Páginas Amigas

martes, 31 de diciembre de 2013

Y por eso no hay que escuchar detrás de las puertas



Papá había dicho que fuera a su despacho en cuanto terminara los deberes. Son pocos los contextos en los que él me diría eso, y teniendo en cuenta que hoy me habían echado de clase parecía más que obvio para lo que era. Me detuve frente a la puerta de madera, y suspiré, intentando reunir fuerzas. Papá me había dicho mil veces que no debía responder a las provocaciones. Que estaba por encima. Que no me rebajara a su nivel. Pero era más fácil decirlo que hacerlo.  Siempre me parecía muy buena idea cuando estaba ahí, a punto de enfrentarme a él. Sin embargo cuando estaba delante de Darío no lograba controlarme.

Iba a entrar, pero entonces le escuché hablar por teléfono y me detuve. Creo que hablaba con  Saúl. Él ya estaba en la universidad, y vivía en un piso con unos amigos. Papá le llamaba todos los días, porque le echaba de menos.

-         … ya no sé que hacer con ese chico, te lo digo de verdad. Lo he intentado todo, pero creo que ha llegado el momento de admitir que simplemente es una manzana podrida.

Estaba acostumbrado a recibir insultos todas las semanas, e incluso a veces puñetazos y patadas, y nada de eso dolía tanto como aquellas palabras, porque las había pronunciado mi padre. Si él se rendía conmigo ¿entonces qué me quedaba?

 Salí de allí corriendo, con los ojos cerrados para retener las lágrimas.


***

Escuché un ruido extraño, y luego pasos corriendo.

-         Saúl, te llamo luego – dije, y colgué.

 Abrí la puerta del despacho a tiempo para ver cómo Jaime desaparecía. Durante unos segundos  no hice nada, desconcertado como estaba. ¿Por qué se había ido? ¿Tal vez asustado porque sabía que teníamos una conversación pendiente? Yo no tenía pensado ser muy duro con él…

El ruido de la puerta principal al cerrarse me sacó de mis pensamientos. Salí corriendo detrás de él, pero cuando llegué a la calle no estaba. Me había dado esquinazo, de alguna forma increíble, en tan sólo unos segundos. Más tarde me enteraría de que se había escondido tras los cubos de basura y de que observó todo desde ahí.

Yo me llevé las manos a la cabeza y miré a uno y otro lado de la calle. Mi hijo no había podido simplemente esfumarse. La gente no se desmaterializa. Caminé cuesta abajo, por si había tomado ese camino, y nada. Fui un rato cuesta arriba y tampoco le encontré.

Volví a casa y me dirigí directamente hacia el teléfono. Marqué el número de su móvil, pero me salió el contestador. Dejé un mensaje.

-         Jaime, hijo, ¿dónde estás? ¿A dónde has ido? No sé lo que ha pasado, minimí, pero llámame en cuando escuches esto, por favor.  – le pedí.

Lo de “minimí” se le ocurrió a Saúl. Cuando Jaime era pequeño yo le llamaba príncipe, “pechocho”, ratón, y otras cosas que empezó a odiar en cuanto fue creciendo. En cambio nunca le importó que Saúl le llamara “minimí” así que yo le copié la idea y le llamaba así también, de cariño.

No sabía qué hacer, si llamar a la policía o seguir buscando. Decidí buscarle primero, seguro de que no había tenido tiempo de ir muy lejos. Tendría que estar en algún lugar del barrio.  Di un par de vueltas a la manzana, y nada. Cuando comprendí que mi hijo no había salido por unos minutos, sino que se había ido, tuve una sensación espantosa. La sensación de estar sólo. Mi mujer me dejó tirado cuando enfermé, y ni siquiera volvió cuando ya estuve sano. Mi hijo mayor estaba en la universidad y mi cachorro de doce años se había ido, sólo por ahí cuando ya empezaba a ser peligroso, por la hora, que un chico tan pequeño estuviera en la calle.

De vuelta al principio, me apoyé en la puerta de mi hogar, sin llegar a entrar en la casa. Me senté en las escaleras y me tapé la cara con las manos, cansado y desesperado. Entonces escuché unos pasos. Levanté la cabeza, y le vi. Jaime estaba bien, a unos metros,  mirándome.

-         ¿Papá?

***


Oculto tras los cubos de basura, observé a papá hacer cosas muy raras. Primero salió, miró a todos lados, subió y bajó la calle. Luego se metió en casa y después volvió a salir. Estuve un rato sin verle, porque se alejó. Empecé a pensar en el siguiente paso. Tal vez Saúl me dejaría dormir en su casa esa noche. Saqué el móvil para ver la hora y plantearme si llamar a mi hermano, y vi que tenía un mensaje.

Escuché el mensaje de papá con emociones encontradas. Sonaba preocupado de verdad, pero yo había oído lo que había oído… Escuché el mensaje varias veces y cuando iba por la cuarta le vi volver. Cerré el móvil y observé. Papá se sentó en los escalones de la entrada y parecía varios años mayor de lo que era. No parecía que estuviera fingiendo. Estaba preocupado de verdad. Salí de mi escondite y me acerqué, inseguro.

Le llamé, y cuando me miró me sentí algo valioso, algo que uno se alegra de ver. Se levantó muy rápido, tanto que me asustó, y de pronto estaba en sus brazos, teniendo dificultades para respirar. Papá era consciente de que necesitaba mis costillas ¿verdad?

-         ¿Estás bien? – preguntó, sin soltarme.

-         Sí.

-         ¿En qué estabas pensando? – siguió, y entonces me zarandeó un poco. Esa segunda pregunta se escuchó más como un reproche. – Estás metido en muchos problemas.

Glup. Entramos en casa y él no me soltó en ningún momento, como temiendo que me fuera a escapar. Pensé que me llevaría a su despacho, como siempre, pero no esperó y en cuanto cerró la puerta me apoyó sobre él y me soltó varios azotes.

PLAS PLAS PLAS PLAS

-         ¡Me has dado un susto de muerte!

PLAS PLAS PLAS

-         ¡Ay, papá, me haces daño!

- ¿Sí?   ¡Me alegro! – masculló, y prosiguió.

PLAS PLAS PLAS

-         ¡Para que aprendas a quedarte en casa, que es donde tienes que estar!


PLAS PLAS

-         ¡Aiii!

Yo estaba a punto de llorar. Aquello me estaba doliendo mucho. Papá tenía que estar de veras enfadado para pegarme tan fuerte. Ni siquiera me había quitado el pantalón y cada palmada se sentía como un aguijón.

Me separó de él, y puso ambas manos en mis hombros, mientras se inclinaba para mirarme.

-         No vuelvas a hacer eso en tu vida ¿me oyes?

-         Sí…

-         Vamos a mi despacho.

-         No, papá, no.

Con esos azotes yo había tenido más que suficiente.

-         ¡Papá nada! ¡De esta vas a acordarte siempre, Jaime! Puedo entender que te metas en líos en el colegio, pero que te salgas así de casa…

-         ¡Es lo que hacen las manzanas podridas!  ¿¡no!? – le grité, irritado. Encima pretendía hacerme sentir mal, cuando yo le había oído decir claramente que estaba harto de mí.

-         ¿De qué estás hablando?

-         ¡Te oí hablar por teléfono! ¡Escuché lo que dijiste! – reclamé, con la slágrimas en los ojos, a punto de salirse.

-         ¿Y qué dije? – preguntó. ¿Ahora iba a hacerse el tonto?

-         ¡Dijiste que ya no sabes qué hacer conmigo! ¡Que soy una manzana podrida!

-         Yo no dije eso.

-         ¡SI LO DIJISTE! – grité enfadado, porque me llamara mentiroso a la cara, cuando yo le había oído perfectamente.

-         No lo dije. No estaba hablando de ti. Hablaba de Darío. Tu profesor me dijo que fue con él con quien te peleaste. He hablado con sus padres, con el director, y con todo el mundo, pero los problemas con ese chico siguen. Sé que te está molestando continuamente y también sé que no eres tú el que empieza las peleas.

Le miré para ver si estaba hablando en serio. Parecía que sí. Me calmé de pronto, al comprender que lo había entendido mal. Papá no estaba harto de mí, sino del chico que me metía en problemas y me acosaba. De pronto me sentí en paz y respiré hondo, relajado. Papá me miró fijamente.

-         ¿Por eso te fuiste? ¿Pensabas que me refería a ti? – me preguntó, y yo asentí, lentamente, dándome cuenta de lo tonto que había sido. – Por eso dicen que no se debe escuchar detrás de las puertas – me recordó, y se acercó a mí.

Me alejé un poco, pensando que íbamos a continuar nuestra “conversación” pero él sólo me abrazó. Me relajé y justo entonces sentí una palmada a traición.

PLAS

-         ¡Ay!


- Eso por no confiar en mí – me dijo, y apretó más el abrazo. – Claro que sé qué hacer contigo. Quererte mucho, a ver qué otra cosa voy a hacer. – susurró. Creo que eso significaba que no íbamos a ir a su despacho, así que me sentí doblemente relajado.  Yo no era una manzana podrida. Era su minimí. 

3 comentarios:

  1. Que penita mas grande... pero eso le pasa por escuchar tras las puertas y salir corriendo debió haber entrado y preguntado... pero lo importante es que todo se aclaro

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  2. Bellísimo relato, DreamGirl!!! Muy hermoso! Me lo devoré en un santiamén! jejejej Me encantaría que escribieras unos capis más de Jaime... es un rico!

    Aplausosss y más aplausos para ti!

    Camila

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  3. oh pobrecito pensó cosas que no eran por escuchar lo que no debía pero lo bueno es que se aclaro todo y al final se salvo del castigo por lo de la escuela

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