Chapter 99: Ángel de la guarda 2,0
- ¿Demonio? –
preguntaron las cabezas flotantes. Peter alzó la mirada, despacio. Su dolor de
cabeza había disminuido un poco. - ¿Por qué?
- ¿Tengo que decir
por qué?
- Estás eligiendo
ser un demonio por el resto de tu vida, lo cual pueden ser muchos años, chico.
Así que al menos tendrás una razón.
- ¿No se supone que
es lo que tengo que hacer? ¿Que debo ser un demonio para guiar a una nueva
especie demoníaca que no se corrompa y así restaurar el equilibrio?
- Todo eso debe
hacerse, pero nadie dice que debas ser tú quien lo haga. De hecho, Barbas
espera que elijas ser un demonio, para sacar provecho y manipularte a su
antojo. Aspira a ser el nuevo rey del inframundo.
- ¿No se supone que
es mi destino? Ser el rey del inframundo. ¿No es lo que tengo que hacer?
- Hay una diferencia
entre lo que un hombre tiene que hacer, y lo que quiere hacer, Peter. Te
estamos dando a elegir. Te hemos preguntado qué quieres ser.
Peter guardó
silencio. La gente no solía dejarle elegir. Sólo Chris le daba esa opción como
cuando le dijo que si no quería ir al juicio no tenía que hacerlo. Chris… él
era un luz blanca, al menos en parte. Peter quería ser como él. Si iba a ser
inmortal, quería pasar esa larga vida junto a su padre.
- Te lo
preguntaremos una vez más, Peter. ¿Ángel, o demonio?
Peter tenía muy
claro lo que quería: quería ser un ángel.
El señor Wright se
rascó la barba. Aún no se había acostumbrado a ella, a pesar de que hacía seis
meses que había decidido dejarla crecer. Pensó que encajaba más con sus
cuarenta y muchos años que un rostro lampiño. Se inclinó sobre una montaña de
papeles particularmente odiosa.
- El Ministerio de
Educación, siempre dando por culo – suspiró, y rasgó el papel en dos. Luego se
arrepintió, y con un gesto de su mano lo recompuso. Había mejorado mucho con la
magia. De hecho, dejando la modestia a un lado, era probablemente uno de los
brujos más poderosos que existían. Y menos mal, porque de no ser por la magia
él no habría durado ni dos días al frente de aquella institución. Él no tenía
ni idea de cómo se llevaba un orfanato. Pero de pronto, tras leer un hechizo,
los conocimientos vinieron a él, y se convirtió en todo un sabio experto en
materias educativo-directivas.
Esos seis meses
habían sido tan extraños…Echaba tanto de menos a su familia. Su madre. Su
padre. Jullie, Pierce, Paris, Percival, Annie, Elisabeth, Lydia. Aquél orfanato
estaba lleno de niños que le recordaban a sus siete hermanos: los siete que le
quedaban vivos. Mentiría si dijera que no tenía favoritos: a quien más
extrañaba era a la pequeña Jullie, cada día menos pequeña. A ella y a su padre.
Se había acostumbrado a que formara parte de su vida….y ahora de nuevo, estaba
sólo. Pero ésta vez no tenía que cuidar de siete hermanos más uno en coma: esta
vez tenía todo un orfanato a su cargo, con cincuenta niños. Cincuenta niños sin
padres. Cincuenta niños que le provocaban un nudo de compasión en el estómago.
"¿Por qué no
habré nacido mujer?" se preguntó el señor Wright. "Me gustan los
hombres y tengo instinto maternal. Y por si fuera poco creo que voy a llorar.
¿En qué momento me volví una nenaza?"
Emmett Wright se
frotó los ojos, intentando retener las lágrimas, y funcionó. Suspiró, dispuesto
a volver al trabajo y dejar el pasado atrás, cuando escuchó risitas y el
golpeteó de unos pasitos infantiles. La puerta de su despacho, que estaba mal
cerrada, se abrió cuando un par de manitas la empujaron. Un bebé de rizos
claros y ojos azules, que tenía algo más de dieciocho meses traspasó el umbral
con una enorme sonrisa. Era Peter. Justo detrás venía Nick, corriendo para
alcanzar a su hermano, pero se tropezó y se calló. Decidió seguir su camino a
gatas en vez de sobre dos pies, y empujó a Peter, como si él fuera el culpable
de su caída. Peter cayó al suelo y empezó a llorar.
El director contuvo
una sonrisa, y se acercó al niño. Le tomó en brazos, y le acunó, tal como
recordaba haber hecho con sus hermanos, para que dejara de llorar. Aún se le
hacía raro eso…. era raro tener a los gemelos en sus brazos, era raro que no
tuvieran ni dos años, y era raro hasta su color de pelo, más claro que cuando
eran adolescentes.
- "Pau" –
dijo entonces Peter, con su voz infantil, como llamándole. El vocabulario de Peter
costaba de tres palabras: "Pau" "No" y "Guagua",
que se traducía por "agua". Nick, en cambio, hablaba más fluidamente.
La primera frase que le habían escuchado era "¿Dónde está mamá?" y
nadie había sabido qué responder.
- No, Peter –
respondió el señor Wright – Pau no está.
- "Sí ta"
– replicó Nick, señalándole.
El señor Wright no
dejaba de preguntarse cómo narices lo sabían. Nada en su aspecto actual
recordaba a aquél muchacho que una vez fue, y que les visitaba en la cueva
cuando eran aún más pequeños. Tenía que ser una especie de intuición mágica o
algo así, pero el caso es que a ellos nunca les había engañado. Para ellos,
siempre había sido "Pau".
- ¿Cómo están mis
enanos? – preguntó, cogiendo también a Nick para sostener a ambos hermanos a la
vez. - ¿Ya habéis comido?
Silencio total. Los
dos hermanos se miraron un segundo, y luego le volvieron a mirar con una cara
angelical nada creíble. Y no lo decía porque supiera que en verdad eran
demonios.
- Chicos…¿ya habéis
comido?
Nuevo silencio.
- ¿Queréis que me
enfade?
Peter negó con la
cabeza. De pronto ya no le gustaba estar ahí y se quería bajar, pero Paul no le
dejó en el suelo. Suspiró. Probablemente se habían escapado del comedor por
trigésima vez en menos de un mes.
- Tienes que comer
para hacerte fuerte, y tú también, Nick. Anda, vamos al comedor.
- ¡No! – protestó
Peter. Entonces tocó la mejilla de Paul y al segundo siguiente empezó a flotar
en el aire.
- ¡Peter, no me
robes mis poderes!- exclamó Paul, y logró agarrarle de una pierna antes de que se
fuera volando por ahí. Resopló. Ariel había atado sus poderes demoníacos, pero
no había podido hacer nada con sus poderes de brujos. Paul había intentado
hacerlo en alguna ocasión pero Peter y Nick tenían realmente una magia con la
que él sólo podía soñar. No era capaz de atar sus poderes, aunque de momento
podía contenerles…si Peter no le robaba los suyos y le impedía lanzar un
conjuro.
Peter soltó una
carcajada infantil y logró soltarse de la mano de Paul. Pero entonces se vio
muy alto, y le dio miedo. Se asustó, y bajó de golpe, cayendo al suelo. Empezó
a llorar. Paul se acercó enseguida, intentando ver si se había hecho daño. No
parecía tener nada. Le acarició, buscando que se calmara, y sintió que su poder
volvía a él: Peter se lo había devuelto, como diciendo "tómalo, ya no lo
quiero, que hace daño".
- Eso no se hace –
regañó Paul. – Magia, no. Magia, mala.
Al hablarle así se
sentía un idiota, y además pensaba que era un error enseñarle que la magia era
algo malo, pero era peligroso que usara sus poderes. Alguien le podía
descubrir. Nick se pasaba el día en las cabezas de la gente, pero al menos aún
no sabía proyectar pensamientos. Nadie en ese orfanato tenía intimidad, pero
ellos no lo sabían. El poder de Nick era más discreto. Si Peter empezaba a volar
por ahí con el poder de Paul, sería un poco más cantoso.
Peter le miró con su
boquita en forma de "o", como si no terminara de comprenderle.
- Magia mala –
repitió Paul, sin saber que estaba sentando un precedente. Que Peter, no
importa lo que pasara con su mente después, tendría siempre guardado dentro de
él que la magia "era mala".
En ese momento se
escuchó un tintineo, y alguien se apareció delante de Paul. Era un hombre
mayor.
- Soy…- empezó el
desconocido.
- ¡Eres un necio! –
dijo Paul, mirando nerviosamente hacia la puerta como si esperara ver entrar a
alguien en cualquier momento - ¿Quieres que todo el mundo te vea?
- Nadie me ha visto.
- Por pura suerte.
Eres un luz blanca ¿no? Chris también hacía eso de las lucecitas.
- Soy un Anciano –
aclaró el recién llegado.
- Oh. ¿Y qué haces
aquí?
- Eso debería
preguntarlo yo, Paul. Ésta no es tu época.
- ¿Sabes quién soy?
- No puedes engañar
a los Ancianos.
- Ni lo pretendía.
Estoy aquí para cuidar de ellos – replicó Paul, señalando a los niños.
- ¿De veras? ¿Y qué
harás cuando crezcan y sigan llamándote Paul? ¿Cómo explicarás eso a todo el
mundo? ¿Cómo explicarás que Nicholas sepa lo que la gente está pensando antes
de que lo digan?
- No cruzaré ese
puente hasta llegar a él – replicó Paul.
- Paul…
- No me llames así.
Ya no soy ese. Me llamo Emmett, Emmett Wright.
- ¿Emmett?
- Es un guiño a un
personaje de Regreso al Futuro…- empezó Paul, pero vio que aquél hombre no le
entendía - Oh, vamos, esas películas ya existen en ésta época. ¿Qué pasa, que
los Ancianos no veis la televisión?
- No me puedo creer
que el futuro esté en manos de éste crío – resopló el hombre, mirando al cielo.
- En mis manos no –
replicó Paul – En las de él – sentenció, señalando a Peter.
- Es por él que he
venido. Por él y por Nicholas. Es necesario atar sus poderes.
Paul sabía que era
necesario, y que además los Nick y Peter del futuro no tenían poderes, hasta
conocer a Chris. Así que supuso que debía dejar que aquél hombre lo hiciera.
- Está bien. Es lo
mejor. Yo ya lo había intentado.
- Hay algo más.
Ellos no pueden saber quién eres tú. Es peligroso. Tampoco deben recordar a su
madre.
- Son muy pequeños.
Lo olvidarán.
- ¿Olvidarías tú que
tu madre era un demonio y hacía cosas como lanzar rayos?
- El Nick y Peter
del futuro no lo recordaban…
- Exacto – replicó
el Anciano, y se acercó a los niños. Levantó sus manos y cerró los ojos. Paul
sintió la magia fluir por aquél hombre. Luego, bajó los brazos.
- ¿Ya está? –
preguntó Paul - ¿No tienen magia?
- La tienen pero
está…oculta. No pueden usar sus poderes.
- ¿Y recuerdan a su
madre?
- No.
- ¿Los Ancianos
podéis quitar recuerdos?
- Los Ancianos, en
conjunto, podemos hacerlo todo.
- No todo – replicó
Paul – Por eso necesitáis a Peter…y a mí.
- Respecto a eso, en
realidad he venido por algo más. He venido para asegurarme de que te quedas con
Peter… siempre. De que no decidas volver a tu antigua vida antes de tiempo. Y
de que no lo eches todo a perder por estar demasiado encariñado con estos
niños.
Paul retrocedió
instintivamente hasta chocarse con la mesa.
- ¿Vas a robar mis
recuerdos también? ¿Y a quitar mis poderes?
- No puedo hacer
eso: necesito de tu habilidad para que hagas lo que debe hacerse – respondió el
Anciano, y se acercó a él. Puso una mano en el brazo de Paul, y entonces él lo
sintió…una…desinhibición total…
….De pronto pensar
en su familia no dolía…
…Ya no les echaba de
menos…
…Y Nick y Peter no
le importaban más que cualquier otro niño en su orfanato…
- Cuidaras de ellos
– dijo el Anciano – Pero no olvides, Paul, que tú no eres su padre. Son tus
alumnos, nada más. Lo que sabes sobre ellos no puede condicionarte. Te
encargarás de que todo suceda como debe suceder.
Paul se dio cuenta
de que le faltaba algo…Le faltaba su dolor… su dolor por estar sólo. Su miedo
porque a Nick o a Peter le pasaran algo. Ese Anciano le había robado esa parte
de él…
- ¿Por qué lo has
hecho? – preguntó.
- Porque si seguías
por ese camino, ibas a ser incapaz de dejar que Peter se fuera con Derek. –
explicó el Anciano, y con esas palabras se fue.
La habitación quedó
en silencio unos segundos.
- Nicholas. Peter.
Al comedor. Ahora mismo – ordenó, con frialdad. Se había desprendido de esa
parte de él que le hacía ser cálido con los niños. Que le hacía ser más que un
director de orfanato.
Sin saberlo, la
semilla se parecía al padre más que nunca. Si se lo proponía, Paul podía ser
tan frío como Patrick, o incluso más. Y, gracias a la intervención de aquél
Anciano, se lo había propuesto.
Peter sintió que le
invadía una luz… una luz muy poderosa. Respiró hondo, y se sintió lleno. De
alguna forma, supo que nunca jamás volvería a tener asma. La señal de su
muñeca, que delataba uno de sus intentos de suicidio, desapareció. Lo embargó
una gran paz…Sí, Peter se sentía como un ángel. Cerró los ojos, y cuando los
abrió ya no estaba en esa extraña sala.
Reconoció el lugar
en el que estaba, aunque le costó. Era una calle de la ciudad. No recordaba su
nombre pero era medianamente principal y sabía que había estado ahí antes. Pero
en aquél momento no había coches circulando, ni peatones…Estaba desierto y
manchado de rojo. La lluvia había cesado, y eso permitía apreciar mejor el
desastre que había causado. Peter deambuló por la acera, observando la
devastación. En ello estaba, cuando escuchó ruidos. Golpes, cristales rotos…
"Ladrones",
supo enseguida. No sabía si alejarse de allí, o ver si alguien necesitaba
ayuda. Parecían saqueadores…después de una catástrofe siempre surgen, como
ratas, dispuesto a aprovecharse de la situación mientras aún reina el caos. A
Peter le embargó la rabia. ¿Cómo podía ser la gente tan egoísta?
Entonces, lo sintió.
"Algo" tiró de él. Desde el fondo de su garganta, Peter emitió un
gruñido que no era suyo, y a la vez le pertenecía. Su cuerpo temblaba.
"Quiere salir.
Vraskor quiere salir. Pero Vraskor ya no está….Ya no soy un demonio".
De pronto se
preguntó si había tomado la decisión correcta. Aquello dolía. Emociones como la
ira parecían desatar en él a una bestia escondida…una bestia sellada que se
suponía que ya no tenía que estar aquí. Peter se sobrepuso a sus pulsiones
naturales. Hizo gala de un enorme autocontrol, y respiró hondo. Pero entonces,
les vio.
Salieron cada uno de
una esquina, hasta cortarle el paso. Eran mayores que él, pero tampoco mucho.
Uno llevaba una cadena a modo de arma, otro llevaba una navaja. Los otros dos
parecían desarmados. Eran los saqueadores, que al descubrir que tenían compañía
se sintieron amenazados, por la presencia de un testigo.
- Sigue habiendo
toque de queda, niño – dijo uno de ellos, a modo de burla.
- Me apetecía dar un
paseo – respondió Peter. Su instinto le advirtió de que aquello podía terminar
mal.
"No tengo
tiempo para esto" pensó "Tengo que volver a ese puente con los
demás"
Peter sabía que no
debía orbitar delante de gente no mágica, pero estuvo tentado de hacerlo.
- Puede empezar a
llover de nuevo en cualquier momento, chico – dijo el hombre que llevaba la
cadena.
- Lástima que
ninguno de los cinco tenga paraguas entonces ¿no? – replicó Peter.
- Vete a casa. –
cortó otro, moviendo la navaja sutilmente, como advirtiéndole.
Debería de haberlo
hecho. Debería de haberse ido y una vez sólo haber orbitado… Pero Peter estaba
harto de que le amenazaran. Estaba harto de que usaran la fuerza para
intimidarle… Él era poderoso. Era él el que debía dar las órdenes.
- Me iré en cuanto
tu amigo devuelva esas joyas – dijo, señalando unos colgantes que sobresalían
del bolsillo de uno de los saqueadores.
Los cuatro hombres
se echaron a reír, pero había algo de peligroso en aquél sonido. Uno de ellos
dejó de reír de pronto, y se acercó a él en actitud amenazante.
- Tengo una idea
mejor. Te irás cuando acabemos de jugar contigo.
Aquella pareció ser
la señal, y los cuatro tipos se abalanzaron sobre él. Al principio Peter
intentó esquivarlos, pero era difícil esquivar al de la cadena. Cuando se llevó
un golpe particularmente doloroso en la sien, Peter sintió de nuevo esa ira en
su interior… una ira que le pedía que destrozara algo… o a alguien.
El señor Wright
estaba firmando unos documentos cuando escuchó que llamaban a su puerta.
- Adelante –
exclamó, sin levantar la vista de los papeles. La puerta se abrió, y Henry, el
conserje del orfanato, entró.
- Buenos días.
- Buenos días,
Henry. ¿Sucede algo?
- Tenemos cuatro
niños enfermos.
- ¿Gripe? – aventuró
Paul, aún concentrado en lo que estaba haciendo, y sin mirar al hombre.
- Eso parece.
- Llamaré a un
médico. ¿Algo más?
- Pues… sí, señor.
Unos chicos de último grado están esperando en la puerta…
Paul era capaz de
ver la ironía de que él fuera el director ante el cual los chicos traviesos
iban a rendir cuentas, cuando durante toda su vida él había sido uno de esos
chicos. Pensar en esos tiempos no le provocó dolor alguno, ni tampoco recodar a
su familia. Sólo sentía una pequeña curiosidad sobre qué estarían haciendo en
aquél momento.
- ¿Qué es lo que
hicieron? – preguntó.
- Parece que
estuvieron molestando otra vez al niño, a Nicholas Haliwell.
En ese momento, por
primera vez en la conversación, Paul levantó la vista de los papeles.
- ¿Él está bien?
- Sí. No le hicieron
daño. Pero… creo que está… deprimido.
Paul asintió.
- Señor,
quiere…¿quiere hablar con él también? – se animó a preguntar Henry.
- No será necesario
– respondió Paul, y Henry suspiró. El señor Wright nunca hablaba con el
muchacho, como si quisiera evitarle. Como si evitara…cogerle cariño. Se
preocupaba por él, Henry lo sabía. Le hubiera gustado que Nick lo supiera
también.
- ¿Puedo preguntar
por qué? Usted habla una vez cada dos semanas con todos los niños del centro.
Pero con los gemelos no.
- Eso no te incumbe.
– replicó el señor Wright. No quería crear lazos con los chicos. Ellos no le
recordaban, pero eso no significaba que no pudieran encariñarse con él otra
vez. Y eso habría dificultado su tarea. Nick y Peter eran sólo dos niños más
del orfanato. Dos niños más, aunque les regalara chocolate en cada aniversario
de su llegada al lugar. Aunque peguntara por ellos todos los días a sus
profesores. Aunque se le parara el corazón cuando le decían que Peter había
tenido un ataque de asma. Aunque fuera a ser desproporcionadamente duro con los
chicos que molestaban a Nicholas. – Hazles pasar – dijo, y Henry se fue.
Instantes después
tres muchachos de unos catorce años entraron en el despacho.
- Sentaros – ordenó
el señor Wrigth con sequedad. Les conocía bien. Matt, Mike, y Jason. Que uno de
ellos compartiera nombre con su hermano perdido no le iba a salvar. Uno de
ellos cometió la insensatez de hablar sin pedirle permiso para hacerlo.
- Señor Wright,
nosotros no hicimos nada. El niño…
- No quiero oírlo.
No quiero oír nada al respecto. Es ya la sexta vez que me informan que acosáis
a un niño que tiene la mitad de nuestros años. Os encerré en vuestro cuarto. Os
dejé sin ir al parque de atracciones. Apliqué medidas que no me he visto
obligado a tomar en los seis años que llevo a cargo de éste centro, y con
vosotros no sirve de nada. Mañana haréis las maletas y os iréis al orfanato de
St. James. Voy a solicitar vuestro traslado.
- ¿Qué?
- ¡No, por favor,
eso no!
- Señor, lo
sentimos, de verdad…Pero aquí tenemos amigos, por favor, no nos haga eso…
- No os lo estaba
consultando. Simplemente me limitaba a informaros. Ahora, fuera de mi despacho.
- ¡No! Por favor,
no…
El que respondía al
nombre de Jason empezó a llorar. Físicamente también se parecía a su hermano.
Paul sabía que debería haber sentido algo… dolor, empatía, nostalgia,
compasión…Pero se limitó a mirarle con frialdad.
- Fuera de mi
despacho – repitió.
Una vez se fueron,
Paul preparó los papeles del traslado, y llamó a la doctora encargada de
atender aquél orfanato. Luego, salió de su despacho, y en el pasillo se
encontró a Nick. Paul miró su reloj.
- Nicholas. ¿No
deberías estar en clase?
El niño dio un
respingo, y se dio la vuelta para mirarle.
- Sí, si señor sí.
- Entonces ¿qué
haces aquí?
- Es que... dicen
que van a adoptar a Matt, Mike, y Jason. Y… yo…quería saber si es verdad…
- Si, Nicholas. Les
van a adoptar – respondió el señor Wrigth. Nick pensó que la sonrisa que le
dedicó era algo siniestra. Tal vez disfrutaba de alguna broma privada. Nick
pensó que se alegraría por la noticia, porque significaba que esos chicos iban
a dejarle en paz, pero no podía dejar de pensar cuándo le llegaría su turno de
ser adoptado.
Paul fue al baño, y
luego regresó a su despacho, y vio que tenía más papeles. Nunca se acababan.
Suspiró, y cogió uno. Era una solicitud de adopción para Nick y Peter. Apretó
el papel entre sus manos. Hizo cálculos: los gemelos habían dicho que su
primera adopción fue con ocho años. Aún tenían siete. Así que ese no era el
momento...Paul rasgó el papel por la mitad, y como cada vez que lo hacía, se
sentía un miserable.
- No funciona – le
dijo, a nadie en particular. Pero sabía que Ellos estarían escuchando. – Lo que
me hicisteis no funciona. No echo de menos a mi familia, pero no puedo
evitar…que Nick y Peter me importen.
- Es que deben
importarte – respondió una voz sin cuerpo. – Pero nadie más que tú debe
saberlo.
Paul se enfadó,
porque jugaran así con sus emociones. Empujó todo lo que tenía en la mesa y la
vacío. Él no estaba hecho para eso. Él no era cruel. Sabía cómo habían crecido
los gemelos, sintiéndose solos. Protegidos, pero no queridos. ¿Por qué le
impedían cambiar eso? ¿Por qué tenía que ceñirse al futuro? ¿No se suponía que
estaba allí para cambiarlo?
- ¿Nick, qué ocurre?
– preguntó Chris. Barbas y él mostraban ambos muecas de horror en su cara. Eso
no le cuadraba. ¿Qué cosa podía hacer que los dos estuvieran descontentos?
- Peter es un luz
blanca.
- ¿Qué?
- Peter es un luz
blanca. – repitió Nick.
Al escuchar esas
palabras, Chris sintió que el corazón se le aligeraba. Su hijo estaba vivo. Su
hijo era un luz blanca, y no un demonio. Era perfecto. Pero…¿si era perfecto,
por qué tenía Nick esa cara?
- No lo entiendes,
papá – respondió Nick, que le había leído la mente. – Aunque fuera lo que
Barbas quería, Peter tenía que ser un demonio. Estoy casi seguro de eso. ¿Quién
mejor que él para ser el líder de la nueva raza? ¿Ahora quién lo será? ¿Barbas?
Chris no dijo nada,
pero a él el destino de los demonios le importaba bastante poco.
- ¡Eso es un error!
– gritó Nick, aún en su cabeza.
- Nick, tranquilo,
hijo. Hemos ganado, ¿no lo entiendes?
- No hemos ganado
nada, papá. – respondió Nick, al borde del llanto. La mente de su padre no era
la única que estaba espiando. Estaba dentro de la cabeza de Barbas y por eso
sabía lo que este planeaba: quería matarle a él, y amenazar a su familia para
obligarle a elegir ser un demonio. Nick, por fin entendió su papel en el mundo:
él era el sustituto de Peter.
- ¿Y si a mí no me
dan opción? – preguntó Nick, mirando directamente a los ojos de Barbas. - ¿Y si
me matas y simplemente muero, como hace todo el mundo?
- Es un riesgo que
estoy dispuesto a correr – dijo Barbas, y levantó la mano, como para acabar con
él. Nick cerró los ojos…y no pasó nada. Abrió los ojos y se encontró con que
Barbas estaba congelado frente a él, como una estatua. Nick giró la cabeza y
vio que su padre también estaba congelado. Los demás no.
- Cierto,
Christopher ahora no tiene poderes. Debí suponer que también se congelaría. –
dijo la voz de Piper, y Nick se dio la vuelta para ver a su abuelo y a su
abuela. Por instinto, corrió a los brazos del primero, deseando saber si él
sabía todo lo que estaba pasando. Era un Anciano, así que era probable que sí.
- Abuelo, Peter es
un luz blanca, es un luz blanca, ha elegido mal…
- ¿Mal por qué,
cariño?
- ¡Él tenía que ser
un demonio! Tenía que crear una nueva raza…tenía… Barbas dijo… Los Ancianos
querían que fuera un demonio.
- Los Ancianos han
hecho muchas cosas a mis espaldas – replicó Leo. – Han planificado la vida de
mi hijo, y de mis nietos. Personalmente, me alegro de que Peter haya decidido
llevarles la contraria.
- Pero ahora…¿quién
creará nuevos demonios? ¿Quién terminará el plan? ¿Quién será el rey del
inframundo?
- Un mundo sin
demonios suena bien para mí.
Nick sintió que no
le entendían. Él mismo no lo había entendido nunca, hasta ese momento. Era como
una intuición. La certeza de que aquello no estaba bien. De que los demonios
eran necesarios. Miró al Chris, al Nick, y al Peter del otro mundo, pero ni
siquiera ellos parecían comprenderle. Todos parecían felices por la decisión de
Peter. Todos salvo él… Entonces a Nick le vinieron a la memoria las palabras de
Victoria, días atrás:
"Llegará el
momento en que tengas que elegir a Nick o a Peter, y elegirás a Peter. Todo el
mundo elegirá a Peter, aunque será Nick el que tenga razón."
Aquello de alguna
forma fue la confirmación que Nick necesitaba: él tenía razón. Peter debía ser
un demonio. Debía serlo, porque la otra opción era él…Pero Peter llevaba mejor
todo aquél asunto demoníaco. Peter era la única persona que no provocaba
visiones en Victoria…
"Porque es un
demonio" entendió Nick. "Su verdadera esencia es la de demonio, y los
demonios no provocan visiones. "
Ser un demonio no
tenía por qué ser algo malo. Chris había tenido razón siempre, salvo en una
cosa: a veces uno no elige sólo cómo se compota, sino que también puede elegir
lo que es.
- Abuelo ¿no lo
entiendes? Barbas quiere que yo ocupe su lugar. Quiere que yo sea el demonio.
Quiere matarme…Lo he visto en su cabeza. A Peter le hicieron una pregunta…Le
dieron a elegir…Pero ¿y si a mí no me dan a elegir? ¿Y si yo muero y ya?
Nick vio cómo el
rostro de Leo se ensombrecía.
- Tranquilo. Eso
nunca va a pasar – declaró, y sin previo aviso, alzó sus manos y lanzó un rayo
potente sobre el cuerpo aún inmóvil de Barbas. El poder más agresivo de los
Ancianos. El demonio ni siquiera tuvo ocasión de defenderse puesto que estaba
congelado.
- ¡No! – gritó Nick.
Sintió que aquello era un error. Que aquello no debía hacerse. Y no se trataba
de que le tuviera un gran cariño a Barbas…
….es que en aquél
momento Barbas era el último demonio del planeta.
Transcurrido el
tiempo necesario, el poder de Piper dejó de hacer efecto y Chris y Barbas se
descongelaron. Nicholas escuchó gritar al demonio, que se quemaba lentamente
con los rayos que lanzaba Leo.
Nick intentó detener
a su abuelo, pero no le escuchaba. Su padre le sujetó.
- Nick, Nick,
tranquilo.
- ¡No puede hacerlo,
no puede hacerlo!
- Nick, es Barbas.
Nosotros hacemos esto, nosotros matamos demonios.
- ¡Él es el último,
es el último! – gritaba Nick, desesperado. Chris entendió que su hijo había
deducido algo, algo que a él se le escapaba. Hacía tiempo había dicho que
confiaba en él, y puso a prueba esa confianza en aquél momento. Puso una mano
en el hombro de su padre, indicándole que se detuviera. Nick le miró lleno de
agradecimiento. – Si matas al último demonio, todos moriremos.
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque él lo sabe
– dijo Nick, señalando a un Barbas moribundo – Es su seguro de vida. Es parte
de su plan. Si no hay demonios el equilibrio desaparece. Por eso son
necesarios. Por eso Peter es necesario. Por eso Peter debía ser un demonio,
para que Barbas no fuera el último. Ahora, si le matamos a él, morimos todos.
Todos parecieron
comprender. Pero durante toda aquella escena, parecían haber olvidado a un
elemento importante. Christopher 2 había visto como esa sabandija intentaba
matar a su hijo. Había visto como mataba al otro Peter, y aunque todos decían
que había vuelto a la vida él aún no le había visto. ¿Y ahora iba a irse de
rositas? ¿Cuántas posibilidades más iba a tener de darle a ese capullo su
merecido?
Ese hombre había
secuestrado a sus hijos. Ese hombre le había tratado como una marioneta. Ese
hombre había intentado matar a aquellos que le importaban. Ese hombre le
impedía volver a casa. Ese hombre no era tal cosa, sino un demonio… un sucio
demonio sin alma que debía estar muerto. Se abalanzó sobre él dispuesto a
redecorar su cara, ahora que no podía defenderse.
Christopher vio a su
alter ego fuera de control, y se apresuró a intentar separarle…
- Tranquilo. Le
necesitamos vivo. Chris, le necesitamos vivo.
- Él no dudaría en
matar a tu hijo. Ya lo ha hecho una vez. Y pretende matar al otro.
- No lo
permitiremos, pero él no debe morir.
- Apártate,
Christopher – ordenó Chris 2. Le resultaba extraño hablar consigo mismo. Sacó
una de las pociones que habían hecho, que servían para matar a algo más que a
un demonio así que con Barbas tenían que dar un buen resultado.
- No puedo hacer eso
– replicó Chris 1. Se puso entre él y Barbas….Y entonces, la poción impactó
sobre él. Chris soltó un alarido, porque sintió que se quemaba. Perdió el
equilibrio, y se cayó por el borde del puente. Intentó agarrarse a algo, y se
aferró a una tela. Se aferró a la ropa de Barbas, y cayeron los dos. Sólo que
ésta vez los Barbas estaba demasiado débil por la electrocución como para
desaparecerse, y Chris no tenía poder alguno para intentar orbitar.
Supieron el momento
exacto en el que Barbas murió, porque la Tierra empezó a temblar, llorando a su
último demonio.
Chris también había
muerto.
Todo lo que Nick
podía pensar, mientras los demás gritaban y se movían a su alrededor, era que
Victoria no había fallado ni una sola de sus predicciones.
"He visto cómo
te matas a ti mismo"
Había sido el otro
Christopher el que había lanzado la poción, aunque su intención no había sido
dar a su padre con ella. Pero técnicamente, se había matado a sí mismo.
"Lo que intento
decirte es que estoy viendo el fin del mundo. Y tú lo provocas"
Al matar a Barbas,
irónicamente, habían desatado el infierno.
Nick vivió los
siguientes momentos como quien mira una película. No pareció capaz de asimilar
su nueva realidad. No asimilaba el hecho de que volvía a ser huérfano.
…Y de pronto lo
asimiló.
Quién le iba a decir
a él que iba a llegar a querer tanto a un tipo maniático, controlador,
sargento, pesado, cursi, sensiblero, y con una odiosa manía de hacerle ver sus
errores mediante un desafortunado dolor en el trasero. Nick jamás habría
imaginado que semejante troglodita se iba a convertir en tan sólo ocho meses en
su razón para existir. Pero en aquél momento, cuando entendió que su padre
había muerto, supo que con quererle se quedaba corto. Algo dentro de él se
rompió, y soltó un grito. Sin embargo, se sorprendió mucho cuando tal grito no
se escuchó. Fue sólo en su mente…pero acababa de proyectarlo con mucha fuerza.
Todos los presentes se llevaron las manos a la cabeza, pensando que iban a
quedarse sordos cuando en su cabeza resonó el quejido agónico de Nick.
Y aquél puente
empezó a llenarse de gente, alarmada por ese grito de auxilio, de angustia, de
no se sabe bien qué…. Ante él acudió toda su familia, incluyendo un hombre al
que Nick no conocía. Por cómo se aferraba a su tía Melinda, dedujo que era su
esposo, su tío, al que nunca habían llegado a presentarle. En ese omento lo
cierto es que no le importaba lo más mínimo.
Igual que unos
vinieron, otros se fueron. Christopher 2, Peter 2, y Nicholas 2 desaparecieron.
- ¿Qué pasó con
ellos? – preguntó Piper.
- Supongo que al
morir Barbas el hechizo que les retenía aquí se fue también. Imagino que han
regresado a su mundo.
- Por mí como si se
han muerto – escupió Nick. Por culpa de ellos su padre había… había…- ¿Cómo
puedes estar tan tranquilo? – gritó Nick, encarándose con Leo, lleno de rabia.
Con alguien tenía que pagarlo, y Leo y Wyatt era con quienes más confianza
tenía, así que dirigió su ira y su dolor contra ellos. - ¡Era tu hijo! ¡Era tu
hermano!
- Nick, cariño… -
empezó Piper.
- ¡No me llames cariño!
¿Qué clase de madre eres tú? ¡Vuestro hijo ha muerto! ¡HA MUERTO!
- Nick, cálmate, te
vas a caer – dijo Wyatt, asustado, viendo que no medía del todo dónde ponía los
pies, y aquello no dejaba de ser lo alto de un puente.
- ¡NO ME DIGAS QUE
ME CALME, MALDITO CABRÓN! ¡Todo ese rollo de la familia feliz! ¡Me lo había
tragado! Puedo entender que Peter y yo no os importemos un pimiento, pero él es
vuestro hijo.
- Nick, o te calmas
tú o te calmo yo – dijo Wyatt, sonando mucho más serio de pronto. Entonces Nick,
ciego de ira y de dolor, intentó meterle un puñetazo. Wyatt frenó su mano sin
muchas dificultades, le sostuvo porque se iba a caer, y le atrajo hacia sí en
un abrazo. Dejó que se desahogara llorando sobre su camiseta.
- Se ha
muerto…tío…se ha muerto.
- Sssh, Nick,
tranquilo. Las cosas no son siempre como creemos. Ahora vamos a bajar de aquí
¿de acuerdo? Está empezando un terremoto, y lo alto de un puente no es el lugar
más seguro para estar cuando el suelo tiembla.
- ¡Yo no voy a
ningún lado! – gritó Nick, rabioso de nuevo. - ¿Cómo puedes estar tan
tranquilo?
- Deja de repetir
eso, y tal vez pueda explicártelo.
- ¡No quiero que me
expliques nada! ¡Suéltame! – dijo Nick, y le empujó. Wyatt perdió el
equilibrio, y como vio que se iba a caer, orbitó.
- ¿Estás loco? ¡Casi
me tiras!
Nick le miró con
horror. Acababa de perder a su padre. Lo último que quería era perder también a
su tío. Sin embargo, seguía enfadado con él, porque sentía que era el único que
estaba sufriendo con la muerte de su padre.
- ¡Lástima no
haberlo hecho! – le espetó.
Wyatt rodó los ojos.
- Volvemos enseguida
– dijo entre dientes, y agarró a Nick de un brazo. Antes de que Nick pudiera
hacer nada, orbitó con él y aparecieron en casa de Wyatt. Nick reconoció el
salón.
- Déjame. Suéltame. ¿Por
qué me has traído aquí?
- Las barras
inseguras de un puente altísimo no me parece el mejor lugar para la
conversación que planeo tener contigo. Además, imaginé que desearías algo de
privacidad.
A Nick no le cupo
duda de la conversación que Wyatt quería tener con él.
- ¡Ni se te ocurra!
- Escucha Nick: mi
hija está en una especie de coma inducido por la magia del cual no sé cuándo va
a despertar. El mundo ha empezado a destruirse, y el primer paso son los
terremotos. Uno de mis sobrinos ha muerto y nada más volver a la vida se está
metiendo en problemas. Ahora mismo no tengo paciencia para aguantar tus
estupideces.
- ¡Te olvidas de que
tu hermano se ha muerto!
- ¡NO, NO ME OLVIDO
DE ESO! Pero tú sí pareces haberte olvidado de que soy tu tío. – dijo Wyatt, y
con un movimiento muy rápido hizo que Nick se tumbara sobre él.
PLAS PLAS PLAS
- Y de que no puedes
empujarme cuando estamos en lo alto de un puente.
PLAS PLAS PLAS
- Ni cuando estamos
en lo alto de un puente, ni nunca.
PLAS PLAS PLAS
- Y tampoco puedes
darme un puñetazo.
PLAS PLAS PLAS
Wyatt quería dejar
caro su punto en poco tiempo, y por eso aquellas palmadas fueron bastante
fuertes, y en el mismo sitio todas ellas, por lo que a Nick le dolieron más de
lo que se supone que doce palmadas tienen que doler.
- ¿Ha sido
suficiente o necesitas una conversación más larga?
- Suficiente –
lloriqueó Nick.
- Bien – gruñó
Wyatt, y le incorporó – Yo no quería castigarte ahora. Entiendo que estás
asustado y muy confundido. Pero te equivocaste de enemigo, chico. Ahora ven
conmigo – añadió, con mucha sequedad.
Nick se pasó la mana
por la cara.
- ¿Me…snif…me vas a
pegar más?
- ¿Qué? ¡No! Voy a
enseñarte por qué ni mi padre ni yo tememos por la vida de mi hermano.
Wyatt empezó a
andar, pero se fijó en que Nick no le seguía. Le miraba con los ojos acuosos y
carita de perrito abandonado. Se compadeció de él. Pobre chico. Las últimas
horas tenían que haber sido una locura. Algún día le ajustaría las cuentas a
Chris por no haberle avisado cuando subió a lo alto de aquél puente.
Se permitió ser más
amable con su sobrino, que al fin y al cabo sólo era una víctima en todo
aquello. Se acercó a él, y le besó en la frente.
- Vamos – animó. –
De verdad quieres ver esto.
Medio le arrastró
escaleras arriba. Pasaron por una habitación con la puerta abierta. Wyatt se
detuvo ahí un milisegundo, y Nick reparó en su expresión angustiada. Dentro
estaba Linda, sentada junto a una Victoria que yacía en la cama, aparentemente
durmiendo. Pero Wyatt siguió avanzando y llegaron a otra habitación con la
puerta cerrada. La abrió, y allí, tumbado en la cama, estaba Christopher.
- Ese chico le trajo
aquí. Dijo que le curáramos, y que ya lo entenderíamos. Traía quemaduras muy
graves, por una poción muy peligrosa. Mi padre se las curó. Ahora está descansando.
Nick escuchó esto
con un lado de su cerebro. Con el otro, asimiló el hecho de que su padre estaba
bien. Corrió hacia él, sin saber qué hacer. Al final, se limitó a observarle
mientras "dormía", sintiendo que su vida tenía sentido de nuevo.
El señor Wright lo
tenía claro: le daba igual cualquier plan futuro. Le daba igual el equilibrio
universal, y la regla del cambio temporal. Se la sudaba todo. Él no iba a dejar
que Peter se fuera con Derek. El chico acababa de cumplir trece años. Verle
crecer estando tan lejos y tan cerca a la vez estaba siendo una experiencia
angustiosa. Se suponía que los Ancianos habían hecho algo con su mente para que
no fuera tan duro y aun así era casi insoportable.
Involuntariamente,
se permitía un poco más de cercanía con Peter de la que se permitía con Nick.
En parte porque con Nick era más difícil: había sido su mejor amigo y en parte
porque se sentía culpable por lo que sabía que Peter iba a tener que sufrir. Ya
se había quedado de brazos cruzados ante varios intentos fallidos de
adopción….Intentos que él sabía de antemano que no iban a funcionar. Pero con
Derek, simplemente no podía hacerlo.
Fue su sentimiento
de culpabilidad para con Peter lo que le llevó ese día a recorrerse las calles
de la ciudad buscando comprar algo: una guitarra. Una guitarra acústica para
que Peter dejara de tocar una de prestado. Una guitarra que el chico pudiera
llamar "suya". Esos días Paul estaba de vacaciones, y había un
sustituto en el orfanato. Él no quería, pero era parte de su tapadera. Se
suponía que, después de todo, no era más que un funcionario cumpliendo con su
trabajo. No podía pasarse la vida entera en aquél lugar, aunque quisiera
hacerlo. Pero al día siguiente se reincorporaba, y pensaba hacerlo con una
sorpresa. Una sorpresa anónima: un regalo sin remitente pero que haría que el
chico fuera feliz por un momento.
Qué diferente fue
todo, sin embargo. Al día siguiente se encontró con que el centro estaba
revolucionado. La noticia volaba: alguien había iniciado los trámites de
adopción con Peter. Paul se dirigió a su despacho inmediatamente, a enfrentarse
con su suplente. Ante él había un tipo de pelo blanco y ojos claros, que le
miraba de forma socarrona.
- ¿Eres uno de
Ellos? – preguntó Paul, sin rodeos.
- ¿Un anciano? Por
favor, me ofendes. Somos sólo… socios momentáneos. Mi nombre es Barbas.
- Me da igual quién
seas. Me encargué de que Peter no fuera adoptado. Lo hice.
- Pero da la
casualidad de que el destino quería que lo fuera.
Paul se apoyó
violentamente sobre el escritorio, dando un golpe enfrentándose con aquél
sujeto.
- ¿Sabes lo que has
hecho? ¿Sabes lo que le hará ese tipo?
- Mejor que tú,
creo. – respondió Barbas, y sonrió.
- ¡Eres un monstruo!
- En realidad, soy
un demonio, pero te quedaste bastante cerca.
- ¿Qué?
- Un demonio, chico.
Vamos, no soy el primero que ves. Ahora, si volvemos al tema del muchacho…Si te
das prisa igual llegas a despedirte – comentó Barbas, mirando su reloj en
actitud arrogante.
- ¿Qué clase de
escoria eres tú? – preguntó Paul, entendiendo más que nunca a su padre, y su
aversión por esas criaturas.
- La escoria qué
recuerda cuál es su papel, y no lo olvida a la primera de cabio por la
sonrisita de un niño. Eres un blando, y estás descuidando tu papel. Era
necesario intervenir, o jamás hubieras dejado que Peter se fuera con Derek.
- ¡Claro que no! –
bufó Paul, y salió corriendo. Sin embargo, mientras atravesaba los pasillos, se
daba cuenta de que llegaba tarde. De que por más que corriera, sólo podría
llegar a despedirse. Durante los próximos meses Peter iba a vivir un infierno,
y él no podría hacer nada más que cruzarse de brazos.
"Perdóname,
Ariel"
N.A.: Lo que le hace
el Anciano a Paul es lo mismo que Leo le hace a Piper una vez en la serie:
quitarle el dolor. Quitarle parte de sus emociones. Sigue siendo el mismo,
conserva sus recuerdos y sus intenciones, pero es menos intenso… menos humano,
de alguna manera. Él sabe lo que le han hecho, igual que Piper lo sabía.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario