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jueves, 26 de septiembre de 2013

CAPÍTULO 3: Cosas de mujeres




CAPÍTULO 3: Cosas de mujeres

Tenía la estúpida impresión de que sería capaz de oír el llanto de Alejandro desde el jardín. Obviamente, esto era imposible ya que él estaría en el piso de arriba, en el cuarto de Aidan, con la puerta y la ventana cerrada, y yo estaba detrás de la casa,  con una pared de por medio y bastante bullicio a mi alrededor porque nueve de mis hermanos lo daban todo en un partido de fútbol. Estábamos allí precisamente por eso, porque no podríamos oírle, y eso era todo lo que yo podía hacer por mi hermano.
-         ¡Ted! ¡Pero  párala! – me gritó Harry, con ese tono de especial frustración que sólo se consigue con la excitación de los juegos deportivos.  Me di cuenta de que me habían colado la pelota, y chuté con fuerza para sacarla.
Supongo que yo no estaba siendo un buen portero. No estaba concentrado en el partido: mi mente estaba con Alejandro, y me preguntaba si ya habrían terminado. 
Ya estaba acostumbrado a que Aidan castigara a mis hermanos.  Incluso a veces los más pequeños se llevaban una palmada delante de mí. No es que me diera igual cuando alguno de ellos era castigado, pero con Alejandro era diferente. Él… a veces creo que no le gusta estar en una familia tan grande. Cuando alguno de nosotros sufría por algo, se refugiaba en los demás. Sí querías ser amable con alguien a quien habían castigado sólo tenías que sustituirle en sus tareas de ese día, y poner la mesa en su lugar o algo de eso. Pero eso con Alejandro no funcionaba. Él nos huía a todos, y deseaba estar sólo, y no había gesto amable que le sacara de su estado de ánimo brumoso y autodestructivo. No me preocupaba tanto el castigo que le diera Aidan como su reacción al mismo. Era totalmente imprevisible: podía estar desde deprimido a enfadado. Podía durarle días, u horas. 
Y durante todo ese tiempo, todo su empeño era que nadie estuviera con él.

-         Aídan´s POV –

Mi ventana daba al jardín, y desde allí podía ver a mis chicos jugando al fútbol, aunque me daba la impresión de que se estaban inventando algunas reglas.  Dejé vagar mi mente mientras les observaba. No concebía mi vida sin ellos.
No había sido mía la idea de que me llamaran “papá”. Simplemente, a los dos años Ted asumió que yo era su padre, porque hacía con él lo que otros padres hacían con sus hijos. Le daba de comer, le cambiaba el pañal y no era otro niño: nada indicaba que fuéramos hermanos. Un día simplemente dijo “papá, ico” cuando se estaba comiendo un helado que le gustaba especialmente. Y a mí me pareció tan natural que al principio me centré más en que estaba diciendo que estaba “rico” que en la forma en la que me había llamado. Luego me di cuenta de lo que había dicho y comprendí que eso es lo que era: más allá de la biología y los documentos legales, yo era su padre.
Supongo que los demás empezaron a llamarme “papá” por imitación. Pero yo nunca les he ocultado que en realidad soy su hermano. Creo que Alice lo olvida de vez en cuando, y que Hannah y Kurt no lo entienden del todo, pero saben que todos tenemos en común un padre, que es Andrew. Que sus madres son diferentes (salvo en el caso de Kurt con Hannah y de Harry con Zachary). Y que Andrew es malo. Estoy particularmente orgulloso de esa asociación.
No todos conocían a Andrew. De hecho, sólo Alice, Alejandro y Ted le conocían, y los dos últimos no se acordaban de él. El resto le había visto sólo en foto, y yo me iba a encargar de que eso siguiera siendo así. Porque, con su infantilismo, mis hijos tenían razón: Andrew era malo.
No quería pensar en él en ese momento, así que le sacudí de mis pensamientos, pero se negó a salir aún de mi cabeza, porque había algo que todavía me inquietaba. Durante un segundo tuve miedo de haber pagado mis frustraciones con el alcohol con Alejandro. De haberle comparado con Andrew, porque entre otras cosas, era el que más se le parecía. Pero no había hecho comparaciones en ningún momento, y tampoco había mencionado a Andrew delante de él. Tampoco creía haber sido más duro con él a causa de mis malos recuerdos. Es decir, claro que no podía evitar el miedo a ver a Alejandro en el suelo, sufriendo un coma etílico, pero creo que había conseguido separar mis fantasmas del pasado de aquella pifiada adolescente.  Ya era un experto en hacerlo, y lo cierto es que mientras esperaba ansiosamente a que Alejandro volviera del concierto, no había pensado en Andrew ni una sola vez. Me sentí orgulloso de mí mismo por ello.
Algo de lo que vi por la ventana llamó mi atención y desvió mi mente de cualquier pensamiento. Mis hermanos habían dejado de jugar, pero no había sido algo acordado ni natural: se habían detenido porque habían empezado a discutir. No podía oírles, pero vi que todos se hacían una piña y decidí averiguar cuál era el problema. Salí de mi cuarto y me apresuré en bajar las escaleras, para salir al jardín.

-         Bárbara´s POV –

O sea, que todos tus hermanos mayores sean chicos es un rollo. A ver por qué tenía que jugar yo a ese estúpido juego tan agresivo, en los que la gente se da patadas por accidente porque son incapaces de acertarle a una pelotita.  Encima había que correr de aquí para allá todo el rato. ¡Con lo que me dolía la tripa!
Todo había sido idea del tonto de Ted. Claro, como él está sudando todo el día y no debe conocer lo que es el desodorante…  Pero cuando le había dicho que yo no quería jugar, me había guiñado un ojo, y eso me hizo pensar que lo hacía por un buen motivo. Alejandro no había bajado a jugar y hoy se había quedado más tiempo en la cama: a lo mejor estaba enfermo, y Ted quería dejarle descansar. Sabía que el día anterior habían estado en un concierto y a lo mejor había bebido alcohol… De ser así papi le iba a matar, seguro. 
El bueno de papi. A veces creo que no se da cuenta de que sabemos más cosas de las que él se cree. En especial es así conmigo: me trata como si tuviera la edad de Cole, o incluso la de Dylan. Eso tenía sus cosas buenas, y sus cosas malas.  Era muy frustrante cuando no me dejaba maquillarme, porque según él aún no tenía edad para pintarrajearme la cara. ¿Veis como necesito una hermana mayor para estos casos? Una mujer, que entienda mis cosas de mujer.
Los chicos podían correr todo lo que quisieran, pero por mi parte decidí sentarme a descansar un rato. Me desabroché la sudadera de la cintura y me la puse, para no quedarme fría.  Dylan se vino conmigo enseguida. Sonreí a mi hermano, pensando que al menos uno de los hombres de mi familia odiaba el fútbol tanto como yo.  Cuando se sentaba, Dylan a veces se movía hacia delante y hacia atrás. Recuerdo que cuando éramos más pequeños yo no comprendía bien lo que era el autismo, pero siempre he sabido que Dylan tiene dificultades para entender y expresar sus emociones.  A veces cuando pensaba en él se me llenaban los ojos de lágrimas, porque he presenciado cosas que nadie quiere presenciar con su hermanito. Le he visto golpearse la cabeza contra la pared, gritar, y llevarse las manos a la cabeza, arañándose algunas veces.
Una cosa que Dylan hacía mucho era mover los dedos de las manos como si tuvieran vida propia. En ese momento lo estaba haciendo: se movía hacia delante y hacia atrás y movía los dedos de las manos. Empezó a susurrar algo, pero no le entendía bien.
-         ¿Qué dices, Dylan?
-         Los dibujos, claro. A las doce empiezan los dibujos. Los dibujos. A las doce, sí.
La gente como Dylan se aferra a las rutinas.  Tienen ciertas manías, como la colocación de sus cosas, y si les cambias algo de eso se ponen nerviosos. Funcionan por horarios, y en ese sentido esta familia le viene muy bien, porque hay horarios para todo. Cuando establece algo como parte de su rutina, no se lo puedes cambiar o quitar, porque puede sufrir un ataque. A las doce son los dibujos, y él tiene que ver los dibujos. Cuando sospecha que no va a llegar a tiempo, empieza a repetirlo de forma obsesiva, bajito, como si fuera una radio. Y si llega el momento y no puede verlos… simplemente nadie quiere estar ahí.  ¿Habéis visto la película de ”Rain man”? Porque es más o menos así.
El asunto es que Dylan no es autista profundo. A veces parece por completo un chico normal. Un chico normal con manías, pero eso puede pasar por un trastorno obsesivo compulsivo como el que sufre mucha gente. El médico decía que no debemos dejar que se acostumbre a manejar las cosas a su antojo. Que  un día podían dejar de emitir su serie favorita, y no pasaba nada por ello. Que era capaz de comprender el cambio, y que cuanta más vida normal hiciera, menos comportamientos extraños tendría.
-         Seguramente nos dé tiempo a ver los dibujos, Dylan.
-         Los domingos se ven los dibujos. No hay clase, así que a las doce se ven los dibujos. A las doce. Los dibujos, sí, a las doce.
-         Sí, Dylan, a las doce.
Esperaba que Ted estuviera atento al reloj.
Me quedé allí sentada un poco más. Una de las cosas que más me gustaban de Dylan es que podías estar en silencio junto a él sin que fuera incómodo. No es de éstas personas que tienen que llenar el vacío con conversación superflua. Quizá, porque no puede mantener ese tipo de conversación. De hecho, muchos autistas ni siquiera pueden hablar.
Sin  embargo, su balanceo me ponía muy nerviosa. Él era perfectamente capaz de quedarse quieto. No es que lo hiciera por molestar. Creo que él era incapaz de entender el concepto de “mis acciones molestan a los demás”, así que mucho menos era capaz de adoptar a actitud de “voy a hacer esto porque le molesta”. Pero eso no quita que a mí me molestara. ¿Por qué a veces se quedaba quieto, y a veces se movía como un… como un desequilibrado?  
Esa clase de comportamiento suyo me ponía nervioso, porque recordaba aquellas veces en las que alguien había dicho que mi hermano no era “normal”. Yo solía rebelarme contra ellos, pero en momentos como ese parecía que mi hermano les daba la razón. Que no era normal, ni podía serlo.
-         Barie, ¿ya te has cansado? – se burló Ted - ¡Mueve el culo hasta aquí princesa con pereza!
Le fulminé con la mirada, pero sabía que no me iba a dejar en paz hasta que volviera al juego, así que me levanté. Y entonces, noté algo raro, como húmedo, en mi entrepierna. ¿Me había hecho pis? No, claro que no. Yo no era un bebé, y tampoco tenía excesivas ganas de ir al baño. Pero, definitivamente, “algo” se me había escapado…
Supe lo que era en el mismo momento en el que Dylan se puso a gritar. Se llevó las manos a la cabeza y empezó a moverse más deprisa.  Yo vi donde estaba mirando: mis pantalones estaban manchados de sangre.
Quise echarme a llorar, no sé bien por qué, pero no tenía tiempo para eso. Me saqué la sudadera y me la até de nuevo a la cintura, y luego intenté calmar a Dylan, que seguía gritando,  asustado por la sangre.
-         Ssssh.  Tranquilo, Dy, tranquilo. No pasa nada.
Tarde. Todos se habían percatado de pequeño ataque de mi hermano, y empezaron a rodearnos. Mierda.
-         ¿Qué ha pasado? – preguntó Ted. Miró el reloj, seguramente pensando que aún no era la hora de los dibujos de Dylan.
-         Nada, no ha pasado nada – barboté, deprisa, desesperada porque Dylan no abriera la boca.
Ted levantó ambas manos, como  haría alguien para demostrar que está desarmado, y se acercó a Dylan. Muy, muy despacio, pero con fuerza porque él no dejaba de moverse, le abrazó, y así poco a poco Dylan se calmó.
-         ¿Qué ha pasado? – repitió Ted, suavemente.
Pareció que Dylan no iba a responder, pero entonces me miró, y supe que iba a decirlo. No pude hacer nada por impedirlo:
-         Sangre. Está herida. Herida. Sangre.
-         ¡Nooo! – grité. Me moría de vergüenza. Me ruboricé. Lo último que quería es que todos mis hermanos lo supieran. Me enfurecí con  Dylan, pese a saber que en realidad no era culpa suya. - ¿¡No podías estar callado, anormal!?
Nada más decirlo, me arrepentí. Le había gritado. Había una regla no escrita en casa: nunca gritábamos a Dylan. Además, le había insultado. Yo no era mucho de decir palabrotas, así que mi equivalente cuando mis hermanos destrozaban mis nervios eran cosas como “anormal”, “troglodita”, y “neandertal”. Quizá debería haber escogido alguna de las otras dos. Lo que está claro, es que no debería haberle dicho anormal a Dylan. Es curioso como una pelea entre hermanos deja de serlo, cuando uno de ellos es anormal de verdad.
Del arrepentimiento pasé al miedo absoluto cuando vi a Aidan en la puerta trasera de la casa, y entendí que había escuchado mi grito.

-         Aidan´s POV –

Cuando llegué a la puerta que daba al jardín, vi que Ted abrazaba a Dylan. Probablemente había sufrido uno de sus ataques. Me puse ansioso, temiendo que se hubiera hecho daño, porque a veces se autolesionaba.  Abrí la puerta, y quedé alucinado a escuchar claramente un “¿¡No podías estar callado, anormal!?”
Me quedé clavado en el sitio. ¿Barie? ¿Barie le había dicho eso a su hermanito?
Como efecto del grito, Dylan se había alterado de nuevo, pero Ted le contuvo a tiempo.  Mi asombro fue dejando paso a una furia terrible. Con Dylan, no. Simplemente eso. Entendía las peleas entre hermanos, entendía los gritos, y los dejaba pasar si nadie era ofendido gravemente. Pero llamar “anormal” a Dylan era un golpe más que bajo. Gritarle así precisamente a él estaba fuera de discusión. Y que lo hiciera Barie era sencillamente antinatural.
-         BÁRBARA WHITEMORE, VEN AQUÍ AHORA MISMO. – ordené, y me olvidé de controlar mi voz, porque yo también grité, y eso asustó más a Dylan. Joder. Ted me echó una mirada envenenada y yo le devolví una de disculpa.
…Y Barie no hizo ni el intento de cumplir mi orden. Es muy raro que me enfade con ella. No es ningún secreto que castigar a esa niña se me hacía particularmente difícil. Hasta regañarla era para mí todo un desafío, porque ella era mi princesita, y con un “papi” me tenía ganado. Recuerdo que cuando llegó a casa era el juguete de todos: la primera niña, y además era muy mona y totalmente adorable. Y lo seguía siendo, pero en aquél momento yo no podía pensar en su “adorabilidad”. Esa vez estaba realmente enfadado, y creo que ella lo notó y por eso se asustó demasiado como para acercárseme.
Respiré hondo. La había dado a entender que la iba a castigar ahí mismo, con ese “ven aquí” tan imperativo. Yo no hacía eso. No a partir de cierta edad, porque les avergonzaría y sería contraproducente. Desde Cole para adelante les castigaba siempre en su cuarto, o en el mío. En cambio a Kurt, si lo llevaba a su cuarto se moría de miedo.
-         Barie, ven – repetí, esta vez más calmado. Y ella lo hizo. Estaba temblando, y por alguna razón evitaba mi mirada. - ¿Por qué le has gritado así? – pregunté.
No obtuve respuesta. Barie se mordía el labio y parecía querer salir corriendo.
-         Está bien. Te lo preguntaré de nuevo en tu habitación. Ahora ve, y espérame.
Podría decirse que voló para quitarse de en medio, a pesar de que probablemente supiera que haríamos algo más que hablar.
Intenté acercarme a Dylan, pero como había gritado delante de él me rehuía. Se le pasaría en unos minutos, pero era mejor no forzarle. Le dejé con Ted y subí al cuarto que Barie compartía con Bárbara.
Antes de entrar, reflexioné y pensé que no había hecho las cosas demasiado bien. Aunque no lo había dicho directamente, todos habían podido deducir de mis palabras que iba a castigarla. Barie se preocupaba mucho por lo que la gente supiera o dejara de saber de ella. Valoraba mucho su privacidad. Y de todas formas, a nadie le gusta que los demás sepan que a uno lo van a castigar.  El aspecto avergonzado que tenía Barie cuando entré  confirmó mis pensamientos. Suspiré.
-         Barie, siento haberte gritado y más delante de todos, pero lo que has hecho ha sido… Bueno, ha sido cruel hija, y me gustaría que lo entendieras.
Ella no dijo nada. Parecía a punto de llorar. Joder, hasta le temblaba el labio, y mantenía una distancia prudencial conmigo. Me senté en su cama, y la invité a que hiciera lo mismo.
-         Ven, siéntate – dije, y tras dudar un segundo se sentó a mi lado, aunque demasiado apartada para mi gusto.- ¿Por qué le has dicho eso a Dylan?
Se lo pregunté en el tono más dulce que pude poner, para favorecer una especie de diálogo, pero ella no quiso responderme. Fruncí el ceño.
-         ¿Por qué, Barie? – insistí, y nada. – Bárbara respóndeme o me voy a enfadar.
Siguió en silencio, pero un par de lágrimas la brotaron de los ojos. Yo me sentí fatal, pero no podía ablandarme.
-         Última oportunidad, Barie: ¿por qué le has hablado así a tu hermano? – pregunté, y al seguir sin obtener respuesta, suspiré. – Está bien. ¿No quieres hablar? Pues no hables. Yo voy a castigarte igual, sólo quería darte la oportunidad de que te explicaras. Por no responder requisaré tu teléfono hasta mañana. Y ahora ponte de pie.
Ella lo hizo, con más lágrimas silenciosas. Por alguna razón yo me sentía como una mierda, como si no estuviera haciendo lo correcto. Suspiré, y procedí a quitarle la sudadera de la cintura pero en ese momento ella se revolvió.
-         ¡No!
-         ¿Qué? Barie, no te asustes. No voy a quitarte el pantalón, sólo la sudadera.
Hacía tiempo había decidido  que Barie ya era demasiado mayor para que la viera en braguitas. De ser chico hubiera sido diferente, pero al ser del sexo opuesto pensé que no estaba bien atacar su intimidad de esa manera, por más padre-hermano suyo que fuera.
Intenté desabrochar su sudadera de nuevo, pero ella hizo fuerza para impedirlo.
-         ¡No, no, déjame!
-         ¡Barie! – advertí, serio, y seguí intentándolo. Como no me dejó le di un golpecito en la mano, y ella por acto reflejo la apartó, que era lo que yo quería, pero se puso a llorar. No podía ser por el golpe porque no había sido fuerte en absoluto.
-         No, papi, no. – suplicó, llorando ya sin ningún disimulo.
-         Barie, lo que has hecho está muy mal, y tengo que castigarte.
-         Pero no me quites la sudadera. – pidió, ya sin energías. Y de pronto me abrazó. Yo la devolví el abrazo y la froté la espalda.
-         Sssh. Ya, princesita. Cálmate. Habla conmigo ¿sí? – la pedí, y ella asintió desde el hueco que se había hecho en mi pecho. No era excesivamente bajita para su edad, pero yo sí que era alto, así que se veía como alguien muy frágil y pequeño a mis ojos. - ¿Qué ocurre, mi amor? ¿Estás asustada? ¿Tienes miedo de mí?
Barie se separó un poco, y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.
-         No es que estés siendo muy tranquilizador ahora mismo, pretendiendo castigarme – apuntó, con una sonrisa triste. Esa niña podía ser muy descarada si lo pretendía. A mi pesar tuve que sonreír también. – Pero no. No tengo miedo.
-         ¿Entonces qué pasa?
Ella volvió a morderse el labio.
-         ¿Por qué no me lo dices? – pregunté, más preocupado que enfadado.
-         Es que me da vergüenza.

Esa respuesta me descolocó por competo. No sabía qué decir frente a eso pero sí supe que forzarla a hablar no era la solución.

-         Conmigo no tienes que tener vergüenza, princesita. Puedes decirme lo que sea.
-         Pero tú eres chico – protestó.
Vale, eso me descolocó más todavía. ¿Le daba vergüenza hablar conmigo de algo porque yo era chico? Ese no me parecía el momento para tratar asuntos de mujeres. ¿Qué tenía eso que ver con su llanto y su reticencia a quitarse la sudadera?
Por suerte, de vez en cuando me da por ser inteligente, y tuve una sospecha. Ahora sólo tenía que encontrar la mejor forma de plantearlo.
-         ¿Y por ser hombre crees que no lo voy a entender? – pregunté.
-         No lo sé, pero me da vergüenza.
-         Mmm. Haremos esto. Yo te preguntaré y tú responderás sólo sí o no ¿de acuerdo? Ni siquiera tienes que hablar, puedes hacerlo con la cabeza.

Ella asintió, dándome luz verde.

-         ¿Te duele la tripa? – pregunté, y ella asintió. Coloqué mi mano cerca de la zona de sus caderas. - ¿Aquí?
-         Sí.
-         ¿Te ha dolido el pecho estos días?
Ella se ruborizó un poco, y negó con la cabeza, porque sabía que con “pecho” no me estaba refiriendo a los pulmones. Yo apunté mentalmente que no había tenido ese síntoma, para decírselo al ginecólogo en la cita que ya estaba planeando.
-         ¿Has sangrado? – pregunté al final, y ella se ruborizó muchísimo más.
Pensé que no iba a responderme, pero entonces se desabrochó la sudadera y pude ver una manchita de sangre en sus pantalones. Sollozó, y se tapó la cara.
-         Eh, shhh. No hay por qué llorar, cariño.  No es nada malo.  Mi princesita es ya toda una princesa, nada más.
Volvió a abrazarme y se desahogó en mi camiseta.
-         Ahora todos saben y…y tendré que usar compresas y….y…
-         Cariño, a todas las mujeres tarde o temprano les llega. Ya sabes que significa que dentro de unos años  podrás tener hijos. – dije. Bendito colegio, que explica estas cosas para ahorrarnos un infierno a padres solteros como yo – Podemos ir a ver a un ginecólogo, y él te explicará todo lo que quieras saber. No es nada de lo que avergonzarse, y nadie tiene por qué saberlo.
-         Pero Dylan les dijo…

El puzzle empezaba a estar claro en mi cabeza.
-         ¿Qué pasó con Dylan, Barie?
-         Él vio la sangre, y gritó, y les dijo a todos que estaba herida y sangraba…
La separé un poquito y la aparte el pelo de la cara. Tenía una melena oscura preciosa, ligeramente rizada.
-         ¿Por eso te enfadaste con él?
-         Yo no quería gritarle… - me dijo, y nuevas lágrimas llegaron a sus ojos. Yo la di un beso en la frente.
-         Lo sé cariño. Estabas nerviosa y avergonzada, y no sabías cómo reaccionar. No vuelvas a gritarle ¿de acuerdo? Él no sabía lo que te estaba pasando. Sólo vio la sangre y se asustó.
Ella asintió, y me miró con pena.
-         Anda, ve a cambiarte. Ponte un pantalón limpio y no te preocupes. Luego iré a comprar y te traeré… te traeré compresas. Por favor, dime que sabes cómo se ponen – dije. Me tocaba a mí estar avergonzado. Ella se rió.
-         Sí, papá. Algunas amigas las usan y te viene un dibujito con las instrucciones.
-         Vale – dije y suspiré. – De todas formas puedes preguntarme, si lo necesitas.
“Aunque no sé qué cuernos te voy a decir yo sobre ese tema”, pensé.
Ella sonrió un poco, vergonzosa, y se giró para coger ropa limpia de su cajón, pero me miró algo insegura.
-         ¿No me vas a castigar?
-         No, princesita. Pero me gustaría que fueras a hablar con Dylan.
Barie asintió y me miró con cariño. Dejó la ropa en una esquina de su cama, y se tiró a darme otro abrazo. Creo que eso significaba que había logrado manejar el asunto de la forma más o menos correcta.
Salí de su habitación y las piernas me fallaban. Casi me da un infarto cuando hace un par de meses Bárbara y ella  me pidieron dinero para “cosas femeninas”, y con esfuerzos averigüé que era para depilarse las piernas. Y ahora mi niña no era más “niña”.
Pero al menos siempre sería mía. Mi mujercita.


-         Alejandro´s POV –


Era todo un lujo tener la habitación sólo para mí, pero eso me daba más espacio para pensar, y eso era justo lo que no quería hacer en aquél momento. Quería dejar la mente en blanco, y olvidarme de papá, del concierto, del hecho de que me hubiera castigado, de ser un arruina-noches para mi hermano…
Pensé que me merecía otra paliza por imbécil. Si hubiera bebido sólo una cerveza y luego sólo refrescos como sugería Ted, no hubiera pasado nada. Papá no se habría enterado, y así no tendría que haberle visto tan enfadado…
No, enfadado no. El problema era que papá estaba peligrosamente bajo control. Como si así quisiera recordarme que yo no lo había estado. Que había perdido el sentido común al dejar que el alcohol me dominara. Y encima ni siquiera había tenido grandes motivos para hacerlo. Yo no tenía “los problemas” que papá decía haber tenido a mi edad. Yo no había bebido para huir de nada, y aunque ese tampoco  era un motivo válido para papá, a mí al menos me habría ayudado a no sentirme tan estúpido.
En esto estaba pensando cuando escuché unos pasos ligeros que correteaban subiendo los escalones. Poco después escuché unos más pesados y calmados, que sabía que eran los de papá. Sentí cierta curiosidad, pero no salí de mi cuarto ni me levanté de la cama. Continué ahí quién sabe por cuánto tiempo - no contaba los minutos - y entonces escuché que alguien entraba. Me tensé por si era papá, pero escuché la voz de Ted.
-         ¿Alejandro? – preguntó. Siempre hacía eso después… después de que tuviera una “conversación difícil” con papá. Entraba y me llamaba, como si yo estuviera escondido y no pudiera verme. Si yo respondía, se quedaba. Y si no se iba con discreción, fingiendo que no me había visto.
Estuve tentado de no responderle aquella vez, y que se fuera, pero sentía que había sido un capullo con él y que le debía una conversación. Me di la vuelta, y le miré.

-         ¿Cómo estás? – preguntó. Yo no sé qué diablos quería que le respondiera. “Oh muy bien, sólo me han calentado hasta que he llorado como un puto crío”.
-         Ya no me duele – respondí solamente, sin matizar si me refería a la cabeza o al trasero
-         Qué bien. Papá te trajo la aspirina ésta mañana, pero dormías como un tronco. No sabía si te iba a hacer efecto o…si la ibas a devolver.
-         No he devuelto desde ayer por la noche. No bebí tanto.
-         Bebiste demasiado – me reprochó, y sonó como un regaño. Sabía que no estaba en situación de enfadarme con él, así que ignoré su tendencia a olvidarse de que el papel de “hermano mayor que hace de padre” ya estaba cogido.
-         Siento haberte jodido la noche.
-         Ey, ni lo menciones. ¿Quién quiere ver a Jessie J a la una de la mañana? Me moría de ganas por llegar a la cama.
Aquello era una mentira tan falsa que nadie se la hubiera creído, pero estaba bromeando para que me sintiera mejor, y se lo agradecí. Una de las cosas buenas que tenían tanto Ted como papá, es que no andaban recordándote tus cagadas. Yo sabía que cuando saliera de allí papá actuaría como si nada hubiera pasado, excepto que tal vez estaría un poco más cariñoso conmigo. Con ellos lo de “borrón y cuenta nueva” se cumplía a la perfección. Era una suerte. Los padres de algunos amigos se pasaban el día siguiente a una gran cagada echándoles la bronca, e incluso alguna vez había sido testigo de cómo les lanzaban alguna pulla delante de mí, de cosas que habían sucedido hacía varias semanas. Papá nunca hacía eso, ni tampoco me regañaba en público, a no ser que hubiera insultado a alguien, en cuyo caso me obligaba a disculparme.
-         ¿Qué hacen los enanos? – le pregunté. El partido de fútbol ya debía de haber terminado…
-         Les he dejado en el jardín. Yo he entrado con Dylan para que vea sus dibujos y le he dejado pegado al televisor. Barie está con papá.
Noté que quería decirme algo más, y se lo callaba.
-         ¿Ha pasado algo?
-         Creo que Barie tiene la regla.
-         Puaj. Tío, pero eso no me lo cuentes. – protesté, asqueado. No necesitaba detalles sobre ciertas cosas relacionadas con mis hermanitas.
-         Tú has preguntado.
-         Bueno ¿y entonces qué? ¿Papá está haciendo de madre? Eso me gustaría verlo. Tienes que estar pasándolas putas.
-         En realidad creo que la está castigando – respondió Ted, desanimado.
-         ¿Qué? ¿Por qué?
Barie era algo así como “la protegida” de papá, y además a él no le pegaba hacer de malo en un momento tan…particular…de la vida de mi hermana.
-         Dylan vio la sangre y se puso a gritar. Hizo que todos nos diéramos cuenta y a ella le dio vergüenza, así que fue… un poco borde con él. Le gritó, y le llamó anormal.
-         No digas más. ¿Cuándo la enterramos?
-         Espero que no sea muy duro con ella.
-         Estamos hablando de Barie. Podría dedicarse a asesinar cachorros que seguiría siendo la princesita de papá.
Ted sonrió un poco y estuvo de acuerdo. Luego me miró de una forma que no me gustó demasiado.
-         Me alegra ver que estás de buen humor. – me dijo. Me encogí de hombros, pero él pareció adivinarme. – Sí, lo sé. Es imposible enfadarse con papá. Creo que él lo sabe, y se aprovecha de eso.
“También es imposible enfadarse contigo” pensé. “Aunque me trajeras a casa y llamaras a papá para decirle que había bebido, sé que lo hiciste por mí.”

-         Aidan´s POV –
Bajé al jardín, buscando a Ted para decirle que tenía que salir un momento. Iba sólo a la tienda de enfrente, no serían ni diez minutos, pero aun así me ponía nervioso por dejarle a él sólo con todos. Me dije que en realidad es como si llevara toda la mañana sólo con ellos y que en diez minutos no iba a pasar nada.  Mi otra opción era enviarle a él, pero teniendo en cuenta que lo que tenía que comprar eran compresas, hubiera sido incómodo para él, y para Barie. A mí a esas alturas me daba igual. No sería el primer padre que compraba compresas para su hija.
No encontré a Ted en el jardín, sin embargo, y al pasar había visto que tampoco estaba con Dylan viendo la tele. Lo que sí vi fue al resto de mis hijos cuchicheando en un corro. Cuando me vieron se separaron, algo nerviosos.
-         ¿Qué estáis tramando? – pregunté, de buen humor, mientas cogía a Alice en brazos. Ya me picaban por no tenerla encima. Mi pequeña iba vestida con un mini equipo deportivo, y llevaba una coleta. Estaba muy graciosa.
-         ¿Es verdad que Barbie estaba sangrando? – preguntó Madie. Ella era la única con autorización para llamarla “Barbie”. El resto corría peligro de muerte si se atrevía a hacerlo. Exclusividad de hermanas, supongo.
-         No es asunto vuestro, panda de cotillas – respondí, divertido y conmovido a medias por su preocupación.
-         Eso es un sí – dijo Zachary - ¿Lo ves? ¡Te lo dije! Dylan la vio.
-         Pero Dylan pudo ver otra cosa – dijo Madie – O la sangre podía no ser suya.
-         ¿Y de quién era, del vecino? – replicó Zach. – Estaba sangrando. Sangrando por ahí abajo.
-         Eh, ya basta. -  intervine, más serio. – Este no es un tema adecuado de conversación ¿entendido? Le incumbe  sólo a vuestra hermana.
-         Papi, ¿por qué a mí no me ha bajado todavía? – preguntó Madie, algo preocupada. Bárbara y ella tenían la misma edad. Hacían todo a la vez, pero Madie aún no tenía la regla. A juzgar por su desarrollo, no iba a tardar demasiado, pero ella me miró con ansiedad, como si temiera que algo no funcionara bien en su cuerpo. Yo iba a llevarla aparte, para explicarle con calma y privacidad que no pasaba nada, pero entonces…
-         Porque eres una marimacho, ya te lo he dicho. A ti como mucho te sangra el cerebro, del esfuerzo que haces al pensar – dijo Zach.
Dejé a Alice en el suelo justo a tiempo de impedir que Madie se tirara al cuello de su hermano. La sujeté, y ella intentó soltarse, mientras miraba a su hermano con ira.
-         ¡Repite eso, gilipollas!
-         ¡Eh! – exclamé, para llamar su atención, zarandeándola un poco. - ¿Qué es lo que acabo de oír? Cinco dólares al tarro, señorita.
Sí, teníamos el típico tarro de las palabrotas. Les daba paga a los mayores de diez, así que ellos tenían que meter dinero sin hacían algún taco. Los menores de diez… bueno, ellos solían llevarse una palmadita.
-         ¿Qué? ¡Cinco dólares es mucho! ¡Si sólo me das quince de paga! – protestó.
-         ¿Prefieres unos azotes?
Madie negó enérgicamente. Metió la mano en el bolsillo y sacó su cartera, pero puso un puchero. Me sorprendí porque no me dijera aquello de “ha empezado él”. En lugar de eso, sacó los cinco dólares y me los tendió, con una cara de pena digna de verse. Madie le daba bastante importancia al dinero…
-         Así no te comprarás ropa de pija – dijo Zachary, con aire triunfante, viendo que la regañaba a ella. Madie esta vez no saltó sobre él. Se limitó a mirarme con tristeza, agitando el billete.
-         Cógelo – me dijo.
-         Ponlo en el tarro, cariño. Yo tengo que hablar con tu hermano.
-         ¿Conmigo? ¡Pero si no he hecho nada! – protestó Zachary.
-         He dicho “hablar” y “hermano”. Si tú has interpretado que iba por ti y que lo de hablar es algo malo, es porque sabes que no has actuado bien.
-         Eso no es justo, papá. ¡No es cierto! ¡Ella quería pegarme y me ha insultado!
-         Y tú la has atacado gratuitamente, ofendiéndola sin necesidad.
-         ¡Sólo era una broma!
-         Sabes que eso no es verdad, hijo. Querías hacerla daño, y lo peor es que lo has conseguido.
Zach me miró como retándome por unos segundos, y luego debió de darse cuenta que llevaba las de perder y sacó su cartera también.
-         ¿Cuánto tengo que meter?
-         Esto no se arregla con dinero, Zachary. En ésta casa no se ataca con puntos bajos. Tú has visto que tu hermana estaba preocupada por algo, y  lo has usado para meterte con ella. Madie no es eso que la has llamado, y es algo que no debes llamarle a una mujer. Sube a tu cuarto, hijo.
Zach me miró horrorizado, entendiendo implícitamente lo que eso quería decir. Pensé que no iba a obedecer, pero echó a andar. La lástima fue que al pasar junto a Madie la soltó una patada en toda la espinilla. Le agarré por el brazo y le di la vuelta.
-         Zachary ¿qué diablos ha sido eso? Discúlpate ahora mismo, y sube a tu cuarto antes de que te metas en más problemas.
-         ¡Siempre la defiendes a ella!
-         ¡Eres tú el que le ha dado una patada! – exclamé, sorprendido. ¿Cómo podía decirme eso después de que a había hecho poner cinco dólares por insultarle?
-         ¡Pero vas a pegarme a mí, y a ella no! – gritó. Para entonces todos nuestros hermanos nos estaban mirando. Nuevamente estaba regañando a uno de ellos y advirtiéndole de un castigo delante de los demás.  Madie se frotaba la espinilla y no se perdía detalle. Pero era realmente difícil mantener a privacidad con tanta gente.
Me agaché un poco y sujeté a Zachary, para mirarle a los ojos.
-         Zach, hijo, has empezado tú, sin provocación ninguna, y te has pasado porque lo que le has dicho la ha hecho daño. Daño de verdad ¿entiendes?
Zach miró a su hermana. Madeline estaba seria, en silencio, observando. Sin ser especialmente masculina, si tenía un comportamiento que a veces era más propio de chicos, como lo de irse a las manos en seguida.  Cuando había manifestado su preocupación por no tener aún la menstruación, Zachary la había dicho que era por “marimacho”, que aparte de algo que me parecía muy vulgar decirle a una mujer, había ido acompañado de la insinuación de que nunca iba a sangrar, “salvo su cerebro, del esfuerzo que hacía al pensar”. Madie era muy sensible, así que por supuesto que la había dolido.
Los gemelos, Barie y Madie tenían una edad muy similar. Eran dos y dos, y a veces se llevaban muy bien, y a veces muy mal. Las peleas entre ellos estaban a la orden de día. Pero era Zach el que solía atacar con puntos bajos, y yo ya estaba cansado de eso.
… Pero también era el primero en pedir disculpas sinceras.
-         Lo siento mucho.- le dijo a su hermana -  Sólo te estaba chinchando. ¿Me perdonas?
El resto de testigos soltaron un “oww” como el que ve una escena tierna en una película. Alice me miró feo, como si yo fuera el antagonista de la película en cuestión. Y Madie le dio un abrazo a Zach, como haciendo las paces.
Y entonces yo quedaba como el malo, claro. Zach me miró, y vino hasta mí, con esa cara de diablillo arrepentido. Luego caminó hacia la casa como un preso hacia el patíbulo, y yo le seguí. Cuando traspasamos la puerta se giró, y me dio un abrazo.
-         No sé por qué la he dicho eso – me confesó.
Yo suspiré. Apreté el abrazo y luego bajé un poco la mano hasta más allá de su espalda y le di dos palmadas. Dio un pequeño respingo.
-         Nunca más ¿entendido?  - le dije, con voz seria. – Anda a jugar, bocazas.
Zach me dedicó una enorme sonrisa, entendiendo que no íbamos a subir a su habitación, y salió corriendo. Me quedé un rato observando desde el cristal de a puerta, y sonreí cuando vi que Zach le daba un billete a su hermana, a modo de compensación por el que ella tenía que echar en el tarro.
Uno diferencia muy bien a Zach de Harry por dos cosas: primero, no eran gemelos idénticos. Los dos eran rubios, y muy parecidos, pero Harry tenía la cara como más afilada y era ligeramente más delgado. Y segundo, Zach era más noble. Y no estoy diciendo que Harry sea mala gente, ni mucho menos. Pero Zach tenía cierta  sinceridad infantil, parecida a la inocencia.
Vi que Alice caminaba hacia mí, es decir, hacia la puerta, y saltaba para intentar abrirla. Sonreí, y la abrí hacia dentro, para que pasara.
-         ¡Papi! – me dijo.
-         Hola, cielo. ¿Ya te has cansado de jugar?
-         “Saido” Ted, y me aburro.
-         Pues vamos a buscarle ¿no te parece? – dije, y me la puse a hombros.
Subí al cuarto de Ted, Cole, y Alejandro, con la pitufa encima. Recordé lo que había pasado con Alejandro, y por eso me extrañó que Ted estuviera con él en la habitación. Pero ahí estaba. Entré con algo de cautela, tanteando el terreno. Senté a Alice en la litera de Cole. No me parecía que Alejandro estuviera enfadado.
-         Ey. ¿Cómo quieres que siga el partido sin el árbitro? – le dije a Ted.
-         Yo soy el portero. Y créeme que juegan mejor sin mí.
Se rió, y yo me reí con él.
-         ¿Papá te hizo pampam? – le preguntó Alice a Alejandro, poniendo el gesto de la mano y todo.
Alejandro se avergonzó visiblemente.
-         Pitufa, eso no se pregunta – regañé con suavidad.
-         ¿Por qué no? También le hiciste pampam a Zach.
Ted se levantó, y la cogió en brazos.
-         A quién van a hacer pampam es a ti si sigues haciendo preguntas. – la dijo.
-         ¡Nooo! – exclamó, y se hizo pequeña en los brazos de Ted. – Papi, no.
-         Al único que voy a hacer pampam es a Ted si no recoge este estercolero – bromeé. No estaba tan desordenado, y no era precisamente su parte la que estaba mal, sino la de Alejandro. Era una forma de recordarle a éste que tenía que recoger sin  tener que regañarle.
-         En seguida – respondieron los dos, captando el mensaje.
-         Ted, tengo que salir un momento. Tardaré cinco minutos, diez como mucho. Échale un ojo a tus hermanos ¿vale? Dylan sigue viendo la tele, Madie está en su cuarto y los demás en el jardín.
Ted asintió, con seriedad casi militar. Estúpidamente me sentí culpable por irme, a pesar de que no me iba de juerga sino a comprar compresas. Creía que a veces descargaba demasiado en Ted. Desde hacía un par de años me apoyaba en él para todo. No debía olvidarme de que él estaba creciendo también, y no era trabajo suyo cuidar de ésta familia.
Por eso en parte le había comprado las entradas, aunque eso no había salido demasiado bien.

-         Ted´s POV –

Aidan había vuelto a dejarme a cargo, y ésta vez yo estaba resuelto a no pifiarla. Eran sólo diez minutos, y nada iba a pasar en mis diez minutos. Tenía que demostrarle que no iba a volver a cometer un error como el de la semana pasada, cuando fueron de compras.  Dejé a Alejandro recogiendo su trozo de habitación y me bajé con Alice a vigilar qué hacían los demás.
Dylan estaba absorbido por la pantalla de televisión. Estaba tranquilo, porque no se balanceaba ni hacía ningún movimiento con la mano De hecho, parecía a punto de quedarse dormido. Sonreí, e intenté pasar discretamente detrás del sofá, pero me vio.
-         Claro, a las dos es la comida. A las dos. Y son la una y media.

Ese niño era como un reloj. Papá se había acostumbrado a cumplir el horario estrictamente. Dylan tenía que hacer cada cosa a su hora, con exactitud rutinaria, o se descolocaba por completo.

-         Sí, Dylan. Son la una. Aún falta media hora, hay tiempo.
-         Claro, papá cocina siempre antes de comer, y no está cocinando.
Yo me reí.
-         Claro que cocina antes de comer, Dylan. ¡Como que la comida va a hacerse sola! Tú no te preocupes, que papá estará aquí y hará la comida. Y comeremos a la hora, ¿vale?
-         Sí.
Esa breve conversación m llevó a preguntarme qué habría de comer. Aidan no había tenido mucho tiempo esa mañana: primero había estado con Alejandro,  y luego con Barie. Quizá pidiera comida para llevar. Estratégicamente, dejé un folleto de una pizzería al lado del teléfono, en una indirecta poco sutil para que pidiera eso.
Después salí al jardín, y vi que todos jugaban a…. no sé muy bien a qué, pero reían y se perseguían. Todos salvo Zach, que estaba sentado en el césped, mirando. Me senté con él.
-         ¿Estás cansado? – pregunté, y negó con la cabeza - ¿De bajón? – aventuré, y asintió.

Recordé que Alice había dicho que Aidan le había castigado. Me pregunté si era verdad.

-         ¿Papá te ha pegado?
-         Casi. Sólo me ha dado dos palmadas.
-         Entonces ha sido una advertencia.
-         Sí.
-         Bueno, ¿y por qué estás de bajón? No ha llegado a castigarte.
-         No es eso.
-         ¿Entonces qué es?
-         No te lo puedo decir.
-         ¿Por qué no?
-         No lo sé.
-         ¿No sabes por qué no me lo puedes decir? Zach, soy tu hermano. Si no me lo puedes decir a mí ¿entonces a quién?
-         A nadie. Porque sí lo digo entonces dejará de hablarme.
-         ¿Quién dejará de hablarte? Escucha, ¿por qué no me lo cuentas desde el principio? Te prometo que no se lo diré a nadie. Mis labios están sellados.

Zachary me miró como probando la veracidad de mi promesa, y debió decidir que podía fiarse, porque suspiró.

-         Sé que Harry está planeando vaciar el bolígrafo de tinta roja en la silla de Madie, para gastarle una broma y que crea que…que le pasa como a Bárbara. Papá antes se ha enfadado conmigo por chinchar a Madie con eso, así que creo que si hace esto se enfadará mucho, pero Harry no me escucha. Si papá se entera se enfadará conmigo por no habérselo dicho. Y si se lo digo a papá, se enfadará Harry y dejará de hablarme. ¿Entiendes ahora mi problema?
-         Es un problema de muy fácil solución: no dejamos que Harry haga esa tontería, y ya está. – le dije a Zach, y luego llamé al otro gemelo. - ¡HARRY, HARRY, VEN!
Harry abandonó el juego y se acercó, algo colorado, sudando y jadeando. Zach me apretó el brazo, como para que me estuviera callado, pero le ignoré.
-         Lo que le pasa a Bárbara es un asunto de chicas. Ellas son muy sensibles, y no está bien que te burles de eso. Así que búscate otra broma que hacerle a Madie ¿vale? Una de la que papá también se pueda reír, en vez de enfadarse. Puedes sacar tu tirapedos. Papá te lo compró, así que no se enfadará porque lo uses.
-         ¡Chivato! – gritó Harry, y se lanzó a por Zach, antes de que yo pudiera impedirlo.
-         ¡No se lo he dicho a papá! – se defendió él.
-         ¡Se lo has dicho a Ted, que es casi lo mismo!
Harry y Zach rodaron por el suelo, y el segundo se llevó un puñetazo que hizo que le sangrara la nariz. Intenté separarlos, y al final lo conseguí. Justo en ese momento, escuché la puerta principal, y en pocos segundos papá estaba en el jardín, viendo cómo sujetaba al enano peleón.
Solté a Harry, sabiendo que no se volvería a lanzar a por su hermano con papá delante.  Y me cagué en todo, porque papá me había dejado sólo diez minutos, diez minutos, y no había podido ni prevenir una pelea.


-         Aidan´s POV -

Entré a casa con la bolsa de la compra en la mano, y al primero a que vi fue a Dylan, en el sofá. Iba a saludarle, pero antes de poder decir nada observé su movimiento pendular, señal de que algo le inquietaba. Estaba de rodillas en el sofá, pero no miraba la tele, sino el jardín, a través del cristal de la puerta trasera. Dejé la bolsa encima de la mesita de la entrada, y me acerqué a él.

-         ¿Qué pasa, cielo?
-         Se están peleando – gimoteó. Las situaciones violentas le ponían nervioso.
No perdí un segundo y me dirigí a la puerta, y al salir vi a Ted sujetando a Harry. Mi hijo mayor me echó una mirada culpable, pero yo me centré en Zach, que sangraba por la nariz.
-         ¿Qué ha pasado? – exigí saber.  Pensé que sólo obtendría respuesta de Ted, pero el que habló fue Zach, que corrió hacia mí y me dio un abrazo con el que me pedía protección.
-         Yo sólo quería que no te enfadaras con él.
Los trece años de mi hijo se volvían tres cuando ponía esa vocecita quejumbrosa. Le separé un poco.
-         Pues ahora estoy enfadado con los dos, porque os habéis peleado – le dije, y le inspeccioné la herida de la nariz. – Ven, vamos al baño.
Le acompañé dentro de casa, hasta el baño, y abrí el grifo del agua caliente.
-         Lávate y ponte un trocito de papel, hasta que deje de sangrarte.
Le observé mientras lo hacía, y luego me miró con su carita especial de “no te enfades conmigo”. Lo dicho: trece años físicos, tres mentales.
-         ¿Es esa forma de comportarse? ¿Peleándose como animales con tu propio hermano?

-         El empezó…
-         ¿Y desde cuánto te ha valido lo de “él empezó”?
Zach agachó la cabeza.
-         Nunca…
-         ¿Crees que está bien, pegaros así?
-         No…
Le agarré del brazo y le di tres azotes, algo más fuertes que las dos palmadas que le había dado hacía un rato.
PLAS PLAS PLAS
-         No quiero ver que volvéis a pelear – le dije, pero antes de poder continuar me asfixió en un abrazo, llorando como si le hubiera dado el castigo de su vida. Sí sólo había sido una advertencia…
-         Lo siento.
-         Bueno. Bueno, ya. Shhh. Pero, ¿por esto lloramos? No ha sido nada, campeón. Fuera lágrimas ¿sí?
Zach asintió y se separó un poquito, para secarse las lágrimas, pero luego me volvió a abrazar.
-         Yo sólo quería que no te enfadarás con él… - repitió.
-         ¿Y por qué iba a haberme enfadado?
-         Porque…porque Harry iba a poner tinta roja en la silla de Madie. Se lo dije a Ted, pero intentó convencerle de que no lo hiciera y Harry se enfadó.
-         ¿Por eso os habéis peleado? – pregunté, para estar seguro, y Zach asintió. Tenía razón: sí que me hubiera enfadado por eso. Primero, por manchar la silla, que luego el que limpia la gracia soy yo. Y segundo, por lo que simbolizaba para Madie.
Respiré hondo, y le di un beso en la cabeza.
-         Ha sido culpa suya, pero tú tampoco has debido pelearte. Aunque él empezara, tú debiste haber terminado. ¿Lo entiendes?
Zach volvió a asentir. Me escuchaba con toda su atención y yo sentí la necesidad de continuar.
-         Aun así, creo que no he debido castigarte. Hiciste lo correcto al intentar que no gastara esa broma, y no es culpa tuya que él haya reaccionado así. Lo siento ¿vale? ¿Me perdonas?
Zachary me dedicó una enorme sonrisa.
-         Claro. Si eso no ha sido un castigo.
-         Pero te he hecho llorar, y lo siento – insistí. Creía firmemente en la necesidad de reconocer los errores. Era la clase de cosa que quería inculcar en ellos, y lo mejor era predicar con el ejemplo. Yo también me equivocaba.
-         Lloré porque estabas enfadado – me dijo, muy bajito.
Se me encogió el corazón, y le apreté con fuerza, levantándole un poco del suelo. Alejandro con trece años no era así. Había entrado ya en su época rebelde. Incluso Harry era menos dulce. Zachary era un sol.
-         No cambies nunca ¿vale? Te confesaré un secreto: es imposible que yo me enfade contigo. Todo es teatro.
La sonrisa de Zach se hizo aún más grande. Volví a mirarle la nariz, para comprobar que ya no sangraba.
-         Creo que puedes quitarte el papel. ¿Te toca poner la mesa?
Zach se quitó el papel, y asintió, mientras lo tiraba al váter.
-         ¿Qué hay de comer? – preguntó.
-         Lo que pida por teléfono.
-         ¡Pizza! – pidió.
-         Ya veremos – respondí, haciéndome de rogar.
Se fue a poner la mesa, y yo bajé para hablar con Harry. Le encontré al borde de las escaleras, con Ted. Hablaban en voz baja, creo que esperándome.
-         Harry, sube a tu cuarto – le dije. – Yo voy a pedir la comida y voy enseguida.
Harry ni me miró y se fue, escaleras arriba.  Me dirigí al teléfono bajo la atenta mirada de Ted. Al lado del teléfono vi un folleto de pizzería. Me giré, y alcé una ceja.
-         ¿Una indirecta?
-         Puedo ser menos sutil todavía – me dijo, sonriendo, y yo sonreí también.
En vista de que ya iban dos que se decantaban por comida basura italiana, cogí el folleto y llamé al número que indicaba. Pedí cuatro pizzas familiares, sabiendo que aunque los peques comían poco, el apetito de los mayores lo compensaba. Cuando colgué, me encaminé hacia las escaleras, pero Ted me frenó un segundo.
-         Papá… no seas muy duro con él.
-         ¿Te pagan para que intercedas por ellos?
-         Hoy estás castigando a todos…
-         Porque todos se portan mal. Además, no es verdad. Sólo castigué a Alejandro por vuestra aventura de ayer.
-         Entonces, ¿a Barie no?
-         No.
Ted sonrió, pero luego se puso serio.
-         Siento no haber impedido la pelea.
-         No ha sido culpa tuya. Lo haces bien, Ted. Me eres de mucha ayuda. ¿Podrías encargarte de que vayan entrando y lavándose un poco? No creo que las pizzas tarden mucho.
Ted asintió y yo subí las escaleras. Fui un momento a la habitación de Barie, y la dije que ya le había comprado las compresas, y que estaban en una bolsa, en la entrada. Bajó a por ellas. Musitó un “gracias” y bajó a por ellas.
Entré a la habitación que compartían los gemelos. Harry me esperaba sentado en la cama, con expresión neutra. Me senté a su lado.
-         Así que, se te ha ocurrido una broma… - empecé.
-         ¡No puedes castigarme por eso! – dijo, a la defensiva -  No llegué a hacerlo.
-         Ya sé que no. Sólo estoy hablando contigo. ¿Qué pretendías hacer?
-         Ya lo sabes. El traidor de Zach ya te lo habrá contado.
-         Dudo mucho que tu hermano sea un traidor. De ser así no habría intentado que no te metieras en un lío.
-         Como sea, ya te dijo.
-         Sí, ya me dijo. ¿Qué esperabas conseguir? – pregunté.
Harry me miró sin comprender del todo. A él por lo general le ponía nervioso que hablara con él antes de castigarle. Estaba distraído, pensando en lo que venía, y no siempre controlaba lo que decía. Me costaba mucho que entendiera que simplemente quería hablar con él, para que entendiera por qué iba a ser castigado.
-         ¿Por qué querías hacer esa broma? – reformulé.- ¿Por qué pensaste que iba a ser gracioso?
Harry se encogió de hombros, pero vi que lo pensaba.
-         Una chica de mi clase manchó la silla una vez – me dijo. – La gente se rió.
-         ¿Y ella? ¿Ella se rió?
-         No. Se marchó de clase llorando.
-         ¿Querías hacer llorar a tu hermana? – le pregunté. Ocurría algo extraño cuando hablaba con ellos en sus cuartos antes de un castigo: era como un pacto de sinceridad en el que se hablaba sin reservas, soltándolo todo. Yo intentaba no enfadarme dijeran lo que dijeran, y por eso ellos se sentían con libertad de decir lo que pensaban.
-         No. No hubiera llorado por eso, no es para tanto…
-         ¿A ti te gustaría que mancharan tu silla de chocolate y dijeran que…?
-         Agh, papá, ¡no seas asqueroso!
-         Bueno, ¿te gustaría? – insistí.
-         No, pero no me pondría a llorar.
-         Tal vez no. Pero la menstruación es…
-         Papá, no hace falta…
-         Se llama así, Harry. Ese es su nombre, y no pasa nada por decirlo. La menstruación es un tema importante para tu hermana. Aún no la tiene, y no sabe si eso es malo. No lo es, puede venirle en unos años y seguiría siendo normal, pero ella no puede evitar pensar que su hermana y tal vez sus amigas ya la tienen y ella no. Si tú manchas su silla de rojo, la harás sentir mal, porque, o bien la engañas por un omento y piensa que ya la ha venido, o bien piensa que te burlas de ella y se siente herida. Y en cualquier caso manchar la silla porque sí nunca ha sido una opción.
Harry frunció el ceño. No sé si estaba de acuerdo conmigo o no, pero al menos me escuchó.
-         Pero al final no lo he hecho.
-         No, pero ibas a hacerlo, y es justo lo que tu hermano quería impedir. Quería impedir que te metieras en un lío, que hicieras daño a tu hermana, y yo tuviera que castigarte. Ese no es motivo para que te lances sobre él y te líes a puñetazos. Más bien deberías estarle agradecido.
-         ¡Pero es un chivato!
-         Si fuera un chivato me lo hubiera dicho a mí antes que a Ted. Y aun así, no sería para que te enfadaras, porque yo no hubiera dejado que lo hicieras y no habrías llegado a meterte en un lío. Todo esto se resume en que tú viste una mala idea, tu hermano quiso quitártela, no te gustó, y le golpeaste. Y el resultado es que tu hermano sangró por la nariz, y tú estás aquí, esperando un castigo.  ¿Acaso es culpa de tu hermano que estés aquí? ¿Es culpa de tu hermano que tú le golpearas?
Harry bajó la cabeza, y le escuché sorber por la nariz, de lo que deduje que había empezado a llorar. Decidí que ya habíamos hablado bastante.
-         Ponte de pie, Harry. – le dije, y obedeció. Siempre obedecían esa orden, como si estuvieran deseando alejarse de mí. – Quítate el pantalón, y ponlo sobre la silla.
Esa otra ya les costaba más. A Harry, en concreto, le costaba un infierno, y por eso le mandé hacerlo, porque sabía que eso era más castigo que los azotes que le fuera a dar. No era por ser cruel, sino por conseguir que calara el mensaje sin tener que ser demasiado duro.
-         No, papá.
-         Hazlo, Harry.
-         Papá, por favor.
-         ¿Te los bajo yo?
Harry sollozó, se quitó los zapatos, y se llevó las manos al botón de los vaqueros, pero luego  las volvió a bajar.
-         Papá…
Yo me levanté, y el retrocedió, como asustado, pero le arrimé a mí y desabroché el botón de sus pantalones.
-         Papá, no ha sido tan malo. Por favor, sin pantalones no…
-         Harry, si te he dicho que te los quites va a ser sin pantalones, aunque tenga que bajártelos yo. – sentencié, y tiré un poquito de la ropa. Harry sollozó y se abrazó a mí. Sólo en ese momento se permitía ser vulnerable y abrazarme, en contraste con su gemelo, que me estaba abrazando todo el día. – Harry, luego me abrazas, campeón, pero ahora… - le dije, y finalmente bajé sus pantalones. No sé por qué odiaba tanto quedarse en calzoncillos si en verano yo tenía que perseguirle para que se vistiera.
Sintiéndose derrotado, terminó de quitárselos y los puso sobre la silla.
-         ¿Listo? – le pregunté, y negó efusivamente con la cabeza. Yo sonreí un poco. – Cuánta sinceridad. Vamos, ven aquí, y dime por qué voy a castigarte.
-         Por pelearme con Zach.
-         Eso es. Qué hijo más inteligente tengo.
No había sarcasmo en mi voz. En esos momentos mis hijos se volvían pequeños y asustadizos, y yo les hablaba con amabilidad. Tiré de él suavemente. Sabía que no iba a ponerse sólo sobre mi regazo, así que le empujé un poquito y acompañé su movimiento. Cuando estuvo tumbado sobre mí le coloqué para que no tuviera medio cuerpo en el aire. Su cabeza, su pecho, y sus brazos reposaron sobre la cama.
Y entonces le oí llorar muy fuerte. Le acaricié la espalda.
-         Tú hermano y tú tenéis trece años. Trece años estando juntos, siendo uno el par del otro. Unidos por la sangre, y la familia. Trece años en los que tú has cuidado de él, y él ha cuidado de ti. – le dije – Así que serán trece azotes, para que nunca vuelvas a olvidarlo.
Harry se tensó un poco, y luego se relajó. Trece no era un número muy alto. Dejé la mano izquierda quieta sobre su espalda, y comencé.
PLAS PLAS PLAS PLAS
Harry movió la mano y se agarró a mi pierna, con fuerza. Yo me sorprendí un poco, pero no dije nada.
PLAS PLAS PLAS PLAS
Soltó un sollozo. Yo no estaba siendo suave y sobre todo estaba yendo despacio. Creo que eso le ponía nervioso, así que decidí terminar rápidamente.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Dejé ambas manos en su espalda y le hice ciculitos concéntricos. Le froté los hombros y se los apreté suavemente, indicando que se levantara. Lo hizo, y se llevó las manos atrás, donde le había pegado. Luego me miró, se avergonzó, y las bajó. Yo puse mi mano por fuera de su calzoncillo, y le acaricié. Sabía que lloraba mayoritariamente por cuestiones emocionales, porque no había sido demasiado duro.
-         Ya está. Ahora papá te mima, y ya no lloramos más. ¿Mmm? Que la pizza con lágrimas no sabe igual.
Abrió los ojos al oír “pizza” e hizo por sonreír, pero no fue un buen intento. Le envolví en un abrazo.
-         Ya no va a haber más peleas, ¿a qué no?
Harry negó con la cabeza.
-         Éste es mi niño. Perdón, mi hombrecito. – dije, y le di un beso. Me estiré para coger sus pantalones y los extendí frente a él, para que los cogiera y se vistiera. Él se limpió las lágrimas, y cogió la ropa. Se apoyó en mi hombro, e hizo unos equilibrios extraños para ponérselo. – Eso es, tú hazlo difícil. ¿Quién quiere sentarse en la cama? Esa es la versión fácil.
Harry me sacó la lengua, y yo me reí. Le pasé los zapatos, y para cuando se los terminó de poner apenas parecía que hubiera llorado, aunque sí estaba algo tristón.
-         Ale, a la mesa, que faltan dos minutos para las dos. Espero que las pizzas vengan pronto o Dylan nos recordará a todo que hay un horario que cumplir.
Harry bajó las escaleras, y yo fui detrás de él, y justo en ese momento sonó el timbre. Bajé a pagar las pizzas y entré con ellas al comedor. Debía de haber hambre, porque todos menos Harry estaban en la mesa. Harry se sentó en ese momento, y sonó un ruido extraño, como de… como de pedo. Zach se empezó a reír por lo bajo, y miró a Ted, que le sonreía con complicidad. Entonces todos empezaron a reír, poco a poco cada vez más escandalosamente.

-         Muy maduro, chicos – repuse, rodando los ojos, pero sin poder contener una sonrisa porque Harry también se estaba riendo. Sacó una especie de bolsa roja, un tirapedos, que compré en una tienda de artículos de broma, pensando en el espíritu bromista de los gemelos. 

4 comentarios:

  1. jjajajajajajaja no he parado de reír jajaja muy bueno ese papi-hermano y como cada uno tiene su personalidad bien definida jajjajaja

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  2. LittleHoshi: A cada capítulo te superas

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  3. me ha encantado meheleido de un solo tiron todoslos capitulos y me gusta mucho, felicidades Dream Girls, chica de los sueños

    marambra

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