"Una bienvenida poco
agradable"
El sol caía
pesadamente sobre el cielo de Villa Chica. Los trabajos en la granja resultaban
mucho más complicados para Jonathan ahora que Clark se encontraba en su exilio
en Metrópolis. Mientras recogía los bultos de paja, el granjero no dejaba de
pensar en la ausencia de su hijo, que tanto dolor causaba a su familia y
amigos.
Jonathan
recordaba con tristeza aquella tarde del matrimonio de Lex en que las
precipitadas decisiones de su Clark, dieron paso a que Martha perdiera el bebé
que la pareja esperaba, y que su hijo adoptivo, en medio del dolor y la culpa,
abandonara Smallville bajo los efectos de la Kriptonita Roja.
–¡Jonathan, ven!
–Gritó su esposa desde el interior de la casa.
Dejando el
último bulto sobre el suelo, se dispuso con paso lento a avanzar hacia el
interior de la granja. Una vez allí, encontró a su esposa perpleja frente al
televisor, con sus ojos acuosos fijos en la noticia que en el momento se
transmitía. En la pantalla se relataban los extraños sucesos de un robo en uno
de los bancos más importantes de Metrópolis. Para la pareja no era difícil
deducir que aquellos actos estaban en manos de su hijo.
–Esto se está
saliendo de control, Martha.
–Lo sé, Jon.
Pero, ¿qué podemos hacer?
Jonathan
reflexionó por unos segundos las palabras de su esposa. Lo cierto es que desde
hacía días había llegado a una decisión final.
–Iré por él
–dijo decidido.
Martha se paró
del sofá con mirada inquieta. Quería a su hijo de vuelta, pero entendía que con
ese anillo, Clark podía ser peligroso.
–Pero… sabes lo
peligroso que es cuando lleva el anillo. No dejará que lo traigas, ¡hasta
podría lastimarte!
–Martha, si no
hacemos algo ahora mismo, me temo que terminará ocurriendo una tragedia.
La pelirroja
agachó la mirada. Su esposo tenía razón: no quería que su hijo, su amado Clark,
resultara culpable de una tragedia. Si el robo ya era algo inconcebible, no
quería imaginar lo que sentiría si su hijo cometía un asesinato bajo los
efectos del anillo.
–Haré algo con
lo que sé que no estarás de acuerdo –dijo Jonathan retomando la conversación–.
Le pediré ayuda a Jor-El.
Martha abrió los
ojos como platos y se acercó quedamente a su esposo.
–Jonathan, no
sabes lo que Jor-El le hará a Clark, ¡o a ti!
–No me queda de
otra. No quiero perder a nuestro hijo.
Jonathan vio a
su esposa asentir nerviosa y no le quedó de otra que estrecharla entre sus
brazos. Ambos extrañaban a su hijo, y él estaría dispuesto a cualquier cosa
para recuperarlo.
Después de haber
pedido ayuda a Jor-El, Jonathan empezó a dudar de su decisión. Pero sabía que ya
no había marcha atrás, y más ahora que tenía por un rato poderes similares a
los de Clark, y luchaba cuerpo a cuerpo contra él, o mejor dicho, contra
Kal-El.
Tras una ardua
batalla su cuerpo quedó muy debilitado, y agradeció enormemente que su hijo
tomara control de su propia mente y pudiera vencer el poder del anillo,
eliminando a Kal-El y volviendo a ser el muchacho de casi diecisiete años al
que vio crecer.
–¡Lo siento,
papá! –escuchó decir de boca de su hijo, que lo sostenía, también debilitado,
con un brazo bajo sus hombros.
–Descuida, por
ahora sólo quiero que volvamos a casa…
El viaje en la
camioneta fue largo. Clark condujo porque Jonathan se encontraba muy
debilitado. El muchacho se pasó todo el viaje observando a su padre que
dormitaba en el asiento del copiloto. Se alegraba de regresar, pero también
sentía miedo por enfrentar las consecuencias de las que huyó por tres meses.
Temía que al entrar a casa su madre lo recibiera con decepción.
–Aquí estamos…
–dijo Clark con aire cansino una vez el auto pasó tras la conocida entrada que
dictaba “Granja Kent”
Bajaron con
cautela y en silencio. Clark sostuvo a su padre que aún estaba cansado,
mientras se dirigían con pasos lentos al porche de la casa. Antes de entrar, el
menor de los Kent se detuvo con inquietud e incertidumbre.
–Entra, hijo –le
indicó Jonathan con una sonrisa media–, es tu casa.
Clark asintió
con duda y se dispuso a dar los primeros pasos hasta su casa. Su madre los
esperaba ansiosa en la sala principal, y antes de que Clark mediara palabra,
Martha envolvió sus brazos alrededor de su cuello.
–¡Me alegra
tanto verte! –dijo la mujer ahogando un sollozo.
–También yo,
mamá –respondió Clark hundiendo su rostro–. Lo siento por todo, por ti, por el
bebé…
–Jamás te
culpamos, hijo –procuró Martha acariciando la mejilla de su único hijo–. Te
queremos y nos alegramos demasiado de que estés aquí.
Clark rompió lo
que quedaba del abrazo y sonrió a sus padres. Jonathan aún lucía cansado pero
esperanzado.
–Hijo, ¿por qué
no vas a tu cuarto a descansar unos minutos? Tenemos mucho de qué hablar
–sugirió Jonathan.
Clark obedeció,
pero en sus adentros deseó que esa conversación no llegara jamás. Sabía que aún
debía enfrentarse no sólo a su culpa, sino también a la decepción de sus
padres.
–Supongo que
estarás pensando en cómo castigarlo –dijo Martha sacando a su esposo de sus
pensamientos, mientras acariciaba su cabello.
Jonathan,
sentado junto a ella en el sofá, sólo asintió, y habló segundos después.
–Provocó grandes
desastres y lo sabes.
–Pero llevaba el
anillo –recordó Martha.
–Sí, pero él
tomó la decisión de usarlo y huir de sus consecuencias –repuso Jonathan–. No lo
culpo por lo que haya hecho con el anillo, sino por todos los actos que lo
llevaron a usarlo.
–En eso tienes
razón, pero, ¿en qué has pensado para su castigo?
Jonathan tomó
una gran bocanada de aire y la soltó en un prolongado suspiro. Odiaba esta
parte.
–¿Sabes? Creo
que hemos sido bastante permisivos con Clark –empezó a hablar Jonathan–. Fue un
grandioso niño, pero desde que inició su adolescencia ya no toma en cuenta
nuestra opinión y ha decidido hacer lo que él quiera.
–Así son todos
los adolescentes, cariño.
–Clark no es un
chico normal, y lo sabes –continuó él–. Sé que es un buen muchacho, pero con su
constante actitud de echarse el mundo sobre los hombros, se ha estado metiendo
en más problemas de los que debería.
Martha asentía
con cada palabra que Jonathan decía. Aunque le dolía no estar del lado de su
hijo, sabía que su esposo tenía razón.
–¿Qué piensas
hacer? –preguntó Martha.
–Creo que
debemos recurrir a… otras medidas. Le voy a pegar.
Martha abrió sus
ojos como platos sin dar crédito a las palabras de su marido.
–No pongas esa
cara –se apresuró a decir Jonathan–, no me refiero a hacerle un daño real. Me
refiero a azotarlo, lo que cualquier otro padre habría hecho desde hace mucho
tiempo.
Martha aún
seguía poco convencida.
–¿De qué
servirá? Ni siquiera lo va a sentir.
–Lo sentirá si…
–Y antes de terminar, Jonathan dirigió su mirada a la mesita ubicada en una
esquina de la sala. Martha comprendió al instante: en uno de esos cajones, la
pareja estuvo guardando esos meses la cajita de cobre con un pedazo de roca
verde dentro.
–¡No podemos
usar la roca sólo para darle una lección!
–Tranquilízate,
Martha. No quiero lastimarlo, si mantenemos la roca a una distancia prudencial,
podemos hacer que se sienta más... humano. Sólo me interesa que pueda sentir
los azotes.
–Jonathan, ¿estás
seguro de esto? Ya está grande.
–De hecho lo
consideré desde que empezó a tomar rienda suelta de su vida sin considerar a
sus padres.
Martha caminó
dudosa. Estaba casi convencida de que la decisión de Jonathan sólo haría enojar
a Clark. Después de todo, él ya no era un chiquillo al que pudieran corregir
con nalgadas. Ellos jamás utilizaron el castigo físico con Clark, sencillamente
porque cuando empezó a salirse de control, ya se había vuelto inmune a casi
cualquier clase de dolor.
–Martha, sé que
te asusta la idea de que se enoje, pero es algo que se espera cuando azotas a
un muchacho. No esperarás que quede contento, ¿o sí? Además, ya viste lo
arrepentido que está, y él sabe muy bien que merece un castigo.
Con la mirada
que le lanzó su esposa, Jonathan supo que al fin la había convencido.
–¡Clark,
baja, hijo! –llamó Jonathan desde la sala de estar.
Clark, que había
estado todo el tiempo acostado en su cama viendo hacia el techo, bajó con su
súper velocidad. Sus padres lo esperaban sentados en el sofá grande.
–Siéntate
–Indicó Jonathan señalando el sofá individual de enfrente.
–Antes que nada,
quiero que sepan que estoy muy arrepentido por todo lo que hice –inició Clark
con la esperanza de que su iniciativa mejorara en algo la situación.
–Lo sabemos,
hijo. Pero eso no es suficiente, ¿cierto?
–Cierto…
–Susurró Clark agachando la mirada.
–Comprendo
–prosiguió Jonathan– que tú no tuviste control mientras llevaste el anillo,
pero sí al momento de decidir usarlo. Destruiste la nave sin tomar en cuenta
nuestra opinión.
–¡Porque sabía
que se enojarían! –repuso el muchacho.
–Creo que es
mejor que guardes silencio –advirtió su padre en tono severo–. Aunque no sabías
lo que pasaría, debes asumir la responsabilidad por lo que trajo la destrucción
de la nave.
Clark agachó aún
más la mirada. Odiaba saber que su padre tenía razón. No pudo evitar un
incómodo nudo en la garganta.
–Luego de eso
–continuó Jonathan–, te pusiste el anillo, aún sabiendo que cuando lo llevas
pierdes el control, robaste mi moto y huiste de nosotros. ¿Sabes cuán
preocupados estuvimos?
–Lo siento…
–Pero quiero que
sepas que te perdonamos, y sin embargo mereces una lección –dijo el mayor de
los Kent.
Clark levantó su
rostro para enfrentar la mirada compasiva de sus padres. Supuso que estaría
castigado al menos por tres siglos.
Jonathan hizo
una señal a su esposa, que desde varios metros de lejanía, los suficientes,
levantó la tapa del cofre de cobre y Clark de inmediato se sintió un poco
débil.
El muchacho no
pudo menos que mirar contrariado y muy asustado. No podía creer que sus padres
lo lastimarían.
Ante la mirada
perpleja del chico, Jonathan habló poniéndose de pie.
–Tu madre y yo
creemos que hemos sido muy condescendientes en tu educación. Pasamos tus faltas
cuando son por el bien de todos, pero ahora has sido muy irresponsable, Clark.
–¿M-me van a
lastimar con la roca? –Preguntó Clark asustado, sin poderse parar
tranquilamente del sofá y huir porque su padre ya se encontraba de pie frente a
él limitándole el paso.
–La usaremos
para darte una lección. Sé que jamás he hecho esto antes, pero tendré que darte
unos azotes.
Clark se puso de
pie de un salto y buscó, infructuosamente, espacio para alejarse.
–¡No puedes
hacer eso!
–Sabes que sí,
hijo.
–¡P-pero, ya… ya
soy un hombre! ¡No soy un niño pequeño!
–Por favor,
Clark. No porque ya seas tan alto como yo y muchísimo más fuerte que cualquier
otro, tienes derecho a ignorar la disciplina de tus padres. Sé que ya no eres
un niño pequeño, pero sí un adolescente que necesita una lección.
Clark se dispuso
a pasar por encima de su padre, pero Jonathan colocó ambas manos sobre sus
hombros y con un simple apretón le negó el paso. La kripnotina desde esa
posición no lo ponía lo suficientemente débil como para sentir auténtico dolor,
pero sí para tener la fuerza simple de cualquier otro chico de su edad.
–¡Mamá, dile
algo! –dijo Clark buscando la ayuda de su madre, pero con la mirada de la
mujer, supo que no tenía salida–. Papá, podemos solucionarlo de otra manera, si
quieres… ¡castígame por tres meses! Dame trabajo extra, dile a los maestros que
me dejen más tarea, arreglaré el desastre que hice en el refugio, ¡pero no me
pegues!
–Deja el drama,
hijo –cortó su padre–, si dices que ya eres un hombre, enfrenta las
consecuencias como tal. Ah, y todos esos maravillosos castigos que dices
también los cumpliré. Ahora, ubícate tras el respaldo del sillón.
Clark se quedó
completamente quieto, sin ánimos de obedecer, pero ante la mirada decisiva de
Jonathan, dio unos cuantos pasos para rodear el sofá y ponerse tras el
respaldo. La situación era demasiado extraña y ajena para él. La única vez que
estuvo cerca de recibir una paliza fue a sus 14 años cuando golpeó en un ataque
de rabia a uno de sus compañeros, pero lo que recibió por castigo fue pasar
todo su verano haciendo trabajo social. Sus padres supieron que fue inútil,
porque a Clark le gustaba ayudar a los demás.
Observó cómo su
padre se quitaba el cinturón y lo doblaba a la mitad, y en ese momento el nudo
de su garganta se hizo más doloroso. Se negó a llorar y tragó fuertemente.
Jonathan había
decidido que ponerlo sobre sus rodillas sería mala idea. Después de todo, Clark
era tan alto como él e igual de pesado, y la posición sería mucho más incómoda
para ambos.
Martha observaba
lo que seguramente era una práctica muy común en otros hogares, pero tan
extraña en el suyo. En realidad, no quería que su hijo sufriera, pero era
necesario darle una lección.
Clark, por su
parte, obedeciendo a un instinto natural, se dispuso a doblarse sobre el
respaldo del sillón, pero su padre lo detuvo.
–No tan rápido,
hijo –dijo Jonathan–. Pantalones y bóxers abajo. Ahora.
Clark retrocedió
con los ojos completamente abiertos y negando con la cabeza.
–¡NO, por favor
no! ¡Eso es vergonzoso!
–Se supone que
debe serlo, Clark. Obedece o los bajaré por ti.
–¡Papá! No hagas
esto, ¡por favor!
-Clark –advirtió
Jonathan.
Clark no tuvo
más que soltar el botón de sus jeans y bajarlos lentamente. Vio a su madre que
observaba atenta con los ojos llenos de compasión desde el otro lado de la sala
y sintió que sus mejillas ardían por el calor. Ahora le preocupaba más la
vergüenza que el dolor. Cuando sus pantalones cayeron al suelo, sus dedos
temblaron sobre sus caderas para bajar su ropa interior, y los bajó cuidando de
que sólo quedara descubierta su parte posterior para no sentir aún más
humillación.
–Ahora sí,
dóblate.
Con un suspiro
tembloroso, Clark se dobló sobre el respaldo, y su padre tuvo un mejor acceso a
su trasero.
Jonathan dudó
antes de bajar el cinturón, pero ignorando todo misterio, lanzó un fuerte y
certero golpe que dejó una línea roja en los glúteos de Clark.
El muchacho no
pudo evitar que su cuerpo saltara ante el impacto. Hasta entonces desconocía el
dolor de unas nalgadas, pero lo cierto es que le ardía como el infierno.
Jonathan quedó
satisfecho de ver que su plan surtía efecto, pero decidió aumentar la fuerza ya
que aún parecía ser un golpe liviano para el chico. Bajó nuevamente el cinturón
con un poco más de fuerza, y ésta vez Clark manifestó en voz alta el dolor.
–¡Ah! –gimió
suavemente y mordió sus labios, cerrando con fuerza sus ojos.
El hombre mayor
dio tres golpes seguidos, a los que Clark respondió con gemidos que aumentaban
en volumen. Los siguientes cuatro azotes provocaron que Clark se empezara a
mover inquieto.
–Si te mueves,
aumentaré los azotes –advirtió deteniendo por unos segundos el castigo.
Clark se
retorcía incómodo. No estaba muy familiarizado con el dolor. Sólo lo sentía
cuando se exponía ante la Kriptonita, y ése era un dolor muy diferente al
actual. La Kriptonia lo indisponía, hacía que su cuerpo se sintiera enfermo.
Pero los azotes le ardían como nunca antes, y antes de los diez ya estaba a
punto de romper a llorar.
Tres azotes más
fueron acompañados de un “smack”, que ahogó los primeros
sollozos. No quería llorar, no quería sentirse tan débil aún siendo,
técnicamente, un súper hombre.
El siguiente
golpe cayó en una zona especialmente sensible y Clark lanzó un lamento a voz
abierta.
–¡Ay! –gritó
sintiendo las lágrimas que picaban en sus ojos– ¡Duele mucho, por favor para!
–Lo siento hijo
pero ni siquiera hemos llegado a la mitad.
Jonathan desde
un principio decidió que serían 30 azotes. Sabía que estaba siendo severo, pero
era lo justo tras todas las faltas de su hijo. Con el siguiente golpe, escuchó
claramente los sollozos que Clark trataba de ocultar.
Martha no pudo
evitar algunas lágrimas por ver a su hijo en esa posición. Hubiera querido
cerrar la cajita de cobre, pero no debía ser tan indulgente.
–¡Papá, por
favor no más! –Gritó Clark, cuya voz se ahogaba en su posición. Las lágrimas
rebeldes ya caían por sus mejillas, y decidió enfrentar el castigo dejando que
cayeran libremente.
Jonathan bajaba
el cinturón sin parar, y a los 20 azotes, cuando ya escuchaba el llanto de
rendición de Clark, decidió que era momento de hablar.
–No volverás a
huir smack, smack, smack. Antes de tomar una decisión
importante, recurrirás a nosotros smack, smack. A partir de
ahora enfrentarás tus consecuencias inmediatamente después de que cometas un
error.
–¡Está bien, lo
haré! ¡Para ya, por favor! ¡No puedo aguantar más!
Jonathan dio los
últimos cinco azotes con especial fuerza, justo entre los glúteos y los muslos,
provocando gritos abiertos del muchacho. Cuando terminó, tiró el cinturón a un
lado y posó una mano sobre la espalda de su hijo, que lloraba apoyado en el
respaldo del sillón, ocultando el rostro entre sus brazos para ahogar sus
sollozos.
–Ya está, ya
puedes subir tu ropa.
Clark sentía su
trasero en llamas. Ahora entendía a lo que se referían sus amigos cuando años
atrás charlaban sobre las palizas que le propinaban sus padres. Sentía rabia
consigo mismo y con su padre por el castigo que había elegido para él. Pero
sabía que su padre tenía razón en todo lo que había dicho, y ahora sólo quería
ir a su cuarto y descansar.
Subió sus
pantalones haciendo muecas ante el contacto de la tela áspera con su piel
sensible, y su padre lo hizo girar tomándolo de sus hombros. Clark se negó a
hacer contacto visual.
–Sé que ahora
estás enojado, pero quiero que entiendas que queremos lo mejor para ti.
Clark asintió y
por un impulso rompió la distancia con su padre y ambos se unieron en un
abrazo.
Martha, que ya
se había alejado de la caja de cobre, se acercó a sus dos hombres y el menor de
ellos la recibió con un abrazo.
–Lo siento, mamá
–dijo hundiendo su rostro y sollozando suavemente.
–Ya, hijo, todo
está perdonado.
–Creo que ya es
hora de cerrar el cofre –recordó Jonathan, volviendo hasta el artefacto y
cerrándolo.
Clark sintió de
inmediato la mejoría en su parte posterior, pero aún quedaba algo de ardor que
atribuyó al hecho de que ahora se encontraba muy débil. Siempre que salía del
estado en que lo dejaba la roca roja, su cuerpo quedaba muy sensible al dolor,
y aunque el enrojecimiento en su piel se fue, aún quedaba el reflejo del
castigo.
–Ya puedes ir a
descansar, hijo –dijo Jonathan.
Clark asintió y
subió las escalas hasta su habitación. Decidió que esa noche quería dormir en
casa y no en el establo. Quería despertar y tener lo más cerca posible a la
familia que tanto extrañó por esos largos meses. Y sin saber muy bien por qué,
antes de caer dormido sintió que pese a la paliza que acababa de recibir, en
aquel momento empezaría una vida mejor.
LittleHoshi: Así debería haber pasado en al serie.
ResponderBorrarMe gustó mucho, mis felicitaciones ^^
ResponderBorrarHola Sol, primero que nada bienvenida al blog tan entretenido que lady a compartido con nosotras escritoras, para compartir historias de todos los tipos. Bueno quiero decirte que me encantó tu relato de smallville si te soy sincera, solo vi la primera temporada y no la terminé, me enredé en la trama pues no la seguí, pero solo la veía porque me encanta Clark Kent (Tom Weling) es un hombre hermoso y muy sexy jejeje. Tu historia esta, me pareció genial, me encanta tu estilo y solo sentí pesar por el chico, espero que la sigas, a mi me pidieron que escribiera y nunca escribí de él, pero ahora tu me complaces a mi y a otros y se nota que conoces la trama, Felicidades.
ResponderBorrarNicole.
Hola Sol, primero que nada bienvenida al blog tan entretenido que lady a compartido con nosotras escritoras, para compartir historias de todos los tipos. Bueno quiero decirte que me encantó tu relato de smallville si te soy sincera, solo vi la primera temporada y no la terminé, me enredé en la trama pues no la seguí, pero solo la veía porque me encanta Clark Kent (Tom Weling) es un hombre hermoso y muy sexy jejeje. Tu historia esta, me pareció genial, me encanta tu estilo y solo sentí pesar por el chico, espero que la sigas, a mi me pidieron que escribiera y nunca escribí de él, pero ahora tu me complaces a mi y a otros y se nota que conoces la trama, Felicidades.
ResponderBorrarNicole.
BIENVENIDAAAA, SOL!!!!
ResponderBorrarQué lindo escribes, me gustaron mucho tus capis!!!! Y éste está demás decirte que me encantó porque me hiciste recordar esos episodios de la serie que fueron mis favoritos, jejeje!!! No sabes cómo esperé para la siguiente temporada, jajaj!!
Un gustazo leerte!!! Y de nuevo bienvenida, sigue deleitándonos con tu talento, si?!! Eres maravillosa!!!
Camila