Páginas Amigas

domingo, 9 de agosto de 2015

Capítulo 44: ROTO



Capítulo 44: ROTO

Supongo que la vida consiste en un recorrido con constantes cambios, y si somos felices o no depende de cómo nos adaptemos a los giros que hay en el camino. Claro que a veces el giro es una curva cerrada que te saca de la carretera, y entonces todo lo que puedes hacer es tratar de volver de nuevo a la calzada.

Algo así era lo que me estaba pasando a mí. Tenía que volver a la carretera, a mi vida,  e intentar adaptarme de nuevo a ella aunque ya no pudiera hacer las mismas cosas. Aunque ya no pudiera andar, ni correr, ni nadar…

Ni siquiera había ido al colegio todavía.  Aún era pronto, según decían, y además tenía rehabilitación todas las mañanas. En mi interior creía firmemente que aquello era una completa pérdida de tiempo, y que si algún día volvía a clase sería en silla de ruedas, pero aunque papá estaba un poco más permisivo conmigo –ventajas de casi palmarla, supongo- saltarme la rehabilitación era algo que no iba a permitirme.

La rehabilitación me daba miedo. Esa era la verdad. Me daba miedo descubrir que no podría andar nunca más. Mientras sólo fueran suposiciones mías, no era tan malo. Pero si mis piernas se negaban a responder iba a sentirme un completo inútil.

El primer día de rehabilitación no fue tan malo porque básicamente me lo salté. De alguna forma, no sé cómo, logré convencer a papá para que esperase fuera y me dejara solo con el doctor. Le dije al terapeuta que mi padre me ponía nervioso y como yo era prácticamente un adulto le pidió a Aidan que saliera. Y cuando me quedé a solas con el médico fingí un tirón en el brazo que me impedía  hacer los ejercicios.  Sin embargo, no logré engañar a Aidan y el segundo día no hubo forma de lograr que no entrara conmigo a la sala con las máquinas de ejercicio.

-         Pero papá, yo…

-         Tú nada, Ted. Te conozco demasiado bien y sé cuando estás mintiendo, y sé que todo eso del tirón fue solo una buena actuación. Y si lo intentas de nuevo me verás enfadado, ¿eh? Esto es muy importante para tu curación y tú ya estás grandecito para escenas y caprichos.

Glup. A pesar de que me habló con susurros para que nadie nos oyera en la sala de espera, el mensaje me llegó alto y claro. Suspiré, papá suspiró después de mí, y pasó el brazo por mis hombros para darme un beso.

-         Ánimo, campeón. Será como un entrenamiento ¿mm? Como esa vez que te llevé al gimnasio.

-         Salvo que aquella vez no estaba roto…

-         No digas eso de ti mismo. – me gruñó y, por alguna razón, sentí por primera vez que era toda una suerte el que estuviera sentado en una silla de ruedas.  – No estás roto, Ted.

-         No, tienes razón. Sólo soy un inú…

-         Basta. Basta, basta, basta – me regañó papá, pero para ser un regaño sonó muy dulce, y acompañó cada palabra con un beso o una caricia. Intenté no fijarme en las demás personas que esperaban para ser llamados porque me hubiera muerto de vergüenza, pero lo cierto es que aquellos días estaba un poco más dispuesto a dejar que me mimara en público, porque una parte de mí necesitaba sus mimos a todas horas. – Lo único en lo que tienes permitido pensar es en recuperarte, ¿me oyes? Verás como en pocos días te veo corriendo otra vez.

Siempre me había asombrado la fe que papá tenía en todo, pero principalmente en nosotros, en sus hijos. Tal vez por eso conseguía todo lo que se proponía: porque nunca dejaba de creer que era posible.

Como la espera se alargaba, y no quería dejarme llevar por pensamientos pesimistas otra vez, saqué el móvil para jugar al Candy Crush y distraerme un rato, pero vi que tenía un SMS de Agustina. Era muy corto, pero me sacó una sonrisa. Ella se estaba portando muy bien conmigo. Me había visitado muchas veces en el hospital y me escribía todos los días, además de llamarme por teléfono. Tan sólo esperaba que no se cansara de mí y de mis problemas.

Llegó mi turno y cuando oí mi nombre miré a papá a ver si tenía alguna oportunidad de hacerle cambiar de idea, pero vi que no y me resigné. Dejé que empujara mi silla hasta la entrada de la sala pero luego, en un acto reflejo, me aferré a la puerta con la mano para no seguir avanzando.

-         ¡Oh, por el amor de Dios, Ted! ¿Quieres dejar de hacer el indio? Suéltate.

-         Espera papá, espera…. Tal vez la rehabilitación no sea necesaria….mm…mmm….creo que….que….

-         Que estás actuando como un crío, eso creo. – me dijo, y giró la silla para mirarme frente a frente. Se agachó para estar a mi altura – Ted, jamás te llevaría a ningún sitio que fuera malo para ti. Sé que tienes miedo, que no sabes si podrás hacerlo, pero yo te garantizo que sí podrás.  Tendrás que esforzarte como te esfuerzas en todo, pero no vas a estar en esa silla para siempre.

Le miré con algo de miedo, porque era lo que sentía en ese momento. Tenía un montón de “¿Y si…?” en la cabeza. ¿Y si nunca volvía a caminar? ¿Y si volvía a caminar pero no quedaba como antes? ¿Y si tenía que estar con una silla de ruedas o con muletas o con algo así toda mi vida?

-         Todo saldrá bien, hijo.

Con esas cuatro palabras, papá dio el tema por zanjado e hizo un gesto de disculpa hacia el médico que nos estaba esperando. El doctor miró mi informe, me hizo algunas preguntas de comprobación, y luego me miró con una sonrisa.

-         Bueno, Ted, ¿cómo te encuentras hoy?

-         Bien, supongo…

-         ¿Listo para trabajar? Vamos a hacer que esas piernas se muevan ¿eh? 


Asentí lentamente, sin prestarle mucha atención, con los ojos fijos en una pasarela. Papá y el doctor siguieron la dirección de mi mirada.



-         No te preocupes por eso, lo probaremos después. Primero vamos a esta camilla, ¿está bien? Haremos unos pequeños ejercicios. Ven, túmbate.

Acerqué la silla a la camilla en cuestión, pero en vez de esperar a que papá me ayudara intenté  levantarme yo solo para tumbarme. La noche anterior había conseguido hacerlo para ir a la cama. Sin embargo esa vez me fallaron los brazos, me escurrí, y terminé cayéndome al suelo.

-         ¡Ted! Ted, ¿estás bien? – preguntó Aidan, mientras él y el médico intentaban levantarme.

Sentí muchas ganas de echarme a llorar, pero no porque me hubiera hecho daño sino porque era incapaz de hacer algo tan sencillo como pasar de una silla a una cama. Tuve el impulso de patear la silla justo como había hecho Michael hacía un par de días, pero entonces recordé que mis piernas no respondían y la patada no salió nunca de mi cerebro. En su lugar, utilicé las manos y empujé a Aidan lejos de mí.

- ¡Déjame, puedo levantarme solo!

Papá se quedó helado por unos segundos, luego me ignoró y terminó de levantarme, dejándome sobre la camilla. Me quedé quieto esperando el broncazo de mi vida, pero papá no dijo nada. Pensé que tal vez era por la presencia de un extraño, pero tampoco me dijo un tenebroso “hablamos luego”.

-         Lo…lo siento – tartamudeé – Perdón por reaccionar así.

-         Está bien, cariño, no pasa nada.

El doctor –o tal vez fuera un enfermero, lo cierto es que no lo pregunté – se puso al otro lado de la camilla y me agarró una pierna.

-         Muy bien, Ted, vamos a mover estos músculos.  Vamos a hacer la bicicleta – dijo, y empezó a mover mis piernas. Fue  raro porque yo no hacía ninguna fuerza,  y solo notaba el movimiento en mi cuerpo. 

Estuvo haciendo eso con algunas variantes durante un rato, y luego dejó mis piernas estiradas sobre la camilla y me pidió que intentase levantarlas unos centímetros.

-         No puedo, eso es justo por lo que estoy aquí  - gruñí.

-         No lo sabrás si no lo intentas. – replicó el médico, con una sonrisa optimista que provocaba ganas de darle un puñetazo o algo así.

Me concentré en mi pierna y traté de levantarla, pero no lo conseguí. Lo seguí intentando varias veces, y a la quinta el pie se movió un poco.

-         ¡Muy bien, Ted! – dijeron papá y el médico a la vez. Sonreían como si acabasen de ganar la lotería o algo así.

-         Eso ha sido maravilloso, hijo  - añadió papá, casi diría que emocionado.

-         ¡No, no lo ha sido! ¡Apenas se ha movido y yo nunca podré caminar otra vez!  - grité. Me enfurecía que vieran eso como un gran logro cuando había sido patético. Me sentía como un niño al que aplaudían por haber sido capaz de escribir su nombre bien.

-         No grites, hijo, no hay por …

-         ¡GRITO SI ME DA LA GANA! – le corté.

Papá me agarró del brazo, furioso, pero enseguida me soltó, respiró hondo y se hizo a un lado.

-         Quizá sea mejor que espere fuera… - sugirió el doctor.

Aidan me miró por unos segundos tratando de averiguar que era lo que yo quería.

-         No voy a dejarle solo – dijo al final. – Ya lo intentamos ayer y no funcionó.

-         ¿Ahora no te fías de mí? – le gruñí.

-         No es eso. Pero sé que me necesitas. Aunque sea para tener algo a lo que gritar.

Me sentí mal de inmediato, porque sabía que le estaba tratando fatal, pero tenía tanta rabia…

Intenté contenerme y seguí con los ejercicios. No conseguí volver a mover nada de cintura para abajo, y después de media hora de fracaso tras fracaso, el doctor me llevó a la pasarela que había llamado mi atención al principio.

-         No puedo hacer esto – repliqué, cuando me explicó que pretendía que caminara a lo largo de la plataforma  haciendo fuerza con los brazos y apoyándome en las piernas.

-         ¿Por qué no, Ted? Eres nadador, tienes mucha fuerza en los brazos – me animó papá.

-         Esta clase de ejercicios es lo que hará que recobres la fuerza en las piernas, chico. – señaló el doctor.

-         ¡No puedo!  - insistí.

-         Tonterías. Esas dos palabras están prohibidas aquí. – dijo el médico, y prácticamente me arrastró hasta las barras. Era un hombre fuerte y yo no estaba en mi mejor momento, así que entre él y papá me sacaron de la silla.

Los dos me sostuvieron mientras colocaban mis manos en las barras laterales de la pasarela.

-         Haz fuerza, hijo – pidió papá, avisando de que me iban a soltar.

Tensé los brazos. Podía sostener mi peso durante unos segundos, lo hacía muchas veces en los entrenamientos o cuando Mike, Fred, y yo nos aburríamos en el patio y nos colgábamos de las porterías. Pero no podía estar así eternamente y tarde o temprano tendría que dejar que mi cuerpo se apoyara en mis pies.  Lo hice, y mis rodillas temblaron, incapaces de sostenerme. El doctor me agarró antes de caerme, y no pareció nada sorprendido por aquél fracaso.

-         Vamos de nuevo – me animó.

-         ¡NO, NO VAMOS DE NUEVO! – chillé, frustrado, harto de ser tratado como un niño y de que me obligaran a  fallar una y otra vez. - ¡YA NO VOY A HACER ESTO MÁS!

Una vez estuve en mi silla, empujé al médico lejos de mí. El hombre dio un par de pasos hacia atrás, atónito por mi reacción y con algo de confusión en los ojos.

Nunca había visto a Aidan tan enfadado como entonces. No conmigo, al menos.



-         AIDAN´S POV –

Holly había accedido a salir conmigo otro día, en lo que sin lugar a dudas era una segunda cita. ¿Significaba eso que teníamos una relación? Era demasiado pronto para llamarlo así. Creo que técnicamente habíamos quedado para hablar sobre si era posible que tuviéramos una relación, ya que las circunstancias no habían cambiado: ella seguía teniendo once hijos, y yo doce.

Habíamos quedado el viernes por la noche, y la semana recién empezaba, así que corría el riesgo de morir devorado por la impaciencia.

Estuve hablando con ella por teléfono antes de la rehabilitación de Ted, y me dio muchos consejos, y bastante útiles. Sobretodo me recomendó tener paciencia, y me preparó para conocer una versión antipática de mi hijo, que no iba a gustarme. Y no pudo tener más razón.

El primer día Ted se las arregló para saltarse los ejercicios, fingiendo un dolor en el hombro. Le di ese día de margen, pensando que tal vez aún no se sentía preparado. Pero al día siguiente no tenía una mejor disposición y mostró una actitud bastante mejorable. Aguanté que me empujara a mí y que me gritara, recordando algo que Holly había dicho:


-         Sin que lo sepáis ninguno de los dos, vas a estar a prueba. – me dijo.

-         ¿Eh?

-         Él te necesita mucho ahora, por eso no puedes permitir que te saque de quicio. No dejes que se aleje de ti. Sé firme pero comprensivo. Déjale claro que tiene que hacer la rehabilitación  quiera o no quiera, pero que tú estarás con él y entiendes que es difícil para él.

Me pareció una recomendación excelente, y por eso le aguanté algunas cosas. Era parte de “entender que es difícil para él”. Lo que no iba a permitir es que empujara a su médico. Yo le había educado mejor que eso. Le habían enseñado una serie de valores que estaba tirando por la borda, como el respeto y el agradecimiento.

-         Discúlpate ahora mismo – le exigí.

Ted me  miró con esos ojos que ponía cuando se sentía culpable y se miró las manos.

-         Perdón.

-         Discúlpate en condiciones, no como si fueras tu hermano pequeño. – repliqué. Fui un poco duro con él porque necesitaba que entendiera que había cruzado la raya de mi paciencia y mi tolerancia para con su situación.

-         Lo… lo siento mucho, doctor…Yo…no pretendía…es decir…

-         Está bien, chico.  Tal vez era demasiado pronto para la pasarela.  Probaremos otra cosa, en la sala de al lado…

El doctor nos guió a otra habitación y nos dejó solos allí por unos  instantes, mientras  se encargaba de algunos detalles. La tensión entre Ted y yo podía cortarse con un cuchillo.

-         Papá…- empezó él.

-         Ni creas que te has librado de esta. Estás castigado sin móvil hasta el fin de semana.

-         ¿Qué? ¡Eso son cuatro días!

-         Sí, eso mismo.

Ted me miró con horror. El móvil era la vía principal de contacto con su novia y con el mundo, ya que además no teníamos un ordenador para cada uno, así que el móvil era el único objeto que no tenía que compartir con el que podía tener conversaciones privadas con su chica y sus amigos. No iba al colegio ni salía de casa nada más que para ir a rehabilitación, así que dejarle sin el teléfono fue duro de mi parte, y me di cuenta enseguida. Su día a día era muy aburrido tras sus lesiones y con el móvil le quité una de sus vías de entretenimiento.  Suspiré, dispuesto a hablar de ello y tal vez a cambiarle el castigo puesto que al fin y al cabo se había disculpado.

- Todos podemos tener momentos en los que nos dejamos llevar por la ira, campeón, pero…

No me dejó terminar. Sacó el móvil de una bolsita que llevaba colgando de la silla y me lo tiró.

-         ¡TOMA EL ESTÚPIDO MÓVIL! ¡YA QUÉ MÁS ME DA!

-         ¡Ted!  - logré atrapar el móvil antes de que cayera  al suelo, lo cual fue una suerte porque de otra forma seguro que se habría roto contra el suelo. Ese teléfono costaba más de cien dólares y aquello fue un berrinche más propio de Kurt que de él.

Guardé el móvil en mi bolsillo, para que estuviera seguro, y apoyé los brazos a ambos lados de la silla de Ted.

-         En cualquier otro momento estarías cobrando. – le advertí – No puedes…

- ¡No me hables tan de cerca! – protestó, y me apartó de un empujón. Era la segunda vez en una hora que mi propio hijo me empujaba.

-         Se acabó, ven aq…. – me interrumpí. Le había agarrado y levantado de la silla, y una vez así me bloqueé. La expresión de Ted era de miedo. No por mi enfado, sino porque no se sostenía en pie. Si yo le soltaba él se caía y ambos pudimos sentirlo. Toda mi furia se extinguió de golpe, y le abracé. Le sostuve contra mí notando todo su peso.

Pude sentir como se calmaba poco a poco, como si aquél abrazo fuese alguna especie de tranquilizante para caballos, o para adolescentes furiosos.

-         ¿Me ibas a pegar? – preguntó, con vocecita triste.

Fue una buena pregunta. ¿Iba a hacerlo? Creo que ese había sido mi impulso, pero pegarle en su estado habría sido un gran error. Estaba lastimado, no podía moverse pero sí sentir dolor y de alguna forma se hubiera sentido como que abusaba de él. Pero tampoco podía dejar que  actuara sin medir las consecuencias, con agresiones y reacciones de niño.

-         No, porque tienes que estar sentado en esa silla y si te doy lo que te mereces no podrías sentarte hasta mañana – le dije, en tono de regaño, y con eso conseguí que me mirase con sus labios formando una perfecta “o” - ¿Qué fue todo esto?  ¿Empujar a un doctor, empujar a tu padre, hablarme así, tirar el móvil?

Como a cámara lenta, los ojos de Ted se inundaron, y antes de darme cuenta le tenía en mis brazos llorando. Me dio mucha ternura verle así, porque además sentí que él necesitaba expulsar esas lágrimas. Desde que le vi en el hospital no le había visto llorar ni una sola vez, ni siquiera cuando le dieron aquella horrible silla a la que él se sentía confinado. Necesitaba desahogar su miedo, su rabia, su angustia y su pena por lo que le había pasado.

-         Lo… snif… lo siento… snif… es que…. snif…odio esto… no quiero estar aquí… snif… no quiero ilusionarme para luego descubrir que nunca podré caminar… snif

-         Deja de decir eso, cariño. Podrás caminar. Sé que lo harás. Pero tienes que tener un poco más de fe en ti mismo, y en los doctores.

-         Snif…snif…. no te enfades conmigo.

-         Ya sabes que no puedo enfadarme contigo. Y te aprovechas de eso – le dije, acariciando su pelo áspero.

Estuvimos así por un buen rato, hasta que noté que había dejado de llorar.

-         ¿De verdad tengo que quedarme a hacer rehabilitación?  - preguntó, con voz melosa, como tratando de convencerme.

Bajé la mano que frotaba su espalda y deje caer dos palmadas no muy fuertes.

PLAS PLAS

-         Ay….

-  De veras. Y eso fue para que recuerdes como comportarte. Y lo del móvil sigue en pie, pero todavía puedo prolongarlo por una semana.

-         ¡No, no! ¡Haré todo, haré lo que diga el médico!

-         Eso quería oír.  – besé su frente y respiré hondo, contento de haber logrado conectar con él.

El doctor volvió en ese momento, con una especie de cintas que quería usar en las piernas de Ted. Le eché a mi hijo una mirada de advertencia, pero no dio problemas. Siguió las instrucciones del médico que consistían básicamente en quedarse quieto mientras esas cintas elevaban sus piernas y luego las bajaban.

Estuvimos un total de dos horas allí y finalmente el doctor se despidió de nosotros hasta el día siguiente.  Ted estaba muy cansado y no era para menos. Aquello había sido un gran esfuerzo para él. Le llevé al coche pensando en que, como sus hermanos aún no volvían del colegio, podíamos parar a tomar algo camino a casa. Pareció gustarle la idea, así que paramos en un Dunkin’ Donuts y se pidió un batido y un donut enorme. Me alegré de que estuviera recuperando el apetito, ya que el día anterior me había costado que comiera.

Estaba buscando algo “neutral” de lo que hablar, que no le trajera pensamientos negativos ni le hiciera ponerse triste, cuando me di cuenta de que estaba intentando alcanzar mi chaqueta desde su asiento, tratando de que yo no le viera. Entendí que quería coger su móvil sin que yo me enterara, y algo en esa idea y en sus gestos me hizo sonreír. Ted estaba sacando su lado más infantil.

Le atrapé la mano y disfruté de su expresión sorprendida.

-         Uy, ¿qué es esto que me he encontrado? – le pregunté, y el pobre se quedó en blanco, sin saber qué decir. Le hice cosquillas en la palma y se la solté – No trates de coger el móvil, Ted – dije, ya más serio – Es tu único castigo y sabes que saliste ganando.

Puso un mohín y pareció resignarse. Normalmente el móvil no era tan importante para él como para Alejandro o las niñas, pero igual eso cambiaba ahora que tenía novia.

-         ¿Vas a invitar a Agustina a casa? – quise saber, en parte para distraerle.

-         Ya lo hice, pero dice que no quiere molestar, que con todo esto habrá mucho lío en casa.

-         Tonterías, dile que venga. La novia de mi hijo nunca molesta – le pinché.  Le dio algo de vergüenza y por eso sonrió un poquito. – Puedes llamarla desde el fijo y decirle que venga. ¿Lo ves? No tener móvil no es tan malo. Aún tienes el ordenador y el otro teléfono.

Ted asintió y partió un pedacito de su donut. Me lo dio para que lo probara como hacía cuando  era más pequeño. A los cinco años yo tenía que comer un pedacito de todo lo que él tuviera en el plato o sino no se lo comía. Era una manía que le dio que me resultó de lo más tierna, y que lo hiciera entonces, con diecisiete años, me trajo un montón de recuerdos. Sólo cuando Ted se sentía vulnerable se permitía actuar como un niño y me recordaba que aún era mi bebé.

Regresamos a casa y dejé el móvil de Ted en mi cuarto, en un cajón que solía usar para las cosas requisadas. Cuando uno tiene tantos hijos como yo y demasiadas cosas en la cabeza no puede fiarse de su memoria, así que en un papel apunté el día en que se lo tenía que devolver y  lo guardé junto con el móvil. Luego bajé por si Ted necesitaba mi ayuda o si quería subir a su cuarto, pero le encontré viendo la tele. Aprovechando que estaba entretenido, me puse a hacer la comida.

Cocinar era a veces una acción mecánica que me permitía pensar en otras cosas y por eso dejé de concentrarme en la sopa y casi sin darme cuenta empecé a pensar en Holly. ¿Había hecho bien en pedirle una cita? ¿No era un error? ¿Serviría para algo más que para hacernos daño a los dos? Era imposible que llegáramos a tener una relación estable… Pero ¿y si no lo era? ¿Y si encontrábamos la forma de hacer compatibles nuestras dos gigantescas familias? Sería un escándalo… Seguro saldríamos en las noticias…Es decir, veintitrés hijos… Además ahora salía mucho por la tele porque de pronto a los periodistas yo les interesaba… Pero a mí solo me interesaba una de ellos… Me daba igual si el mundo se caía si empezábamos a salir: sólo me importaba las consecuencias que eso pudiera tener para mi familia…

La cabeza me daba vueltas. Estaba hecho un lío. ¿Cómo podía saber cuál era la decisión correcta? Recordé que Ted ya sabía cuántos hijos tenía Holly. Él era el único con el que podía hablar de aquello, porque conocía el inconveniente principal. Y a pesar de saberlo me había hecho prometer que le daría a aquello una oportunidad…

Fui al salón, para hablar con él, pero ya no estaba mirando la televisión. Había acercado su silla a la mesita en donde yo había dejado mi móvil, y lo había cogido. Se quedó congelado en cuanto me vio.

Si bien no era extraño ver a algunos de mis hijos con mi teléfono, eso solía ser más bien cosa de los pequeños, que querían entretenerse con los juegos del teléfono, o de Barie y Madie, que buscaban cotillear mi música y todo lo que pudieran curiosear en el proceso. Generalmente no me importaba que mis hijos lo cogieran, pero aquello fue diferente, porque Ted no me había pedido permiso, estaba castigado sin móvil, y lo había cogido a mis espaldas.

-         ¿Por qué tienes que ser tan cabezota? – le increpé – Tus hermanos aun no han llegado, tienes el ordenador para ti y el teléfono fijo para hablar con quien quieras. Además Agustina también está en clases aún, así que ¿para qué necesitabas el móvil? Ya te lo digo yo: para nada. Pero basta que yo te diga algo para que pases completamente.

Ted miró al suelo como siempre que yo le regañaba.

-         Sólo quería…mmm…ver el WhatsApp.

-         Pero si ni siquiera tienes la tarjeta de tu móvil. Ahí sólo te salen mis conversaciones.

-         Ya… no me di cuenta…

-         ¿Tampoco te diste cuenta de que me estabas desobedeciendo? ¿Y cogiendo algo que no es tuyo?

Se quedó en silencio y dejó el móvil de nuevo en la mesita. Después puso su mejor cara de niño arrepentido.

-         ¿Sabes qué? Eso no te va a servir. Esa cara. Tú sabes que me cuesta mucho ponerme serio contigo. Me cuesta siempre, y más ahora, y tú lo sabes perfectamente y lo utilizas para hacer lo que te viene en gana.  Se acabaron los regaños y los avisos. Te dije que nada de móvil hasta el fin de semana y tú decidiste saltarte ese castigo, así que ahora serán tres días más.

-         ¿Qué? Pero solo…¡no fueron ni cinco minutos!

-         No está abierto a discusión, Theodore.

-         ¡NO ME LLAMES ASÍ! ¡PONER ESA VOZ SERIAY DECIR MI NOMBRE COMPLETO NO TE DA LA RAZÓN! ¡Y… NO TIENES DERECHO A QUITARME EL MÓVIL! ¡NO ES TUYO!

Hubiera podido decirle aquello de “yo lo he pagado, así que sí es mío”, pero lo cierto es que solía evitar decir cosas como aquellas, porque no quería hacerles sentir como que todas sus cosas eran prestadas. Eso de “mi casa”, “mi dinero”, “mis cosas” me parecía un concepto horrible que  solo servía para convertir a los hijos en invitados, para que sintieran que nada era suyo.

-         No me grites si no quieres meterte en más problemas.

-         ¡NO ES JUSTO, PAPÁ, NO HICE NADA TAN MALO!

-         Ese es justo el problema, Ted, que estás empezando a pensar que no hacerme caso no es “tan malo”. Y te he dicho que no me grites, segundo aviso. No habrá un tercero.

-         ¡VETE A LA….mmm….VETE A HACER LA COMIDA Y DÉJAME TRANQUILO!

Abrí mucho los ojos. No me había mandado a la mierda pero había estado a punto, y la intención era la misma. Dudé unos segundos sobre lo que debía hacer, pero no me estaba dejando muchas opciones. Le saqué de la silla con cuidado, reparando en que él se había quedado impactado también, por sus propias palabras.

-         No, papá… espera… no.

-         He esperado demasiado, Ted. No voy a permitir que me hables así ni que me chilles. – le dije, y tras pensar un momento en lo que estaba haciendo, le tumbé encima de mí. Tuve mucho cuidado al moverle porque le percibía como algo frágil que podía romperse en cualquier momento.

-         Perdóname… por favor…

Había bastado ponerle en esa posición para que se calmara y pensara un poco en lo que había hecho. Le acaricié la espalda.

-         Perdonado, campeón.

-         Pero aún me vas a castigar ¿verdad? Ya sé que sí. Siento haberte hablado así. Y haber cogido el móvil. Sé que no debí hacerlo.

Nunca llegaré a saber si Ted se ponía en ese plan reflexivo y arrepentido por pura sinceridad o con la idea de ablandarme, pero me daba la sensación de que se trataba más bien de lo primero.

-         Pues si lo sabes, no lo hagas de nuevo, Ted. – respondí.

Interiormente maldije que no hubiese sido capaz de controlarse antes. Así yo no tendría que ser el malo.

Tenía claro que no era capaz de pegarle después de todo lo que le había pasado y aún le estaba pasando. Tal vez no hacía bien en tratarle de forma diferente, era lo mismo que hacía con Dylan, pero sencillamente no podía. Por eso decidí darle palmaditas muy flojas, que fueran sólo una llamada suave de atención.

Plas plas plas plas plas plas plas plas plas plas

Su atención la llamé seguro, porque Ted no se esperaba aquello. Le oí soltar el aire que había estado conteniendo y se giró un poco para mirarme con sorpresa. Hice lo imposible por no dejarme taladrar por sus tristes y asombrados ojos marrones.

Plas plas plas plas plas plas plas plas plas plas
Plas plas plas plas plas plas plas plas plas plas

-         Esto es absurdo papá… Para, jo… - protestó, incómodo.

Plas plas plas plas plas plas plas plas plas plas
Plas plas plas plas plas plas plas plas plas plas

-         Es muy raro –se quejó, y su voz sonó algo rasgada. Segundos después, empezó a llorar, y yo sabía que tenía poco que ver con los toquecitos que le había dado.

Al igual que Michael había necesitado desahogarse golpeando aquél saco, Ted necesitaba un tipo de desahogo diferente. Le levanté, y por segunda vez en el día dejé que llorara abrazado a mí. Aspiré el aroma de su champú y le besé en la frente en cuanto estuve seguro de que me iba a permitir hacerlo. Tardó poco en calmarse, pero no deshizo el abrazo.

- ¿Así va a ser a partir de ahora? ¿Cómo estoy roto vas a darme flojito para que no me duela? – me preguntó, en tono mimoso.

PLAS

-         ¡Au! ¡Ese sí dolió!

- No estás roto. No quiero escucharte eso nunca más. – regañé.

- Bueno…. Qué carácter – protestó.

-         Y esto me lo llevo para evitarte tentaciones – dije, cogiendo mi teléfono. Justo en ese momento me llegó un mensaje nuevo, así que desbloqueé la pantalla para leerlo.

Era un whatsapp de Holly. Era extraño porque sólo me salía un mensaje nuevo pero ella me había escrito varios que yo no había leído. Sumé dos más dos y entendí lo que había pasado.

-         ¿Estabas leyendo mi conversación con Holly? ¿Para eso cogiste mi móvil? – le pregunté a Ted.

Como si de pronto tuviese cinco años, Ted se llevó las manos al pantalón, como protegiéndose de futuras represalias, mientras asentía. Ese gesto me derritió por completo.

-         Y yo que pensé que el tierno era Kurt…. Ven aquí, campeón – le estrujé en un abrazo- Me saliste cotilla ¿eh? ¿Te parece bonito leer mis mensajes?

-         Es que quería ver si me habías hecho caso y quería asegurarme de que no metieras la pata.

-         ¡Oye! ¿Ahora eres un experto en mujeres, o qué? Mocoso metiche y controlador. – le acusé, y le piqué el costado en cosquillas vengativas.

Ted me miró sorprendido y se rió muy fuerte, mientras se revolvía todo lo que podía. Cuando dejé su costado en paz, vi que parecía feliz.

-         Me alegro de que ya no me trates como una cosa delicada – me susurró.


- MICHAEL´S POV -

La pelea con Olivia me parecía más absurda cada vez que la revivía. Pensé que todo aquello era culpa mía en primer lugar, por romper una de mis reglas: nunca salgas con una blanca. En realidad nunca había salido con nadie, sino que más bien había tenido relaciones esporádicas. No puedes hacer mucho más cuando te pasas el tiempo entrando y saliendo de los reformatorios. Pero en cualquier caso, siempre me había impuesto la norma de mantenerme lejos de las chicas blancas. Sentía que veníamos de mundos diferentes, las niñas ricachonas y yo, que sólo era un delincuente. Tenía la sensación de que podían ser muy manipuladoras y que era mejor estar lejos de ellas. Además pensaba que, si por casualidad topaba con una buena, yo le jodería la vida. Por una razón o por otra era mejor que me limitara a chicas de mi mundo. Gente que entendiera quién soy, y de dónde vengo.

Desde que vivía con Aidan había empezado a percibir el mundo de otra forma, casi sin darme cuenta. Había empezado a pensar que existía la injusticia e incluso me había hecho ilusiones al respecto de que podía ser feliz. No hay sentimiento más peligroso que la esperanza, porque si te la quitan, no te queda nada. Lo que pasó con Olivia me recordó que yo no pertenecía al mismo mundo que “mis hermanos”. Que yo no podía tener una relación normal con una chica y que incluso no me planteaba que tal cosa fuera posible, al contrario de Ted, que deseaba su “felices para siempre”. Aquello me trajo de vuelta a la tierra, y aquella mañana en la comisaría terminó con los últimos vestigios de la ilusión que había ido creciendo en mí. La ilusión, que ya casi era una certeza, de que Aidan podía ser mi padre.

Greyson me esperaba sentado en la mesa que normalmente ocupaba yo. Eso era muy extraño y ya hizo que me pusiera en guardia. Me acerqué, y le  vi muy serio. Lo primero que pensé es que venía a molestarme de alguna forma, tal vez mandándome hacer algo desagradable o algo así, pero en esas ocasiones solía precederle una sonrisa burlona. No. Aquella vez era algo tan malo que hasta él estaba serio.

-         Tenemos que hablar, Michael.

Michael. No “chico”, ni “muchacho” ni algún descalificativo. Pocas veces me llamaba por mi nombre, como si quisiera despojarme de mi identidad.

-         Tú dirás.

-         No aquí. En un lugar más privado. Ven a la cafetería. A estas horas no hay nadie. Te invito a un café.

Vale. Eso sí que era preocupante. Greyson jamás me invitaba a nada. Le seguí, impaciente por saber qué quería decirme, aunque con la sensación de que en realidad no quería saberlo.
Greyson había tenido razón: en ese momento no había nadie en la cafetería. Entré con él y observé cómo pedía los cafés, todavía sin creérmelo del todo. Nos sentamos en una mesa y una vez allí me miró fijamente.  Intenté aguantar su mirada penetrante, pero la impaciencia me carcomía.

-         ¿De qué querías hablar? – pregunté finalmente.

-         De tu padre.

-         ¿De Aidan? – pregunté, por confirmar, aunque estaba bastante seguro que no se refería a él. Si hubiera querido darme nuevas instrucciones con respecto a su plan simplemente me habría llevado a su despacho.

-         No. Tu verdadero padre.

Sentí un hormigueo en el estómago. ¿Habría contactado con él? ¿Me habría mandado una carta? Estaba a miles de kilómetros, en una cárcel de máxima seguridad, donde yo no podía visitarle. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que le había visto… Tal vez Greyson fue a verle por algún motivo.

-         ¿Te ha dicho algo? – le interrogué, pero él negó con la cabeza. Reparé en que, quizá por primera vez en mi vida, Greyson me miraba con compasión.

-         Han reabierto su caso. Ha habido un nuevo juicio: tenían nuevas pruebas.  – me dijo, hablando muy despacio, asegurándose de que le entendía – Esta en el pabellón de la muerte, Michael.


N.A.: Sé que he tardado mucho, y que el capítulo es corto para lo que suelo ser yo. Es así de corto para así actualizar de una vez u.u  
Felicidades atrasadas a Mousse y a todas las demás :3



2 comentarios:

  1. Fabuloso Dream

    Me ha encantado y me tuviste todo el capitulo en un sube y baja constante
    Espero que pronto lo continues aprovechando un poco tus vacaciones jeje
    O sea abusando de la confianza y tu buena volu tad para hacernos muy felices
    Es que adoro a Michel y ahora con Ted asi, pues ya entenderas como se siento

    Marambra

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  2. Te quedó genial el capi!!!
    Que bueno que actualizaste!!!
    De verdad que espero que Ted se recupere pronto!!
    Ufff y lo dejaste muy emocionante.. Otro golpe duro para Michael!!!
    Dream tienes que continuar pronto y para asegurarme te estaré molestando :p

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