CAPÍTULO 15 : DRUIDAS
Arturo caminaba en círculos por sus aposentos
y de vez en cuando se asomaba a la ventana, desde donde podía ver el campo de
entrenamiento. Trataba de buscar excusas para bajar ahí abajo y sacar a Merlín
de aquél aprieto.
Al chico lo estaban masacrando. No en serio,
claro está, porque Arturo mandaría ejecutar a Aronit si le hacía el menor daño,
pero el niño se había pasado la mitad del entrenamiento en el suelo. El rey
jamás pensó que aprender magia pudiera ser tan físico, y que fuera tan duro o
casi más que luchar con espadas. El druida lanzaba sin descanso un hechizo tras
otro, y Merlín tenía que esquivarlos, o devolvérselos o neutralizarlos de
alguna manera, pero casi nunca lo conseguía. Aronit le había asegurado que el
niño tendría un escudo protector en todo momento para que no sufriera daños,
pero aun así Arturo estaba seguro de que recibir el impacto de uno de esos
hechizos no hacía ninguna gracia.
En cambio Mordred, cuando había sido su turno, había tenido mucho más
éxito. Arturo no lo entendía: había supuesto que a Merlín le iría mejor con eso
de la magia que a Mordred. Por lo poco que sabía del tema, supuestamente Merlín
era un gran mago, y ya en el pasado había derrotado al que ahora era su
hermano. Se suponía que Merlín tenía que destacar en aquello, y no caerse al
suelo como cuando luchaba con la espada. Aquello no iba como él había planeado.
Finalmente decidió bajar para ver con sus
propios ojos cuál era el problema. Observó desde una distancia prudencial a su
hijo adoptivo y al druida que le entrenaba.
-
¡Ni siquiera lo estás intentando! Tu desidia me
resulta patética. No resistirías ni un
minuto en un combate real. ¡Eres un inútil! – increpó Aronit, cuando Merlín
cayó al suelo por enésima vez.
Arturo se reconoció con horror en aquellas
palabras. ¿Cuántas veces le había dicho cosas como esas a Merlín cuando era su
sirviente, e incluso a sus caballeros cuando les entrenaba? Pero por alguna
razón, al escucharlas entonces, dirigidas contra un niño, lo sintió como algo
horrible.
El rey recordó la llegada de Aronit al
castillo, la decepción que había sufrido al pensar que el hombre no daba la
talla. El druida llevaba solo tres días
en el castillo, pero ya había demostrado tener mucho que enseñar a sus jóvenes
aprendices. Aunque por lo visto, tenía que endulzar sus métodos.
Arturo estaba a punto de intervenir en
defensa de Merlín, cuando este se levantó con rabia del suelo y le lanzó al
druida una bola de energía que lo derribó. Y después otra, y otra más, lleno de
ira y enfado.
El rey sintió una especie de orgullo al ver
que el niño sabía defenderse solo.
-
Bien, ya basta – dijo Aronit, pero entonces una bola
le acertó en el pecho - ¡He dicho que ya basta!
Merlín sonrió con algo de malicia y lanzó una
esfera más, esta vez causando en el druida un gran daño. Arturo contempló con
espanto como la magia quemaba el pecho del maestro, haciéndole gritar de dolor.
-
¡MERLÍN! – gritó Arturo, furioso por la crueldad de
herir a un hombre ya derribado.
-
Mordred…Cof cof….es Mordred – dijo el druida,
todienso y retorciéndose mientras intentaba levantarse.
Arturo parpadeó confundido y observó como
Mordred se acercaba corriendo al druida, preocupado por su salud. Ante sus ojos
Arturo vio como el rostro de Mordred se transformaba y de pronto ante él tuvo
dos “Merlines”.
-
¿Qué…qué es lo que pasa?
-
Es un conjuro de ilusionismo. Les pedí que adoptaran
el aspecto de su hermano. Los dos parecen bastante habilidosos en ese tipo de
magia.
-
¿Estáis bien? – preguntó Arturo, sin poder apartar
los ojos de la herida sangrante.
-
No, lo cierto es que no. Todo el cuerpo me arde…
-
Yo puedo curaros, maestro – dijo Merlín, el
verdadero Merlín, ya con su auténtico aspecto. Puso sus manos sobre el pecho
del druida y sus ojos se volvieron naranjas por un segundo, mientras la magia
fluía por él. Sin embargo no paso nada de lo que tendría que pasar, y la herida
siguió ahí, igual de intensa. – No lo entiendo…
-
Se necesita mucho poder para curar una herida
mágica, joven príncipe – explicó Aronit – No os preocupéis por mí. Tengo
algunas pociones que me aliviarán enseguida. Pero temo que el entrenamiento ha
concluido por hoy.
-
Mis hombres te llevarán a tus aposentos – dijo
Arturo, e indicó a dos guardias que ayudaran al instructor herido. - ….Tened
por seguro que mi hijo será castigado por esto.
-
No es prudente enfadar a un druida oscuro. Era
consciente del peligro que corría.
-
¿Druida oscuro?
-
Mordred es un druida, hijo de druidas, eso ya lo
sabéis. Pero no estaba destinado a serlo. – indicó Aronit. – Él estaba destinado
a ser mucho más. En su vida pasada ese futuro se truncó. Tal vez ahora pueda
tener lugar.
-
Pero…¿oscuro? Eso no es….¿malo?
-
La magia no es ni buena ni mala, Majestad. Las
personas, tampoco.
-
¿Ah, no? – preguntó el rey, con ironía. Se había
topado con toda clase de personas, y podía decir una cosa o dos sobre la
maldad.
-
Las personas sólo son. La magia sólo es. Blanca u
oscura, lo que importa es el servicio que presten. Por eso accedí a instruir a
vuestros hijos. La magia de ambos se
complementa, y creo que juntos lograrán hacer grandes cosas.
Arturo miró de reojo a los dos chicos, en
especial a Mordred, ya con su propio rostro, que en ese momento miraba al
suelo, sintiéndose tal vez algo culpable.
Arturo esperó a que Aronit se marchara para encararle.
-
Has herido a un hombre desarmado y vencido. Peor
aún, has herido a tu maestro, después de que te diera la orden de detenerte.
-
Padre….yo….
-
Tú, Mordred, obedecerás en todo a tu maestro.
Pondrás interés en sus enseñanzas, y nunca volverás a enfrentarte a él. Tú
tenías un escudo protector. Él no.
-
Lo siento…
-
Sí, espero que lo sientas, porque atacar a alguien
de esa forma es una acción deshonra e impropia de un príncipe, y de un hijo
mío. – le reprendió, y luego tiró de él hasta inclinarle, apoyado en su cadera.
Dándole igual que su hermano estuviera mirando, le propinó diez palmadas
fuertes sobre la ropa.
-
Au…..padre….
-
Serás el ayudante de Aronit en todo lo que necesite,
a partir de ahora y hasta nueva orden ¿entendido?
-
Sí, señor…snif, snif….
-
Bien. Ahora ve a tus aposentos. No saldrás de ahí en
todo el día – ordenó, pero Mordred no dio un solo paso, ni hizo el menor atisbo
de ir a obedecerle. Tras unos segundos, se abrazó a las piernas de Arturo en un
gesto más propio de Merlín que de él mismo. El rey se ablandó, y cogió al
pequeño en brazos. – Ya no estoy enfadado, ¿de acuerdo? Sé que no pretendías
lastimarle.
“O eso espero” pensó, para sí. Todo aquello del ‘druida
oscuro’ se había quedado grabado en la mente de Arturo.
Me encantó espero que la continues pronto por favor.
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