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lunes, 17 de noviembre de 2014

CAPÍTULO 13: ACEPTACIÓN



CAPÍTULO 13: ACEPTACIÓN

Cuando acogió a los niños en calidad de pupilos, Arturo no tenía pensado darles ningún tipo de entrenamiento a no ser que ellos lo quisieran. Para él no había nada más gratificante que un duelo justo con la espada, pero sabía que no todo el mundo y en especial Merlín, compartían su afición por el combate. Había sufrido en su propia carne lo duros que podían ser los entrenamientos para un niño, y pensó que si algún día decidían ser caballeros siempre habría tiempo. Además, por aquél entonces no sabía si los niños iban a recuperar su "aspecto legítimo" en algún momento.

Pero las cosas habían cambiado. No sólo parecía claro que aquella segunda infancia era una situación permanente, sino que ahora les había convertido en sus hijos adoptivos. Y no sólo eso, sino que había hecho a Merlín su heredero.

"¿Por qué a Merlín?" empezó a preguntarse, día tras día. "¿Por qué le he hecho esto?"

Merlín, en sus dos versiones, odiaba combatir. Sin embargo el hijo de un rey, y más el del rey de Camelot, tiene la obligación de ser el mejor de entre sus caballeros. Si encima se trata del príncipe heredero, algún día tendrá que comandarlos.

Pero Merlín había demostrado desde el primer día lo mucho que odiaba los entrenamientos y lo poco dotado, ciertamente, que estaba para el combate físico. A Arturo no le preocupaba que el niño fuera incapaz de defenderse, porque tenía su magia, pero si le angustiaba que no fuera aceptado entre su gente si no probaba su valía como guerrero. Merlín tenía que ganarse a todo Camelot, al fin y al cabo, porque no había nadie muy dispuesto a aceptarle como su futuro rey.

"Siempre puedo cambiar mi decisión, y poner a Mordred como heredero" pensaba Arturo, pero eso no le parecía correcto. Sus súbditos lo verían como una muestra de indecisión y debilidad por su parte, y Merlín se atormentaría pensando qué había hecho de malo para que lo destituyera a favor de su hermano pequeño.

Mordred no llevaba tan mal los entrenamientos. Se notaba que tenía talento nato para el combate. El caballero a cargo de su instrucción se deshacía en elogios hacia él. Arturo se esforzaba por ignorar las quejas de Merlín, intentando despertar en él algún tipo de interés.

- No lo veas como un combate, Merlín – le dijo, durante una comida. – Saber usar una espada tiene cosas muy positivas. Te permite ayudar a otras personas.

- Sé usar una espada.

Eso era cierto. En su versión adulta, más de una vez había manejado un arma, y de niño usaba las de madera, pero los movimientos básicos los conocía. Su problema residía más bien en una cuestión de voluntad. Merlín no quería pelear.

- Pero has de entrenarte para mejorar cada día. Y para entrenarte es necesario luchar contra otras personas. Seguro que acabas descubriendo que te gustan los torneos.

- Seguro que no.

La paciencia y la empatía de Arturo nunca se habían desarrollado mucho, así que al ver que no conseguía resultados inmediatos empezó a desesperarse.

- Te guste o no tienes que hacerlo.

- Ya lo hago. Voy todos los días al campo de entrenamiento.

- No basta con que vayas. Tienes que dar lo mejor de ti.

- Lo mejor de mí es mi magia. – susurró Merlín.

A Arturo le molestaba que le replicara de esa manera. Ya le molestaba que el Merlín adulto siempre tuviera la última palabra, pero en un niño era aún más molesto. Su orgullo de rey salió en aquél momento.

- Mañana escucharé únicamente palabras buenas del maestro de armas, o sino te las verás conmigo – sentenció Arturo, y se levantó de la mesa.

Cuando estuvo en sus aposentos, reflexionó sobre lo sucedido.

"¿Te las verás conmigo? ¿Qué clase de advertencia es esa?" se dijo, y presintió que sus palabras habían sido un error, pero no fue a hablar con Merlín. Arturo se había disculpado muy pocas veces en su vida, y no sentía la necesidad de hacerlo sólo por haber escogido mal sus palabras. Quizá debería haberlo hecho.

Al día siguiente, no sólo no fue bien en el entrenamiento, sino que fue pésimamente mal. Merlín no respondía a los ataques del oponente que le habían asignado y esto enfureció a su rival, que empezó a embestirle de forma menos amistosa, como olvidando que aquello sólo era un entrenamiento. Por suerte la espada era de madera y no tenía filo, pero Merlín se llevó algún golpe que dolió bastante, y se enfadó. ¿Por qué le obligaban a luchar con espadas cuando él tenía un arma mejor? Rabioso, utilizó su magia para lanzar a su oponente varios metros atrás.

Al darse cuenta de lo que había hecho, y de lo enfadado que estaría Arturo, Merlín supo que tenía que esconderse. No supo por qué sus pasos le llevaron a una habitación que le era tan familiar como desconocida. Le habían dicho que era el aposento del antiguo galeno del castillo, que se llamaba Gaius. Ese cuarto causaba una sensación extraña en el pequeño Merlín, que sentía como si hubiera vivido ahí hacia tiempo, pero eso no era posible…

Paseó por la estancia reparando en la gran cantidad de frasquitos y libros que había por todos lados. Cogió un frasco con un líquido amarillo y lo estuvo examinando. Luego cogió un libro y lo ojeó. Parecían libros sobre plantas medicinales y dolores del cuerpo. Lógico, teniendo en cuenta que el hombre que había vivido allí se había dedicado a curar a las personas.

Merlín siguió avanzando, como olvidándose ya de que estaba huyendo, y subió unas pocas escaleras hasta llegar a otro cuartito dentro de aquél aposento. Al hacerlo, se le encogió el pecho. Reconocía muchos de los objetos que había allí, pese a saber que jamás los había tocado.

Escuchó entonces la campana del castillo. Seguramente sonaba por él, porque le estaban buscando. Corrió a esconderse debajo de la cama, pero ahí abajo ya había algo: un libro bastante grande. ¿Sería otro libro sobre plantas? Merlín lo ojeó, y bastó poco para entender que tenía entre sus manos un libro de magia. De pronto, se vio asaltado por una multitud de recuerdos. Recuerdos en los que tenía delante un hombre anciano con el que hablaba sobre magia…

"Sólo quiero que Arturo confíe en mí y me vea como soy realmente" le dijo a aquél anciano en una ocasión. Merlín soltó el libro confundido. ¿Él conocía a Arturo de antes? De ser así, por lo visto las cosas no habían cambiado mucho: Arturo no aceptaba y nunca aceptó que él tuviera magia. Él esperaba un soldado, y no un hechicero.

- ¡Mi señor! – exclamó la voz de un caballero, que había visto a Merlín. Estaban registrando el castillo y Merlín no había llegado a esconderse, así que no les puso la tarea muy difícil.

Arturo llegó enseguida y su expresión se relajó al ver que el niño estaba sano y salvo.

- ¡Merlín!

Hincó una rodilla en el suelo para poder abrazarle.

- Dejadnos. – ordenó, a todos los que habían participado en la búsqueda. Merlín y él quedaron a solas y Arturo se fijó entonces en el libro que Merlín sostenía. - ¿Qué es esto?

- Lo encontré.

- Déjame ver.

Arturo echó un vistazo a aquél libro, entendiendo al poco tiempo que se trataba de un libro de hechicería.

- Así que todo el tiempo escondías esto… - murmuró - ¿Cómo puede ser que jamás lo viera?

- ¿Tú me conocías? ¿Yo vivía aquí? – preguntó Merlín, confundido. Sentía como si hubiera vivido dos vidas diferentes.

- Hace mucho de eso, Merlín – respondió Arturo, sintiendo que era verdad. Puede que apenas hiciera dos meses que Merlín y Mordred habían rejuvenecido, pero se sentía como si fuera mucho más. Muchas cosas habían cambiado, y Merlín en cierto modo era otra persona.

- A ti no te gusta que tenga magia. – murmuró Merlín.

- La magia empezó a ser tolerable para mí cuando supe que tú la tenías – corrigió Arturo – Pero sigue siendo peligrosa, y no te hace invencible. Mordred tiene magia y aun así está aprendiendo a luchar. Un príncipe tiene que ser capaz de ganar un combate.

- Lo ganaré con mi magia.

- No siempre podrás usarla, y eso no sería justo para tus enemigos. Ese es el motivo por el que la magia estaba prohibida: los que la tenían se aprovechaban de los que no. Algunos magos hicieron mucho daño a este reino.

- Yo no la usaré para hacer daño – aseguró Merlín.

- ¿No? ¿Y qué es lo que has hecho hace un rato, mientras entrenabas? – replicó Arturo.

Los labios de Merlín se entreabrieron un poco, cuando entendió que había usado la magia contra su oponente, abusando de que él la tenía y su rival no.

- Estaba siendo muy rudo… - trató de defenderse Merlín – Me hacía daño…

- Tenías una espada para defenderte. Precisamente por eso has de aprender a pelear. Tus rivales no serán gentiles contigo. Pero tu tampoco puedes pasarte con ellos. Ese chico está inconsciente, Merlín. Desmayado.

- ¿De verdad?

- Hiciste que se diera un buen golpe en la cabeza – Arturo decidió no esconderle la verdad al niño. Observó el lento proceso mediante el cual los ojos de Merlín se llenaban de lágrimas.

- ¡Lo siento!

- Ya lo sé. – dijo Arturo, y le abrazó - Si hay algo que entiendo de todo esto es que no te gusta hacer daño a otras personas. Sé que esa es tu excusa para no poner interés en los entrenamientos pero si ese fuera el verdadero motivo tampoco te gustaría emplear tu magia con esos fines. No te gusta la violencia, pero es más que eso. La magia es lo que eres tú, y las armas es lo que soy yo. Lo entiendo – aseguró Arturo, aunque aquellas palabras le costaron mucho. – No te seguiré forzando a algo que aborreces. No seguiré reteniendo aquello que forma parte de ti.

Merlín le miró con los ojos muy abiertos. Arturo le estaba aceptando tal y como era. Estaba aceptando su magia. Se apretó contra él con una incipiente felicidad creciéndole en el pecho.

- Gracias, padre. – susurró, poniendo mucha intensidad en ambas palabras. Arturo le respondió con un beso, y un suspiro.

- Lamento no haberte escuchado ayer, y también lamento lo que te dije. No era mi intención amenazarte, y creo que por eso has salido corriendo, asustado - dijo Arturo, y para quien le conocía aquél era un hecho histórico: Arturo Pendragon estaba dando unas disculpas sinceras y no evasivas.

- ¿Estás enfadado?

- No, Merlín, no lo estoy, pero tampoco puedo dejar que trates a tus compañeros de esa manera. Ese niño es hijo de un noble importante, como todo aquél que entrene contigo, y no puedes usar tu magia contra ellos.

- Nunca más….

- Eso espero – murmuró Arturo, y así, agarrado como le tenía, dejó caer cinco palmadas sobre el pantalón del pequeño. Merlín se estremeció un poco, pero no dijo nada. Cuando Arturo le miró a los ojos Merlín parecía estar decidiendo si se echaba a llorar o no.

Para distraerle, Arturo cogió el libro que Merlín le había enseñado e hizo que el niño pusiera su atención ahí.

- Parece un libro muy interesante. ¿Quieres que lo llevemos con nosotros?

- ¿Puedo?

Arturo asintió, sin decir nada más. El resto lo guardó para sus pensamientos.


"Creo que este libro era tuyo, y que te será muy útil para lo que tengo planeado."

2 comentarios:

  1. Lindo Merlin es muy lindo para recurrir a la violencia

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  2. merlin es adorable........... mo quiere lastimar a nadie........
    Que le explique, y que le de una oportunidad a Mordred.........

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