Tenía
la estúpida impresión de que sería capaz de oír el llanto de Alejandro desde el
jardín. Obviamente, esto era imposible ya que él estaría en el piso de arriba,
en el cuarto de Aidan, con la puerta y la ventana cerrada, y yo estaba detrás
de la casa, con una pared de por medio y
bastante bullicio a mi alrededor porque nueve de mis hermanos lo daban todo en
un partido de fútbol. Estábamos allí precisamente por eso, porque no podríamos
oírle, y eso era todo lo que yo podía hacer por mi hermano.
-
¡Ted! ¡Pero párala! –
me gritó Harry, con ese tono de especial frustración que sólo se consigue con
la excitación de los juegos deportivos.
Me di cuenta de que me habían colado la pelota, y chuté con fuerza para
sacarla.
Supongo
que yo no estaba siendo un buen portero. No estaba concentrado en el partido:
mi mente estaba con Alejandro, y me preguntaba si ya habrían terminado.
Ya
estaba acostumbrado a que Aidan castigara a mis hermanos. Incluso a veces los más pequeños se llevaban
una palmada delante de mí. No es que me diera igual cuando alguno de ellos era
castigado, pero con Alejandro era diferente. Él… a veces creo que no le gusta
estar en una familia tan grande. Cuando alguno de nosotros sufría por algo, se
refugiaba en los demás. Sí querías ser amable con alguien a quien habían
castigado sólo tenías que sustituirle en sus tareas de ese día, y poner la mesa
en su lugar o algo de eso. Pero eso con Alejandro no funcionaba. Él nos huía a
todos, y deseaba estar sólo, y no había gesto amable que le sacara de su estado
de ánimo brumoso y autodestructivo. No me preocupaba tanto el castigo que le
diera Aidan como su reacción al mismo. Era totalmente imprevisible: podía estar
desde deprimido a enfadado. Podía durarle días, u horas.
Y
durante todo ese tiempo, todo su empeño era que nadie estuviera con él.
-
Aídan´s POV –
Mi
ventana daba al jardín, y desde allí podía ver a mis chicos jugando al fútbol,
aunque me daba la impresión de que se estaban inventando algunas reglas. Dejé vagar mi mente mientras les observaba.
No concebía mi vida sin ellos.
No
había sido mía la idea de que me llamaran “papá”. Simplemente, a los dos años
Ted asumió que yo era su padre, porque hacía con él lo que otros padres hacían
con sus hijos. Le daba de comer, le cambiaba el pañal y no era otro niño: nada
indicaba que fuéramos hermanos. Un día simplemente dijo “papá, ico” cuando se
estaba comiendo un helado que le gustaba especialmente. Y a mí me pareció tan
natural que al principio me centré más en que estaba diciendo que estaba “rico”
que en la forma en la que me había llamado. Luego me di cuenta de lo que había
dicho y comprendí que eso es lo que era: más allá de la biología y los
documentos legales, yo era su padre.
Supongo
que los demás empezaron a llamarme “papá” por imitación. Pero yo nunca les he
ocultado que en realidad soy su hermano. Creo que Alice lo olvida de vez en
cuando, y que Hannah y Kurt no lo entienden del todo, pero saben que todos
tenemos en común un padre, que es Andrew. Que sus madres son diferentes (salvo
en el caso de Kurt con Hannah y de Harry con Zachary). Y que Andrew es malo.
Estoy particularmente orgulloso de esa asociación.
No
todos conocían a Andrew. De hecho, sólo Alice, Alejandro y Ted le conocían, y
los dos últimos no se acordaban de él. El resto le había visto sólo en foto, y
yo me iba a encargar de que eso siguiera siendo así. Porque, con su
infantilismo, mis hijos tenían razón: Andrew era malo.
No
quería pensar en él en ese momento, así que le sacudí de mis pensamientos, pero
se negó a salir aún de mi cabeza, porque había algo que todavía me inquietaba.
Durante un segundo tuve miedo de haber pagado mis frustraciones con el alcohol
con Alejandro. De haberle comparado con Andrew, porque entre otras cosas, era
el que más se le parecía. Pero no había hecho comparaciones en ningún momento,
y tampoco había mencionado a Andrew delante de él. Tampoco creía haber sido más
duro con él a causa de mis malos recuerdos. Es decir, claro que no podía evitar
el miedo a ver a Alejandro en el suelo, sufriendo un coma etílico, pero creo
que había conseguido separar mis fantasmas del pasado de aquella pifiada
adolescente. Ya era un experto en
hacerlo, y lo cierto es que mientras esperaba ansiosamente a que Alejandro
volviera del concierto, no había pensado en Andrew ni una sola vez. Me sentí
orgulloso de mí mismo por ello.
Algo
de lo que vi por la ventana llamó mi atención y desvió mi mente de cualquier
pensamiento. Mis hermanos habían dejado de jugar, pero no había sido algo
acordado ni natural: se habían detenido porque habían empezado a discutir. No
podía oírles, pero vi que todos se hacían una piña y decidí averiguar cuál era
el problema. Salí de mi cuarto y me apresuré en bajar las escaleras, para salir
al jardín.
-
Bárbara´s POV –
O
sea, que todos tus hermanos mayores sean chicos es un rollo. A ver por qué
tenía que jugar yo a ese estúpido juego tan agresivo, en los que la gente se da
patadas por accidente porque son incapaces de acertarle a una pelotita. Encima había que correr de aquí para allá
todo el rato. ¡Con lo que me dolía la tripa!
Todo
había sido idea del tonto de Ted. Claro, como él está sudando todo el día y no
debe conocer lo que es el desodorante…
Pero cuando le había dicho que yo no quería jugar, me había guiñado un ojo,
y eso me hizo pensar que lo hacía por un buen motivo. Alejandro no había bajado
a jugar y hoy se había quedado más tiempo en la cama: a lo mejor estaba
enfermo, y Ted quería dejarle descansar. Sabía que el día anterior habían
estado en un concierto y a lo mejor había bebido alcohol… De ser así papi le
iba a matar, seguro.
El
bueno de papi. A veces creo que no se da cuenta de que sabemos más cosas de las
que él se cree. En especial es así conmigo: me trata como si tuviera la edad de
Cole, o incluso la de Dylan. Eso tenía sus cosas buenas, y sus cosas
malas. Era muy frustrante cuando no me
dejaba maquillarme, porque según él aún no tenía edad para pintarrajearme la
cara. ¿Veis como necesito una hermana mayor para estos casos? Una mujer, que
entienda mis cosas de mujer.
Los
chicos podían correr todo lo que quisieran, pero por mi parte decidí sentarme a
descansar un rato. Me desabroché la sudadera de la cintura y me la puse, para
no quedarme fría. Dylan se vino conmigo
enseguida. Sonreí a mi hermano, pensando que al menos uno de los hombres de mi
familia odiaba el fútbol tanto como yo. Cuando se sentaba, Dylan a veces se movía
hacia delante y hacia atrás. Recuerdo que cuando éramos más pequeños yo no
comprendía bien lo que era el autismo, pero siempre he sabido que Dylan tiene
dificultades para entender y expresar sus emociones. A veces cuando pensaba en él se me llenaban
los ojos de lágrimas, porque he presenciado cosas que nadie quiere presenciar
con su hermanito. Le he visto golpearse la cabeza contra la pared, gritar, y
llevarse las manos a la cabeza, arañándose algunas veces.
Una
cosa que Dylan hacía mucho era mover los dedos de las manos como si tuvieran
vida propia. En ese momento lo estaba haciendo: se movía hacia delante y hacia
atrás y movía los dedos de las manos. Empezó a susurrar algo, pero no le
entendía bien.
-
¿Qué dices, Dylan?
-
Los dibujos, claro. A las doce empiezan los dibujos. Los
dibujos. A las doce, sí.
La
gente como Dylan se aferra a las rutinas.
Tienen ciertas manías, como la colocación de sus cosas, y si les cambias
algo de eso se ponen nerviosos. Funcionan por horarios, y en ese sentido esta
familia le viene muy bien, porque hay horarios para todo. Cuando establece algo
como parte de su rutina, no se lo puedes cambiar o quitar, porque puede sufrir
un ataque. A las doce son los dibujos, y él tiene que ver los dibujos. Cuando
sospecha que no va a llegar a tiempo, empieza a repetirlo de forma obsesiva,
bajito, como si fuera una radio. Y si llega el momento y no puede verlos…
simplemente nadie quiere estar ahí.
¿Habéis visto la película de ”Rain man”? Porque es más o menos así.
El
asunto es que Dylan no es autista profundo. A veces parece por completo un
chico normal. Un chico normal con manías, pero eso puede pasar por un trastorno
obsesivo compulsivo como el que sufre mucha gente. El médico decía que no
debemos dejar que se acostumbre a manejar las cosas a su antojo. Que un día podían dejar de emitir su serie
favorita, y no pasaba nada por ello. Que era capaz de comprender el cambio, y
que cuanta más vida normal hiciera, menos comportamientos extraños tendría.
-
Seguramente nos dé tiempo a ver los dibujos, Dylan.
-
Los domingos se ven los dibujos. No hay clase, así que a las
doce se ven los dibujos. A las doce. Los dibujos, sí, a las doce.
-
Sí, Dylan, a las doce.
Esperaba
que Ted estuviera atento al reloj.
Me
quedé allí sentada un poco más. Una de las cosas que más me gustaban de Dylan
es que podías estar en silencio junto a él sin que fuera incómodo. No es de
éstas personas que tienen que llenar el vacío con conversación superflua.
Quizá, porque no puede mantener ese tipo de conversación. De hecho, muchos
autistas ni siquiera pueden hablar.
Sin embargo, su balanceo me ponía muy nerviosa.
Él era perfectamente capaz de quedarse quieto. No es que lo hiciera por
molestar. Creo que él era incapaz de entender el concepto de “mis acciones
molestan a los demás”, así que mucho menos era capaz de adoptar a actitud de
“voy a hacer esto porque le molesta”. Pero eso no quita que a mí me molestara.
¿Por qué a veces se quedaba quieto, y a veces se movía como un… como un
desequilibrado?
Esa
clase de comportamiento suyo me ponía nervioso, porque recordaba aquellas veces
en las que alguien había dicho que mi hermano no era “normal”. Yo solía
rebelarme contra ellos, pero en momentos como ese parecía que mi hermano les
daba la razón. Que no era normal, ni podía serlo.
-
Barie, ¿ya te has cansado? – se burló Ted - ¡Mueve el culo
hasta aquí princesa con pereza!
Le
fulminé con la mirada, pero sabía que no me iba a dejar en paz hasta que
volviera al juego, así que me levanté. Y entonces, noté algo raro, como húmedo,
en mi entrepierna. ¿Me había hecho pis? No, claro que no. Yo no era un bebé, y
tampoco tenía excesivas ganas de ir al baño. Pero, definitivamente, “algo” se
me había escapado…
Supe
lo que era en el mismo momento en el que Dylan se puso a gritar. Se llevó las
manos a la cabeza y empezó a moverse más deprisa. Yo vi donde estaba mirando: mis pantalones
estaban manchados de sangre.
Quise
echarme a llorar, no sé bien por qué, pero no tenía tiempo para eso. Me saqué
la sudadera y me la até de nuevo a la cintura, y luego intenté calmar a Dylan,
que seguía gritando, asustado por la
sangre.
-
Ssssh. Tranquilo, Dy,
tranquilo. No pasa nada.
Tarde.
Todos se habían percatado de pequeño ataque de mi hermano, y empezaron a
rodearnos. Mierda.
-
¿Qué ha pasado? – preguntó Ted. Miró el reloj, seguramente
pensando que aún no era la hora de los dibujos de Dylan.
-
Nada, no ha pasado nada – barboté, deprisa, desesperada
porque Dylan no abriera la boca.
Ted
levantó ambas manos, como haría alguien
para demostrar que está desarmado, y se acercó a Dylan. Muy, muy despacio, pero
con fuerza porque él no dejaba de moverse, le abrazó, y así poco a poco Dylan
se calmó.
-
¿Qué ha pasado? – repitió Ted, suavemente.
Pareció que Dylan no iba a responder, pero entonces me
miró, y supe que iba a decirlo. No pude hacer nada por impedirlo:
-
Sangre. Está herida. Herida. Sangre.
-
¡Nooo! – grité. Me moría de vergüenza. Me ruboricé. Lo último
que quería es que todos mis hermanos lo supieran. Me enfurecí con Dylan, pese a saber que en realidad no era
culpa suya. - ¿¡No podías estar callado, anormal!?
Nada
más decirlo, me arrepentí. Le había gritado. Había una regla no escrita en
casa: nunca gritábamos a Dylan. Además, le había insultado. Yo no era mucho de
decir palabrotas, así que mi equivalente cuando mis hermanos destrozaban mis
nervios eran cosas como “anormal”, “troglodita”, y “neandertal”. Quizá debería
haber escogido alguna de las otras dos. Lo que está claro, es que no debería
haberle dicho anormal a Dylan. Es curioso como una pelea entre hermanos deja de
serlo, cuando uno de ellos es anormal de verdad.
Del
arrepentimiento pasé al miedo absoluto cuando vi a Aidan en la puerta trasera
de la casa, y entendí que había escuchado mi grito.
-
Aidan´s POV –
Cuando llegué a la puerta que daba al jardín, vi que
Ted abrazaba a Dylan. Probablemente había sufrido uno de sus ataques. Me puse
ansioso, temiendo que se hubiera hecho daño, porque a veces se autolesionaba. Abrí la puerta, y quedé alucinado a escuchar
claramente un “¿¡No podías estar callado, anormal!?”
Me quedé clavado en el sitio. ¿Barie? ¿Barie le había
dicho eso a su hermanito?
Como efecto del grito, Dylan se había alterado de
nuevo, pero Ted le contuvo a tiempo. Mi
asombro fue dejando paso a una furia terrible. Con Dylan, no. Simplemente eso.
Entendía las peleas entre hermanos, entendía los gritos, y los dejaba pasar si
nadie era ofendido gravemente. Pero llamar “anormal” a Dylan era un golpe más
que bajo. Gritarle así precisamente a él estaba fuera de discusión. Y que lo
hiciera Barie era sencillamente antinatural.
-
BÁRBARA WHITEMORE, VEN AQUÍ AHORA MISMO. – ordené, y me
olvidé de controlar mi voz, porque yo también grité, y eso asustó más a Dylan.
Joder. Ted me echó una mirada envenenada y yo le devolví una de disculpa.
…Y Barie no hizo ni el intento de cumplir mi orden. Es
muy raro que me enfade con ella. No es ningún secreto que castigar a esa niña
se me hacía particularmente difícil. Hasta regañarla era para mí todo un
desafío, porque ella era mi princesita, y con un “papi” me tenía ganado.
Recuerdo que cuando llegó a casa era el juguete de todos: la primera niña, y
además era muy mona y totalmente adorable. Y lo seguía siendo, pero en aquél
momento yo no podía pensar en su “adorabilidad”. Esa vez estaba realmente
enfadado, y creo que ella lo notó y por eso se asustó demasiado como para
acercárseme.
Respiré hondo. La había dado a entender que la iba a
castigar ahí mismo, con ese “ven aquí” tan imperativo. Yo no hacía eso. No a
partir de cierta edad, porque les avergonzaría y sería contraproducente. Desde
Cole para adelante les castigaba siempre en su cuarto, o en el mío. En cambio a
Kurt, si lo llevaba a su cuarto se moría de miedo.
-
Barie, ven – repetí, esta vez más calmado. Y ella lo hizo.
Estaba temblando, y por alguna razón evitaba mi mirada. - ¿Por qué le has
gritado así? – pregunté.
No obtuve respuesta. Barie se mordía el labio y
parecía querer salir corriendo.
-
Está bien. Te lo preguntaré de nuevo en tu habitación. Ahora
ve, y espérame.
Podría decirse que voló para quitarse de en medio, a
pesar de que probablemente supiera que haríamos algo más que hablar.
Intenté acercarme a Dylan, pero como había gritado
delante de él me rehuía. Se le pasaría en unos minutos, pero era mejor no
forzarle. Le dejé con Ted y subí al cuarto que Barie compartía con Bárbara.
Antes de entrar, reflexioné y pensé que no había hecho
las cosas demasiado bien. Aunque no lo había dicho directamente, todos habían
podido deducir de mis palabras que iba a castigarla. Barie se preocupaba mucho
por lo que la gente supiera o dejara de saber de ella. Valoraba mucho su
privacidad. Y de todas formas, a nadie le gusta que los demás sepan que a uno
lo van a castigar. El aspecto
avergonzado que tenía Barie cuando entré
confirmó mis pensamientos. Suspiré.
-
Barie, siento haberte gritado y más delante de todos, pero lo
que has hecho ha sido… Bueno, ha sido cruel hija, y me gustaría que lo
entendieras.
Ella no dijo nada. Parecía a punto de llorar. Joder,
hasta le temblaba el labio, y mantenía una distancia prudencial conmigo. Me
senté en su cama, y la invité a que hiciera lo mismo.
-
Ven, siéntate – dije, y tras dudar un segundo se sentó a mi
lado, aunque demasiado apartada para mi gusto.- ¿Por qué le has dicho eso a
Dylan?
Se lo pregunté en el tono más dulce que pude poner,
para favorecer una especie de diálogo, pero ella no quiso responderme. Fruncí
el ceño.
-
¿Por qué, Barie? – insistí, y nada. – Bárbara respóndeme o me
voy a enfadar.
Siguió en silencio, pero un par de lágrimas la
brotaron de los ojos. Yo me sentí fatal, pero no podía ablandarme.
-
Última oportunidad, Barie: ¿por qué le has hablado así a tu
hermano? – pregunté, y al seguir sin obtener respuesta, suspiré. – Está bien.
¿No quieres hablar? Pues no hables. Yo voy a castigarte igual, sólo quería
darte la oportunidad de que te explicaras. Por no responder requisaré tu
teléfono hasta mañana. Y ahora ponte de pie.
Ella lo hizo, con más lágrimas silenciosas. Por alguna
razón yo me sentía como una mierda, como si no estuviera haciendo lo correcto.
Suspiré, y procedí a quitarle la sudadera de la cintura pero en ese momento
ella se revolvió.
-
¡No!
-
¿Qué? Barie, no te asustes. No voy a quitarte el pantalón,
sólo la sudadera.
Hacía tiempo había decidido que Barie ya era demasiado mayor para que la
viera en braguitas. De ser chico hubiera sido diferente, pero al ser del sexo
opuesto pensé que no estaba bien atacar su intimidad de esa manera, por más
padre-hermano suyo que fuera.
Intenté desabrochar su sudadera de nuevo, pero ella
hizo fuerza para impedirlo.
-
¡No, no, déjame!
-
¡Barie! – advertí, serio, y seguí intentándolo. Como no me
dejó le di un golpecito en la mano, y ella por acto reflejo la apartó, que era
lo que yo quería, pero se puso a llorar. No podía ser por el golpe porque no
había sido fuerte en absoluto.
-
No, papi, no. – suplicó, llorando ya sin ningún disimulo.
-
Barie, lo que has hecho está muy mal, y tengo que castigarte.
-
Pero no me quites la sudadera. – pidió, ya sin energías. Y de
pronto me abrazó. Yo la devolví el abrazo y la froté la espalda.
-
Sssh. Ya, princesita. Cálmate. Habla conmigo ¿sí? – la pedí,
y ella asintió desde el hueco que se había hecho en mi pecho. No era
excesivamente bajita para su edad, pero yo sí que era alto, así que se veía
como alguien muy frágil y pequeño a mis ojos. - ¿Qué ocurre, mi amor? ¿Estás
asustada? ¿Tienes miedo de mí?
Barie se separó un poco, y se limpió
las lágrimas con el dorso de la mano.
-
No es que estés siendo muy tranquilizador ahora mismo,
pretendiendo castigarme – apuntó, con una sonrisa triste. Esa niña podía ser
muy descarada si lo pretendía. A mi pesar tuve que sonreír también. – Pero no.
No tengo miedo.
-
¿Entonces qué pasa?
Ella volvió a morderse el labio.
-
¿Por qué no me lo dices? – pregunté, más preocupado que
enfadado.
-
Es que me da vergüenza.
Esa respuesta me descolocó por
competo. No sabía qué decir frente a eso pero sí supe que forzarla a hablar no
era la solución.
-
Conmigo no tienes que tener vergüenza, princesita. Puedes
decirme lo que sea.
-
Pero tú eres chico – protestó.
Vale, eso me descolocó más todavía. ¿Le daba vergüenza
hablar conmigo de algo porque yo era chico? Ese no me parecía el momento para
tratar asuntos de mujeres. ¿Qué tenía eso que ver con su llanto y su reticencia
a quitarse la sudadera?
Por suerte, de vez en cuando me da por ser
inteligente, y tuve una sospecha. Ahora sólo tenía que encontrar la mejor forma
de plantearlo.
-
¿Y por ser hombre crees que no lo voy a entender? – pregunté.
-
No lo sé, pero me da vergüenza.
-
Mmm. Haremos esto. Yo te preguntaré y tú responderás sólo sí
o no ¿de acuerdo? Ni siquiera tienes que hablar, puedes hacerlo con la cabeza.
Ella asintió, dándome luz verde.
-
¿Te duele la tripa? – pregunté, y ella asintió. Coloqué mi
mano cerca de la zona de sus caderas. - ¿Aquí?
-
Sí.
-
¿Te ha dolido el pecho estos días?
Ella se ruborizó un poco, y negó con
la cabeza, porque sabía que con “pecho” no me estaba refiriendo a los pulmones.
Yo apunté mentalmente que no había tenido ese síntoma, para decírselo al ginecólogo
en la cita que ya estaba planeando.
-
¿Has sangrado? – pregunté al final, y ella se ruborizó
muchísimo más.
Pensé que no iba a responderme, pero
entonces se desabrochó la sudadera y pude ver una manchita de sangre en sus
pantalones. Sollozó, y se tapó la cara.
-
Eh, shhh. No hay por qué llorar, cariño. No es nada malo. Mi princesita es ya toda una princesa, nada
más.
Volvió a abrazarme y se desahogó en
mi camiseta.
-
Ahora todos saben y…y tendré que usar compresas y….y…
-
Cariño, a todas las mujeres tarde o temprano les llega. Ya
sabes que significa que dentro de unos años
podrás tener hijos. – dije. Bendito colegio, que explica estas cosas
para ahorrarnos un infierno a padres solteros como yo – Podemos ir a ver a un
ginecólogo, y él te explicará todo lo que quieras saber. No es nada de lo que
avergonzarse, y nadie tiene por qué saberlo.
-
Pero Dylan les dijo…
El puzzle empezaba a estar claro en
mi cabeza.
-
¿Qué pasó con Dylan, Barie?
-
Él vio la sangre, y gritó, y les dijo a todos que estaba
herida y sangraba…
La separé un poquito y la aparte el pelo de la cara.
Tenía una melena oscura preciosa, ligeramente rizada.
-
¿Por eso te enfadaste con él?
-
Yo no quería gritarle… - me dijo, y nuevas lágrimas llegaron
a sus ojos. Yo la di un beso en la frente.
-
Lo sé cariño. Estabas nerviosa y avergonzada, y no sabías
cómo reaccionar. No vuelvas a gritarle ¿de acuerdo? Él no sabía lo que te
estaba pasando. Sólo vio la sangre y se asustó.
Ella asintió, y me miró con pena.
-
Anda, ve a cambiarte. Ponte un pantalón limpio y no te
preocupes. Luego iré a comprar y te traeré… te traeré compresas. Por favor,
dime que sabes cómo se ponen – dije. Me tocaba a mí estar avergonzado. Ella se
rió.
-
Sí, papá. Algunas amigas las usan y te viene un dibujito con
las instrucciones.
-
Vale – dije y suspiré. – De todas formas puedes preguntarme,
si lo necesitas.
“Aunque no sé qué cuernos te
voy a decir yo sobre ese tema”, pensé.
Ella sonrió un poco,
vergonzosa, y se giró para coger ropa limpia de su cajón, pero me miró algo
insegura.
-
¿No me vas a castigar?
-
No, princesita. Pero me gustaría que fueras a hablar con
Dylan.
Barie asintió y me miró con
cariño. Dejó la ropa en una esquina de su cama, y se tiró a darme otro abrazo.
Creo que eso significaba que había logrado manejar el asunto de la forma más o
menos correcta.
Salí de su habitación y las
piernas me fallaban. Casi me da un infarto cuando hace un par de meses Bárbara
y ella me pidieron dinero para “cosas
femeninas”, y con esfuerzos averigüé que era para depilarse las piernas. Y
ahora mi niña no era más “niña”.
Pero al menos siempre sería
mía. Mi mujercita.
-
Alejandro´s POV –
Era todo un lujo tener la habitación
sólo para mí, pero eso me daba más espacio para pensar, y eso era justo lo que
no quería hacer en aquél momento. Quería dejar la mente en blanco, y olvidarme
de papá, del concierto, del hecho de que me hubiera castigado, de ser un
arruina-noches para mi hermano…
Pensé que me merecía otra paliza por
imbécil. Si hubiera bebido sólo una cerveza y luego sólo refrescos como sugería
Ted, no hubiera pasado nada. Papá no se habría enterado, y así no tendría que
haberle visto tan enfadado…
No, enfadado no. El problema era que
papá estaba peligrosamente bajo control. Como si así quisiera recordarme que yo
no lo había estado. Que había perdido el sentido común al dejar que el alcohol
me dominara. Y encima ni siquiera había tenido grandes motivos para hacerlo. Yo
no tenía “los problemas” que papá decía haber tenido a mi edad. Yo no había
bebido para huir de nada, y aunque ese tampoco
era un motivo válido para papá, a mí al menos me habría ayudado a no
sentirme tan estúpido.
En esto estaba pensando cuando
escuché unos pasos ligeros que correteaban subiendo los escalones. Poco después
escuché unos más pesados y calmados, que sabía que eran los de papá. Sentí
cierta curiosidad, pero no salí de mi cuarto ni me levanté de la cama. Continué
ahí quién sabe por cuánto tiempo - no contaba los minutos - y entonces escuché
que alguien entraba. Me tensé por si era papá, pero escuché la voz de Ted.
-
¿Alejandro? – preguntó. Siempre hacía eso después… después de
que tuviera una “conversación difícil” con papá. Entraba y me llamaba, como si
yo estuviera escondido y no pudiera verme. Si yo respondía, se quedaba. Y si no
se iba con discreción, fingiendo que no me había visto.
Estuve tentado de no
responderle aquella vez, y que se fuera, pero sentía que había sido un capullo
con él y que le debía una conversación. Me di la vuelta, y le miré.
-
¿Cómo estás? – preguntó. Yo no sé qué diablos quería que le
respondiera. “Oh muy bien, sólo me han calentado hasta que he llorado como un
puto crío”.
-
Ya no me duele – respondí solamente, sin matizar si me
refería a la cabeza o al trasero
-
Qué bien. Papá te trajo la aspirina ésta mañana, pero dormías
como un tronco. No sabía si te iba a hacer efecto o…si la ibas a devolver.
-
No he devuelto desde ayer por la noche. No bebí tanto.
-
Bebiste demasiado – me reprochó, y sonó como un regaño. Sabía
que no estaba en situación de enfadarme con él, así que ignoré su tendencia a
olvidarse de que el papel de “hermano mayor que hace de padre” ya estaba
cogido.
-
Siento haberte jodido la noche.
-
Ey, ni lo menciones. ¿Quién quiere ver a Jessie J a la una de
la mañana? Me moría de ganas por llegar a la cama.
Aquello era una mentira tan
falsa que nadie se la hubiera creído, pero estaba bromeando para que me
sintiera mejor, y se lo agradecí. Una de las cosas buenas que tenían tanto Ted
como papá, es que no andaban recordándote tus cagadas. Yo sabía que cuando
saliera de allí papá actuaría como si nada hubiera pasado, excepto que tal vez
estaría un poco más cariñoso conmigo. Con ellos lo de “borrón y cuenta nueva”
se cumplía a la perfección. Era una suerte. Los padres de algunos amigos se
pasaban el día siguiente a una gran cagada echándoles la bronca, e incluso
alguna vez había sido testigo de cómo les lanzaban alguna pulla delante de mí,
de cosas que habían sucedido hacía varias semanas. Papá nunca hacía eso, ni
tampoco me regañaba en público, a no ser que hubiera insultado a alguien, en
cuyo caso me obligaba a disculparme.
-
¿Qué hacen los enanos? – le pregunté. El partido de fútbol ya
debía de haber terminado…
-
Les he dejado en el jardín. Yo he entrado con Dylan para que
vea sus dibujos y le he dejado pegado al televisor. Barie está con papá.
Noté que quería decirme algo
más, y se lo callaba.
-
¿Ha pasado algo?
-
Creo que Barie tiene la regla.
-
Puaj. Tío, pero eso no me lo cuentes. – protesté, asqueado.
No necesitaba detalles sobre ciertas cosas relacionadas con mis hermanitas.
-
Tú has preguntado.
-
Bueno ¿y entonces qué? ¿Papá está haciendo de madre? Eso me
gustaría verlo. Tienes que estar pasándolas putas.
-
En realidad creo que la está castigando – respondió Ted,
desanimado.
-
¿Qué? ¿Por qué?
Barie era algo así como “la
protegida” de papá, y además a él no le pegaba hacer de malo en un momento
tan…particular…de la vida de mi hermana.
-
Dylan vio la sangre y se puso a gritar. Hizo que todos nos
diéramos cuenta y a ella le dio vergüenza, así que fue… un poco borde con él.
Le gritó, y le llamó anormal.
-
No digas más. ¿Cuándo la enterramos?
-
Espero que no sea muy duro con ella.
-
Estamos hablando de Barie. Podría dedicarse a asesinar
cachorros que seguiría siendo la princesita de papá.
Ted sonrió un poco y estuvo
de acuerdo. Luego me miró de una forma que no me gustó demasiado.
-
Me alegra ver que estás de buen humor. – me dijo. Me encogí
de hombros, pero él pareció adivinarme. – Sí, lo sé. Es imposible enfadarse con
papá. Creo que él lo sabe, y se aprovecha de eso.
“También es imposible
enfadarse contigo” pensé. “Aunque me trajeras a casa y llamaras a papá para
decirle que había bebido, sé que lo hiciste por mí.”
-
Aidan´s POV –
Bajé al jardín, buscando a Ted para
decirle que tenía que salir un momento. Iba sólo a la tienda de enfrente, no
serían ni diez minutos, pero aun así me ponía nervioso por dejarle a él sólo
con todos. Me dije que en realidad es como si llevara toda la mañana sólo con
ellos y que en diez minutos no iba a pasar nada. Mi otra opción era enviarle a él, pero
teniendo en cuenta que lo que tenía que comprar eran compresas, hubiera sido
incómodo para él, y para Barie. A mí a esas alturas me daba igual. No sería el
primer padre que compraba compresas para su hija.
No encontré a Ted en el jardín, sin
embargo, y al pasar había visto que tampoco estaba con Dylan viendo la tele. Lo
que sí vi fue al resto de mis hijos cuchicheando en un corro. Cuando me vieron
se separaron, algo nerviosos.
-
¿Qué estáis tramando? – pregunté, de buen humor, mientas
cogía a Alice en brazos. Ya me picaban por no tenerla encima. Mi pequeña iba
vestida con un mini equipo deportivo, y llevaba una coleta. Estaba muy
graciosa.
-
¿Es verdad que Barbie estaba sangrando? – preguntó Madie.
Ella era la única con autorización para llamarla “Barbie”. El resto corría
peligro de muerte si se atrevía a hacerlo. Exclusividad de hermanas, supongo.
-
No es asunto vuestro, panda de cotillas – respondí, divertido
y conmovido a medias por su preocupación.
-
Eso es un sí – dijo Zachary - ¿Lo ves? ¡Te lo dije! Dylan la
vio.
-
Pero Dylan pudo ver otra cosa – dijo Madie – O la sangre
podía no ser suya.
-
¿Y de quién era, del vecino? – replicó Zach. – Estaba
sangrando. Sangrando por ahí abajo.
-
Eh, ya basta. -
intervine, más serio. – Este no es un tema adecuado de conversación
¿entendido? Le incumbe sólo a vuestra
hermana.
-
Papi, ¿por qué a mí no me ha bajado todavía? – preguntó
Madie, algo preocupada. Bárbara y ella tenían la misma edad. Hacían todo a la
vez, pero Madie aún no tenía la regla. A juzgar por su desarrollo, no iba a
tardar demasiado, pero ella me miró con ansiedad, como si temiera que algo no
funcionara bien en su cuerpo. Yo iba a llevarla aparte, para explicarle con
calma y privacidad que no pasaba nada, pero entonces…
-
Porque eres una marimacho, ya te lo he dicho. A ti como mucho
te sangra el cerebro, del esfuerzo que haces al pensar – dijo Zach.
Dejé a Alice en el suelo
justo a tiempo de impedir que Madie se tirara al cuello de su hermano. La
sujeté, y ella intentó soltarse, mientras miraba a su hermano con ira.
-
¡Repite eso, gilipollas!
-
¡Eh! – exclamé, para llamar su atención, zarandeándola un
poco. - ¿Qué es lo que acabo de oír? Cinco dólares al tarro, señorita.
Sí, teníamos el típico tarro
de las palabrotas. Les daba paga a los mayores de diez, así que ellos tenían
que meter dinero sin hacían algún taco. Los menores de diez… bueno, ellos
solían llevarse una palmadita.
-
¿Qué? ¡Cinco dólares es mucho! ¡Si sólo me das quince de
paga! – protestó.
-
¿Prefieres unos azotes?
Madie negó enérgicamente.
Metió la mano en el bolsillo y sacó su cartera, pero puso un puchero. Me
sorprendí porque no me dijera aquello de “ha empezado él”. En lugar de eso,
sacó los cinco dólares y me los tendió, con una cara de pena digna de verse.
Madie le daba bastante importancia al dinero…
-
Así no te comprarás ropa de pija – dijo Zachary, con aire
triunfante, viendo que la regañaba a ella. Madie esta vez no saltó sobre él. Se
limitó a mirarme con tristeza, agitando el billete.
-
Cógelo – me dijo.
-
Ponlo en el tarro, cariño. Yo tengo que hablar con tu
hermano.
-
¿Conmigo? ¡Pero si no he hecho nada! – protestó Zachary.
-
He dicho “hablar” y “hermano”. Si tú has interpretado que iba
por ti y que lo de hablar es algo malo, es porque sabes que no has actuado
bien.
-
Eso no es justo, papá. ¡No es cierto! ¡Ella quería pegarme y
me ha insultado!
-
Y tú la has atacado gratuitamente, ofendiéndola sin
necesidad.
-
¡Sólo era una broma!
-
Sabes que eso no es verdad, hijo. Querías hacerla daño, y lo
peor es que lo has conseguido.
Zach me miró como retándome
por unos segundos, y luego debió de darse cuenta que llevaba las de perder y
sacó su cartera también.
-
¿Cuánto tengo que meter?
-
Esto no se arregla con dinero, Zachary. En ésta casa no se
ataca con puntos bajos. Tú has visto que tu hermana estaba preocupada por algo,
y lo has usado para meterte con ella.
Madie no es eso que la has llamado, y es algo que no debes llamarle a una
mujer. Sube a tu cuarto, hijo.
Zach me miró horrorizado,
entendiendo implícitamente lo que eso quería decir. Pensé que no iba a
obedecer, pero echó a andar. La lástima fue que al pasar junto a Madie la soltó
una patada en toda la espinilla. Le agarré por el brazo y le di la vuelta.
-
Zachary ¿qué diablos ha sido eso? Discúlpate ahora mismo, y
sube a tu cuarto antes de que te metas en más problemas.
-
¡Siempre la defiendes a ella!
-
¡Eres tú el que le ha dado una patada! – exclamé,
sorprendido. ¿Cómo podía decirme eso después de que a había hecho poner cinco
dólares por insultarle?
-
¡Pero vas a pegarme a mí, y a ella no! – gritó. Para entonces
todos nuestros hermanos nos estaban mirando. Nuevamente estaba regañando a uno
de ellos y advirtiéndole de un castigo delante de los demás. Madie se frotaba la espinilla y no se perdía
detalle. Pero era realmente difícil mantener a privacidad con tanta gente.
Me agaché un poco y sujeté a
Zachary, para mirarle a los ojos.
-
Zach, hijo, has empezado tú, sin provocación ninguna, y te
has pasado porque lo que le has dicho la ha hecho daño. Daño de verdad
¿entiendes?
Zach miró a su hermana.
Madeline estaba seria, en silencio, observando. Sin ser especialmente
masculina, si tenía un comportamiento que a veces era más propio de chicos,
como lo de irse a las manos en seguida.
Cuando había manifestado su preocupación por no tener aún la
menstruación, Zachary la había dicho que era por “marimacho”, que aparte de
algo que me parecía muy vulgar decirle a una mujer, había ido acompañado de la
insinuación de que nunca iba a sangrar, “salvo su cerebro, del esfuerzo que
hacía al pensar”. Madie era muy sensible, así que por supuesto que la había
dolido.
Los gemelos, Barie y Madie
tenían una edad muy similar. Eran dos y dos, y a veces se llevaban muy bien, y
a veces muy mal. Las peleas entre ellos estaban a la orden de día. Pero era
Zach el que solía atacar con puntos bajos, y yo ya estaba cansado de eso.
… Pero también era el primero
en pedir disculpas sinceras.
-
Lo siento mucho.- le dijo a su hermana - Sólo te estaba chinchando. ¿Me perdonas?
El resto de testigos soltaron
un “oww” como el que ve una escena tierna en una película. Alice me miró feo,
como si yo fuera el antagonista de la película en cuestión. Y Madie le dio un
abrazo a Zach, como haciendo las paces.
Y entonces yo quedaba como el
malo, claro. Zach me miró, y vino hasta mí, con esa cara de diablillo
arrepentido. Luego caminó hacia la casa como un preso hacia el patíbulo, y yo
le seguí. Cuando traspasamos la puerta se giró, y me dio un abrazo.
-
No sé por qué la he dicho eso – me confesó.
Yo suspiré. Apreté el abrazo
y luego bajé un poco la mano hasta más allá de su espalda y le di dos palmadas.
Dio un pequeño respingo.
-
Nunca más ¿entendido?
- le dije, con voz seria. – Anda a jugar, bocazas.
Zach me dedicó una enorme
sonrisa, entendiendo que no íbamos a subir a su habitación, y salió corriendo.
Me quedé un rato observando desde el cristal de a puerta, y sonreí cuando vi
que Zach le daba un billete a su hermana, a modo de compensación por el que
ella tenía que echar en el tarro.
Uno diferencia muy bien a
Zach de Harry por dos cosas: primero, no eran gemelos idénticos. Los dos eran
rubios, y muy parecidos, pero Harry tenía la cara como más afilada y era
ligeramente más delgado. Y segundo, Zach era más noble. Y no estoy diciendo que
Harry sea mala gente, ni mucho menos. Pero Zach tenía cierta sinceridad infantil, parecida a la inocencia.
Vi que Alice caminaba hacia
mí, es decir, hacia la puerta, y saltaba para intentar abrirla. Sonreí, y la
abrí hacia dentro, para que pasara.
-
¡Papi! – me dijo.
-
Hola, cielo. ¿Ya te has cansado de jugar?
-
“Saido” Ted, y me aburro.
-
Pues vamos a buscarle ¿no te parece? – dije, y me la puse a
hombros.
Subí al cuarto de Ted, Cole,
y Alejandro, con la pitufa encima. Recordé lo que había pasado con Alejandro, y
por eso me extrañó que Ted estuviera con él en la habitación. Pero ahí estaba.
Entré con algo de cautela, tanteando el terreno. Senté a Alice en la litera de
Cole. No me parecía que Alejandro estuviera enfadado.
-
Ey. ¿Cómo quieres que siga el partido sin el árbitro? – le
dije a Ted.
-
Yo soy el portero. Y créeme que juegan mejor sin mí.
Se rió, y yo me reí con él.
-
¿Papá te hizo pampam? – le preguntó Alice a Alejandro,
poniendo el gesto de la mano y todo.
Alejandro se avergonzó
visiblemente.
-
Pitufa, eso no se pregunta – regañé con suavidad.
-
¿Por qué no? También le hiciste pampam a Zach.
Ted se levantó, y la cogió en
brazos.
-
A quién van a hacer pampam es a ti si sigues haciendo
preguntas. – la dijo.
-
¡Nooo! – exclamó, y se hizo pequeña en los brazos de Ted. –
Papi, no.
-
Al único que voy a hacer pampam es a Ted si no recoge este
estercolero – bromeé. No estaba tan desordenado, y no era precisamente su parte
la que estaba mal, sino la de Alejandro. Era una forma de recordarle a éste que
tenía que recoger sin tener que
regañarle.
-
En seguida – respondieron los dos, captando el mensaje.
-
Ted, tengo que salir un momento. Tardaré cinco minutos, diez
como mucho. Échale un ojo a tus hermanos ¿vale? Dylan sigue viendo la tele,
Madie está en su cuarto y los demás en el jardín.
Ted asintió, con seriedad
casi militar. Estúpidamente me sentí culpable por irme, a pesar de que no me
iba de juerga sino a comprar compresas. Creía que a veces descargaba demasiado
en Ted. Desde hacía un par de años me apoyaba en él para todo. No debía
olvidarme de que él estaba creciendo también, y no era trabajo suyo cuidar de
ésta familia.
Por eso en parte le había
comprado las entradas, aunque eso no había salido demasiado bien.
-
Ted´s POV –
Aidan había vuelto a dejarme a cargo,
y ésta vez yo estaba resuelto a no pifiarla. Eran sólo diez minutos, y nada iba
a pasar en mis diez minutos. Tenía que demostrarle que no iba a volver a
cometer un error como el de la semana pasada, cuando fueron de compras. Dejé a Alejandro recogiendo su trozo de
habitación y me bajé con Alice a vigilar qué hacían los demás.
Dylan estaba absorbido por la
pantalla de televisión. Estaba tranquilo, porque no se balanceaba ni hacía
ningún movimiento con la mano De hecho, parecía a punto de quedarse dormido.
Sonreí, e intenté pasar discretamente detrás del sofá, pero me vio.
-
Claro, a las dos es la comida. A las dos. Y son la una y
media.
Ese niño era como un reloj.
Papá se había acostumbrado a cumplir el horario estrictamente. Dylan tenía que
hacer cada cosa a su hora, con exactitud rutinaria, o se descolocaba por
completo.
-
Sí, Dylan. Son la una. Aún falta media hora, hay tiempo.
-
Claro, papá cocina siempre antes de comer, y no está
cocinando.
Yo me reí.
-
Claro que cocina antes de comer, Dylan. ¡Como que la comida
va a hacerse sola! Tú no te preocupes, que papá estará aquí y hará la comida. Y
comeremos a la hora, ¿vale?
-
Sí.
Esa breve conversación m llevó a
preguntarme qué habría de comer. Aidan no había tenido mucho tiempo esa mañana:
primero había estado con Alejandro, y
luego con Barie. Quizá pidiera comida para llevar. Estratégicamente, dejé un
folleto de una pizzería al lado del teléfono, en una indirecta poco sutil para
que pidiera eso.
Después salí al jardín, y vi que
todos jugaban a…. no sé muy bien a qué, pero reían y se perseguían. Todos salvo
Zach, que estaba sentado en el césped, mirando. Me senté con él.
-
¿Estás cansado? – pregunté, y negó con la cabeza - ¿De bajón?
– aventuré, y asintió.
Recordé que Alice había dicho
que Aidan le había castigado. Me pregunté si era verdad.
-
¿Papá te ha pegado?
-
Casi. Sólo me ha dado dos palmadas.
-
Entonces ha sido una advertencia.
-
Sí.
-
Bueno, ¿y por qué estás de bajón? No ha llegado a castigarte.
-
No es eso.
-
¿Entonces qué es?
-
No te lo puedo decir.
-
¿Por qué no?
-
No lo sé.
-
¿No sabes por qué no me lo puedes decir? Zach, soy tu
hermano. Si no me lo puedes decir a mí ¿entonces a quién?
-
A nadie. Porque sí lo digo entonces dejará de hablarme.
-
¿Quién dejará de hablarte? Escucha, ¿por qué no me lo cuentas
desde el principio? Te prometo que no se lo diré a nadie. Mis labios están
sellados.
Zachary me miró como probando
la veracidad de mi promesa, y debió decidir que podía fiarse, porque suspiró.
-
Sé que Harry está planeando vaciar el bolígrafo de tinta roja
en la silla de Madie, para gastarle una broma y que crea que…que le pasa como a
Bárbara. Papá antes se ha enfadado conmigo por chinchar a Madie con eso, así
que creo que si hace esto se enfadará mucho, pero Harry no me escucha. Si papá
se entera se enfadará conmigo por no habérselo dicho. Y si se lo digo a papá,
se enfadará Harry y dejará de hablarme. ¿Entiendes ahora mi problema?
-
Es un problema de muy fácil solución: no dejamos que Harry
haga esa tontería, y ya está. – le dije a Zach, y luego llamé al otro gemelo. -
¡HARRY, HARRY, VEN!
Harry abandonó el juego y se
acercó, algo colorado, sudando y jadeando. Zach me apretó el brazo, como para
que me estuviera callado, pero le ignoré.
-
Lo que le pasa a Bárbara es un asunto de chicas. Ellas son
muy sensibles, y no está bien que te burles de eso. Así que búscate otra broma
que hacerle a Madie ¿vale? Una de la que papá también se pueda reír, en vez de
enfadarse. Puedes sacar tu tirapedos. Papá te lo compró, así que no se enfadará
porque lo uses.
-
¡Chivato! – gritó Harry, y se lanzó a por Zach, antes de que
yo pudiera impedirlo.
-
¡No se lo he dicho a papá! – se defendió él.
-
¡Se lo has dicho a Ted, que es casi lo mismo!
Harry y Zach rodaron por el
suelo, y el segundo se llevó un puñetazo que hizo que le sangrara la nariz.
Intenté separarlos, y al final lo conseguí. Justo en ese momento, escuché la
puerta principal, y en pocos segundos papá estaba en el jardín, viendo cómo
sujetaba al enano peleón.
Solté a Harry, sabiendo que
no se volvería a lanzar a por su hermano con papá delante. Y me cagué en todo, porque papá me había
dejado sólo diez minutos, diez minutos, y no había podido ni prevenir una
pelea.
-
Aidan´s POV -
Entré a casa con la bolsa de
la compra en la mano, y al primero a que vi fue a Dylan, en el sofá. Iba a
saludarle, pero antes de poder decir nada observé su movimiento pendular, señal
de que algo le inquietaba. Estaba de rodillas en el sofá, pero no miraba la
tele, sino el jardín, a través del cristal de la puerta trasera. Dejé la bolsa
encima de la mesita de la entrada, y me acerqué a él.
-
¿Qué pasa, cielo?
-
Se están peleando – gimoteó. Las situaciones violentas le
ponían nervioso.
No perdí un segundo y me dirigí a la
puerta, y al salir vi a Ted sujetando a Harry. Mi hijo mayor me echó una mirada
culpable, pero yo me centré en Zach, que sangraba por la nariz.
-
¿Qué ha pasado? – exigí saber. Pensé que sólo obtendría respuesta de Ted,
pero el que habló fue Zach, que corrió hacia mí y me dio un abrazo con el que
me pedía protección.
-
Yo sólo quería que no te enfadaras con él.
Los trece años de mi hijo se
volvían tres cuando ponía esa vocecita quejumbrosa. Le separé un poco.
-
Pues ahora estoy enfadado con los dos, porque os habéis
peleado – le dije, y le inspeccioné la herida de la nariz. – Ven, vamos al
baño.
Le acompañé dentro de casa,
hasta el baño, y abrí el grifo del agua caliente.
-
Lávate y ponte un trocito de papel, hasta que deje de
sangrarte.
Le observé mientras lo hacía,
y luego me miró con su carita especial de “no te enfades conmigo”. Lo dicho:
trece años físicos, tres mentales.
-
¿Es esa forma de comportarse? ¿Peleándose como animales con
tu propio hermano?
-
El empezó…
-
¿Y desde cuánto te ha valido lo de “él empezó”?
Zach agachó la cabeza.
-
Nunca…
-
¿Crees que está bien, pegaros así?
-
No…
Le agarré del brazo y le di
tres azotes, algo más fuertes que las dos palmadas que le había dado hacía un
rato.
PLAS PLAS PLAS
-
No quiero ver que volvéis a pelear – le dije, pero antes de
poder continuar me asfixió en un abrazo, llorando como si le hubiera dado el
castigo de su vida. Sí sólo había sido una advertencia…
-
Lo siento.
-
Bueno. Bueno, ya. Shhh. Pero, ¿por esto lloramos? No ha sido
nada, campeón. Fuera lágrimas ¿sí?
Zach asintió y se separó un
poquito, para secarse las lágrimas, pero luego me volvió a abrazar.
-
Yo sólo quería que no te enfadarás con él… - repitió.
-
¿Y por qué iba a haberme enfadado?
-
Porque…porque Harry iba a poner tinta roja en la silla de
Madie. Se lo dije a Ted, pero intentó convencerle de que no lo hiciera y Harry
se enfadó.
-
¿Por eso os habéis peleado? – pregunté, para estar seguro, y
Zach asintió. Tenía razón: sí que me hubiera enfadado por eso. Primero, por
manchar la silla, que luego el que limpia la gracia soy yo. Y segundo, por lo
que simbolizaba para Madie.
Respiré hondo, y le di un
beso en la cabeza.
-
Ha sido culpa suya, pero tú tampoco has debido pelearte.
Aunque él empezara, tú debiste haber terminado. ¿Lo entiendes?
Zach volvió a asentir. Me
escuchaba con toda su atención y yo sentí la necesidad de continuar.
-
Aun así, creo que no he debido castigarte. Hiciste lo
correcto al intentar que no gastara esa broma, y no es culpa tuya que él haya
reaccionado así. Lo siento ¿vale? ¿Me perdonas?
Zachary me dedicó una enorme
sonrisa.
-
Claro. Si eso no ha sido un castigo.
-
Pero te he hecho llorar, y lo siento – insistí. Creía
firmemente en la necesidad de reconocer los errores. Era la clase de cosa que
quería inculcar en ellos, y lo mejor era predicar con el ejemplo. Yo también me
equivocaba.
-
Lloré porque estabas enfadado – me dijo, muy bajito.
Se me encogió el corazón, y
le apreté con fuerza, levantándole un poco del suelo. Alejandro con trece años
no era así. Había entrado ya en su época rebelde. Incluso Harry era menos
dulce. Zachary era un sol.
-
No cambies nunca ¿vale? Te confesaré un secreto: es imposible
que yo me enfade contigo. Todo es teatro.
La sonrisa de Zach se hizo
aún más grande. Volví a mirarle la nariz, para comprobar que ya no sangraba.
-
Creo que puedes quitarte el papel. ¿Te toca poner la mesa?
Zach se quitó el papel, y
asintió, mientras lo tiraba al váter.
-
¿Qué hay de comer? – preguntó.
-
Lo que pida por teléfono.
-
¡Pizza! – pidió.
-
Ya veremos – respondí, haciéndome de rogar.
Se fue a poner la mesa, y yo
bajé para hablar con Harry. Le encontré al borde de las escaleras, con Ted.
Hablaban en voz baja, creo que esperándome.
-
Harry, sube a tu cuarto – le dije. – Yo voy a pedir la comida
y voy enseguida.
Harry ni me miró y se fue,
escaleras arriba. Me dirigí al teléfono
bajo la atenta mirada de Ted. Al lado del teléfono vi un folleto de pizzería.
Me giré, y alcé una ceja.
-
¿Una indirecta?
-
Puedo ser menos sutil todavía – me dijo, sonriendo, y yo
sonreí también.
En vista de que ya iban dos
que se decantaban por comida basura italiana, cogí el folleto y llamé al número
que indicaba. Pedí cuatro pizzas familiares, sabiendo que aunque los peques
comían poco, el apetito de los mayores lo compensaba. Cuando colgué, me
encaminé hacia las escaleras, pero Ted me frenó un segundo.
-
Papá… no seas muy duro con él.
-
¿Te pagan para que intercedas por ellos?
-
Hoy estás castigando a todos…
-
Porque todos se portan mal. Además, no es verdad. Sólo
castigué a Alejandro por vuestra aventura de ayer.
-
Entonces, ¿a Barie no?
-
No.
Ted sonrió, pero luego se
puso serio.
-
Siento no haber impedido la pelea.
-
No ha sido culpa tuya. Lo haces bien, Ted. Me eres de mucha
ayuda. ¿Podrías encargarte de que vayan entrando y lavándose un poco? No creo
que las pizzas tarden mucho.
Ted asintió y yo subí las
escaleras. Fui un momento a la habitación de Barie, y la dije que ya le había
comprado las compresas, y que estaban en una bolsa, en la entrada. Bajó a por
ellas. Musitó un “gracias” y bajó a por ellas.
Entré a la habitación que
compartían los gemelos. Harry me esperaba sentado en la cama, con expresión
neutra. Me senté a su lado.
-
Así que, se te ha ocurrido una broma… - empecé.
-
¡No puedes castigarme por eso! – dijo, a la defensiva - No llegué a hacerlo.
-
Ya sé que no. Sólo estoy hablando contigo. ¿Qué pretendías
hacer?
-
Ya lo sabes. El traidor de Zach ya te lo habrá contado.
-
Dudo mucho que tu hermano sea un traidor. De ser así no
habría intentado que no te metieras en un lío.
-
Como sea, ya te dijo.
-
Sí, ya me dijo. ¿Qué esperabas conseguir? – pregunté.
Harry me miró sin comprender
del todo. A él por lo general le ponía nervioso que hablara con él antes de
castigarle. Estaba distraído, pensando en lo que venía, y no siempre controlaba
lo que decía. Me costaba mucho que entendiera que simplemente quería hablar con
él, para que entendiera por qué iba a ser castigado.
-
¿Por qué querías hacer esa broma? – reformulé.- ¿Por qué
pensaste que iba a ser gracioso?
Harry se encogió de hombros,
pero vi que lo pensaba.
-
Una chica de mi clase manchó la silla una vez – me dijo. – La
gente se rió.
-
¿Y ella? ¿Ella se rió?
-
No. Se marchó de clase llorando.
-
¿Querías hacer llorar a tu hermana? – le pregunté. Ocurría
algo extraño cuando hablaba con ellos en sus cuartos antes de un castigo: era
como un pacto de sinceridad en el que se hablaba sin reservas, soltándolo todo.
Yo intentaba no enfadarme dijeran lo que dijeran, y por eso ellos se sentían
con libertad de decir lo que pensaban.
-
No. No hubiera llorado por eso, no es para tanto…
-
¿A ti te gustaría que mancharan tu silla de chocolate y
dijeran que…?
-
Agh, papá, ¡no seas asqueroso!
-
Bueno, ¿te gustaría? – insistí.
-
No, pero no me pondría a llorar.
-
Tal vez no. Pero la menstruación es…
-
Papá, no hace falta…
-
Se llama así, Harry. Ese es su nombre, y no pasa nada por
decirlo. La menstruación es un tema importante para tu hermana. Aún no la
tiene, y no sabe si eso es malo. No lo es, puede venirle en unos años y
seguiría siendo normal, pero ella no puede evitar pensar que su hermana y tal
vez sus amigas ya la tienen y ella no. Si tú manchas su silla de rojo, la harás
sentir mal, porque, o bien la engañas por un omento y piensa que ya la ha
venido, o bien piensa que te burlas de ella y se siente herida. Y en cualquier
caso manchar la silla porque sí nunca ha sido una opción.
Harry frunció el ceño. No sé
si estaba de acuerdo conmigo o no, pero al menos me escuchó.
-
Pero al final no lo he hecho.
-
No, pero ibas a hacerlo, y es justo lo que tu hermano quería
impedir. Quería impedir que te metieras en un lío, que hicieras daño a tu
hermana, y yo tuviera que castigarte. Ese no es motivo para que te lances sobre
él y te líes a puñetazos. Más bien deberías estarle agradecido.
-
¡Pero es un chivato!
-
Si fuera un chivato me lo hubiera dicho a mí antes que a Ted.
Y aun así, no sería para que te enfadaras, porque yo no hubiera dejado que lo
hicieras y no habrías llegado a meterte en un lío. Todo esto se resume en que
tú viste una mala idea, tu hermano quiso quitártela, no te gustó, y le
golpeaste. Y el resultado es que tu hermano sangró por la nariz, y tú estás
aquí, esperando un castigo. ¿Acaso es
culpa de tu hermano que estés aquí? ¿Es culpa de tu hermano que tú le
golpearas?
Harry bajó la cabeza, y le
escuché sorber por la nariz, de lo que deduje que había empezado a llorar.
Decidí que ya habíamos hablado bastante.
-
Ponte de pie, Harry. – le dije, y obedeció. Siempre obedecían
esa orden, como si estuvieran deseando alejarse de mí. – Quítate el pantalón, y
ponlo sobre la silla.
Esa otra ya les costaba más.
A Harry, en concreto, le costaba un infierno, y por eso le mandé hacerlo,
porque sabía que eso era más castigo que los azotes que le fuera a dar. No era
por ser cruel, sino por conseguir que calara el mensaje sin tener que ser
demasiado duro.
-
No, papá.
-
Hazlo, Harry.
-
Papá, por favor.
-
¿Te los bajo yo?
Harry sollozó, se quitó los
zapatos, y se llevó las manos al botón de los vaqueros, pero luego las volvió a bajar.
-
Papá…
Yo me levanté, y el
retrocedió, como asustado, pero le arrimé a mí y desabroché el botón de sus
pantalones.
-
Papá, no ha sido tan malo. Por favor, sin pantalones no…
-
Harry, si te he dicho que te los quites va a ser sin
pantalones, aunque tenga que bajártelos yo. – sentencié, y tiré un poquito de
la ropa. Harry sollozó y se abrazó a mí. Sólo en ese momento se permitía ser
vulnerable y abrazarme, en contraste con su gemelo, que me estaba abrazando
todo el día. – Harry, luego me abrazas, campeón, pero ahora… - le dije, y
finalmente bajé sus pantalones. No sé por qué odiaba tanto quedarse en
calzoncillos si en verano yo tenía que perseguirle para que se vistiera.
Sintiéndose derrotado,
terminó de quitárselos y los puso sobre la silla.
-
¿Listo? – le pregunté, y negó efusivamente con la cabeza. Yo
sonreí un poco. – Cuánta sinceridad. Vamos, ven aquí, y dime por qué voy a
castigarte.
-
Por pelearme con Zach.
-
Eso es. Qué hijo más inteligente tengo.
No había sarcasmo en mi voz.
En esos momentos mis hijos se volvían pequeños y asustadizos, y yo les hablaba
con amabilidad. Tiré de él suavemente. Sabía que no iba a ponerse sólo sobre mi
regazo, así que le empujé un poquito y acompañé su movimiento. Cuando estuvo
tumbado sobre mí le coloqué para que no tuviera medio cuerpo en el aire. Su
cabeza, su pecho, y sus brazos reposaron sobre la cama.
Y entonces le oí llorar muy
fuerte. Le acaricié la espalda.
-
Tú hermano y tú tenéis trece años. Trece años estando juntos,
siendo uno el par del otro. Unidos por la sangre, y la familia. Trece años en
los que tú has cuidado de él, y él ha cuidado de ti. – le dije – Así que serán
trece azotes, para que nunca vuelvas a olvidarlo.
Harry se tensó un poco, y
luego se relajó. Trece no era un número muy alto. Dejé la mano izquierda quieta
sobre su espalda, y comencé.
PLAS PLAS PLAS PLAS
Harry movió la mano y se
agarró a mi pierna, con fuerza. Yo me sorprendí un poco, pero no dije nada.
PLAS PLAS PLAS PLAS
Soltó un sollozo. Yo no
estaba siendo suave y sobre todo estaba yendo despacio. Creo que eso le ponía
nervioso, así que decidí terminar rápidamente.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Dejé ambas manos en su
espalda y le hice ciculitos concéntricos. Le froté los hombros y se los apreté
suavemente, indicando que se levantara. Lo hizo, y se llevó las manos atrás,
donde le había pegado. Luego me miró, se avergonzó, y las bajó. Yo puse mi mano
por fuera de su calzoncillo, y le acaricié. Sabía que lloraba mayoritariamente
por cuestiones emocionales, porque no había sido demasiado duro.
-
Ya está. Ahora papá te mima, y ya no lloramos más. ¿Mmm? Que
la pizza con lágrimas no sabe igual.
Abrió los ojos al oír “pizza”
e hizo por sonreír, pero no fue un buen intento. Le envolví en un abrazo.
-
Ya no va a haber más peleas, ¿a qué no?
Harry negó con la cabeza.
-
Éste es mi niño. Perdón, mi hombrecito. – dije, y le di un
beso. Me estiré para coger sus pantalones y los extendí frente a él, para que
los cogiera y se vistiera. Él se limpió las lágrimas, y cogió la ropa. Se apoyó
en mi hombro, e hizo unos equilibrios extraños para ponérselo. – Eso es, tú
hazlo difícil. ¿Quién quiere sentarse en la cama? Esa es la versión fácil.
Harry me sacó la lengua, y yo
me reí. Le pasé los zapatos, y para cuando se los terminó de poner apenas
parecía que hubiera llorado, aunque sí estaba algo tristón.
-
Ale, a la mesa, que faltan dos minutos para las dos. Espero
que las pizzas vengan pronto o Dylan nos recordará a todo que hay un horario
que cumplir.
Harry bajó las escaleras, y
yo fui detrás de él, y justo en ese momento sonó el timbre. Bajé a pagar las
pizzas y entré con ellas al comedor. Debía de haber hambre, porque todos menos
Harry estaban en la mesa. Harry se sentó en ese momento, y sonó un ruido extraño,
como de… como de pedo. Zach se empezó a reír por lo bajo, y miró a Ted, que le
sonreía con complicidad. Entonces todos empezaron a reír, poco a poco cada vez
más escandalosamente.
-
Muy maduro, chicos – repuse, rodando los ojos, pero sin poder
contener una sonrisa porque Harry también se estaba riendo. Sacó una especie de
bolsa roja, un tirapedos, que compré en una tienda de artículos de broma,
pensando en el espíritu bromista de los gemelos.
jjajajajajajaja no he parado de reír jajaja muy bueno ese papi-hermano y como cada uno tiene su personalidad bien definida jajjajaja
ResponderBorrarLittleHoshi: A cada capítulo te superas
ResponderBorrarque tonto.....
ResponderBorrarme ha encantado meheleido de un solo tiron todoslos capitulos y me gusta mucho, felicidades Dream Girls, chica de los sueños
ResponderBorrarmarambra