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sábado, 4 de abril de 2015

CAPÍTULO 15 : DRUIDAS



CAPÍTULO 15 : DRUIDAS


Arturo caminaba en círculos por sus aposentos y de vez en cuando se asomaba a la ventana, desde donde podía ver el campo de entrenamiento. Trataba de buscar excusas para bajar ahí abajo y sacar a Merlín de aquél aprieto.

Al chico lo estaban masacrando. No en serio, claro está, porque Arturo mandaría ejecutar a Aronit si le hacía el menor daño, pero el niño se había pasado la mitad del entrenamiento en el suelo. El rey jamás pensó que aprender magia pudiera ser tan físico, y que fuera tan duro o casi más que luchar con espadas. El druida lanzaba sin descanso un hechizo tras otro, y Merlín tenía que esquivarlos, o devolvérselos o neutralizarlos de alguna manera, pero casi nunca lo conseguía. Aronit le había asegurado que el niño tendría un escudo protector en todo momento para que no sufriera daños, pero aun así Arturo estaba seguro de que recibir el impacto de uno de esos hechizos no hacía ninguna gracia.

En cambio Mordred, cuando había sido su turno, había tenido mucho más éxito. Arturo no lo entendía: había supuesto que a Merlín le iría mejor con eso de la magia que a Mordred. Por lo poco que sabía del tema, supuestamente Merlín era un gran mago, y ya en el pasado había derrotado al que ahora era su hermano. Se suponía que Merlín tenía que destacar en aquello, y no caerse al suelo como cuando luchaba con la espada. Aquello no iba como él había planeado.

Finalmente decidió bajar para ver con sus propios ojos cuál era el problema. Observó desde una distancia prudencial a su hijo adoptivo y al druida que le entrenaba.

-         ¡Ni siquiera lo estás intentando! Tu desidia me resulta patética.  No resistirías ni un minuto en un combate real. ¡Eres un inútil! – increpó Aronit, cuando Merlín cayó al suelo por enésima vez.

Arturo se reconoció con horror en aquellas palabras. ¿Cuántas veces le había dicho cosas como esas a Merlín cuando era su sirviente, e incluso a sus caballeros cuando les entrenaba? Pero por alguna razón, al escucharlas entonces, dirigidas contra un niño, lo sintió como algo horrible.

El rey recordó la llegada de Aronit al castillo, la decepción que había sufrido al pensar que el hombre no daba la talla. El druida llevaba solo tres  días en el castillo, pero ya había demostrado tener mucho que enseñar a sus jóvenes aprendices. Aunque por lo visto, tenía que endulzar sus métodos.

Arturo estaba a punto de intervenir en defensa de Merlín, cuando este se levantó con rabia del suelo y le lanzó al druida una bola de energía que lo derribó. Y después otra, y otra más, lleno de ira y enfado.

El rey sintió una especie de orgullo al ver que el niño sabía defenderse solo.

-         Bien, ya basta – dijo Aronit, pero entonces una bola le acertó en el pecho - ¡He dicho que ya basta!

Merlín sonrió con algo de malicia y lanzó una esfera más, esta vez causando en el druida un gran daño. Arturo contempló con espanto como la magia quemaba el pecho del maestro, haciéndole gritar de dolor.

-         ¡MERLÍN! – gritó Arturo, furioso por la crueldad de herir a un hombre ya derribado.

-         Mordred…Cof cof….es Mordred – dijo el druida, todienso y retorciéndose mientras intentaba levantarse.

Arturo parpadeó confundido y observó como Mordred se acercaba corriendo al druida, preocupado por su salud. Ante sus ojos Arturo vio como el rostro de Mordred se transformaba y de pronto ante él tuvo dos “Merlines”.

-         ¿Qué…qué es lo que pasa?

-         Es un conjuro de ilusionismo. Les pedí que adoptaran el aspecto de su hermano. Los dos parecen bastante habilidosos en ese tipo de magia.

-         ¿Estáis bien? – preguntó Arturo, sin poder apartar los ojos de la herida sangrante.

-         No, lo cierto es que no. Todo el cuerpo me arde…

-         Yo puedo curaros, maestro – dijo Merlín, el verdadero Merlín, ya con su auténtico aspecto. Puso sus manos sobre el pecho del druida y sus ojos se volvieron naranjas por un segundo, mientras la magia fluía por él. Sin embargo no paso nada de lo que tendría que pasar, y la herida siguió ahí, igual de intensa. – No lo entiendo…

-         Se necesita mucho poder para curar una herida mágica, joven príncipe – explicó Aronit – No os preocupéis por mí. Tengo algunas pociones que me aliviarán enseguida. Pero temo que el entrenamiento ha concluido por hoy.

-         Mis hombres te llevarán a tus aposentos – dijo Arturo, e indicó a dos guardias que ayudaran al instructor herido. - ….Tened por seguro que mi hijo será castigado por esto.

-         No es prudente enfadar a un druida oscuro. Era consciente del peligro que corría.

-         ¿Druida oscuro?

-         Mordred es un druida, hijo de druidas, eso ya lo sabéis. Pero no estaba destinado a serlo. – indicó Aronit. – Él estaba destinado a ser mucho más. En su vida pasada ese futuro se truncó. Tal vez ahora pueda tener lugar.

-         Pero…¿oscuro? Eso no es….¿malo?

-         La magia no es ni buena ni mala, Majestad. Las personas, tampoco.

-         ¿Ah, no? – preguntó el rey, con ironía. Se había topado con toda clase de personas, y podía decir una cosa o dos sobre la maldad.

-         Las personas sólo son. La magia sólo es. Blanca u oscura, lo que importa es el servicio que presten. Por eso accedí a instruir a vuestros hijos.  La magia de ambos se complementa, y creo que juntos lograrán hacer grandes cosas.

Arturo miró de reojo a los dos chicos, en especial a Mordred, ya con su propio rostro, que en ese momento miraba al suelo, sintiéndose tal vez algo culpable.  Arturo esperó a que Aronit se marchara para encararle.

-         Has herido a un hombre desarmado y vencido. Peor aún, has herido a tu maestro, después de que te diera la orden de detenerte.

-         Padre….yo….

-         Tú, Mordred, obedecerás en todo a tu maestro. Pondrás interés en sus enseñanzas, y nunca volverás a enfrentarte a él. Tú tenías un escudo protector. Él no.

-         Lo siento…

-         Sí, espero que lo sientas, porque atacar a alguien de esa forma es una acción deshonra e impropia de un príncipe, y de un hijo mío. – le reprendió, y luego tiró de él hasta inclinarle, apoyado en su cadera. Dándole igual que su hermano estuviera mirando, le propinó diez palmadas fuertes sobre la ropa. 

-         Au…..padre….

-         Serás el ayudante de Aronit en todo lo que necesite, a partir de ahora y hasta nueva orden ¿entendido?

-         Sí, señor…snif, snif….

-         Bien. Ahora ve a tus aposentos. No saldrás de ahí en todo el día – ordenó, pero Mordred no dio un solo paso, ni hizo el menor atisbo de ir a obedecerle. Tras unos segundos, se abrazó a las piernas de Arturo en un gesto más propio de Merlín que de él mismo. El rey se ablandó, y cogió al pequeño en brazos. – Ya no estoy enfadado, ¿de acuerdo? Sé que no pretendías lastimarle.

“O eso espero”  pensó, para sí. Todo aquello del ‘druida oscuro’ se había quedado grabado en la mente de Arturo.




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