Páginas Amigas

lunes, 17 de noviembre de 2014

CAPÍTULO 9: PADRE



CAPÍTULO 9: PADRE

En el camino de vuelta a Camelot, Merlín fue en el caballo de Arturo, delante de él y protegido por sus brazos que le abrazaban a la vez que tomaban las riendas. El rey no debía compartir su caballo y alguno de sus hombres puso objeciones en atención a su seguridad, pero él no se iba a separar del niño ni aunque le amenazaran con una espada. Lo que es Merlín disfrutó mucho de ese momento. Se apoyó en Arturo y se adormiló a ratos. Parecía muy relajado y contento, y todo porque Arturo había dicho dos palabras mágicas. Porque le había dicho que le quería.

Pero no era lo único que Arturo había dicho. Le había llamado "principito" y eso se debía a una decisión que aún estaba a medio tomar. Arturo quería hablar con los dos niños a la vez… Tenía un poco de miedo por la reacción de Mordred. Al pensar en el otro niño se dio cuenta de que le echaba de menos. Llevaba dos días sin saber de él, y en realidad ni se había despedido…

En esto pensaba, cuando notó que Merlín se tensaba y se espabilaba repentinamente.

- ¿Qué ocurre, Merlín?

- Estamos cerca – dijo el niño. Aunque no fue una pregunta, Arturo le respondió:

- Sí. En cuanto pasemos esa colina podremos ver la ciudadela.

- Desde aquí ya puedo escuchar a Mordred.

- ¿Escucharle? Te refieres a….¿en tu cabeza?

Merlín asintió. Arturo instintivamente hizo que su montura galopara un poco para alejarse de sus hombres lo suficiente para que no escucharan su conversación.

- Está muy enfadado – susurró Merlín, y se estremeció.

- ¿Enfadado?

Merlín asintió de nuevo.

- Está… usando su magia para cosas malas.

- ¿Qué?

Sin esperar respuesta, Arturo apremió más a su caballo. Tres cosas principalmente le inquietaban de esa noticia:

1.) La posibilidad de que Mordred volviera a las andadas. En su versión adulta también había hecho un mal uso de la magia.

2.) Que alguien le viera como una amenaza y tomara represalias contra el niño.

3.) Que aquello pusiera en peligro la reciente aprobación de la magia.

Prácticamente voló por el terreno sujetando bien a Merlín para que no se cayera del caballo. Por suerte para él, cuando llegó al castillo no se encontró con ninguna amenaza terrorífica que pusiera en peligro las vidas de sus súbditos sino a… un niño con un berrinche. Mordred se había encerrado mágicamente en el salón del trono. Nadie podía entrar, pero se oían cosas que estallaban contra las paredes y se rompían. Ogo intentaba convencer al niño de que abriera la puerta, pero sin éxito. Arturo se unió, y aporreó la puerta.

- ¡Mordred! – gritó. Se dejaron de escuchar ruidos por un rato. - ¡Mordred, abre ahora mismo! – ordenó.

Luego pensó que esa no era la mejor táctica, y efectivamente no lo fue, porque los ruidos se reanudaron.

- Mordred, abre, hemos de hablar. – insistió, y nada.

Una persona pequeñita tiró de la casaca de Arturo. Merlín le miró y dio un paso adelante, como diciendo "déjame a mí". Arturo pensó que el niño daría algún discurso de hermano, pero fue mucho más sencillo que eso: levantó la mano y forzó la cerradura. La magia con magia se quita.

Ogo, y algunos de los presentes, se asombraron al ver que Merlín también tenía magia. Pero Arturo no se quedó a ver las reacciones: en cuanto pudo entrar, empujó las puertas.

No reconocía aquella habitación. El trono estaba volcado. Los tapices de las paredes, arrancados y hechos jirones. Es más, uno que ostentaba el escudo de Camelot estaba… ¿quemado? Cosa de magia, seguramente. Quemar el escudo era un delito grave, pero el niño no debía entender de esas cosas.

Cuando le vio Mordred le dedicó una mirada llena de ira… de odio… Se pareció bastante a la versión de él que Arturo mejor conocía, pero no se dejó impresionar.

- ¿Se puede saber qué te propones? ¿Has perdido la cabeza?

En vez de responderle, Mordred movió una de las lámparas que colgaban del techo, con las velas aún encendidas. Arturo levantó la cabeza, sabiendo que si eso caía encima de él, le mataría. Decidió confiar en que Mordred no haría eso, y puso su vida en ese acto de confianza. Quería demostrarse a sí mismo que ya no le juzgaba por las cosas del pasado. No se apartó.

- Mordred, vamos a calmarnos y a hablar de esto ¿de acuerdo? ¿Qué sucede?

Como respuesta, la lámpara se movió más. Se escucharon chirriar los eslabones, pero Arturo no flaqueó. No lo haría. El niño no le iba a tirar eso encima, estaba seguro.

- He encontrado a Merlín, Mordred – le dijo, como si no hubiera un amasijo de hierro de más de seiscientos kilos pendiendo sobre su cabeza. – Está bien. Le he traído de vuelta.

El balanceo de la lámpara se detuvo un poco.

- Ahora podremos hablar los tres – siguió diciendo – Pero necesito que te calmes, hijo.

- ¡NO SOY TU HIJO! – bramó. La lámpara se movió bruscamente y se descolgó del techo, Arturo cerró los ojos, pero no llegó a ser aplastado. Asombrado, levantó la mirada y se fijo en que el objeto levitaba sobre el aire. Mordred lo estaba sujetando. El niño respiraba con agitación y le miraba furioso, y también parecía algo cansado porque aquello debía suponerle un gran esfuerzo. Arturo se apartó de la trayectoria de la lámpara y Mordred dejó que cayera al suelo. Luego, se echó a llorar.

Arturo corrió hasta él y le estrechó contra sí, sin pensarlo, por instinto. Alertados por el ruido, varios hombres penetraron en la habitación, pero Arturo les detuvo con un gesto de su mano, indicando que les dejaran solos.

- ¡Te fuiste! – gritó el niño - ¡Me dejaste, te fuiste! ¡Te fuiste con Merlín! ¡Y me dejasteis sólo!

- No me fui con él, Mordred. Me fui a buscarle. Tu hermano se escapó y podía pasarle algo.

- ¡Se fue por tu culpa!

- Sí, tienes razón. No hice las cosas bien. Pero aún estoy a tiempo.

Mordred se desahogó llorando sobre él, hasta que sus sollozos perdieron fuerza.

- Me dejaste porque dije que no eres mi padre… - se lamentó el niño.

- No te dejé, Mordred. Y no seré nada que tú no quieras que sea.

- Sí quiero.

Arturo se sorprendió por esas palabras. Ya eran dos los niños que le habían pedido que fuera su padre.

- Me alegro – susurró, y le apretó contra sí un poco más, para luego separarle poco a poco. – Y ahora, ¿me explicas que es todo esto? ¿Has visto lo que le has hecho al salón? ¿Al estandarte de Camelot? ¿Crees que está bien romper las cosas así y encerrarte aquí, asustando a todos? ¿Acaso no te dije que no podías usar tu magia en público?

Silencio mortal.

- ¿Te lo dije, o no?

- Sí, sire.

- Tu hermano y tú estáis en muchos problemas. – sentenció Arturo, y luego se alejó un poco de él, y abrió las puertas. – Acompañad a los niños a mis aposentos.

- ¿Majestad? – preguntaron, confundidos. Arturo les miró bien. Llevaban una mano en la empuñadura de su espada, preparados para desenvainar. ¿Contra quién? ¿Contra Mordred? ¡Por encima de su cadáver!

- Ya me habéis oído.

Los hombres se cuadraron y procedieron a cumplir sus órdenes. Merlín le dedicó una mirada asustada pero algo en los ojos de Arturo le tranquilizó.

Por su parte, el rey esperó a que se fueran para suspirar.

- Lo habéis manejado bastante bien, Majestad – comentó Ogo. Arturo le miró. Ese hombre había tenido seis hijos, ¡seis! y los había perdido a todos. Como padre, estaba claro que tenía experiencia.

- ¿Entonces por qué siento que lo he hecho todo mal?

- Porque lo hicisteis. Pero ahora lo habéis hecho bastante bien. Habéis traído a Merlín, y tranquilizado a Mordred.

Arturo miró a ese hombre fijamente. Le asombró su valentía para criticarle a la cara. Un rey necesitaba rodearse de gente como él, y no de pelotas insufribles que le apoyaran incluso cuando cometía errores.

- ¿Y qué debo hacer ahora?

- Eso depende de vos. Pero, Majestad… si me permitís un consejo… Yo fui demasiado duro con mis chicos y ahora ya no están. No sé… no sé si ellos sabían lo mucho que les apreciaba.

El rey abrió los ojos, impresionado. Ogo sí que parecía un hombre estricto, e incluso menos cariñoso que el propio Arturo. Que él le dijera palabras como aquellas hizo que se lo tomara más en serio.

- Un hombre no debe avergonzarse por querer a sus hijos. Debe avergonzarse por no querer que otros lo sepan. Y, cuando uno pasa demasiado tiempo preocupándose por parecer débil al demostrar su afecto, al final se olvida de cómo se demuestra. Uno de los niños me lo recordó hace poco, con su inocencia. – concluyó el herrero, y Arturo pensó que tenía a ese hombre muy desaprovechado. Tal vez no le gustara luchar, pero necesitaba gente con su inteligencia entre sus caballeros. Supo que no se equivocó cuando decidió tenerle entre sus hombres. Observó cómo Ogo se iba y se sintió más confiado. Más seguro. Más dispuesto a hacer lo que tenía que hacer, en lo bueno y en lo malo.

Lástima que tuviera que comenzar por lo malo.

Les había enviado a sus aposentos porque tenía pensado hablar con los dos a la vez, en un lugar donde además no fueran a ser molestados. Mordred y Merlín le esperaban cerca de la puerta, como si no se atrevieran a penetrar mucho en aquella habitación que aún no conocían. Arturo se dio cuenta en ese momento de que nunca habían estado allí. Bueno, sí, pero en otra época. Una de la cual no se acordaban.

Arturo reparó en la mirada culpable de los dos niños. Mordred había usado su magia pese a estar advertido de no hacerlo, había destrozado el Salón del Trono y se había encerrado en la habitación, donde casi provoca un accidente con cierta lámpara y cierto rey. Merlín se había escapado en plena noche y había estado desaparecido por dos días, a merced de animales, bandidos, criaturas mágicas y enemigos del reino. Probablemente, era lo más grave que habían hecho desde que estaba allí, y sin embargo Arturo se sentía más inclinado que nunca a ser suave e indulgente.

Eso no quitaba que no tuviera pensado actuar un poco.

- Abandonar el castillo, desobedecer al rey, destrozar la sala principal del castillo… ¿hablo con personas o con salvajes?

De poder desaparecer, Merlín y Mordred lo hubieran hecho en ese momento.

- Tú, Merlín, me asustaste mucho, y no me considero una persona fácil de asustar. Tuviste a los mejores hombres de Camelot buscándote, abandonando la protección del reino y temerosos de que algo malo te hubiese sucedido. Y tú, Mordred… ¿te das cuenta de que la gente a la que has asustado puede convertirse en tu enemiga? ¿Crees que tienes magia para usarla así? Tu don debe ser para crear, no para destruir.

Los dos niños se sintieron empequeñecer.

- ¿Sabéis cuál es el castigo por lo que habéis hecho? – preguntó Arturo, al final.

- ¿El cepo?

- ¿Las mazmorras?

- ¿La horca?

- ¿La vara?

Caray que esos niños tenían una imaginación enorme… o no tan enorme, dado que, de hecho, cualquiera que quemara el escudo de Camelot acabaría en el cepo un par de días. Cualquiera que amenazara la vida del rey como lo había hecho Mordred acabaría en la horca, en la pira de fuego, decapitado, o ejecutado de alguna otra manera horrible. Que un protegido desobedeciera a su rey solía implicar una noche en las mazmorras o un castigo con la vara. Pero Arturo no pensaba hacer ninguna de las cuatro cosas.

- No. Algo mucho peor. Una tortura horrible a base de ropas de seda, coronas pesadas, cenas aburridas, asambleas soporíferas, e insoportables asuntos de estado.

Los niños se miraron entre sí sin comprender, y luego miraron a Arturo.

- Lo he entendido. Vuestro mensaje ha sido alto y claro. Mañana os reconoceré públicamente como mis hijos y herederos. Acostumbraros a ser, a partir de ahora, el príncipe Merlín y el príncipe Mordred.

Se escucharon dos jadeos entrecortados, y ambos niños abrieron los ojos de manera exagerada. ¿Era en serio? Merlín no iba a esperar a comprobarlo. Se lanzó sobre Arturo para darle un abrazo, y éste, recordando las palabras de Ogo, se lo devolvió e incluyó en él a Mordred. Y no se sintió incómodo por hacerlo. Durante dos días había temido por el bienestar de Merlín y no iba a dejar que le pasara como a Ogo. No iba a dejar que sus chicos no supieran lo importantes que eran para él.

- ¿Estás enfadado, padre? – preguntó Merlín, al cabo de un rato. Arturo estaba seguro que lo hizo sólo para ver cómo sonaba la palabra. Esa vez, le encantó escucharla. Padre.

- No, Merlín – respondió, y suspiró. – Pero esto es para que no vuelvas a escaparte – dijo, y se separó un poquito para ladearle y darle seis palmadas. El rostro del niño se congestionó un poquito, pero el rey no le dejó llorar al estrecharle contra sí. Luego, miró a Mordred que le observaba con ojos brillantes. – Y esto para que no uses la magia de forma indebida, ni destroces nada. – añadió, e hizo lo mismo que con Merlín.

- ¡Au! – protestó Mordred, en una actitud mimosa que Arturo no conocía.

- Sí, eso digo yo. ¿Qué crees que me habría pasado si la lámpara me llega a caer encima?

- Lo siento. – murmuró Mordred, agachando la cabeza. Entonces, él también se lanzó a abrazar a Arturo.

Aunque estuviera dispuesto a ser más cariñoso, no se le podía pedir todo de golpe así que carraspeó y les separó con suavidad, algo cohibido por tanta demostración de afecto.

- Bien. Ahora, tenemos que ensayar unas palabras que tendréis que pronunciar mañana delante de un montón de gente aburrida. Se llama Juramento de Vasallaje, y tendréis que hacerlo también dentro de unos días, en una ceremonia oficial en la que vendrá gente de muchos reinos. – explicó Arturo, y les enseñó el protocolo necesario mediante el cual pasarían ser hijos suyos a los ojos del resto del reino. Porque a los suyos ya lo eran.

¿Estaría a la altura de la tarea que se esperaba de él?

"Lo estarás" dijo aquella voz inmaterial que ya le había hablado en alguna ocasión anterior. La voz de Gwen. Se encomendó a ella, porque sabía que aún quedaba lo peor. La magia de Merlín ya no era un secreto, y la magia de Mordred había atemorizado a unos cuantos habitantes del castillo. Aquello, seguramente, tendría consecuencias.

2 comentarios:

  1. NOoooooo la vara no... la vara solo es Bruce

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  2. wiiiiiiiiiiii por fin que bonito 2 principitos!!!!
    Me gusto este capi...........
    voy por otro más..............

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