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viernes, 2 de octubre de 2015

CAPÍTULO 47: PRIMEROS ENCUENTROS



CAPÍTULO 47: PRIMEROS ENCUENTROS


Nada estaba yendo como se suponía que tenía que ir. Era jueves por la mañana, faltaban horas para la fiesta de papá, y él estaba de un mal humor terrible. Al principio pensé que se debía al parte que Alejandro había traído a casa el martes, pero por lo visto fue por la reunión que tuvo con el director después de eso, en la que hablaron de mí, de Alejandro, y de Cole. El director no debió de reaccionar como papá esperaba a la situación con el enano y sus acosadores, porque desde entonces estaba serio y murmuraba incoherencias a cada rato.

Había decidido dejar que las cosas se calmaran solas, porque a Aidan no solía durarle el mal humor por mucho tiempo, pero la cosa no mejoraba y no iba a ser el gran día que había planeado si no conseguía que él disfrutara un poco. Le embosqué en la cocina mientras terminaba de hacer la comida para intentar averiguar dónde estaba el problema.

-         Así que… ayer el director te dijo que no puede hacer nada por Cole… - empecé.

-         Más o menos. No con esas palabras, pero es lo que vino a significar. Dijo que “son cosas de críos” y que no debo darle importancia. Por lo visto, para él si el acosador no tiene quince años o más, no es “bulling” o como sea que lo llamen. – gruñó papá, y dejó caer la sartén con demasiada fuerza antes de mirarme - ¿No se da cuenta de que los matones no surgen de la nada? ¿Qué empiezan así y terminan… terminan metiendo puñales en las taquillas de la gente? – dijo, en referencia a lo que Jack hizo conmigo. Supongo que el hecho de que el chico que se metía con Cole fuera hermano de Jack solo empeoraba las cosas para papá.

-         Bueno, al menos estarán pendientes para que no vuelva a pasar…

-         No pueden vigilarle las veinticuatro horas del día, y tampoco quiero eso. Quiero que mi hijo pueda ir al colegio sin preocuparse de otra cosa que de aprender.

-         Lo sé, papá… ¿Ayer como le fue al enano? ¿Tuvo algún problema?

-         No que yo sepa, pero Cole no suele contarme estas cosas por más que le pregunte sobre ello. Esa es otra cosa que me da rabia: ya van dos veces que intenta ocultarme que se meten con él.

-         Supongo que no quiere preocuparte… o parecer débil. – murmuré. En eso el enano y yo pensábamos igual.

-         ¿Parecer débil? ¡Es mi hijo! ¡Si tiene problemas quiero saberlo, jamás pensaré que sea débil por eso!

-         Seguramente pensará que debería ser capaz de frenar él solo a ese abusón…

-         Pues piensa mal. – masculló, y aplastó las judías como si tuvieran culpa de algo.

Esperé unos momentos pensando que no estaba consiguiendo nada, y carraspeé para hacerme notar.

-         ¿Te pasa…algo más? Entiendo que estés preocupado por Cole, pero… llevas dos días hablando solo y diciendo cosas sobre el director que normalmente te enfadan cuando las decimos nosotros.

Papá suspiró, y dejó todo para mirarme. Noté que se estaba pensando si debía responderme o no.

-         No es solo lo de Cole. El director dijo algo… bueno, más bien lo insinuó… Me dio a entender que te has perdido demasiadas clases. ¡Como si hubiera sido decisión tuya! Le dije que mientras estuvieras en rehabilitación no podrías volver, y que además necesito estar seguro de que estás bien… desde lo que pasó, te cansas con mucha facilidad. Y el colegio no está realmente bien equipado para… sillas de ruedas. Tu médico dijo que al menos debías pasar un mes en casa.

-         ¿Voy a perder el curso? – pregunté, alarmado. Era mi último año, se suponía que me iba a graduar.

-         ¡No! No, claro que no. No voy a dejar que eso pase. Pero, con la apendicitis y… ahora esto…

-         Seguro que supero el límite de faltas…

-         Tienes un justificante médico, Ted.

-         Pero aun así. Seguro que el primer trimestre lo pierdo.

-         Pues ya lo recuperarás al segundo. – me aseguró. Tenía demasiada fe en mí. No era un estudiante brillante. Tampoco pésimo, pero no brillante. Me costaría mucho ponerme al día.

-         No quiero repetir… - susurré.

Aidan se acercó a mí y me agarró la cara con un gesto entre firme y cariñoso.

-         No lo harás, Ted. Pero no debes preocuparte ahora de eso. Tu prioridad tiene que ser ponerte bien. Parece que no, porque ya estás en casa y todo fue muy rápido, pero corriste mucho peligro. Recién ahora puedo asimilarlo. – me confesó. -  Por eso estoy tan molesto. El director parece más preocupado por lo que dice el reglamento sobre las asistencias que de tu salud.

Entendía el punto de papá, pero no sabía que entendía él por “ponerme bien”. La cabeza me dolía a veces, y dormía como doce o trece horas en vez de las ocho o nueve de antes de la operación. Aún tenía inflamado algo dentro de mi cráneo, y lo que los médicos querían era asegurarse de que la hinchazón remitía sin complicaciones. Supongo que eso era “ponerme bien”. Pero ¿qué había de mis piernas? ¿Volvería al colegio aunque no pudiera andar?

Sentí que me faltaba el aire y que me ardía la cara. No soportaba pensar que tal vez nunca lograría caminar. Podía perder no solo el curso escolar, sino mi vida entera. Ya nada sería lo mismo…

Me esforcé por apartar esos pensamientos, y salí del cuarto para que Aidan no viera mi expresión. Aquél día se trataba sobre hacer sentir bien a papá, y ya lo tenía todo planeado. Parecía que hablar conmigo le había calmado un poco y estaba de mejor humor. Mi trabajo era conseguir que la fiesta terminara de animarle.

Había gastado todo mi dinero en contratar un catering. Tenía trescientos dólares en una cuenta, que estaba pensada para una urgencia por si me quedaba sin gasolina y efectivo. Lo malo era que solo me quedaban diez pavos para comprarle un regalo a papá, y mis hermanos no estaban mucho mejor de dinero. En total teníamos sesenta dólares, y pensé que era mejor hacerle un buen regalo entre todos que varias cosas cutres. El único problema era que a cuatro horas de que comenzara la celebración, aún no teníamos el regalo.

Alejandro me mandó un mensaje en ese momento. Se suponía que en el colegio no podía usar el móvil, pero era inútil decírselo. También se suponía que yo estaba castigado sin móvil, pero Zach tenía uno antiguo, y me lo dejó para poder organizar todo aquello, ya que papá había requisado el mío.

“¿LE HAS COMPRADO ALGO YA?”  decía su mensaje.

“NO SE HA DESPEGADO DE MÍ NI UN MOMENTO” respondí, y me mordí el labio.

No había forma de que me dejara salir solo de casa. Se había convertido en mi guardaespaldas. Me llevaba a rehabilitación, luego íbamos a tomar algo y después a casa. Él se ponía a hacer tareas domésticas y en ninguna parte del proceso yo desaparecía de su vista.

“HE TENIDO LA IDEA PERFECTA. LA GATA DE UNA COMPAÑERA HA TENIDO GATITOS. POR 60 PAVOS ME VENDE EL ÚLTIMO QUE LE QUEDA Y ALGUNAS COSAS QUE NECESITAREMOS COMO UNA CAMA, COMIDA Y COSAS ASÍ”  respondió, y me envió una foto.






Era una auténtica monada, un animalito pequeño y atigrado con ojos muy grandes, pero papá nos mataría si traíamos un animal a casa…

“¿HAS PERDIDO EL JUICIO?”

“¡A PAPÁ LE GUSTAN LOS GATOS!” replicó, y me envió un montón de emoticonos con la cara de un gato.

“A PAPÁ LE GUSTAN TODOS LOS ANIMALES, PERO NO EN CASA!!!”

Alejandro era demasiado imprudente. Lo último que necesitaba papá era algo más de lo que ocuparse… Aunque era una cosita tan mona… Y los gatos no eran como los peces o así, que a veces viven poco tiempo. Era un amigo para toda la vida… o al menos para muchos años… Era un buen regalo, y normalmente nos valdría mucho más dinero…

No pude hacerle llegar mis dudas a Alejandro, porque papá salió de la cocina en ese momento, y me pilló con el móvil en la mano. La cara que me puso me heló la sangre.

-         ¿De dónde has sacado eso?

-         Es… el viejo móvil de Zach…

-         Dámelo – me exigió, y prácticamente me lo sacó de las manos. Esperé los gritos y los fuegos artificiales, pero simplemente se me quedó mirando, muy enfadado. Había sido muy descuidado… recé porque no leyera los mensajes y lo descubriera todo… Me quedé allí esperando, porque papá no decía nada. – No sé qué más hacer – dijo al fin- Te dejé muy claro que estabas castigado sin teléfono, te pillé tratando de saltártelo y te lo volví a repetir. ¿Es que ahora vas a empezar a ignorar lo que te digo? ¿Vas a incumplir cualquier castigo que te ponga?

-         No, papá, no…yo…

-         No voy a castigarte esta vez – me informó – Tú sabrás lo que haces. Sigue sacando teléfonos de quién sabe dónde si tan importante es para ti. – sentenció, y volvió a la cocina aún bastante enfadado.

En ese momento me sentí horrible. No soportaba eso; prefería mil veces que me gritara o me estuviera echando la bronca  durante horas a que simplemente se fuera así, como dejando caer que le había decepcionado. Me empeñé en pensar que no estaba haciendo nada malo, que todo era para darle una sorpresa, y creo que eso me ayudó a no sentirme tan mal. Aún así tuve la necesidad de ir a ver cómo de enfadado estaba y supe que mucho, porque cuando entré en la cocina apenas se dignó a mirarme.

-         Lo siento…

No  obtuve ninguna respuesta, así que probé otra vez.

-         Perdón… yo… perdóname.

Nada. Genial: tratamiento de silencio. No recordaba que papá hubiera hecho eso nunca antes, aunque supongo que desde su punto de vista yo nunca había pasado tan olímpicamente de él. A Aidan le molestaba bastante que le desobedeciéramos así…. Supongo que a cualquier padre, pero él además se lo tomaba como algo personal. Creo que a veces sentía que tenía que pelear por tener autoridad sobre nosotros, ya que no era nuestro padre biológicamente hablando.


-         AIDAN´S POV –

Últimamente todo eran malas noticias tras malas noticias. Necesitaba con urgencia un respiro. Un día sin problemas, sin accidentes, sin hospitales, sin partes del colegio, sin directores estúpidos… Estaba tan cabreado por cómo habían manejado desde el colegio la situación de Cole y la de Ted… Me estaba planteando seriamente cambiarles de lugar, pero sabía que las cosas no se hacían así. Que no podía precipitarme tanto y que mis hijos, seguramente, no querían ir a un nuevo colegio. Al menos no a mitad de curso.

Hablar con Ted del asunto me ayudó a desahogarme un poco. No quería preocuparle sobre lo que dijo el director sobre él, pero tampoco me creía con el derecho de negarle esa información. Tenía que saber lo que había, aunque yo no pensaba dejar que le trataran injustamente. Haría lo posible porque no tuviera que repetir curso.

Las cosas en la rehabilitación de Ted habían estado mejor. Se disculpó con el médico e hizo sus ejercicios sin protestar. Se cansaba muy rápidamente, pero había conseguido ponerse de pie un par de veces, y yo me lo tomaba como una buena señal.

Decidí ir a ver si podía animarle a intentarlo de nuevo en casa, pero cuando me topé con él le vi con un móvil en la mano. No me lo podía creer… ¿Cuántas veces iba a tener que regañarle por lo mismo? Él no era así… Siempre había sido muy cabezota, pero no solía ignorar los castigos… Es más, muchas veces no tenía que vigilarle para que los cumpliera. Siempre había podido confiar en él en ese sentido. Sabía asumir sus errores y las consecuencias.

Me sentí enormemente irritado por esa rebeldía repentina. ¿Era una especie de fase? Ted era mi hijo mayor (bueno, después de Michael, aunque yo no había intervenido mucho en  su educación) pero a veces parecía que en lo de ser adolescente iba un paso por detrás de Alejandro.  Tal vez de pronto iba a tener dos Alejandros en casa.

Le hablé con algo de dureza, dispuesto a ser firme con él. Si los castigos no servían entonces tenía que hacerle notar que estaba molesto. No iba a dejarme camelar por sus disculpas y sus reflexiones habituales. Iba a estar enfadado por lo menos un rato… aunque no me lo puso nada fácil cuando vino a la cocina a pedirme perdón. Esos ojos eran trampa. Me concentré en las sartenes, porque no podía soportar cuando me miraba así.

Estuvimos así en un incómodo silencio durante un rato, hasta que sonó una pequeña alarma que había puesto en mi reloj de muñeca.

-         Es hora de que vaya a por tus hermanos – le hice saber, porque tampoco iba a estar sin dirigirle la palabra.

-         ¿Puedo ir contigo? – me pidió. Levanté la cabeza para decirle que no, pero entonces me topé con el temblor de su labio y sus ojos brillantes. Tal vez estaba llevando mi enfado demasiado lejos, porque en ese momento pareció muy vulnerable.

-         Está bien. – accedí. De todas formas necesitaba salir de allí. Ted necesitaba estar en algún sitio que no fuera el médico o la casa. Y tal vez pudiera ver a sus amigos o a su novia. – Había pensado en ir andando, dando un paseo. Pero puedo coger el coche y que Alejandro y los gemelos vuelvan andando.

-         No, no, podemos ir dando un paseo. No me importa. Llevo ruedas incorporadas ¿no ves?

Me estremecí al oírle hacer un chiste sobre eso, pero me dije que era buena señal. Que era algo bueno el que pudiera bromear al respecto.

Apagué el fuego, recogí un par de cosas y cogí las llaves. Luego empujé la silla de Ted hacia la salida. A él no le gustaba que le empujaran, prefería moverla solo, pero no podías hacer todo el camino hasta el colegio con la fuerza de sus brazos porque se agotaría enseguida, así que yo fui detrás de él, empujando.

Fue un viaje bastante silencioso, hasta que él echó bruscamente el freno en una de las ruedas.

-         ¿Cuánto tiempo más vas a estar enfadado conmigo? – me abordó.

-         ¿Cuántas veces más vas a ignorar lo que te digo? ¿Cuántas veces tratarás de coger un móvil de aquí a que te devuelva el tuyo?

-         Nunca – aseguró. – De verdad lo siento…

Sabía que era sincero y de todas formas no me salía estar serio con él por más tiempo, así que le acaricié el pelo, contento porque ya no lo tenía tan corto.

-         Lo sé, campeón. Ya está olvidado.

Giró la cabeza y me dedicó una de sus sonrisas plenas que tanto me alegraban. Quitó el freno a la rueda y seguimos avanzando, pero cuando quedaba poco para llegar me pregunté si no sería demasiado para él dejar que todos sus compañeros le vieran así…

-         Ted, seguramente tus compañeros estén saliendo de clase… - le recordé.

-         Ya sé.

Me mordí el labio y decidí ir directo al grano.

-         Igual te hacen muchas preguntas… Cuando te vean, pues…

-         … se quedarán mirando la silla. Lo sé… De todas formas ya se enteró todo el mundo. Salí en las noticias ¿recuerdas? Y ya me han preguntado por Facebook. Ahora solo… lo verán.

Supuse que tenía razón. No era algo de lo que hubiera que esconderse, además, y me alegró que él lo viera también así.

-         Eres muy valiente, grandullón. –le alabé.

Llegamos al colegio, y efectivamente Ted se convirtió en el blanco de varias miradas, la mayoría muy indiscretas. No pareció reaccionar ante este hecho y actuó con bastante normalidad. Al menos hasta que salió Alejandro: entonces los dos se apartaron y empezaron a hablar con mucho secretismo. Eso me dio muy mala espina.

-         ¿Qué tramáis vosotros dos? – pregunté.

-         Nada, papá.

-         Nada de nada.

-         Aham. ¿Y tú no vas a decirme ni hola? – le reproché a Alejandro.

-         Hola.

-         Qué gracioso. Mira, ahí están vuestros hermanos. ¿Uh? ¿Qué le pasa a Harry? – me extrañé. Venía arrastrando los pies sin ninguna energía, y se agarraba la muñeca. Esperé a que se acercara con algo de impaciencia - ¿Estás bien, hijo?

-         Me duele la muñeca…

-         ¿Te caíste?

-         No, me hice daño en gimnasia.

-         ¿Por qué no me llamaron? – me indigné.

-         No fue nada… es sólo que ha empezado a dolerme más ahora.

-         ¿Quieres ir al médico?

-         No, de verdad, la puedo mover.

Le examiné el brazo con cuidado. No parecía tener nada, no estaba rojo ni hinchado.

-         Te pondré hielo cuando lleguemos  a casa – le dije, y le di un beso en la muñeca y otro en la frente.

-         Ay, papá, jo… - protestó, y miró furtivamente para asegurarse de que nadie nos había visto. Rodé los ojos y saludé también a Zach.

Mientras iban saliendo el resto de mis hijos, Ted se vio rodeado de un grupo de amigos y compañeros. Reconocí a parte de su equipo de natación, y todos se mostraron muy atentos con él. Finalmente apareció también su novia. Agustina prácticamente había colapsado la línea telefónica de mi casa, con sus largas llamadas a Ted, pero  cuando le vio reaccionó como si llevara siglos sin hablar con él. No pude escuchar lo que se decían, pero sí pude ver claramente como ella se agachaba, le daba un beso, y los demás chicos empezaban a silbar. El beso se prolongó y me pregunté si acaso podían respirar. Después ella se sentó sobre las piernas de Ted, y me planteé cómo diablos iba a separarles para llevármelo a casa.

Mis hijos pequeños también se habían fijado en su hermano, y a Hannah le había entrado la risa tonta. Durante un segundo estuve dudando sobre si debía dejar que vieran aquello, pero no tenía muchas formas de impedirlo y en verdad no era algo malo. Aunque sabía que aquello iba a traer muchas preguntas…

-         ¿Qué está haciendo Ted, papi? – preguntó Alice.

-         Está… está besando a Agustina, mi amor. Es un beso de novios.

-         Oh. ¡Yo también quiero!

-         No,  no,  princesita. Ted lo hace porque…porque es mayor. Ya te llegará el momento – respondí. “Dentro de muuuucho, muuucho tiempo” añadí para mí.

Hice un poco de tiempo hablando con mis niños para que Ted pudiera hablar un rato con Agus, aunque lo que es hablar no hablaron mucho. Caray. Intentaba no mirar, porque era muy incómodo, pero no podía evitarlo. Finalmente Ted se despidió y vino con nosotros. Esperaba verle con una sonrisa de enamorado, pero en lugar de eso su expresión mostraba cierta preocupación. No fui el único en notarlo.

-         ¿Esa cara pones después de besarte con un pivonazo? – dijo Alejandro – Tío, no te la mereces.

Ted miró al suelo, avergonzado, y decidí salvarle lo más posible de las bromas de sus hermanos.

-         Venga, va, chicos, vamos a casa.

-         ¡Yo quiero ir aquí! – pidió Alice, sentándose encima de Ted.

-         No puedes ir encima de tu hermano, Alice.

-         ¡Pero tiene ruedas! – se quejó.

-         Sí, pero no es un coche -  dijo Alejandro, y se la puso en los hombros para que no protestara.

La enana estuvo feliz de ir tan alta y poder verlo todo. Cogí su mochila para que no le pesara tanto a Alejandro, aunque de hecho había notado que mi hijo cada vez estaba más fuerte. ¿Es que todos iban a crecer de golpe?

Ted se quedó un poco atrás, porque le costaba girar las ruedas así que volví a ponerme tras él, manejando su silla.

-         ¿Pasó algo malo, campeón? Parecías… mmm… muy contento con Agustina… pero ahora estás como preocupado…

-         No quiero hablar de eso… - murmuró, mirándose las manos.

-         Como quieras. – respondí, un tanto sorprendido.

Instantes después le escuché resoplar.

-         No me gusta que… es decir… me pone algo nervioso cuando… me da vergüenza que nos besemos en público. Me da vergüenza besarla, en realidad, pero ella no parece tener problemas con eso. Es solo que va como diez pasos por delante que yo, como si tuviera mucha experiencia, aunque dice que Jack fue su primer novio.

-         Ella es menos tímida. ¿Eso es algo malo?

-         ¡No! Pero…

-         Si te dan vergüenza las escenitas como la de hace un momento, díselo. Ella no tiene forma de saberlo si no lo haces.

-         No puedo decirle eso. – se horrorizó.

-         ¿Por qué no?

-         Porque pareceré… ¡pareceré una nenaza!

Me quedé mirando al infinito mientras intentaba encontrarle un sentido a su forma de pensar.  Aunque no tuviera mucha experiencia en el campo amoroso, tenía claro que cualquier relación, de cualquier tipo, debe basarse en la confianza y en la sinceridad…

-         Si no le dices nada, seguirás poniéndote incómodo en casos así, y ella acabará por pensar que tu problema es con ella. Eres tímido. Mucha gente lo es. No es cuestión de ser más o menos hombre o más o menos masculino. Es una cuestión de personalidad.

Emitió una especie de gruñido de asentimiento, y noté como poco a poco se convencía. Decidí insistir solo un poco más.

-         No se trata de quién tenga más o menos experiencia, campeón, sino de que los dos estéis a gusto.

-         Supongo que tienes razón…

-         De todas formas, la puerta del colegio tampoco es el mejor lugar. – dejé caer. Sabía que la peor forma de conseguir que un adolescente dejara de hacer algo era decirle que no podía hacerlo, así que intenté ser un poco más sutil. Pero sabía que en colegio no querían esas “muestras de afecto” en público, y en esos momentos quería que Ted le cayera lo mejor posible al director.

Enseguida volvió a estar más animado y empezó a comportarse más como un joven enamorado:

-         ¿Viste cómo sonrió al verme? – preguntó, con una inmensa cara de felicidad.

-         Claro que sí – sonreí yo también, contento por él, y porque realmente me agradaba su novia.

Llegamos a casa y cada uno fue a su cuarto a dejar sus cosas, para luego bajar corriendo al comedor. Se notaba que había hambre.

Percibí una atmósfera extraña, como si estuvieran escondiéndome algo. Era raro que tuvieran un secreto colectivo, pero sabía que no conseguiría nada preguntando, así que me limité a observar. Todos parecían bastante excitados, especialmente los más mayores.



- HARRY´S POV-

Desde luego, aquél no iba a pasar a la historia por ser mi mejor plan. Supongo que estaba un poco oxidado, pero lo cierto es que no se me ocurrió otra cosa para sacar a papá de casa que fingir que me había hecho daño en la muñeca. Comencé el teatro al salir de clase, haciendo notar que me dolía. Cuando terminamos de comer empecé a quejarme más y a decir que el dolor era más fuerte.

-         ¿Tanto te duele? – me preguntó Ted, preocupado.

-         ¡No, idiota! ¡Es para sacar a papá de aquí! ¡Haré que me lleve al médico! – susurré.

-         Oh.

-         Tiene que parece que tienes algo – intervino Alejandro, que nos había oído.  Él era el experto en pellas y falsas enfermedades. Me cogió el brazo y empezó a frotarme, como quien intenta hacer que otra persona entre en calor.

-         ¿¡Pero qué haces!?

-         Tiene que estar rojo para que parezca inflamado – respondió, y apretó mi muñeca con fuerza.

-         ¡Au!

-         Shhh. No te voy a hacer daño. Calla.

Grrr. ¡Ya me estaba haciendo daño! Pero podía aguantarlo. Le dejé hacer y enseguida mi piel comenzó a enrojecerse, haciendo más creíble mi actuación. Con la piel aún irritada fui a donde papá y le dije que me dolía por tercera vez en un minuto.

-         Papi… me duele…

-         ...Vamos al médico ahora mismo, cariño. – dijo, dejando los platos a medio guardar. - ¡Ted! ¡Alejandro! Me voy con Harry. Espero que no tardemos mucho. Si pasa cualquier cosa me llamáis al móvil ¿entendido?

-         ¡Sí!

-         ¡Sí!

-         Bien. Vamos, campeón. – me envolvió con un brazo y caminó conmigo hacia la puerta. Tuve tiempo de intercambiar una mirada con Ted, esperando que pudiera prepararlo todo mientras yo entretenía a papá. Yo ya había hecho mi parte.

Si quería que a Ted le diera tiempo a montar una fiesta sorpresa, con globos, regalos, e invitados, tenía que llevar aquello hasta el final. Tenía que ir al hospital y hacer como que realmente me había lastimado la muñeca. Una vez Barie fingió un esguince en el pie. No sé exactamente por qué: creo que para llamar la atención de papá, pero también puede ser que no quisiera ir a la clase de educación física. No lo sé. El caso es que papá jamás supo que era mentira. El médico dijo que era una pequeña torcedura, la puso una tobillera y la mandó varios días de reposo. Yo la descubrí por qué la vi apoyar el pie sin problemas una vez. Pero nadie más se enteró. Así que lo de mi mano podía ser creíble también. Podía decirle al doctor que me la había torcido haciendo el pino o algo así.

Mientras iba en el coche y papá conducía, no pude evitar pensar que debería haber elegido otra cosa. Ya habíamos pasado demasiado tiempo en hospitales. Aquél día iba sobre hacer feliz a papá, no traerle malos recuerdos.

-         ¿Puedes moverla, Harry? – me preguntó, cuando ya estábamos llegando. Supongo que estaba pensando en qué decirle al médico.

-         Sí… pero me duele…

Entramos al hospital directamente por la parte de urgencias. Papá dejó el coche a un lado, para dejar pasar a otras personas. Salimos del coche y entramos al edificio, y el se dirigió a un mostrador de información con la tarjeta del seguro en la mano. Habló con una mujer, tomaron algunos datos  y nos indicaron que fuéramos a la sala de espera. Como no me pasaba nada “grave”, seguramente iban a tardar un poco.

El tiempo siempre pasaba más lento en las salas de espera, y yo no llevaba muy bien el estar quieto sin hacer nada. Papá lo sabía y por eso empezó a hacerme preguntas sobre el colegio y mis amigos para distraerme. Fue bueno hablar con él sin ninguna clase de interrupción por parte de Kurt o los demás enanos.

Como veinte minutos después nos llamaron, y me hicieron una radiografía, que por lo visto era algo que se hacía siempre en estos casos, por descarte. Después me atendió un médico que me movió la mano y me preguntó dónde me dolía. Fingí que me dolía en varios movimientos.

-         Es posible que tengas un pequeño esguince… No creo que merezca la pena escayolarte… Llevarás una muñequera un par de días ¿de acuerdo? Nada de coger peso, ni de mover la mano. Y te aplicarás hielo dos veces al día. Si te duele mucho puedes tomar un antinflamatorio.

Aunque me hablaba a mí, en realidad estaba mirando a papá, como asegurándose de que tomaba nota de todo.

-         Entendido. Muchas gracias, doctor – dijo papá. - ¿Puede hacer un justificante? Para la clase de gimnasia.

- Por supuesto. Nada de gimnasia por una semana, y después, con calma.

El doctor rellenó el papeleo y papá y yo salimos de allí. Había sido fácil. Nadie había sospechado nada, todo había ido bien. Suspiré.

-         Caray, campeón. Estás muy pálido ¿eh? ¿Te hizo daño? – preguntó papá, mientras nos dirigíamos hacia el coche.

-         N-no mucho.

-         Compraremos la muñequera antes de ir a casa. No tengo ninguna de tu talla. – me dijo. En ese momento abrí la puerta del coche… con la mano que supuestamente me dolía. - ¡Harry! – exclamó papá, pensando que me habría hecho daño. Pero yo no había emitido ni un solo quejido. Papá frunció un poco el ceño, pero no me acusó de nada. – Ten cuidado, hijo. El doctor dijo que no la movieras.

-         Y-ya…

Condujo rumbo a la farmacia, y compró una muñequera de mi talla. La farmacéutica se ofreció a ponérmela para ver si realmente me valía. Aquella cosa era realmente ajustada y apretaba bastante. Me sentí un poco estúpido por llevar algo así. Abrí y cerré la mano para comprobar que podía mover los dedos. Supuse que tendría que cargar con eso un par de días, y seguir con el teatro…




Cuando salíamos de la farmacia,  que estaba solo a un par de manzanas de casa, me pareció ver a Alejandro, que llevaba algo en las manos, y parecía tener problemas con ello. Debía de ser el gatito que le quería regalar a papá. Si nos cruzábamos en ese momento toda la sorpresa se fastidiaría.

-         ¡Ay, ay! ¡Me duele! – gimoteé y me agarré la mano, girándome hacia papá y casi derribándole, con movimientos escandalosos.

-         ¿Qué? Pero… hijo, ¿qué pasó? Un momento… ¿a ti no te dolía la otra mano? ¿Esa en la que llevas la muñequera?

¡Mierda! ¡Me había agarrado la mano equivocada!

-         Vale, Harry… ¿Qué pasa aquí? – preguntó papá, cruzándose de brazos.

Me quedé sin habla, porque no tenía literalmente nada que decir. Me había pillado. ¿Qué podía decirle para no echar a perder lo de la fiesta?

-         ¿Ha pasado algo hoy en gimnasia? ¿No quieres ir, o algo así? – insistió, completamente convencido ya, por mi mutismo, de que todo había sido mentira. No parecía muy enfadado, así que asentí, por ver si colaba. Papá suspiró – Cariño, solo tendrías que habérmelo dicho. ¿Estáis haciendo algo difícil? Ayudé a tu hermana con el pino. Podría ayudarte a ti también.

-         Es que… me da miedo saltar el potro – murmuré, lo cual no era mentira del todo.

-         ¡Oh! Campeón, no pasa nada… Tu saltas muy alto, seguro que puedes pasarlo sin problemas…

-         Me asusté…

-         Por eso te inventaste lo de la mano ¿mm? – me dijo, y me revolvió el pelo. Era todo un alivio que no estuviera enfadado. – Vaya. Así que acabo de comprar una muñequera por nada.

-         Lo siento…

-         Está bien, Harry, no pasa nada… Pero no puedo dejar que te saltes la clase. Ni presentar este justificante que es una mentira. No se consigue nada huyendo de los problemas, enano. Sé que tu profesor es un tipo agradable. Te enseñará a saltar y se ocupará de que no te pase nada, pero si te sigue dando miedo yo te ayudaré.

-         Vale…

Papá tiró un poco de mí para acercarme a él y abrazarme.

-         Me alegro de que tu mano esté bien – me dijo. – No vuelvas a mentirme ¿eh?

Fue un regaño pequeño, que pasó casi desapercibido. No se había molestado conmigo. Asentí y dejé que me mimara un rato.

-         Vámonos a casa, campeón. ¡Mira que hora es! ¡Son casi las seis!

Sonreí sin poderlo evitar. Ese era todo el tiempo que Ted me había pedido. Objetivo conseguido.

-ALEJANDRO´S POV-

En cuanto papá se fue con Harry, todos nos pusimos manos a la obra con la decoración. Poco después vino la gente del catering que había contratado Ted, y nos dedicamos a repartir la comida en platos. 

Michael había pedido salir más temprano aquél día, para llegar a tiempo. Nos dijo que  su jefe estaba más dispuesto a hacerle favores últimamente, porque le tenía lástima, aunque no nos explicó por qué. Cuando él llegó, nos pusimos a hablar entre Ted, él y yo sobre el tema del gato. Tras discutirlo un rato al final estuvimos de acuerdo, así que le envié un mensaje a mi compañera y fui a su casa  para cogerlo.

Resulta que hay un montón de cosas que es necesario saber para cuidar un gato bebé. Me vi bombardeado de información, y luego me dio un pequeño transportín, una cama y un paquete de comida. Me las vi y me las deseé para cargar todo eso, sobretodo porque al gatito no le gustaba demasiado estar metido en esa especie de jaula de transporte. Probé a sacarle de ahí y llevarle en brazos, pero no se estaba quieto. Fue un viaje a casa bastante movidito, pero finalmente lo conseguí.

Cuando entré en casa, pude ver los cambios que habían hecho mientras yo estaba fuera. Ted había preparado una especie de mural con fotos de papá y mis hermanos estaban firmando debajo y poniéndole dedicatorias.



-         Cada día estoy más convencido de que naciste con el sexo equivocado, Ted – dije, nada más entrar. - ¿Crees que a papá le gustará una mariconada como esta?

-         Hablo el macho que va por ahí regalando gatitos. – contraatacó.

-         A papá le encantará – apoyó Barie. – Yo he elegido las fotos ^^

-         Papá odia las fotos – repliqué, aunque estaba seguro de que el detalle le iba a encantar. – Bueno qué ¿no queréis ver al gato?

Inmediatamente me vi rodeado de todos mis hermanos, encabezados por Barie y Alice. En ese momento no hubiera querido ser el gato por nada del mundo, porque no le dejaban ni respirar.

-         Hola, bonito.

-         Hola, cosita.

-         ¿Te ha tratado bien ese bruto?

-         Gatito :3

El gato fue rotando de unos brazos a otros, excepto a los de Michael, que estaba muy ocupado mirando las fotos. Quizá él no había visto ninguna de esas antes.

-         Son fotos antiguas. En esa de ahí es mucho más joven, tenía unos treinta o así. – le informé.

-         Bueno, cumple treinta y ocho. Tampoco es ningún vejestorio. Solo me saca veinte años… - murmuró. Creo que eso le estaba dando mucho en lo que pensar.

-         Verás cuando cumpla cuarenta. Le veo con una de esas “crisis de la mediana edad”. Se echará una novia de la edad de Ted y se hará algún tatuaje.

Michael soltó una carcajada, y yo también me reí. No, papá no parecía de esos.

No tuvimos tiempo para mucho más, porque en ese momento escuchamos el coche de papá en la entrada.

-         ¡Oh, no! ¡Aún no ha llegado la gente! – protestó Ted.

- Venga, venga, luces apagadas, todo el mundo escondido. Ted, da igual, vendrán luego. Se va a sorprender igual. – dijo Michael, y empezó a poner a los enanos detrás del sofá. Apagué la luz y me escondí también.

Todos nos quedamos en silencio, y en ese momento reparamos en que Ted se había quedado en medio del cuarto, sin saber dónde esconderse por la silla, con el gato encima de sus piernas. Ya era demasiado tarde, porque la puerta se estaba abriendo.

Michael se levantó corriendo, empujó la puerta con todas sus fuerzas y echó el pestillo. Escuchamos gritar a papá desde el otro lado.

-         ¿¡Chicos!? ¿Qué pasa con la puerta? ¡Abridnos!

-         ¡Esconde el gato, corre! – apremió Michael.

Ted miró a un lado y a otro con nerviosismo, y al final se lo metió debajo de la sudadera.  Papá aporreó la puerta, sin dejar de gritar nuestros nombres.

- Cambio de planes, fuera, fuera, todos fuera. Salid. A la de tres gritamos “feliz cumpleaños”

Entre risas, tropiezos, y algo de ansiedad, salimos de los escondites y nos pusimos delante de la puerta.

-         Uno….dos….y….

Michael corrió el pestillo, y dejó que papá entrara en casa.



-         AIDAN´S POV-

¿Me habían cerrado la puerta en las narices? Eso ya era demasiado. Sentí que me iba enfadando más y más conforme pasaban los segundos, hasta que al final conseguí abrir la puerta. Abrí la boca para decir algo,  pero entonces….

-         ¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS!!  - gritaron todos.

-         Con un poquito de retraso – añadió Ted.

Reparé entonces en los globos, la serpentina, los carteles, un mural con fotos… y el hecho de que Michael estaba en casa, algo más pronto de lo usual.

-         ¿Qué es esto? -  pregunté sorprendido. Mire a Harry, que me sonreía ampliamente, como todos los demás.

-         Es una sorpresa – dijo Kurt, y saltó para que le cogiera en brazos - ¿Te gusta?

-         Me encanta, campeón – conseguí decir, aún sin creérmelo del todo - ¿Lo habéis hecho vosotros? ¿Y toda esa comida? ¿Y…?

-         Ted lo ha organizado todo. Los demás hemos ayudado un poco – dijo Michael.

Mire a Ted, que en ese momento parecía entre feliz y avergonzado. ¿Cómo había hecho todo eso? ¿Y por qué? ¿Por mí?  Me  sentí muy conmovido, y no dejé de pensar en cómo había podido montar todo eso sin que yo me diera cuenta.

-         Por eso estaba usando el móvil de Zach… no podía darle el fijo a los del catering… y esta mañana hablaba con Alejandro, ultimando cosas… - me explicó.

Y yo me había enfadado con él. Idiota de mí.

Le abracé bien fuerte, agradecido por aquello, pero entonces escuché un gemidito que no salía de Ted. Me separé un poco, extrañado, y vi que algo se movía bajo la ropa de mi hijo. Una cabecita peluda asomó bajo su chaqueta y soltó un pequeño maullido.

-         ¿Y esto?

Pude ver como Ted se ponía nervioso e intercambiada miradas con sus hermanos.

-         Es tu regalo de cumpleaños… - me explicó, sacando al animalito de su escondrijo y extendiendo los brazos para que lo cogiera.

-         ¿Me habéis regalado un gato? – pregunté, sin estar seguro de haber entendido bien. Por reflejo, recogí al pequeño de los brazos de Ted y noté lo suave que era. Tenía unos ojos enorme y brillantes y parecía muy indefenso.

-         Siempre has querido tener una mascota…y nosotros también – empezó Alejandro. Supongo que tocaba el discurso para convencerme. – No dará muchos problemas. No hay que sacarles a pasear como a los perros y son muy limpios… y es muy pequeño… y a Alice le encanta.

Le miré mal. Lo de Alice era jugar sucio. La enana miraba el gatito de una forma que me dejaba claro que si decía que no podíamos quedárnoslo me iba a odiar para siempre.

-         Gatito – dijo mi pequeña, como para confirmarlo.

Miré a la pequeña bolita peluda. Algo tan chiquitito no podía ser tan difícil de cuidar…claro que lo mismo pensaba de los bebés, hasta que tuve uno.

Me habían tendido una trampa en toda regla. Ellos sabían perfectamente que si me preguntaban si podíamos tener una mascota, la respuesta era un no. Pero aquella vez no habían preguntado. Y me la habían regalado. Y ahora yo no podía decir que no sin sentirme terriblemente mal.

El gatito me lamió la mano, como para recordarme su presencia. Le acaricié las orejas y emitió un sonido débil, como un ronroneo. Pero qué mono era…

-         ¿Es macho o hembra? – pregunté.

-         Macho – respondió Alejandro.

-         ¿Tiene nombre?

-         El que le pongas tú.


Si le ponía un nombre era como la confirmación definitiva de que me lo iba a quedar. Jugueteé un poco con él, mientras me lo pensaba. Metí un dedo en su pequeña boquita y me mordisqueó con sus dientecitos aún minúsculos.

-         ¿Eres un pequeño tigrecito, eh? – susurré, y moví el dedo para sacarlo. Soltó un pequeño bufidito. – Mmm… el pelaje también me recuerda a un tigre… tal vez deba llamarle así.

-         ¡No! ¡Es un león! – dijo Kurt.

-         ¿Ah sí? – sonreí - ¿Le llamamos Leo?

-         ¡Sí! – dijo Kurt, contento por haber ayudado a elegir su nombre.

Levanté al gato por encima de mi cabeza y le observé desde todos los ángulos, como familiarizándome con él.

-         ¿Te gusta ese nombre? Leo. – le dije, y el gato abrió la boca en lo que parecía un bostezo. Sonreí – Gracias chicos…. Ha sido muy dulce de vuestra parte…

Escuché un enorme suspiro.

-         No se ha enfadado – dijo Ted.

-         Sí se hubiera enfadado por esa cosita es que no tiene corazón – dijo Zach.

-         Bueno, no me gusta que me hagan encerronas, ¿eh? Y ya sabéis lo que opino sobre tener animales, siendo tantos. Pero un regalo es un regalo y si lo cuidamos entre todos estará bien.

-         No te hagas el duro, que te ha encantado – replicó Michael. Tuve que darle la razón.

-         Esto es increíble, chicos. Os habéis esforzado mucho y… muchas gracias..

Paseé por la habitación viendo todos los adornos, y me detuve a ver las fotos, con algo de vergüenza por verme así expuesto en un papel.

-         ¿Y toda esta comida solo para nosotros? Es demasiado. – comenté, viendo las bandejas con sandwhiches, bollos, patatas, canapés, croquetas, y más.

Mis hijos sonrieron con complicidad, pero antes de que pudieran decir nada, sonó el timbre. Entonces entendí que no era solo para nosotros. Habían planeado aquello bien a fondo, y había invitados. No recordaba la última vez que había celebrado mi cumpleaños con alguien que no fuera de mi familia…básicamente porque nunca lo había hecho.

En los diez minutos siguientes, aquello fue una entrada constante de gente. Vino nuestro vecino, el señor Morrison, y me regaló una pluma estilográfica con un aspecto tan elegante que me daba miedo tocarla no la fuera a romper. También vino gente de mi editorial: mi ilustrador, Matt, y mi editor, Roy. Y Ted había invitado también a gente de la parroquia: amigos míos, supongo, pero mis habilidades sociales nunca habían sido muy buenas. Jamás me habría animado a invitarles por mí mismo. Gracias a eso me di cuenta de que mi círculo de amistades, que normalmente yo reducía a un par de personas, en verdad era de ocho o de diez.

Yo ya no esperaba a nadie más, pero entonces el timbre sonó otra vez.

-         Por fin – oí susurrar a Ted.

Su expresión era extraña. Estaba algo inquieto, pero también ansioso. ¿A quién más habría invitado?



-         HOLLY´s POV –

Me había encerrado en mi cuarto. Había echado el pestillo y me había sentado en la cama, tratando de ignorar los gritos que llegaban desde el otro lado de la puerta. Sabía que era una mala madre por hacer eso, pero tampoco les haría ningún bien a mis hijos si me echaba a llorar delante de ellos.

Pasaron cinco minutos antes de que me diera cuenta de que los gritos ya habían acabado. Entonces escuché un golpeteo en mi puerta. Me aseguré de no tener rastro de lágrimas y la abrí. Era Scarlett.

-         ¿Mami? – preguntó, como si no estuviera segura de si debía entrar, aunque la hubiese abierto. La abracé, porque necesitaba abrazar a alguien y porque abrazarla a ella siempre era reconfortante.  – No lo ha dicho en serio, mami. Ya sabes cómo es.

Me separé de ella y asentí, intentando ser fuerte. Intentando convencerme de que era cierto, y Sean no sentía realmente las palabras que había dicho. A veces era fácil pensar que su única intención era la de hacerme daño, pero yo sabía que no era así...

“Tendríais que haber muerto los dos, pedazo de puta”

Era triste que un crío de catorce años manifestara tanto odio.

-         ¿Dónde está?

-         En el salón… - respondió Scarlett. Ella se lo había tomado mejor de lo que pensaba. Creí que la peor reacción iba a ser la suya, no la de Sean. Generalmente Scarlett entraba en pánico cuando yo salía de casa, y su tío tampoco estaba.

Fui al salón, y vi a Sean tumbado en el sofá, jugando con el móvil. Me dedicó una mirada de desprecio cuando entré y luego ya no me miró más, centrado en la pantalla e intentando hacer como que yo no estaba. Sabía que si le quitaba el móvil para hablar con él se pondría agresivo y me daría una patada y realmente no quería empezar una pelea en ese momento, sino terminarla. Así que le hablé desde una distancia prudencial, sabiendo que con móvil o sin él no iba a poder evitar escucharme.

-         No sé que es lo que esperas de mí. Sólo voy a un cumpleaños de un amigo, Sean.

-         ¡Amigo mis cojones! Es ese escritor ¿no? ¿Es que no hiciste bastante por él con ese programa?

-         Solo estaba haciendo mi trabajo. Y ahora voy a desearle un feliz cumpleaños.

-         Ya te lo he dicho: si vas con él, aquí no vuelvas. – me gruñó.

-         No vas a echarme de mi propia casa.

-         No es tuya, es del imbécil de tu hermano – contra atacó. Y  lo peor es que tenía razón. Tal y como le encantaba recordarme, vivía en la casa de mi hermano pequeño, porque no fui capaz de pagar la hipoteca de nuestra antigua casa.

-         Sean, no voy a dejar que hables así. A tu tío y a mí nos respetas.

-         Oh, a él sí, pero a las putas como tú en todo caso las escupo.

Suspiré. Hasta el cambio más pequeño provocaba en él esa clase de reacciones desproporcionadas. Percibía cualquier cosa como una agresión hacia él y se defendía con todo su arsenal. Era fácil enfadarse con él cuando se ponía en ese plan, pero así no conseguiría nada…

-         Quiero que te disculpes, Sean. Ahora.

Debía de estar más enfadado de lo que había creído, porque en ese momento me tiró el móvil a la cabeza, con demasiada puntería. El golpe me dio en el lado derecho, y me dolió bastante. Inmediatamente después se dejó caer en el sofá, como cansado, y en paz. Conocía esa señal: había vuelto a la  normalidad. Segundos después, abrió un poco los labios. Esa señal también la conocía: se sentía culpable.

-         Mamá… yo…

-         Ya lo sé, cariño. – me acerqué a él, con algo de precaución, pero ya parecía haberse calmado del todo. Esa vez no había sido muy fuerte. - ¿Te tomaste hoy la medicina?

-         Sí…

Me senté a su lado y le rodeé con un brazo. Él no dejó de mirarme entre arrepentido y asustado. El bruto de su tío le había hecho pensar que debía esperar fuertes represalias después de escenas como la de hacía un momento.  Aaron no sabía reaccionar bien en esas situaciones.

Lo cierto era que yo tampoco sabía cómo reaccionar. Sabía que no podía culparle totalmente por sus palabras y sus acciones cuando estaba en medio de uno de esos ataques de ira, pero al mismo tiempo el terapeuta había remarcado la importancia de ayudarle a controlar esos impulsos.

Le acaricié el pelo y le dejé apoyarse en mi hombro, sabiendo que le gustaba estar cerca de mí en momentos así, como para comprobar que todo estaba bien.

-         No se lo digas al tío… - me pidió. No pude evitar acordarme de cuando esa frase era “no se lo digas a papá”.

-         No se lo diré – le tranquilicé, y le seguí acariciando. – Pero has perdido dos puntos, cielo.

Sean  me miró con un puchero sobreactuado. La prueba de que ya estaba calmado era que estaba haciendo eso, y no insultándome o empujándome.

-         Pero ya casi tenía cincuenta… - protestó.

Sabía que cuando consiguiera cincuenta puntos tendría un premio. Cuando su terapeuta nos sugirió aquello me pareció demasiado infantil para alguien de catorce años, pero en cierto sentido la mente de Sean ERA infantil,  y no funcionaba del todo como la del resto.

-         Ya los recuperarás. Lo estás haciendo bien, últimamente. Lo de hoy solo fue… un bache.

Asintió, e hizo más grande su puchero. Se apretó un poco más contra a mí, y me hizo sonreír, al verle tan cariñoso. Mi pequeño…


-         ¿Te enfada que vaya a ese cumpleaños? – le pregunté.

-         Sí.

-         ¿Por qué?

Era importante que aprendiera a expresar las cosas que le frustraban de una forma no violenta.

-         ¿Vas a salir con él? – me preguntó en vez de responderme. Decidí ser sincera.

-         No lo sé…

-         ¡Ni siquiera le conocemos!

-         ¿La idea te gustaría más si le conocieras? – inquirí.

-         Depende.

Le miré a los ojos. Esos ojos azul oscuro tan inquietantes que había heredado de su abuelo.

- Si decido que voy a seguir viéndole, os lo presentaré. ¿Quieres eso?

-         Está bien –aceptó.

Levantó la mano y acarició mi frente en el punto donde me había dado con el teléfono. Se mordió el labio.

-         No se lo digas al tío… por favor…snif… - me suplicó. Sus ojos se inundaron de lágrimas que no llegó a derramar. Le di un beso buscando calmarle.

-         Tranquilo, Sean. Sé que no querías hacerme daño.

-         Perdón…

-         Te perdono, pollito – le dije, y sonrió, porque así solía llamarle cuando era pequeño.

Le estuve acariciando el pelo por un buen rato, hasta que me di cuenta de que se había quedado dormido. Me levanté con cuidado de no despertarle, y le arropé. Justo en ese momento entró Sam en casa.

-         Hola.

-         Hola, hijo. ¿Qué tal te ha ido todo?

-         Bien, muy cansado. ¿Y tú?

-         Bien – le mentí.

-         Holly…

A él no podía engañarle. Tampoco podía hacer que me llamara mamá, al menos no siempre. Hacía un par de años que me lo dijo por primera vez, pero no había dejado de llamarme “Holly”.

-         No es nada, Sam, en serio.

-         ¿Se trata de Sean?

Asentí, sin decir nada, y recogí los juguetes de West, que estaban desparramados por el salón, como siempre.

-         Algunos días son más difíciles que otros – comenté, observando el cochecito blanco que le encantaba a mi hijo. – Hay veces que digo “ey, no pasa nada, va mejorando”. Y otros en los que pienso que en realidad no le pasa nada, como dice tu tío, y me pregunto si es que simplemente soy una mala madre que no le puede controlar.

-         Nadie inteligente diría jamás que tú eres una mala madre. Lo que le ocurre a Sean no es culpa tuya, y creo que lo haces bastante bien con él. Eres la única persona que consigue que se calme rápido.

-         Pero le tengo miedo. Tengo miedo de mi propio hijo – susurré, abrumada por mis propias emociones – Tengo miedo de que se haga daño, de que me lo haga a mí, o a los pequeños… Tengo miedo de no ser buena para él, de no poder ayudarle…

-         No sé lo que habrá pasado, pero sí que le ayudas…

-         Les dije que esta tarde iba a salir, y se puso como loco. Dijo que yo también tendría que haber muerto. Se puso tan…tan furioso que corrí a esconderme al cuarto. Después volví, me tiró el móvil a la cara, y ya se calmó. – me desahogué. – No es nada que no haya pasado otras veces, pero me pregunto si alguna vez va a mejorar. Si… si alguna vez voy a sentir que soy buena para mis hijos.

Sam se acercó a mí y me abrazó. No era muy dado a hacer eso, así que disfruté del momento. Cuando le abracé, mis manos dieron con sus rastas y jugueteé con ellas un poco. Tenía el pelo muy largo y se había hecho eso en el pelo hacía varios meses, para horror mío y de su tío, pero ya me había acostumbrado y tenía que reconocer que le quedaban bien.

-         No se me ocurre a nadie mejor. Tienes muchos hijos, cuatro de ellos con necesidades especiales. Y te ocupas de todos ellos. Claro que hay días terribles, pero no dejes que te rallen la cabeza. Eres buena madre, Sean ha mejorado mucho,  y tú tienes derecho a rehacer tu vida.

Esa última frase dio justo en el blanco de lo que me estaba rondando la mente. La reacción de Sean me había hecho pensar que no debía seguir intentando acercarme a Aidan.

-         No haces nada malo por salir de casa de vez en cuando, mamá. Lo necesitas. Y lo que te haga bien a ti, nos hace bien a nosotros – concluyó. Sonreí por que me dijera mamá.

-         Gracias, Sam. Y gracias también por quedarte hoy… Sé que tenías planes…

-         Ey. Siempre me dices que pase más tiempo con mis hermanos. Seguro que a Scarlett le encantará que pase la tarde aquí – me dijo.

Tener a alguien como Sam alrededor era similar a la paz espiritual, o algo.

-         ¡Sam, Sam! – gritó West, que pasó en ese momento por el salón y le vio. Corrió hacia él y soltó un gritito feliz cuando Sam le cogió en brazos.

-         Hola, microbio.

Les dejé a los dos jugando y empecé a poner sillas alrededor de la mesa del comedor. La casa de mi hermano era grande para una sola persona, pero muy pequeña para todos nosotros. Mis dos hijas compartían cuarto, y los cinco chicos dormían juntos. Los trillizos dormían conmigo y Sam dormía con mi hermano. Los cuartos eran pequeños, y estábamos hacinados. Los únicos sitios donde podían hacer los deberes eran la mesa del comedor para los mayores y la mesita del salón, para los pequeños.

Después miré el reloj y vi la hora que era. Tenía que preparar a los trillizos y tenía que prepararme yo, si quería llegar alguna vez al cumpleaños de Aidan.

-         Puedo quedarme también con los trillis – se ofreció Sam.

-         No hijo, te volverías loco con tanto crío. Solo encárgate de que hagan los deberes ¿vale? No tardaré mucho.

-         Tranquila.

Fui a despedirme de los demás, y a decirles que fueran a hacer los deberes. Luego vestí a los trillizos –lo cual fue más difícil de lo que parece porque no se quedaban quietos ni un segundo- y por último cogí el regalo que había pensado para Aidan. No habría sabido qué regalarle de no haber leído cientos de entrevistas sobre él, en las que decía que le gustaba llevar colgantes en el cuello, y que nunca tenía suficientes porque se le rompían jugando con sus hijos.

Metí a los bebés en el coche, en sus respectivas sillitas, y reuní fuerza mental para hacer aquello. No podía olvidarme de que iba a conocer a los hijos del hombre que me gustaba que, por si no era suficiente presión, era además un escritor al que admiraba muchísimo.

Aparqué el coche cerca de su casa. Miré a mis tres pequeños por el espejo retrovisor, y les sonreí.

-         Mami está loca. Pero loca, loca. –les dije.

-         “oca” – repitió Tyler, con un gorgorito. Era el que estaba más despierto de los tres. Dante y Avery iban medio dormidos.

Les saqué de la sillita y caminé hasta la entrada de la casa. Me llegaba el ruido de varias voces amortiguadas. Me quedé allí delante sin atreverme a llamar, pero entonces Avery, que iba en mis brazos, estiró la mano y tocó el timbre, porque le encantaba apretar botones. Bueno, al  menos me había ahorrado como cinco minutos de indecisión.

-         Ay madre…ay madre, ay madre, ay madre…. –susurré.

La puerta empezó a abrirse y mi pulso se aceleró considerablemente.


- AIDAN´S POV-

Holly estaba en mi puerta con cara de pánico y de cansancio. Tres bebés que eran clones exactos unos de otros – o al menos así me pareció entonces- la rodeaban. Uno estaba en sus brazos, y otros dos la agarraban las piernas. Tenían el pelo de un llamativo color rojo, y eran bastante pálidos.

Me quedé ahí clavado, sin saber qué hacer o decir. Jamás me habría imaginado que Ted iba a invitar a Holly. Estoy seguro de que tenía una expresión estúpida en la cara.

-         ¡Papá! ¡Déjala pasar! – me dijo Ted.

Cierto, estaba bloqueando la puerta. Me aparté con movimientos torpes.

-         Ho…hola… - ella pareció encontrar su voz antes que yo .

-         Qué bien que hayas venido – sonreí, aún incrédulo, pero feliz.

-         Esto… feliz cumpleaños.

-         Feliz cuñaños :3 – repitió el bebé que llevaba encima. Qué mono era. Le sonreí, y me agaché para hablar con los otros dos nenes.

-         Hola. Yo soy Aidan – me presenté. Uno de los bebés se escondió detrás de su madre. – Tranquilo, peque, no voy a hacerte nada…

-         Dante es muy tímido. – explicó Holly. – Se relajará en cuanto vea que lo hacen sus hermanos.

-         Yo soy tímido también – le dije al enano, y hablé con el otro bebé. - ¿Y tú cómo te llamas?

-         Tyler.

-         Hola, Tyler. ¿Me das un beso?

El bebé levantó la cabeza para mirar a su madre y luego se soltó para venir hacia mí y darme un beso en la mejilla. Luego me pasó la mano por la cara en un gesto que venía a significar “raspas”.

- Pincha. – me acusó, y yo me reí. Eran tan tiernos….

-         Así que… son trillizos. – comenté, mirando a Holly de nuevo.  Ella asintió, con una sonrisa de circunstancias. – Caramba. Es… wow… y yo casi muero con los mellizos.

-         Oh, tengo de esos también. Dos parejas de mellizos.

Un movimiento a mi espalda llamó mi atención. Bárbara estaba literalmente dando botecitos, agarrada del brazo de Alejandro. Se moría por conocer a los bebés.

-         Pasad, pasad. Hay sillas por ahí. Y comida… si quieres puedo calentar un biberón para los nenes, o algo de leche.  – me ofrecí. No sabía si aún tomaban biberón o no.

Bárbara no aguantó más y se acercó a nosotros, sonriendo tanto que no sé cómo no le dolía.

-         ¡Hola! – saludó a Holly - ¡Has traído bebés!

Tal como lo dijo casi pareció que los bebés eran como un complemento, o algo así. Algo que uno simplemente “trae” a una fiesta. Holly debió de pensar así también, porque soltó una pequeña carcajada.

-         ¿Te acuerdas de mí? – preguntó Bárbara.

-         Claro. ¿Bárbara, verdad? Ellos son Dante, Tyler, y Avery.

-         ¡Son preciosos! ¡Hola, bebés!

-         No los pierdas de vista o te los robará – le aconsejé a Holly, en tono de broma.

Bárbara me miró mal, pero Holly parecía divertida.  Me la quedé mirando unos segundos, y cuando me di cuenta de que estaba siendo poco discreto, carraspeé.

-         Ven, te presentaré a los demás. A Ted ya le conoces…  Y él es…

Estaba a punto de decir “Alejandro”, cuando el susodicho soltó un bufido acompañado de una mirada no precisamente amigable.

-         ¿Qué hace ella aquí? – gruñó.

-         ¡Alejandro! ¿Qué modales son esos? – regañé.

-         Tío, te dije que la había invitado – dijo Ted.

-         ¡No, a mí no me dijiste nada!

-         ¿Ah, no? Se me debió pasar…

-         ¿¡Qué hace aquí!? – insistió. – Es esa periodista ¿no? Tú no estás invitada. Vete a asaltar otro catering, aquí no tenemos suficiente comida para ti.

Sacudí la cabeza, seguro de que había entendido mal. Aquello fue demasiado. Estaba siendo muy grosero… y esa insinuación referente a la comida era algo que no le iba a permitir.

-         ¡ALEJANDRO!



N.A.:  Esta historia ya ha cumplido dos años. No me lo puedo creer. ¿Qué mejor ocasión que esta para poner el primer punto de vista de Holly? Espero que os caiga bien. J

6 comentarios:

  1. Me encanto espero que estas dos grandes familias se unan,continuala pronto por favor.

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  2. Me encanto demasiado y comprendo a Barie, yo veo bebes y soy como un iman para ellos, no lo puedo evitar para nada y metiste un lindo y tierno gatito!!!!! *w*
    PD: ame la imagen de aidan *¬*
    PD2: Quier matar a Alejandro por lo que dijo >;C

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  3. Que genial que actualizarás me dormi a la 1 de la mañan por leerte

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  4. Extraordinario capitulo Dream!!
    Y muchas felicidades por estos dos años!!
    Waoo la historia se pone cada vez más intensa con la llegada de holly!!
    Ese Alejandro reaccionó muy mal con su llegada!! Y de seguro lo van a castigar por su culpa :( ...

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  5. Ohh.. genial como siempre, me dio penita con Ted cuando Aidan lo ignoro, Holly pobre que drama con ese hijo violento, y Alejandro siempre dejando un cierre interesante... jajaja es que es tan celosito.

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  6. Hermoso relato Dream
    Pero lo.dejaste en la mejor parte

    Un abrazote

    Marambra

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