dejaba de mirarle. Ellos tres eran quienes más me preocupaban, estaban en la edad donde las opiniones de los demás más le importan a uno y su madre acababa de convertirse en tema de conversación para todas las familias cotillas de su colegio.

-         Gracias – murmuró Aidan.

 

-         No hay de qué.

Recordé por qué lo había hecho. Merecía la pena. Mejor que hablen de un romance que de una agresión física. No solo lo había hecho por sus hijos, sino también por los míos. Por los nuestros.

-         ¿Crees que publicarán lo de la pelea? – me preguntó.

 

-         Tal vez se mencione en un par de sitios, pero hablarán mucho más del hecho de que Aidan Whitemore por fin tenga novia.

 

-         ¿Tanta fama de solterón tenía? Pero si soy escritor, no sé qué le importa a la gente…

 

-         Un escritor soltero que cuida de sus hermanos desde que era muy joven. La historia perfecta para enamorar a la gente – le dije. – Lo siento, cariño, pero es así. No me gusta el periodismo del corazón, pero sé lo suficiente como para entender que eres perfecto para el puesto de “amor platónico” de mucha gente. Entre los que me incluyo…

Desvió la mirada, avergonzado.

-         Platónico no. Ahora estamos juntos – susurró.

 

-         Eso, que se pongan a la cola – bromeé. Luego suspiré: se acercaba el momento de despedirnos. Creo que él pensó lo mismo, al mismo tiempo, porque también suspiró.

 

-         ¿Te veré en el cumpleaños de Jandro? – preguntó, para estar seguro. Nos había invitado en nombre de su hijo y yo había dicho que sí, pero supongo que quería confirmarlo.

 

-         No me lo perdería por nada. Pero de verdad sigo sin saber que regalarle… - le dije, buscando que me echara un cable, pero su respuesta fue la misma que por teléfono:

 

-         No tienes que regalarle nada.

 

Bufé.

 

-         Claro que sí. Además, tu opinión no cuenta, el cumpleaños es suyo.

 

-         Pero es que Jandro no es materialista. Le gustan los detalles, las celebraciones grandes, pero muchos regalos incluso le hacen sentir incómodo, porque no sabe cómo reaccionar cuando se los dan.

 

-         Pero algo le tenemos que llevar. Blaine tiene ideas, pero algunas no son posibles, otras no son racionales y hay un par que creo que no existen.

 

Los labios de Aidan se estiraron un poquito. Tenía debilidad por mi hijo, Blaine se había abierto paso en su corazón con la facilidad con la que un cuchillo corta la mantequilla.

-         Hay algo que, si se lo regalo yo, me lo tiraría a la cara, por orgullo, pero sé que le gustaría y, si se lo regalas tú, lo tendrá que aceptar – me informó y acto seguido me dio una idea bastante buena. Me la apunté mentalmente y le di las gracias con un beso en la mejilla. Me gustaba besarle ahí, casi más que en los labios, porque en cierto sentido denotaba más confianza y más afecto. Era una de las cosas que había aprendido de Connor, cuando nuestro matrimonio aún se podía llamar así. Él me había enseñado que querer a alguien no siempre tenía por qué basarse en besos donde la lengua de la otra persona te llega hasta la úvula. Que la mejor forma de decir “te quiero” es con la mirada. Aunque, desde luego, la parte física no se nos había dado mal a Connor y a mí, tenía diez hijos biológicos para atestiguarlo. Instintivamente sabía que con Aidan la cosa no sería tan fluida; aún se estremecía cuando le agarraba repentinamente la mano, sin avisar primero. Le incomodaba todo contacto físico que no iniciara él, aunque se había vuelto muy bueno en disimularlo. Al principio, eso me había preocupado un poco, pero enseguida me di cuenta de que no era nada personal, le sucedía con todo el mundo; si acaso conmigo un poquito menos.

Finalmente llegó el momento de que cada uno volviera a su casa. En otras circunstancias, tal vez habríamos hablado de la posibilidad de ir a cenar juntos a algún sitio, pero no después de lo que había pasado. Además, ya habíamos llamado demasiado la atención de los medios por un día. Ahora íbamos a tener que plantear nuestras salidas con más cuidado, si queríamos conservar alguna clase de intimidad. Aidan ya no podía seguir negando su condición de celebridad y tendría que aprender a lidiar con ello, pero el pobre tenía demasiadas cosas con las que lidiar últimamente.

Cuando ya había comenzado la ronda de despedidas, un par de manitas me agarraron de la parte baja de mi abrigo. Alice, la adorable bebé de Aidan, tiraba de mi ropa gesticulando como quien tenía que compartir un secreto muy importante. Me agaché hasta ponerme a su altura y ella se acercó a mi oído, tapándose con las manos para proteger mejor su confidencia.

-         ¿Las copias salieron de tu barriga? – me preguntó, señalando a los trillizos. Me mordí el labio, conteniendo la risa a duras penas, y asentí. - ¿Y puedes hacer más?

 

Esa vez me reí sin poder remediarlo. Me hizo sentir como una fotocopiadora.

 

-         Mmm. No lo sé. No las hice yo sola.

 

-         Ya sé que se necesita un papá – me aclaró. – Pero yo tengo uno.

“¿Está insinuando que haga copias con Aidan? Es sumamente tierno y perturbadoramente sucio al mismo tiempo”.

-         Me temo que se necesita algo más – respondí, intentando salir de aquel aprieto. Los demás nos miraban con interés, la mayoría ajeno a nuestra conversación, pero Sam, Zach y Jeremiah podían escucharla perfectamente, a juzgar por sus sonrisas.

 

-         ¿Algo como qué?

 

No me iba a poner a hablarle de biología embrionaria ni de sexo ni de la conveniencia de tener o no más hijos a una niña tan pequeña, así que lo simplifiqué para ella:

 

-         Pues… mucho amor.

 

-         Ah, pero mi papá te quiere – me informó. Mi corazón se saltó un pulso y después latió con más fuerza, mientras una enorme sonrisa se adueñaba de mi rostro. - ¿Tú a él no?

 

-         Sí, yo le quiero muchísimo.

 

-         ¡Entonces ya está! – celebro. - ¡Podéis hacer copias!

 

Tuve el presentimiento de que Sam no iba a dejar la oportunidad de utilizar ese eufemismo en el futuro. “Hacer copias” se iba a convertir en una forma de hablar del sexo en mi familia.

 

-         Uno no decide cuantos bebés se meten dentro de la barriga, mi amor. Cuando una mamá se queda embrazada, no sabe si tendrá uno o más bebés – le expliqué.

 

Alice frunció su ceñito, pensativa.

 

-         ¿Y quién lo decide? – me preguntó.

 

-         Pues…

 

-         ¡Ah, ya lo sé! ¡Dios! Bueno, pero yo le rezaré al Niño Jesús para que tengas copias.

 

-         Mejor no – me ayudó Sam, luchando contra una carcajada que se le quería escapar. – Que con tres ya vamos bien. ¿Para qué quieres copias de todas formas, enana?

 

-         Porque quiero – puchereó la pequeña, disgustada al ver truncados sus deseos.

Sam la cogió en brazos y le acarició la mejilla.

-         Bueno, pero no te pongas triste, peque…

Alice se puso a toquetear las rastras de Sam, aparentemente olvidando su pena anterior, distraída por el maravilloso pelo de mi hijo.

-         Oye, ¿y por qué sabes que tu papá me quiere? – pregunté, hablándole yo ahora en el oído. Me dije a mí misma que era para continuar distrayéndola, pero en el fondo la pregunta iba con un profundo interés personal.

 

-         Porque eres buena y bonita y papá sonríe mucho cuando está contigo :3

 

“Me la voy a comer”

 

Sus palabras me emocionaron e incluso empezaron a escocerme los ojos como una tonta.

-         Eres una bebé muy lista – le alabó Sam, que lo había escuchado todo.

Sí que lo era. Cuando la había acompañado al baño me había hablado del musical que estábamos viendo y se había enterado bastante bien del argumento pese a ser algo complejo para una niña de su edad.

Alice me recordaba a Grace, una de mis sobrinas, aunque no se parecían tanto físicamente: Alice era más rubia y tenía el pelo más corto. Uno podía ver todo un abanico de razas y rasgos en los hijos de Aidan, probablemente porque Andrew tenía un solo criterio para seleccionar mujeres: que quisieran tener relaciones sexuales con él. Intenté ponerle cara a la madre de Alice; a Andrew ya le conocía, por alguna foto, aunque nunca le había visto en persona. Me pregunté si nos veríamos algún día. Él y Aidan estaban en mejores términos que nunca, pero su relación aún era distante y tensa. Tenía mis sospechas, sin embargo, acerca de que Andrew le protegía desde las sombras. No solo tenía una gran influencia sobre los periodistas, lo cual no era ningún secreto en mi ámbito laboral, sino que, según me había contado Aidan, llevaba protegiéndole desde antes de que naciera, ocupando el lugar de su padre. No había sabido ser la familia que Aidan merecía, pero de alguna manera se preocupaba por su hijo. ¿Y si decidía que yo no era buena para él? No había nada que yo pudiera hacer contra Andrew Whitemore si no me consideraba apta para Aidan. Me aplastaría como a una mosca. Era un pensamiento que se había vuelto recurrente en los últimos días, cuando intentaba pensar cómo se tomaría mi familia política -mi familia del corazón- que tuviera una nueva pareja. Solo entonces me dio por pensar cómo se lo tomaría la familia de Aidan, aunque era cierto que no tenía mucha.

Me consolaba con la idea de que, si Andrew tuviera algún problema conmigo, ya habría tenido noticias de él. Si los medios de comunicación habían averiguado que estábamos saliendo, él lo habría averiguado también.

-         Princesita, es hora de irse – dijo Aidan, sacándome de mis pensamientos e intentando sacar a Alice de los brazos de Sam.

 

-         ¡Ño!

 

-         Shí. A ducharse, cenar y mimir.

 

-         ¿Sam viene? – preguntó.

 

-         Hoy no, cariño. Otro día.

La pequeña puso un puchero y, sinceramente, no entendía cómo Aidan podía resistirse a uno de esos. Después le miré a la cara y supe que no podía. Aidan tenía esa expresión, esa que conocía tan bien porque la había visto en mí misma o en alguno de mis cuñados: la de que harías cualquier cosa por hacer felices a tus hijos.

-         Verás a Sam dentro de muy poco, ¿vale? Nos veremos todos en el cumpleaños de Jandro – le dijo.

 

-         Mira, seguirá habiendo cumpleaños, eso quiere decir que no habrá funeral – comentó Harry. Aidan y varios de sus hermanos le miraron mal. – ¿Demasiado pronto? Vale.

Alice accedió a soltar a Sam y me dijo adiós con la manita.

-         Papi, ¿mis unicornios sí pueden tener copias? – preguntó.

 

-         No veo por qué no, cariño.

 

“Nota mental. Comprar tres unicornios idénticos para la peque”.

 

“Ehm. Tal vez más adelante. Recuerda: las factursa…”

 

Suspiré. Los detalles eran para quienes podían permitírselos. Pero Aidan había pagado las entradas y las bebidas. Me hubiera gustado aunque sea poder consentir a sus niños.

 

Sam abrió su coche para que sus hermanos se fueran metiendo. Fue buena idea, porque nos estaba costando separarnos. Nos habíamos acostumbrados los unos a los otros en un tiempo récord.

 

Tomando ejemplo de mi hijo, abrí las puertas de mi coche y coloqué a los trillizos en sus sillitas. Avery tenía mucho sueño, pero aún así me costó separarle de su “Dadan”. Se había encariñado con Aidan en parte porque cualquier ser humano se encariñaría con él y en parte porque le volvían loco sus rizos negros. Avery todavía conservaba la costumbre de agarrar el pelo de la gente, la misma que tenía cuando recién nacido, pero ahora con más cuidado, o quizá es que me había vuelto inmune a sus tirones.

 

Abroché el cinturón de West y estuvimos listos para irnos. Aidan se acercó para darme un beso en los labios y luego otro en la frente, que interpreté como un signo de protección y afecto puro.

 

-         Adiós, chicos – dijo, asomándose al coche. Estiró el brazo para hacerle una caricia a West. Parecía que hacía mil años desde que le había regañado y había sido tan solo dos horas atrás. – Adiós, enano.

Observé a mi hijo con atención. La reacción de West cuando Aidan le había castigado me había sorprendido. No había hecho un berrinche, ni había salido corriendo, ni se había enfadado. Aidan no formaba parte de sus recuerdos, no lo asociaba con ninguna situación desagradable, así que no le asaltaban sentimientos de miedo y rabia como los que le desbordaban dentro de casa. Aidan no era Connor y no le había hecho daño, ni le había gritado.

Aún así, mi bebé miraba con recelo al hombre alto e imponente que se despedía de él con una caricia. Como Aidan le sonrió, West se atrevió a sonreírle de vuelta.

-         Eres tan guapo como tu madre – le dijo, provocando que West soltara una risita y que yo me ruborizara. Tenía que ir a graduarse la vista. Mi hijo era hermoso, pero gracias a Dios se parecía a mí lo justo como para que pudiera pasar por su madre, pero no lo suficiente como para estropear su carita de ángel. – Te llamo esta noche – añadió, para mí. “Noche” significaba “madrugada”, que era la hora a la que ambos podíamos hablar, pero era una gran forma de acabar el día.

Asentí y le hice un gesto a Blaine para que ocupara su asiento, pues era el único que faltaba por subirse al coche. Hizo todo lo posible por esquivar mi mirada, preocupado por la posibilidad de que estuviera enfadado con él. No estaba contenta, pero Blaine ya debería saber que no tenía la capacidad física de resistirme a sus ojos brillantes.

-         Despídete de Aidan – le pedí.

 

-         No creo que se quiera despedir de mí… - murmuró, alicaído. Debería haberle prestado más atención, Blaine parecía realmente triste.

 

Aidan intervino antes de que pudiera responderle.

 

-         Despedirme nunca, abrazarte siempre – replicó y le atrapó cariñosamente. – No importa en qué líos te metas, eso no va a cambiar. Ahora métete en el coche y haz caso a tu madre, soldadito. Si no voy a buscarte y te regaño, ¿eh? – bromeó.

 

“No le des ideas, que no las necesita” pensé, mientras Blaine sonreía y se sentaba en el puesto del copiloto.

 

-         Sea lo que sea que estés planeando, la respuesta es no – le susurré, conociendo a mi hijo, y sabiendo que podía tomarse la broma de Aidan como una promesa y un reto.

 

-         ¿Planear? ¿Qué se supone que planeo? – me preguntó, con una logradísima expresión de angelito que jamás había roto un plato. Solo le faltaba la aureola. Si quisiera perseguir una carrera de actor, tendría futuro.

 

-         Si quieres ver a Aidan, quedamos con él o haces videollamada, pero vamos a dejar atrás los proyectos suicidas de meterse en líos para probar cosas – le pedí. – La última vez no te fue demasiado bien.

 

-         Depende del punto de vista – replicó, con una sonrisa pícara. Le pellizqué el costado.

 

-         Todavía estás en líos, así que no te hagas el gracioso – repliqué, lo más seria que pude, y Blaine borró su sonrisa.

 

-         Sí, mamá.

 

-         Lo digo de verdad: puedes ver a Aidan cuando quieras.

 

-         Para que eso fuera así realmente, tendrías que casarte con él, pero no sé a qué estáis esperando – refunfuñó.

 

-         Las personas tienen que conocerse mucho antes de tomar determinadas decisiones, Blaine.

 

-         Tú ya lo sabes todo sobre Aidan.

 

-         Leerlo en revistas no es lo mismo que descubrirlo en persona. No tengas prisa, cariño. ¿No eras tú quien decía que estábamos destinados? Deja que el destino haga las cosas a su ritmo.

 

-         A veces el destino necesita una ayudita.

 

-         Sí, y a veces tus ayudas necesitan un freno. Tienes un peligro… – respondí. Blaine me dedicó una sonrisa tímida y luego, repentinamente, me abrazó.

 

-         De no ser por mí, te aburrirías demasiado – afirmó, el muy caradura.

 

-         ¿Qué voy a hacer contigo?

 

-         Quererme mucho. Y regañarme poquito, que estoy harto de estar castigado.

 

¿Pero cómo podía tener tanto morro? ¿De dónde había sacado tanta picardía?

 

“Aaron era igual, aunque no lo demostraba con tanta facilidad”.

 

-         Ah, pues en lo de quererte no hay problema, pero lo otro no está en mi mano.

 

-         En tu mano precisamente sí está, mami – se ruborizó, por su propio doble sentido.

 

-         Eres tú el que se mete en más líos de los que parece posible. Incluso encuentras la manera de estar en problemas tras una tarde en el teatro.

 

-         No fui yo solo, eso tiene que contar, ¿no? ¿Reducción de condena por culpa compartida? – probó.

 

-         No creo que funcione así.

 

-         Habrá que revisar el código penal, tómate tu tiempo – me sugirió.

 

Connor no había podido -no había querido- disfrutar de ese lado de nuestro hijo. El descarado, el deslenguado, pero sin faltas de respeto, el que usaba el sentido del humor para rebajar cualquier situación tensa.

 

-         Póngase el cinturón, señor abogado en prácticas – le pedí. – Tiene derecho a guardar silencio.

 

-         Uy, mami, el derecho tal vez, pero la capacidad no lo sé.

 

Solté una carcajada. Sabía que tenía que hablar con él en serio, pero eso podía esperar hasta llegar a casa. No había necesidad de convertir aquello en un viaje largo e incómodo.

 

Por fin salí del aparcamiento y saludé a Aidan con la mano una última vez. Sam arrancó detrás de mí y así volvimos a casa. Hablamos poco durante el camino; mayormente estuvimos escuchando canciones infantiles y riéndonos ante los intentos de Tyler por pronunciar algunas palabras complicadas que aparecían en las canciones.

 

Cuando llegamos, el ánimo de Blaine volvía a ser sombrío.

 

-         Mami… Si entiendes por qué lo hice, ¿verdad?

 

La forma en la que Blaine decía “mami” siempre conseguía llegarme al corazón. Connor se molestaba cuando le escuchaba llamarme así, le parecía demasiado infantil e impropio de un adolescente, pero a mí me encantaba. Se lo estaba pegando a sus hermanos, además, aunque Leah solo lo utilizaba como medio de manipulación. Blaine me llamaba así en muchas situaciones, generalmente cuando estaba mimoso o preocupado por algo.

 

-         Sé que creías que estabas haciendo lo correcto por tu hermana, pero…

 

-         El tipo que le hizo daño a Scarlett se libró – me interrumpió, con rabia. – No hubo nada que yo pudiera hacer.

Me quedé sin respiración por unos segundos y giré la cabeza para mirar a los asientos traseros. Los trillizos no podían entender aquella conversación, pero West tal vez sí. No parecía atento a lo que estábamos hablando, sin embargo, así que pude concentrarme en las palabras de Blaine y sentir plenamente las ampollas que levantaron.

Solo habían atrapado a uno de los secuestradores de Scarlett, a la mujer. El hombre había quedado en libertad. El hombre que… que la violó, no había otra forma de decirlo. Violó a mi niña aún antes de que ella pudiera entender siquiera lo que la estaban haciendo. Desgarró su cuerpecito cuando todavía era una bebé sin desarrollar.

Si algún día le atrapaban, no dejaría que fuera a la cárcel. Yo misma le mataría, aunque tuviera que ir al infierno después. A veces me recreaba en ello por las noches. Imaginaba mil escenarios, aunque ninguno era lo suficientemente horrible. En otras ocasiones, me preguntaba si sería realmente capaz de arrebatar una vida. Cuando Scarlett se despertaba llorando y gritando por las noches, me sentía jodidamente preparada.

-         Pero hoy sí podía hacer algo. Podía hacer algo para que ese niñato pagara por intimidar a mi melliza – concluyó Blaine, al ver que entendía a lo que se refería.

Tenía la boca seca de pronto, pero luché por deshacer el nudo que oprimía mi garganta.

-         No es… - carraspeé, para aclarar mi voz. – No es lo mismo. Ese… Ese chico actuó mal… actuó muy mal… y, como viste, no regañé a tu hermana por defenderse. Pero era solo un niño. Un niño creyéndose gracioso y siguiendo una estúpida apuesta sin pensar en las consecuencias. Ya fue castigado por ello, y con suerte quizás aprendió algo. Lo que habéis hecho hoy es pura venganza y una venganza desmedida. Vosotros tampoco habéis medido las consecuencias, que podían haber sido y aún pueden ser muchas. Podíais haber causado lesiones severas en ese chico o incluso… o incluso hacer algo de lo que os hubierais arrepentido el resto de vuestra vida, solo hubiera hecho falta un mal golpe – declaré. Los ojos de Blaine se abrieron de golpe, sorprendido por un escenario que no se había planteado. – Podrían haberos denunciado, y el efecto mariposa que eso podría provocar apenas alcanzo a vislumbrarlo. Juicios, reformatorios, evaluación psicológica para tu hermano en cuanto leyeran su informe médico…

Me detuve ahí, pero empecé a compartir alguno de los miedos de Aidan. Mis hijos eran biológicamente míos, no me los podían quitar, excepto si consideraban que no podía cuidar adecuadamente de ellos. “Madre viuda de diez menores de edad, cuatro de ellos con necesidades especiales, dos involucrados en una agresión colectiva. Dependiente económicamente de su hermano pequeño”.

Era posible que consideraran que estaban mejor con sus tíos o con sus abuelos que conmigo. Rayos, yo misma lo había pensado muchas veces. Pero la sola idea de que les subieran en un avión y les llevaran al otro lado del mundo me destrozaba por completo.

-         No pensé en que pudieran denunciar, solo fue una pelea… - se justificó Blaine.

 

-         Una pelea no es cinco contra uno y en cualquier caso golpear a alguien siempre puede ser motivo de denuncia. Y, más allá de las consecuencias, hay cosas que simplemente están mal, Blaine. Incluso aunque a una parte de nosotros nos parezcan correctas. Dañar a otra persona siempre estará mal, no importa lo que haya hecho.

 

“¿Incluso si esa persona es el secuestrador de Scay?” preguntó una voz capciosa en mi cerebro. Opté por ignorarla. Mi hijo no podía verme vacilar.

 

-         Entra en casa – le pedí. - Seguiremos hablando en mi habitación.

 

-         Lo siento, mamá…

Blaine era demasiado transparente, así que pude ver que no estaba siendo sincero del todo. Sentía que me hubiera enfadado con él, pero no lo que había hecho.

-         Imagina que ese chico fuera tu hermano, Blaine – le pedí y no tuve que especificar a cuál me refería, pues tenía uno de la misma edad.

 

-         Sean nunca le haría eso a una chica.

 

-         Acorralarla para besarla, tal vez no. Probablemente no, dado que no tiene el más mínimo interés en mujeres, por el momento. Pero golpearla sí, si está lo bastante enfadado. De hecho, ni siquiera necesitas imaginar: recuerda lo que pasó en la piscina, con esa chica que te quitó la ropa y el teléfono. ¿Y si esa chica tuviera hermanos? ¿Y si ellos hubieran decidido darle una paliza a Sean por haberla puesto en peligro, por empujarla haciendo que se cayera al agua?

 

-         Danielle no era precisamente inocente. Sean se pasó, pero lo hizo con motivos…

 

-         Eso no importa. Los motivos no importan. Me importan a mí, para entenderos y ser comprensiva, pero no cambian los actos. ¿Y si alguien hubiera decidido vengarse de Sean? – insistí. - ¿Acaso no te parecería horrible? ¿Acaso no te enfurecería que alguien fuera tan cruel, tan duro con un niño que cometió un error?

 

Blaine se quedó en silencio, asimilando mis argumentos.

 

-         ¿Y si los hermanos de Danielle tan solo estuvieran pagando con Sean una agresión del pasado, una de la que es inocente?

 

-         Danielle no tiene hermanos. Pero entiendo tu punto – replicó, con sequedad.

 

-         Pagaste con ese chico lo que le hicieron a Scarlett. Pero no era la misma persona, ni la misma situación – susurré. – Entiendo tu rabia, Blaine, y simpatizo con ella. Pero no voy a dejar que resuelvas los problemas con los puños.

 

-         Lo siento – repitió. Aquella vez, sonó más sincero. Besé su frente y abrí la puerta del coche. – Mamá… en serio, perdóname…

 

-         Pollito, estás perdonado.

 

-         ¿Y muerto también? – preguntó.

 

-         No, solo en muchos problemas. Ahora, venga. Baja y ve a mi habitación, Blaine.

 

-         Sí, mami.

 

Le vi con ganas de decir algo más, pero se calló. Sabía lo que era: “no tardes mucho”. Odiaba esperar.

 

-         Iré en cinco minutos, cariño – le tranquilicé.

 

No pude cumplir esa promesa, sin embargo, porque cinco minutos fue casi lo que tardé en meter a los peques dentro de casa y dejarles entretenidos con algún juguete. Después fui a buscar a Sean, que me esperaba enfurruñado en el sofá. Hablar con él iba a ser mucho más difícil que con Blaine.

 

Me acerqué despacio, como quien rodea a un león y teme despertarlo.

 

-         Estoy enfadado contigo – me anunció.

 

Eso era una buena señal: se estaba expresando en términos civilizados y hasta mimosos.

 

-         ¿Por qué?

 

-         Aidan me regañó y tú le dejaste.

 

-         Mmm. No estaba ahí durante la mayor parte de eso, pero de todas formas creo recordar que tú mismo le diste permiso para hacerlo y más que eso.

 

Sean se ruborizó y se encogió en su huequito.

 

-         ¿Fue malo contigo? – pregunté, aunque ya sabía que no.

Sean no me respondió. Me senté a su lado y le atraje hacia mí.

-         ¿Sigues enfadado?

Negó con movimientos lentos.

-         Es muy grande – susurró.

 

-         ¿Aidan? Sí, es bastante alto.

 

Casi todos los hombres de mi familia lo eran, excepto Aaron. Él era más bien bajo para un hombre y siempre había hecho como que no le importaba, pero yo sabía que su altura le acomplejaba un poco.

 

-         Mide como dos metros.

 

-         No debes tener miedo de él, Sean. Siempre ha sido amable contigo, ¿no?

 

Aquella vez asintió.

 

-         Pero hoy estaba muy enfadado. Le importa más ese idiota que Leah.

 

-         Eso no es verdad. Pero Leah no corría ningún peligro hoy. No se trataba de elegir entre ese chico y ella.

 

-         Hum.

 

-         Esta tarde solo hubo una víctima y fue él, Sean. Vosotros le encerrasteis y le agredisteis salvajemente.

 

-         … Ya sé – suspiró.

 

Me sorprendió que lo admitiera, pero no tendría que haberme sorprendido. Sean era inteligente y tenía buen corazón. Cuando estaba calmado se podía razonar con él.

 

-         ¿Me vas a quitar muchos puntos? – me preguntó, mirando anhelantemente el calendario que había en la pared. Si conseguía cinco puntos más para finales de mes, iríamos al museo de ciencias. Que aquello fuera un premio para él no dejaba de fascinarme, pero lo cierto es que mi niño tenía muchas ganas.

 

-         No. Te daré el mismo castigo que a tu hermano.

 

-         ¿Y cuál fue?

 

-         Aún no se lo he dado.

 

Sean se puso blanco, entendiendo lo que eso implicaba.

 

-         ¡No!

 

-         No es la primera vez que hablamos de las peleas y esto fue mucho peor, Sean.

 

 

-         ¡No, mami, no!

 

-         Cariño, tranquilo. Hablaremos primero y…

 

-         ¡NO! ¡VETE A LA MIERDA!

 

-         ¡Sean!

 

Se levantó del sofá y puso distancia entre nosotros.

 

-         ¡CÓMEME EL NABO!

 

-         ¿Qué acabo de escuchar? – gruñó Aaron, saliendo de su despacho.

 

-         Aaron, no te metas, por favor.

 

-         No puede hablarte así.

 

-         Ya lo sé. Yo me encargo. ¿Por qué no vas a ver si Max necesita ayuda? Ya es la hora del baño. Luego me ocupo yo de los más pequeños.

Aaron le echó una última mirada de advertencia a Sean y se fue a buscar a Max.

Sean soltó el aire que había estado conteniendo desde la intervención de su tío.

-         Ahora sí has perdido un punto, cariño. Puedes enfadarte cuando algo no te gusta, pero no gritarme ni insultarme.

 

-         ¡No, mamá! - protestó. - ¡Si ya me ibas a castigar!

 

-         Si, por lo que pasó en el teatro. El punto lo perdiste por maleducado.

 

-         ¡SI NO ME HAS EDUCADO BIEN QUÍTATE LOS PUNTOS A TI MISMA!

 

-         No me grites, Sean – le advertí.

 

-         ¡TE GRITO SI ME DA LA GANA!

 

-         ¡Suficiente! Entra al despacho.

 

-         ¡No quiero!

 

-         ¡Entra al despacho o no iremos al museo, aunque consigas los puntos! – decreté.

 

“Mierda. ¿Pero qué has dicho? Ahora lo tienes que cumplir” me reproché.

 

Afortunadamente, Sean entreabrió los labios y se metió corriendo. Suspiré y entré después de él, cerrando la puerta tras de mí.

 

-         Me has reconocido antes que sabes que actuaste mal, así que ahora toca afrontar las consecuencias – le dije.

 

-         No quiero.

 

-         Eso se da por supuesto. Pero podríais haber mandado a ese chico al hospital y no puedo dejarlo pasar.

 

Sean guardó silencio y se frotó el brazo izquierdo. Allí de pie en medio de aquel cuarto parecía de pronto mucho más pequeño. Caminé hasta el sillón en el que mi hermano solía leer y me senté.

 

-         Ven aquí, Sean.

 

Se acercó a pasos cortos y se detuvo cuando llegó a mi lado. Adiviné sus intenciones cuando se inclinó sobre mí, más dócil de lo que esperaba.

 

-         No, aún no, cariño – le frené, y le tomé de una mano. – Solo quiero que entiendas bien lo que pudo pasar. Pelearse así es un delito y por una buena razón. Erais cinco contra uno, además. 

 

-         Papá siempre decía que, si vas a pelear, tienes que asegurarte de ganar.

 

“Gracias, Connor” pensé con sarcasmo.

 

-         Si alguien te ataca, entonces tienes que hacer todo lo que puedas por defenderte. Pero nunca debes ser tú quien busque la pelea. Y lo sabes. Sé que lo sabes. Eres un buen niño, Sean.

 

Repentinamente, se tiró sobre mí para darme un abrazo. Por la fuerza de su empuje, el sillón se movió hacia atrás.

 

-         Lo siento, fue un impulso – se disculpó.

 

Sonreí y le di un beso en la mejilla.

 

-         A esa clase de impulsos puedes ceder cuando quieras – le dije. Mantuve el abrazo durante cerca de un minuto, pero al final le separé. - ¿Preparado? Será sin pantalón, Sean – le informé, porque llevaba vaqueros. Le vi mirar hacia la puerta y le agarré del brazo, suave, pero firmemente. – No salgas corriendo. Acabemos ya, pequeño.

 

Los ojos de Sean se aguaron y segundos después comenzó a llorar, partiendo mi corazón en mil pedazos. Me esforcé por quedarme ciega y sorda y le ayudé a ponerse de pie. Llevé las manos al botón de su pantalón, sabiendo que no obtendría ninguna colaboración por su parte, y se los desabroché. Tiré suavemente de ellos, con cuidado de no arrastrar también sus bóxers. Le había visto desnudo más veces, pero intentaba preservar su intimidad, especialmente en situaciones como aquella.

Le guie para que se tumbara en mis piernas, apoyándose también sobre el sillón y su llanto se hizo más fuerte.

 

Había aprendido a ser madre a través de mi abuelita y de la madre de Connor, dos mujeres cariñosas pero que sin embargo llevaban lo de ser estrictas en apariencia mucho mejor que yo. Me sentía en agonía y aún ni había empezado.

Rodeé la cintura de Sean con un brazo y froté su espalda en un intento de calmarle, pero sabía que nada daría resultado. Cómo era capaz Aaron de sobreponerse a su llanto era algo que no podía comprender. En contra de las apariencias, mi hermano no era un insensible y no soportaba ver sufrir a sus sobrinos, pero en momentos como ese se olvidaba de cualquier buen sentimiento y se volvía un hombre con una sola tarea: enseñar una lección memorable.

Sin ganas de prolongar aquello, levanté la mano y la dejé caer sobre los calzoncillos azules de mi hijo, que dio un respingo y un leve pataleo.

 

PLAS ¡Au! … Snif… PLAS… ¡Ay! PLAS PLAS… Mami… PLAS… Snif… PLAS PLAS … Ya… snif… PLAS PLAS… ya, mami… PLAS

 

Cualquiera diría que le estaba matando, pero en realidad estaban siendo bastante flojos. Connor siempre decía que Sean era un dramático, desde aquella primera vez en que le dio una palmada por coger su cuchilla de afeitar con tan solo dos añitos. Mi bebé lloró por casi media hora, hasta quedarse dormido, a pesar de que Connor le dio sobre el pañal y no muy fuerte.

 

Siempre había sido muy sensible. Eso lo había sacado de mí.

 

PLAS PLAS… snif…  PLAS… bwaaaa…  PLAS PLAS… au… PLAS… snif…  PLAS PLAS… yaaa PLAS PLAS

 

Inevitablemente, en situaciones así me venían recuerdos de mi propia madre y me preguntaba si acaso me parecía a ella. Yo no lastimaba a mis hijos, jamás les había dejado ningún tipo de señal, pero no podía evitar la culpabilidad. Me había resistido mucho a ese tipo de disciplina, pero mi abuelita la usaba y nunca me había sentido más a salvo que cuando estaba en su casa. No tenía por qué aterrorizar a mis hijos, solo ponerles límites… aunque fuera difícil para ellos y para mí…

 

PLAS… au… PLAS….snif… PLAS mami…. PLAS PLAS PLAS… bwaaaa PLAS PLAS … snif… PLAS PLAS

 

PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS…. bwaaaa….snif… ya, mami…  PLAS PLAS PLAS… snif…  PLAS

 

Dejé la mano quieta sobre su espalda para que entendiera que ya había terminado, pero la única reacción de Sean fue encogerse un poco sobre sí mismo.

 

-         Ya está, cariño, ya está.

 

-         Snif…

Le levanté, despacito y sin mucho esfuerzo, pues en realidad Sean pesaba bastante poco. Le coloqué el pantalón y le atraje hacia mí para abrazarle. Lloró con intensidad durante cerca de dos minutos, “expulsando el alma por los ojos”, como solía decir Scarlett y después se calmó. Me estiré para coger una de las toallitas húmedas de Aaron y se la ofrecí para que se limpiara la cara.

-         Ya pasó, pollito.

Le acaricié el pelo durante un rato, hasta que le vi bostezar. Se recostó sobre mi hombro, pero luego le cedí el sillón entero, para que estuviera más cómodo.

Aaron llamó a la puerta poco después y entró sin hacer ningún comentario. Sean se hizo el dormido -bastante torpemente- y Aaron fingió que se lo creyó. Cogió una manta, le arropó con ella y se acercó a su mesa para coger unos papeles que necesitaba.

En otras circunstancias, me habría acusado de ser demasiado blanda, pero en realidad no le había disgustado que golpearan a ese chico, solo que lo hicieran en un lugar público y siendo una mayoría exagerada, sin darle ocasión de poder defenderse.

-         Max está en la bañera. Iré a buscarle ahora, quería estar solo – me informé. Asentí. Mi niño ya tenía nueve años y no le gustaba depender de nadie para asearse. El momento crítico era la entrada y la salida del baño, pero podía limpiarse solo como cualquier niño de su edad.

Le hice una última caricia a Sean y subí a hablar con Blaine, consciente de que no había cumplido mi palabra.

-         Siento haber tardado tanto, cariño – le dije, nada más entrar en mi cuarto. Blaine estaba tumbado sobre mi cama, abrazado a mi almohada. – Me entretuve con tu hermano.

Se sentó y me dedicó una mirada de cachorrito antes de ponerse de pie.

-         Ya lo hemos dicho todo en el coche. ¿Hay algo más que necesites hablar? – le pregunté y Blaine negó con la cabeza. – Entonces terminemos con esto – afirmé y ocupé el lugar en el que él había estado segundos antes. - Sácate el pantalón.

Blaine se llevó las manos a la cintura, se desabrochó, y empujó la tela hasta la rodilla. Él nunca me había discutido a la hora de aceptar un castigo de ese tipo.

Le guie para que se tumbara a medias sobre mí y a medias sobre la cama. Al igual que con Sean, rodeé su cintura con mi brazo y froté su espalda para tranquilizarle, pero él no estaba llorando.

-         Tienes un corazón amable y compasivo. No dejes que se endurezca con ideas de venganza – susurré. Inmediatamente después levanté la mano y le di la primera palmada.

 

Blaine permaneció impasible, pero se agarró a mi almohada.

 

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

 

El apodo que le había puesto Aidan le quedaba a la perfección, era un soldadito, como los que custodiaban el palacio de Buckingham, luchando por permanecer inalterable y firme en su puesto.

 

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

 

PLAS PLAS PLAS PLAS… Mmm…  PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

 

PLAS PLAS PLAS… auch… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… ufff…  PLAS PLAS

 

Coloqué la mano sobre su espalda.

 

-         ¿Ya? – preguntó, queriendo cerciorarse.

 

-         Ya, cariño.

 

Se levantó y se subió el pantalón. Una solitaria lágrima se deslizó por su mejilla y yo se la limpié con el pulgar.

 

-         ¿Quieres un abrazo? Yo necesito uno – le dije. Blaine se agachó y me rodeó con fuerza.

 

-         Aidan me habría dado más – comentó, como quien habla del tiempo.

 

-         ¿Sí? ¿Cuántos más? ¿Quieres que le iguale? – le chinché.

 

-         No, así está bien.

 

-         Ah, pensaba.

 

-         No te burles – protestó, arrugando los labios como un patito.

 

-         No me burlo, cariño. ¿Estás bien?

 

Asintió y se acurrucó junto a mí como el pollito que era.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-          

 

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