Principios
Nota: En esta historia
Leo no vuelve a ser mortal, sino que sigue siendo un Anciano. Es como si no
existiera la última temporada de la serie, salvo por el hecho de que las
hermanas sí fingieron su muerte para llevar una vida normal.
***
CAPÍTULO 1: COSAS QUE NUNCA
HARÍA
En
un solo día yo podía recorrer más de medio mundo. Podía cerrar los ojos en San
Francisco, y abrirlos en Atenas. Podía recorrer las calles como si fuera uno
más, y al segundo siguiente observarlo todo desde arriba como si fuera un Ser
Supremo. Sé que muchos me veían así: como un ser superior que caminaba entre
las personas. No entendían que yo sólo era una persona más, pero cargada de
muchas responsabilidades. Era alguien que tenía que dividir su tiempo entre el
mundo y su familia. Y a veces era difícil decir cuál de las dos cosas suponía
un mayor esfuerzo.
Uno
de esos días en los que tener una familia podía ser más duro que ser uno de los
guardianes del universo, yo descubrí lo inútil que es repetirse la frase
"yo en esto no seré como mi padre", y lo útil que es, al mismo
tiempo. Ese día, estuve viendo a mi familia como quien cambia de canal: sólo
durante unos segundos inconexos.
-
Ya estoy aquí – anuncié de madrugada, mirando a Piper que acababa de despertar.
-
¿Has dormido fuera? – preguntó ella, con esa voz pastosa de quien aún tiene la
mente en el mundo de los sueños.
-
No he dormido – reconocí. Ella se giró y me miró de esa forma que podía hacer
temblar la tierra.
-
Pues tienes que hacerlo.
-
En realidad, no. – repliqué, sonriendo con un poco de petulancia. Pero a ella
no podía engañarla.
-
No eres inmortal.
Iba
a replicar, porque de hecho, y técnicamente, sí que lo era, pero en ese momento
sentí la llamada de los demás Ancianos.
-
Tengo que irme – musité, y sin esperar respuesta orbité, lejos de mi cama.
Lejos de mi esposa.
Regresé
un par de horas después. Piper estaba con sus hermanas y ninguna de las tres
pareció inmutarse por mi presencia. Ya estaban acostumbradas a escuchar un
tintineo, y que de pronto alguien apareciera entre órbitas azules.
-
…sólo digo que esta es de esas cosas que nosotras podemos resolver – decía
Phoebe, en el momento en que llegué. Se estaba poniendo unos pendientes a juego
con su elegante ropa: debía de estar preparándose para ir a trabajar.
-
Y yo sólo digo que no fingimos nuestra muerte para seguir cazando demonios –
replicó Piper. – Queríamos una vida normal ¿recordáis?
-
Y la tenemos. Más o menos. – dijo Paige, la más joven de las tres aunque
tampoco había una gran diferencia. Quizá de las tres hermanas Paige era la que
más se parecía a mí. Era medio luz blanca, al fin y al cabo, y ella también
guiaba a las personas, en muchos sentidos. Por eso me ayudaba con la escuela de
magia, desde que Guideon dejó forzosamente de ser su director.
-
Oh, sí, invocar a un demonio en lugar de organizar la fiesta de cumpleaños de
mi hijo es de lo más normal – replicó Piper con sarcasmo.
-
¡Por el amor de…! ¡Leo, hazla entrar en razón! – dijo Paige, y así me metió
donde yo nunca quería estar: en medio de las tres.
-
Yo… - tragué saliva. Nada me hubiera gustado más que apoyar a Piper, pero como
luz blanca mi trabajo era aconsejar a las hermanas, protegerlas y conducirlas
por el buen camino, mágicamente hablando. – Puede que por ocuparse de un
demonio no pase nada…No quiere decir que tengáis que renunciar a vuestra vida
normal…
Piper
me fulminó literalmente con la mirada, dolida porque no la apoyara.
-
Si alguien descubre que las Embrujadas siguen vivas… - comenzó, pero yo la
interrumpí.
-
…nos aseguraremos de que no os descubran.
Piper
finalmente accedió. Ella tampoco quería que ese demonio hiciera daño a ningún
inocente. Más bien, hubiera sido feliz al desconocer la existencia de esa
amenaza. Pero una vez conocida, la bruja que llevaba en su interior la pedía
que interviniera y combatiera el mal, tal como había hecho siempre desde que
tenía poderes. Me hubiera gustado quedarme para asesorarlas, pero sentí otra
llamada de mis Hermanos, en ésta ocasión para decidir el destino de un luz
blanca descarriado. Tuve que ausentarme de nuevo, en contra de mi voluntad.
Claro que "mi" voluntad era algo que a nadie parecía importarle
demasiado…
Quizás
yo era menos rígido que otros Ancianos. No lo sé. He llevado una vida bastante
poco ortodoxa como luz blanca. Se han hecho muchas excepciones conmigo: me
enamoré de una bruja a la que debía proteger, me casé con ella, tuve hijos…A
veces he estirado las normas hasta romperlas. Pocos años atrás vino del futuro
un chico joven que resultó ser mi hijo. Antes de saber que éramos familia, mi
instinto me decía que ocultaba algo y no dejé de perseguirlo, inflexible, por
cada pequeña norma que rompía. Él me enseñó cómo a veces lo estipulado no es lo
correcto, y cuando descubrí el vínculo que nos unía yo mismo traspasé algunas
líneas para ayudarle. Todo eso me convirtió en un Anciano "bastante
flexible", según creo, pero lo que sin duda hacia que no fuera como los
demás era que yo tenía familia. Aunque dividía mi tiempo entre mi deber y mi
gente, el bienestar de los míos, su salud, estaba por encima de cualquier Bien
Mayor. La vida ya me había puesto a prueba varias veces respecto a eso.
Era,
como digo, un Anciano un tanto atípico, y tal vez por eso me empeñé con tanto
ahínco en defender al luz blanca al cual teníamos que juzgar aquél día. Tomé su
causa como la mía propia, y me negué a que perdiera sus alas, a que reciclaran
su alma…Su único delito había sido enamorarse, y no me parecía justo que fuera
condenado por algo que a mí se me perdonó.
Tuve
éxito en mi empeño, y conseguí que no fuera sancionado, pero le asignaron un
nuevo cargo y le prohibieron mantener ningún tipo de relación con la mujer a la
que amaba. Yo sabía que incumpliría esa orden. Sabía que se verían en secreto,
como habían hecho cientos de brujos y luces blancas a lo largo de los tiempos:
por eso había mitad luces blancas como mis hijos sueltos por el mundo. Aquella
especie de vista, que en realidad era sólo un eufemismo para no decir
abiertamente que era un juicio en toda regla, extinguió toda mi mañana, y
cuando orbité de regreso a casa era ya pasada la hora de comer.
Fue
chocante para mí lo que encontré al aparecer en el salón de la mansión
Haliwell. Todo estaba destrozado: una imagen a la que ya tendría que estar
acostumbrado, pero igualmente inquietante. Era evidente que aquél había sido el
escenario de una pelea mágica, y las hermanas tendrían trabajo que hacer
reparándolo todo, a no ser que ese trabajo recayera en mí, lo cual era muy
probable. En ese momento no le di importancia a ninguno de los valiosos objetos
destrozados, porque me atenazaba el miedo de que la casa no hubiera sido lo
único en sufrir daños. Sin embargo, Piper entró enseguida en la habitación, con
Chris en brazos, calmando mis temores. Mi bebé de casi tres años había llorado,
pero en ese momento parecía tranquilo, con sus grandes ojos azules fijos en mí.
-
¡Papi! – exclamó, y extendió sus manitas hacia mí, pidiéndome que le cogiera.
Le cogí de los brazos de Piper sonriendo como el idiota enamorado de mis hijos
que era, y le di un beso. Después besé a Piper también.
-
¿Estáis todos bien? – pregunté, pero antes de que me respondiera reparé en la
mancha de sangre en la camiseta de Piper. No era sangre de demonio. Me sentí al
borde de la histeria. - ¿Está bien Wyatt?
-
Sí, está bien. Tranquilo.
-
¿Y Phoebe y Paige?
-
Bien también.
-
¿Y esa sangre? – inquirí, convencido de que se estaba callando algo.
-
Es mía. Paige me curó.
Dejé
escapar el aire con frustración. La habían herido. Automáticamente la examiné,
pese a saber que no iba a encontrar nada porque los poderes de luz blanca de
Paige ya se habían ocupado de reparar cualquier daño.
-
Tendrías que haberme llamado – protesté, algo molesto. ¿Para qué narices era su
luz blanca, su protector, si no acudía a mí cuando tenía problemas?
-
No fue necesario.
-
Tu camiseta no dice lo mismo.
-
No es la primera vez que me hieren.
-
Pero será la última, si puedo evitarlo. ¿Qué ha pasado?
-
Phoebe ha dominado al demonio con la poción que hizo Paige. Yo fui el cebo.
Me
encendí de rabia al escuchar aquello, pero sabía que enfadarme no iba a servir
de nada. Piper era una de las mujeres más cabezotas que conocía y nunca
conseguía que se preocupara lo suficiente de su seguridad.
La
personita que tenía en brazos llamó mi atención tirando suavemente de mi
camisa. Para Christopher aquella conversación debía de estar siendo muy
aburrida. Cuando vio que le miraba, me sonrió y supe lo que iba a hacer antes
de que lo hiciera: mi pequeño orbitó y se apareció encima de la mesa del salón,
a la que le había dicho infinidad veces que no se subiera.
-
Chris, baja de ahí – regañó Piper, pero los dos sabíamos que era inútil.
-
Christopher, te he dicho muchas veces que no te subas ahí.
-
No he subido – protestó mi niño, muy convencido – He orbitado.
Tuve
que darle mentalmente la razón. Qué mente tan perversamente inteligente para un
niño tan maravillosamente pequeño. Pero, orgullo paterno a un lado, eso que
estaba haciendo era peligroso. Podía caerse de la mesa y romperse algo, y lo
peor es que eso él ya lo sabía, pero sabía también que yo podría curarle en un
segundo, por lo que una caída no le preocupaba demasiado. Piper se acercó a él
y le tomó en brazos. Luego le puso en el suelo y le dio una palmadita en el
culo, realmente suave bajo mi punto de vista, pero no bajo el de mi niño, cuyos
ojos se llenaron de lágrimas a punto de rebosar.
-
Tampoco puedes orbitar. A las mesas ni se escala, ni se orbita, ni se sube uno
de ninguna otra manera – le dijo ella, y con eso consiguió que el labio de
Chris temblara, en ese paso previo al llanto que tan bien conocíamos los dos. Piper
trató de cogerle en brazos, pero se quedó abrazando al aire porque Chris orbitó
a los míos.
-
Papi – reclamó, aun decidiendo si se echaba a llorar o no.
-
Dime.
-
Mamá mala. – protestó, con indignación. Le di un beso en la frente.
-
¿Te ha pegado? – pregunté, como si no lo hubiera visto, y mi bebé asintió. -
¿Por qué, campeón?
Pero,
efectivamente, mi hijo era perversamente inteligente, y sabía que si me decía
la verdad yo podría ponerme de parte de su madre.
-
Porque es mala – me aseguró, como quien usa un argumento infalible. Para un
niño de su edad, sin duda lo era.
-
¿Y tú has sido bueno? – inquirí, con mi voz más inocente.
-
Yo "sempre" soy bueno. – declaró con convicción y yo no pude hacer
otra cosa que reírme.
-
Eso seguro, campeón. Pero me parece que ya sabes que no puedes subirte a la
mesa.
-
No, yo no "sabo" – respondió, poniendo la carita de niño bueno más
falsa (y más adorable) de la historia.
-
¿Seguro? ¿Acaso papá no te ha dicho muchas veces que ahí no se sube? –
pregunté, capciosamente. Chris me miró con sus ojitos inteligentes y se
enfurruñó un poco al ver que yo no le defendía ni le daba la razón.
-
Muchas no. – protestó, y yo me volví a reír, pero luego hice por ponerme serio.
-
Muchas o pocas, el caso es que ya te lo había dicho, campeón. Y mamá también,
que lo sé yo. Así que mamá no ha sido mala, sólo ha sido sincera, porque
siempre te dice que si te portas mal te castiga, y es lo que ha hecho. ¿Es mala
por ser sincera?
-
¡Es mala por hacerme pupa! – exclamó mi niño, acordándose de pronto de que
hacía unos segundos iba a llorar, y entones empezó a hacerlo. Parecía realmente
indignado porque yo no me pusiera de su lado.
Piper
le tomó entonces de mis brazos y le dio un beso en la cabeza. Hizo que diera
botecitos en sus brazos y le miró con cariño.
-
¿Le has contado a papá lo valiente que has sido? – le preguntó, en un tono
ligeramente más agudo y exagerado de lo normal. En ese tono especial para los
niños pequeños. Chris dejó de llorar, negó con la cabeza, y se restregó los
ojos. Luego me miró.
-
Vi al demonio malo – me dijo, y yo me quedé helado. Ese ser había estado cerca
de MI bebé. Eso explicaba porque tenía signos de haber llorado cuando llegué.
Le acaricié la cabeza y miré a Piper con aprensión. Ella me devolvió la misma
mirada, pero luego me sonrió, como para recordarme que no había pasado nada.
-
¿Tuviste miedo?
-
Un poco. Pero Wyatt hizo luz bonita – respondió Chris.
-
Activó su escudo alrededor de los dos – explicó Piper. Mi otro bebé podía alzar
un escudo que lo protegía de quienes querían hacerle daño, y cuando nació Chris
cogió la costumbre de protegerle también a él. Costumbre que a mí me aliviaba
mucho, porque había pocas cosas capaces de traspasar el escudo de Wyatt.
En
ese momento, como sabiendo que hablábamos de él, se oyeron los pasitos de Wyatt
que bajaba por las escaleras. Me parecía increíble que tuviera ya cinco años, y
que pudiera bajar esas escaleras sin ayuda. Crecía tan rápido…
-
¡Papá! – me saludó, y corrió para abrazarme. Gestos tan sencillos como ese me
llenaban de la más absoluta felicidad…
…
y el trabajo me la quitaba. Una nueva llamada directa a mis sentidos de luz
blanca me privó de disfrutar por más tiempo de la compañía de mi familia.
Piper, que conocía mis gestos como si fueran suyos, supo lo que pasaba por mi
mueca de fastidio.
-
Ah, no, Leo. No te atrevas a irte ahora – me amenazó. – Dijiste que nos
llevarías al médico. Wyatt tiene vacuna y el coche está averiado.
-
¡No, vacuna no! – protestó mi niño.
-
Puedes pedirle a Paige que os lleve – sugerí. Ella también podía orbitar.
-
¡Paige no es su padre! – replicó mi enfurecida mujer. Yo sabía que tenía razón,
y tuve un gran dilema interno.
-
Mami, vacuna no – siguió diciendo Wyatt, al verse ignorado la primera vez. Yo
les miré a ambos, deseando acompañarles, pero entonces sentí la llama de nuevo,
acompañada esta vez de mi nombre, pronunciado por muchas voces.
"Leo"
decían los Ancianos.
-
Tengo que irme – gemí. Piper me miró mal, pero pude ver que comprendía. Orbité
y me fui de allí, escuchando de fondo las súplicas de Wyatt sobre no ser
vacunado. Reflexioné acerca de la vida normal que quería mi esposa. Se la había
ganado. Tenía derecho a ella, pero parecía difícil mientras yo siguiera siendo
un Anciano... Lamentablemente, no es una de esas cosas a las que puedes renunciar.
Me hice Anciano forzosamente y aun así tenía que admitir que había cosas del
cargo que me gustaban, pero a veces se hacía incompatible con tener una
familia…No obstante, la versión del futuro de mi pequeño Chris venía de un
mundo en el que yo no había estado ahí para ser su padre, ni el de Wyatt, y eso
era algo que yo no iba a permitir. Por eso, cuando estuve frente al resto de
mis Hermanos y vi que no me necesitaban para resolver el problema por el cual
me habían llamado, les dije que tenía una familia de la que hacerme cargo, y me
fui.
Había
pasado sólo media hora desde que me marchara. La casa ya estaba recogida (cosa
de magia, sin duda) y Piper y Wyatt ya no estaban.
-
Paige les ha llevado a la consulta – explicó Phoebe, sentada en el sofá con
Chris encima. – Volverán en una hora, más o menos.
Sin
embargo, cinco minutos después, mientras Phoebe preparaba el baño para Chris,
Wyatt orbitó delante de mí. Me quedé muy sorprendido.
-
Wyatt – llamé, y me acerqué a él muy despacito. - ¿Qué ha pasado?
Mi
hijo me miró con esos ojos que ponía cuando había hecho algo malo y no quería
que yo lo supiera.
-
Wyatt – repetí, sonando un poco más firme aquella vez, pero sin llegar a sonar
enfadado. Mi pequeño se mordió el labio.
-
El médico tonto me quería pinchar –me explicó, y sonó como a "tienes que
entenderlo… seguro que lo entiendes… por fa, entiéndelo".
-
Tienen que vacunarte, Wyatt, por eso te tenía que pinchar y no es tonto por
eso. ¿Dónde está mamá?
Esa
era la pregunta que Wyatt no quería que yo le hiciera. Se suponía que él no
podía orbitar sólo. Podía perderse y aparecer en cualquier otro lado, sin
contar con que alguien podía verle. Por eso habían ido con Paige, que tendría
que estar con Piper, que tendría que estar con Wyatt…
Segundos
después alguien más orbitó en la habitación. Eran Piper y Paige, y cuando Piper
vio a Wyatt pude notar su alivio como algo físico.
-
Estás aquí – susurró, y se acercó a él para espachurrarlo en un abrazo. -
¿Sabes el susto que me has dado? ¡Se suponía que estabas en el baño, haciendo
pis!
Al
oír la palabra "pis" Wyatt se empezó a reír, con infantilismo, y eso
acabó por hacer que Piper perdiera los nervios, ya que aún no se había
recuperado del susto. Le dio un par de azotes, pero Wyatt se siguió riendo.
Pude notar que Piper iba a enfadarse de verdad, y lo cierto es que a mí también
me molestaba un poco que el niño se riera así, como si le diera igual el
castigo. Decidí intervenir.
-
No es para reírse, Wyatt. Mamá se ha llevado un buen susto. Sabes que no puedes
orbitar e irte. Es peligroso.
-
Me dijo que quería entrar al baño sólo, y yo como una tonta voy y le dejo, y de
pronto veo que no está…- dijo Piper, al borde del llanto – Pensé… podía
habérsele llevado algún demonio…Podía… podía haberle pasado cualquier cosa.
Wyatt
dejó de reír y vi cómo miró a su madre preguntándose por qué estaba tan triste
y asustada. No parecía entender del todo la situación, aunque había captado que
no estábamos muy contentos con él.
-
Yo no quería vacuna – dijo Wyatt, porque aquella era su única explicación. Nos
miró a los dos, desde abajo, con ojitos brillantes. Yo suspiré, y me puse a su
altura, hincando una rodilla en el suelo.
-
La vacuna es necesaria para estar sano, hijo. No puedes irte de esa forma. No
puedes mentir a tu madre para estar sólo y orbitar, y tampoco puedes usar la
magia en un lugar público a no ser que estés en peligro. Eso que has hecho está
muy mal, Wyatt.
Pude
notar que mi niño me escuchaba…y que no le gustó nada lo que escuchó. Wyatt
odiaba que yo le regañara. Se lo tomaba mucho peor a cuando lo hacia su madre,
quizá porque me veía menos, quizá porque yo era el padre "cómplice"
mientras que el papel de mala solía jugarlo Piper. Mi niño se enfadó y me pegó
en el pecho con su puñito. Yo le cogí la mano intentando no hacer fuerza y le
di un azote suave.
-
Eso no se hace – le dije con mucha calma.
Los
ojos de Wyatt se llenaron de lágrimas y pude notar cómo luchaba por no
derramarlas. Yo sabía que no le había dolido: había sido muy flojo. Piper le
había dado más fuerte que yo y él se había limitado a reírse. Era más el hecho
de que yo le castigara. Suspiré. Iba a decirle algo, cuando de pronto la mano
con la que sujetaba su brazo se cerró en la nada: Wyatt volvió a orbitar. Por
desgracia para él, y por suerte para mí, yo era un Anciano, y mi niño aunque
fuera muy poderoso y el destinatario de una profecía, era sólo medio luz
blanca. Así que detuve su órbita con un movimiento de mi mano y le atrapé en
mis brazos cuando cayó del aire como efecto de mi actuación.
-
Te hemos dicho que no hagas eso – le regañé, y me soné demasiado enfadado.
Relajé mi tono hasta que fuera adecuado para un niño de cinco años.
-
¡Eres tonto! – me gritó, muy enfadado, e intentó darme una patada. Mi primera
reacción fue enfadarme. Esa no era la clase de comportamiento que quería de mi
niño. Mi segunda reacción fue enfadarme aún más, porque Wyatt había optado por
enrabietarse porque le hubiera regañado, en vez de entender que no podía volver
a escaparse de nuevo. Suspiré.
-
No lo soy, y no puedes llamármelo ni darme patadas. Sube a tu cuarto, Wyatt.
-
¡No!
-
Sube. Papá está enfadado contigo ahora mismo.
-
¡No! – repitió, mirándome con desafío. Estábamos en la época de decir
"no" por sistema a todo, pero yo sabía que ganaba más batallas a base
de insistir que con enfados, así que no perdí la paciencia.
-
Si te mando a tu cuarto, tienes que ir a tu cuarto. ¿Quieres además un tiempo
en la esquina?
Wyatt
negó con la cabeza.
-
¡Pero no quiero ir a mi cuarto!
-
¡Pues tienes que hacerlo! – repliqué y me soné más furioso de lo que pretendía.
Wyatt se estremeció un poquito y luego orbitó.
-
Tranquila – le dije a Piper, después de sentir a mi hijo en el piso de arriba –
Ha ido a su cuarto.
Wyatt
prefería orbitar a subir las escaleras, pero yo sabía que aquella vez no lo
había hecho por placer, sino porque yo le había gritado un poco. Me sentí mal.
Eso no era frecuente. Wyatt no solía comportarse así. Era un poco trasto, pero
generalmente me obedecía. Aquella vez ni siquiera parecía haberme escuchado.
Pensaba dejarle en su cuarto unos minutos, y luego intentar hablar con él de
nuevo, hasta que entendiera que no podía escaparse nunca más. Pero Piper tenía
otros planes.
-
Tienes que castigarle – me dijo.
-
¿Qué?
-
Te ha pegado, y te ha insultado.
-
Son cosas de críos. Sólo tenía una rabieta… - dije, muy flojito. Cierto que
aquello no me había gustado, pero creía que era mejor no prestarle atención.
Aquello de "no le hagas caso y dejará de hacerlo", aunque era un
método de educación en el que yo no creía demasiado…Vi que Piper tampoco, por
la forma en la que me miró.
-
Ha intentado escaparse. Dos veces.
-
No quería que lo vacunaran – defendí yo – Cualquier niño de tener poderes haría
lo mismo.
-
Él no es cualquier niño, y ya sabe que no puede hacer eso. Por eso se fue al
baño…dándome esquinazo….Y luego ha intentado irse de nuevo, cuando le
regañabas.
-
Tiene cinco años… - protesté. Me mostraba tan reacio a admitir que mi mujer
tenía razón porque sabía al tipo de castigo al que se estaba refiriendo. Me
estaba pidiendo que subiera al cuarto de mi hijo, y le pegara. Nunca lo había
hecho. A veces le daba uno o dos azotes, flojito, sobre el pantalón. Pero nunca
le había dado una paliza propiamente dicha, ni me creía capaz de hacerlo. Era
de esas cosas que me había propuesto no hacer nunca…
Piper
me miró a los ojos, y pude ver que seguía más o menos el hilo de mis
pensamientos.
-
Eres el padre divertido. El que juega con él, y le lleva por ahí a sitios
imposibles donde otros padres sin magia no pueden llegar. Yo soy la que estoy
con él todo el día. A mí me hace caso. Ya has visto que a ti no, y que se
enfada cuando pretendes ser su padre. – me dijo, y a mí me molestó lo muy
acertada que estuvo, porque era algo en lo que yo ya había caído.
-
Tiene cinco años… - repetí, casi suplicante.
-
Lo sé, Leo. Lo sé. Esto me gusta tan poco como a ti. Estoy harta de ser la
mala. Pero ya has visto lo poco que le afectan un par de palmaditas.
Pude
ver cómo ella notaba que iba ganando terreno. Me fastidiaba la facilidad de
Piper para conseguir que yo hiciera siempre lo que ella quería. ¿Por qué
siempre tenía que tener razón? ¿Por qué tenía que tener razón en ese momento?
-
Tienes que hacerlo tú – siguió diciendo ella – porque es a ti a quien no ve como
un padre. Como una figura a la que obedecer.
"Ya,
pero, ¿qué clase de figura paterna de mierda seré entonces?" estuve a
punto de decir, pero me lo callé a tiempo. Ella no lo entendía. Yo no quería
ser como mi padre. Me lo había propuesto. Me lo había prometido a mí mismo, y a
un edredón viejo que se había tragado miles de mis lágrimas.
Luego
recordé ese mundo alternativo, esa realidad futura en la que Wyatt era malo.
Eso era algo que yo no iba a permitir…
Piper
se puso a mi lado, y me acarició el brazo. Supe que me entendía perfectamente.
-
Yo no quiero, tú no quieres, y Dios, está claro que él tampoco quiere. No lo
hagas ni por mí, ni por ti. Ni siquiera por la necesidad del buen
funcionamiento de las cosas en ésta casa. Pero, si de verdad le quieres, tienes
que subir ahí y darle unos azotes.
Odiaba
cuando mi mujer desarmaba todos mis argumentos con uno de sus discursos
intensos y llenos de razón. Yo sabía que en realidad ella no estaba tan
tranquila y segura como aparentaba, y que eso era una fachada que mantenía por
mí, porque yo lo necesitaba en aquél momento. Pero aun así parecía mucho más
decidida que yo. Cientos de malos recuerdos me asaltaron en aquél momento, en
cuanto me imaginé a mí mismo subiendo a la habitación de mi hijo para
castigarle. Volví a oír el rechinar de unos zapatos viejos en unos escalones
más viejos todavía. Involuntariamente, volví a estremecerme con un miedo
antiguo…El miedo que sentía cuando sabía que había cabreado a mi padre.
-
Está bien – respondí al final. – Pero lo haré a mi manera.
Mi
mujer pareció notar el cambio de mi voz, que de pronto parecía más firme, a
pesar de que dentro de mí había un niño asustado que quería correr y
esconderse. Supuse que en eso consiste precisamente el anteponer las
necesidades de un hijo a las de uno: consiste en tener ganas de hacer algo,
como huir, y olvidarse de ello porque no es lo que tu hijo necesita.
-
¿Y cuál es tu manera? – preguntó ella, sin disimular su curiosidad.
-
Una en la que aprenda algo. Una en la que sepa que le quiero, y siempre lo voy
a querer. Una en la que si llora lo haga por arrepentimiento, y no por miedo.
Piper
me miraba de una forma que sólo pude calificar como compasiva. Sus ojos oscuros
siempre me inspiraban ternura, aun en las veces en las que ella pretendía mirar
con furia.
-
No concibo que lo hagas de otra manera – susurró ella. Y así, bajita como era,
de pronto me pareció muy grande.
Apretó
mi mano con firmeza y dulzura a la vez, y yo suspiré. Segundos después me vi a
mi mismo subiendo las escaleras. Mis zapatos no rechinaban, y los escalones
tampoco, pero puede que mi hijo me estuviera oyendo subir igual que yo oía
subir a mi padre. Puede que me esperara sentado en la cama, con la mirada fija
en la puerta, de la misma forma en la que yo esperaba a un hombre frío, más
grande y más fuerte que yo… ¿Me vería mi hijo así? ¿Fuerte y frío? Al menos, me
dije. Yo no había sido violento. Yo no le había hecho temblar sólo con el
sonido de mi voz…aunque le había gritado. Me propuse corregir eso en el futuro.
Mi
hijo tenía la puerta abierta y estaba mirando por la ventana. Me miró cuando
entré y luego apartó la mirada. No vi en él signos de que me tuviera miedo. Me
dije que eso era bueno, pero tal vez fuera porque aún no sabía lo que me
proponía.
-
¿Vas a regañarme más? – me preguntó malhumorado. Como si yo no tuviera el
derecho de regañarle. Como si hubiera hecho algo injusto o indebido.
-
Más o menos. – respondí con la garganta seca. Me senté a su lado en la cama. –
He venido a repasar contigo todas las cosas que podías haber hecho mejor hoy.
-
No quiero.
-
Me da igual si no quieres, Wyatt - le dije, intentando seguir sonando amable –
Es algo que tenemos que hacer. Podemos empezar con el médico. ¿Crees que ha
estado bien irte así, asustando a mamá y a la tía?
Wyatt
no me respondió y me miró enfadado.
-
¿Wyatt? – insistí. - ¿Crees que ha estado bien?
-
No quería asustar a mamá…- dijo muy bajito, y vi que aquello era un gran paso.
-
Tú sabes que no puedes orbitar sólo fuera de casa. Lo sabes ¿verdad?
-
Lo sé – respondió mi niño, más bajito todavía.
-
Y también sabes que no puedes pegar ni insultar, y mucho menos a papá.
Wyatt
no me respondió verbalmente, pero dijo que sí con la cabeza, y luego miró al
suelo.
-
Pues por todas esas cosas, te tengo que castigar, cariño. Porque soy tu padre,
y cuando haces algo malo es mi trabajo enseñarte que no puedes hacerlo.
Wyatt
levantó la cabeza y me miró de una forma que tendría que estar prohibida. En
serio. Esos ojos incumplían alguna ley en contra de la manipulación de padres
primerizos. Tragué saliva y logré sobreponerme.
-
También es mi trabajo enseñarte que te quiero, y aunque ahora no lo entiendas,
si voy a castigarte es precisamente porque te quiero.
Pude
ver que tenía toda la atención de mi pequeño. Entendía lo que la palabra
"castigo" significaba, pero no lo que implicaba. En realidad era muy
ambiguo. Podía significar desde unos minutos en la esquina a no ir al parque.
Por eso decidí poner algo de luz en sus confundidas ideas. Le alcé para ponerle
de pie, y le coloqué frente a mí.
-
Voy a darte unos azotes – le expliqué. Esa era otra palabra que él entendía,
pero también le hizo sentir confundido. Normalmente no lo hacía así.
Normalmente cuando hacía algo malo su madre o yo le dábamos una palmadita. Eso
era un azote y generalmente no implicaba esa conversación previa ni esa forma
de actuar. Wyatt estaba un poco perdido, y se sentía inseguro. Noté la
confusión de mi niño y eso me mataba más que cualquier otra cosa. Supe que no
podía seguir hablando, así que dejé de hacerlo. Bajé mis manos hasta el
pantaloncito de mi hijo, y desabroché el botón. Wyatt me observó muy
atentamente. Esa era otra novedad: siempre le había pegado encima del pantalón.
Reaccionó por fin cuando le bajé esa prenda, y también los calzoncillos. Se
revolvió un poco, intranquilo, e intentó zafarse cuando vi que le agarraba.
Noté que se asustaba y se me quebró el alma.
-
Te voy a poner sobre mis rodillas – le dije, y de alguna forma aquellas
palabras le calmaron, como si el conocer lo que iba a pasar fuera
tranquilizador para él. Se quedó quieto, y yo le coloqué como le había dicho
que lo haría.
Una
vez así, sentí que me moría. Que no podía hacerlo. Entonces, Wyatt empezó a
llorar, antes de que le hubiera tocado. Wyatt lloraba bastante poco para un
niño. Menos que Chris, por lo que había observado, y en cualquier caso nunca
había llorado así. No estaba enrabietado. No estaba furioso. No había tenido un
mal sueño ni se había asustado por un demonio o cualquier otra cosa que diera
miedo. No se había caído, ni dado un golpe. Lloraba porque yo estaba enfadado
con él, e iba a pegarle.
-
Papi…yo no quería llamarte eso – me dijo, y escondió la cabecita en sus brazos.
Yo le acaricié la espalda, y subí un poco su camiseta para dibujar circulitos
en su piel.
-
Lo sé, cariño. Sé que no querías hacer ninguna de esas cosas, y yo tampoco
quiero hacer esto. – le aseguré, y luego suspiré. No sé de dónde, ni de qué
forma, pero saqué fuerzas para hacer aquello.
SWAT
La
primera palmada nos sorprendió a los dos, por el sonido y lo que nos hizo sentir.
Wyatt apretó fuerte su manita sobre mi pantalón y yo sentí que la bilis se
subía a mi garganta. Supe que si hacía aquello despacio los dos nos íbamos a
morir.
SWAT
SWAT SWAT SWAT
-
Nada de escaparse. Nunca.
-
Nun….snif…nunca más, papi.
SWAT
SWAT SWAT
-
Ai – lloriqueó Wyatt, quebrándose con un sollozo.
SWAT
SWAT
Me
detuve ahí. Mi niño tenía sólo cinco años. Dejé mi mano en su espalda y noté
cómo se estremecía con cada nuevo sollozo. Estuve un rato así y luego le
levante y le coloqué la ropa. Le senté en mis piernas y le di un beso en la
cabeza. Sus lágrimas me estaban matando.
-
Ya está. Ya pasó. Ssssh, tranquilo. Ahora vendrá mamá y te mimará un poco.
-
Pero yo no quiero que me mime mamá –lloriqueó Wyatt, mirándome de una forma que
me hizo sentir la persona más horrible del planeta. – Yo quiero que me mimes
tú.
Se
me cerró el estómago y se me hinchó el pecho. Eso era algo que yo había querido
decirle a mi padre muchas veces: "papá, quiero que me mimes". Pero
nunca me había atrevido, porque él nunca me había dado la oportunidad. Yo
abracé a mi hijo y le acaricié el pelo.
-
Eso no tienes que pedirlo, bebé, porque yo voy a mimarte siempre. Yo te quiero
mucho.
De
pronto, sentí que se calmaba entre mis brazos. Que dejaba de sollozar. Seguía
llorando un poco, pero no era ya ese llanto angustioso que había amenazado con
volverme loco. Le tenía así, abrazado, cuando vino Piper. Sin decir nada entró,
y se sentó a nuestro lado, y empezó a acariciarle la cabeza. En algún punto
dejó de llorar del todo, pero no me soltó en ningún momento. Más bien, enredó
tanto brazos como piernas alrededor del tronco de mi cuerpo, como si yo fuera
un árbol y él un mono. Sentí su respiración, y sabía que él sentía la mía. Tal
vez sentía también mis latidos, rítmicos, sedantes…no tardó en cerrar los ojos,
y enseguida escuché que su respiración se ralentizaba. Con mucho cuidado, muy
despacito, le dejé sobre la cama. Pero no me separé de él ni un milímetro.
Cuando
Wyatt llevaba un rato dormido, noté que Piper me miraba. Tal vez quería evaluar
cómo me sentía. Tal vez quisiera preguntarme algo. O tal vez mi rostro en ese
momento era el del hombre viejo que se suponía que yo debía ser, si mi alma no
se hubiera reciclado, dando lugar a un luz blanca. Sentí que debía decir algo y
tardé sólo unos segundos más en encontrar las palabras. Hablé sin dejar de
mirar a mi hijo, como si en sus facciones estuvieran las respuestas que mi
torturada mente necesitaba escuchar.
-
Si mi padre estuviera aquí, diría algo así como que un castigo no debe contener
abrazos, ni palabras dulces, ni caricias. Es más, ni siquiera entendería que
pudiera contenerlo, así que tal vez no diría nada y directamente se reiría de
mí.
Experimenté
el apoyo gestual de mi esposa cuando puso su mano en mi hombro, y en ese
momento fue una de las mejores cosas que había experimentado en mi vida.
-
Y, si tu padre estuviera aquí, ¿tú que le dirías? – preguntó, demostrando una
vez más la capacidad que tenía para comprender cada una de mis emociones. A
veces, me asaltaba la duda de si no sería ella la empática, en lugar de su
hermana Phoebe. Cuando me miró, sus ojos no reflejaban su dolor, sino el mío.
-
Que yo no entiendo que pueda ser de otra manera. Le quiero mucho más de lo
enfadado que estoy, así que es lógico que dedique más tiempo a demostrarle lo
primero que lo segundo. Un castigo no tiene que servir para descargar el enfado
del padre, ni puede servir para enseñar nada por sí mismo. ¿Qué aprende uno
cuando viene alguien y te pega? ¿Qué puedes aprender más que el miedo y la
impotencia de saber que una persona que te quiere va a hacerte daño cada vez
que te equivoques? El resultado puede ser el mismo: la obediencia del hijo.
Pero en el camino se puede perder algo mucho más importante que la obediencia:
el afecto. No el amor…eso no se pierde tan fácilmente. Yo…sigo queriendo a mi
padre. Es mi padre, y le debo la vida. Siempre le voy a querer. Pero me
sentiría realmente desgraciado si cultivo con mis hijos la clase de relación
que yo tenía con él. Tal como yo lo veo un castigo sin consuelo, un castigo
carente de afecto, sólo hace que ese mismo afecto se desgaste hasta perderse.
Es mucho más cómodo limitarse a dar dos gritos, o dos golpes. Lleva menos
tiempo, desde luego. Pero educar no es sinónimo de ser rápido. Requiere saber
escuchar, ser paciente, entender…y dedicarle tiempo a tu hijo. Incluso para
castigarle, o después de hacerlo. Podrá parecer una tontería, pero desde mi
punto de vista no lo es. Un abrazo puede suponer la diferencia entre "te
castigo porque te quiero" y "te castigo porque tengo que hacer valer
mi autoridad". No creo que eso sea algo irrelevante, como tampoco lo es el
que el niño entienda por qué ha sido castigado: cuál es la actitud que no se va
a tolerar, y lo que sucederá si se repite. TODO lo que sucederá. Es importante
que sepa que se le va a seguir queriendo, aunque se equivoque. Que un padre
corrige, pero siempre perdona. Que un castigo, es definitivamente mucho más que
un tipo que viene y te pega. Para mí, al menos, era importante que Wyatt no lo
viera así. Supongo que a mi padre eso le daba igual.
Volví
a perderme en mis recuerdos, algo incómodo por la total sinceridad con la que
me había expresado. Me hacía sentir vulnerable, aunque ya tendría que haber
imaginado que con Piper no era necesario que me protegiera. Que mis barreras,
con ella, no servían de nada.
-
Eso habría sido, sin lugar a dudas, una buena respuesta. Creo que habrías
dejado a tu padre sin palabras. Tal vez le hubieras enseñado un par de cosas.
-
Hace ya mucho tiempo de todo eso… Él no lo hizo tan mal conmigo. – dije, en la
necesidad de defender a mi padre. – Hizo de mí una buena persona. Sólo era un
poco duro. Era otra época.
Yo
veía la vida como un conjunto de caminos. Hay uno bueno, y muchos malos. Un
padre te lleva por el bueno, a veces de la mano, y a veces a empujones. Mi
padre escogió la segunda opción, y a lo mejor la más idónea era una que
mezclara ambas formas. Yo me crié antes de la Segunda Guerra Mundial. Mi padre
se sacrificó mucho para que yo llegara a estudiar medicina. No fue un mal padre.
No en aquél momento. Pero no fue el padre que yo necesitaba. No fue el padre
que yo quería ser con mis hijos.
-
Me parezco a él más de lo que quisiera – musité, en voz alta sin darme cuenta.
-
¿Cómo dices? – pregunto Piper, algo desconcertada.
-
A mi padre. Me parezco a él. He hecho llorar a mi hijo. Le he pegado, a pesar
de la forma en la que me miraba. Él no entendía, lo vi en sus ojos. No entendía
que yo fuera a hacerle daño.
-
No le has hecho daño – dijo Piper, pero la noté un poco preocupada. Ella no
había estado presente y sin embargo sí le había visto llorar. Tal vez se
estuviera planteando hasta qué punto era cierto lo que ella misma había
afirmado.
-
No un gran daño físico. – maticé. No era ese la case de dolor a la que me
estaba refiriendo. Piper pareció entender.
-
Leonard, por favor – dijo con exasperación y rodando los ojos.
Yo
abrí mucho los ojos. Nunca, jamás, en toda mi vida, (bueno, más bien en toda mi
muerte) me había llamado Leonard. Es más, nadie me llamaba así desde…desde que
tenía doce años, poco más o menos. Ese nombre me impactó, y ella sonrió
divertida por mi expresión.
-
¿Qué? Es tu nombre ¿no?
-
Leo. Me llamo Leo – protesté, y me soné demasiado parecido a mis hijos, con un
tono demasiado infantil para mis noventa años. Claro que aparentaba unos
treinta, pero aun así también soné muy infantil para tener esos.
-
Leonard – repitió ella y volvió a sonreír. Estaba tan guapa cuando sonreía…- Le
has abrazado. Le has consolado. Wyatt sabe que le quieres.
-
Ojalá tengas razón. – respondí, sin estar convencido del todo.
Me
moví sólo un segundo para ver a Chris. Phoebe le había bañado y ahora el niño
jugaba con un abecedario digital y una maquinita que hacía sonidos de animales.
Le di un beso, estuve un rato con él, y luego volví con Wyatt y Piper. Al
entrar en el cuarto debí de hacer algo de ruido porque Wyatt se despertó. Me
quedé en una esquinita, rígido, sin saber qué decir o hacer. Por suerte Piper
sí parecía saberlo.
-
Ey, bebé. ¿Has dormido bien? – le preguntó, con una voz muy dulce. Wyatt
asintió, sin levantarse de la cama. Observé como Piper se inclinaba y frotaba
su nariz con la de él.
-
Mami…Perdón – dijo Wyatt, y yo me sorprendí mucho por escuchar eso. Si Piper se
sorprendió no lo demostró.
-
Todo está perdonado, mi amor. Ya está.
-
¿De verdad? – preguntó el niño, y su carita se iluminó de pronto.
-
Sí. Mamá te quiere mucho.
Al
oír eso, Wyatt sonrió plenamente. En ese momento decidí acercarme. Wyatt me
miró de una forma que no sé describir. Creo que sobre todo estaba …a la
expectativa. Me agaché y me puse junto al cabecero de su cama.
-
Te quiero – fue lo primero que le dije. Lo único que podía decirle. Lo que
sentía que debía decir. Wyatt me dedicó la misma sonrisa que le había dedicado
a su madre y luego se levantó alzando los brazos para que le cogiera. Lo hice
al segundo, y le di un beso.
-
Lo siento – susurró, y apoyó su cabeza en mi hombro.
-
Lo sé, bebé. Tranquilo. No pasa nada.
-
Hay un montón de cosas que podía haber hecho mejor – dijo el niño, recordando
mis palabras de antes. Me gustó que me hubiera escuchado.
-
Pero hay una que has hecho muy bien: has protegido a tu hermano. Para eso sí
puedes usar tu magia, y me hace sentir muy orgulloso. Me pone muy contento que
cuides de tu hermano.
Wyatt
me miró con mucha atención. Sin que ninguno de los dos se diera cuenta, eso fue
un precedente. Un punto de su vida en el que Wyatt asumió la tarea de proteger
a Chris y ayudarle en lo que fuera. Una tarea que cumpliría siempre.
LittleHoshi: Oooooooh te quedo tan tierno este fic donde nos muestras a Leo como padre primerizo.
ResponderBorrarHola DreamGirl!!!
ResponderBorrarPrimero que nada, te agradezco muchísimo el compartir tu historia, que está fabulosa, aunque recién puedo terminar este primer capi, jejeje... sucede que además de tomarme mi tiempo para leer y no perderme detalles, ésta semana ha sido súper corta para mí, así que voy atrasada con la lectura!!! Pero he de decirte que me encantó y que me has conmovido con tu forma de escribir.
Sin dudas, ser papá o mamá debe ser una tarea difícil para cualquiera... imagínate ser lo que es Leo, jejej!! Pero aunque Leo se sienta inseguro con su rol de padre de esos encantadores niñitos que tiene por hijos, hay que reconocerle que no lo hace nada mal, menos cuando pone su corazón como guía y cuando tiene una esposa que lo quiere y lo apoya como Piper lo hace!!!
Eres una escritora súper talentosa!!! Muuuuy bienvenida :D Muchas gracias por compartir ese talento con nosotr@s!!!!
No sé cuándo pueda terminar los otros capítulos pero estoy segura que los disfrutaré tanto como a éste!!
Un besote!!
Camila