Páginas Amigas

miércoles, 31 de diciembre de 2014

SERGIO


SERGIO

-         ¡Sergio, una foto!

-         ¡Mira aquí, por favor!

-         ¡Sergio, Sergio, unas palabras!

-         ¡Sergio! ¡Sergio, para las noticias de las cinco!

-         ¡Sergio, te amo!

-         ¡Sergio, hazme un hijo!

-         ¡Cásate conmigo!

-         ¡SERGIO!

El chico cerró los ojos y respiró hondo. Estaba cansado. Había visitado diez países en nueve días, y alguna de las comidas exóticas que le había llevado al hotel le había sentado mal. Tenía una actuación en menos de dos horas y todo lo que quería era encerrarse hasta que fuera el momento de salir al escenario. Pero no. Él debía estar ahí, sonriendo, firmando autógrafos, diciendo piropos a personas a las que no iba a volver a ver, haciéndose fotos como si por ser famoso estuviera obligado a ponerse frente a los objetivos. No había discreción para él, no había anonimato, no había derechos de imagen, no había acné, no había ojeras….Estuviera como estuviese él tenía que ponerse ahí, y posar. Dejar que extraños le toquen. Dejar que extraños le abracen y hasta le besen, a pesar de que siempre había odiado cualquier tipo de contacto físico.

Pero él debía estar ahí, y sonreír.

“The show must go on” se dijo, y puso su mejor sonrisa, recién estrenada, porque acababan de quitarle el aparato dental.

Horas después, tras el concierto, se dejó caer en un sofá que valía más que el coche de sus padres. Al pensar en eso, recordó que tenía que llamarles, contarles cómo iba todo, pero estaba tan cansado… su madre empezaría a agobiarle con consejos sobreprotectores relacionados con la comida y el frío, y su padre le haría preguntas para las que no tenía respuesta. “¿Cuándo vas a volver?” “¿Te alargarán la gira nuevamente?” “¿Cuándo podremos verte y estar contigo?”

Se durmió pensando en eso.

El amanecer le sorprendió aún en aquél sofá, con la tele a un volumen muy bajo. Sergio se extrañó un poco, porque no recordaba haberla encendido la noche anterior. Se sentó y se extrañó más, porque no recordaba haberse quitado los zapatos, ni cambiarse de pantalones.

-         ¡Buenos días, tesoro! – le saludó una voz de mujer, acompañada de un familiar olor a perfume de lavanda.

-         ¿Ma…mamá? ¿Qué haces aquí?

-         Vino conmigo – anunció su padre, asomándose desde la habitación de al lado.  – Te llamamos ayer para decírtelo, pero ya debías de estar en el concierto. Esperamos tu llamada pero…

-         Estaba cansado…

-         ¿Cansado para hablar con nosotros? – le reprochó.

-         Vamos Roberto, acabas de llegar, no hemos venido para regañarle. – le defendió su madre, sentándose al lado de su hijo y abrazándolo protectoramente. Sergio sonrió. Había extrañado esos abrazos.

-         Eso, papá. No me regañes – protestó, poniendo morritos porque sabía que eso les haría reír.

Roberto sacudió la cabeza y se unió a aquél abrazo, reparando en que su hijo estaba más delgado. Empezaba a dar crédito a los temores de su mujer, sobre que el chico no se estaba cuidando.

-         Vamos. Tenemos mucho que hacer hoy. Hemos pensado ir a desayunar fuera y….

-         Yo no puedo, papá. En dos horas me voy a Nueva York.

-         ¿Qué? ¡Pero si llegaste a Washington ayer por la tarde!

-         Ya lo sé, pero tengo que cumplir con el programa de la gira, ya lo sabes.

-         ¿Y cuándo descansas?

-         Cuando se acabe.

-         ¿Y cuando se…?

-         No empieces ¿¡vale!? ¡Eso depende de cómo se vendan las entradas, ya lo sabes!

-         Cuidadito con el tono. Y no me gusta nada ese trato, ¿tú no tienes nada que decir? ¿Te añaden fechas y ya está? Te hacen trabajar como un esclavo.

-         No es esclavitud si yo quiero hacerlo.

-         ¿Y quieres? – inquirió su padre, mirándole con ojo crítico - ¿Sigues queriendo esto? ¿Te hace feliz?

“Yo ya no puedo ser feliz” pensó Sergio, pero no dijo nada.

-         Es lo único que quiero hacer.

Sin ningún pudor, porque antes solía andar en calzoncillos por su casa, y porque su madre había tenido que vestirle y bañarle hacía sólo dos años, se cambió de pantalones y se puso los zapatos.

Sus padres se empeñaron en salir a desayunar, y lo cierto es que Sergio estaba algo cansado del servicio de habitaciones de los hoteles, así que no le pareció tan mala idea. Fueron a una cafetería, y tuvo que pedir él porque sus padres no se manejaban con el inglés. Sólo entonces reflexionó sobre el hecho de que habían cogido un vuelo de unas diez horas sólo para verle. Ahora se lo podían permitir, con el dinero que él les enviaba, pero no dejaba de ser un esfuerzo y un sacrificio de tiempo y obligaciones.

-         Te noto triste, cariño – dijo su madre, estirando el brazo para acariciarle la mano, que estaba jugando con la servilleta. – Estás cumpliendo tu sueño. Todo el mundo te admira, y tus canciones suenan todo el día en la radio. ¿No eres feliz?

-         Déjame, mamá. Sólo estoy cansado, no seas pesada.

Su padre frunció el ceño, poco complacido por esa forma de dirigirse a su madre, pero no pudo decir nada porque en ese momento llegó la camarera con los pedidos.

-         ¿Sólo vas a tomar eso? – preguntó su madre, angustiada. - ¿Un té?  Pídete algo más. Unas tortitas. Algo de azúcar. Trabajas mucho, necesitas alimentarte bien.

-         Ya sabré yo lo que necesito o dejo de necesitar.

-         Bueno, ya vale. Lo que necesitas es que alguien te recuerde con quién carajo estás hablando. Es tu madre, ¿eh? No la puta de la esquina.

Su padre siempre había tenido un vocabulario muy florido en groserías y malsonancias, pero Sergio se impactó un poco porque ya casi se le había olvidado.

-         ¡Pero si no he dicho nada!

-         No es tanto lo que dices como tu actitud. Parece que más molestamos, o algo. Esperaba que al menos te alegraras un poco por tenernos aquí.  -  reprochó Roberto. El chico que él conocía era alegre, cariñoso y hablador, no esa especie de ameba chupada por el peso de pensamientos demasiado tenebrosos como para ser sanos.

Dos años atrás, cuando Sergio tenía dieciséis años, sufrió un accidente de coche cuando iba al cine con sus abuelos. Los dos murieron, y Sergio sufrió graves heridas, pero salió adelante. Al menos, físicamente. Su mente nunca se recuperó del todo, porque se culpaba de la muerte de sus seres queridos, a los que se sentía muy unido. 

Cuando se labró un hueco en el mundo de la música pareció que su ánimo mejoró un poco. Por eso sus padres no se opusieron a que lo dejara todo por aquél sueño. Aún temiendo por el futuro de su hijo que ni siquiera terminó el bachillerato, temían más a la profunda depresión que se había adueñado de él. Pero aquello sólo funcionó durante unos meses. Después, Sergio dejó de llamar, y su agente decía que ya apenas comía, ni se cuidaba. Sus padres habían decidido intervenir antes de que fuera demasiado tarde, y por eso resolvieron abandonarlo todo y acompañar a su hijo allá donde su gira le llevara. Dejaron sus trabajos, aún sabiendo que con ello renunciaban también a su pensión, y con ello a su independencia durante la vejez, pero su hijo era más importante. Aún no sabían cómo comunicarle aquella decisión, pero conforme pasaban los minutos estaban más convencidos de haber hecho lo correcto.

Después del desayuno volvieron al hotel. Sergio tenía que hacer las maletas para coger un avión, aunque cuando llegó a su habitación y se sentó en el sofá, se quedó medio dormido. Llevaba un ritmo muy intenso y estaba agotado.

Su madre decidió hacer la maleta por él. No sería la primera vez, y así al menos se aseguraba que la ropa llegaba aunque fuera un poco doblada. Revisó los cajones de su hijo en busca de alguna prenda olvidada, sabiendo que nunca guardaba juntos los calcetines, pero entonces encontró algo que no debía de estar ahí.

-         Roberto, Roberto mira esto – llamó. Su marido estaba pasando los canales de televisión, para ver si había alguno en un idioma que él entendiera. Se acercó hasta su mujer, y sus ojos se agrandaron al contemplar la bolsita  que ella tenía en su mano.

-         ¿Es…?

-         Eso parece…

El hombre observó aquél polvo blanco preguntándose qué tan malo era. ¿Cocaína?  ¿Heroína?  No sabía mucho de drogas. Se dejó horrorizar por la certeza de que su hijo consumía drogas y después caminó hasta el sofá en que dormía para despertarle.

-         ¡SERGIO! ¡SERGIUO!

-         ¿Qué, qué qué? ¿Qué ocurre?  - exclamó, alterado.

-         ¿Qué es esto? – interrogó, mostrándole la bolsa. No hizo falta que Sergio respondiera, porque la expresión de su rostró le delató. - ¿EN QUÉ COÑO ESTABAS PENSANDO, MADRE MÍA? ¿Drogas?

-         Déjame, papá, tú no lo entiendes – gruñó, intentando recuperar la bolsa. Roberto le golpeó en la mano y la alejó de él.

-         ¿Qué no lo entiendo? ¿QUÉ NO LO ENTIENDO? ¡Sí, tienes razón, no entiendo una mierda! ¡NO ENTIENDO POR QUÉ MI HIJO TOMA DROGAS! ¿Es que no sabes que esto puede matarte?

-         ¡No va a matarme! … por desgracia.

Lo último lo dijo en voz muy baja, pero no lo suficiente para evitar que su padre lo oyera. Roberto jadeó, como si acabaran de clavarle un dardo en el pecho. Poco a poco, el dolor y el miedo se fue transformando en furia.

-         ¿QUIERES MORIR? ¿ESO ES LO QUE QUIERES? – bramó, mientras comenzaba a desabrocharse el cinturón.

-         ¡Papá! ¿Qué haces?

-         ¡Sabes perfectamente lo que hago! ¡Voy a darte una soberana paliza y después vas a ir directo a un centro de rehabilitación!

-         Roberto, cálmate…así no arreglas nada – intervino su madre, tratando de apaciguar los ánimos.

-         ¿Qué no arreglo nada? ¡Arreglaré a este fantoche, qué no sé que se ha creído, que se piensa que puede hacer lo que se le antoje!

-         ¡NO NECESITO QUE ME ARREGLEN! – gritó Sergio, empujando la mesita con violencia. Roberto entendió que no había escogido bien sus palabras, pero ya era tarde.  - ¡CLARO QUE PUEDO HACER LO QUE QUIERA, SOY MAYOR DE EDAD!

-         ¡Por apenas dos meses! Y me da igual la edad que tengas…¡NO VOY A DEJAR QUE SEAS UN DROGADICTO!

Roberto consideró que ya habían hablado bastante y se acercó a su hijo para agarrarle por el brazo. Dejó caer el cinturón sobre su pantalón con una fuerza considerable, que causó un picor inmediato en el muchacho.

-         ¡Ah! ¡Para, loco!

Roberto nunca le había dado más que unas pocas palmadas. A veces le amenazaba con quitarle el cinturón, pero nunca había llegado a cumplirlo. Y de todas formas hacía cuatro años ya que no le castigaba así.

-         ¡PARARÉ CUANDO  ESTÉ SEGURO DE QUE NO HARÁS MÁS TONTERÍAS!

¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAS!

- ¡AH! ¡Ya basta! ¡AUU!

A pesar de todo, y de lo enfadado que estaba, Roberto sabía que no se trataba de hacerle daño para hacerle entrar en razón, así que soltó el cinturón y siguió con la mano, consciente de que aquellos cuatro cinturonazos habían bastado para hacerle llorar.  Se sentó en el sofá y tiró de Sergio hasta hacerle caer sobre sus rodillas. Repartió varias palmadas sobre los leggins de su hijo, rumiando internamente por esa manía de vestir pantalones ajustados. Al menos ya no se delineaba los ojos. Podía asumir la sexualidad de sus hijos, pero no aguantaba que otros le llamaran maricón. Roberto era un hombre anticuado en cuanto a normas de etiqueta, y consideraba que los hombres, gays o no, debían vestir como tales y era de la opinión de que tampoco era necesario ir provocando por ahí.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         Nunca más, Sergio, ¿me escuchas?

-         ¡Déjame, para! ¡Vete! ¡Llamaré a mi guardaespaldas!

-         ¿En serio? ¿Y qué le dirás? ¿Qué tu padre te esta zurrando para impedir que te mates? ¡Me gustaría ver qué hace entonces, teniendo en cuenta que le pagas para que te salve la vida!

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         ¡Ah! ¡Au! ¡Vale, vale, ya vale! ¡Para!

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         Los problemas se enfrentan, se busca ayuda, se grita auxilio, ¡pero no se solucionan con las drogas!

-         ¡Au! ¡Déjame! ¡Tú no lo entiendes!

-         Lo entiendo hijo, claro que lo entiendo. Yo también les echo de menos. – susurró Roberto, y  Sergio se quedó muy quieto al escuchar esas palabras, para luego comenzar a llorar aún más fuerte que antes. Su padre frotó su espalda con cariño.  – Es normal que les extrañes, hijo, es más que normal, pero ellos no querrían verte así… Lo tienes todo ahora mismo… tienes una vida que muchos envidiarían… no la tires por el retrete por una estúpida adicción.

Sergio siguió llorando un rato más, tan intensamente que no era capaz de articular palabra. Roberto le hizo incorporarse y le consoló entre sus brazos, como cuando era más pequeño y cabía ahí como un pollito en su caparazón.

-         A…snif…ayúdame, papá….

-         Eso no tienes que pedirlo, mi ángel. Yo voy a estar contigo. Mamá y yo estaremos contigo, y te ayudaremos a cuidarte. No vamos a volver a casa. Iremos contigo  a donde sea que tú tengas que estar.

Sergio le miró para ver si iba en serio, y cuando entendió que sí le abrazó con más fuerza. Hacía mucho que no se sentía tan protegido. Tal vez, después de todo, si fuera posible para él conseguir la felicidad.






4 comentarios:

  1. Difícil la vida de famosos... lo bueno es que tiene unos padre que lo cuidan y lo ayudan

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  2. Más que precioso relato!!! Me encantó!!! Síguelo, por fis Dream!!! :D

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  3. DReam espero que cuando tengas un respiro sontinues con esta historia!!!
    me gusto mucho, y es que es así la vida de los cantantes y famosos!!
    Sonrien par que pase desapercibida su tristeza!!
    De verdad muy bueno Dream

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