Páginas Amigas

lunes, 17 de noviembre de 2014

CAPÍTULO 12: DESPEDIDAS



CAPÍTULO 12: DESPEDIDAS

- ¿Y esto qué es, padre?

La princesa Lorelaine pasaba todo el tiempo posible sentada sobre Eoned y haciéndole preguntas. El hombre respondía con paciencia, porque adoraba a esa niña.

- Es un zafiro. Nos lo ha regalado el rey Arturo. Ve a darle las gracias, corre.

La niña se bajó del regazo de su padre y caminó unos pocos pasos hasta el hombre rubio que era su anfitrión en aquél castillo. Escaló sobre él para abrazarle, con confianza y desenvoltura.

- Gracias, Majestad.

- De nada, Alteza. – respondió Arturo, algo avergonzado, y abrazando a la niña con torpeza. Sentía que aquellos niños y su padre le llenaban de ternura. Mostraban una relación que él no había conocido cuando niño, y que le costaba mucho adquirir siendo hombre. Sabía que podría aprender mucho observándoles….

- No habría ningún inconveniente en que os quedarais unos días más… - comentó Arturo, mirando al anciano rey que se había convertido en un buen amigo.

- Debo atender los asuntos de mi gente. Un rey no puede ausentarse mucho tiempo de su hogar – respondió Eoned. Partirían al día siguiente, y por eso habían intercambiado algunos regalos. Si a Arturo no le gustaba la idea, Merlín y Mordred estaban sencillamente horrorizados. Se iban tres compañeros de juegos, tres confidentes, tres amigos. Y nada garantizaba que fueran a verles pronto.

Mientras el rey extranjero y sus tres hijos se preparaban para el viaje, Mordred y Merlín tuvieron un anticipo de lo aburridos que serían sus días sin los otros niños. Iwin, Bastian y Lorelaine estaban ocupados con el equipaje y otros asuntos, y eso dio a los dos hermanos tiempo para pensar.

Merlín estaba seguro de que Arturo tampoco quería que se fueran. Cuanto más lo pensaban Mordred y él, más llegaban a la conclusión de que todos estarían mejor si los invitados no se iban. De ese pensamiento a tener un plan había muy poca distancia…

A la mañana siguiente, el día de la partida, las puertas se atascaban, los sirvientes tiraban las cosas, y todo parecía entorpecer "como por arte de magia" la salida de los visitantes. Arturo frunció el ceño al ver la cara de satisfacción de sus dos hijos cuando un sirviente derramó por tercera vez el desayuno de Eoned.

- ¿No estaréis vosotros detrás de esto? – les susurró, airado. Los niños negaron con la cabeza y se encogieron en su asiento. Arturo dulcificó su expresión. – Sé que sí. Y lo entiendo… No queréis que se vayan…. Pero deben hacerlo. Nada de lo que hagáis podrá impedirlo y no quiero que uséis vuestra magia ¿entendido?

Los dos hermanos asintieron y el rey optó por no enfadarse. Acompañaron a sus huéspedes al patio real, donde les esperaba un carruaje y un caballo. Sin embargo, cuando el rey Eoned fue a subirse en su montura, las ligas de la silla se soltaron, haciendo que el rey se cayera. Arturo giró rápidamente la cabeza a tiempo de ver cómo los ojos de Mordred tenían un brillo anaranjado, que era el color que los cubría como efecto de la magia cuando la utilizaba. Sintió hervir la sangre y sólo deseó que nadie más lo hubiera notado. Ayudó a Eoned a levantarse y hubo un segundo intento, pero el caballo echó andar antes de que su dueño pudiera acomodarse. Aquella vez fueron los ojos de Merlín los que brillaron.

- Los príncipes están cansados. Acompañadles a sus aposentos – ordenó Arturo a unos guardias, que se apresuraron a obedecer.

Ya sin interferencias mágicas, el rey y sus hijos pudieron partir. Arturo esperó un tiempo antes de subir a hablar con los dos niños. Ambos estaban en un mismo cuarto, en el de Mordred, mientras Ogo intentaba consolarles por la partida de sus amigos. Arturo se enterneció un poco al ver a Merlín suspirar mientras observaba el caballo de madera que Iwin le había regalado.

- Ogo, dejadnos a solas – pidió, en un tono algo más áspero de lo que pretendía.

- Majestad, los príncipes me lo han contado…. Pero…. Ahora son príncipes señor y….

- Y también son mis hijos – replicó Arturo, algo extrañado porque Ogo les estuviera defendiendo. Era evidente que había leído sus intenciones pero no había esperado que intercediera por ellos.

- No lo entendéis, Majestad. No todos en el castillo les aceptan como de la realeza, y si vos les tratáis como si no lo fueran, sólo acrecentaréis esos murmullos.

- Lo que haga con mis hijos en la privacidad de sus aposentos es únicamente asuntos nuestro. – replicó Arturo, pero tomó nota mental del consejo de Ogo, dispuesto a observar la actitud de las personas de la corte con respecto a sus hijos.

- Es agradable oír como os referís a ellos de esa manera – comentó Ogo, y se retiró. Arturo estuvo a preguntar "¿de qué manera?", pero entonces entendió que lo decía por el hecho de que usara la palabra "hijos."

Cuando Ogo se fue Arturo miró a sus pequeños príncipes con seriedad manifiesta. Los dos miraron al suelo con sincronización casi perfecta.

- Miradme – pidió Arturo, y le dedicaron su mejor mirada de vulnerabilidad, con una clara intención manipuladora, al menos por parte de Mordred. - ¿Qué os dije al respecto de usar magia? Pasé por alto los incidentes del desayuno, pero pensé haber dejado claro que no quería que volvierais a usar vuestros poderes.

- Lo sentimos, padre…- murmuró Merlín.

Arturo suspiró.

- No os lo prohibo sin motivos. Es peligroso para vosotros exponer vuestros poderes. Hay personas aquí que tienen miedo de vuestra magia, además de que considero que es algo que sólo debe usarse en emergencias. De otra forma llegaréis a abusar de vuestro poder. No es algo que deba usarse en propio beneficio. No he permitido la magia en Camelot para que la uséis en vuestras travesuras.

Los dos chiquillos le miraron con aspecto miserable. Arturo se obligó a ser fuerte.

- Era algo de lo que ya estábais advertidos – dijo, y caminó hasta la repisa de dónde cogió un trozo de madera fino y largo. Merlín reconoció el objeto y empezó a llorar.

Arturo supo que tenía que dejar la frialdad a un lado, y demostrar que había aprendido algo de Eoned. Se agachó junto al niño y le limpió las lágrimas con la mano.

- No llores, Merlín. No voy a hacerte daño. – intentó tranquilizarle. Le ladeó un poco, levantó el objeto, le vio estremecerse… y lo tiró al suelo. No podía pegarle con eso. Suspiró, y le inclinó un poco más, hasta tumbarle sobre su rodilla. En vista de que no iba a utilizar la vara, le bajó la ropa, y dejó caer diez palmadas firmes, más que fuertes, sobre las asentaderas del niño. Después volvió a colocar su ropa y le hizo erguirse frente a él. Le miró a los ojos llenos de lágrimas y le estrechó en un abrazo. – La próxima vez sí será con eso ¿bueno? Así que no más magia.

Merlín asintió, y apretó el abrazo. Arturo puso una mano suavemente sobre su cabeza, acariciándole el pelo, pensando que ese gesto ya le salía como algo natural.

- Sé que vas a echar de menos a tus amigos. Iremos a verlos tan pronto como me sea posible. Te lo prometo.

- ¿De verdad?

- Promesa de rey – dijo Arturo. Dudó un segundo, y luego besó la cabeza del niño, antes de ponerle en el suelo. – Mordred, ven aquí.

El niño se acercó a pasos lentos y miró la vara que descansaba en el suelo.

- Si no lo he usado con tu hermano, no voy a usarlo contigo – le dijo Arturo, y le acercó contra sí.

Bajó su ropa con movimientos lentos y luego le inclinó para hacer exactamente lo mismo que con Merlín. Fueron diez palmadas considerablemente intensas y luego le abrazó más intensamente todavía. Mordred, al contrario que Merlín, no lloró. Sin embargo no quiso soltarle cuando Arturo hizo ademan de dejarle en el suelo.

- ¿Me devuelves mi cuello? – le preguntó, enternecido. Mordred negó con la cabeza – Ah, vale.

Arturo sonrió, y se sentó con él para poder sostenerle mejor. Merlín se acercó y se sentó en la pierna que tenía libre. Arturo sintió que le confundían con su trono… pero al mismo tiempo disfrutó de tener a sus dos niños tranquilamente sentados encima de él.

- Debo admitir que el pobre Will se veía muy gracioso cuando hiciste que se le cayeran las uvas, Merlín. – comentó, recordando las pequeñas travesuras de los niños. – No sabía si recogerlas una a una, o dejarlas en el suelo y fingir que nada había pasado.

Los tres se rieron al recordarlo, y Arturo no pudo evitar pensar en la inocencia de los dos magos, porque no se les había ocurrido nada verdaderamente peligroso para sus bromas. No había ni una pizca de malicia en ellos. Ni siquiera en Mordred, y se culpó por haber pensado lo contrario alguna vez.

2 comentarios:

  1. jajajajja... qué pequeñitos más ocurrentes! Me enternece la relación que tienen con Arturo!

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  2. Arturo ya es un buen Padre,,,,,,,
    Ytambién un buen Rey...........
    Uy los peques no querian que se fueran sus amigos.............

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