Páginas Amigas

lunes, 17 de noviembre de 2014

CAPÍTULO 6: ROMPIENDO BARRERAS



CAPÍTULO 6: ROMPIENDO BARRERAS

Por la inocente mente de Merlín pasaron muchos posibles y horribles motivos por los que su hermano necesitaba su ayuda. Se imaginó que alguien quería hacerle daño, tal vez por su condición de mago, tal vez por cualquier otro motivo. Tanto Mordred como Merlín se habían dado cuenta de que algunas personas les miraban (en particular a Mordred) con algo de desconfianza, como si supieran algo que los niños desconocían. Se imaginó toda clase de torturas y pensó en cómo podría salvar a Mordred de ellas.

… Jamás hubiera acertado sobre cuál era "la horrible tortura" a la que querían someter a su hermano. Se cruzó con él al girar en una esquina. Mordred corría justo en su dirección, acalorado por la carrera. Le perseguían dos mujeres, sirvientas. Una era algo regordeta e iba muy atrasada, pero la más joven estaba a punto de alcanzarle.

- ¡Deteneos, joven señor!

- ¿Qué pasa? – gritó Merlín, desconcertado.

- ¡Esa mujer quería meterme en agua caliente! ¡Me quiere cocinar!

Merlín se clavó en su sitio, y empezó a reír como un histérico. Se agarró las costillas y se puso rojo y de la impresión de verle reír así Mordred se detuvo, facilitando que por fin la sirvienta le alcanzara. La mujer le agarró bien no fuera a escaparse, pero ella también miró a Merlín con curiosidad.

- ¿Qué te causa tanta gracia? – preguntó Mordred, molesto. - ¿Acaso no me has oído?

Merlín respiró hondo, y se serenó un poco.

- Nadie te quiere cocinar, Mordred. La gente rica se baña en agua caliente.

- ¿De verdad? ¿Y tú cómo lo sabes?

Esa era una buena pregunta. Merlín no sabía cómo conocía ese detalle, ya que en toda su vida sólo se había bañado con agua fría. Desde que estaba en el castillo tenían la extraña manía de que se lavara todos los días, pero siempre era con agua fría también. No obstante tenía el vago recuerdo de haber llenado una tina de agua caliente para Arturo… lo cual era absurdo, dado que hacía poco que le conocía.

- El día es frío, mi señor, y Ogo ordenó que se os preparara un baño caliente – explicó la sirvienta.

- Entonces ¿no me vas a cocinar? – preguntó Mordred, para estar seguro. La sirvienta sonrió un poquito, sorprendida de las majaderías del niño.

- ¿Qué es este alboroto? – preguntó una voz, apareciendo por el fondo del corredor. Todos reconocieron la voz del rey y se pusieron tensos. Las sirvientas se inclinaron, y Merlín y Mordred tuvieron la imperiosa necesidad de mirar al suelo y desear hacerse pequeñitos pequeñitos.

Arturo caminó con pasos apresurados, hasta alcanzarles. Vio que nadie estaba herido y se relajó un poco. Se fijó en que una de las mujeres sujetaba a Mordred y la miró penetrantemente, hasta que ella se dio cuenta y soltó al niño.

- Levantaos – ordenó. - ¿Y bien? ¿Qué sucede?

La pregunta iba dirigida a los dos niños, así que las sirvientas enmudecieron. Merlín y Mordred no se mostraron mucho más habladores.

- ¿Merlín? ¿Acaso no te he ordenado que te quedes en tus aposentos?

- Majestad, yo…

- Salió para ayudarme, sire – intervino Mordred. No quería que Merlín se metiera en más problemas, pues suponía que ya le habían castigado por el accidente durante la caza.

- ¿Y por qué tenía que ayudarte?

- ¡Porque esas mujeres me querían cocinar! – insistió Mordred, muy seguro, señalando y todo. Generalmente él era el menos infantil, el que se portaba casi como un mini adulto, pero eso de meterle en ollas grandes llenas de agua hirviendo eran palabras mayores.

Arturo parpadeó y, al igual que le había pasado a Merlín, empezó a reírse con fuerza. Todos se quedaron más tranquilos por ésta reacción y las sirvientas rieron también, por lo bajo.

- El agua es para bañarte, Mordred. Nadie va a hacerte daño.

- ¡Pero está caliente!

- Para que sea más cómodo y para que no te enfermes. Llenar una tina de agua caliente cuesta mucho trabajo y por eso cuando hace calor utilizamos agua fría, pero ya verás como un baño caliente es mucho más confortable. Y quedarás más limpio, además, que falta te hace.

Mordred le miró con algo de desconfianza, pero luego pareció fiarse de su palabra. Arturo se enterneció por su inocencia, y habló así a las sirvientas:

- Podéis retiraros.

- ¿Sire?

- Yo me encargaré. ¿Está ya el agua lista?

- Sí, Majestad.

- Bien.

Arturo instó a Mordred a volver a su aposento, pero se giró un momento para mirar a Merlín.

- Ven tú también – le dijo, y Merlín sonrió ampliamente.

Una vez con los dos niños en la habitación, Arturo se fijó en el recipiente metálico que hacía las veces de bañera, que alguien había trasladado allí. Tenía aproximadamente metro y medio de diámetro, y era circular. Metió la mano y comprobó que el agua estaba caliente, pero no quemaba.

- ¿Lo ves? – le dijo a Mordred. – No quema.

Delante de la bañera había un biombo desplegado. Arturo dudó un segundo sobre si debía esperar al otro lado a que el niño se metiera en la bañera. Luego se dijo que estaba allí para ayudar a Mordred en aquella experiencia, y que no haría nada escondido tras un panel de madera.

Se agachó junto a él y le ayudó a quitarse la camisa. Miró de reojo a Merlín, que observaba en silencio.

- No te escaquees, Merlín. Tú también vas a bañarte. Es una tontería hacer que preparen otra bañera cuando sois hermanos y cabéis los dos en esta.

Arturo no se reconoció en aquél comentario. ¿Desde cuándo le importaba lo mucho o lo poco que tuvieran que trabajar los sirvientes? Nunca había sido un tirano, pero todos en el castillo sabían cómo sobrecargaba a Merlín cuando éste era su sirviente. Pensó que tantos años de convivir con su amigo, y el hecho de haberse casado con una sirvienta, le hicieron darse cuenta de la importancia de no cargarles con tareas absurdas.

- Pero si yo estoy limpio…

- ¿Te has mirado bien? ¿Has visto esas manos?

Merlín se miró, sin ver esa supuesta suciedad de la que hablaba Arturo. Él se veía bastante limpio, y no entendía la necesidad de bañarse todos los días, pero en fin. Se deshizo de su camiseta y saltó para mantener el equilibrio mientras se quitaba los pantalones. Tenía frío, así que se metió en la tina rápidamente. Le gustó que estuviera caliente.

Mientras tanto, Arturo terminó de desvestir a Mordred y le alzó sin esfuerzo, depositándole con suavidad sobre el agua. Mordred pareció extrañado por la tibiez del elemento, pero no le desagradó. Se sentó en la bañera, en frente de Merlín y, tras una mirada de mutuo entendimiento, empezaron a salpicarse.

- Ya está bien – recriminó Arturo, pero más divertido que enfadado. Cogió una pastilla de jabón que las sirvientas habían dejado en la repisa, y procedió a enjabonarles el pelo. Mordred lo tenía bastante largo.

Durante todo aquél proceso, Arturo se sintió bien, relajado… Se había ofrecido a hacerlo por impulso, pero luego le pareció de lo más lógico y natural. Si se estaba haciendo cargo de esos niños, ¿por qué dejaba absolutamente todo a sus sirvientes? Hacer esa clase de cosas podía servirle para mejorar su relación con ellos.

Tuvo cuidado a la hora de aclararles y la lentitud de sus movimientos le hizo ver que estaba falto de práctica. Nunca había bañado a nadie, y casi podía decirse que tampoco solía bañarse a sí mismo, o al menos, no con privacidad, porque era Merlín el que hacía todo por él… sólo le faltaba masticar su comida. Arturo empezaba a comprender por qué Merlín había insinuado alguna vez que era un inútil sin él.

- Ya está. – anunció, mientras sacaba a Mordred y le envolvía en una gamuza suave. - ¿A qué es mejor que bañarse en agua fría?

Mordred asintió, secándose el pelo con algo de torpeza.

- Ahora tú – dijo Arturo, tendiéndole la mano a Merlín, para ayudarle a salir. El niño dio un traspié y casi se cae, pero Arturo le sujetó.

Las palabras se colaron como la consecuencia natural de una interacción que había ido mucho más allá de la de rey-protegido.

- Gracias, padre – murmuró Merlín, y después se hizo el silencio más absoluto. Hasta las ondas de la tina se aquietaron, como si el tiempo se hubiera detenido. Arturo contuvo la respiración, impactado por esas palabras.

Cuando Merlín se dio cuenta de lo que había dicho, se horrorizó. Se asustó mucho, y cogiendo una piel suave para secarse y cubrirse, salió corriendo de allí.

Arturo no hizo nada por impedírselo, aun asimilando lo que había escuchado. Miró a Mordred casi por inercia, pero no se esperaba para nada la reacción del otro niño:

- ¡Tú no eres nuestro padre! – le gritó, como con enfado.

- No sé… no sé por qué tu hermano ha dicho eso.

- Nosotros no tenemos padre – dijo Mordred, con dureza.

"Tú sí tenías" pensó Arturo "pero mi padre le mató."

De pronto se le ocurrió que el viejo Mordred tenía motivos para odiarle. Realmente, los tenía.

- Ya no estáis solos – dijo Arturo, sin saber qué más decir, como queriendo indicar que no debían sentirse desamparados por no tener padre. No pretendía insinuar que él era su nuevo padre, porque no estaba preparado para contemplar esa posibilidad.

- ¡Nosotros siempre estaremos solos! – espetó Mordred, y le tiró la toalla de mala manera, acertándole en la cara. Arturo frunció el ceño, pero Mordred no había terminado – Cuando te canses de tenernos aquí volveremos a vivir en la calle, así que debemos tener claro lo que somos y de dónde venimos. Y allí no hay pieles suaves, ni baños calientes, ni padres.

- Cálmate, Mordred, y cúbrete. Estás muy alterado y vas a enfriarte.

- ¿Lo ves? ¡A eso me refería! ¿Qué pasará cuando dejes de cuidar de nosotros?

- Mordred, esa no es forma de dirigirte a mí. Y te he dicho que te cubras.

- Esta toalla no está hecha para la gente pobre como yo – exclamó Mordred, agarrándola y volviéndosela a tirar a Arturo, que ya tuvo suficiente. Agarró a Mordred de un brazo y ladeándole un poquito le dio cinco palmadas.

- Nunca te olvides de con quién estás hablando, muchacho – le dijo, y debió de sonar muy amenazante, porque Mordred se alejó de él. – Nadie va a echarte de aquí, ya te lo dije, y será mejor que te vayas acostumbrando a las toallas y a los baños calientes porque son sólo parte de los lujos que tendrás aquí. Deberías mostrarte más agradecido.

Mordred pareció recordar entonces dónde y ante quién estaba, y su enfado se transformó únicamente en miedo. ¡Le había tirado una piel al rey a la cara!

- Vístete – ordenó Arturo. - Y no vuelvas a faltarme al respeto de esa forma. Y no estoy hablando de tus desplantes, sino de la constante insinuación de que estás aquí sólo de paso. No creerme cuando te digo que esta situación es permanente es como si dudaras de mi palabra y de mi honor, y son dos cosas que nunca debes poner en duda.


- Sí, sire – respondió Mordred, agachando la cabeza. No se lo creía para nada, pero entendía que haría mejor en callarse sus reservas que en volver a decir que ellos no pertenecían a aquél castillo.

3 comentarios:

  1. Que dulce es Mordred... no me lo imagino como un adulto homicida

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  2. Pobre Merlincito. Arturo me encanta, está aprendiendo -aunque torpemente- a ser el padre de esos pequeños!

    P/D Hermosas las fotos de los niñitos que pusieron! Son tan adorables!

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  3. Arturo me encanta, cuando se acuerda de demostrarles su carino a los peques...............Porque no detuvo a Merlin, el peque se asusto como si hubiera hecho algo malo..........

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