Páginas Amigas

lunes, 25 de agosto de 2014

CAPITULO 37: NIÑERÍA





CAPITULO 37: NIÑERÍAS

-         ¡Auch!

Ese sonido como de ramas rompiéndose acompañado del correspondiente gemido fueron mis costillas bajo el peso de Cole. El enano me despertó saltando sobre mi estómago, dejándome sin aire y muy asustado, al ser sacado de mi sueño tan bruscamente. Para asegurarse de que estaba bien despierto Cole dio un par de saltitos mientras me daba golpecitos en la cara con ambas manos.

-         ¡Para, enano, para! ¿Tengo pinta de cama elástica? ¡Ya desperté, ya estoy despierto!

-         Nos vamos al zooooooo. – exclamó Cole, con una sonrisa.

-         Ya lo séeeeeeee. – respondí, y le levanté un poco con ambos brazos, hasta casi hacerle llegar al techo. Luego fingí que le tiraba por el borde de la cama, aprovechando que aquél día estaba en la litera de arriba.

Cole dio un gritito y se rió.

-         ¡No, súbeme, súbeme!

-         Mmm…. Nop. Creo que mejor te dejo caer. Alejandro ¿tú que opinas? – pregunté, mientras le sostenía en el aire. Alejandro seguía tumbado boca abajo en su cama, tapándose la cara con la almohada para no oír ruidos que le espabilaran.

-         Quiero dormiiiiiiiir – gruñó, con la voz ahogada en la almohada.

-         Uy, pues si él no te salva yo creo que te tiro, ¿eh, enano? – le dije a Cole. Soltó una risita y se revolvió.

Justo en ese momento entró papá.

-         ¿Está por aquí Michael? Ha desaparecido, literalmente, para que no le haga cosquillas, que lo sé…

Sonreí, porque se le veía de buen humor. Eso quería decir que había arreglado las cosas con mi hermano. Le buscó de un vistazo en las cuatro camas, pero todo lo que vio fue a Alejandro tumbado, al enano colgando por los tobillos, y a mí sujetándole.

-         ¡Ted! A ver si se va a caer…. – dijo, preocupado.

-         Le tengo bien sujeto, aquí colgando como un jamón para que aprenda a no despertar a su hermano mayor mientras duerme. – dije, y agité a Cole un poco provocando que se riera. Papá rodó los ojos y acudió a su rescate, cogiéndole en brazos aunque Cole casi llegaba al suelo con las manos.

-         Eres un bruto, de verdad.  – regañó papá, pero en verdad se veía que no estaba ni un poco molesto. Él me hacía lo mismo cuando era un crío más pequeño que Cole. Seguramente le preocupaba un poco que Cole pudiera hacerse daño, pero sabía que solo era un juego y que teníamos cuidado.

-         Si le encanta… - respondí, bajando de la cama - Además, nunca dejaría que se cayera – aseguré, y le revolví el pelo al enano.

Papá sonrió, porque le gustaba ver que nos llevábamos bien. En general nunca había grandes peleas, pero eso era también porque a la fuerza habíamos tenido que aprender a resolver solos nuestros conflictos. En una familia con dos niños, el padre o la madre intervienen cuando los hijos se pelean por un juguete, pero cuando tienes tantos hijos como Aidan, y no puedes estar en mil sitios a la vez, acabas por enseñarles sin pretenderlo a resolver las peleas sin “la intervención de papá”.  Arreglábamos solos las pequeñas cosas y él sólo tomaba medidas en las peleas grandes.

-         Un día me le matas… - siguió quejándose papá, comenzando a pasear por el cuarto para recogerlo todo. No lo podía evitar. No es que tuviera una neurosis patológica por el orden, sino que era la versión masculina de una mamá gallina que recoge el desastre que arman sus pollitos allí por donde pasan. En nuestro cuarto no había mucho que recoger, de todas formas. Colocó nuestros zapatos bien derechos y abrió bien las cortinas de la ventana, y luego no le quedó más por hacer. Desde que Michael compartía cuarto con nosotros la ropa de Alejandro había dejado de estar por el suelo, y no porque mi hermano pequeño se hubiera vuelto ordenado de pronto, sino porque si Michael veía sus gallumbos por el suelo se los ponía a Alejandro de sombrero sin ningún problema ni comentario previo.  Michael sí era un poco neurótico, en el sentido de que era muy detallista con los objetos. Creo que le gustaba saber dónde estaba cada cosa, un poco como Dylan: si le cambiabas algo de sitio, sentía que algo no estaba bien.

-         Mejor mataros todos de una vez y dejarme dormir – refunfuñó Alejandro.

-         Arriba, dormilón, el zoo no va a visitarse sólo – dijo papá, y empezó a hacerle cosquillas en los pies, que le sobresalían de la sábana. En un acto reflejo, Alejandro le dio una patada.

La habitación quedó en silencio unos segundos. Cole cerró los ojos, como esperando una explosión.

-         Perdón perdón perdón – barbotó Alejandro rápidamente, sentándose en la cama tan rápido que se dio en la cabeza con la litera de arriba. Soltó una exclamación de dolor, se frotó y miró a papá como sondeándole – Fue sin querer…fue un impulso… no pretendía….yo….

-         Ya sé, Alejandro – gruñó papá, frotándose donde le había dado. Luego suspiró y sonó menos molesto. – No pasa nada, campeón. Sé que no lo hiciste a posta… No te asustes….caray, hijo, te pusiste blanco…

Me relajé al ver que papá no se había enfadado, y Alejandro también. En realidad mi hermano no había tenido la culpa, sólo fue un reflejo de su cuerpo, pero por regla general el receptor de la patada no se para a pensar en eso. Hubiera sido lógico que estallara en gritos y regaños…Pero a Aidan no le gustaba nada pensar que le teníamos miedo y era el ejemplo perfecto de cómo una persona grande y de voz potente puede resultar suave y tranquilizadora.

Papá metió la cabeza bajo la litera para darle un beso de buenos días, y luego le dio uno a Cole y otro a mí. Era algo que hacía casi siempre. Todos los días había un beso antes de dormirse y otro al despertar. Rara vez se le olvidaba, especialmente por la noche.

-         Entonces, ¿hay ganas de ir al zoo o no os apetece? – preguntó.

Como toda respuesta Cole sacó una banderita con un panda dibujado que nos dieron la última vez, hacía ya casi cuatro meses, y la agitó delante de la cara de papá. Aidan se rió y hasta Alejandro sonrió un poco. Era raro ver a Cole tan activo y entusiasmado.

-         Tomaré eso como un sí. – dijo papá, poniendo una mano en la cabeza del enano a modo de caricia - Pues el que quiera ir tiene  que dejar su cama hecha y preparar su mochila antes de desayunar, así que venga, a vestirse y a prepararlo todo.

-         ¿Te ayudo con el desayuno? – le pregunté.

-         No, Ted, gracias, no hace falta.

-         Pero ya están todos despiertos, y tú sólo tardarás mucho… - insistí.

-         Tú controla el baño y vigila que los peques guarden todo en la mochila ¿vale? Crema solar, cantimplora de agua, y gorra. Échales crema antes de guardarla, sobretodo a Alice. Y para los mayores, nada de móviles.

-         ¿Qué? – exclamó Alejandro, y yo también me horroricé un poco.

-         Ya sabes las normas para los sábados, Alejandro. Lo pasamos en familia, no pegados a una pantalla. Luego por la tarde vienes y ya puedes engancharte de nuevo al móvil al ordenador o a lo que quieras, pero vamos a pasar el día en el zoo, no en internet.

-         Pero, pero…¡no es justo!

-         ¿Cómo voy a hablar con Agustina para saber si puede venir esta noche? – intervine yo – Porque lo de irte con Holly sigue en pie ¿no?

Papá perdió el color de la cara, no sé si porque lo había olvidado o porque le daba miedo.

-         En realidad… aún no lo he… concretado.

-         ¿Y a qué esperas? – le pinché – Papá, sé que quieres cenar con ella, así que ignora todo lo que sea un pretexto para no hacerlo y ten una cita en condiciones. Además así yo puedo tener la mía.

-         Ah, ¿y no será por eso que tienes tanto interés en que salga esta noche, caradura? – dijo papá, y se rió – Está bien, puedes llevarte el móvil para hablar con Agustina y si te dejo a ti tengo que dejar a los demás. – aceptó Aidan, y continuó antes de que Alejandro tuviera tiempo de celebrarlo- PERO cuando yo diga que se guardan, se guardan o los requiso.

Le sonreí, contento porque fuera a ir con Holly. Era su primera cita en…. Que yo supiera, era su primera cita.

-         Aidan´s POV –

Desde la cocina me llegaban las voces de Ted mientras intentaba hacerse escuchar. Repitió como seis veces lo de “Enanos, las chanclas no hacen falta, no vamos a la piscina ni al parque acuático” y al menos cinco lo de “No llevéis más peso del necesario, que luego nadie va a llevar vuestra mochila”. Él sabía tan bien como yo que eso no era cierto, y que seguramente él mismo, Michael y yo acabaríamos con dos o tres bolsas extra.

Mientras hacía el desayuno, reflexioné en lo diferentes que serían las cosas para mí de seguir teniendo problemas de bolsillo. En ese momento mi cocina contaba con seis fuegos que solía usar simultáneamente, dos neveras que hacían una extragrande, una isla central, un lavavajillas, dos hornos, un microondas, dos lavadoras y dos secadoras. Ninguna de esas cosas estaba comprada a crédito, porque no quería verme agobiado por los intereses. Tantos electrodomésticos me facilitaban la vida. Tenía una olla gigante donde cocía la leche para todos y podía freír cuatro o cinco huevos a la vez. Ese día en concreto hice huevos revueltos con tortitas. Tenía el que para mí era el mejor invento del mundo: una sartén-máquina especial para hacer tortitas y no morir en el intento.  Podía hacer catorce tortitas a la vez, lo cual era maravilloso teniendo en cuenta que éramos trece personas a una media de tres tortitas por cabeza. Alice y Hannah no llegaban a  comerse dos, pero Alejandro, Ted y yo comíamos cuatro.

No me olvidé de Michael. Para él no podía usar la misma masa de tortitas. Tenía que ser una receta sin azúcar especial para diabéticos que había encontrado por internet, así que las suyas las separé y por hacer la gracia utilice una sartén que había comprado para los enanos, que hacía tortitas con forma de “Mickey” Mouse. Así compensaba de alguna manera que no pudiera comer muchas ni frecuentemente. De hecho utilicé la minibáscula para ver los gramos y recalcular su dosis de insulina para aquella noche.



Justo cuando estaba acabando sus tortitas, vi a Michael asomarse por la puerta.


-         ¡Espera!

-         ¿Qué pasa? – exclamó. Creo que le asusté, porque miró en todas direcciones como buscando un fuego.

-         Cierra los ojos – le pedí.

Me dedicó una mirada llena de curiosidad antes de hacerlo. Coloqué sus tortitas en un plato y  le añadí huevos revueltos.

-         Ya – avisé, y abrió los ojos. Esbozó una sonrisa al ver las tortitas con forma de ratón.  – Las puedes comer, son una receta especial, aunque hoy necesitarás más insulina.

Su sonrisa se hizo más grande, pero no perdió esa mirada curiosa.

-         Nunca he comido tortitas – me dijo – De hecho antes de venir aquí sólo desayunaba un vaso de café.

-         ¡Pero eso no es bueno para nadie y menos para ti! – me horroricé, y estuve tentado de añadir más comida en su plato como para compensar todo lo que no hubiera comido en los años anteriores. - ¿Cómo te hiciste tan grande sin alimentarte bien?

Michael se encogió de hombros y se acercó a curiosear lo que tenía en el fuego. Luego echó un vistazo también a la encimera y vio los cereales, los zumos, las galletas y los plátanos, pero después volvió a mirar los huevos y las tortitas.

- Los sábados parece que quieres cebarnos. – comentó.

-         Los sábados hay tiempo de desayunar como Dios manda.  – repliqué y Michael no dijo nada, pero se quedó pensativo.

-         Este es mi segundo sábado aquí. Parece más tiempo ¿verdad?

Dejé de trajinar con las sartenes y le miré con afecto.

-         Se siente como si hubieras estado aquí toda la vida. Sólo lamento que no haya sido así. – suspiré, y decidí empezar una conversación que tenía pendiente con él – Michael…. Si yo hubiera sabido que… Pensé que Ted era hijo único, y no sabía que Adele estaba casada… De haber…de haber sabido que tú existías… y que te quedabas sólo…yo….

-         Lo sé, Aidan. Si estás tan loco como para incluir a un exconvicto en tu familia, supongo que hubieras hecho lo mismo con un niño. No tengo nada que reprocharte, porque además yo no era nada tuyo… nada te obligaba a mover un dedo por mí. Y en cambio me has… me hacéis familia.

Me encantó que dijera eso y me emocionó un poco. Le apreté el brazo con cariño.

-         Es que eres familia.  Eres mi hijo.

-         ¿Cómo… Cómo puedes decir eso en tan poco tiempo? ¿Cómo pudiste traerme aquí llamándome hijo antes de saber siquiera si era un tipo decente?

-         Supe que eras un tipo decente nada más mirarte – repliqué, y luego medité su otra pregunta. - ¿Recuerdas lo que te dije en el hospital, sobre ver a una persona y sentir que es familia? Supongo que aquí estamos acostumbrados a eso. Para mí no es extraño incluir gente en mi vida sin tener nueve meses de espera. No siempre sabía que mi padre había dejado a una mujer embarazada…A veces me enteraba cuando mis hermanos ya habían nacido. La primera vez que eso pasó fue con Ted, en realidad. Me asusté tanto… Empecé a pensar con la cabeza, y vi que no estaba capacitado para cuidar de un bebé.

-         ¿Y qué hiciste? – me preguntó.

-         Dejé de pensar con la cabeza, y empecé a pensar con el corazón – le respondí.- Que es exactamente lo que hago contigo – musité, y le acaricié la mejilla.

Una avalancha de recuerdos se me vino encima y las imágenes mentales se detuvieron en un catorce de Febrero. San Valentín nunca fue una fecha significativa para mí, y sin embargo aquél no podría olvidarlo. Aquella habitación blanca quedaría para siempre grabada en mi retina. El olor a limpio, a leche, y a bebé era muy agradable, o al menos así me lo pareció. Una serie de cunas estaban repartidas a lo largo del cuarto, pero desde ese ángulo no podía ver el interior de ninguna.

Una mujer joven, pero mayor que yo, se acercó a mí.

-         El señor Whitemore, ¿verdad?

Asentí, porque era incapaz de pronunciar palabra. La mujer me sonrió y echó a andar, indicando que la siguiera. Me habían preparado para ese momento. Me habían tenido en una salita haciéndome preguntas y dándome algunas respuestas, pero aun así mi pulso se descontroló cuando ella se acercó a una de las cunas y  cogió un paquetito entre sus brazos.

El paquetito se movía. De pronto un bracito oscuro asomó de entre las mantitas azuladas. La mujer empezó a hacerle carantoñas al paquetito.

-         Hola bebé. Hola cosita – dijo, agudizando la voz hasta niveles cómodos y alargando mucho las vocales. Bajaba la cabeza con cada palabra y hacía movimientos muy histriónicos con el cuello sin dejar de sonreír. Apunté mentalmente cada gesto para repetirlo luego, porque no tenía ni idea de cómo debía hablarle uno a un bebé, más allá de lo que había visto en las películas.   – Ha venido alguien a verte. Sí, a verte, cosita. Es tu hermanito.

Supe que era el momento de acercarme más, y di un paso vacilante hacia delante. De alguna forma aquella mujer adivinó que no iba a aproximarme más, así que vino ella, trayendo al paquetito en brazos. El paquetito me sonrió mirándome directamente a los ojos, como si supiera perfectamente quién era yo. Era la cosa más hermosa, indefensa y pequeñita que había visto en la vida. Aunque a decir verdad, no era tan pequeño…

-         Es muy grande – se me ocurrió decir.

-         Bueno, no es un recién nacido. Tiene seis meses.

No era justo que me hubiera perdido seis meses de su vida. Era mi hermano. Tenía derecho a saber de su existencia.

El bebé soltó un gorgorito en ese momento, y la mujer dejó de hacer una cuna con sus brazos para  ponerle derecho y sostenerle erguido.

- Ya soy mayor y quiero que me cojan como un niño grande ¿verdad? Y me sé sentar solito, y me encanta golpear mis sonajeros – dijo ella, como si estuviera diciendo en voz alta los pensamientos del bebé. 

 La criatura no dejaba de mirarme, o eso me parecía a mí. Estiré una mano hacia él como con miedo, pero la bajé antes de rozarle siquiera.

-         ¿Quiere cogerle? – me preguntó.

-         ¿Quién? ¿Yo? ¿Y si se me cae? – pregunté, asustado.

-         No escurre ni nada. No está cubierto de aceite -  respondió, burlándose un poquito, y acercó esa cosita a mí – Cójalo. No se va a caer.


Tampoco me dejó mucho margen de decisión, porque colocó al bebé en mis brazos. Era tan suave… Hacía mucho calor, así que sólo lo habían vestido con un pañal. El bebé levantó la mano y la puso en mi mejilla, como si necesitara tocar esa cosa extraña que le habían puesto delante. Le sujeté sólo con un brazo y acerqué la mano muy despacio para acariciarle la cara. Entonces el bebé envolvió mi dedo índice con toda su manita y se rió. Y en ese momento me hizo suyo para siempre.
 



El recuerdo se esfumó justo cuando un Ted mucho mayor entraba en  la cocina, llevando a Alice en los hombros. Les seguían casi todos los demás, quizá con hambre, atraídos por el olor de la comida.

-         Justo a tiempo. El desayuno ya está.

Ya les había saludado a todos antes de bajar, pero aun así Hannah se acercó a que la hiciera un mimo. Recordé que el día anterior se había asustado al verme con Michael así que la sonreí para demostrarle que todo estaba bien y yo era el mismo de siempre.

-         ¿Cuántas tortitas te vas a comer, princesa?

-  ¡Muchas, muchas, muchas!

-         ¿Muchas muchas muchas? ¿Tienes hambre?- pregunté, y la hice carantoñas mientras ella asentía. La senté en  su sillita y la serví la leche, y luego fui llenando uno a uno el resto de vasos. - ¿Todo el mundo tiene ya su mochila preparada?

Se oyeron varios “siii” simultáneos, pero entre ellos destacó un solitario “no” en los labios de Kurt, que me miró con una sonrisa pícara.

-         ¿Y por qué no? – le pregunté.

-         ¡Porque falta alguien! Tú no preparaste tu mochila

-         ¡Oh! ¡Pues tienes razón! – sonreí. No se le escapaba una al enano ese. Yo no necesitaba mochila, en realidad, pero supuse que la llevaría por dar ejemplo. Además de todas formas tampoco me vendría mal llevar gorra y crema: yo también me podía quemar.  - Ahora mismo voy, en cuanto acabemos de desayunar. ¿Todo el mundo tiene crema puesta?

-         ¿Por qué iba a ponérsela antes de desayunar? Es absurdo…- dijo Ted.

-         Touché. Pero nadie sale de casa sin ella, que sino nos ponemos como cangrejitos ¿mm?

-         Papi…. ¿Michael se puede quemar? – preguntó Hannah, con un bigotito de leche.  Sonreí mientras me agaché para limpiárselo.

-         Sí mi amor, sólo que él no se pone rojito. Igual que Ted. Por cierto Michael, eso me recuerda que tengo una crema de protección más baja para ti.

-         Eso, que necesito broncearme – comentó, como si nada. Tras unos segundos comprendimos que era una broma y se oyeron varias carcajadas.

 Mientras se escuchaba el ya habitual sonido de los cubiertos golpeando el plato, con un bullicio tal que para otros era ensordecedor y para mí el sonido del hogar, comprendí que mi vida había cambiado mucho desde que aquél bebé de ojos gigantes aprisionó mi dedo. Había cambiado mucho, pero para bien.


-         Alejandro´s POV –


¿Para qué narices necesitaba yo crema solar si era el más moreno de la casa? Bueno, después de Ted y Michael. Pero no  tenía la palidez fantasmal de los demás. Eran muy blanquitos y por eso Ted y él les echaron toneladas de crema. Y a mí me hicieron echarme también.

-         ¡Ya vale, papá! ¡Ahora voy a tener los brazos blancos!

-         Tonterías, ésta crema es incolora. – me respondió, y echó más. Grrr. En cuanto me perdió de vista cogí una servilleta y empecé a quitarme ese mejunje.

Por fin todo el mundo estuvo listo para salir de casa. El siguiente gran problema fue ver quién iba en qué coche. A veces había peleas por eso, y aquél día tocó…

-         ¡Yo con papá! – dijo Kurt, y por si había dudas se aferró a papá como una garrapata.

-         ¡Y yo! – concordó Cole.

-         Enano, ¿no quieres ir conmigo? – preguntó Ted. 

-         ¡Síiiii!

-         Con Ted o conmigo, campeón. Con los dos no puede ser. –  le dijo papá a Cole, intentando que Kurt le dejara respirar.

-         ¡Con Ted!

Fue decir Cole que quería ir con Ted, y de pronto todos los demás enanos quisieron ir con él también. El problema era que en su coche iban Barie y Madie, y sólo cabían dos personas más. No había sitio para Alice, Hannah, Kurt y Cole. Fue fácil convencer a Hannah de ir en el de papá porque ahí iba Michael también, pero seguía sobrando uno.

-         Kurt, ¿tú no querías ir con papá? – le recordó Ted.

-         ¡Contigo!

-         Enano, pero es que aquí no cabemos.

-         ¡Contigoooo! – chilló. Aichs, qué molesto era cuando  gritaba así.

-         Te vienes con papá ¿vale? – dijo Aidan, tratando de sonar conciliador, y llevándole a su coche. Kurt empezó a gritar y a revolverse y papá frunció el ceño.

Todos supimos lo que estaba pensando: Kurt era demasiado caprichoso y empezaba a ser cargante que siempre reaccionara así cuando no conseguía lo que quería. Seguramente papá no lo expresaría de esa forma, pero en cualquier caso el enano tenía que parar de hacer eso.

-         ¡NO, NO QUIERO, NO QUIERO, NO!

-         Kurt, basta. No hice nada para que te pongas así, hijo. El coche de Ted está lleno, y tú querías ir conmigo.

-         ¡NO QUIERO!

-         Kurt, no más gritos. – advirtió papá. Al enano no debió de gustarle ese tono tajante, porque le mordió. Ted y yo reaccionamos asustados, porque pensamos que le iba a dejar caer sin querer como reacción involuntaria ante el mordisco, pero Aidan aguantó sin soltarle hasta que el enano le liberó.

Papá se frotó el brazo y miró a ver si tenía sangre. No tenía, pero sí estaban las señales de los dientes de mi hermano.  Rápidamente Ted le sacó de los brazos de papá, como para ponerle a una distancia prudencial.  Sirvió de poco, porque papá volvió a coger a Kurt y comenzó a regañarle con bastante enfado.

-         ¿Te parece normal morderme así? ¿A que te quedas sin ir al zoo? – le espetó. Kurt empezó a llorar tanto que pude ver cómo papá se arrepentía de haberle dicho eso. Respiró hondo, le cogió mejor, en algo parecido a un abrazo, y habló más tranquilo. – No puedes ponerte así cada vez que papá te dice que no a algo, hijo, ya no sé cómo decírtelo.  – le regañó con más suavidad.

-         Perdón….snif….

Papá le dio un beso y  luego le sostuvo sólo con la mano izquierda, para darle dos azotes que creo que fueron fuertes para tratarse del enano.

PLAS PLAS

-         Es la última advertencia, Kurt. La próxima vez te daré un buen castigo.

Si la intención de papá había sido que el enano dejara de llorar y gritar, iba por mal camino, por que Kurt empezó a sollozar con más fuerza que antes. Esa vez, sin embargo, no era por un capricho, y papá le consoló como si el sonido no le molestara. Le dio muchos besos, y le llevó a su coche sin que el enano opusiera resistencia. Le sentó en uno de los asientos traseros, y le hizo cosquillas en la tripa mientras le ponía el cinturón. No dejó de hacerle mimos hasta que dejó de llorar, y sólo entonces nos pusimos en marcha.

A mí me tocó ir sentado al lado de Kurt, y si no me gustaba su lado caprichoso, me gustó menos verle tan triste. Le observé pensativo unos segundos. Mis otros hermanos no se ponían así cuando papá les regañaba. Es decir, ninguno estaba feliz, pero la tristeza tan inmensa de Kurt sólo era comparable a la de Ted… y a veces Zach. Ellos tres parecían pasarlo especialmente mal si papá se enfadaba….¿Acaso le querían más que los demás?

Miré a papá mientras conducía, intentando ver qué tenía para que mis hermanos tuvieran esa insana dependencia por su constante aprobación. No es que yo no le quisiera… Le debía mucho a Aidan, y más allá de eso era consciente de que era el mejor padre que hubiera podido pedir. La noche anterior pensé que iba a matarme y al final no se enfadó tanto y…. oh, vale. Ahí pude entender la reacción de Kurt. Puede que a mí me la sudara o que hasta disfrutara un poco al ver a papá fuera de sí, pero no soportaba la idea de que se enfadara de verdad. De que me mirara de forma diferente a como lo hacía…

Desde allí sólo podía ver sus rizos, los cuales envidiaba con todas mis fuerzas. Le daban un aspecto más joven y desenfadado. Le volvían de alguna manera un tipo más cercano a simple vista que otros hombres de su edad que llevaban una raya al medio tan cuadriculada como ellos. Sonreí un poco, porque  la gente solía pensar que papá no se peinaba, pero lo cierto es que dedicaba varios minutos frente al espejo intentando colocarse esa mata de pelo. Yo sabía que papá lo pasaría realmente mal si algún día tenía que dejarse el pelo corto. Eran esos detalles los que le hacían… diferente al resto.  De pronto me dio por pensar que tenía suerte de que papá fuera más o menos abierto, aunque  en algunos aspectos fuera demasiado tradicional para mi gusto. Pero no nos imponía su ideología. No nos obligaba a cortarnos el pelo o a dejarlo largo, no nos presionaba con las actividades extra escolares, le gustaba saber nuestra opinión en vez de limitarse a ser un dictador… Papá era de éste siglo y no del pasado, quitando su absurda cruzada contra los piercings y los tatuajes en la cual poco a poco le iba a vencer, porque ya tenía pensado hacerme un dibujo de un lobo en la cadera.

-         Papá… - le llamé. Me miró a través del espejo retrovisor, sin despegar del todo la vista de la carretera. -  ¿Verdad que ya no estás enfadado con el enano?

-         ¿Con Kurt? – preguntó, y miró al aludido que le dedicó una mirada cristalina y triste – Claro que no. Campeón, papá ya te ha dicho que todo está bien, ¿mm?

-         No…. No lo has dicho…. snif…. sólo….snif….sólo has dicho que a la próxima….snif…- gimoteó el enano y no terminó la frase.

Casi pude ver el proceso por el cual papá se derretía. Por suerte ya estábamos llegando al parking del zoo y papá soltó el coche en el primer sitio que vio. Sin decir nada se bajó, abrió la puerta y sacó al enano colgado de su cuello, aunque a decir verdad no era tan enano como para que eso no le supusiera algún esfuerzo.

-         A la próxima te castigaré  y después te haré muchos mimitos. Eso haré, como hago siempre. Pero como tú no vas a hacerlo más, pues no pasará nada. – le dijo, mientras le sonaba la nariz con un pañuelo. – Mi renacuajo mimoso… ya no estés triste ¿mmm?

-         Mira que si te ven llorar no te dejarán entrar en el zoo. – le dije yo. Kurt abrió su boquita en forma de “o”, creyéndome por completo. La inocencia de mi hermano no dejaba de sorprenderme. Los hermanos de mis amigos no eran así.

Ted se acercó a nosotros en cuando aparcó su coche, y nos miró con curiosidad. Enseguida captó que la cosa iba de animar al enano y le cogió de los brazos de papá para ponérsele a hombros.

-         Mira qué alto estás, peque. Eres más alto que papá. – le dijo. - ¿Serás más alto que la jirafa? Uy, yo quiero ver eso. ¿Te imaginas?

-         Ted….Teeeed….¿La “jiralfa” es muy alta?  - preguntó Alice, tironeando de su pantalón.

-         Claro, pitufa. Es ese animal con motitas marroncitas y naranjas, que tiene un cuello muy laaargo. Está en tu libro ¿recuerdas?

-         Yo sé lo que es una jirafa – susurró Kurt.

-         Claro que lo sabes, porque eres muy listo. – dijo papá, y le dio un beso a él y otro a Ted, que se lo limpió en el acto, horrorizado porque estábamos a plena luz del día y cualquiera podía ver cómo Aidan le besaba. Papá rodó los ojos y no dijo nada, pero cuando Ted se distrajo le dio otro y soltó una risita. – Ale, venga, todos a la cola que hay que comprar las entradas.



Mientras papá pagaba las entradas me fijé en un tipo que estaba vendiendo  una especie de collares de luz. Eran tubos fluorescentes flexibles, que se enrollaban alrededor del cuello o donde quisieran.  Fue amor a primera vista, yo QUERÍA uno de esos.

-         Papá… - le llamé.

-         Espera un segundo, hijo, estoy contando los billetes. Ted, ayúdame, por favor, dime cuántos llevo…

-         Papáaaa – insistí, porque el tipo se iba. Aidan no me respondió por unos segundos, hasta que entregó un fajo de billetes a la mujer de la taquilla.

-         ¿Qué pasa, Alejandro?

-         ¿Me compras uno de esos? – le dije, señalando al vendedor, algo  avergonzado por lo infantil que soné.

Papá miró a donde señalaba y luego a mí con algo parecido al cansancio.

-         Acabó de gastar más de doscientos dólares en las entradas, Alejandro, y si te compro uno a ti, tus hermanos querrán otro… - me respondió, y eso no me sonó como un “sí”, así que le puse mi mejor mirada de cachorro, que podía competir con la de Kurt. Papá suspiró, y supe que casi lo tenía. - ¿Cuánto cuesta?

Fui a preguntar y volví enseguida.

-         Veinte dólares.

-         ¿¡Veinte dólares por un trozo de plástico que brilla!? ¿Es que está hecho de oro?

-         ¿Me lo compras? – volví a decir, esa vez sonando infantil a propósito.

-         Alejandro, hijo, es muy caro… Estoy seguro de que los venden más baratos en otros sitios.

-         Sólo son veinte dólares…- protesté, al ver que iba a decir que no.

-         Veinte, multiplicado por doce, es más de lo que me han costado las entradas de los trece. – replicó. Cuando se ponía en ese plan no se podía con él.

-         ¡Tacaño! – gruñí, y sus ojos brillaron con furia.  Después me miró más tranquilo, pero por un segundo creí que me saltaba a la yugular.

-         Creo que lo que querías decir era algo como “Gracias por las entradas, papá.” – me dijo. Rodé los ojos.

-         Por faaa…. Si nunca te pido nada….

Bueno, eso no era cierto del todo… ¡pero el enano le pedía más cosas que yo!

-         Lo siento, Alejandro, no puede ser.

-         Papá, yo no querría otro, e imagino que Michael tampoco. Tal vez los enanos sí, pero quizá sólo tendrías que comprar cuatro… - intervino Ted.

-         Sigue siendo mucho dinero y el día acaba de comenzar.  Hay que comer, y luego querréis algodón de azúcar. No sé si me alcanzaría para todo, y aun así, me niego por principios a pagar ese dinero por algo que no lo vale. El dinero no está para tirarlo.

-         ¡Jolín, papá!…. ¡No es justo! – protesté, y como eso no era un buen argumento hasta para mí, quise añadir algo más – No pensé que fueras tan… materialista. Esos comentarios son muy superficiales y no te pegan nada. Siempre dices que el dinero está para gastarlo en cosas que merecen la pena, y pensé que tus hijos la merecían.

“¡Ja! Toma esa, eso sonó inteligente” pensé.

… Muy inteligente no fue, porque creo que a papá le dolió un poco. Pensé que se iba a enfadar conmigo y cuando se acercó quise alejarme. No me apetecía dar un espectáculo y en ese momento le creí bien capaz de avergonzarme dándome una palmada allí mismo delante de toda la gente… pero él se limitó a sostener mi barbilla para que le mirara a los ojos.

-         Sois y siempre seréis lo más importante para mí, pero eso no significa que vaya a ceder a todos tus caprichos.

Supe que no iba a moverle de ahí, y me dio muchísima rabia. Seguro que si yo hubiera tenido seis años y los pulmones insaciables de Kurt sí que me lo compraba.

No le insistí más, porque tampoco era idiota y no quería que se terminara enfadando, pero el que estaba molesto era yo. Me dio igual que papá decidiera empezar por las aves rapaces tal como yo le había pedido el día anterior, estaba demasiado frustrado por no tener ese tubo de luz. Me lo hubiera comprado yo mismo, pero me había dejado el dinero en casa y además tampoco me hubiera llegado, porque sólo me quedaban diez pavos.

En cuanto salimos del recinto de las aves saqué el móvil, y me puse a ver videos de youtube mientras me esforzaba por caminar lo más alejado posible de Aidan.

-         Alejandro, guarda eso ¿quieres? Hemos venido a ver los animales. Además el ruido puede molestar a la gente, para oír música usa los cascos…

Unicamente hice caso en lo de usar auriculares y ni le miré. Tenía cierta habilidad para andar sin chocarme sin dejar de mirar la pantalla del móvil. Claro que la cosa me duró hasta que algunos minutos después papá me quitó el móvil, en un movimiento rápido que me pilló desprevenido.

-         Ya has estado un rato. Ahora guárdalo.

-         Dámelo – le exigí.

-         Te lo doy para que lo guardes – dijo, estirando la mano para que lo cogiera. Se lo quité y volví a enchufar los cascos, con rabia, y para dejar claro que pasaba de él. Forcejeó para quitármelo de nuevo. – Alejandro, ya basta. Guárdalo. He dejado que lo traigas con esa condición.

-         ¡No me da la gana!

Papá alzó una ceja y tiró fuerte para quitármelo del todo. Se lo guardó en el bolsillo.

-         Acabas de quedarte sin esto mientras estemos aquí, y me pensaré si te lo devuelvo en casa.

-         ¡No es tu móvil, idiota! – le grité, sin pensarlo demasiado, únicamente expresando mi rabia por la injusticia de que me lo quitara.

-         ¿Qué me llamaste? –  preguntó papá, en un susurro peligroso. Odiaba cuando hacía esas preguntas retóricas. Sabía perfectamente lo que le había dicho y al hacer esa pregunta parecía que sólo me quería provocar.

-         ¡Idiota! – repetí, enfadado.

La mirada que papá me echó me dio ganas de correr y a la vez hizo que me quedara clavado en el sitio.

-         ¿Pero tú qué te has creído? ¿Crees que puedes hablarme así? Nos vamos a casa ahora mismo y…

-         ¡Pero papá, eso no es justo, nosotros no hicimos nada! – protestó Cole, y papá le miró y  bajó los hombros, entendiendo que mi hermano tenía razón. Papá no era de los que hacía que pagaran justos por pecadores. 

Aidan me miró unos segundos, como pensando en lo que debía hacer.

-         Ted, Michael. Alejandro y yo  vamos a dar una vuelta, y volvemos enseguida. Vigilad a vuestros hermanos, por favor – les pidió, y obtuvo dos asentimientos silenciosos. Les dedicó una  sonrisa de agradecimiento, pero la perdió al mirarme a mí. – Ven conmigo.

-         Cómo si tuviera opción…. – mascullé, no sé si con intención de que me oyera o no, pero el caso es que  gracias a Dios no lo hizo.

No me quedó otra que caminar a su lado, más que nada porque le creía capaz de agarrarme y tirar de mí si me ponía a hacer tonterías. Pensé que me llevaría directo a un lugar privado, como el baño o algo así, para ahí matarme sin testigos, pero por lo visto lo de “dar una vuelta” no era metafórico, y de verdad quería pasear conmigo.

-         ¿Qué hacemos? – pregunté tras un rato de caminar en silencio.

-         Yo intento calmarme.

-         Ah. ¿Y funciona? – pregunté, sintiendo que mi futuro inmediato dependía de si funcionaba.

-         Más o menos. Trato de comprender por qué crees que puedes insultarme de esa forma.

No supe qué responder a eso, aunque sí me sentí muy incómodo por el  tono frío de su voz. Poco a poco fui consciente de que me había pasado y tal vez era otro de sus objetivos: que yo tuviera tiempo de pensar en lo que había ocurrido.

-         He estado a punto de cruzarte la cara, ¿sabes? Y de hacerlo, me hubiera arrepentido mucho. – me soltó, tras un rato, y la forma casual de decirlo no hizo que me impactara menos. Sentí que me escocían los ojos, y decidí pensar en otra cosa antes de que se me llenaran de lágrimas. Me di cuenta de que papá se había parado, y miré hacia donde él miraba. Era el habitat de los hipopótamos. Pensé que se había detenido ahí por pura casualidad, pero sus siguientes palabras me hicieron dudarlo. Se apoyó en una valla y sonrió un poco -  La primera vez que te traje aquí gritaste “hipolótamo, hipolótamo”, intentando que el animal se te acercara. Luego me miraste muy enfadado y me dijiste que era un “hipolótamo muy desibidiente” porque no te hacía caso.

-         Lo recuerdo – dije, algo sorprendido, porque  sus palabras reavivaron un recuerdo olvidado. Luego, me preparé, porque pensé que iba a soltar algo así como “¿qué ha sido de ese niño tan tierno?” o “¿qué es lo que he hecho mal para que te hayas convertido en lo que eres ahora?”.

-         Castigaste al hipopótamo mirando a la pared, y te indignaste cuando se metió en el agua tan tranquilo. Te quedaste aquí más de media hora gritándole que te obedeciera. La gente pasaba y sonreía, viendo a un enano de cuatro años enfrentándose a un animal que le ignoraba. Ya entonces demostraste que sabías ser muy cabezota – continuó, sonriendo cada vez más. – Me gusta eso de ti. Me gusta que pelees cuando crees tener razón, y que no te rindas cuando otros lo harían. Lo que no me gusta es que lo uses para pelear conmigo. Yo no soy tu enemigo.

-         Querías quitarme el móvil.

-         No. Primero te pedí que lo guardaras. Te lo quité cuando te pusiste en plan hipopótamo a pasar de mí.

-         Estaba mirando una cosa…

-         Estabas enfadado porque no te compré lo que querías. Te dejé el móvil unos minutos y me pareció tiempo más que suficiente.  Lo usaste sólo porque yo te lo habría prohibido, como venganza  por no haberte dado lo que querías. Me recordaste a cierto niño de cuatro años que se enfadaba porque  un hipopótamo no le quería mirar.

Mi mente fabricó una imagen muy extraña, de Aidan con cuerpo de hipopótamo intentando quitarme el móvil.

-         Así dicho suena muy mal…- protesté, prácticamente sin pensar las palabras. Únicamente porque no se me ocurría nada mejor que responderle.

-         Lo que realmente sonó mal fue mi hijo insultándome. – replicó.

¿Por qué papá tenía que ser tan … tan reflexivo? Digo, la gente normalmente no habla así. Los padres de mis amigos no dedicaban tres minutos a hablar con ellos sobre una falta de respeto, sino que directamente les cruzaban la cara y punto. Lo sabía porque alguna vez había pasado delante de mí… Sé que esto es morboso, pero siempre me he preguntado qué se siente cuando te dan un bofetón. Si yo me enfadaba con alguien lo que me salía era darle un puñetazo, no con la mano abierta para encima hacerme daño…

-         ¿Es lo que quieres? – preguntó papá, y durante un segundo tuve miedo porque pensé que me había leído la mente. Ya iba a responderle un “no, claro que no” horrorizado, cuando me di cuenta de que me había perdido alguna frase anterior y no estábamos hablando de lo mismo.

-         ¿Querer qué? - pregunté, confundido.

-         ¿Es que no me has escuchado?

-         No, papá, lo siento… ¿qué dijiste?

Aidan me miró con curiosidad, y con un asomo de sonrisa. Me acarició el pelo de esa forma que me hacía pensar que le gustaba enredar los dedos en esa maraña que yo tenía sobre la cabeza.

-         ¿Lo ves? Ese tono está mucho mejor. – me felicitó, haciéndome sentir como si tuviera cinco años –  Decía que no quiero volverte a oír una cosa así, Alejandro, ni hacia mí ni a hacia nadie, y que ahora voy a asegurarme de eso. Que no voy a ser muy duro contigo, pero a la mínima que me levantes la voz lo seré, porque ya estás más que advertido. Que a veces parece que lo que quieres es que me enfade.

-         No, papá, no quiero eso… - negué, algo triste porque él no solía hablarme así. Entonces me sonrió del todo, y me quedó claro que no era una amenaza. Me besó en la frente (entre nosotros, me gustaba que hiciera eso) y me rodeó los hombros con un brazo.

-         Me alegro. Espero que sepas que yo tampoco quiero hacer esto…

-         No lo hagas….

-         Buen intento. – dijo, y antes de poder tener tiempo para pensar me giró y sentí cuatro golpes contundentes, aunque no muy fuertes en…cierta zona.

PLAS PLAS PLAS PLAS

-         ¡Papá! ¿Qué te pasa? – protesté, y miré a todos lados, seguro de que todo el mundo  lo había visto. Sólo entonces me di cuenta de que alrededor no había nadie.  – Eres…. Eres….

-         Estoy seguro de que después de ese verbo ibas a añadir algo precioso –  me cortó – Nadie te vio, quejica. Ya me fije en que no hubiera gente.

Durante unos segundos quise gritarle, empujarle o algo. Luego me alegré de que eso fuera todo, de que papá no estuviera enfadado, y de que las cosas fueran tan fáciles de arreglar con él. Reprimí el impulso de frotarme mientras me preguntaba de qué leches estaba hecha su mano para que me hubiera dolido si no  lo había hecho fuerte.

-         Malo – le solté, sonando infantil a propósito, pero me sentía incómodo y no sabía qué otra cosa hacer. Me salía enfadarme, o marcharme corriendo… no se me ocurría otra forma de quedarme con él que siendo mimoso.

Los ojos de Aidan se abrieron un poco por la sorpresa. Luego sonrió plenamente y me dio un abrazo.

-         Mucho – respondió, y volvió a hacer eso del pelo, como si hubiera confundido sus dedos con un peine. Disfruté de eso un segundo y luego decidí que ya eran suficientes mimos, que sino luego papá se confundía y se creía de verdad que yo era uno de los enanos.

-         Puede haber cámaras, que lo sepas. Ahora mismo puede haber alguien en alguna cabina de vigilancia riéndose como un loco porque ha visto como me pegas. O tal vez esté llamando a la policía. – dije, apartándome – No vuelvas a hacer eso.

-         Pues tú no vuelvas a insultarme – replicó, aguantando la risa, como si mi profunda indignación fuera algo muy gracioso.

-         Hablo en serio, papá.

-         No, si yo también. Oye, míralo de esta forma: tú me insultaste delante de tus hermanos, y yo en cambio ajusté cuentas contigo a solas. Sales ganando, y todo.

Iba a replicar, pero me callé, porque en el fondo sabía que sí había salido ganando. No sé qué bicho le había picado a papá, pero no me había ido tan mal como cabía esperar, ni tampoco al enano cuando le mordió. Quizá ese día estaba de buen humor, o había decidido que nada le amargara el sábado de zoo.


-         Aidan´s POV –

Hasta que Zach y Harry cumplieron cinco años, más o menos, me había pasado toda la vida diciendo que no a mis hijos. “Lo siento, no puedo compraros ese juguete.”  “No, hoy no hay chucherías” “La ropa tiene que duraros más, sólo hace tres meses que os compré pantalones”.   Me enorgullecía saber que nunca les había faltado nada de lo básico, pero tampoco pude concederles ninguno de sus caprichos infantiles. Mi bolsillo no podía permitírselo.

Por eso me costaba decirles que no ahora que ya eran grandes y las cosas iban mejor. Me gustaba darles todo lo que querían, como supongo que a cualquier padre, pero el dinero no crecía de los árboles. No podía comprar el tubito ese que quería Alejandro y además me parecía excesiva e irracionalmente caro. Él no se lo tomó muy bien, y casi adiviné en qué iba a acabar la cosa.

Alejandro tenía cierta tendencia a pasarse de la raya cuando discutía conmigo. Me gritaba y hablaba de más, pero yo intentaba tener paciencia y culpaba a sus quince años. Aquella vez decidí hacer eso también, porque quería pasar un buen día y bastante tenía con haber hecho llorar a Kurt: no quería hacer llorar a dos hijos. Así que aproveché un momento en el que estábamos a solas para castigarle un poco, pero los dos sabíamos que le salió barata. Hacer eso era algo arriesgado, Alejandro solía cogerte el brazo si le dabas la mano, y podía tomárselo como que no pasaba nada si lo repetía de nuevo… Por eso mismo había hablado primero largo y tendido con él, para asegurarme de que me tomaba en serio.

Me sentí un poco más seguro de mi decisión al ver que él no reaccionó irascible como solía hacerlo, sino mimoso como las últimas veces. Para mí sería todo un alivio si aquello se volvía una costumbre, y me dejaba mimarle después de regañarle un poco.

Volvimos con los demás y Alice casi me suplicó ir al acuario a ver los delfines, así que esa fue nuestra siguiente parada. Antes de entrar, sin embargo, me fijé en que la gente se agolpaba en torno a un hombre que estaba vendiendo los mismos tubitos que antes quería Alejandro. Me acerqué un segundo.

-         ¿Papá? – preguntaron mis hijos, extrañados. Les hice un gesto de que esperaran, y hablé con aquél vendedor.

Resulta que él vendía por un dólar lo que su compañero vendía por veinte. Por eso él estaba vendiendo alguno y el otro tipo no. Un dólar me parecía más que aceptable, e incluso podía comprar uno para el resto. Compré doce de aquellos collares, y volví con mis hijos, sonriente. Los ojos de Alejandro casi se desencajan.

-         ¿Lo… lo compraste?

-         Aquí lo vendían más baratos que en la entrada. Veinte veces más barato, para ser precisos. – maticé, sorprendido de lo abusones que eran algunos comerciantes al poner los precios - Escuchad todos, por lo visto se pueden apagar, si los abrís, y así os dura para la noche y que aun brille.

Se tiraron a por mí, cada uno a coger el suyo. A los pequeños les encantó, y  Ted me dedicó una sonrisa. Así supe que cuando dijo que no quería uno sólo trataba de no dar problemas. Michael lo cogió como con desgana, pero sé que también le gustaba un poquito la tontería esa.  Alejandro aun no había cogido el que le estaba ofreciendo.

-         ¿En serio me lo compraste? – preguntó, incrédulo.

-         ¿No lo estás viendo? Ya te dije que no lo compré antes porque era muy caro.

Alejandro alargó la mano para cogerlo muy despacio, y luego me sorprendió con un abrazo repentino, sin importarle la presencia de sus hermanos ni de nadie.

-         Gracias – me susurró, agarrando mi chaqueta con fuerza.

-         De nada, campeón.

-         No volveré a tratarte mal, te lo prometo.

Me movió el corazón con esas palabras, porque entendí que se sentía culpable por su pequeño arrebato, y el hecho de comprarle aquello que tanto quería le hizo sentir peor. Tal vez le hice sentir que no se lo merecía.

Estuve a punto de decir “no ha pasado nada, ya no pienses en eso”, pero por alguna razón sentí que no debía decirlo. Sería una forma de minimizar sus sentimientos, como si le estuviera diciendo “no le di importancia ni a tus insultos ni a tus disculpas”. No. Era importante que mi hijo entendiera que hablaba tan en serio al decirle que no podía tratarme así como al decirle que estaba perdonado.

-         Te creo, Alejandro. Además sé que sólo fue un momento de enfado, y que sólo necesitas aprender a controlarte un poco. Haremos que éste collar  te lo recuerde ¿bueno? Como un pacto.

-         ¿Eh?

-         Esta cosa te recordará que no soy tu enemigo, así que no tienes por qué atacarme.

Alejandro me miró fijamente, algo confundido.

-         ¿Y tengo que llevarlo siempre? – preguntó, extrañado, y yo no pude evitar reírme un poco.

-         No, hijo, no tienes por qué. Deja, tonterías mías. Tu padre, que es un cursi. Anda, vamos, veamos los delfines antes de que a Alice la de un algo de impaciencia.

Entramos al habitat de los delfines, a ver una de esas exhibiciones donde les hacen saltar y hacer monerías. Alice y Hannah parecían estar viviendo una experiencia extracorporal que las llevaba al paraíso. No logré que se sentaran en todo el rato, y cuando el cuidador pidió un voluntario les faltaron piernas para correr. Sonreí al ver a mi niña de seis años acariciando el hocico de aquellos animales, aunque me preocupó un poco la larga fila de dientes… No eran tiburones, pero…¿esas cosas mordían?

-         Ya no lo aguanto más – bufó Maddie. Me di cuenta de que todos mis hijos, incluidos los mayores, parecían estar pasándoselo bien, salvo ella.

-         ¿Qué ocurre, cariño?

-         Papá, es inhumano tenerles aquí encerrados obligándoles a saltar a cambio de un poco de pescado.

Así que mi pequeña me había salido ecologista. Medité un poco sus palabras, y  no me costó ver que tenía un punto de razón. Yo era un gran amante de los animales, y entendía a quienes reivindicaban su derecho a vivir en libertad. No obstante….

-         La mayoría de los animales viven más tiempo en cautividad, Maddie, y aquí les tratan bien. Sería terrible si estuvieran en un laboratorio o si les maltrataran de alguna manera, pero aquí tienen comida, espacio, y veterinarios a su disposición. Tener un sitio en el que ver animales de todas las especies es importante para conocer el mundo, y si les soltaran la mayoría de ellos no sabrían defenderse en el mundo salvaje.

-         Sabrían si les hubieran dejado nacer y crecer allí. – insistió.

-         No pienses en eso e intenta pasarlo bien, ¿sí?

Maddie asintió lentamente.

-         ¿No vas a decirme que me equivoco? – me preguntó.

-         De hecho creo que tienes bastante razón, y tienes derecho a tener tu propia opinión. – respondí, algo sorprendido. Me gustaba que fueran librepensadores. Me gustaba que no estuvieran de acuerdo conmigo. La vida sería muy aburrida si se limitaran a aceptar mi opinión en todo. Y yo no tenía derecho a imponerles nada, o a pretender que conocía la verdad absoluta y tenía razón en cada pequeña cosa. Mi trabajo era guiarles por un camino con bifurcaciones y desvíos, tratando de que escogieran los correctos, pero no podía hacer ese camino por ellos o arrastrarles por una dirección en la que ellos no quisieran ir. 

-         ¿Y si digo que me hago vegetariana?

-         Hablaremos cuando cumplas dieciocho, o al menos dieciséis. Estás creciendo. Necesitas proteínas. No es que no te deje, es una decisión que te pertenece sólo a ti, pero ahora mismo no es conveniente para tu….crecimiento. ¿Lo entiendes?

Maddie volvió a asentir y sonrió.

-         De todas formas me gusta la carne. 

-         Y odias la verdura – apunté, y me reí. Alargué la mano para hacerla una caricia.

En ese momento sonó el móvil de Ted, y por la cara que puso al ver quién le llamaba, debía de ser esa chica que le gustaba. Ya no debía de estar comprometida y algo me decía que muy pronto iba a tenerla por nuera. Me propuse prestar más atención a eso, porque no quería que hicieran daño a uno de mis hijos más sensible y vulnerable.

Ted se levantó y se alejó un poco, como para tener intimidad,  y yo le seguí con la mirada, tratando de sacar alguna conclusión de sus expresiones, ya que no podía oírle. Me distraje a los pocos segundos, sin embargo, porque al mirar en esa dirección pude ver a Michael inclinado hacia delante en su  asiento, con la mirada fija en  los delfines, casi sin pestañear.  Harry  se había dado cuenta también, y me dedicó una sonrisa:

-         Ni que fuera la primera vez que ve uno…. – dijo. Al escuchar esas palabras de Harry me di cuenta con horror que quizá sí era la primera vez que Michael veía uno. Al menos, tan de cerca, fuera de la televisión.

Me levanté y le cambié el sitio a Barie para sentarme al lado de Michael.

-         ¿Lo estás pasando bien, hijo?

Michael asintió, sin apartar la vista. Ni siquiera se tensó un poco, como hacía normalmente cuando le llamaba “hijo”.

-         ¿Qué son esas cosas? – me preguntó.

-         ¿El qué?

-         Ese animal que asoma por ahí… creo que van a salir después de los delfines.

-         Oh. Es un león marino – le expliqué.

-         Me tomas el pelo. Puedo ser tonto, pero no tanto. Sé perfectamente que los leones no viven en el agua, y además son marrones, y tienen garras. – dijo, ofendido porque creía que trataba de burlarme de él o de engañarle. Sentí algo de compasión al entender que había cosas muy básicas de la vida o de la cultura general que él desconocía.

-         Tú no eres tonto, Michael.  Y por supuesto que los leones son como tú dices, pero a esos animales se les llama leones marinos, creo que porque también rugen. Se parecen bastante a las focas, al menos desde mi punto de vista, pero son más grandes. Uno de esos bichos de pie puede ser tan alto como yo. Ahora en cuanto salgan lo verás.

Justo en ese momento el entrenador de los delfines  hacía un número de despedida, y se marcharon. Sonó una música, y después una voz en off daba un poco de información sobre lo que venía a continuación.

-         “Ahora vamos a conocer a Tina y a Leo. Pertenecen al grupo de los pinípedos, pero seguro que todos  sabéis a qué me refiero si os digo que se les conoce como leones marinos. Los leones marinos son carnívoros, y se alimentan principalmente de peces….”

Desconecté a mitad del discurso, pero Michael estuvo escuchando con mucha atención.  Poco después salió una chica joven, embutida en un traje de neopreno, seguida por los dos animales que respondían al nombre de Tina y Leo. El tamaño del macho era considerablemente mayor que el de la hembra.

Les hizo saludar y ponerse de pie, y luego les pidió que hicieran cosas como dar un beso, dar una vuelta, rodar, coger algo del agua y llevárselo… A todas las peticiones los animales respondían bien, y recibían como premio un trozo de pescado.

Cuando el espectáculo ya llevaba un buen rato, la entrenadora pidió la colaboración de algunas personas del público.

-         Michael, ¿por qué no vas tú? – le animé, viendo que se moría de ganas.

-         Me da vergüenza… es para niños…

-         Pues sé un niño por un día. Vamos, ve. Ni siquiera sabía que tú conocías la palabra vergüenza.

Michael me sacó la lengua pero vi que se lo pensaba. La entrenadora volvió a preguntar y Kurt saltó de su asiento casi a la vez que Michael, levantando la mano.  Pero la mujer sólo quería a uno más.

-         Kurt, campeón, déjale a tu hermano ¿sí?

-         Pero yo tampoco salí con los delfines – protestó mi enano, con un puchero.

-         Michael nunca había visto un león marino, peque. – expliqué, pero en verdad me sentía mal por pedirle que cediera siendo tan pequeño. Ojalá pudieran haber ido los dos, pero ya había otros cuatro voluntarios abajo.

-         Pero yo quiero, papiiii. Lo quiero tocaaar.

-         Aidan, déjale. No pasa nada, que vaya él. – dijo Michael.

Kurt sonrió plenamente, y ya iba a bajar corriendo cuando nos dimos cuenta de que otro chico había salido ya por el otro extremo, mientras nosotros hablábamos. La carita de desilusión de mi niño rompía corazones.

-         Snif….snif….yo…..quería…. – me dijo, restregándose contra mí, mimoso y triste.

-         Lo siento, campeón.  Otra vez será ¿sí? Vamos a venir aquí muchas más veces.

-         Pero yo quería hoy….snif

Le acaricié el pelo y la espalda tratando de reconfortarle. Le senté encima de mis piernas para que viera ahí el resto del espectáculo, pero entonces percibí en su cuerpo un cambio de actitud, cuando todo él se tensó y pasó de triste a enfadado.

-         ¡Es por tu culpa! ¡No me dejaste ir y me robaron el sitio! – me acusó.

Tragué saliva con fuerza, sintiendo que algo de razón sí tenía….

-         Es que es la primera vez que Michael está aquí, campeón…Creo que nunca ha ido a un zoo….¿me equivoco?

Michael me dio la razón con un gesto. Triste infancia la suya… Una vez más lamenté no haber sabido de su existencia, o las cosas habrían sido muy diferentes.  Ya había llevado a Alice cuatro veces, y hacía sólo dos años que vivía conmigo. Los más mayores habían estado allí más veces de las que podían contar.

-         ¡Pero yo nunca he salido! – siguió protestando Kurt.

-         La próxima vez nos pondremos muy cerquita, y me encargaré de que salgas, peque. – le consolé.

-         ¡Mentira! ¡No te creo! ¡ERES UN MENTIROSO!

-         Kurt, no chilles…

-         ¡YO QUIERO VER AL LEON!

-         Y puedes verlo si dejas de chillar y te sientas aquí a mirarle.

-         ¡PERO LO QUERIA TOCAR! – insistió. Para ese momento todos nos miraban, porque Kurt estaba gritando muy fuerte. Cambió sus gimoteos suaves por un llanto intenso y desproporcionado, en un berrinche magistral y sin sentido. ¿Qué quería que hiciera yo? ¿Traer al león para que lo viera? Yo no era el dueño del zoo, yo no ponía las normas allí. Pero claro, a Kurt eso le importaba más bien poco, o quizá es que no podía entenderlo.

-         Kurt, vale ya. Lo siento mucho, pero no ha podido ser. Échame la culpa si quieres, pero corta la pataleta porque sabes que así nunca consigues nada bueno.

El que nunca conseguía nada era yo al tratar de que parara uno de sus berrinches. Al final tuve que salirme del recinto con él para que no nos llamaran la atención, y él no dejó de llorar, chillar e incluso darme algún manotazo en todo el proceso.

-         Ted´s POV –

Por alguna razón, me sentí mal al escribirle a Agustina un mensaje diciendo “en cuanto tengas un rato llámame, por favor”. Consideraba que era yo el que debía llamarla a ella, pero mi contrato de móvil no cubría los sábados por la mañana y no quería engrosar la factura de teléfono…. Sobretodo porque si superábamos en más de cinco dólares lo pactado en el contrato, papá hacía que lo pagáramos nosotros. Y yo andaba peladísimo de dinero al tener que pagar la multa.

Así que no me quedó otra que mandarla el mensaje, sintiéndome un completo idiota. Ella ya había dado el primer  paso al semideclarárseme, y ahora era ella quien tenía que llamarme. ¿Qué clase de hombre era yo?

Todo eso se me olvidó en cuanto sonó el teléfono y vi que era ella. Me aparté de  los demás un segundo y sentí que empezaba a sudar. La conté que estaba en el zoo con mis hermanos y luego dijimos dos o tres tonterías más, hasta que al final me animé a preguntarle lo que me había llevado a escribir el mensaje.

-         Oye…. Mi padre va a salir esta noche y….me preguntaba si…. si podrías venir a ayudarme con mis hermanos…y con Geografía….

Me mordí los labios, cerrando con fuerza los ojos, esperando oír un “no”.

-         ¡Claro! ¿A qué hora quieres que esté?

-         No pasa nada, si lo entiendo …. Espera….¿has dicho que sí? ¿De verdad?

La escuché reír al otro lado del teléfono.

-         Qué bobo eres, Ted. No tengo nada que hacer esta tarde, iré encantada.

-         Muchas gracias, de verdad…. Sé que te lo he pedido en el último momento y…

-         Aclaremos una cosa – me interrumpió – Cuando dices que te ayude con Geografía… ¿te refieres a Geografía, no? No me vas a soltar una como “quiero que me ayudes a encontrar el camino a tu cordillera”, o algo así….

Tardé varios segundos en entender que me estaba preguntando si tenía alguna intención “sucia” detrás de mi petición. Qué directa y retorcida era…Por un segundo se me ocurrieron  algunas de esas proposiciones indecentes en las que ella estaba pensando, pero luego sacudí la cabeza.

-         Me refiero a que me ayudes a aprobar, porque no quiero empezar a suspender en el preuniversitario – respondí,  tratando de sonar sincero y tranquilizador a la vez.

-         En ese caso, te repito que iré encantada. ¿Sobre qué hora?

-         ¿Las ocho te parece bien? – aventuré.

-         Perfecto.

La di mi dirección y mi teléfono fijo ya de paso.

-         ¿Así que se te da mal la Geografía? – preguntó, en ese momento en el que ya habíamos terminado de concretar, pero ninguno de los dos quería colgar.

-         Sólo la parte del clima…. Todos los climogramas me salen mal…

-         ¡Pero si eso es lo más fácil!

Esas palabras me escocieron un poco.

-         Pensarás que soy idiota….

-         Para nada, Ted. Vengo de estar con Jack, ¿recuerdas?

-         ¿Y eso qué tiene que ver? – pregunté. ¿Por qué Jack tenía que salir siempre en la conversación?

-         Pues que él por no saber no sabía ni dividir sin calculadora. No sé ni cómo pasó primaria.

Sonreí un poco por el tono que empleó. Así que ella valoraba la inteligencia…

“Mierda, Ted.  Pues entonces tú estás jodido”

“¡¡Oye, cerebro, sin insultar!!”

-         Supongo que cuando eres un deportista con talento puedes permitirte no abrir un libro. Jack es bueno en lo suyo…

-         Tú también eres un deportista con talento – me dijo. – Y aun así estudias. Es que él no tiene sentido común.

Me mordí la lengua para no preguntarla que entonces por qué leches estuvo saliendo con él. 

No quería colgar todavía, así que pensé en formas de continuar la conversación, pero entonces vi a Aidan saliendo del recinto del acuario con Kurt en brazos. Kurt tenía la cara roja y estaba llorando mucho. Estaba lejos y aun así se le escuchaba. Aidan se arrodilló en el suelo  y trató de calmarle, pero no parecía estar teniendo mucho éxito. De pronto Kurt le dio una patada y salió corriendo.

-         Agustina, te tengo que dejar. Hablamos luego. – farfullé, y colgué el teléfono. Salí corriendo en la dirección en que se había ido Kurt, alcanzado a papá que había echado a correr antes que yo.

-         ¡Ted!

-         ¿Qué ha pasado?

-         No pudo salir en el espectáculo de los leones y se enrabietó….Tuve que salirme con él a ver si se calmaba…

-         ¿Y por qué salió corriendo?  Le regañaste ¿verdad? – le acusé.

-         No, si quieres le doy un premio.  – replicó con sarcasmo.

-         Grrr. Ha tenido que esconderse. Un crío de seis años no corre más que tú y que yo. –  le dije a papá, y él estuvo de acuerdo. Empezamos a llamarle, importándonos un pimiento si llamábamos la atención de la gente.

-         Kurt, campeón… anda, sal… no te escondas…. Papá no está enfadado…. – probó Aidan, y la verdad es que no parecía enfadado, sino muy preocupado. Siempre se asustaba cuando nos perdía de vista. Es decir, supongo que cualquier padre, pero por lo visto yo de niño había tenido un historial bastante largo de desapariciones en sitios concurridos y por eso él lo pasaba bastante mal.

-         ¡Kurt! ¡Sal, hermanito, que te pierdes la exhibición! – grité yo, pero ninguno de los dos tuvo suerte. Si Kurt nos oía no quería hacernos caso.

Seguimos buscándole por un buen rato, y al final papá decidió volver por los demás y  buscarle entre todos. Mientras volvíamos al acuario, me di cuenta de que papá comenzaba a desesperarse. El enano llevaba veinte minutos desaparecido, y aunque eso no era mucho tiempo, cada minuto cuenta para un padre preocupado.

-         Ni siquiera iba a castigarle…. Me sentía culpable de que no le diera tiempo a salir como voluntario porque yo le entretuve pidiéndole que dejara a Michael… Sólo quería que dejara de llorar…. Y que entendiera que no puede ponerse así cuando algo no sale como él quiere….

-         No es culpa tuya, papá…

Vimos a Michael y a los demás, les dijimos que Kurt no estaba, y comenzó la operación de búsqueda. Lo primero fue avisar a los de seguridad, que dieron el mensaje por el megáfono.  Papá le dijo a Michael que se quedara en la cabina donde le llevarían si alguien le encontraba junto con mis hermanos pequeños, y Alejandro, papá y yo nos separamos para buscar al enano.

Kurt tardó una hora en aparecer. Finalmente le trajo un chico joven que había escuchado el aviso y se había extrañado de ver a un niño solo.  Para ese entonces papá tenía lágrimas en los ojos que trataba de reprimir con todas sus fuerzas para que no le viéramos llorar.

-         ¡Papiii!

Tal vez Kurt también se había asustado, por que se enredó del cuello de papá como Hannah tras una pesadilla.

-         Aidan´s POV –

Besé cada pequeño trozo de piel de la cara de Kurt y acaricié su pelo no sé si para calmarle a él, o para calmarme yo.  Ni siquiera sabía por qué había salido corriendo. Yo no le había gritado. Le había hablado muy calmado,  intentando explicarle que no iba a conseguir nada por llorar así. Había ignorado la frustración que sentía ante su actitud, y las miradas de toda la gente que debía de estar pensando que yo era un pésimo padre.  Me había concentrado en tratar de entenderle. Me puse en la piel de un niño de seis años que culpa a su padre de no haber podido hacer algo divertido, como lo era tocar un león marino.

Y a cambio de eso mi hijo me dio una patada y se alejó de mí, perdiéndose  y haciéndome pensar todo tipo de cosas, como que un león se lo había comido, o algo así. Uno piensa cualquier cosa cuando no tiene a su niño cerca.

-         Kurt…. Bebé….. ¿dónde has estado, eh? – logré preguntar, cuando estuve seguro de que era capaz de no romperme en llanto. A pesar de que trataba de enseñar a mis hijos que no había nada malo en ser hombre y llorar, yo tenía muy interiorizado que las lágrimas eran un tabú. Andrew se ponía nervioso cuando lloraba, y por suerte o por desgracia yo era de lágrima fácil.

-         En….snif…. en la luna, papi.

Mi larga experiencia con niños me había enseñado que una  manguera podía ser una serpiente, una caja de cartón era una nave espacial y un palo una varita mágica…Pero por más vueltas que le di, no entendí lo que podía ser “la luna” en aquél contexto. No tenía sentido enfadarse con Kurt y obligarle a darme otra respuesta, porque él no lo había hecho con ninguna mala intención. Para él esa respuesta tenía mucha lógica.

-         ¿Cómo que en la luna, Kurt? – pregunté, tratando de contener los nervios. Kurt señaló al chico que le había traído. Se había quedado un poco apartado, pero no se había ido, quizá porque quería asegurarse de que Kurt encontraba de verdad a su familia. Era un chico muy joven. Tenía que tener la edad de Ted, o tal vez la de Alejandro.

-         Él es un astronauta – señaló Kurt, como si aquello lo explicara todo. Al menos había alguna asociación entre “luna” y “astronauta”.  Me pregunté si llegaría a averiguar qué había pasado con Kurt en aquella hora y media.

El chico-astronauta sonrió un poco, y me cayó simpático en el acto. En primer lugar, por haber traído a mi hijo, y en segundo, porque tenía cara de pícaro, y a la vez de buena persona.

-         ¿Cómo te llamas? – le pregunté.

-         Blaine.

-         Pues….Blaine…. muchas, muchas gracias por devolverme a mi  hijo. Si hay algo que pueda hacer por ti….

-         En realidad sí hay algo. – me cortó. Me sorprendí un poco, porque era la típica cosa que dije por cortesía. Me parecía algo egoísta su petición, como que lo había hecho por interés, pero estuve dispuesto a darle lo que quisiera.

-         Lo que quieras, si está en mi mano.

-         No mates al crío. Es muy simpático.

Sonreí, al ver que eso era todo lo que quería. Levanté a Kurt por encima de mi cabeza y le di un beso.

-         ¿A esta cosita? A esta cosita me la como, vivito y todo. – respondí, haciéndole cosquillas al enano para que se riera.

La sonrisa del tal Blaine se hizo más grande.

-         Me quedo mucho más tranquilo, aunque igual le quieres echar un poco de sal. Será mejor que me vaya, antes de que mi propia familia me dé por desaparecido a mí….

-         Espera un segundo. ¿Me explicas lo del astronauta y la luna? – le pedí.

-         Es un secreto – respondió, guiñándole un ojo a Kurt. Hizo un saludo gracioso con la mano, y se marchó. 

Le observé irse un segundo, y luego volví a apretar a Kurt contra mi pecho, sin acabar de asimilar el alivio de tenerle de vuelta sano y salvo.

-         Estás en muchos problemas, mocosito. En muchos muchos. – le dije, con más cariño que reproche en la voz. Seguramente el enfado me volvería luego, pero por el momento estaba demasiado feliz como para enojarme con él.

-         Le prometiste al astronauta que serías bueno -  me recordó Kurt, con  su mejor cara de inocencia.  Aunque esa cara me mordía el corazón, no sonreí, preguntándome cómo podía explicarle a un niño tan pequeño que precisamente para ser bueno tenía que asegurarme de que nunca más volvía a hacer algo así.

-         Contigo sí, pero no con tu traserito.  Me has dado un buen susto, Kurt, y has hecho algunas cosas que no están nada bien.

Mi bebé puso un puchero, y yo se lo deshice con un beso. No hubo tiempo para nada más, porque Ted consideró que ya lo había tenido bastante para mí sólo y me lo quitó de los brazos. Le tocó el turno a sus hermanos para regañarle sin dejar de mimarle en el proceso.

Me despedí de los encargados de seguridad, salimos de aquella cabina, y en ese tiempo la preocupación ya evaporada fue dando paso al enfado.

-         Vamos al coche. Se acabó el zoo por hoy.

-         ¿Queeee? Pero si apenas hemos visto nada. ¡No hemos comido! – protestó Cole.

-         Comeremos en casa.  Y no quiero escuchar ninguna queja. Agradecérselo a vuestro hermano.

Todos me miraron con pena, pero Ted añadió además algo de reproche. Quizás me pasé con esa última frase. Lo último que quería era generar enemistad entre ellos y Kurt tampoco necesitaba que todos le acusaran de aguafiestas… Pero no lo pude evitar, sentía demasiada rabia porque mi día perfecto con mis hijos se hubiera ido a la porra.

El camino al coche fue silencioso. Todos tenían los hombros hundidos y en especial me sentí mal por Michael. Tal vez me había precipitado al decir que nos íbamos a casa… Tenía hijos pequeños y un hijo grande que nunca había estado en un zoo…

En cualquier caso, lo que estaba mal en esa imagen era aquél horrible silencio. Con doce hijos se supone que no tiene que existir el silencio.

-         … podéis quejaros, ¿de acuerdo? Sé que soy el malo de la película, y que os estáis acordando de todos mis ancestros, que por cierto son también los vuestros…

-         Los míos no, así que puedo cagarme en ellos  bien a gusto… - murmuró Michael. Aunque esa frase tendría que haberme molestado por grosera, por poco me hace reír.

-         Escuchad,  me he asustado mucho, ¿vale? Vuestro hermano se ha perdido más de media mañana y no creo que debamos seguir aquí después de eso.

-         ¿Pero por qué no? Si Kurt no va a irse más… - gimoteó Cole.

-         Voy a ser bueno, de verdad, papi….

-         No se trata de ser o no ser buenos, Kurt, Es que…

Me interrumpí a mitad de la frase porque mi cerebro se distrajo con algo. Me había parecido ver a Holly.

“Dios mío, me estoy obsesionando. Como aún no la he llamado y se suponía que íbamos a quedar hoy, ahora la veo por todos lados.” pensé. Por supuesto, no iba a llamarla. No iba a separarme de Kurt, ni de ninguno de mis hijos el resto del día.

La mujer que debía haber confundido con Holly se perdió de vista, pero ya había abierto el baúl de los deseos y no se iba a cerrar tan fácil. Quería quedar con Holly. Quería en serio. Quería como no había querido otra cosa en toda mi vida. Por primera vez había experimentado eso que sólo había visto antes en los libros: esa sensación de ver a una persona y, sin apenas conocerla, saber que es la indicada. 

-         Papá – dijo Ted, sacándome de mis pensamientos. – Las entradas ya están pagadas. Podríamos quedarnos al menos a ver el habitat de los tigres, y el de los gorilas…

Acaricié la cabeza de Kurt, al que llevaba bien agarrado de la mano, pensando en la propuesta de Ted. ¿Por qué quería irme a casa? ¿Porque habíamos pasado un mal rato? Vendría bien pasar uno bueno para olvidarlo. ¿Cómo castigo para Kurt? Sería también un castigo para el resto de mis hijos, y además no me gustaba hacer esas cosas. No era mi estilo suspender un día en familia. ¿Porque necesitaba calmarme? La calma era un estado que yo no conocía del todo. Si lo que necesitaba era tranquilidad, la tendría si mis hijos se lo pasaban bien y eran felices.

-         Está bien, nos quedamos. Pero NADIE se separa, ¿estamos?


Se oyeron gritos de entusiasmo y Cole me abrazó bien fuerte. Suspiré, aceptando el hecho de que era un maldito blando que no podía negarme a lo que me pidieran mis hijos…. 


-         Kurt´s POV –

Hannah y Alice salieron para tocar a los delfines y jugar con ellos. No me importó mucho porque la verdad es que me daban algo de miedo…Papá decía que los delfines eran buenos, que no mordían como los tiburones, pero yo no lo tenía claro del todo porque tenían muchos dientes y no se parecían mucho a los delfines de los dibujos.

-         Eres un cobardica si te dan miedo los delfines – se burló Hannah en cuanto volvió,  susurrándomelo al oído. Miré a papá preocupado porque lo oyera y pensara también que yo era un cobarde. Me quedé tranquilo al ver que estaba distraído hablando con Michael, pero me enfadé mucho con Hannah, porque ella tenía miedo de muchas cosas y yo nunca la decía nada. Tenía miedo de los insectos, de la oscuridad, de los monstruos de su armario y de su cama, de los fantasmas, de las tormentas, de los leones, de los tigres, de los tiburones, de los cocodrilos, de las serpientes y de…de tantas cosas que yo no podía recordarlas todas.

-         ¡No me dan miedo! –protesté.

-         Si te lo dan, que lo sé yo. ¿Si no por qué no saliste a tocarlos?

-         Porque…porque….¡voy a salir con los leones marinos! – la aseguré.

Luego tragué saliva porque igual los leones eran peores que los delfines…pero la voz de la presentadora dijo que sólo comían pescado y que eran como focas muy grandes, además de otras cosas que no entendí. Me convencí de que no iban a comerme a mí, y así podría cumplir lo que le había dicho a Hannah. Además, así sería aún más valiente que ella, porque Alejandro decía que los delfines eran “animales de niña”, mientras que por lo que había oído a Michael le gustaban los leones marinos: tenían que ser animales de niño, y además de niño mayor.

Así que cuando pidieron voluntarios para salir con los leones, tras dudarlo un poco al ver lo grandes que eran, me animé a salir… pero papá dijo que dejara a Michael. Yo estaba acostumbrado a que mis hermanos mayores me cedieran el sitio a mí, y no al revés. Me puse muy triste, sobretodo cuando Michael dijo que podía….pero ya fue tarde. Por culpa de papá me habían quitado el sitio.

Me enfadé mucho y lloré, y grité y de todo, pero no por eso papá me llevó con los leones, sino que me sacó fuera. Se agachó y me miró muy fijo, diciendo un montón de cosas menos lo que yo quería oír, y encima me regañó… Le di una patada para que me soltara y me alejé…

Hannah iba a pensar que era un cobardica….todos iban a pensarlo, o ya lo pensaban….y papá….Papá iba a matarme… Empecé a sentirme mal por darle una patada y por haber gritado así….ni a Ted ni él les gustaba que hiciera eso. Me alejé pensando que iban a estar muy enfadados conmigo y terminé en algún lado muy lejos del acuario.

No me gustaba estar solito. Allí había animales muy grandes y raros, y era muy muy grande….¿y si papá no me encontraba nunca? ¿Y si me encontraba pero estaba muy enfadado conmigo y ya no me quería?

-         ¿Por qué lloras, enano? – preguntó alguien. Levanté la cabeza y vi a un chico sentado en una valla muy alta… Dudo mucho que uno se pudiera sentar ahí, iba a caerse, y al otro lado había un tigre enorme….Seguro que si su papá le veía le daba en el culito….

-         Voy a estar ….snif….solito para siempre.

-         Uy. ¿Para siempre? Mira que lo dudo – dijo el chico, mientras se giraba y hacia cosas raras para bajar de la valla – Bueno, lo siento tigrecito, lo nuestro no podía ser. Hay demasiadas barreras en tu vida. Necesito a alguien que no esté tan “atado” y “encerrado en su mundo”.

Por alguna razón pensé que ese niño  mayor estaba un poco loco… pero me caía bien. Llegó hasta el suelo y me sonrió.

-         A ver. Cuéntamelo desde el principio.

Le hablé del acuario, de los leones, de Hannah, de papá….

-         ¡Ala! ¿Pegaste a tu papá? ¿Y te largaste? Caray, si que tienes cojones, enano.

Se me llenaron los ojos de más lágrimas todavía.

-         Lo hice sin quereeeer.

-         ¿Sin querer? ¿Se te escapó el pie, o qué? Bueno mira, eso ya no importa. El asunto aquí es que hay que encontrar a tu padre. Me parece a mí que estará muy asustado ¿no crees?

Me mordí el labio sin decir nada. Asustado no sabía, pero enfadado seguro…

-         Te llamas Kurt ¿verdad? – preguntó. Abrí mucho la boca.

-         ¿Cómo lo sabes?

-         Ah, porque soy muy listo. Además resulta que adivino cosas.

Le miré con desconfianza, intuyendo que me mentía.  Justo en ese momento los altavoces dijeron mi nombre, y dijeron que estaba perdido. Entendí que aquél chico debió de escuchar un mensaje parecido. En ese momento dejó de caerme bien: no confiaba en la gente que no me decía la verdad, y menos si eran desconocidos.

-         ¡Es mentira!  ¡Eres un mentiroso y no quiero estar contigo! – le grité, y ya iba a salir corriendo otra vez cuando me agarró del brazo.

-         Vale, vale…..me has pillado… En realidad me enviaron aquí a buscarte….Se supone que no te lo podía decir, pero bueno.

Eso me dio mucha curiosidad, así que me quedé.

-         ¿Te enviaron a buscarme? – pregunté, intrigado.

-         Aham. En una misión. Tengo que llevarte con tu padre.

-         ¿Y quién te envió? ¿Eres un espía?

-         Uy no, que esos van con pistola y no me gustan nada – dijo el chico, y por un segundo me pareció que sus ojos se ponían muy tristes.

-         Entonces tampoco eres policía.

-         Nop.

-         Eres…¿mi ángel de la guarda? – se me ocurrió. ¡Me estaba quedando sin opciones!  - ¿Por eso me observabas desde ahí arriba?

El chico se rió mucho.

-         Esa sí que ha sido buena. Mmm. Podría ser, ¿pero no ves que no tengo alas?  ¿Cómo iba a volar sin ellas? ¡Ni que estuviéramos en el espacio!

Se me encendió la bombilla y me entusiasmé porque al fin lo entendía.

-         ¡Eres un astronauta!

El chico se rió aún más.

-         Soy Blaine, enano fantasioso. Y vamos a buscar a tu papá ¿vale?

Blaine el astronauta –porque no había negado que lo fuera- me dio la mano y caminamos a lo largo de todo el zoo hasta llegar a donde estaban todos. Me hizo feliz tener un nuevo amigo, pero  hasta se me olvidó despedirme de él cuando estuve en los brazos de papá.

Papá dijo que nos íbamos a casa, pero al final no nos fuimos. Aunque me lo pasé muy bien visitando a todos los animales, comiendo hamburguesa, y helado y algodón de azúcar, sabía que al llegar a casa papá iba a seguir regañándome…Lo sabía porque no era tonto, y porque papá no me soltó la mano en todo el día….y porque de vez en cuando le descubría mirándome con esos ojos tristes y llenos de preocupación que tenía cuando llegué.

-         Aidan´s POV –

No quería llegar a casa. Realmente no. Había logrado distraerme, divertirme, y disfrutar de las risas de mis hijos. Había sonreído como un tonto ante la cara de Alice al ver los elefantes, y había consolado a Hannah cuando se asustó con los tigres. Había conocido una versión de Michael algo escondida: la ingenua, la infantil…la que aun disfrutaba de ese tipo de actividades, porque no había tenido muchas a  lo largo de su vida.

No quería empañar todos esos recuerdos poniéndome serio… pero tenía una conversación pendiente con Kurt y ya sentía que la había aplazado demasiado.  Cuando aparqué el coche frente a mi puerta suspiré, y traté de buscar alguna excusa para dejar pasar la actitud de Kurt… pero no la encontré.

-         Papá, ¿te dije que hablé con Agustina? – me preguntó Ted, en cuanto bajó de su coche y yo del mío. Me dio la sensación de que sólo estaba buscando distraerme y entretenerme, pero un poco funcionó.

-         No, pero lo imaginé cuando te vi con el móvil. ¿Qué te dijo?

-         Sí que puede venir esta tarde. Así que vete con Holly, y nosotros nos quedamos con los enanos.

-         Te lo agradezco, Ted, pero no voy a salir hoy.

-         ¿Qué? ¿Por qué no?

-         No lo considero… sensato. Y como no quiero que pienses que pongo a Kurt de excusa, no es sólo por eso. He estado pensándolo, y todo esto es una tontería.

-         Pero ¿tú quieres quedar con ella o no?

Miré a Ted a los ojos, dispuesto  a ser sincero.

-         Sí, Ted, sí quiero. Pero ni siquiera la he llamado. Lo único que la dije es de salir a cenar hoy. Y me dio miedo mirar la respuesta, así que ni siquiera sé si dijo que sí. Lo mejor para todos es que diga que no.

-         Papá… Hay cosas que sólo te pasan una vez en la vida. Yo creo que alguien de Ahí Arriba te está haciendo señales luminosas para que no dejes escapar a esa mujer…pero tú te esfuerzas en cerrar los ojos porque….estás asustado….

-         Tal vez…. O tal vez estoy siendo lógico. Tengo doce hijos…Tengo que pensar en ellos….en vosotros…. Y en ella también. Salir conmigo no implica sólo salir conmigo, sino aceptar a mi familia. Y pedirla eso es demasiado…

-         Deja que ella tome esa decisión. Si es la indicada todo saldrá bien. Desde que la viste no has dejado de cruzártela. Si eso no es el destino no sé lo que es.

-         Ella sabe en qué eventos voy a estar, y me busca. No es el destino, es una especie de acoso. – repliqué, aunque yo no me sentía acosado en absoluto. Más bien, iba a comprobar si ella estaba en cada evento al que tuviera que acudir.

-         ¿Lo ves? ¡Le gustas! ¡Es perfecto! – dijo Ted, y rebuscó en mi bolsillo hasta coger mi móvil. Luego me lo puso en la mano. – Mira  a ver si tienes algún mensaje suyo – me instó.

Algo asombrado por su vehemencia, abrí los mensajes privados del twitter. El corazón me dio un vuelco al ver que tenía un mensaje nuevo.

HOLLY: ¿Y si en vez de una cena vamos a un lugar diferente? ¿Te gustan las ferias?

Tragué saliva. Eso era un sí. Un “sí, quiero salir contigo”. No es que fuéramos pareja, pero algo sí significaba ¿verdad? Había un mensaje más: me había dejado su número de teléfono. Si eso no era mostrar interés,  no sabía lo que era….

Esa mujer sabía muchas cosas sobre mí, se había leído mis libros y las biografías mías que circulaban por la red. A lo mejor sí sabía que tenía doce hijos. ¿Y si no la importaba? ¿Y si de verdad, DE VERDAD, había encontrado la pieza del puzzle perfecta para encajarla en mi vida?

Escribí una respuesta rápida:

AIDAN: Las ferias son perfectas. En un rato te llamo.

Guardé el móvil, y miré a Ted bastante nervioso.

-         Te morías de ganas de hacer eso, ¿verdad? – me preguntó, sonriendo.

-         … Desde que la vi en el umbral de la puerta – admití.

-         Pues venga, ve a arreglarte, a hacer algo con ese pelo y….

-         Sé lo que pretendes, Ted, pero tengo que hablar con tu hermano. No vas a poder distraerme lo bastante como para que me olvide de eso.

-         Tiene seis añitos, papá… - me recordó, como si no lo supiera.

-         Lo dices como si fuera a matarle.

-         Pues casi casi….

-         Exagerado. – repliqué, pero muy enternecido porque le protegiera así. Se notaba que le gustaba considerablemente más ese papel que el de estar él a cargo.

-         Es que a veces eres muy duro con él, papá….como cuando lo de los tornillos….

-         ¿Eso crees? – pregunté, más preocupado de lo que estaba dispuesto a admitir. Más bien me daba la sensación de que a Kurt le pasaba cosas que en su día no había pasado a sus hermanos mayores.

-         Bueno, cualquiera que se enfade con ese niño está siendo demasiado duro con él. ¡Estoy seguro de que en algún lugar del mundo existe una ley que prohibe regañar a Kurt! – se quejó.

Sonreí un poco.

-         También tiene que haber una que prohibe regañarte a ti, y por eso te tomas tantas confianzas – bromeé y le di un beso. – No cambies nunca, hijo. Y piénsate si quieres hacer la carrera de abogado. Te sale ya como algo natural.

Entré con él en casa, donde ya estaban todos los demás, y miré el reloj. Eran las seis de la tarde.

-         ¿A qué hora viene tu novia? – le dije a Ted.

-         ¡Papá! ¡No es mi novia! Y te agradeceré que cuando esté ella no me avergüences y no…

-         Si, sí sí sí: nada de sacar tus fotos de bebé, ni de ser pesado, ni de hacer preguntas. Es más, serías feliz si me quedo afónico momentáneamente. Pero ¿a qué hora?

-         A las ocho.

-         Aún faltan dos horas. Quedaré con Holly a las ocho y media… - pensé en voz alta. Paseé la mirada por todo el salón, hasta encontrar el bichito que buscaba. Fue enfocar a Kurt y que éste se pusiera rígido. –  No me mires así, campeón. No estés asustado. Ven con papá un segundo ¿sí?

Kurt negó con la cabeza y en vez de acercarse se alejó. Suspiré y caminé  hacia él, para cogerle en brazos.

-         ¿Lo has pasado bien en el zoo, bebé?

Kurt asintió, sin quitar la cara de pena.

-         ¿Has visto muchas cosas? ¿Qué es lo que más te gustó?

-         Todo…

-         ¿Todo?  - le sonreí, rozándole la mejilla con el dorso de la mano en un mimo que pretendía ser tranquilizante.

-         …. Menos cuando te enfadaste….

-         ¿Y por qué me enfadé, cariño?  ¿Lo sabes? – pregunté, mientras subía las escaleras con él.

-         ….snif….porque fui malo.

-         Inténtalo otra vez, campeón. Yo sé que sabes por qué en concreto me enfadé.

Kurt no dijo nada, y a mí me quedó la duda de si no lo sabía o no me lo quería decir.  Me aseguré de que tenía su atención y traté de explicárselo para que él lo entendiera.

-         Te molestaste porque no pudiste tocar a los leones marinos. No pasa nada por sentirse triste o enojado si algo no sale como queremos, pero no  puedes gritar ni llorar así, ni pegar a papá. Ted te regañó el otro día por lo mismo, y yo ésta mañana también ¿eh?

-         Pero yo quería… da igual….

-         No, cielo, no da igual. Yo sé que tú querías ver a los leones, mi amor. Lo sé y lo siento mucho. Pero al final por ponerte así no viste nada de la exhibición.  ¿Lo ves? No ganamos nada con enfadarnos tanto. Es más divertido disfrutar de lo que sí podemos hacer.

-         Pero…es que….

Kurt se mordió el labio. Entramos a su cuarto, me senté en su cama, y acaricié los alrededores de su boquita para que se soltara el labio.

-         ¿Es que qué, peque?

-         Hannah dijo…..¡yo no soy cobardica!

Le miré algo sorprendido,  porque ahí sí estaba perdido.

-         ¿Cobardica, bebé? Claro que no. ¿Quién te dijo eso?

-         ¡Hannah!  Ella dijo que era un cobardica porque….porque…..Papi….¿te puedo contar un secreto?

-         Claro que sí, enano. – le senté mejor, y  sobreactué una actitud de escucha, para indicar que le daba al asunto la importancia que merecía a los ojos de mi niño.

-         Es que…. me  asusté un poquito de los delfines…

-         ¡Oh!  ¿Y Hannah se metió contigo por eso? Pero no es nada malo tener miedo, Kurt. A veces el miedo nos protege: nos impide hacer cosas peligrosas. Y otras veces lo que tenemos que hacer es superar el miedo ¿mmm? Como hiciste tú con la bici, y ahora ya sabes montar muy bien.

-         Yo quería… quería ser valiente y tocar el león….

-         Mi niño….Te entiendo… Pero no debes demostrarle nada a nadie, cariño. No es más valiente el que más lo grita. – le dije, y apreté el agarre, para abrazarle. Kurt lloriqueó un poquito y luego sorbió ruidosamente.

-         Papi…. ¿me vas a dar  en el culito?

Suspiré. ¿Podía quitarme el cartel de padre por un rato? ….Sólo unos minutitos….

-         Escúchame, Kurt… Ahora sé por qué querías tanto ver a los leones… pero no estuvo bien que te pusieras así, y es algo que ya sabes ¿eh? Y no sólo eso, sino que papá intentó explicártelo OTRA VEZ y  me diste una patada. Y saliste corriendo, asustándome mucho mucho mucho porque no te encontraba. Y eso es algo que no puedes hacer nunca nunca nunca más. Así que sí, pequeño…. Te voy a dar en el culito.

-         ¿Y si te doy un besito no me das? – preguntó, con el puchero más conseguido de la historia. Me dije a mí mismo que tenía que ser fuerte, pero uno no puede evitar tener el corazón hecho de patata… Tuve que esperar  varios segundos para ser capaz de seguir adelante con aquello.

-         Lo siento, peque. Esta vez ni siquiera un besito te puede salvar…. – susurré,  y le puse de pie en frente de mí. Intenté no mirarle a la cara. Evité en especial su mirada húmeda, y llevé las manos a su cintura para bajarle el pantalón. No dijo nada y tampoco me lo impidió, pero comenzó a llorar más fuerte cuando le tumbé encima de mí.

-         No… papi….

-         Kurt. No se hacen berrinches. Si papá dice que no a algo, es que no, y si no se puede no se puede….- dije, y eso me sonó tan estúpido que sentí que debía añadir algo más – Lo que intento decir es que… no siempre las cosas saldrán como tú quieres. No puedes ser tan caprichoso.

Levanté un poco la mano y la dejé caer sobre su calzoncillo, recibiendo como respuesta inmediata un sollozo más fuerte.

PLAS

- Bwaaaaaaaaaa…. Papiiiiii

PLAS PLAS ….au….PLAS PLAS

-         No exigimos las cosas, Kurt. Ni gritamos si no conseguimos lo que queremos.

PLAS ….snif…..bwaaaa…..PLAS PLAS PLAS….snif…. PLAS

Me sentía un monstruo… un monstruo terrible y sin corazón ante esa forma de llorar. Hubo un tiempo en que pensé que Kurt exageraba aposta para que yo me ablandara, pero luego comprendí que le salía del alma llorar así, y eso era casi peor.  Respiré hondo. Por eso no me gustaba hablar cuando les reprendía: me temblaba la voz. Pero tenía un niño de seis años, y aquella vez quería estar seguro de que entendía perfectamente los motivos de aquello, así tuviera que repetírselos hasta la saciedad.

-         No se dan patadas, y menos a papá.

PLAS PLAS ,,,,,ya papii…..PLAS PLAS …..bwaaaa…..PLAS PLAS

-         Y no vuelvas a salir corriendo ni a alejarte de dónde yo esté.

PLAS PLAS

Para ese entonces Kurt  lloraba de una forma que no le había escuchado antes. Era como si estuviera cansado… Lloraba sin fuerzas, y eso me mató. Nunca había sido tan duro con él.

Sus gafitas se habían caído al suelo, sobre mi pie… Kurt estiró las manitas para cogerlas, y yo le incorporé y traté de ponérselas, pero tenía los ojos llenos de lágrimas y así sólo las mancharía. Le abracé bien fuerte, mientras buscaba un pañuelo para limpiarle. Finalmente mi mano se topó con toallitas perfumadas que solía usar para refrescarles la piel. Cogí una y le limpié la carita con ella.

- Ya mi nene… ya pasó…

Sólo conseguí que Kurt  me llorara con fuerza en el oído, con un sofoco que llegó a alarmarme. Me sentí mal de inmediato. En ese momento estuve convencido de que me había pasado.

-         Ya bebito….¿te duele mucho?

Kurt no respondió, pero se aferró a mi cuello con mucha fuerza.

-         Papiiiii.

-         Cariño….. no llores así, mi vida….shhh, shhhh…..no pasa nada, no pasa nada….- repetí, como un mantra, y  le coloqué los pantalones de nuevo. No hizo ningún gesto de dolor cuando se los puse, y eso me tranquilizó un poco. Nunca le daba fuerte, pero verle llorar así….

-         Bwaaaa…. Papiiiii

-         Bebito…. ¿ves por qué hay que portarse bien? Ya no llores, cosita.

-         Papi lo siento mucho…

Cerré los ojos mientras sentía lo que debe sentir uno cuando le meten la mano en el pecho y le estrujan el corazón.

-         Lo sé, campeón, y estás perdonado….y te quiero mucho ¿vale? ¿Lo entiendes? ¿Entiendes que ya todo está bien y papi te ama? Ya no hay motivos para llorar.

Debió de entender, porque me abrazó más fuerte y pareció ir calmándose poco a poco. Permaneció agarrado a mí durante un rato. Él no parecía cansarse, así que yo tampoco, pero empecé a hacerle dibujitos en la espalda porque sabía que le relajaba.

-         Papi….tengo que hacer pis…

-         Pues ve, peque…

-         No quiero ir solito.

Sonreí, y le llevé en brazos al cuarto de baño.

-         Ya no tengo ganas. Ahora quiero beber agua….

Sonreí más, porque entendí lo que estaba haciendo. Quería estar conmigo, y estaba probando a ver qué podía conseguir de mí por un ratito. Le paseé un rato por la casa, cumpliendo peticiones absurdas como “ahora quiero coger tal cosa, o ir a tal sitio”.  Sus hermanos nos miraban con curiosidad, pero sin decir nada, hasta que al final Ted le cogió de mis brazos, justo a tiempo porque se me estaban durmiendo.

-         Ese taxi tiene que repostar, enano. Te cojo yo por un ratito ¿vale? ¿Qué pasó?  ¿Papá te castigó?

Kurt asintió, pasó las manos por su cuello, y empezó a chuparse el dedo. Ted le frotó la espalda.

-         Pobrecito. Pero ya no vas a escaparte más  por ahí tu solito, ¿verdad que no?

-         No.

-         Eso es. ¿Quieres merendar? ¿Le pedimos a papá algo rico? ¿Qué te apetece?

-         ¡Helado!  - dijo Kurt, con entusiasmo. Esa pareció ser una palabra mágica. Ted siempre conseguía distraerle.

-         Papá, ya lo has oído. ¡Hoy se merienda helado!

-         Mmm. No sé, no sé. Igual yo me meriendo a este bebé ¿sabes? – dije,  picando el costado de Kurt, provocando que se riera.

Vi a Hannah pasar por nuestro lado y la sujeté un segundo.

-         Hannitah… ¿tú llamaste cobarde a Kurt?

Mi nena tragó saliva.

-         Sí papi….

No dejaba de sorprenderme la facilidad con la que admitía las cosas. Ojalá eso no cambiara con los años.

-         Eso no se hace ¿bueno? Nadie es cobarde por tener miedo alguna vez, y no está bien burlarse así de las personas.

-         Lo siento….

-         Dale un beso a tu hermano, cariño.

Hannah alzó las manitas hacia Ted, que se agachó para que Hannah pudiera darle un beso a Kurt. Eran tan monos…

-         Eso es, princesa. Y mímale mucho para que sonría ¿sí? Ale, todos a merendar. Menos mal que  sé que mis bebés son golosos y tengo el congelador lleno de helados….

Mientras ellos bajaban en estampida directos al congelador, yo aproveché para descansar un segundo. Me di cuenta de que apenas había parado quieto ese día. En el zoo cuando me había sentado había sido sólo para ser el asiento de Alice, Hannah, Kurt o Dylan. Sonreí al recordar a Dylan hipnotizado por los rinocerontes. Los animales lograban una inusual capacidad de concentración en mi niño, como si fueran un antídoto temporal para su autismo. 

Me alegré de no haberles obligado a volver a casa cuando apareció Kurt. Se lo habían pasado bien, y hubiera sido absurdo suspenderlo. Era típico de Andrew cancelar planes que me había prometido, y aunque yo tenía un motivo medio aceptable y no como mi padre que simplemente estaba demasiado borracho para hacer nada, no quería hacerles sentir la decepción que sentía yo en esos momentos.

Además hubiera sido doblemente duro para Kurt, si luego iba a castigarle en casa. Tenía una molesta sensación en el pecho en relación con Kurt…. Nunca había sido tan duro con Cole a los seis años, y casi a sus diez tampoco. Kurt era muy inquieto y algo caprichoso, pero era un buen niño, con buen corazón. Si me enfadaba con él por una rabieta, ¿qué iba a hacer si un día hacía algo realmente malo?

Le observé comerse el helado con la duda de si me había pasado, o si aquél castigo había servido para algo. Tal vez para que no se escapara pero ¿por  las rabietas? ¿Cuántas veces le había regañado por lo mismo? Tantas que ni podía contarlas.

-         Ted, quiero otro… -  pidió Kurt.

Ted me miró inseguro. Si le decía que no el enano podía armar otro berrinche y no quería que su hermano se metiera en más líos. Kurt  aún tenía  los ojos algo rojos, y ya iba a precipitarme diciéndole que sí, cuando Michael se me adelantó. Le semiatrapó la nariz en una caricia que le salió muy natural y le sonrió.

-         ¿Y entonces los demás qué comen, mm? Ya no quedan más Kurt, salvo los míos que son sin azúcar. Y esos no te gustarían. Mañana hay otro, ¿bueno?

Kurt puso un puchero, Ted cerró los ojos como esperando escuchar el grito…

-         Vale… - suspiró Kurt. Sin gritos, ni lloros, ni nada. – Pero quiero un beso.

-         Ah, eso sí te lo puedo dar. – sonrió Michael. Nunca le había visto ser tan cariñoso con él, pero me gustó. Kurt estaba un poco encelado de la relación que Michael tenía con Hannah.

Me acerqué, y le di otro beso yo. Y luego varios más, mientras Michael le dejaba con cuidado en mis brazos.

-         Qué niño tan mayor. Besos tienes todos los que quieras y más, campeón. Esos puedes pedirlos siempre y nunca te dirán que no.

Kurt sonrió ampliamente, con algo de picardía, y empezó a pedirle besos a sus hermanos.  Repitió la operación con  Alejandro, porque notó que le daba vergüenza y se lo tomó como un juego. Me entró la risa al ver al enano tirar de la manga de Alejandro pidiendo su beso una y otra vez, y cuando Alejandro se lo daba le pedía más.

Cuando acabaron de merendar y todo se quedó más tranquilo saqué el móvil para hablar con Holly. Tuve ciertas dificultades para pulsar las teclas de la pantalla, porque las manos me sudaban mientras paradójicamente me recorrían escalofríos. Cuando ella descolgó, me quedé en blanco.

-         ¿Diga?

Fui incapaz de responder. Escuchaba ruido al otro lado del teléfono, como si hubiera un gran follón en donde sea que Holly estuviera. También la oía respirar.

-         ¿Hola? ¿Hay alguien? – insistió. Tragué saliva sonoramente, y creo que se escuchó al otro lado del aparato - ¿Aidan, eres tú?

Ella esperaba mi llamada, y por lo visto nadie más iba a llamarla. No había por ahí más hombres a los que hubiera entrevistado mostrando algún tipo de interés. Eso me convertía en el único. 

-         Sí, soy yo. Hola, Holly. – dije al final, porque sino iba a quedar como un idiota.

-         Hola. Espero que no te importara que te diera mi número…es que no tengo mucho tiempo para meterme en internet, y hablar así es más rápido…

Hablaba deprisa, como nerviosa.

-         No me importa lo más mínimo. Es más, te lo agradezco.

-         No pretendía presionarte ni nada de eso. Es que….verás….lo cierto es que…. fue mi hijo quien te lo dio ¿sabes? Se metió en mi cuenta.

Escuchar eso me hizo romper a reír, y con la risa solté parte de los nervios.

-         ¿Aidan? – preguntó, extrañada.

- Jajaja Perdona….es que….jajajja….¡mis hijas hicieron lo mismo!  ¡Fueron ellas las que empezaron a hablarte por twitter!

Ted hablaba de señales de alguien de Ahí Arriba….eso  sin duda tenía que ser una: nuestros hijos se habían compinchado sin conocerse para emparejarnos.

Holly se rió también, como aliviada. Tal vez creyó que había pensado mal de ella porque me diera su teléfono sin pedírselo y sin apenas conocernos.

-         Necesitamos poner una buena contraseña – me dijo.

-         Más nos vale. Escucha… ¿sigues dispuesta a….dar una vuelta esta tarde? – pregunte, dudando un poco por que no sabía como decirlo. “Salir” y “quedar” sonaban demasiado como “tener una cita”, y aunque mi intuición me decía que ella no lo veía así, su intención podía ser la de salir como amigos nada más.

-         Claro… ¿tú no?

-         Por supuesto que sí… ¿te viene bien si quedamos a las ocho  y media? Puedo pasar a recogerte y…

-         Mejor quedamos allí. ¿Ocho y media en el recinto ferial, junto al puerto?

-         Vale – respondí, algo cortado, porque la idea de no ir juntos alejaba aquello de una cita y lo acercaba al concepto de una salida amistosa.
-         No te pilla mal ¿no? ¿Vives lejos? – me preguntó.

-         Vivo al lado.

-         Oh, entonces genial.  Nos vemos en….¡AARON SUELTA ESO AHORA MISMO! ¿TE HAS VUELTO LOCO?

Me quedé a cuadros por ese grito. Holly no parecía del tipo de mujer que gritaba, y sin embargo demostró una potencia de voz envidiable. Me separé un poco del teléfono y deduje que estaba regañando a alguno de sus hijos. Por cómo sonó tenía que ser algo serio…tal vez un niño pequeño a punto de clavarse un cuchillo o algo así. No supe ni qué decir, pero no hizo falta.

-         Tengo que colgar, Aidan. Nos vemos luego.

Sin darme tiempo a despedirme, cortó la comunicación. Bueno, ese no era un final usual para una conversación.

Estuve con el móvil en la mano un rato, asimilando la situación. Ya estaba hecho. Tenía una cita, o un lo que fuera, con una mujer. Con Holly. Pese a todo, no podía olvidarme de que era viuda, seguramente desde hacía poco. ¿Estaría ella preparada para conocer gente nueva? ¿Era yo una especie de tirita para su herida?

Salí de mis reflexiones cuando vi una cabecita asomarse por la puerta, y enseguida otra y otra más. Los tres peques de la casa me observaban con una sonrisa traviesa. Era bueno ver a Kurt sonreír otra vez.

-         ¿Con quién hablabas, papi? – preguntó Hannah, una vez vio que habían sido descubiertos.

-         Pero bueno, qué princesa tan cotilla. – me indigné, mientras hacía como que les echaba. En realidad no me importó que preguntaran, aunque no estaba seguro de querer contestarles.

-         Jooo, papiiii dinosloooo – dijo Kurt.

-         ¿O si no qué? – repliqué, dispuesto a jugar un poco.

-         Mm….mmm…. ¡Si no me chivo a Ted!

Parpadeé extrañado y luego me reí. Le agarré bien y me le colgué de un hombro.

-         ¿Y cómo te chivarás si eres mi prisionero?  - inquirí, mientras le quitaba un zapatito para tener perfecto acceso a su pie y poder hacerle cosquillas.

Kurt se rió mucho, pero luego se revolvió, y pensé que tal vez quería bajarse, así que me detuve. Él reptó hasta bajarse de mi hombro y se quedó colgado de mi cuello, indicando que era ahí donde quería estar. Me apretó fuerte.

-         Ahora tú eres mi prisionero.

Sip: así es como se muere de ternura.


-         Ted´s POV –

No me había dolido la tripa desde que me quitaron el apéndice. El dolor ni se parecía, pero era una sensación molesta en la boca del estómago. Lo único que me faltaba era ponerme enfermo cuando faltaba menos de una hora para que viniera Agustina. 

-         ¿Y esa cara de zombie? – preguntó Michael, entrando en nuestro cuarto y subiéndose de un par de saltos a su cama.

-         Me duele la tripa. Espero no haber pillado nada…


Michael me miró con suspicacia.

-         Hoy viene la chica esa ¿no? La que Alejandro dice que te gusta.

-         S-sí.

-         Entonces no te pasa nada. Sólo estás nervioso. – dijo, con un encogimiento de hombros, empezando a lanzar una pelotita contra el techo. Debía de estar aburrido.

-         No estoy nervioso. – me quejé.

-         ¿Te sudan las manos? ¿Te duele la tripa? ¿Te arde la cara? O estás nervioso, o de resaca. – zanjó – Sé de lo que hablo. He tenido mucho de las dos cosas. 

Me quedé callado, escuchando el “ploc” “ploc” de la pelota contra la pared.

-         La vas a manchar. No te gusta cuando Kurt hace eso – le dije, señalando a la pelota y a la pared.

-         Me la suda cuando Kurt hace esto. Esa vez le regañé porque llevaba varias, y estaba siendo caprichoso. Además, no doy fuerte. Desestresa. Deberías probarlo alguna vez.

-         ¿Estás estresado?- le pregunté.

-         Yo siempre estoy estresado.

Intenté descifrar lo que se encerraba detrás de aquella frase, pero no pude. Aún había muchas cosas que no sabía sobre Michael, y me pregunté si algún día llegaría a tener respuestas para todos los interrogantes. Me distrajo un nuevo retortijón en el  vientre.

-         Si según tú estoy nervioso ¿qué puedo hacer? Parece que hay un gremlim durmiendo en mi estómago.

-         Se te pasará cuando la beses.

-         ¿Qué? ¿Y si no la beso?

-         La besarás.  Vais a estar casi toda la  tarde aquí, sin Aidan en la casa. Harás algo más que besarla, a no ser que seas un meapilas.

-         ¡Mike!

-         Michael. Y no te hagas el escandalizado. ¿Tienes condones?

-         ¡No voy a acostarme con ella!  - exclamé, sin poderme creer lo que estaba oyendo.

-         Si no tienes, yo puedo comprarte. En la trena me quitaron todos los que tenía, pero…

-         ¡Michael, para! Va a ayudarme con los peques y con las clases, nada más.

-         Sí, por ahí se empieza. Luego os encerráis aquí, la sueltas un par de piropos y….

-         ¡NO QUIERO ACOSTARME CON ELLA! – grité. No me gustaba lo que estaba insinuando, ni el tono con el que lo estaba insinuando. Parecía pensar que  o Agustina o yo, o los dos, éramos de aquí te pillo aquí te mato. Y no. Al menos por mi parte, no.

-         Ted, ¡para de una vez de hacerte el estirado! Puede funcionar con Aidan, pero no conmigo. He visto lo que escribes. Si de algo sirve echarte fama de mojigato es para poder divertirte un rato sin que tu padre se entere. Aidan nunca sospechara de ti, vais a estar solos….es la ocasión perfecta.


Sentí tanta rabia….Y lo peor es que no entendía bien por qué sus palabras me enfurecían tanto. Quizá porque era la prueba verbal de que Michael no me conocía en absoluto y me juzgaba por lo que escribía en secreto. Quizá porque me estaba demostrando lo diferentes que éramos en cuanto a convicciones y formas de relacionarnos.  De sus palabras podía deducir que había estado con muchas chicas. Yo con ninguna.

-         ¿La ocasión perfecta para qué? – preguntó papá, asomándose por la puerta con los enanos encima. No debía de haber escuchado, porque venía algo acalorado y con cara de felicidad, jugueteando con mis tres hermanos más pequeños.

Me puse tenso enseguida. A ver qué narices le respondía….Claro que no contaba con que Michael contestara primero.

-         Para que Ted pierda su virginidad.

No podía creer que lo hubiera dicho. A juzgar por su cara, papá tampoco. Abrió la boca un par de veces sin decir nada, mientras me miraba. Michael me miraba también, sonriendo como si algo le pareciera muy gracioso. No entendí por qué lo hizo… sólo se me ocurrió que podía sentir curiosidad, por ver cómo reaccionaba papá.

-         ¿Ted va a perder algo, papi? – preguntó Alice.

-         ¿Qué es virginidad? – quiso saber Hannah.

Yo por mi parte quise morirme.  Aidan no las respondió, y no apartó la vista de mí. Bajó a Hannah, a la que tenía en brazos en ese momento, y le dio un beso rápido a cada peque.

-         Enanos, tengo que hablar con vuestros hermanos un segundo. Esperadme abajo ¿vale? Ahora seguimos jugando.

Kurt bajó corriendo, y detrás de él mis hermanitas. Y papá ni siquiera desvió los ojos hacia ellos, sino que los seguía teniendo fijos en mí.

-         Papá, no es cierto… No voy  a acostarme con Agustina, yo… - empecé, pero Aidan levantó una mano y no me dejó terminar.

-         Siéntate – me dijo, y me dejé caer en la cama de inmediato, nervioso porque él estaba muy serio. Por la prisa del movimiento, me di en la cabeza. - ¡Pero siéntate bien, hombre! ¡Vaya golpe te has dado! ¿Estás bien?

Asentí, con lágrimas en los ojos.

-         Ted… ¿te duele? Déjame ver. – pidió.

Echó para adelante mi cabeza y pasó los dedos por mi coronilla, como para ver si tenía sangre. Yo tenía el pelo muy corto, así que de haberla habido lo habría notado enseguida. Se agachó un poco para darme un beso en el golpe, como cuando era pequeño. Omití decirle que el brillo de mis ojos tenía poco que ver con el chichón que iba a salirme.

Aidan se separó, pero  dejó sus manos en mis hombros, y me miró directo a los ojos.

-         Yo mejor me voy…. – dijo Michael.

-         Tú mejor te quedas. – cortó papá - Lo que voy a decir os interesa a los dos.

Me mordí el labio. El hormigueo de mi tripa había aumentado, pero ahora seguro que no tenía nada que ver con Agustina.  Aquello podía terminar mal para mí, especialmente si Michael reproducía la conversación que habíamos tenido, o si papá descubría lo que guardaba en mi pen drive.

-         Papá, de verdad que yo no….

-         Tú no vas a acostarte con Agustina, ya te escuché. No vas a hacerlo…hoy.

-         Ni nunca, yo…

-         ¿Nunca? ¿Vas a hacerte  cura?  - bromeó. Que bromeara era bueno. – Escúchame, Ted. Esto no es un regaño, ni una intervención, ni un discurso, ni un sermón, ni nada. Es una charla ¿de acuerdo?

-         Aidan, estamos mayorcitos para lo de las flores y las abejas….- protestó Michael.

-         Nunca he entendido el eufemismo de las abejas – comentó papá - ¿Habéis visto reproducirse alguna? Porque yo no. En cualquier caso, ya imagino que sabéis sobre el tema, Michael. No pretendo iluminaros el mundo de las relaciones sexuales.

-         Menos mal, porque dudo que tú precisamente pudieras…- soltó Michael. Los ojos de papá brillaron un segundo, pero debía de haber decidido no enfadarse, y lo dejó pasar.

-         Pretendo… aconsejaros. Michael, tienes que saber que yo he educado a mis hijos de una determinada manera.  Hay muchas formas de ver la vida, y yo he intentado de inculcarles la mía, aunque luego cada uno siga su camino.

-         ¿Y qué forma es esa?

-         Una en la que cada cosa sucede a su tiempo. – respondió papá, con calma.

Michael esperó unos segundos, desmenuzando esa frase en su cerebro.

-         ¿Me estás diciendo que les has enseñado a no tener sexo hasta el matrimonio?

Miré a papá con atención, para ver qué respondía. Una vez, cuando cumplí los quince años, papá vino a hablar conmigo, de forma parecida a como estaba haciendo en ese momento. Se sentó en mi cama, y me dijo “vamos a hablar de lo que debería ser, y de lo que en cambio es posible.” Según él, lo que debería ser es que dos personas se amen, estén seguras el uno del otro, y tengan sexo únicamente entre ellos, como signo de su amor y con la intención de formar una familia. Pero dijo que las personas somos idiotas, y nunca estamos seguros de nada, y a veces lo estamos de las cosas incorrectas. Que era muy fácil conocer a una persona, y pensar que nunca va a separarse de ti, y que también era muy fácil separar el sexo del amor en el mundo en el que vivíamos. “Tú no lo separes” me dijo, muy serio “Si te acuestas con más de una chica, ámalas a todas. Porque las mujeres se merecen ser amadas. No son objetos que puedas usar ¿entiendes? Que vuestros cuerpos encajen no significa que debas encajarlos sólo porque sí.”

Recuerdo que aquello me impresionó mucho.  Fui incapaz de responderle, porque me había hablado con mucha  intensidad. Después sonrió para relajar el ambiente, y me acarició la mejilla, añadiendo un “Y por supuesto, eres demasiado joven para nada de eso. Creo que era una charla que debíamos tener, pero ni pienses en chicas hasta que yo tenga canas, muchachito”.

Lógicamente, nunca tuvo esa charla, ni ninguna otra, con Michael. Tampoco le había llevado a la iglesia, ni se había criado en el mismo ambiente que nosotros.  Todo eso de la castidad debía sonar para Michael como algo anticuado y sin sentido, y puede que para papá, dada su infancia, también, y por eso nunca había usado esa palabra.

-         Te estoy diciendo que les he enseñado a respetarse a sí mismos y a los demás lo suficiente como para no acostarse en la primera cita, en casa de su padre, con sus hermanos delante.

-         Michael, sí, mi padre tiene la esperanza de que no tengamos relaciones hasta el matrimonio, pero no va a forzarnos a ello y sé que…. que no se enfadaría si no….es así – dije, y  miré a Aidan casi preguntándoselo.

-         Exacto.  En mi propia época como adolescente vi cómo varias relaciones padre e hijo se iban a la mierda cuando algunos padres trataban de controlar esos aspectos de la vida de sus hijos. Todo lo que puedo hacer es mostrarles un estilo de vida que no pase por el sexo prematuro, y esperar que ellos lo escojan.

-         Lo que de seguro no me perdonaría es que me acostara con alguien estando borracho, o que lo hiciera con una semidesconocida. Por no hablar de…de una prostituta. Si….si pierdo mi virginidad con alguien que no sea mi esposa, tiene que ser alguien que al menos sea especial, y con mutuo y libre consentimiento.

-         Las pillas al vuelo, chico – dijo papá, y me guiñó un ojo. Se agachó, y volvió a besarme la cabeza. Aprovechó para susurrarme algo inquietante  – Te lo perdonaría, Teddy… pero encontrarías problemas para sentarte cómodamente en un tiempo.

-         Dais repelús – dijo Michael – Dios mío, he ido a parar a una casa de fanáticos.

-         ¿Fanáticos?  - se extrañó papá.

-         Les has lavado el cerebro.

-         Si se lo hubiera lavado ni se besarían hasta su boda, Michael. Todo padre quiere proteger a sus hijos, tanto su cuerpo, como su corazón, como su alma. Yo trato de hacerlo sin imposiciones. Aunque no te lo creas, el mundo no se acaba por no tener sexo siendo adolescente. 

-         Ya, y tú sabes de lo que hablas ¿no?

Me parecía que Michael tenía muy mala idea al decir cosas como aquellas…

-         Sí, Michael, sé de lo que hablo. Dios sabe que no he estado con ninguna mujer ¿es eso lo que querías oír?

-         Malditos creyentes, siempre hablando de su Dios…

Pensé que papá iba a enfadarse, porque Michael se estaba pasando, atacando sus creencias, que son algo muy personal. También eran las mías, y yo mismo me sentí un poco ofendido. Pero papá no se enfadó. Sólo miró a Michael con algo de pena.

-         También es tu Dios. Pero no pretendía convertir esto en una charla religiosa. Lo cierto es, Michael, que así esperes hasta casarte, así lo hagas con diecisiete años, la intimidad física con otra persona debería darse sólo cuando hay afecto de por medio ¿no crees? ¿Tú serías capaz de….desnudarte….física y emocionalmente delante de alguien que no significa nada para ti?

-         Lo he hecho – respondió Michael. - … pero me arrepiento de casi todas las veces.

Eso llamó mucho mi atención. Fue todo un golpe de sinceridad por su parte.

-         ¿Casi todas? – pregunté, interesado por las excepciones.

-         Tío, el culo de Kathya bien merecía que…

-         Vale, vale, ahórrate los detalles, Michael. – pidió Aidan  - No es de caballeros desvelar ciertos detalles.

-         Oye, pues cuando éste folle, quiero que me lo cuente – dijo Michael, señalándome a mí.

Pude ver como papá se frustraba. Se había abierto a él, le había hablado desde lo más profundo, y Michael no parecía tomarle en serio.

-         Tú sí me has escuchado ¿verdad, Ted?

-         Sí, papá.

-         Si alguna vez decides… dar un paso más…con esa chica, o con cualquier otra, asegúrate de que es lo que realmente quieres ¿sí? Las cosas pueden hacerse más tarde, y no pasa nada, pero si se hacen antes de tiempo ya no se puede retroceder.

Asentí con la cabeza, porque me pareció un buen consejo. Papá me sonrió.

-         Diviértete con tu novia.

-         ¡Que no es mi…! ¡Agh! ¡Contigo no se puede!

Papá soltó una pequeña carcajada, me guiñó un ojo, y se fue.

Fue raro quedarme a solas con Michael, después de lo que acababa de pasar.

-         ¿Virgen hasta el matrimonio? – me preguntó, como quien  pregunta a otro sobre extraterrestres.

-         De momento sí.

-         De momento. Al menos tienes algo de sentido común.



-         Aidan´s POV –

En el fondo de nuestra mente, a todos nos gustaría tener un superpoder para que las ideas de otras personas coincidieran con las nuestras, especialmente cuando se trata de familia. A todo padre le gustaría que su hijo estuviera firmemente convencido de que las drogas, el tabaco, y el alcohol son malos, de que el estudio es más importante que salir con los amigos, y  de que nuestras ideas político-religiosas, sean las que sean, son las correctas. Pero lo cierto es que los hijos son seres independientes, que quieren probar por sí mismos aquello que otros les cuentan, y que te pueden salir votando al partido contrario, estudiando la carrera que odias, o insultando al Dios en el que crees.

Es lo que más me costaba encajar como padre: el hecho de que mis hijos pudieran hacer algo con lo que yo no estaba moralmente de acuerdo. ¿Les convertía eso en malas personas en alguna medida? ¿Era mi ética la única correcta?

Con el tiempo había llegado a la conclusión de que la ética correcta era la que les hiciera felices. Las cosas mal hechas terminan pesando en uno, e impiden la felicidad. Si obraban bien, en todas las variantes que la palabra “bien” implicaba, acabarían por ser felices. Y su felicidad no tenía por qué conseguirse de la misma forma que se conseguía la mía.

Cuando abrí la puerta a la amiga-novia de Ted, me pregunté si esa chica le iba a ayudar a conseguir esa felicidad. Mi hijo no buscaba en ella sólo un entretenimiento. Podía ver que sentía cosas por ella, y eso era tan bonito como peligroso, si las cosas salían mal.

-         Buenas tardes….digo noches….digo tardes, señor Whitemore.

-         Hola, Agustina – sonreí por sus nervios y me alegré de recordar su nombre – Pasa. Ponte cómoda, y no me llames de usted. Perdona el desorden….y cuidado no pises algún enano – bromeé. Era una forma de hacerla notar que había muchos niños ahí, porque lo cierto era que Kurt, Hannah, Alice y Cole se habían escondido tras el sofá al oírla llamar. Uno de ellos soltó una risita en ese momento.

Agustina sonrió, entre agradable y nerviosa, y me sorprendió al ponerse de puntillas para susurrarme algo.

-         No sé si recuerdo el nombre de todos.

-         Oh. No te preocupes. Haremos una rueda de presentación. Ted baja ahora mismo. Está vaciando mi frasco de colonia, pero se supone que yo no te estoy diciendo esto.


La chica soltó una risita y fue a sentarse al sofá. Casi la da un patatús cuando vio cuatro cabezas asomarse.

-         ¡Ay! ¡Hola! – exclamó.

-         ¡Hola!

-         ¡Hola!

-         “Holla” :3

-         ¿Eres la novia de Ted? – preguntó Cole, sin rodeos, seguramente protegiendo su territorio alrededor de su hermano.

-         Pero qué panda de cotillas fisgones. – intervine, para sacar a Agustina del apuro. – Acaba de llegar, dejar al menos que se siente.

Ted bajó las escaleras en ese momento, seguramente porque la había oído. Se sonrieron, y dudaron un segundo cómo saludarse. Finalmente Agustina le dio un abrazo. Eran tan monos. Tan tiernos. ¿Pasaba algo si me ponía a hacer fotos y grabar en video?

-         A veeeer. ¡Escuchad todos!  - llamé, y silbé con los dedos, para que me oyeran en toda la casa. Poco a poco se fueron reuniendo delante de nosotros. – Ya sabéis que Agustina va a quedarse a cargo con Ted hoy.

-         ¿A dónde vas, papi? – preguntó Hannah.

-         Con una amiga, peque – respondió Ted.

-         ¿Papá tiene amigas?  - se extrañó Kurt.

Auch. Toma golpe a mi vida social. Sinceridad infantil, supongo.

-         Como decía, hoy va a estar Agustina, y es importante que  os portéis bien ¿eh? Y que dejéis que ella y Ted estudien.

-         Sí, claro, estudiar – dijo Alejandro, con sarcasmo. Le fulminé con la mirada, pero él ya ni se inmutaba.

-         Ahora quiero que todos hagáis un círculo, para presentarnos ¿vale? Venga, vamos a rodearla, y entonces decimos nuestro nombre y edad.

Lo hicieron, y Agustina pareció quedarse con todos los nombres. Entonces miré el reloj, y casi me da un algo.

– Vale, chicos, tengo que irme. Quiero mi beso. – les dije. Los enanos vinieron a asfixiarme un rato, y Barie y Madie también. Todos los demás, en especial Ted, eran demasiado mayores para darme un beso delante de Agustina, por lo visto. – El que no me dé un beso está castigado.  – anuncié, y ahí si vinieron todos. – Ah, cuánto amor. A lo que tiene que recurrir uno para que le quieran un poco. – les piqué, y subí a mi cuarto.

Cambié mi camiseta por una camisa, me limpié un poco los zapatos, y me hice una coleta en el pelo, pero no me gustó como me quedaba así que decidí dejármelo suelto. Fui al baño y vi que milagrosamente Ted no había vaciado todo el frasco, así que me eché colonia. Estaba listo para salir de casa.

Bajé abajo, y llamé un momento a Ted.

-         Cualquier cosa me llamas. Me fío de esa chica, parece responsable, pero no estará acostumbrada a tanto niño, así que con calma. Ponles una peli y se mantendrán entretenidos. Les da de cenar,  pero si quieres que sólo se duchen los mayores, y ya mañana por la mañana duchamos a los demás. Total, es  Domingo, habrá tiempo, y para ti será mucho follón si tienes que bañar a los enanos. No olvides las pastillas de Dylan.

-         Se pondrá nervioso si no se ducha…

-         No creo, ya le hemos cambiado la rutina un par de veces y no se altera…. pero si ves que sí, le duchas, a ver. Mímamele ¿eh? Y a los demás. Y les das natillas de postre. Y….

-         Papá….¿no te estarás sintiendo culpable? – me cortó. – No es como si les abandonaras, te vas sólo unas horas. Ve y diviértete, que Holly va a pensar que eres un impuntual.

Le hice caso, y me fui. Lamenté por un segundo no haber cambiado el coche con Ted. El mío tenía nueve plazas, y como que era un poco llamativo, difícil de aparcar, y delator de que mi familia era kilométrica.  Pese a todo, lo aparqué con relativa facilidad y no tuve que caminar mucho hasta llegar al arco de entrada de la feria. Por un momento pensé que Holly y yo no íbamos a encontrarnos, porque no habíamos llegado a especificar punto de encuentro, pero como lo más lógico era esperarnos a la entrada, me quedé allí.

Ella llegó enseguida.  La vi caminar hacia mí con un vestido largo y semiinformal, y se colocó el pelo tras la oreja en cuanto me vio, en un gesto tan coqueto como nervioso.

-         Hola – sonreí, y dudé un segundo antes de darla un par de besos. El gesto en sí no significaba nada, así saludaría a cualquier mujer, pero el hecho de dudar antes de hacerlo sí significó algo para mí.

-         Hola – respondió, y casi sonó aliviada. Me fijé en lo guapa que estaba. Era imposible para mí decir si era rubia o castaña, porque me costaba distinguir las mechas de su color natural, pero en cualquier caso la combinación era perfecta.  Sus ojos…un segundo….¿estaban rojos?

-         ¿Has llorado? – me extrañé. Sé que mi pregunta fue muy directa, así soltada nada más vernos, pero fue algo impulsivo.

Holly me dedicó una sonrisa triste, y casi juraría que sus ojos se llenaron de nuevas lágrimas.

-         ¿Colaría si digo que me entró algo en el ojo?

-         Sí, si eso es lo que quieres que crea. Si no quieres decírmelo, me callaré y no haré más preguntas… pero espero que sepas que puedes contarme lo que sea.

Holly agachó la vista un segundo y se mojó los labios en un movimiento casi imperceptible, como si estuviera dudando si decírmelo o no…

-         Mis hijos… no se han tomado muy bien que yo… que esté aquí contigo.

Abrí mucho los ojos, sorprendido por esa declaración. Mi primera reacción fue pensar en los míos: ¿ellos se lo habían tomado bien?  En realidad no había hablado con ellos del tema. Alguna sospecha tenían que tener, de todas formas. Sabían que había quedado con alguien, pero no les había dicho con quien, ni con qué intenciones, ni nada. Aunque Barie y Ted me habían empujado para que ese encuentro se produjera, así que al menos alguno de ellos estaba a favor. Enseguida entendí que mi situación era distinta a la de Holly: yo era un hombre soltero y ellos nunca habían tenido madre. Si yo tenía novia, no estaba sustituyendo la figura de nadie. Holly en cambio había enviudado: sus hijos debían de pensar que si tenía citas era porque se estaba olvidando de su padre.

-         Les has dicho que….que yo…¿qué les has dicho? – pregunté, con irrefrenable curiosidad. Hacía muy poco que nos conocíamos, aunque ella me conocía antes a mí. Era temprano para hablarles a los hijos sobre una pareja ¿verdad?  ¿No era como hacer castillos en el aire?

-         No ha hecho falta que les diga nada.  Han sacado conclusiones por sí mismos.

-         Y….¿qué conclusiones han sacado? – insistí.  En ese instante deseé escuchar con todas mis fuerzas un “que siento cosas por ti, Aidan”.

Holly me miró muy ruborizada.

-         Que mamá no iba a estar en casa esta noche con ellos.  – dijo, tras un rato, pero no me sonó a toda la verdad. Es decir, normal que si tenía críos pequeños, como creía que tenía, no les gustara estar sin su madre, pero ella no estaría tan disgustada por un ataque de mamitis. Más bien parecía que la habían montado alguna clase de escena por el hecho de que saliera conmigo.

Decidí que no era prudente ahondar en el tema, así que carraspeé, me erguí, y le tendí un brazo al estilo de los caballeros ingleses.

-         Pues, Holly…déjeme decirle que en ésta velada completamente adulta, sofisticada y elegante, tendrá la oportunidad de conseguir cientos de osos de peluche que llevar a su casa como ofrenda de paz.

Holly se rió por la voz que puse, y me tomó del brazo, siguiéndome el juego. Preció gustarle la idea de llevar a sus hijos los premios que consiguiéramos en la feria.

-         No sé de qué se ríe – continué, engolando la voz y con un tono pomposo – Todo el mundo sabe que no hay nada con tanto glamour como una feria.

-         Qué tonto eres… - me regañó, pero no perdió la sonrisa - ¿Te gusta esto, o preferías algo más… bueno, adulto y sofisticado? Tienes que estar harto de lugares así, con tantos hijos…

-         ¿Bromeas?  Me encantan estos sitios, sobretodo si puedo jugar por una vez en las barracas, sin quedarme atrás vigilando un montón de cabecitas.  – respondí, exagerando sólo un poquito mi entusiasmo – En realidad dudo que supiera comportarme adecuadamente en un restaurante. Mi idea de “comer fuera” suele ser un McDonalls, o una pizzería.

Holly sonrió y asintió, indicando que me entendía perfectamente. Caminamos hasta la zona de las taquillas, y compré dos tickests que te permitían participar en todos los juegos y atracciones.  Ella no quiso que la invitara y pretendió pagar su entrada, pero no iba a permitir que se gastara un céntimo mientras estuviera conmigo.

-         Lo de que pague el hombre ya no se lleva ¿sabes? – me reprochó -  Hay hasta quien se podría ofender. Es como si insinuaras que no puedo pagarlo yo, o algo. Hoy en día las parejas son iguales, equitativas y  aportan los…

-         ¿Acabas de decir que somos pareja? -  la corté, sonriendo como un idiota. En realidad el resto de su discurso me sonó vacío, porque yo no estaba insinuando nada. Sólo me apetecía invitarla, y punto.

Se ruborizó tanto que hasta me preocupé. Nunca he visto una persona cuyas mejillas sean tan sensibles a la vergüenza. Me encantaba…

-         Yo… esto…. Lo que dije….es que….

-         Porque si somos pareja tendrás que acostumbrarte a que te invite. Esta noche es mi cita, señorita Pickman, y mis citas no pagan.

-         Oh, ¿de veras? ¿Has tenido muchas? – preguntó, alzando una ceja.

-         Esto… no.

Me tocó el turno de ruborizarme. Ella se rió, se rió mucho, a carcajadas cantarinas, y luego me miró con los ojos aún sonrientes.

-         Hablando en serio, Aidan, no tienes por qué invitarme. No…no me conoces apenas…. Somos…somos solo dos personas, conociéndose. Mañana puedes decidir que no quieres volver a verme.

-         No tengo planeado volverme loco o idiota por la mañana. – repliqué.

-         Me has visto apenas tres veces en tu vida….

-         ¿Se necesitan más para saber que no quiero limitarme a tener una relación profesional? – inquirí. Estaba dejando caer demasiado intensamente que tenía interés en ella. Se lo podía tomar como que era un romántico, o como que era un idiota con ideas adolescentes sobre amores que surgen repentinamente.

Claro que también podía tomarlo como que sólo quería ser su amigo. Y a lo mejor en eso quedaba todo,  en una bonita amistad…en alguien de una edad parecida a la mía con quien pasarlo bien…Una feria parecía el lugar ideal para eso.

Durante una hora, más o menos,  perdí veinte años, o quizás más.  Era como un niño, jugando a derribar globos con dardos … incluso nos pinchábamos de broma por ver quién tenía mejor puntería de los dos.

En seguida descubrí que a Holly no le gustaban mucho las atracciones, porque únicamente nos detuvimos en los juegos, y no subimos a la noria ni nada de eso. Cuando ambos nos cansamos del ruido, de los olores a comida y a algodón de azúcar, y de las luces de colores, nos alejamos un poco en dirección a la playa. Creo que por eso ubicaban la feria en el paseo marítimo del puerto, para tener la playa al lado…Holly se quitó las sandalias y caminó junto a la orilla, dejando que pequeñas olitas mojaran sus pies.

Me sentí de pronto muy relajado. La risa y la energía infantil fueron dejando paso a un estado de serenidad, durante el cual me sentí muy cercano a ella… Casi sin pensarlo la di la mano, y ella no me rechazó, así que caminamos así agarrados por un rato. Ya era de noche, y la luna se reflejaba en el agua. En momentos como ese adoraba vivir en California.

Tras andar un rato, vimos a lo lejos una zona de viviendas a pie de playa.  Yo conocía aquél lugar, pero me sorprendió ver que ella no. Lo miró como con deseo…

-         ¡Cómo me gustaría vivir ahí!  ¿Es posible que exista algo tan hermoso?

-         Su precio es hermoso también – dije, con una mueca  - El alquiler cuesta lo mismo  que lo que yo gano en dos meses, y no  quiero sonar pretencioso, pero gano más que la media….porque tengo más gastos que la media.


Creo que ella ni siquiera me escuchó.

-         ¡Tienen piscina! – exclamó, sonando muy niña de pronto.

-         ¿Es que nunca las habías visto, Holly? ¿Nunca has estado en esta playa?

-         No…. Como mucho iba a otra que me pillaba más cerca…. Antes no vivía por aquí, sino al otro lado de la ciudad. Estaba a más de hora y media de la playa. Tampoco trabajaba, así que no pasaba mucho tiempo fuera de casa.

Sin saberlo, había aclarado algo que empezaba a ser un enigma para mí: por qué no la había visto antes si en cambio en los últimos tiempos no dejaba de encontrármela. De alguna forma pensé que de haberla visto me acordaría, porque  parecía hecha para que mis ojos la observaran. La primera vez que la vi no llamó tanto mi atención, pero en ese instante, con la luz de la luna en su pelo, me llamé idiota por no haberla considerado hermosa.

En fin, si vivía tan lejos era normal que no nos hubiéramos visto. La ciudad era demasiado grande, y si no ejercía su profesión tampoco podíamos habernos conocido en ningún acto.

-         Pero ibas al médico de mi hija…. – recordé. – Si no vivías por aquí te pillaba muy lejos…

-         Antiguo amigo de la familia.

Asentí, indicando que entendía. Tenía muchas más preguntas que hacerle, y les puse un orden en mi cabeza.

-         Así que….¿eres de Oakland? ¿Siempre has vivido aquí?

-         Siempre. Nunca he salido de California. ¿Y tú?

-         También soy de aquí, y nunca he vivido fuera, aunque sí he viajado un par de veces.

Actuó como si ya supiera esa información, y seguramente así era: como buena periodista, había hecho sus deberes sobre mí, y gran parte de mi vida estaba publicada en los medios. Aunque por suerte, no los detalles…

-         ¿Te pesan esas bolsas? – me preguntó, refiriéndose a los regalos que habíamos ido consiguiendo.

-         Para nada. Aunque al final hemos conseguido un buen botín. Habrá como dieciséis… suficientes para los hijos de ambos….- me reí, pero ella no se rió conmigo.

Fue extraño, porque no sólo no se rió, sino que se puso demasiado seria.  Reflexioné  a ver si había dicho algo inapropiado, pero no se me ocurrió qué.

-         ¿Holly? – pregunté, porque además se había detenido, clavada en la arena, y yo con ella.

-         No hay para los hijos de ambos – dijo solamente.

Lo pensé unos segundos y casi jadeé…

-         Holly….¿cuán….cuántos hijos tienes?

Tendría que haber preguntado eso mucho antes. Me llamé estúpido por no hacerlo, pero casi de forma tácita habíamos estado dejando a los hijos fuera de la conversación. Yo en concreto no quería preguntar cosas que pudieran hacerla pensar en su esposo fallecido.

Tardaba en responderme, y eso no era bueno. Aguanté la respiración…

-         Once – respondió al final.

Mis dedos dejaron libre su mano casi de forma involuntaria. La noche me pareció más oscura entonces. El agua, que salpicaba un poco la pernera de mi pantalón y mojaba mis zapatos, me pareció helada de pronto. 

-         ¿Sabes cuántos hijos tengo yo? – logré preguntar.

Ella asintió. Por supuesto que lo sabía. Parecía saberlo todo sobre mí, y sólo había que mirar una entrada con mi nombre que alguien bien informado subió a Wikipedia para enterarse de cuántos hijos tenía.

-         Once y doce son… - empecé.

-         … simplemente demasiados – acabó ella. - ¿Entiendes ahora por qué te decía que mañana no querrías verme otra vez?

Mi menté trató de procesar aquello mientras mi cuerpo entero de revelaba en contra de lo que había escuchado. Según pasaron los segundos, cuando tuve claro que no se trataba de ninguna broma, pensé que no era justo. Me di cuenta de que estaba enamorado de Holly… y esos sentimientos tendrían que quedarse bien escondidos porque no podía seguir adelante con aquello, para hacer daño a veintitrés chicos. Aunque no habíamos hablado del tema, me había quedado claro que ni Holly ni yo buscábamos una relación casual, temporal y sin compromiso. Y no podíamos avanzar en una relación más profunda, porque no había forma humana de que pudiéramos unir ambas familias.


*****************

Aviso desde ya que esta nota va a ser un tocho cursi y sentimental, que nadie tiene por qué leerse.

Soy consciente de que he tardado mucho y que dado los antecedentes que me preceden para quien me conoce un poco, habéis podido llegar a pensar que he abandonado la historia. No, no, y mil veces no. Sólo estoy pasando por unos momentos peor que terribles, y no tenía tiempo ni ganas de escribir. Para ser francos, no tenía ganas ni de levantarme de la cama.

Los mensajes de ánimo y apoyo que me han llegado me han hecho sentir que le importo a gente que está al otro lado del océano y….snif….jolín, que gracias. DC1994, sé que te debo un regalo de cumpleaños. No se me ha olvidado, e iba a incluirlo en éste capítulo, pero se estaba haciendo demasiado largo. Si te sirve de consuelo, una vez me dieron un regalo con un año de retraso. Mousse….el tuyo también te lo debo, aunque no recuerdo lo que querías e.e

Me pondré al día con las historias. Un abrazo virtual.




12 comentarios:

  1. linda historia y Alejandro es un amor me encanta este niño
    Mari

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  2. QUE QUE!!!!!! Nooooooooooooooooo!!!!!! Yo queria ver a Aidan y a Holly Juntos!!! No seas asi!!! Porque, Dream, porqueeeee?! Ellos tienen que ver las peliculas de yours, mine, and ours. Hay una vieja y la mas reciente (ambas tocan el tema del spanking, por cierto) pero el caso es que se trata de una pareja que tenian como 10 hijos cada una. Lindas las movies. El caso es que, eh, puede que puedan estar juntos.

    Y otra cosa, me como a besos a Ted bebe. Que cosita mas bellaaaa!!!

    Ah, y otra cosa...sera, por esas casualidades de la vida, que puedes tambien actualizar tu fic de Merlin? Me encantan tus historias.

    Y nuevamente, nooooooooo!! Aidan y Holly deben estar juntos!!!!!

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    1. Esas películas se cuentan entre mis favoritas :3 Y con eso te di una pista ;)

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    2. Yo sabiaaaa jejej también pensé en mi película...
      me encanto el capítulo
      Y mucho animo en todo lo que estés pasando

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  3. jajajaja Aidan acaba de encontrar a su alma gemela ;) lo que le sale a pobre es escribir mas rápido y publicar libros mas seguidos para mantener a ese gentío XD jajajja

    Me encanto Alejandro niño y Michael ilusionado con los animales... y Kurt definitivamente quiere matar a Aidan de un susto jajajaj....

    Definitivamente demasiado bueno como siempre Dream...

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  4. Primero que todo, lamento que te hayas sentido así y lo pasaras mal y con desanimo Dream ,me siento triste cuando gente así como tu que es generosa en compartir sus historias y llevan compañía y alegría a las personas que les leemos sufran y no podamos devolver un poquito de lo bueno que nos dan.En todo caso quiero que sepas que deseo que soluciones pronto lo que te aproblema y nuevamente te encuentres bien y llena de energías para seguir adelante tanto en tu vida como en tu tan linda historia.
    ¡Estate atenta a las buenas vibras que te enviaremos todas las que pensamos en ti!
    Con este capi,al margen de que a sido precioso ,me e quedado de piedra con el final,¿en verdad Holly tiene 11 niños?¿y no le permiten tener un nuevo amor?
    ¡¡¡¡¡Por favor Dream,solo quiero que Aidan encuentre el amor!!!
    Yo creo que todo el mundo que leemos esta historia ,¡lo amamos! y queremos verle realizado también con una pareja,por lo que se ve el amor ya le flechó por lo que porfis arregla las cosas para que esto no se disuelva si?
    ¿23 críos? uff,todo un desafío,pero nadie como tu que ya sabes manejar a doce,once mas y con mas ayuda tal vez lo puedan lograr no?
    Toda agarrotada por la expectación te saluda y envía cariños y ánimos,
    Tori

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  5. QUERIDA DREAM

    que puedo decirte que no lo sepas? la vida da sopapos fieros unos duelen mas que otros y otros los esquivas sin problemas, si hoy toco estar triste aánimo, la alegría te espera en la vuelta de la esquina.........

    estoy feliz con tu regreso, no sabía que tu ausencia se debia aun mal trago del destino que espero se haya solucionado, yo crei sinceramente que los afanes de la U te tenian de cabeza o la playa por ser verano te puso un grillete de conchas en el tobillo y no te dejaba salir del mar, pero por lo visto fue tu cama y tu pena, pero como ya te dije, animo niña, el amor, viene y va, la alegria esta siempre en una caja, si esa caja que dejamos al final de todo, solo hay que verse en el espejo y decir soy feliz y soy hermosa, solo yo soy capaz de darme la mecercida atencion....
    Ahora fuera de eso, estoy feliz por la historia, el título fue como anillo al dedo, genial,
    ahora Aidaaaaaaaaaaaaan, si tu mismo granuja estas en la mira, como pudiste castigar a Kurt asi cuando acaba de confesarte su peor miedo? acaso nucna hiciste un berrinche? acaso nunca te dio miedo la critica ajena, ahora te critico yo, estas en mi mira, pero si estas por salir con la tal Holli........... mmmm no me esta gustando nada eso, me esta ENCANTANDO JAJAJAJ

    UN BESOTE, CUIDATE Y DISFRUTA DE LA VIDA AMIGUITA

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  6. Te admiro, haces capis maravillosos, me encanta Dilan, sabes yo trabaje con un niño autista, y realmente son un amor

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  7. Dreaaam!!
    dicen x ahi lo bueno tarda en llegar jejeje y tu retorno fue con bombos y platillos :3 que capitulo has hecho mujer te quedo genial de verdad y bueno que decir de la foto de bebe Ted casi me derrito de ternura cual helado jaja y luego con Alejandro pues mas y con MIke, Kurt y todos los Whitemore son un autentico amor y el lider de la manada (recorde la vision de Michael de los perritos xD) wow que me dejaste con la boca abierta con su cita con Holly y mas con lo de sus hijos
    mmmm quiero ver ahora que pasara en la historia pero cada vez pinta mejor y mejor :D
    No se que haya pasado en tu vida nena y a veces lo malo y desagradable nos tira por completo pero son etapas que pasamos y ya veras que toda adversidad se va y llega un rayo de sol deslumbrante :3 eres una escritora genial en verdad mucho animo y de todo corazon espero que tus problemas se solucionen

    saludos y un abrazo

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  8. Me alegro mucho de tu vuelta X dos motivos, uno egoísta: me encantan tus historias y el otro q eso significa q empiezas a mejorar. MUCHO ÁNIMO
    O

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  9. Hola que bien leer tus relatos se te extraña que Dios te fortalezca. Me gusta mucho esta historia quiero un Aidan solo para mi y tal vez por eso me cuesta aceptar a la tal Holly esa y menos con tantos hijos , no podría ser alguien solterita digo para que atienda bien a los muchachos.
    Kelly

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  10. MI MADRASTRA ME DICE MOCOSO MALCRIADO CÓMO TÉ ATREVES A ROBARME TÉ DARÉ TÚ MERECIDO MI MADRASTRA SE PONE A LAVAR LA ROPA CON AGUA Y DETERGENTE ME PONE DE RODILLAS LE DIGO YO no le he ROBADO MÍ MADRASTRA ME DA DOLOROSAS CACHETADAS

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