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lunes, 17 de noviembre de 2014

CAPÍTULO 8: HOGAR



CAPÍTULO 8: HOGAR

Sir Ferdinand, un caballero joven recién nombrado, se quedó dormido sobre su montura y por poco se cae del caballo. Arturo no pudo seguir negando entonces que tanto él como sus caballeros necesitaban un descanso. Contra su voluntad, hizo que montaran un campamento, pero se ofreció a hacer la primera guardia porque él era incapaz de dormir.

Llevaban dos días buscando a Merlín y no habían tenido éxito. Al principio, Arturo estaba más enfadado que preocupado. Pensó que darían con él enseguida. Merlín era un niño más bien pequeño, a pie. Ellos eran varios hombres adultos y preparados a caballo, expertos en atrapar a bandidos y otros fugitivos. ¿Quién le iba a decir al rey de Camelot que encontraría la horma de su zapato en un crío de siete años?

Habían mirado en todos los lugares que el Merlín adulto hubiera visitado alguna vez. Arturo casi podía jurar que había peinado su reino entero… y nada. Por su mente pasó la idea de que tal vez Merlín estuviera en Ealdor: ese reino había sido su primer hogar. Tal vez hubiera recordado algo, o hubiera sentido el impulso de ir… Pero Ealdor estaba a más de un día a caballo y el ya llevaba dos días fuera del castillo. Tenía asuntos que atender, y estaba Mordred. El rey no puede desaparecer así como así… y un padre menos.

Porque a esas alturas Arturo estaba dispuesto a ser el padre, el tío, el primo segundo o el sobrino tercero de esos chicos. ¡Lo único que quería era saber si Merlín estaba bien!.

Había sido tan idiota… ¿cómo había podido ser tan frío con el niño? Prácticamente era como si él mismo le hubiera echado del castillo. Merlín no quería un hogar, ni un baño caliente, ni un protector. Él quería un padre, y Arturo había sido estúpido por no verlo. O por verlo e ignorarlo.

-         Majestad, id a dormir. Yo haré la siguiente guardia – dijo Sir Lion, poniendo una mano en su hombro.

-         No es necesario.

-         Arturo, tenéis que dormir – insistió Lion, llamándole por su nombre de pila con la confianza que le daban los años de amistad. – No coméis, no dormís… Si seguís así vais a enfermar, y no le seréis de ninguna utilidad al niño.

-         ¿Habrá comido él? –preguntó Arturo – No sabe ni quiere cazar.

-         El viejo Merlín era bueno recogiendo hierbas – trató de confortarle Lion.

-         Éste tiene siete años. Dudo que posea los mismos conocimientos que cuando era adulto.

-         Alguien le habrá acogido, en alguna posada…

-         No es agradable imaginar que mi protegido está pidiendo limosna, sir Lion. No es un huérfano vagabundo.

- Lo fue. Y, tal como él lo ve, lo sigue siendo. Unas semanas en un castillo no van a convencerle de lo contrario.

Arturo gruñó en respuesta. Pese a las insistencias del que era su amigo y capitán de sus hombres, no durmió. Se alejó un poco del campamento, harto de estar sentado sobre un tocón, sin hacer nada. Escuchó el agua de un riachuelo cercano y se acercó para beber. Un ruido le alertó, y desenvainó su espada, poniéndose en guardia. Parecía un animal… era como un gruñido… aunque más bien parecía un…¿un gemido? Vio un bulto, y se dirigió hacia allá con cautela.

Cuando estuvo lo bastante cerca, entendiendo que el bulto era una persona. Una persona pequeña… Un niño. El corazón le latió a mil por hora, porque dentro de él ya sabía que era Merlín. Se acercó sin hacer ruido, y comprobó que efectivamente era él. Se movía y gemía en sueños, como si tuviera una pesadilla. Estaba oscuro, pero había luna llena, y Arturo creyó ver que, aún dormido, estaba llorando. Se le cayó la espada de las manos, y se agachó junto al niño. Envainó el arma y cargó a Merlín, tratando de no despertarle, para llevarle al campamento.

Todos sus hombres dormían, salvo sir Lion. Intercambiaron una mirada, pero no se dijeron nada. Arturo dejó a Merlín junto al fuego, y se echó a su lado. Pasó un brazo alrededor del niño en ademan protector y posesivo, y todo el cansancio le vino de pronto.

"Tú no te me vuelves a escapar" fue lo último que pensó, antes de dormirse.

Pese a ser el último en dormirse, Arturo fue el primero en despertar. Parpadeó un par de veces, y examinó el paquetito que dormía a su alrededor. Merlín estaba tan envuelto en pieles que apenas se distinguía de él una persona. La noche había sido fría, y en algún momento el fuego se había apagado.

Arturo se levantó con lentitud y examinó la olla con los restos de la cena del día anterior. Estaba frío y no era mucho, pero podía hacer las veces del desayuno para Merlín, en el caso de que tuviera hambre. Arturo decidió que era el momento de despertarle. Nunca había despertado a nadie. Aunque estaba decidido a cambiar algunas cosas en su forma de tratar a los chicos, no estaba preparado para mimos y besos, no todavía, así que se limitó a destaparle un poco. Merlín asomó la cabeza entre el burruño de ropa y poco a poco abrió los ojos. Al ver a Arturo pareció sorprenderse mucho.

- Ma-ma-ma…
- Creo que intentas decir Majestad – le ayudó Arturo. – Hola, Merlín.

El niño se incorporó sin decir nada, y sin dejar de mirarle.

- Parece que has tenido una pequeña aventura. ¿Has estado caminando al lado del río todo el tiempo?

Merlín asintió.

- Muy inteligente. Así estabas seguro de tener agua y no perderte.

Mientras hablaba, Arturo cogió un cuenco y sirvió un poco de comida.

- Ten. Come.
- No tengo hambre.
- No te estaba preguntando. ¿Cuánto hace que no comes?
- Desde que me fui del castillo.
- Dos días. – dijo Arturo, y resopló. Que alguien le diera un buen motivo para no matarle con sus propias manos…

Le observó comer, mirándole amenazadoramente cada vez que estaba más de cinco segundos sin llevarse nada a la boca. Al final, Merlín empezó a comer con ganas, venciendo su necesidad física de alimentarse a las emociones que le impedían tragar bocado. Cuando acabó, todo apañado, usó un poco de tierra para limpiar el cuenco y se levantó para ir a aclararlo con el agua del río, pero Arturo le sujetó del brazo.

- No te vas a separar de mí ni un paso – le dijo.

Merlín le miró extrañado. En realidad, no entendía qué hacía Arturo allí. Pensó que el rey se alegraría por perderle de vista y no tener que ocuparse de un niño que iba por ahí deseando ser su hijo.

- Después de dos días sin saber dónde estabas, no te voy a perder de vista nunca más – siguió diciendo Arturo, y por fin dejó salir su rabia. - ¿Por qué diablos te fuiste?

- No me gusta estar donde no soy bien recibido.

- Eres bien recibido.

- No me gusta aceptar caridad.

- No es caridad.

- Si no soy vuestro hijo, entonces soy un invitado. Y como no soy noble como vos, está claro que sí es caridad.

- Respecto a eso, es necesario que aclaremos muchas cosas. Pero hablaremos cuando estemos en el castillo, y cuando tu hermano esté delante. Ahora quiero qué me digas que fue lo que te hizo pensar que podías escaparte.

- No me he escapado – respondió Merlín. – Camelot no es mi hogar.

Arturo tuvo suficiente. Pusp amabas manos en los hombros de Merlín y le zarandeó para que le prestara atención.

- Camelot es tu hogar. Donde está tu hermano. Donde estoy yo.
- Donde está Ogo. – dijo el niño.

A Arturo le escoció un poquito que Merlín se acordara de Ogo pero le pasara a él por alto. Sin embargo, pensó que se lo había ganado.

- También. El hogar es donde está la gente que queremos, y que nos quiere.
- Entonces yo tengo razón, y el castillo no es mi hogar.

Arturo suspiró. Tenía que decirlo ¿verdad?

- Lo es, porque yo te quiero, Merlín.

Le costó, no creáis, que él no había dicho esas palabras desde…desde…. En fin, sólo le había dicho algo parecido a Gwen, y en otro sentido. Pero pareció ser lo que tenía qué decir. Merlín sonrió ampliamente y sin previo aviso le dio uno de esos abrazos que a Arturo le ponían tan incómodo. Arturo aguantó tres segundos, y luego carraspeó.

- Vamos, no es como si no lo supieras.
- No lo sabía.
- Bueno, pues eso fue mi culpa. Pero, lo que es culpa tuya es haber salido del castillo cuando sabes perfectamente que no puedes hacerlo. ¿Es que no recuerdas lo que pasó la última vez?

Merlín se estremeció. Lo recordaba perfectamente.

- No… - musitó, pero no era un "no lo recuerdo", sino una petición. Un "por favor, no". Arturo le entendió.
- No – respondió, para tranquilizarle. – Pero cuando lleguemos al castillo, tú y yo, principito, vamos a hablar seriamente.


Merlín sabía que tenía que estar al menos un poquito asustado, pero dentro de él sólo podía pensar en que Arturo le había llamado "principito". ¿Qué quería decir con eso?

3 comentarios:

  1. "principito". ¿Qué quería decir con eso?... al fin se esta despabilando Arturito...

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  2. Principito???? bien..............
    LOS PRINCIPES SON LOS HIJOS DE LOS REYES......
    wiiiiiiiiii empieza a reaccionar Arturo............

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